METAMORFOSIS 49
El año de las angustias.
El alba aparecía en aquel primer día del mes mariano de 1941 el rocío delicioso impactaba en la caminata de los peones en su salida de sus ramadas al trabajo, el crujir de las plantas al ser agitadas y pisadas, el sonido del trinar de aves, el cielo despojando niebla hacía del paisaje en las estancias muy acogedor, el sol crecía con esplendor, sus rayos entraron en la habitación e impactándose en el rostro de Josefina que abriendo sus ojos claros demostraban su pesar, le vino el llanto, semanas antes por boca indiscreta de los peones se había enterado que su amado Teodomiro había sido brutalmente asesinado, esa acción no se la perdonaría a su padre, estaba segura que fue él, sus pies buscaban las sandalias una vez puestas caminó por el entablado, bajando las escaleras vio sentado en la mesa a su padre que estaba desayunando dio un tibio buenos días y fue al baño vio a su padre cabizbajo, al regresar no lo vio, le era esquivo, su conciencia quizá, dio unos pasos encontrándose con su hermano Gustavo Adolfo intercambiando sonrisas, más adelante el rostro triste de su madre con mirad esquiva, Josefina dio un fuerte resuello comiendo lo servido con calma, sus ojos vidriosos emitían poco deseo de vida, anhelaba salir en dirección a la estancia de su abuelito, ahí tendría paz y consuelo, fue en aquella media mañana que su abuelita Micaela la recibió con gusto, su abuelitos y demás familia ya sabían por lo que había pasado hace algunas semanas, su primo Luis que se encontraba de visita la miraba con ironía, Josefina se sentó en la mecedora de su abuelito a recordar el contenido de aquella carta que le pertenecía a Teodomiro, de nuevo corrían lágrimas por sus mejillas ahora con una sensación de acidez en su estómago dejándole arcadas y deseos de vómito, de lo que se dio cuenta su abuelita, no podía ser otra cosa sino que la hermosa Josefina esperaba un hijo.
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El pequeño Luis Alfonso por esos días ya caminaba firme y seguro por el campo del yerbal segado bajo la supervisión materna de mirada fija, niño robusto de más de año de vida, rellenito de piernas, piel morena clara, muy bien vestidito a diferencia de sus hermanos Arnulfo de diez años y Agripina de ocho años que lo cuidaban en su carrera al brinco y movimiento al aire de su pelito lacio, en realidad ya se podía apreciar el sutil parentesco con el patrón Luis Daniel Pérez, eso se decía la madre Clemencia del niño aquella empleada que en noches de bohemia del doctor lo recibía en su cuarto o en aquellas escapadas de su mujer a Clemencia la montaba a caballo haciéndole el amor en el monte lejos de su estancia, esos tan bellos recuerdos para aquella empleada que ahora recibía indiferencias y prepotencias de su patrona Doña Andreina Buonanote cuando su esposo no estaba la trataba peor que a una sierva, era un secreto a voces la paternidad de aquel niño bonito de cara, Andreina volvía a sufrir el desamor y la traición ya lo había recibido de su primer esposo con aquella mulata, ahora el médico y la empleada, pero todo menguaba tras sus visitas constantes a aquel rancho alejado de la propiedad donde se encontraba con su campesino amante, pasando allí largas horas de pasión en su ramada, el doctor Pérez no salía de su pesar, recibir a su hermana asesinada en ancas de la bestia a causa de arteros golpes en la cabeza, fue un dolor tremendo, no se explicaba el porqué, la enterró en el cementerio de la ciudad, lo acompañaba una desconsolada Justin Daniela, su hija, su esposa Andreina y su hijastro Luis, así como muchos otros familiares y amigos, la pequeña ciudad de entonces quedó consternada por el hecho, el ánimo y el trabajo del doctor mermaron dramáticamente, su gran amigo Carlos Felipe le daba ánimo pero aun así era grande la consternación, era su única hermana, para él, su consejera y su guía espiritual, sin embargo la vida continuaba como la de los demás, se volvió irascible con todos, tuvo un complejo fuerte hacia los demás incluyendo los maltratos verbales y hasta físicos con su hija, Andreina lo veía todo con indiferencia, su mundo se centraba hacia su campesino amante, cada vez la relación entre Andreina y Luis Daniel se deterioraba, el desahogo amoroso de Luis Daniel Pérez se hacía visible hacia el tierno Luis Alfonso en su visita al cuarto de Clemencia, eran horas de paz con el niño, a fin de cuentas, su segundo hijo, el anhelado hijo varón que lo tuvo fuera del matrimonio, Justin también se daba cuenta con un poquito de celos, los días pasaban y las idas adentradas en el campo por parte de Andreina se hacían más frecuentes, su hijo Luis quería acompañarla a pasear a caballo, en algunas ocasiones se lo propuso pero ella respondía con rotundas y firmes negaciones, el espíritu juvenil de Luis hizo que la siguiera a prudente distancia, desde lo alto de la montaña vio a su madre descender a caballo a una planicie tupida de monte más allá un claro parcelado con varios sembríos, una ramada de carrizo y paja construida mixta con madera, unos caballos y bueyes atados al arado, un hombre sale corriendo al encuentro de su madre que la baja del caballo abrazándola y sin soltarla le da de vueltas por los aires, el típico saludo de los amantes, Luis agarró con fuerza la empuñadura, estaba muy enojado viendo eso, sabía de quien se trataba, ese hombre era muy conocido para él, luego se contuvo dando una mueca de satisfacción diciéndose que a fin de cuentas el doctorcito se merecía esto por la traición con la empleada, los dos amantes entraron a la ramada, Luis esperó arrimado a un árbol desde la altura de la montaña, el lugar donde estaba era muy apartado de la estancia, recordó que desde niño sus padres le prohibían que caminase por este lugar sobre todo su madre, se recostó entreabriendo los ojos, recordó aquellos momentos sexuales vividos hace varias semanas con Melesio de veintidós años y Mauricio de trece años, se preguntó que estarían haciendo ahora, seguramente haciéndose el amor, eso se respondía a sí mismo gesticulando risa irónica, mientras tanto lejos de allí en la humilde vivienda rústica los amantes allí dentro estaban desnudos en la cama seguros de la soledad se entregaban completamente a la pasión, Andreina desaforada pedía más de aquel pene grueso perteneciente a un caluroso cuerpo de fogoso amor y significativa ternura, ambos genitales hacían movimientos sexuales a compás de caderas en un mete y saca rápido descontrolado cayendo los amantes al suelo y ahí Andreina seguía siendo penetrada luego alzada a la cama en su costado recibiendo su trasero por detrás el pene de su macho ella mordía los labios apretaba con puños las sábanas, deseaba más, su hombre la había convertido en su adicta de cuerpo y alma, salieron desnudos a bañarse, Luis de un impulso estuvo de pie, vio a aquel hombre fornido de piel tostada por el sol recorrer sus manos por la piel blanca de su madre recorriendo la vagina y el trasero ella respondía con besos luego echándose agua por su cuerpo para refrescar el momento de pasión, Luis no perdía detalles, el rostro de ese hombre barbado le parecía conocido, sí, le era muy familiar muy conocido para él, a la distancia adecuada para verlo bien, su curiosidad hizo acercarse un poco más pero le vino la prudencia después por temor a ser descubierto, optó por resignarse a ver desde cercano lugar, ya los amantes habían entrado, estaban acostados para continuar con su entrega, ella con sus dedos le rodeaban el pecho de su amante pasando por los labios llevando sus dedos a sus labios, continuaron besándose, los dos estaban felices más todavía cuando Andreina le dio la noticia que posiblemente esperaba un hijo suyo, que en esas semanas sólo se había entregado a él, sólo a él, aquel campesino estaba muy feliz colmándola de besos, ella un poco extraña, había analizado ya la situación, se repetía la historia, tendría un hijo de aquel mismo hombre pero casada con otro al que le había traicionado con su empleada Clemencia, ahora ya no era con Guillermo Izaguirre sino ahora con Luis Daniel Pérez aquella marcada traición, el campesino no quiso analizar nada solo vivirían el momento, ya verían después, nuevamente se entregaron a la pasión ahora él con delicadeza hacía de ella su musa amante, Luis vio salir a su madre ayudada a subir al caballo por su campesino amante, la siguió unos pasos montada, le dio un beso apasionado despidiéndola, Luis se sumaría a su seguimiento algunos metros distante sin ser visto.
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A las pocas semanas se registra a noticia por radio y prensa que manejando su vehículo el reconocido doctor Luis Daniel Pérez de cuarenta y un años sufre un accidente automovilístico junto con su esposa Andreina Buonanote de treinta cinco años él resulta con politraumatismos recuperándose a las pocas semanas pero su esposa sufriría la mayor consecuencia pues quedaba reducida a una silla de ruedas paralítica de por vida, sumado a la pérdida del hijo que esperaba, la noticia recorrió el país de la canela llegando a oídos de Guillermo Fernando Izaguirre resignado cerraba los ojos, la tristeza invadió su mente, los pasos acelerados por el entablado de Pedro Artemio le hicieron vivir la realidad, venía a decirle con urgencia que su madre tenía otra crisis de su vientre, corrieron a ver al médico del pueblo la encontraron agonizante, la moribunda tomó las manos de Guillermo suplicándole que cuide del muchacho, aceptó de buena gana, luego sin decir más la buena mujer expiró, su hermana llegó días después al pueblo al lugar donde había sido enterrada junto al esposo, ella también le pidió a Guillermo que cuidase al muchacho, reiteró su aceptación, como no iba a aceptarle si tiempo atrás se enteraba que Pedro Artemio era hijo de Carlos Felipe del Olmo, aquel hombre que se aprovechó de su ruina vendiéndole barato sus tierras y de Noelia Buonanote hermana de Andreina aquella mujer madre de su hijo Maximiliano muerto por descuido por la fiebre amarilla y su supuesto hijo Luis producto de un engaño extramarital, el destino de Pedro Artemio a sus seis años se uniría a Guillermo Izaguirre, en aquel apartado pueblo de la montaña, con el tiempo Guillermo lo llevaría a conocer a su familia Izaguirre presentándolo como su protegido, les contaría que es un huérfano pero no le diría a su familia de su verdadero origen.
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La terrible noticia también llegó a la familia de Andreina, Don Rodolfo y su esposa Micaela consternados por el hecho pidieron al doctor que su hija tenga quedase por unos días en casa lo cual fue aceptado, Luis pasó varios meses en la estancia de sus abuelos junto a su madre que no se resignaba a lo que había quedado, lejos de ahí en aquella ramada el campesino escuchaba la noticia un inmenso dolor agobió su alma, la angustia y la desesperación por verla le hizo rodear la propiedad, por varios días esperó verla, tuvo la osadía de ir a preguntar por ella pero le dijeron que había ido a la ciudad, resignado dejó pasar los días pero volvió a insistir esta vez le dijeron que Andreina estaba donde sus padres, esperó el momento para poder verla, era lo mejor, se angustiaba por lo peor, el hijo que esperaban, qué sería de él, habría nacido, sus dudas se disiparon una tarde de sol viendo a su amada sentada en su silla de ruedas junto estaba la nana Dulce y Luis, la dejaron por un momento sola como ella deseaba estarlo debajo del frondoso árbol donde ella jugaba de niña, allí la pasaba llorando su suerte, el campesino se acercó acariciándole las mejillas y el pelo asombrada se arrimó al cuerpo viril y de inmediato sintió el olor de aquel cuerpo que meses atrás la hacía vibrar, con su llanto vino la respuesta a la inquietud del campesino por el hijo que esperaba, negativo, no nacería su hijo pues lo perdió en el accidente de eso supo el doctor Pérez asumiendo su culpa de haber matado a quien el doctor creía que era su hijo ganándose gratuitamente un sentimiento de culpa, el campesino la acarició por un rato ella le suplico que volviese después, se despidieron con un beso fuerte como solo los amantes lo saben hacer, Luis desde la ventana miraba con congoja la escena, hizo puños y se entró, también a cierta prudente distancia la nana Dulce vio al campesino retirarse ella portaba con jugo de naranja, conserva de guayaba, galletas con queso de eso poco comía Andreina, pensaba en lo peor para ella, la nana Dulce podría mirar en esa expresión de Andreina.
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Aquel hombre huraño de gestos definidos y poblada barba, vestido de negro pero contrastado con su piel muy blanca, había dado seguimiento a sus pesquisas ya tenía definido al asesino de Teodomiro, esto lo supo semanas antes tras capturar en una cantina a uno de los vaqueros secuaces de Don Gustavo Pozzo que perpetraron el homicidio, estaba como águila esperando la presa, por muchos días estaba la acecho, solo era de esperar, a unos metros de ahí caminaba Gustavo Adolfo con unos libros muy contento porque ya terminaba la primaria, iba con su madre Noelia conversando de su futuro estudiantil en la ciudad, aprovechado estudiante que su abuelo Rodolfo Buonanote se enorgullecía con jactancia, los dos iban abrazados, cerca de ahí los pasos de la nana Dulce imitaban ese caminar de madre e hijo, la mujer de piel morena iba pensativa viéndolos, el jovencito de doce años había tenido una forma de caminar igual a.., cielos santos, cada día se parecía más a… ese hombre innombrable para Noelia Buonanote y Don Gustavo Pozzo, se decía a sí misma, sus turbados pensamientos y el juicio de fisonomía la hacían presa de un juicio en el que rayaba la seguridad de criterio, la sonrisa, el pelo, la forma de caminar, aunque sus rasgos faciales predominaba la herencia genética de la madre, en lo demás era diferente a Don Gustavo, ya para la noche Noelia, Gustavo y el pequeño Gustavito fueron llamados a casa de Doña Micaela y Don Rodolfo al llegar vieron a su apesadumbrada hija pensativa llena de llanto la noble madre se acercó a consolar a su hija preguntándole por el pesar aunque ya lo sabía, seguramente era porque no podía superar lo que Teodomiro le hizo, a más de eso, Don Rodolfo con la mesura europea característica afín a la de su esposa habló informando que su nieta Josefina esperaba un hijo del difunto Teodomiro, lleno de cólera Don Gustavo Pozzo endilgó mil maldiciones su voz altisonante no esperaba control pese a que su suegro pedía mesura, ambos intercambiaron de palabra, el yerno furioso tomó de la mano a su hija Josefina llevándola a la carreta sin que nadie pudiera impedírselo sin despedirse profiriendo palabras soeces a los habitantes de la estancia, los dos ancianos desde la puerta miraban con desconsuelo como mansamente lo seguían al hombre energúmeno su hijo Gustavito y su esposa Noelia, al llegar a casa Josefina corrió a llorar a su habitación luego de las bofetadas sufridas ocasionadas por su padre en el camino, Gustavito la acompañó a consolarla por mandato de su madre Noelia, los esposos encerrados en la biblioteca intercambiaban gruesas y fuertes palabras hiriéndose su sensibilidad y dignidad, Don Gustavo en su desmedida cólera producto de su decepción tomaba trago repetidamente tanto así que la mitad de una botella la bebió de un solo sorbo, Noelia le reclamaba el desamor que daba a sus hijos, el esposo le dijo que había parido a dos hijas rameras, Leonor la primera se fue con un cadenero de topógrafo, ahora Josefina la segunda con un trotamundos sin historia ni linaje, ambos muertos de hambre, a más de eso ella se indignó cuando él le reprochaba de su honorabilidad al haber tenido un bastardo con Carlos Felipe Del Olmo que se encontraba perdido por algún lugar y su audacia de palabras dolorosas llegó a más dudando Don Gustavo Pozzo de la paternidad de su hijo Gustavo Adolfo, Noelia no pudo soportar escuchar y se lanzó con las uñas tratando de desfigurar el rostro del energúmeno logrando a medias su objetivo quitándosela con gritos que fueron escuchados desde las habitaciones del piso de arriba, Josefina pidió a su hermano que controle a su padres que evite una seria pelea, Gustavito estaba confundido quería a su hermana y no deseaba dejarla sola pero su madre también la quería más que a su padre, eso lo entendió desde sus primeras luces de razonamiento pese al gran cariño que le prodigaba su padre, en la biblioteca seguía el forcejeo, en un instante de cólera Noelia declaró la verdad del nacimiento de Gustavito, la ira del energúmeno pasó ser otro poco pasivo, más colérico, iba a lanzarse con todo sobre la mujer de pronto aparece Gustavito con forcejeos, el hombre al verlo con pausa confirmó lo que años atrás le minaba la duda hoy confirmada por su esposa arrimada en un rincón llena de llanto, Don Gustavo con dolor y lágrimas empujó a Gustavito diciéndole que se hiciera a un lado pues no era su hijo, eso turbó al chico, quiso seguir a su padre, su madre se lo impidió, Don Gustavo tomó un caballo cabalgando en la noche desaforadamente, muy cerca cuatro jinetes actuaban, ya los rayos del sol aparecían mostrando al alba el cuerpo colgado de Don Gustavo, unos campesinos corrieron a informarle a sus familiares, seguramente aquella pelea fue la causa de la desgracia, caminando al entierro de Don Gustavo del Pozzo su hija Josefina pensativa se sintió más culpable, Noelia de igual forma, Gustavito resignado tenía sus dudas acerca de las últimas palabras de su padre antes de salir desaforado en su cabalgadura, sus suegros resignados sintiendo que la familia se derrumbaba, un serio Luis Daniel Pérez empujaba la silla de ruedas de su esposa Andreina Buonanote junto a ellos el joven Luis, atrás de ellos el pueblo con sus intrigas y comentarios mordaces, Gumersindo y varios campesinos y vaqueros dirigían la cerreta con el féretro, unos caballos finos de paso empujaban la carreta, fue una tarde nublada en la que la nana Dulce llevaba varios ramos de flores típicas del lugar, una vida ya era la historia del pueblo.
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Andreina pensativa miraba a su hijo Luis que la pasaba la mayor parte en la ciudad se había convertido en apático niño bien y rebelde con impertinencias evidenciando su homosexualidad en privado encerrándose en su cuarto con niños pequeños de sector o con compañeros de la preparatoria afín a sus instintos y modos sexuales por eso se sentía feliz en la ciudad viviendo solo con carta abierta sin control, cuando llegaba al campo, poco cuidado tenía hacia su madre y le dejaba esa responsabilidad a la fiel nana Dulce que había sido enviada a cuidarla a casa de Luis Daniel Pérez, la angustia y la desesperanza se notaban en el rostro de Andreina viendo el proceder de su hijo y los comentarios mordaces que hacía la gente con desparpajo e hipócrita mesura de discreción, a Noelia le desfogaba su malestar, le decía que no soportaba ver juntos a su esposo con la empleada, varias quiso correrla pero su esposo se lo impedía ya a más que Clemencia la empleada cuidaba de Justin pero en la práctica la hija del doctor se estaba haciendo rebelde sin control pero ante su padre disimulaba sumisión, Clemencia le había dado un hijo al doctor Luis Daniel Pérez, era un secreto a voces que Luis Alfonso era su hijo, Andreina le confesaba a su hermana esas cosas, le pedía consejos, eran pocos, el estado de ánimo de Noelia por esos días no era el adecuado, el cambio de estación estaba en su apogeo, una noche de calor Andreina decidió salir empujando con sus manos la silla de ruedas, la ira la turbó viendo en un rincón iluminado por candiles a su esposo jugando con el pequeño Luis Alfonso a su lado la empleada contemplando alegre la escena, Andreina con rabia llamó a su esposo, tuvieron una riña en su cuarto, a la mañana de lunes el doctor iba en su auto a la ciudad ahora solo sin su esposa, en la tarde Don Rodolfo Buonanote se enteraba de que su hija horas antes había caído asombrosamente de las escaleras, tal fue el impacto que estuvo postrada en cama, la familia nuevamente asimilaba la desgracia, Andreina agonizaba pese a los esfuerzos del doctor por mantenerle en vida, Luis llegó como loco de la ciudad a ver el cuerpo desfallecido de su madre en cama, llegó el cura, la moribunda iba a confesarse y pidió quedarse a solas con el cura y su hijo, pidió perdón por sus pecados, balbuceando palabras cortas poco inteligibles, hizo esfuerzos, le confesó a su hijo Luis que Guillermo no era su padre biológico, su verdadero padre era aquel campesino que vivía en monte palomar, pronunció aquel nombre entrecortadamente con voz baja poco audible al cura, Luis asombrado hizo pausa, emitió un fuerte grito, asociaba lo que había visto hace semanas, la agitación del pecho de la moribunda no permitió articular más palabras, Luis ya había escuchado suficiente, su origen era otro como otro era su mundo, un mundo que su madre trató que fuera de real linaje, contuvo su furia y desesperación rogándole a su madre que ya no articule palabra, el cura la absolvió con su ritual de oleos, el silencio se apoderó del lugar, horas después Andreina moría en brazos de su hijo Luis, el grito desgarrador hizo que la familia y allegados se acerquen rodeando la cama presenciando a un Luis devastado por la pena, angustia y dolor, su mirada acusadora y firme era dirigida al doctor Pérez, los corrillos de noticias llegaron a la radio y prensa, Guillermo lamentó el hecho, por días estuvo apesadumbrado sin probar bocado, solo Pedro Artemio lo consolaba con sus travesuras inquietas, no quiso ir al velorio, para qué, se decía, lo pasado, pasado, ahora tenía una nueva vida, un nuevo compromiso con aquel niño del lugar, al enterarse de la noticia el campesino exclamó un gran grito, la vida se cobraba otra angustia y dolor, hasta cuando decía él, hasta cuando, ahora había perdido al amor de su vida, solo le quedaba su hijo: Luis, si, Luis, era su hijo, Andreina se lo había dicho, estaba seguro, pero cómo decírselo, cómo se lo creería, su angustia crecía, se resignó al hecho y se preguntó cómo estaría junto a su hijo, solo así sería feliz, aquella mañana soleada a finales del mes de medio año del 1941, esos mismos caballos ahora llevaban una carreta con un féretro con cuerpo femenino bien maquillado rodeado de flores del lugar, la gente acongojada despedía a la hija de uno de los hombres más respetados del pueblo, la ancianidad hacia mella en los rostros de Don Rodolfo y Doña Micaela caminando pausadamente detrás de la carreta, un Luis inconsolable abrazado junto a la nana Dulce se preguntaba por la ausencia su padre en este acto de piedad cristiana, Guillermo junto a Aparicio llevaban no solo las palas sino también dolor en sus cuerpos y almas, ellos fueron los últimos en retirarse del cementerio después de enterrarla, el fuerte sol del ocaso de ese día en aquel año de las angustias quedaría clavado en la mente y corazones de todos.
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El cuadro que se podría ver era simplemente increíble y alucinante; se trataba de un hombre de sesenta y dos años, nacido en 1879 y un humilde infante de solamente ocho años, nacido en 1933, dejándose llevar por los placeres carnales y disfrutando a más no poder del sentir sexual de sus cuerpos, aquel adulto llamado Fulgencio, un hombre prestante ante quienes lo conocen y ante quienes hacen negocios, mostraba una figura de hombre exitoso intachable en su conducta, este hombre no paraba de elogiar y halagar a ese humilde niño de nombre Fausto hijo del jardinero venido del interior del país de la canela, de aquel sector rural indígena que fue sometido desde la colonia ibérica hasta aquellos días, los laureles de la independencia en su reivindicación ciudadana no llegaron a los de su raza, tocaba de trabajar siendo explotados y vilipendiados, ese hombre rico se jactaba de su poder económico e influencia social diciéndole al tierno nene lo lindo que era en los encuentros en el jardín cuando estaba solo ayudándole a su padre que se encontraba a distancia del lugar cuando eso ocurría, desde ese primer momento su fijación era absoluta al niño, y ya al tener una mayor confianza, fue cuando le entregaba al disimulo algún billete de baja denominación, aprovechaba y allí le manifestaba lo hermoso de su culito con gestos insinuantes y toda otra gama de adjetivos calificativos que de su boca que salía al tener cerca a ese precioso niño, su comentario lo complementaba con acciones de toques y manoseos sutiles por los penes vestidos, lo que hacía ruborizar la timidez elocuente del precioso niño, era allí que Fulgencio daba cuenta de la inocencia del pequeño indígena venido del interior del campo, se sentía su iniciador ya que así se aprovechaba de una que otra vez hacía que le tomaba la manito para que le roce el pene y habían ocasiones cuando el niño entraba a la gran oficina en la que Fulgencio se bajaba la cremallera y al mostrarle el pene erecto se lo hacía pasar con la manito cuando el niño aseaba el piso, ya uno puede imaginarse lo que produce ello en un tierno infante, aquel pequeño estaba extasiado de tantos elogios y halagos así como de aquellos manoseos que al final tenían un premio económico por los tocamientos que daba y recibía, cada vez el acercamiento era más definido, todo esto, en ocasiones en que estaba solo sin la compañía de familiares, el pequeño Fausto se sentía querido, amado, adorado por aquel hombre atento al que cariñosamente le decía amito patrón, los mimos eran muy seguidos al encontrarse cada vez en el jardín, el niño poco a poco se fue acostumbrando que en cada encuentro tendría su premio en dinero, a veces monedas de alta denominación, en otras ocasiones billetes de muy baja denominación, ese nene carente de amor de sus padres en su humilde casa era olvidado ante el trabajo rústico de sus humildes padres y de vez en cuando que podía iba con su padre con mucho gusto y confianza a esa mansión en la que gracias a Fulgencio era bien recibido convirtiéndose en muchos de los casos en sirviente de Mateo y Nicolás, los niños del lugar, a partir de aquellos momentos a solas con Fulgencio su amo patrón es que fue incrementándose la confianza, los toques y roces íntimos que al principio a sus cinco años cuando lo conoció por vez primera, se fueron convirtiendo en lo que se convertiría en la inquietud de su primer gran encuentro en la intimidad, el niño y su padre trabajaban en aquellas semanas en el jardín y cuidaba servilmente a los hijos de ese hombre rico, muchas veces el niño era visto jugar descalzo por ese amplio jardín de la gran mansión Arichabala como se le designaba a esa prestante familia capitalina, esos pies gruesos y toscos de forma con dedos regordetes le llamaba la atención a Fulgencio así como ese respirar infantil con exhalación salida de esos labios carnudos, ese movimiento de pelo lacio negro que se movía al viento, ese agite de mejillas dibujadas en ese rostro de luna cuyas cejas bien definidas hacían una completa hermosa combinación con los ojos negros, Fulgencio desde su oficina veía solo al nene jugando tras patear un balón, llevaba puesto un short ajustado a su culito de niño hermoso, sus deditos recorrían la frente sacándose el sudor sentándose a piernas abiertas, Fulgencio estaba solo en la gran casona, miraba con mucha fijación los movimientos del pequeño Fausto, sentado lo contemplaba con un vaso de whisky a la mano pasándolo suavemente por su garganta, estaba estimulado, pensaba que era el momento de ir más allá con el pequeño, Fausto iba a la gran casona para repetir esos encuentros sexuales, los que, por el momento, solo llegaban hasta toqueteos, manoseos y lamidas, aunque ya Fulgencio creía que ambos evidentemente intuían que todo ello se iría incrementando, sonrió sin dejar de ver al nene tomándose un sorbo de trago, se vio cómo se ponía erecto su pene vestido y comenzó a manosearlo, para no despertar sospechas, Fulgencio trataba que esos encuentros cuasi sexuales, sean breves, aunque Fulgencio quería avanzar mucho más allá, hasta que ahora en ese momento Fulgencio consideraba que se dio la situación que le permita allanar el camino, ya que, en esta ocasión, salió al jardín y conversando con el padre del pequeño Fausto, le comentó lo buen chico y lo servicial que era, ya que solía ayudarlo, por ejemplo, con el acarreo de sus compras, limpieza y cuidado de sus hijo, entre otras cosas que hizo que el humilde y recio campesino dirija su mirada a su único hijo que jugaba distante con el balón saliéndole una expresión de satisfacción y agrado ante las palabras del patrón, más cuando escuchó de labios del prestante hombre que su salario se aumentaba un cuarto más de su sueldo, muy agradecido le hizo una venia al amo patrón, el humilde indígena le estaba la mano con fuerza en señal de alegría y agradecimiento, le manifestaba que si deseaba que Fausto tuviese más cosas que hacer, se lo manda enseguida a decir que con gusto lo pondría a sus órdenes a su único hijo, Fulgencio asintió comprobando que había sometido la voluntad del humilde criado indígena, pese a que el prestante hombre le dijo que no deseaba que fuese una molestia abusar de la ayuda del tierno niño a lo que con énfasis y convicción autoritaria el criado se ratificó en l dicho en que el niño quedaba a entera disposición del amo patrón para lo que fuese necesario a cualquier hora y en cualquier lugar, Fulgencio puso de nuevo hincapié en referirse al tierno Fausto que un chico muy educado, muy amable, con muy buenos modales, lo felicitó diciéndole además de que cría muy bien a sus hijos, era indudable que Fulgencio era muy astuto y que sabía perfectamente la manera de llevar adelante sus propósitos, por lo que se daba que aquello no era más que una especie de permiso intrínseco, para que se ampliara el campo de encuentros sexuales y por supuesto esto lo hacía Fulgencio para que se dieran de manera cada vez más intensa, todo esto cuando estarían a solas, a partir de aquella conversación con el padre de Fausto, Fulgencio Arichabala y el niño se dejaban llevar por alucinantes instintos sexuales que ya Fulgencio iba cultivando en Fausto de a poco, ya que, a los manoseos, toqueteos y lamidas, el amo patrón le había hecho un roce de su pene por vez primera en medio de la masa glútea vestida cuando lo llevaba a abrazarle por detrás sentándolo sobre su entrepierna, sin penetrarle y a modo de una masturbación iba logrando sus propósitos carnales de a poco en poco, así cuando lo tenía lo sentía suyo, luego lo alejaba, lo dejaba ir tras cerrar la puerta y de esa forma Fulgencio a solas eyaculaba a borbotones sobre el piso pensando en ese culito infantil, de a poco lo iba logrando el superar su recelo delante del nene, ocurrió aquella tarde en que estando en la oficina a solas los dos conversaban debido a que Fausto mostraba tristeza, Fulgencio supo que se debía porque su mamá estaba muy enferma con su parto, le acarició el rostro al pequeño, le mostró confianza a través de intensos mimos y caricias, el roce de sus manos pasaban por los brazos de Fausto, vio que en algo sonreía cuando sacó de su bolsillo una moneda de alta nominación y se la dio, el dedo recorrió las mejillas, tragó saliva mientras se miraban a los ojos, la mano de Fulgencio guió la mirada del niño hacia su cremallera, vio su deslizamiento, le mostró por vez primera el pene, sin decir más, lo dobló sobre la mesa lujosa de caoba y le bajó el short, el no daba cuenta de lo que el pene de Fulgencio le estaba haciendo con el roce en su culito, solo sentía ese deslizamiento del pene en sus nalgas, tiempo después Fausto sentía en su espalda el deslizamiento del poco semen salido del glande de Fulgencio, esa fue la primera vez de aquella tarde del último viernes de marzo de 1941, cómo olvidar, si para Fausto fue grato de haber sido invitado por parte de Fulgencio a beber y comer en la fuente de sodas próxima a la gran casona con su padre; Fulgencio se aprovechó de esa invitación para decirle al padre de Fusto para que al día siguiente le acompañe a la casa de campo para hacer unos arreglos pues semanas después tendría una fiesta con prestantes invitados, el apesadumbrado sirviente lamentaba no poder ayudarle pues llevaría a su esposa al hospital pues tenía problemas de parto su esposa, Fulgencio escuchaba el mismo relato dicho por Fausto, pero el humilde sirviente indígena le dijo al amo patrón que si deseaba su hijo Fausto le podría ayudar en algo compensando su usencia para que lo reemplace, Fulgencio miró al niño, sonrió, asintió y le dio una palmada en el hombro, Fausto aceptaba con gusto de ir a conocer y ayudar, al día siguiente unos tiernos ojos miraban arrimado desde la puerta de casa humilde la llegada de una camioneta, había quedado allí esperando a su amo patrón, su madre se había agravado, su padre había corrido con ayuda de vecinos para llevarla al hospital, Fulgencio le subió a la cabina, iba sólo de copiloto, los dos enrumbaron hacia la casa de campo, durante el camino iba enterándose del estado de salud de la señora de boca del nene, hizo un alto para bajarse a orinar, a propósito desde el lugar donde orinaba se dejaba ver el pene, durante el trayecto no se hicieron esperar los manoseos a las piernas y brazos, se notaba la piel de gallina que se la hacía al nene, llegaron a un restaurante del pueblo donde se maravillaba viéndole comer, al llegar, Fausto notaba que no había gente al recibirles, no hizo preguntas, se limitó a realizar tareas de traslado de cosas, el amo patrón simplemente sentado lo miraba hacer, Fulgencio notaba el ocaso, la lluvia era fuerte con tormenta y rayos lo que hizo inquietar al pequeño, prendieron los candiles, Fulgencio se puso a cocinar, Fausto le ayudaba, le dijo que pasarían la noche y que a primera hora estarían en la capital, el nene asintió, tiempo después de comer ante el fuego escuchaban la radio de transistores que emitía música de moda, al nene le gustaba, vio que le hizo señas, tomó un candil ayudándole a dar luz al caminar de Fulgencio, llegaron a una tina bañera, vio que se llenaba a cubetas de agua, de pronto Fulgencio se desnudaba ante los ojos del nene, tranquilo, le decía, somos hombres y nos conocemos las partes, no tengas pena, le ayudó a quitarse la humilde ropa, Fulgencio fue el primero en entrar a la tina, luego con pausa y lentamente entraba Fausto, así, ambos cuerpos desnudos estaban en la tina, Fausto mostraba la extrañeza, la luz del candil mostraba ambos cuerpos desnudos, las manos de Fulgencio rozaban ese cuerpo hermoso infantil, miraba los pies salidos del agua, vinieron las cosquillas para entrar en confianza con el niño, entrelazaron los dedos alzando los brazos, se notaba el contraste de pieles y estaturas, le dijo que así había soñado estar con él, que así deseaba tenerlo, mutuamente se enjabonaron, se vieron los penes, el de Fulgencio más erecto que el de Fausto pues aún había recelo en él, lo acostó sobre su cuerpo adulto, por vez primera unieron sus cuerpos desnudos, sus pechos, lentamente lo llevó a sus labios y se dieron el primer apasionado beso, sintieron el roce de sus penes, luego de besarle se notaba su sonrisa, era un propicio momento para estar solos, los besos en la tina fueron por mucho tiempo, ahora la espalda del nene estaba sobre el pecho de Fulgencio, podía oler su pelo lacio húmedo, era delicioso sentir el deslizamiento de su pene en esa rayita del culito, Fausto vio que su penecito era estirado por los dedos de Fulgencio haciéndole poner erecto, sentía el pene en su culito que le rozaba esa erección, luego lentamente salieron de la tina, se secaron, viéndose sus cuerpos desnudos, le insistía al nene que no tuviese recelo, que eran iguales, no había el por qué tener vergüenza, lo que sí le pedía que no dijese nada a su padre de lo que hacían como jueguito, que era su secreto, si decía algo, le iría mal a los dos y lo dejaría de querer, el niño inocentemente aseguró que nada de lo que jugarían lo sabría alguien, que todo quedaría en secreto, el nene estaba pasándose la toalla en su cuerpo desnudo viendo a Fulgencio sentado en el extremo de la cama donde le indicaba que iban a dormir los dos, el pene estaba a toda su vista, así agitándolo le pregunta “¿Lo quieres chupar? ¿Entiendes cómo se lo chupa? Le preguntaba mientras se masturbaba suavemente y antes de que le responda, volvió a decirle: “Primero le pasas la lengua y después la chupas como si fuera un helado, cuidando de no morder, porque duele” Fausto estaba extrañado viendo ese pene grueso venoso con pelos canosos, era la primera vez que había tenido ante él entre sus manitos el pene de un hombre como Fulgencio, le gustaba y mucho en secreto porque no lo tenía muy corta y era más bien sebosa, además de algo depilada, porque a él le gustaba tenerla así, si bien fue su primera mamada, no fue del todo placenteras, a juzgar por las expresiones de Fulgencio, Fausto aprendía muy rápido y a esa edad, se desarrollaba su metamorfosis convirtiéndose en a futuro en todo un experto “chupa penes”; en minutos Fulgencio le enseñaba que era tan bueno mamando que hasta empezaba a tragarle semen y a exprimir hasta la última gota, era la primera vez que eyaculaban en su carita, era el primer semen de un hombre en sus labios carnudos, pero a Fulgencio, lo que realmente lo enloquecía en esa noche sería el culito de Fausto, así transcurrían aquellos minutos de sexo desenfrenado entre un hombre prestante y un nene humilde, hasta que dado el momento luego del descanso de ese sexo oral primerizo, ocurrió algo que superó todo aquello, que se bien ambos disfrutaban a su manera, descubrían sus cuerpos por vez primera a plenitud sin interrupciones, y vaya si lo hacían, de aquellos momentos de sus encuentros sexuales en esa noche, se trataba sola y únicamente de ello, es decir sexo y solo sexo, hasta que, en esa noche del último sábado de marzo de 1941 y mientras estaban desnudos y en la cama, Fulgencio le enseñaba a dejarse llevar por el placer, así, Fausto a petición de Fulgencio le dio el primer beso en el trasero, un beso forzado, algo apasionado, un beso de amor por el pene y testículo también, un beso que hizo que Fulgencio se estremeciera por completo, que se le diera vuelta la cabeza, que lo volara, al punto tal que, después de un instante en el cual se quedó completamente impávido, reaccionó y mirándome a los ojos, exclamó: “¿Quieres ser mío esta noche y para siempre?”, Fausto no sabía qué responder, así que volvieron a besarse una y otra vez, hasta que Fulgencio, mirándolo fijamente a los ojos, le pregunta: “¿Me queréis?” el niño asiente, Fulgencio le responde de su parte que “¡Claro que yo a ti te quiero mi amor! ¡Te quiero muchísimo! ¡Te amo!”, “¿Quieres que siempre te cuide y te proteja?” – Volvió a preguntarle con una mezcla seguridad y autoritarismo al pequeño, a lo que Fausto asentía de nuevo mostrando interés en su de picardía e inocencia, Fulgencio le dijo que todo tendrá que ser un secreto entre ellos; nadie se tiene que enterar, le pregunto susurrándole al oído, “¿Sabes coger? El niño negó con su carita, ¿Te la sabes meter doblándotela hacia adentro del culito? esto muy sonriente le preguntaba al niño mientras éste tenía el pene en la manito y sonreía tímidamente sin poder contestar tamaña inquietud por desconocimiento, el pequeño Fausto tenía sentimientos encontrados entre el temor ante el autoritarismo y el recelo con vergüenza, Fulgencio le dijo que “Me muero de ganas de metértelo en ese culito tan hermoso que tienes” le decía eso mientras le acariciaba sobándole el traserito, además exclamó diciéndole al pequeño ¿Alguien te dijo que tienes un culito hermoso? Fausto tímidamente lo negaba con la carita muy cabizbajo, la veracidad de su respuesta se sustentaba debido a que el amo patrón era el primer hombre que acariciaba su culito, Fulgencio le dijo además que tenía un penecito muy lindo y muy suave, Fulgencio ya en estado de mucha complacencia, seguridad y confianza mostrada en el rostro del pequeño le dijo sonriente que repitiese con él: ¡Métemela!… y Fausto le seguía diciendo “¡Métemela!, ¡Cógeme!… ¡Cógeme!, ¡Por favor!… ¡Por favor!, ¡Cógeme!”… ¡Cógeme!” y así lo repitieron varias veces y eso a Fulgencio le gustó la obediencia de Fausto, le acarició el pelo y lo abrazó felicitándole, de nuevo le pidió que repita junto con él; Métemela!… “¡Métemela!, ¡Cógeme!… ¡Cógeme!, ¡Por favor!… ¡Por favor!, ¡Cógeme!”… ¡Cógeme!” rieron mucho al decir esas expresiones, luego sin volver a pronunciar palabra alguna, Fulgencio fue en busca de un pote de crema y se untó primero las manos, después su pene, para luego llenar de crema todo el culito de Fausto metiéndole un dedo que entraba con dificultad en ese anito virgen, así siguió introduciéndole lentamente un dedo, el cual penetró el ano y Fausto se iba quejando, hizo lo propio con dos dedos y en este último caso ya se escuchaban fuertes gemidos salidos de la boca de Fausto en señal de dolor muy fruncido estando encorvado en la amplia cama a orden de Fulgencio que le decía que ya dejaba de estar apretadito ese lindo hoyito que tenía, que estaba listo para el combate, el nene resollaba, ver ese cuerpito desnudo encorvado en la cama era un placer para Fulgencio que estando en pie se agitaba e pene, el nene de reojo le miraba, la lumbre, el sonido nocturno del lugar era delicioso para la intimidad que ambos cuerpos desnudos se rozaban pues Fulgencio le rozaba le pene a la entrada del ano lubricado por crema, ese sonido era propio para la intimidad pero a su vez muy placentero para Fulgencio pues su intención era comerse ese anito virgen, era ahora, al amanecer Fausto debería ser otra persona, pensó, la intención de Fulgencio entonces era, obviamente, que el niño no sintiese dolor alguno, tarea muy difícil, pero intención piadosa al fin y al cabo, así que le explicó susurrándole al oído que, si deseaba que e lo meta, él estaba estático, sin respuesta, adolorido por el efecto de los dedos en el anito, Fulgencio insistió diciéndole tiernamente, que, al principio, le dolería un poquito, pero que, después, eso sería algo que no olvidaría por el resto de su vida, para ese momento de dolor en Fausto no cabía entender esa frase, estaba atento a sentir ya su dilatado ano, así, ya con su orificio anal bien dilatado se preocupaba de esos latidos en las paredes anales infantiles, Fulgencio le acariciaba para relajarle, comenzó el primer intento por penetrarle, su pene estaba con el puntero glande en la entrada del ano, al solo deslizarlo unos milímetros, la boca de Fausto se amplió con gemidos y bufaba mucho al punto de querer llorar suplicante que le anunciaba su dolor en su culito, Fulgencio le besaba a lo loco la espalda y las piernas, así le arqueó por completo su cuerpo en el filo de la cama, abrió el anito, el pene le rozaba entre la separación de las nalgas o glúteos, le decía al nene: ¿Te gusta así?.. ¿eh?.. ¡dime!.. ¿te gusta? en eso que el nene relajado sólo suspiraba, pero Fulgencio ordenaba que dijera el sí y a fuerza de la boca del nene salía ese tan anhelado “sí” que Fulgencio deseaba escuchar, ahora el pene seguía rozándole con crema el humedecido culito y así era que mientras le rozaba el pene Fulgencio le decía al nene Fausto que repitiese con él ¡Métemela!… “¡Métemela!, ¡Cógeme!… ¡Cógeme!, y así siguieron al principio, hasta que empezó a sentir su pene en la entrada del ano, Fausto gemía y ya no repetía las frases de Fulgencio pues sentía ese pene grueso entrando en su ano, al principio con mucha dificultad pues trataba de desvirgarle, el pecho velludo de Fulgencio el amo patrón blanco se acoplaba a la espalda de Fausto el infante descendiente de indígenas, las manos se entrelazaban, Fulgencio estaba penetrándole, poquito a poquito, milímetro a milímetro, se estaba dando la metamorfosis en el pequeño Fausto, se estaba comiendo ese potito, ese coquito delicioso, ¡Ah! se decía Fulgencio entre sí, lo estaba siendo suyo, cada vez los gritos se hacían más desgarradores en el nene, el pene entraba un poquito y salía, le decía en un alto que lo estaba haciendo con amor, más crema en el culito y más crema en el glande, así que de nuevo entraba un poquito, las manos entrelazadas con fuerza, el cuerpo de Fulgencio sobre el de Fausto, los gemidos, los jadeos, las suplicas, los pujes, todo, todo eso combinado, Fulgencio y Fausto al unísono sentían y sentían, le decía que ya casi que ya casi, pero el pene hacía lo suyo, sintió el esfínter, un empujón, un grito desgarrador, mordía las sábanas, saliva saliendo de su boca, lloraba a más no poder, ahora sí, con fuerza de cadera adentro, más, sí, ya lo sentía, ya lo sentía Fulgencio, ya sentía las entrañas tibias del niño Fausto, otro empujón más lo que provocó un grito más desgarrador, hasta que lo tuvo todo metido bien adentro, de un empujón de cadera más se había formado aquella metamorfosis en fausto que ya no sería el mismo niño de segundos antes, era una locura total para Fulgencio, reía aun teniéndole el pene metido dentro del culito de Fausto, con tan pocos añitos de edad, Fausto ya había perdido su virginidad, a manos de un hombre poderoso, su amo patrón, lentamente le fue sacando el pene, la lumbre mostraba a Fulgencio sentado en el extremo de la cama junto al encorvado y estático cuerpo de Fausto que no atinaba a razonar lo que le había pasado, la lumbre mostraba el tronco de pene ensangrentado con restos de excremento, irónico le decía al niño que había comido muchos frejoles ese día, le pasó las manos en la espalda y glúteos diciéndole que ya le pertenecía, el niño no paraba de llorar y decir que le dolía mucho el potito, Fulgencio sonrió y se puso en pie tomando un recipiente con agua lavándose el pene, a dificultad le hizo al niño que se siente y luego con dificultad lo puso en pie, se vio el rastro de mancha de sangre con excremento en la sábana de esa amplia cama, delicadamente le curó el traserito y se volvieron a acostar de perfil cubriéndose con las sábanas, ya para ese momento Fausto había dejado de llorar, pero tiritaba de nervios a lo que Fulgencio apaciguaba acariciándole y besándole el rostro, le dijo lo maravillosamente bien portado que era, que se sentía orgulloso de él y se lo había visto algo parecido a lo que habían hecho en alguna parte, tras un breve silencio Fausto decía que lo escuchaba y había visto de sus padres en aquellas noches en que se despertaba cuando borracho llegaba su padre y desnudaba a su madre haciéndole lo mismo que le hizo Fulgencio, ante esas declaraciones, Fulgencio le dijo que eso era amor, amor, pero secreto, así que él lo quería mucho más esta noche, Fausto suspiró convencido, en parte, aunque el dolor aún continuaba no tan intenso, pero seguía sintiendo ese latido, al cabo de un rato se puso en pie con dificultad, Fulgencio fue en su ayuda, tomándole de la mano como si fuese una princesita caminaba en dirección al inodoro, allí lo sentó, le vio pujar, fruncir su carita, le vio morder sus labios carnudos, sus manitos estaban apoyadas en las rodillas de esas maravillosas piernitas, su atención era a los pies del niño que pujaba y pujaba al sentir dolor más fruncía el rostro, la línea de la bacinilla definía las nalgas de ese precioso culito sostenido al borde, se puso en pie con dificultad, detrás dejaba una bacinilla con restos de orina con excremento sanguinolento, le vio con extrañeza, Fulgencio le abrazó, le dijo que no se preocupe que eso era así, el resultado del jueguito dl que ahora su cuerpito le pertenecía, ambos miraban esos restos fecales, Fausto sentía latir su culito cuando unieron los rostros y escuchaba decir a Fulgencio que en cada ve que puje al defecar siempre recuerde este momento y que al puar también siempre recuerde su pene, ese pene que ahora es suyo, de esa manera al hablarle el niño fió en su mente aquello que lo llevaría hasta el último día de su vida, Fulgencio lo llevó abrazado a la cama, así en lo que estaban acostaditos lo colmaba de besos diciéndole frase emotivas, y le volvía a repetir que nunca olvide ese momento, esa noche, ese lugar, donde se le había entregado, donde era su primer culión, su primer hombre y el único, le dijo para seguir jugando a lo de antes pero el niño le convenció que no pues aún le dolía el potito refiriéndose así a su traserito, así que le hizo sentar y que le tome el pene en sus manitos, le dijo que ahora iba a probar de su culito desvirgado, Fausto abrió la boca y se metió el pene lamiéndole desde los huevos hasta la punta del glande, el excitado Fulgencio gozaba viendo cómo esos labios carnudos delimitaban sus líneas al pase del tronco del pene, de pronto lo sacó, l agitó y el rostro de Fausto recibió el semen, lo apretó del glande y ese resto de gotas lo pasó por los labios, le dijo que probase esa leche de macho, la lengua recorría los labios, probaba por vez primera ese líquido, lentamente le acostó al niño acostándose sobre él colmándole d besos, le decía que él siempre será su lechita tibia llena de amor, tuvo dificultad en dormir el pequeño, no así Fulgencio que roncaba, la luz de luna mostraba los pasitos que daba esos pies formados, se definían las líneas de ese cuerpo desnudo en la penumbra, caminó por el corredor, hubo un lugar en el que vio el cielo estrellado de aquella noche especial, se sentó a llorar desconsoladamente, así estuvo un rato pensativo, el motivo, su madre, estaba muy enferma, había escuchado la gravedad de su salud, se preguntaba cómo estaría ahora, el ambiente nocturno le hizo regresar, se rascaba el traserito metiéndose el dedo medio de la mano entre la separación de los glúteos, vio que ya no salía sangre pero lo olía intensamente, caminó por los alrededores, suspiró, de pronto, le vino un susto en el que casi grita al sentir una mano sobre su hombro pero se contuvo al escuchar esa voz familiar de Fulgencio preguntándole el motivo de estar allí, Fausto simplemente se puso cabizbajo y se dejó llevar de a mano de su amo patrón ahora sí en total plenitud de forma y fondo, caminaron por el lugar, la luz de luna bajo cielo estrellado mostraba la silueta en el caminar de esos dos cuerpos desnudos, diferenciados por sus edades y estaturas físicas y sociales económicas, extrañado Fausto vio que no iban al interior de la casa de campo sino a esa casita garaje, Fulgencio abrió las puertas de par en par, se notaba más luz al hacerlo, recorrieron el lúgubre lugar hasta ponerse delante de la camioneta que los había traído allí, abrió la puerta, Fulgencio sacó de un compartimiento una crema que se la puso en el pene, ahora lo encorvaba al niño sobre el asiento alto abriéndole el cuito y metiéndole con el dedo medio de su mano bien adentro, la expresión de Fausto era de incomodidad y resignación, con una manos lo sujetó relajándole sobre la espalda y poniéndole de cara en el asiento así encorvado, le dijo que se estuviera quieto, que aguante, así que, el pene entró lento pero seguro en ese anito, el niño pujaba y bufaba y volvía a llorar, sentía el dolor pero no tanto como antes, se podía apreciar la llegada del alba, los gallos cantaban mientras Fausto recibía las embestidas del meter y sacar del pene en su potito, ambos gemían, ambos pujaban, ambos respiraban hondo, Fausto resignado sentía su cuerpo de movimiento hacia adelante y hacia atrás como lo hacía con el cuerpo de su iniciador, el vehículo se movía mucho que se escuchaba el chirriar, el pene entraba y salía por ese culito, la cara de Fulgencio se posaba sobre el cuello del pequeño, se detuvo, sacó el pene, lo agitó, le hizo dar vuelta al nene, ahora de espaldas acostado al asiento del camioneta ponía sus talones en los hombros de Fulgencio que repetidamente también besaba los pies y los muslos del pequeño, lo acopló bien abriéndole de piernas y mostrándose su culito a plenitud que le puso más crema, le dijo que mire, era que el pene entraba en su culito por debajo de su penecito lampiño, vio y sintió ese pene, casi unieron sus pechos, lo tenía de pies a hombros, la cadera se movía para adelante y para atrás haciendo mover de nuevo a la camioneta, Fausto bufaba más, era porque así el pene de Fulgencio entraba más, las manitos de Fausto se aferraban a los brazos de Fulgencio que lo tenían sostenido, salía salva de su boca, bufaba y jadeaba, le decía que ahora sentiría como se empreña a una hembra, sin definir eso Fausto escuchaba resignado frunciendo su rostro infantil, paradójicamente ya le estaba en algo gustado aquel jueguito con su amo y patrón, hasta que de pronto sintió que se detuvo y sintió dentro un líquido que por vez primera entraba en sus entrañas, era d elo que le había dicho antes, unieron ambos rostros, Fausto quiso moverse pero Fulgencio le detuvo, deseaba que sintiese su pene en su culito, ambos respiraban hondo, Fausto mostraba su incomodidad en su rostro hasta que despacio Fulgencio fue sacando su pene de ese maravilloso culito, fueron al cuarto, se limpiaron sus partes íntimas, al mediodía antes de partir Fulgencio no paraba de cogerle y ante cada embestida, le decía que le quería, que le amaba, que era el chico más lindo del mundo, el más lindo de todos los que él había tenido, que su precioso y hermoso hoyito no tenía comparación alguna y que jamás se olvidaría de él, por haber sido quien le penetró por primera vez, quien le había desvirgado esa noche inolvidable del último sábado de marzo de 1941.
… FINAL DEL CUADRAGÉSIMO NOVENO EPISODIO
Me gustan tus relatos amigo sigue contando mas saludos amigo… 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉