METAMORFOSIS 67
Bruces.
El hombre adulto se adentraba en el monte, había seguido desde hace un buen rato a ese par de muchachos adentrándose en el monte, sus piernas no lo hacían tan ágil en su caminar pero con ansiedad lograba seguirlos, las aguas del rio se escuchaban en el golpe que daban a las rocas, las lluvias habían incrementado su caudal, los rayos del sol se infiltraba entre la hojarasca de los árboles, todo era verdor a su paso producto de la caída de las últimas lluvias torrenciales, los muchachos llegaron al sitio convenido, de inmediato se sacaron toda la ropa y desnudos se lanzaron por la orilla, se lanzaban agua, el anciano había recién llegado, los vio que se abrazaban y se manoseaban las espaldas, caderas, cinturas, cuellos, y genitales, salieron de las turbias aguas a la orilla y se acostaron sobre la arena de cara al sol, los penes erectos eran manoseados por el desliz de sus manos, se miraban el tamaño, el uno de doce años mientras que el otro era de más de veinte años, el más pequeño de los muchachos se acercó a ver con detenimiento el pene luego abriendo la boca se lo metía y lo mamaba con pausa pero firmeza, el muchacho grande también hizo lo mismo en mamarle el pene, el muchacho pequeño lentamente se fue acostando sobre el cuerpo de su amigo, alzaba y bajaba las caderas, el otro le agarraba los glúteos, alzaba y bajaba el pene frotándoselo con el otro, el muchacho más grande dio giros con su cuerpo llevándoselo sobre la arena a ponerlo boca abajo, el muchacho grande acostado encima del pequeño alzaba su pene y lo bajaba rozando sobre la piel de los glúteos, el tiempo transcurría, el anciano miraba hacia los rayos de sol, ya era casi media mañana, volvió a verlos, el muchacho grande metía su cara entre los glúteos del pequeño hociqueaba como porcino, al pequeño le gustaba dando rienda suelta a sus risas fuertes, de pronto el pene del grande entró en el trasero se acostó de mejor manera alzando y bajando las caderas haciéndolas también a los lados, gemían abriendo bien la boca con los ojos en cambio cerrados, el anciano ya en muchas ocasiones los había visto hacer eso, el muchacho grande quedó tieso dejando el semen dentro del ano, sacó el pene agitando con los dedos aquellos restos de semen impregnados en la piel del pene, el muchacho grande se acostaba y el pequeño le tocaba de meter el pene en el ano, luego iban al agua y allí se daban de besos, el anciano reía irónicamente, ya los tenía identificados a aquellos muchachos en su viaje al pueblo, se alejó del apartado lugar pensativo de lo que había visto, ya le había contado de lo sucedido a su mujer dándole estupor por aquellas acciones, ella le aconsejaba que era peligroso eso de verlos, podría ocurrirle algo malo, el hombre rascarrabias se mofaba, a fin de cuentas los dos adultos mayores vivían solos en el rancho.
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Un médico y una enfermera se daban prisa por los corredores del hospital de la ciudad, los tiempos habían cambiado, la atención mejorable, no así era compatible con la gravedad de la enfermedad de Micaela que yacía en una cama tosiendo sin cesar, en le pasillo su angustiado marido Rodolfo Buonanote sentado y la nana Dulce caminando en círculos, Noelia sentada ne le extremo del pasillo, de pronto, la noticia, le quedaban pocas horas de vida, el mundo pareció caerse a Rodolfo viendo el techo, Noelia desconsolada, nana Dulce fue a abrazarla, entraron a la habitación, apenas abriendo los ojos, la respiración asistida, entrecortadas palabras salían con dificultad, Noelia se acercó y como pudo su madre le dio la bendición, una mano de ella fue para su esposo y la otra para nana Dulce, quiso apretarlas más, pero no pudo, una leve sonrisa y luego su rostro serio, sus ojos cerrados, su último aliento, Micaela muy lejos de su país natal desfallecía sin vida, Noelia la abrazó llorando fuertemente como una niña, Rodolfo mordiendo el puño de sus manos, el llanto del anciano fue revelador, la quiso a su estilo, tiempo después una adornada carroza fúnebre tirada por blancos caballos de paso de la estancia Buonanote tiraban el cuerpo inerte de la matrona de los Buonanote como se le conocía a Micaela por su prestancia, detrás los inconsolables familiares encabezados por el patriarca, de entre la multitud Amacilia lloraba desconsoladamente abrazada junto a su marido que guardaba una seriedad poniendo fija la mirada en el patrón, le tenía una indescifrable inquina, quizá por ser el campesino de carácter rascarrabias, los nietos y un grupo de chiquillos iban con flores encabezando la caminata al cementerio, personalidades de comercio de la capital vinieron a solidarizarse con Rodolfo, Lucrecia y su esposo junto a su hijo estaban visiblemente expuestos viendo pasar la carroza, Luis les mostró una mirada gélida llena de rencor que Lucrecia no se dio por enterada pero si el hombre que estaba a su lado poniéndose cabizbajo, Luis apretó el ramo que llevaba, a su lado estaba su primo Gustavito que lloraba sin consuelo, su madre se acercó a abrazarlo, Josefina junto al hombre de negro caminaba con su hijo Gustavo Andrés Teodomiro, que en una de sus manitos llevaba una flor, la soleada tarde del 20 de diciembre de 1943 será recordada en ese pueblo pues había sido enterrada en el panteón familiar una de sus más ilustres humanistas benefactoras.
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La noticia de la muerte de Micaela Buonanote llegó a oídos de Carlos Felipe a través de los comentarios de su joven esposa, la relación entre ellos en los últimos meses era poco activa, no se los veía muy frecuentemente como antes en los sitios de diversión y restaurantes como lo solían hacer acompañados de los chicos, ya se acercaba navidad y era poco el entusiasmo, Serafín continuaba en los estudios y pronto tendría un feriado de retorno el próximo año lo mismo que su Hermógenes su hermano, ella se esmeraba por atender a sus esposo, pero Carlos la pasaba por mucho tiempo fuera del hogar, muchas noches la pasaba sola en cama con la necesidad de ser amada y cuando quería complacencia su esposo argumentaba cansancio, Carlos ya no era muy cariño con el pequeño hijo de ambos, Carlos salía con bastante frecuencia de la capital, ella era aconsejada de las amigas para que le hiciera un seguimiento, aquella tarde en la que se enteró de la noticia de la muerte de Micaela Buonanote, salió a pasear ante la insistencia o suplicante de su esposa, salieron con su pequeño hijo, calles más adelante se detuvieron, en su delante pasó Pedro Artemio junto con una anciana que llevaba de la mano, se puso gélida la sangre de Carlos Felipe al ver pasar a ese niño rubito blanquito bien vestidito camino al parque, lo vio por segundos siendo interrumpido por el claxon de otros vehículos ante la presencia de la luz verde, lentamente continuó con su camino, su esposa quedó mirando fijamente la cara de su esposo, el niño por detrás lo abrazaba al padre que aceptaba sus caricias, una vez sentados en el parque, la esposa sacó una canasta, el picnic estaba servido, a lo lejos vio al niño rubio deleitándose con un helado, junto a estaba la anciana, ambos reían, Carlos quiso hacer el ademán de acercarse, su esposa notó la preocupación en los gestos faciales, Carlos estaba muy seguro que la cara de ese niño era idéntica a Noelia, estaba seguro, se lo decía algo dentro de sí, pero el recelo de acercarse primó a más de a compañía que debía atender, tanto como podía lo miraba, sentía alegría, y si fuera su hijo se decía, pero no, es una casualidad también se decía, seguramente la desesperación de tener a su lado a su hijo robado le hacía suponer que el parecido facial con él o con Noelia le permitirían ser aquel o aquel que se le presentase, hubo un desconcierto cuando vio acercarse al niño a un hombre que desde hace mucho tiempo no lo había visto, se trataba de Guillermo Izaguirre, el que fue esposo de la difunta Andreina Buonanote hermana de Noelia, se acercó riendo sentándose al lado del niño, Carlos pasivamente se sentó en el mantel cabizbajo comiendo pastel, se dijo a si mismo que seguramente ese niño era hijo de Guillermo, sus anhelos e interés de seguir viendo al niño terminaron.
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Un niño estaba de bruces en la cama, estaba quietecito, miraba a su costado los útiles escolares puestos sobre la silla, sentía en su cabeza los besos que le daban en el pelo y en el cuello, y el peso del cuerpo de aquel vecino sobre su humanidad, el vecino lo giró quedando boca arriba y también miró aquellas manos que deslizaban la cremallera de su pantalón, vio aquellos dedos que hurgaban su pene lampiño flácido dentro de su calzoncillo para poderlo sacar, el pequeño de ocho años miró acercarse la cara de su vecino hacia su penecito, la nariz recorrió la punta, la lengua rozaba ensalivando su puntita de glande en salida por el prepucio que le recubría, mientas el vecino le lamía y chupaba el penecito el niño recordaba cómo había llegado a estar allí, minutos antes caminaba alegremente por la acera y de pronto se encuentra en el portal con su vecino amigo arrimado a la pared, el niño lo vio de pies a cabeza y sobre todo la entrepierna, se puso tembloroso recordando lo que días antes le había hecho el vecino, el niño de ocho años quiso entrar a velocidad cabizbajo, pero le interpuso el paso agarrándolo de un brazo preguntándole cómo estaba, la conversa fue corta despidiéndose con una sonrisa corta no tan sincera si muy ligera, no dio sino unos cuantos pasos que su madre se acerca dándole las llaves del cuarto, llevaba mucha prisa, se acercó al vecino saludándolo cordialmente, la señora salió en presurosa carrera, se decía que era una mujer de vida alegre que traicionaba a su marido militar y las comidillas de las vecinas aseguraban que el segundo hijo no era del esposo, eso lo sabía el vecino, por eso al verla tan bien vestida, perfumada y presurosa se suponía que iba a una cita, y no se equivocaba en sus apreciaciones, muchas intersecciones de calles más adelante un auto estacionado la esperaba, un apuesto hombre le abría la puerta desde adentro, vinieron los besos, manoseos y luego el rugir del motor, ella le prevenía sobre el tiempo, él con mirada paciente asentía recorriendo su mirada por todo ese cuerpo con amplia sonrisa erótica, lascivamente pasó las manos por las rodillas y muslos femeninos viéndose los dos muy sonrientes, el amante aceleró el vehículo, les quedaban pocos meses para disfrutar de su idilio prohibido en aquel cuartucho arrendado exclusivamente para sus citas en las afueras de otra ciudad cercana, mientras tanto, el pequeño Melquiades de ocho años entraba en el cuarto, la comida estaba sobre la cocina, vio a su hermanito de casi un año dormido en la cuna, no se quitó el uniforme escolar, la sed y el hambre lo vencía, se sirvió la comida algo tibia, se escuchan golpes en la puerta, una vecinita le pide un poco de azúcar, el niño atento le da la taza con azúcar y se despide, es cuando de inmediato aparece Dagoberto con un refresco en la mano extendiéndoselo en señal de regalo y amistad acompañado con una amplia sonrisa, el niño corresponde con una fría sonrisa, en su rostro se dibuja el recelo y la timidez, queda cabizbajo, en lo que está así mira la entrepierna horcajadura del vecino que se la estaba rascando, Dagoberto vestía de short de tela suave en la que se apreciaba el pene erecto moldeado en la tela, se lo estaba estirando, le pidió que lo deje entrar y el niño aceptó, el vecino se sentó pacientemente a verlo comer, le excitaba ver a Melquiades llevarse el pico de botella a los labios carnudos rojizos que tenía, su pelo lacio le cubría como un flequillo la frente alineándose con las cejas, sus deditos alargados sostenían la botella de refresco que le vecino le había regalado, era su sabor favorito, luego el vecino fue a darle caricias al pelito del niño dormido en la cuna y cuando Melquiades terminó de comer el vecino le ayudó al niño a lavar los platos, en esa actividad es que se entrelazaron las manos, Dagoberto lo sujetó al pequeño de la cintura, el niño con timidez le rogaba que lo suelte pero el vecino no le obedecía, lo tomó de la cintura llevándolo lentamente a la cama acostándolo, los pensamientos se le disiparon, ahora actualmente el niño de ocho años vio su pantaloncito y calzoncillos a las rodillas, el penecito descubierto, la cara de Dagoberto lamiendo y chupando el pene, se quitó el short y de espaldas se sentó sobre el pene del niño, el trasero de Dagoberto hacía movimientos circulares, después se apartó del cuerpo del pequeño, le quitó del cuerpo el pantalón el calzoncillo y lo puso de bruces, Melquiades sentía tibieza en su ano, le vino el temor sintiendo un objeto duro que le entraba, lo que realmente era que estaba siendo lubricando su ano por el dedo de Dagoberto, la lengua del vecino Dagoberto pasó por su anito sintiendo electricidad en la espina dorsal, luego algo más duro dentro de sí, pujaba y gemía chillando, Dagoberto viendo entrar y salir su pene en el anito de Melquiades recordaba la desfloración hace tiempo atrás y lo seguía disfrutando ahora con más calma y pasión carnal, Dagoberto le decía al pequeño Melquiades que le estaba dando amor y que si aguantaba en los próximos días por navidad le daría un lindo regalo, eran los mismos engaños con los que hace muchos años atrás Wilson le había desflorado el ano allá en el campo cerca del río, ahora Melquiades lo que quería era que no le hiciera duro porque suponía que iba a ser fuerte el dolor, el pene entraba lentamente, el niño estaba por chillar pero se contuvo un poco, ya no sintió ese dolor de antes cuando fue la primera vez, se sentía raro, Dagoberto se detenía, esa actitud le fortalecía a continuar con la sodomía, Domingo, el hermanito de Melquiades de casi un año que lo cumpliría en enero estaba parado en la cuna viendo a su hermanito debajo del cuerpo de Dagoberto que le hacía movimientos de cadera acostado con todo su cuerpo, el niñito se sentaba en la cuna, luego se paraba, quería salir, Dagoberto seguía sodomizando a Melquiades, de un fuerte empujón de caderas el pene entró en su totalidad y de ahí vio el mete y saca, ya no chillaba, ahora era que los gemidos se confundían con la voz fuerte de Domingo que balbuceaba, aquel niño en la cuna de piel diferente a su hermano Melquiades y a su padre, de piel canela contrastaba también con la piel de su madre, de pelo negro y ojos cafés, de rostro en nada parecido a su padre, en cambio quien si se aparecía más a su padre era Melquiades, de eso se daba cuenta Dagoberto quien concentrado en la postura sexual continuó con el mete y saca dejando luego el semen dentro de Melquiades, la camisa de la escuela del niño estaba completamente arrugada igual que su pelo desarreglado, Melquiades lentamente se fue al baño se iba viendo por detrás dándose cuenta que ya no había sangre y había poco dolor en el ano por esta vez pero que sí le latía el potito, a más de ello que Melquiades experimentó un poco de placer al haber sido embestido por ese pene de Dagoberto, en el baño meditaba lo que le había hecho, pujaba botando excremento viéndose el penecito ensalivado, Dagoberto al no tener la presencia de Melquiades rápidamente tomó al niño alzándolo de la cuna y llevándolo a la cama luego estaba deslizándole los pañales y al ver ese penecito lo lamió y lo chupó con agrado, no le importó ese olor característico de orina del bebé, después al instante abrió los glúteos y puso el glande de semen rozándolo rápidamente por esa piel suave antes que llegue Melquiades, al salir el niño del baño vio a su hermanito acostado en la cama con el pañal abierto, Dagoberto hacía gestos de cambiar pañal, Melquiades terminó la labor, luego Dagoberto fue al baño a limpiarse el pene y después fue por la botella vacía de refresco y salió despidiéndose del niño diciéndole como siempre que guarde el secreto o le iban a pegar más fuerte de lo que ya le hacían, que espere en los próximos días un juguete que le iba a regalar por navidad y por quedarse en silencio, la vecina observó salir del cuarto a Dagoberto que se iba manoseando el pene vestido, curiosamente la mujer se acercó al cuarto del niño con un pretexto de darle frutas, le preguntó el motivo de la visita de Dagoberto, el niño con palabras entrecortadas le dijo que había venido a regalarle un refresco y ayudarle a cambiar de pañal a su hermanito, la vecina vio la ropa desarreglada de Melquiades, estaba vestido solo con su calzoncillo y todavía tenía puesta la camisa arrugada con su pelo despeinado, al darse la vuelta agachado para dejar las frutas en la cocina, la vecina le vio el trasero del niño con una mancha en su calzoncillo, el pequeño Domingo estaba gateando por el piso con su pañal limpio recién puesto, la vecina enojada estaba también contrariada por la actitud de aquella madre de esos dos angelitos que los dejaba solos en el cuarto, si supiera el marido, se dijo, criticó mucho lo desnaturalizada de la actitud de aquella mujer que ahora estaría dándose el placer sexual con su amante, irónicamente un militar de grado superior que el de su marido que le ayudaba en los pases militares, era un amigo cercano que le había presentado a su esposa y desde el primer momento habían hecho química en sus detalles y galanteos con diálogos insinuantes, así a los pocos meses empezó su idilio, lejos estaría de pensar la vecina que en esa tarde de pasión la madre de Melquiades concebiría su tercer hijo.
FIN DEL SEXAGÉSIMO SÉPTIMO EPISODIO
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