METAMORFOSIS 30
La necesidad y la sorpresa.
Aquel hombre había tenido un sueño húmedo que se dio cuenta al despertarse viendo mojado su calzoncillo, quizá por los tragos que se tomó la lluviosa noche anterior con los amigos, en sus sueños estaba el cuerpo de su deseada Lucrecia, aquella hembrita que lo tenía loco de pasión y deseo, era sábado, se vistió teniendo en mente la sonrisa de Lucrecia, su pene abultado del deseo era manoseado sutilmente como calmándolo de la calentura que tenía, miraba a su pene con fijación agitándolo, sonreía al verlo bien erecto, los dedos aprisionaban ese tronco viril, se vistió dándose cuenta que su pene seguía erecto, dentro de sí exclamaba con pasión y lujuria el nombre entrecortado de Lucrecia, cerraba sus ojos pensando en que pronto estaría con ella, aquel hombre hizo unas breves tareas en casa y el resto del tiempo aprovechó de lo que quedaba de la mañana para caminar por el campo como siempre, su saliva aumentaba, su pulso aceleraba, se agitaba del deseo, miraba a su pene abultando la tela, lo manoseaba, deseaba estar con ella lo más pronto posible, caminaba movido por la ansiedad y el deseo de poseerla, recordaba que en sus sueños había la escena de las piedras rodeadas de monte donde la colmaba de besos, caricias y sexo, su tranco largo por el camino era necesario para pasar desapercibido y cuando a lo lejos podía ver a caminantes se metía en la espesura del monte para no ser visto, tomó el camino de herradura subiendo lomas, en su delante se veía los meandros del río, allá a lo lejos seguramente estaría esperándola su amada Lucrecia, vio al sol indicándole la llegada del mediodía, y se sentó a descansar debajo de un árbol situado en lo alto de una loma, desde ahí divisó el paisaje, el cielo claro después de una noche de lluvia, la tierra húmeda, vio hacia abajo por el sendero a Dagoberto, hermano de Lucrecia, el pequeño llevaba un bulto de ropa recién lavada, aquel hombre de nuevo miró al cielo la puesta de sol, comprobó que casi era mediodía, el pequeño llegó a lo estrecho del sendero formado por dos lomas en una de ellas estaba aquel hombre escondido en lo tupido del monte, de pronto, la figura de un muchacho joven aparece llevando en sus hombros un azadón y un rastrillo, el hombre desde lo lejos de la loma ve que ese muchacho era Wilson, mientras caminaban Wilson mete la mano dentro del calzoncillo de Dagoberto manoseándole las nalgas, al hombre le sorprendió ver esa escena, más aún, que Dagoberto se lo permitiera riéndole, Wilson correspondió con risas, acercó su cara al oído diciéndole algo con gesticulaciones que el niño sonriente y cabizbajo con mirada pícara obedecía dejándose llevar por las manos de Wilson que empujaban la espalda del pequeño, aquel hombre fisgoneaba con detenimiento la escena, decidió seguirlos a cierta distancia, vio que llegaron a un lugar rodeado por frondosos samanes a sus pies rocas grandes a pocos metros se escuchaba el río, el lugar que ellos habían escogido era bien apartado, Dagoberto puso la ropa sobre una roca amplia, Wilson mientras tanto se quitaba la ropa quedando totalmente desnudo, Dagoberto a espaldas de Wilson se bajaba el calzoncillo que tan solo llevaba puesto, ya su penecito lampiño estaba tieso igual que el pene peludo juvenil de Wilson, el pequeño se puso en posición perrito esperando a que Wilson le frotase el glande en las nalgas, Dagoberto estuvo un rato sintiendo ese roce, Wilson abría las nalgas del pequeño a dos dedos humedecidos escupiendo el ano del pequeño y su pene llenándolo de saliva, apuntó con seguridad al ano introduciendo el pene de a poco, Dagoberto exhalaba e inhalaba repetidamente con pujes gimiendo por la embestida del rápido mete y saca que estaba sintiendo, de tanto así seguido que al rato desfalleció cayendo su pecho al suelo, Wilson se montó encima del cuerpo de Dagoberto sin sacarle el pene y ahí en esa postura seguía sodomizándolo, era implacable con su pene al hacer ese mete y saca que sorprendía a aquel campesino fisgón, Dagoberto hacía gestos con las manos y caderas, ambos cuerpos se pararon, Dagoberto ya estaba viéndose su pecho y barriga con su pene cubierto de arena, sus manos entre las nalgas sacaban el líquido preseminal que había dejado Wilson en su ano, llevaba sus dedos con ese líquido a las narices oliéndolo, Wilson sonreía haciéndole gestos para ir a una piedra enfrente, se podía ver caminar esos cuerpos desnudos por la arena, Wilson se arrodilló frente a la piedra en la que se sentó Dagoberto con las piernas bien abiertas dejando bien descubierto el pene tieso que luego era mamado y chupado por Wilson, lo hizo por breve tiempo al notar que el penecito estaba brilloso de saliva, lo levanta al pequeño de la piedra, Wilson se acuesta sobre el filo de la piedra encorvándose un poco haciéndole gestos a Dagoberto para que se acerque, de esa forma el pene del pequeño frotaba las nalgas de Wilson imitándole el simulado meter y sacar que había recibido, Wilson se dejó hacer eso por un breve tiempo, la mirada asombrada del campesino fisgón era amplia y ni de qué hablar de su boca abierta por la impresión de ver coger a esos cuerpos, el muchacho puso al pequeño recostado sobre la piedra boca arriba, los dos penes frotaban alzando y bajando por efecto del movimiento de las caderas de Wilson que abría la boca y sacaba la lengua en señal de placer, se besaban con lengua repetidamente, haciéndose un solo cuerpo en los abrazados que se daban, a Dagoberto eso ya le gustaba, Wilson logró que el pequeño diera un giro quedando acostado boca abajo con sus manos apoyando su carita, con las piernas abiertas, por un lado de la cadera estaba el pene del pequeño, Wilson apoyó las manos sobre la piedra a los costados de los hombros del pequeño que estaba quietecito sabiendo lo que vendría, Wilson alzó una de sus manos para poner el pene entre las nalgas del pequeño luego con los brazos estirados la cadera de Wilson hacía el movimiento del meter y sacar penetrándolo con mayor movimiento al pequeño que resignado recibía esas embestidas, todo fue muy rápido a vista del campesino fisgón, así que luego vio a Wilson desfallecido de cansancio de tanto meter y sacar cayendo sobre el cuerpo de Dagoberto que seguía quieto algo rígido, Wilson estuvo segundos así con el pene dentro de ese delicioso ano, las respiraciones aceleradas contrastaban con el sudor de lo cálido del mediodía y de la arena que tenían sus cuerpos, Wilson se apartó del pequeño, estaba tembloroso, con la respiración acelerada, se notaba lo rojizo de su piel, su cuerpo desnudo se apartaba lentamente del cuerpo rígido del niño, esta vez no eyaculó en el ano del pequeño, instantes después el campesino fisgón miraba cómo Dagoberto quedaba sentado sacándose con dificultad la arena de las nalgas con los dedos y parte de ese líquido pre seminal impregnado en la piel, desde la orilla del río Wilson le hacía gestos para bañarse juntos y así quitarse la arena del cuerpo, lo hizo acuclillar al pequeño sobre una piedra rodeada de agua y luego lo puso acostado de cara en esa roca para limpiarle el ano con agua abriéndole las nalgas pasándole los dedos húmedos con agua, Dagoberto se bañaba y desde el agua vio hacia la orilla donde estaba por vestirse a Wilson, el pequeño salió del agua hacia la orilla, se puso en cuclillas sobre una piedra, Wilson veía ese pene infantil lampiño botando orina y defecando, Wilson de dieciséis años hizo gestos de despedida dejando sobre el calzoncillo del pequeño Dagoberto unos centavos saliendo sonriente del lugar, Dagoberto le despidió con sonrisas mirando los centavos brillar en la tela de su calzoncillo, se limpió con una hoja de árbol el traserito y tomó los centavos contándolos y metiéndolos entre la tela del short, instantes después salió muy contento del lugar, aquel hombre amante de Lucrecia que lo había visto todo desde su escondite dentro de los montes no paraba de reír, lo que había visto le causaba sorpresa e hilaridad, presuroso por el tiempo decidió llegar cuanto antes donde estaba su amada Lucrecia, aprovechando que Dagoberto ya llevaba la ropa a casa y tardaría en retornar al río hacia Lucrecia llevándole el almuerzo, se desilusionó al ver a su hembrita hermosa lavando la ropa en compañía de una pareja de niñitos que eran los primitos de ella, estaban de visita, él sabía que los pequeños viven en un barrio marginal muy pobre de la ciudad, su amada ya le había comentado que como cada año por esas fechas estaban de visita en casa, así que recordaba de eso que algo le había contado ella, el hombre sentía deseos sexuales inmediatos tras ver esa escena sexual en el monte entre Dagoberto y Wilson, los primitos de Lucrecia jugaban animadamente en el agua, el tiempo pasaba, él deseaba poseerla, de entre los montes le lanzaba piedras, ella se percataba, lo vio, sonrió, vio que le hizo señas para dejarse ver e indicarle con otros gestos que la esperaba en el lugar de siempre pero rápido, todo esto le dijo con movimientos de manos que gesticulaba bien para comunicarse con ella, vio que Lucrecia asentía, el hombre la esperaba con ansia, y ya se encontraba recostado en la piedra entre matorrales, de pronto la presencia de ella, apasionados besos colmados de caricias en su cuerpo era el rito de amor a su llegada, giraban sobre la piedra aquellos cuerpos, ella sentada era desvestida por él, se recuesta para que él le deslice la falda como siempre viéndole sin interiores, apreciando esa vagina maravillosa húmeda descubierta igual que sus pezones gruesos voluminosos consecuencia de su transformación en mujer a base del sexo prodigado por su macho, ella cerraba los ojos, quería más besos, ahora con el roce de sus lenguas, su espalda completamente acostada sobre la piedra, su boca estaba abierta esperando el sentir nuevamente del deslizamiento del jugoso pene que necesitaba lubricación con la saliva, él lamía la vagina mientras ella lamía el pene en un prodigioso sesenta y nueve en rítmico vaivén de caderas, eso para ella era fabuloso, eso la enamoraba más, sintiendo mayor necesidad de aquel hombre con el que experimentaba dicha sexual muy distante de lo que un chico de su edad podría darle, ella pedía en cada encuentro más y más del pene de su macho, Lucrecia era una fogosidad convertida por el sexo de aquel hombre experimentado, vino la penetración anal embistiéndola con mucha pasión, Lucrecia hacía gemidos fuertes, los dedos agarraban con fuerza la piedra, mordía fuertemente los labios y pujaba duro su aliento con los ojos cerrados, el hombre también cerraba los ojos dejando sentir delicioso el contacto de su pene dentro de ese ano maravilloso que por ego le pertenecía a él por ser el iniciador, en su mente aún no quería terminar, descansaba para que la eyaculación no fuera pronto, faltaba esa rica vagina, le besaba apasionadamente el cuerpo maravilloso en repetidas ocasiones, le decía al oído cuánto la deseaba mientras el glande rozaba el ano, le decía que era suya, y, de nadie más, así, ella respondía asintiendo, volvían los besos al darse vuelta, ella le decía, que, ya, pronto, porque Dagoberto podría venir, o sus primitos podrían acercarse al notar su ausencia en largo tiempo, todo esto le decía viéndole el pene que rozaba su vaginita, el hombre obedeció, ella ya había hecho el orgasmo mostrado en su vaginita, se complació de hacerla acabar con el dedo mientras había rozado el pene en el traserito infantil, ahora le tocaba a él, a ese campesino fisgón deseoso de sexo, sin mucho pensar, introdujo con fuerza el pene en la vagina de la chiquilla de doce años que gemía ante tal penetración, ambos cerraban los ojos, él abría la boca sintiendo placer igual que ella, viéndose así a boca abierta acercaron sus labios dándose besos con lengua mientras el pene entraba en esa vagina totalmente, mientras la penetraba en meter y sacar, se daba de besos con lengua una y otra vez, con los ojos cerrados, piel a piel, sobre esa apartada piedra que era su sitio y testigo de ese maravilloso sexo compartido entre la chiquilina y el hombre maduro campesino, el hombre sintió que se venía y de inmediato sacó el pene de la vagina de Lucrecia para lanzar su semen cayendo en la cara y barriga de la chiquilla, se recostó unos instantes sobre el cuerpo de ella, vio su pene ya flácido descansando sobre la pelvis de Lucrecia, lentamente se sentaron viéndose los genitales, la mano de ella rozaba el pene y la de él rozaba la vaginita de ella, lentamente se bajaron de la piedra, caminaron por el sendero, pero a cierta distancia del lugar ella decidió arrodillarse frente a su macho que sentado sobre un tronco agitaba el pene mojado de semen, la lengua de Lucrecia quitaba el semen del glande dándole placer a su macho, al instante la sangre de ambos se congeló cuando vieron al primito más pequeño de Lucrecia muy cerca de ellos, había visto la escena de sexo oral de esos cuerpos desnudos, de un salto se escondieron de tras de la maleza llevando su ropa en mano, se vistieron pronto mientras el niñito llamaba a su prima, ella como pudo se vistió acercándose al pequeño llevándoselo del lugar sin despedirse de su amado, ella le preguntó qué hacía por aquí, el pequeño le contestó que la había seguido en silencio, ella preguntó por su hermanita, el pequeño le contestó que quedó lavando, era verdad, al llegar la pequeña Mariana de 5 años estaba lavando, en esos instantes es que llegaba Dagoberto, Lucrecia y su primito Ignacio de 4 años se acercaron, ella repartió el almuerzo que su hermano había llevado comiendo a gusto, el tiempo pasaba, Lucrecia estaba preocupada por lo que el pequeño Ignacio había visto y tenía miedo que inocentemente lo contase a sus padres, esa tarde para ella era de preocupación, en la noche no pasó nada, Lucrecia optó por ser más cordial con su primito pues una pelea con el chiquillo engreído de sus tíos hubiese sido pretexto para que dijera la verdad, sin embargo el pequeño travieso al verla le sonreía astutamente lo que a ella eso le incomodaba, le daba coraje que por imprudencia eso tuvo que pasar, se arrepentía de no haber prevenido eso de que su primito Ignacio la viera hacer el sexo oral con su amado campesino mayor, lejos de ahí el hombre meditaba lo que había vivido en ese día tan especial con su querida Lucrecia, el gesto de mueca risible se dibujó en su rostro, pensó en Wilson y se dijo a sí mismo que hubiese sido el último joven a quien pudiera atribuirle esa inclinación sexual, debería estar más atento con él en cuanto a sus pasos y con los juegos que la hacía a los pequeños del lugar, el hombre ya unía las pestañas por el sueño que se le venía, con placer y orgullo manoseó el pene dentro del pijama que tenía puesto, de su mente salió decir que ese pene era de Lucrecia, lo sacó de la tela contemplándolo tieso por un instante volviéndolo a meter al pijama, cerró los ojos complaciente soñando con su amada Lucrecia.
FIN DEL TRIGÉSIMO EPISODIO
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