METAMORFOSIS 87
Celos.
Las discusiones de los esposos delante de Dagoberto se acentuaban cada vez más últimamente, el niño lloraba al presenciar los forcejeos de sus padres, Clodoveo Aristófulo ya contaba con nueve años, tenía un carácter muy sensible, temblaba ver pelear a sus padres ya que a veces las discusiones eran por insignificancias, otras rayaban en reclamos por parte del hombre barbado que le pedía hijos, Lucrecia respondía que aún era joven y que primaba el negocio, las discusiones continuaban y se hacían cada vez más acaloradas, Dagoberto se limitaba a escuchar con prudencia, tomaba al niño saliendo fuera de casa a sentarse por un rincón abrazando a su sobrino, para evitar que siga escuchando los fuertes comentarios, decidió llevarlo a caminar por el campo como siempre en esas circunstancias, luego irían al pueblo y ya calmados los padres continuaba la vida, en esta ocasión aquellas primeras horas de la mañana fueron camino al pueblo por las riberas del río, a su paso miraban a las lavanderas fregando la ropa, decidieron sentarse a mirar el caudalosos río, Dagoberto y el niño miraban a otros niños desnudos meterse al agua, el sol ya se acentuaba con calor, tío y sobrino jugaban alegremente y a ellos se unieron otros niños amiguitos del niño viendo los castillos de arena, a petición de su sobrino Dagoberto accedió a darle permiso para bañarse, el niño muy alegre obediente se quedó en trusa y se metió al agua a jugar con sus amiguitos, algunos se bañaban desnudos, Dagoberto analizaba la humildad de carácter en su sobrino Clodoveo, sus pensamientos fueron interrumpidos ya que a cierta distancia miraba a los pequeños lanzarse agua y correteando algunos desnudos a través de las riveras de arena en el río caudaloso, a lo lejos vio acercarse a una muchacha acompañada de dos niños, desde el primer momento le llamó la atención el más pequeño de todos porque su piel se distinguía y de la forma en que iba vestido, la muchacha dejó la ropa a lavar para desvestir al más pequeño, dejándolo solo en trusa, el otro niño se sumó a los juegos de los demás niños siguiéndole el otro, el que también se sumó a los juegos fue el sobrino de Dagoberto que era conocido por uno de los niños ya que era hijo de Ricardo el capataz y con su padre frecuentemente iba al negocio de Lucrecia, los niños jugaban alegremente, Dagoberto conversaba con dos amigos, no perdía la vista en su sobrino pero también en la de aquel niño que desde el primer momento le había llamado la atención, la muchacha seguía lavando, a su lado se acercó un niño al cual saludó, se sacó la ropa quedando en trusa, Dagoberto observaba los movimientos del niño, recién llegado, se juntó con los demás a bracear, ese niño tomaba a los otros por detrás haciéndole movimientos de cadera, Dagoberto fijó de mejor manera en aquel niño que era amigo suyo, con su padre siempre hacían compras en el negocio de su hermana y de vez en cuando coincidían sus viajes por tren a la ciudad, vio los manoseos que le hacía al niño más pequeño llevándolo dentro del agua, los amigos de Dagoberto continuaron su camino a caballo, la brisa del momento menguaba en parte la calentura que había experimentado Dagoberto viendo a ese niño hacer disimuladamente poses sexuales a los otros niños más pequeños, prendió un cigarrillo, la muchacha lo vio y de nuevo su mirada se posó en lo que estaba haciendo, Dagoberto dio unos pasos para acercarse a los niños con el pretexto que entre ellos estaba su sobrino, se recostó debajo de un árbol, no le dio por bañarse, prefería ver desde allí lo que los niños hacían, su sobrino alzaban troncos cortos y ligeros en la orilla del caudaloso río, Dagoberto ordenaba que estuviese cerca de la orilla, la mayoría de niños estaban jugando en la arena haciendo los castillos o represando agua que pasaba como meandros por la orilla, vio el juego tradicional de las luchitas, aquel niño se montaba sobre los otros niños haciendo que se queden quietos y alzaba su cadera sobre el traserito de los niños, se podía ver el pene tieso de aquel niño que se amoldaba a su tela mojada con arena, luego vio que las lavanderas del sector iban saliendo con su carga de ropa lavada, los niños las acompañaban, Dagoberto miraba el pene de aquel niño grande descrito por la tela de la trusa y se manoseaba el pene, quedaba la muchacha y dos señoras lavando en las orillas del río, Dagoberto ya estaba aburrido, quería irse, pero de pronto vio al niño grande que oculto desde un árbol grueso y frondoso le hacía señas al niño más pequeño para que viniese, los otros niños estaban distraídos jugando con la arena, el niño más pequeño caminó donde estaba el niño grande, Dagoberto vio que lo abrazó y le bajó la mano por la espalda metiendo dentro la trusa, el pequeño se quedaba quietecito haciendo ademanes, seguramente pensaba Dagoberto que aquel niño le estaba metiendo el dedo en el ano del más pequeño, todo hacía suponer que el sexo primaba en sus intenciones, Dagoberto dio un impulso yendo entre los matorrales hasta ver a cierta distancia lo que ambos niños hacían, se metieron entre la maleza corriendo y al llegar a un claro de arena rodeado de tupido monte se detuvieron, el niño grande le sacó la trusa al pequeño, Dagoberto puso su acostumbrada risa sarcástica viendo a su pene erecto, el niño grande se quitó la trusa, ambos niños se miraban los penes, acercaron sus caderas rozándose los penes, el niño grande lo agarró de la cintura al pequeño haciéndolo que lentamente se acueste en la arena, se acostó encima viéndose frotar los penes, después le hizo dar vuelta y le limpió la piel de su trasero que tenía pegada la arena brillosa, le puso el pene sobre la piel, por allí lo iba pasando lentamente, el niño muy quietecito sentía ese roce de piel, el niño grande bajó su cara diciéndole algo al oído, el niño pequeño como si estuviera resignado asintió a lo que escuchó y puso su mejilla apoyándola sobre sus manitos tendidas en el suelo, el niño grande se arrodilló y le abrió lo que más pudo los glúteos, lentamente el pene se posó entre los glúteos, se escuchó un gemido fuerte del niño pequeño, luego otro más intenso y el tercero mucho más, el pequeño empezó a mover las caderas rechazando instintivamente ese movimiento de pene entre sus glúteos, las manitos del pequeño apretaban la arena, el niño grande seguía con su cometido de pene haciéndolo gemir más fuerte, al rato se detuvo, los dos cuerpos estuvieron estáticos por breves momentos, se podía apreciar claramente el contraste de piel de ambos niños, continuaron los movimientos de cadera, ahora el pene del niño grande pasaba por la espalda y glúteos, en ese momento Dagoberto observa que desde la maleza aparece un tercer niño, aquel con el que había llegado al río junto con el niño pequeño, Dagoberto puso más atención de la ya puesta, ese niño se sacó la trusa y se acostó de perfil junto a ellos colocando en medio al niño más pequeño que por un lado recibía en sus traserito los roces de pene del niño recién llegado y por el otro lado su penecito era rozado por el pene del niño mayor, las piernas de los niños de los extremos rodeaban alzando las caderas del niño pequeño, aquel niñito que contrastaba su piel clara con la de los otros niños, lo tuvieron así moviéndolo por un rato, el niño grande se arrodilló en la arena igual que el niño recién llegado, el niño más pequeño obedeció las señas de ponerse en posición perrito, estaba sonriente, Dagoberto se dio cuenta que eso le gustaba al niño pequeño tan obediente; el niño grande lo puso en posición tomándolo de la cintura, se agarró el pene llevándolo a poner entre los glúteos bien abiertos, el niño pequeño trataba de ver lo que le estaban haciendo por detrás, el pene rozaba los glúteos y entró un poquito en el ano, el niño respondió con gemidos pujando deformando sus cara con expresión de angustia, el niño grande le decía que aguante obediente, el niño pequeño hacía puños de sus manos, su piel se ponía rosácea, más su cara, aguantaba el peso del cuerpo de aquel niño y ese pene que al estar descubierto Dagoberto se dio cuenta que ya estaba todo el prepucio corrido, ese niño ya había sido desvirgado por el pene de alguien, los movimientos de cadera se continuaban periódicamente, el niño recién llegado estaba sentado desnudo sobre la arena agitándose el pene siempre sonriente viendo a sus dos amiguitos haciendo el sexo, el niño grande se hizo a un lado pasándole el turno al niño recién llegado, Dagoberto vio que ese penecito era virgen igual que el del niño pequeño, el pene rozaba los glúteos luego abriéndolos para meter el pene entre las carnes de los glúteos, ese pene no le dolía al niño pequeño, de repente se quedaron estáticos y en alerta al escuchar el llamado de la muchacha que desde el río llamaba a su hermanito, que era el niño más pequeño y ella también llamaba al amiguito, los niños presurosos se agitaron la arena de la piel, se pusieron las trusas y corrieron en dirección donde estaba la muchacha lanzándose al agua, aún el pelo del niño más pequeño tenía arena, sin ser visto Dagoberto se sienta en el lugar que anteriormente estaba, a prudente distancia vio vestirse y alejarse al niño grande, rato después vio con atención al niño que estaba junto al niño pequeño, era muy conocido, su padre iba siempre a comprar al negocio de su hermana, en su mente Dagoberto se propuso de impulso hacerle el amor a ese niño, de alguna manera sería cuando estuviese en el pueblo, pero su mayor anhelo era hacérselo a ese niño pequeño, pues le había cautivado su cuerpo rellenito y sobre todo esa forma voluntaria que tenía aquel niño más pequeño de dejarse hacer el amor, el sexo, aunque prematuro pero sexo al fin, ya se disponían a irse, la muchacha desnudó al pequeño, Dagoberto pudo ver a plenitud la desnudez de aquel precioso y bien cuidado niño que estaba parado sobre una roca escurriéndose, estaba cabizbajo viendo el agua escurrir por su cuerpo, sus piecitos bien formaditos con deditos algo gruesitos rellenitos como sus piernas y bracitos, tiritaba por el viento al rozar su piel, de inmediato le fue puesta una toalla, el otro niño cubierto ahora estaba sentado junto a su amiguito tiritaba puesto una corta remera sobre su espaldita, su pene estaba mejor descubierto posando sobre la roca, contrastaba sus uñas y sus pies con las de su amiguito, se notaba el escurrir del agua por sus pies dejándose ver hilillos de agua sobre la roca, la muchacha decidió que se vistieran, ya pronto sería hora de almorzar, Dagoberto vio lentamente vestirse a esos penecitos que antes habían hecho travesuras, Clodoveo se acercó a su tío Dagoberto, tenía hambre, lo vio vestirse diciéndole que tan pronto lo hiciera se irían al pueblo, la muchacha y los dos niños tomaron primero el camino, Dagoberto de lejos los seguía hasta que vieron entrar camino a la estancia Pérez.
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La relación de Serafín con Noelia cada vez era más entrañable, eso alegraba de mejor forma a su padre Carlos Felipe del Olmo, los tres hacían visitas a eventos culturales y religiosos, lejos de allí en su pensar Gustavito sintió que estaba relegado de su madre en cuanto a atención, conscientemente se dio cuenta que él se lo había buscado con esa mezquina actitud, sí, actitud que seguía firme, Gustavito pensaba que nada ni nadie podría cambiar su ideal de lealtad y buen nombre que heredó de su padre Gustavo Pozzo, se sentía orgulloso de ser su hijo, su único hijo varón que perpetuaría su apellido, de ahí el ninguneo celoso a Carlos Felipe que había acaparado la atención y cariño de su madre, ahora se sumaba Serafín, es que aquel joven de dieciséis años se había ganado el beneplácito de Noelia con humildad y sencillez, efectivamente Serafín había encontrado el calor de madre que no tuvo al momento de nacer pues en ese instante murió su madre, ahora Serafín tenía a Noelia como su protectora y consejera; aquella tarde de fin de semana Gustavito entró a la residencia Del Olmo, entró intempestivamente, desde la sala vio el amplio patio con césped, en una silla estaba sentada Noelia en cuyo regazo tenía a Serafín y a Carlos Felipe que les pasaba sus manos acariciándoles el pelo, con un tono de voz hiriente y déspota dio el saludo a los presentes, sus manos hechas puños, el color de piel rosáceo lleno de cólera, pidió hablar a solas con su madre, su mirada era muy vivaz denotando el cólera producto de sus celos por lo que había visto; el hijo le reclamó a la madre por esa actitud, Noelia solo escuchaba, dejó que termine de vomitar su veneno, ella respondió con una sonrisa pasándole las manos por las mejillas, le recordaba que era su hijo bien amado y que nada ni nadie podría superar su amor de madre, Noelia vio la sinceridad de su hijo ante su llanto, la abrazó fuerte dándose cuenta de su avanzado estado de gestación, aún no tocaba parir, había superado el desliz de descompensación que sufrió en el cementerio al visitar la tumba de sus seres queridos cuando aquel niño rubio le auxilió hasta que llegase el auto que la llevaría al hospital y luego de darle de alta; tiempo después madre e hijo caminaron por el jardín, desde la sala Serafín y Carlos Felipe veían a la madre y al hijo, se abrazaron, Carlos le dijo a su hijo Serafín que se sentía orgulloso de ser su padre, caminaron los dos en dirección a la calle a tomar una gaseosa, en su trayecto pasaron muy distantes ante un niño rubio que de espaldas estaba sentado en la acera, estaba triste porque se había ponchado su balón.
FIN DEL OCTOGÉSIMO SÉPTIMO EPISODIO
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