METAMORFOSIS 34
Angustia en el campo.
Las manos adultas recorrían sutilmente aquella piel tersa los dedos pasando por los finos labios vaginales, hacían de la chiquilla gemidos prolongados, la punta del grueso dedo índice masculino se introducía en la vagina, ella respondía con exclamaciones, el lugar apartado de la población se prestaba para en confianza segura hacer esos suaves movimientos de manos deslizándose por la pelvis y el monte de venus, la lengua del adulto recorría con su punta la oreja y cuello de la hembrita que seguía gimiendo mordiéndose suavemente los labios y ensalivándose los labios de placer en complicidad con los ojos cerrados, para ambos la respiración se incrementaba, estaban acostados completamente desnudos con ardiente temperatura en su piel, deseaban amarse nuevamente, ella abrió los ojos viendo el dedo de su hombre introducirlo en la vagina sacándolo lleno de semen y flujo vaginal combinado, ella miraba con detenimiento como el dedo era alzado y llevado a la nariz del hombre y luego pasándolo a su nariz fémina, el olor era característico, era señal de volver a hacer el amor, ella se recostaba sobre el entablado de la cabaña abandonada abriendo las piernas arqueándolas con los pies en el piso, el hombre graciosamente acercó su pie derecho a la vagina, introdujo el dedo gordo del pie entre esos labios vaginales, la chica reía complaciente, el hombre retiró el pie, ahora estaba acostándose sobre el cuerpo de la muchacha lamiéndole los senos, chupándole los pezones con caricias llenas de saliva, seguía por el monte venus hasta llegar a la vagina, con los ojos cerrados besaba los muslos femeninos tan suaves y lampiños caso contrario ya aquella vagina con pelos, la temperatura de los cuerpos se incrementaba, el ambiente estaba saturado de deseo y placer sexual, la acomodó de pecho sobre entablado, el hombre se maravillaba al ver ese cuerpo de hembrita acostado plácidamente en el rictus, las curvas eran deliciosas a la vista, la piel trigueña brillosa de ella hacía delicias a la vista, el hombre agitó el pene con la intención de ponerlo más erecto, con más placer lo deslizaba sobre la mano derecha, se reclinó sobre la pared unos segundos a contemplarla, el hombre sentado sobre el entablado abierto de piernas seguía agitándose el pene, la chiquilla pícaramente con su mirada le insinuaba que se acerque, el hombre sin vacilar de un impulso estuvo arrodillado frente al cuerpo de ella dándole suaves masajes en la espalda como a ella le gusta aflojando el cuerpo, al pasar las manos por la piel sintió lo caliente, el hombre apoyó una mano al piso con la otra metió el glande entre las nalgas y empujó suavemente, ella le respondió con un leve quejido seguido de gemidos y jadeos por el rápido movimiento que tenía el mete y saca, a ella le faltaba aullar como lobita, estaba atrancándose una gran porción de carne de pene de aquel hombre que hace mucho tiempo había sido el que con amor había permitido que le desvirgue, ella sintió dentro del ano el semen calientico característico de su macho sexual, se separaron, quedaron dormidos por un par de horas o más, luego ella en pie hizo que el hombre quedara acostado boca arriba, ella encima de él tomó el pene y se puso entre los labios vaginales, se lo metió bien adentro con el impulso de la cadera de su hombre, ella quería cogerlo a su estilo, como había aprendido de él en parte a dejarse coger, las caderas se movían arriba y abajo con mucha intensidad, tanto así que el sudor se incrementaba debido a lo calurosa de la tarde, ella desfalleció, él sintió mojado su pene y los pelos que lo rodean brillaban por el flujo depositado, giraron hasta que ella quedo debajo de su cuerpo, él cerró los ojos y continuó con el meter y sacar, se decían amarse, ella gemía y gemía, el sudor de ambos cuerpos se confundían, para ambos era entrega total en plenitud, ella prendía las uñas en la piel de su macho en señal de placer, los besos alternados con lengua no se hacían esperar, el hombre cerró los ojos sentía que se venía, apoyó su cabeza en la cara de ella y dejó su semen dentro de la vagina, quedaron sin mover caderas, solo se escuchaba el acelerado movimiento de respiración en sus pechos, unidos llenos de sudor, las manos de Lucrecia acariciaban el pelo castaño oscuro de su amante.
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Lejos del lugar en la hondonada se encontraba Dagoberto cazando aves con su resortera, de súbito aparece Melesio quien le hace conversa, portaba una caña de pescar, ambos fueron al río, durante el camino iban diciéndose obscenidades sexuales, el muchacho le manoseaba el trasero de Dagoberto, de pronto a lo lejos vieron correr a dos chicos, Dagoberto y Melesio se escondieron entre los montes tupidos crecidos en época de invierno, vieron correr a Luis sujetando de las manos al pequeño Arnulfo, al llegar a un samán ambos se desnudaron al mismo tiempo, Arnulfo se reclinó sobre una piedra encorvándose boca arriba, el cuerpo de Luis se acostó sobre el niño, ambos penes se frotaban, Melesio miraba con sorna el espectáculo, las piernas de Arnulfo se levantaban ante el movimiento de caderas de Luis que se alzaban y se bajaban, fijamente observaba el pene de Luis frotándose con el penecito de Arnulfo, ambos chicos se reían tomándose el pene para restregárselo, reían más cuando vieron que Luis le daba de besos en la boca con lengua a Arnulfo, Luis contuvo al niño sobre la roca, puso esos pies descalzos sobre los hombros de esa manera intentando meterle el pene por el ano más descubierto al roce del pene, Arnulfo gemía fuerte, gritando que le dolía, Luis estaba empeñoso en romperle el ano a ese niño de siete años, en ese momento, allí y ahora, Luis de casi quince años lo tenía bien agarrado al nene que gritaba que lo deje, ese gemido respondía porque estaba sintiendo que era sodomizado, los empujes desesperados de sus manitos y su llanto de niño angustiado convencieron a Luis de no continuar, con rabia le dijo al pequeño que se hiciera a un lado, el caprichoso Luis se sentó sobre la piedra a masturbarse, Arnulfo miraba lo que Luis estaba haciendo mientras se ponía la camisa, tiempo después, del pene blanco de Luis salía semen que caía al suelo, eso lo vio Melesio con gran fijación, cerca de ahí Arnulfo se acuclillaba pasándose el dedo por entre las nalgas viniéndole el deseo de orinar, tanto así que estaba acuclillado y cayéndole muy cerca el semen de Luis, el pequeño terminó de vestirse caminando detrás de Luis que le reclamaba contrariado, Melesio había quedado impresionado del pene blanco de Luis, miró a su lado viendo a Dagoberto que se estiraba por la tela el pene vestido, tenía la otra mano metida por detrás sobándose la nalga, era señal sexual, Melesio hizo lo mismo, ambos caminaron al lugar en donde vieron pisadas y manchas de semen y orina, se vieron de frente riéndose, Melesio no esperó a más y de un tirón le bajó la trusa que llevaba puesta Dagoberto, lo encorvó sobre la piedra que antes había estado Arnulfo le abrió las nalgas y le empujó el glande bien adentro con deseo sexual, le hizo el meter y sacar repetidamente con aceleración, Dagoberto apretaba las manos mordiéndose los labios, el meter y sacar hacía que el cuerpo de Dagoberto subiera y bajara por la piedra a manera de desliz, todo era delicioso para Melesio y también se complacía el ano de Dagoberto que sintió el semen dentro de sus entrañas, se separaron, Melesio fue al tronco de samán a botar el resto de semen y a orinar, Dagoberto se quitó el resto de la ropa fue al rio acuclillándose para limpiarse la entrada del ano con los dedos sacándose los restos de semen de Melesio, pujaba tratando de defecar, desde el agua vio que se vestía su amigo, seguidamente Dagoberto se dio un chapuzón, Melesio al vestirse vio que entre la arena junto a su ropa por casualidad se había quedado un muñequito de metal en la arena que pertenecía a Luis, lo guardó en su bolsillo como recordatorio de lo que había vivido en ese día.
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A la mañana siguiente una carreta llevaba materiales de topografía e implementos de trazado, un joven de diecinueve años se bajó de la carreta a su lado otro muchacho mucho mayor, se estacionaron frente a un grupo de muchachos que le ayudaron a bajar las cosas, Manuel y con su hermano estaban trabajando en la compañía de carreteras, entraron a la caso donde arrendaban en el pueblo, pusieron sus cosas, salió con su hermano menor de diecisiete años a conocer el lugar vieron muchas chicas, tenían fama de galanes, aun no era mediodía y fueron a la escuela a ver salir a las chiquillas, se quedaron sorprendidos sobre todo el hermano pequeño viendo bajar por las escalinatas de madera de la construcción escolar a Leonor de 12 años, la hija de Noelia Buonanote, ella pasó acompañada de varias amiguitas, iba muy distraída en plática que no se dio por enterada de la presencia de los jóvenes, pasos más adelante estaba Gustavo Adolfo de 9 años con sus útiles esperando a su hermana que se unía su otra hermana Josefina de 10 años, los tres hermanos llegaron alegres a la entrada de la estancia pero su felicidad se diluyó cuando vieron pelear a sus padres, Gustavo le daba de azotes a Noelia, estaba borracho como en las mayorías de las veces, Leonor y Josefina estáticas, Gustavito recibió un par de golpes por defender a su madre, Noelia arrinconada tomó a su hijito y ambos recibieron de correazos por parte del energúmeno, Leonor trató de impedirlo y también fue flagelada, Josefina simplemente salió corriendo del lugar a llorar bajo un árbol, esa escena ya era casi habitual en ese hogar.
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El destino quiso pasarle una desgracia al padre de Lucrecia quien en la cantina del pueblo se desarrolló una pelea que en defensa propia Clodoveo le disparó a su contrincante matándolo en forma instantánea, la gente enardecida lo siguió haciéndolo prófugo, a través de un gran amigo Clodoveo el padre de Lucrecia logró informarle a su esposa que huyera con las cosas lo más pronto posible, aquella misma medianoche la madre de Lucrecia arregló bultos y costales, una carreta la estaba esperando, Lucrecia y Dagoberto fueron despertados, sin ningún comentario más que la orden de subir a la carreta salieron en carrera por el camino, le destino de ellos ahora era vivir en la casa de sus primos en la ciudad, Lucrecia con ojos llenos de lágrimas miraba con angustia alejarse de su cabaña, en sus pensamientos estaba aquel hombre que la había hecho mujer y que ahora ya no lo volverá a ver, las lágrimas se enjugaban con la lluvia, a su lado Dagoberto muy pensativo miraba la caída de la lluvia, deseaban verse pronto con su padre en la ciudad, la desgracia seguiría, pues Clodoveo el padre de Lucrecia fue emboscado y masacrado a balazos, fue enterrado en una fosa y su familia por ese tiempo no reclamó el cadáver por temor a represalias y linchamiento quedando Lucrecia con su familia en la ciudad, el destino había marcado su huella en aquella chiquilla.
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El brillo de la luz solar se reflejaba en el arroyo montañoso donde se escuchaba el golpe que daba la ropa sobre las piedras que daba Norma, la esposa del cara cortada, la madre adoptiva de Pedro Artemio que ya contaba con tres años, ese niño rubito tenía una sonrisa convincente, muy atrayente, de rasgos físicos muy finos que contrastaban con sus supuestos padres, el niño andaba puesto solo su pañal de tela amarillenta de saco de harina, estaba corriendo por la arena con otros chiquillos mayores, la señora por un rato se distrajo confiando la atención del niño a sus amiguitos, de pronto, se escuchan, gritos infantiles, Pedrito se golpea de cabeza sobre una piedra, ha caído soñado de bruces en el agua, se estaba ahogando, de repente un señor alto con prominente barba se lanza al arroyo sujetando al niño, lo acuesta sobre la arena reanimándolo, el niño reacciona con llanto con un poco de susto, temor y vergüenza, aquel hombre era el dueño de la abacería de la localidad, había llegado hace un par de años, era un poco callado metido en su casa de construcción de finales de siglo pasado, se decía por los pueblerinos que no tenía familia, a lo mucho solo lo visitaban las personas a las que compraba la mercadería para su expendio, a veces era enigmático, este hombre cuarentón miró cordialmente a la señora que lloraba acariciando en su regazo al niño blanco rubito, el contraste de piel entre madre e hijo era notoria, pero en fin se dijo para sus adentros, los humanos somos así y se marchó brindándole una sonrisa del deber cumplido, ya casi al terminar la tarde la señora llevó en su canasta unos huevos y frutas a la abacería, el señor las recogió con agrado en señal de agradecimiento de la mujer, desde ese día las visitas de compra tenían un tono diferente en la atención al cliente por parte del propietario, igual forma para el niño que tuvo un gran apego con el señor, el tiempo transcurría y la amistad se hacía fraterna, aquel hombre cuarentón veía en el niño un parecido fisonómico con su hijo fallecido por la fiebre amarilla hace ya muchos años, su vida desde la separación de su esposa estaba en declive, el sedentarismo en la lectura y la siesta era su principal actividad tras la atención al público, el perfil de ese niño rubio despertaba en el hombre sensaciones paternales de cariño como recordando a su hijo muerto, Pedro Artemio se convirtió en su luz.
FIN DEL TRIGÉSIMO CUARTO EPISODIO
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