METAMORFOSIS 86
Alegres acciones.
Las calles del pueblo estaban solitarias en aquel primer día de 1946, pocos negocios abiertos, entre ellos el de Lucrecia y su esposo, ya al pasar las horas de la mañana, los marchantes iban acercándose a realizar las compras primeras del año, Lucrecia muy solicita atendía a la poca clientela apostada en su negocio, su esposo e hijo recién se acercaron a ayudarle en la venta, su hermano Dagoberto quedó en casa, se había emborrachado de alto suceso, al poco rato pasa por el negocio un joven, de lejos observa al esposo de Lucrecia con profunda tristeza, el hombre lo mira y el joven da la espalda como si nada hubiese visto distrayéndose con el capataz que lo acompañaba, viendo los pocos artículos de venta, el joven no estaba por comprar sino por ver a aquel hombre que en las agonizantes últimas forzadas palabras de su madre conocía la existencia de aquel hombre que era su verdadero padre, pero que no se acercaba porque su ideal era otro en cuanto al orgullo, había sido criado bajo la idea de buen linaje y es que a medias lo tenía con respecto a su madre, no así de aquel campesino mestizo que era su verdadero padre, de nuevo el joven giró para así encontrarse con la mirada de aquel señor, el capataz fue en dirección de Lucrecia, la plática de ella siempre era amena con el cliente, el niño estaba entre los dos adultos, ella acarició la cabeza de su hijo ordenándole que fuera a arreglar cosas dentro del local, al disimulo se hicieron en un rincón aparte, Ricardo el capataz que trabajaba en la estancia del padrastro de aquel joven le pasaba suavemente las manos por los brazos de Lucrecia sin que los demás pudieran darse cuenta de sus verdaderas intenciones, el esposo estaba distraído en atender y mirar a aquel joven en su delante, sorprendido el hombre vio al joven acercarse, su primer dialogo entre padre e hijo fue un disimulado criterio de compra y venta de arreos, el hombre pese a ser recio en modales no podía evitar el nerviosismo del momento, quizá la satisfacción de tener al frente a aquel joven que desde niño velaba por su seguridad sin que se diera cuenta, desde niño Luis lo conocía, trabajó en la estancia de su abuelo, allí conoció y se enamoró de su madre, con las miradas se reconocían sus cuerpos, Luis quedó intrigado viendo ese lunar en el mismo lugar de su cuerpo, no había ya duda, ese campesino que tenía a vista de enfrente era su padre, sin embargo, para corroborarlo más, vio al niño que también tenía el lunar, en parte se emocionó con sentimientos encontrados, Luis tenía en su delante a su padre y a su medio hermano, se preguntó ante su conciencia en silencio el por qué estaba allí, por qué le nace el impulso de estar junto a aquel hombre, la respuesta vino de labios sonrientes de aquel niño que estiró su mano para darle una naranja, Luis correspondió con una sonrisa negándose a recibirla, el hombre insistía en que la acepte, pasó su mano por el hombro del joven, sintió por breves segundos aquella calidez corporal pero de impulso rechazó que fuera acariciado por ese hombre, aún le costaba aceptarlo, el hombre cabizbajo dio unos pasos atrás con la naranja ubicándola encima del mostrador, lo que Luis y su padre no vieron fue aquel roce de manos por la cintura de Lucrecia que recelosa aceptaba ser cortejada de esa manera, ambos se separaron cuando Luis le dijo a Ricardo que lo acompañase a ver los arreos y reatas, Lucrecia continuó en sus actividades de mostrarles los objetos, el hombre entró al local, la plática duró mucho entre compradores y vendedora, Luis notó cierto apego de afinidad entre Lucrecia y Ricardo, el niño se acercó a Luis, vio por unos instantes al niño que no dejaba de sonreírle, dentro de sí Luis se decía que ese niño era su medio hermano, se acordó de su hermano Maximiliano fallecido siendo niño a causa de la fiebre amarilla, pasó su mano por el pelo lacio del niño incrementándose la sonrisa entre ambos, de improviso ya sea por instinto el niño lo abrazó de la cintura, era el llamado de la sangre, muy extrañada Lucrecia veía aquel gesto de su pequeño hijo sonreía igual que el capaz, Luis lo acariciaba con recelo, recordó que a aquel niño tiempo atrás lo salvó de ser ahogado, le pasó las manos por las mejillas acariciándole tiernamente con pausa y detenimiento viéndole el rostro quizá buscando en esa carita algún rasgo que apariencia similar a la de su cara, así estuvieron viéndose por unos instantes, Luis compró los artículos y al retirarse el capataz con sonrisa y mirada cómplice de un encuentro se despedía de Lucrecia, al poco tiempo de ir caminando Luis siente estirándose su pantalón por unas manos infantiles insinuándole que se detenga, el niño con su característica sonrisa estiró el brazo extendiendo con su mano una nota en sobre para él, iba con la naranja, Luis sonrió, sacó del bolsillo una moneda y se la regaló, el niño muy alegre corrió a donde estaba su padre mostrándole la moneda ganada, Lucrecia se limitaba a trabajar atendiendo a los pocos clientes, faltaban un par de horas para el mediodía, con súbito apuro Lucrecia le dijo a sus esposo que iría a casa a hacer el almuerzo y más aún a ordenarle a su hermano Dagoberto que venga a ayudarles, el hombre le dijo que fuera con el niño a lo que ella se negó, que era mejor el de quedase a ayudar, con el natural justificativo, el hombre aceptó, ella tomó la carreta y siguió su camino a casa, durante el trayecto vio a un jinete distante salir de la espesura, era él, era Ricardo, dijo en tono de baja voz, estaba muy emocionada de ver a ese hermoso hombre, desviaron su ruta por un camino poco transitado, dejaron la carreta y los caballos debajo de frondosos árboles y tupida maleza, no esperaron a más y se desnudaron en complicidad con apasionados y desaforados besos con lengua, se vieron los genitales peludos que contrastaban con el color de su piel, empezó el roce así abrazados y parados con los ojos cerrados, ella sin mucha pausa se arrodilló abriendo la boca viendo acercarse el glande de Ricardo para alojarse en su paladar, la lengua posada en el pene lamía y chupaba con esos labios ardientes de mujer deseosa de sexo a plenitud, era su primera vez pero ya con el tiempo a través de sus miradas se decían diciéndose amarse a través del tacto y la respiración acelerada, Ricardo el capataz de la estancia del doctor Pérez cerraba los ojos sintiendo ese placer de aquella hermosa hembra a la que tanto había deseado, se había enamorado de su buen trato a las personas y de manera muy especial a su persona, lentamente Ricardo se fue sentando sobre el suelo abriendo las piernas con su pene erecto ella con su cara seguía ese grueso pene, más grueso que el de su esposo, se había enamorado de ese pene viéndolo amoldarse vestido y las veces que Ricardo en su delante se lo rozaba por las piernas correspondiéndole ella a aquellos movimientos, ella continuó mamando el pene, él metía los gruesos dedos por entre los glúteos llegando al ano de ella haciéndola gemir, hizo un alto para acostarla abriéndola de piernas lo más posible, lamió el clítoris haciéndola contraer y gemir a la vez, el pene brilloso de saliva se confundía con el líquido pre seminal, ella gemía bastante tanto así que ya no soportaba más el deseo y de un fuerte grito pidió que la penetrase, que le metiera el pene en la vagina, rápido y desaforado Ricardo le hizo caso y de inmediato el pene estaba totalmente dentro de aquella vagina, el mete y saca se hacía violento en cada entrada que a ella la hacía gemía de placer, Ricardo alzó las piernas llevándoselas a los hombros así se alzaba un poco el trasero de Lucrecia y mientras mejor entraba el pene en la vagina los dedos de Ricardo entraban en el ano de Lucrecia haciendo delirar de gusto preguntándole en cada acción si le gustaba y ella contestaba que sí, el meter y sacar continuaba, Ricardo aún no quería eyacular así que la acostó boca abajo, ella se dejaba, abrió los glúteos y ensalivó el ano, el pene lubricado entró con facilidad haciéndola gemir grandemente, en forma desaforada le metía y le sacaba el pene grueso, su cara quedó sobre el abultado pelo chocando su respiración, decían amarse, pero en realidad en este principio se trataba tan solo de una atracción sexual, entrelazaron los dedos y el pene hacía efecto en el ano dejándole el semen en sus entrañas, ella algo contrariada hubiera querido que acabase dentro de su vagina, en silencio ella hubiese deseado que la preñase, muy agitado Ricardo se limitó a acostarse viendo la altitud del frondoso árbol que había sido testigo de su amor clandestino, Ricardo se dio cuenta que Lucrecia no había tenido su orgasmo todavía, le hizo caso a ella de atender su necesidad y le introdujo el pene con restos de semen en la vagina, el meter y sacar lubricado era de lo mejor, ella se afirmada agarrándose de los brazos de su amante apretándolos, Ricardo se dio cuenta que ahora Lucrecia ya había hecho su orgasmo, se vieron los genitales mojados, se abrazaron para sentirse piel a piel, ya se acercaba el mediodía de aquel primer día de 1946, había nacido un idilio entre ellos a pleno sol de amantes.
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Cuando Luis llegó a casa de su abuelo ya era hora de la acostumbrada siesta, vio a su primo Gustavito arreglando su equipaje, en pocas horas saldrían en el tren a la capital en el alba del siguiente día, serían varias horas de viaje, Luis decidió vestirse con ropa para cabalgar, quería aprovechar al máximo el poco tiempo que le quedaba de estar junto a su abuelo, al bajar las escaleras vio sentado al recién llegado Nicanor con su precioso hijo Leandro, se saludaron cordialmente, Nicanor y su hijo habían venido a despedirse de don Rodolfo agradeciéndole por la deferencia de la velada de navidad y fin de año, Luis aceptó en su nombre ya que su abuelo estaba dormido, Nicanor respetuosamente le informó a Luis que esperaría a que se despertase para agradecerle personalmente agregando que seguía en pie la invitación para don Rodolfo, Luis y Gustavito a su casa en la capital, Luis aceptó gustoso despidiéndose con una cordial venia, dio un giro y al dar unos pasos Leandro le pidió permiso a su padre para cabalgar con Luis, el padre aceptó siempre y cuando Luis esté de acuerdo, muy animado Luis aceptó y ambos salieron en dirección de la caballeriza, cada uno montó su caballo, el de Leandro era el más dócil y pequeño, dieron un recorrido por los límites de la propiedad de su abuelo Rodolfo, hicieron un alto debajo de un frondoso árbol donde amarraron los caballos y se sentaron a sentir la brisa del río caudaloso en aquella época, se acostaron sobre la gran roca en la que chocaba el agua turbia, sintieron seguridad en lo apartado del lugar rozándose los dedos en los brazos y piernas, Luis fue de la iniciativa de acostarse sobre el cuerpo de Leandro, se dieron besos, se sacaron los penes para verlo cómo se rozaban entre sí, la calentura sexual se iba incrementando, el calor vespertino era intenso, se mojaron la cabeza pero vieron que no era suficiente, decidieron nadar en el río, Luis fue el primero es desnudarse con su pene erecto siendo acariciado por sus manos, observaba a Leandro sacarse la ropa lentamente y lo vio de pies a cabeza, esa piel blanca y suave ya tantas veces que había sido suya, esos dedos alargados de pies y manos bien formaditos, ese pelo rubio sedoso y esos labios sensuales que lo enamoraban, ese traserito en forma de pato encorvado rellenito, vio que el penecito lampiño también estaba erecto, deseaba sexo el pequeño Leandro, de ello dio cuenta Luis al intercambiar sonrisas picarescas, entraron al agua abrazados tomándose de las caderas, algo encorvado Luis haciendo que los penes se rocen, lentamente metieron sus cuerpos en el agua sin despegarse, lo arrimó a la gran roca abriéndole los glúteos que estaban dentro del agua y metió el pene despacio haciéndolo gemir largamente, Leandro se agarraba a la roca apoyándose con esos dedos blancos alargaditos con sus uñas bien cortadas, su carita de lado pegaba su mejilla a la roca pujando con los ojos cerrados, Luis complaciente, Leandro del mismo modo sentía esa deliciosa sensación de ser penetrado ya estaba acostumbrado a dejar hacer el amor de esa forma, ambas caderas unidas se hacían para adelante chocando con la roca y para atrás alejándose de la roca, la cara de Luis descansaba sobre el pelo de Leandro, el agua turbia no permitía ver esos movimientos pero si se notaba los cuerpos unidos, así le dio pene por el ano en largo rato, Luis estaba disfrutando de ese delicioso cuerpo infantil, lentamente se separó del pequeño tomándolo de la mano adentrándose en el alto monte hasta llegar a la arena, allí Luis se acostó con su pene como mástil, Leandro encima del cuerpo de Luis iba bajando su trasero con las manos abriendo los glúteos para que el pene de Luis entre en su ano, Leandro alzaba y bajaba sus caderas hasta sentir que todo el pene de Luis estaba adentro, ahí se quedó quieto por unos instantes a petición de Luis, se confundía el latido del pene de Luis con el interior del ano de Leandro, Luis masturbó en esa postura a Leandro haciéndole sacar gotas de orina, puso al pequeño en posición perrito y le introdujo el pene en el ano de tal forma que entre tanto meter y sacar el semen recorría expulsado la espalda del pequeño, no contento con eso Luis le dijo que abriera su boca y que probase como por vez primera su semen, Leandro con recelo aceptó, al principio el semen introducido en su boca le sabía raro pero después se fue acostumbrando, por sus labios recorría el tronce de pene con semen, Luis sentado en la arena miraba a su pene salir y entrar de la boca de Leandro, le decía que había restos de su potito allí donde lamía el glande, ambos sonreían, la lengua de Leandro lo dejó brilloso, lentamente Luis se fue acostando sobre arena, muy relajado, Leandro abrió los glúteos de Luis para en algo meter el pene en el ano, se podía apreciar la silueta de ambos cuerpos unidos, las caderitas de Leandro alzando y bajando y su pene rozando la piel, luego lo sentó al pequeño y le abrió las piernas para amarle el penecito lampiño, esa tarde ambos se sintieron bien, fueron a bañarse limpiándose sus cuerpos desnudos y ya cuando estaban de regreso al desmontar el niño corrió donde estaba su padre que conversaba animadamente con don Rodolfo, Gustavito desde la ventana le hacía gestos a Luis para preparar el retorno, Luis subía las escaleras viendo a Leandro, casualidad que se cruzaron las miradas, sin que los vean, Luis se agarró el pene abultado en el pantalón y Leandro respondió del mismo modo, se despidieron con una sonrisa.
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Aquel primer domingo del año 1946 un niño vestido de marinerito vestía pantaloncito corto, llevaba tirantes y sandalias con calcetines que le llegaban a la rodilla, el corte de pelo muy tradicional de la época lo hacía ver como un príncipe, estaba solo en esta ocasión junto a la tumba de aquella anciana que le salvó la vida, a unos cuantos pasos una señora de aspecto en gestación también llegaba sola a poner flores, el viento era muy fuerte, tal es así que su sombrero voló cayendo muy cerca de aquel precioso niño rubio, muy atento se acercó a la señora devolviéndole el sombrero, Noelia agradeció el gesto y de inmediato le vino un ligero desmayo que a tiempo pudo recostarse, el niño asustado corrió a pedir ayuda, su angustia era enorme, un caballero coincidentemente era médico y la asistió, llegaron más curiosos, Noelia se reavivó con sales, al abrir sus ojos vio a Pedro Artemio junto a ella, le vino una indescriptible paz, tomó las manitos del niño y las frotó en señal de agradecimiento, tiempo después llega el chófer presuroso cargando a Noelia en dirección al hospital, el niño de lejos vio el carro alejarse, alzó el brazo agitando la mano en señal de despedida.
FIN DEL OCTOGÉSIMO SEXTO EPISODIO
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