Mi amigo de la facu
En este relato les cuento mi fantasía con un amigo de mi salón.
Gabriel siempre había sido ese amigo de la universidad que me sacaba una sonrisa con su personalidad extrovertida, pero sin perder la formalidad que lo hacía atractivo. Con 23 años, no era alto, apenas 1.66, pero su cuerpo era la mezcla perfecta entre deportista y un poco ancho —no gordo, sino más bien sólido, de esos que te hacen querer abrazar y apretar—. Su piel morenita clara y esos labios pequeños pero gruesos, con brackets que le daban un toque de inocencia, me volvían loco. Lo tenía siempre en mente, y no solo como amigo.
Una tarde después de clase, Gabriel me invitó a su departamento para estudiar, pero yo sabía que había otra intención. Cuando llegué, me recibió con esa sonrisa de chico travieso, y un brillo en los ojos que no supe cómo ignorar.
—¿Quieres un trago? —me preguntó, cerrando la puerta tras de mí.
Asentí, y mientras preparaba dos vasos, noté cómo me observaba de pies a cabeza. Sin darme tiempo a reaccionar, se acercó y me tomó del cuello con suavidad, tirando de mí hacia un beso que fue directo y seguro.
Sus labios, aunque pequeños, sabían exactamente cómo besar. Sentí su lengua metiéndose con cuidado entre mis labios mientras me apretaba contra la pared. Su cuerpo ancho y fuerte se pegaba al mío, y podía notar cómo su erección presionaba contra mi pierna.
—He querido hacer esto desde hace tiempo —susurró con voz ronca—. ¿Estás listo para que te enseñe lo que es ser dominado?
No tuve que responder. Me llevó al sofá, y mientras me sentaba, comenzó a desabrocharme la camisa, sus dedos rozando mi piel con un toque entre firme y delicado. Me sentí vulnerable, pero excitado.
Bajó mi pantalón y mis boxers sin prisa, y se arrodilló frente a mí. Su mirada fija en la mía, cargada de intención.
Su lengua comenzó a lamerme el glande con paciencia, luego con más intensidad, y sus manos me masajeaban firme el trasero. Los brackets brillaban cuando sonreía con malicia entre sus lamidas, y sus labios pequeños se ajustaban a mi miembro con una presión perfecta.
Gemí mientras él jugaba con mi cuerpo, elevando mi placer poco a poco. Me sentí en sus manos, sin control, solo entregado.
—Quiero sentirte adentro —dijo finalmente.
Me dio la vuelta y me apoyó en el respaldo del sofá. Sin perder tiempo, me penetró con firmeza y ritmo. Sus caderas se movían con fuerza y precisión, y cada embestida hacía que mi cuerpo temblara.
—Eres mío —me decía mientras me agarraba fuerte de las caderas, mordiendo mi hombro.
Sus movimientos eran firmes, intensos, mezclando la fuerza con una pasión que me desarmaba. Sentía su respiración acelerada, su cuerpo pegado al mío, su lengua mordiendo mi piel.
Cuando ambos estuvimos a punto de explotar, él me abrazó fuerte, enterrándome adentro y gimiendo mi nombre con fuerza.
Después, nos quedamos ahí, sudando y respirando, con esa sensación de haber compartido algo mucho más que sexo.
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