Mi amigo el chico nuevo Parte 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cuando recién entraba a la secundaria yo ya sabía que era gay, pero jamás lo comenté con nadie, así que nadie lo sabía. El primer día de clases noté que había varios chicos nuevos, ninguno que me haya llamado la atención realmente, excepto Luis Carlos, él tendría unos 12 o 13 años, tenía pelo negro siempre bien peinado, era delgado y de tez clara con ojos cafés, no era más alto que yo (y eso que yo soy bastante alto) pero tenia algo que me volvía loco.
Poco a poco y conforme avanzaban las clases lo comencé a conocer mejor, él era bastante atlético (jugaba fútbol muy bien, era rápido y aunque no se notara mucho, era fuerte). Por más de dos semanas no entablamos conversación alguna (al menos que fuera seria), pero un día en clase de matemáticas noté que batallaba con las operaciones, no me atreví a ofrecerle mi ayuda por que era muy tímido (yo era de los más inteligentes en matemáticas del salón) pero por suerte la maestra pareció notarlo y le dijo que si necesitaba ayuda. Yo miraba de reojo la situación, deseando que me asignara a mi a ayudarle, y así fue.
-¿Roberto? -me habló.
-¿Si maestra? -le respondí ansioso.
-¿Ya acabaste tu trabajo?
– Sí. -le respondí con una gran sonrisa y luego agregé: -¿Por qué pregunta?
– Es que tu compañero Luis necesita ayuda, ¿podrías ayudarlo?
El chico ya tenía la mirada clavada en mí, sin duda feliz de que yo lo fuera a ayudar.
– Si, claro. le dije.
La maestra me indicó que acercara mi mesabanco al lugar de luis, así lo hice con cuidado de no tirar mis cosas al suelo. Estaba un poco nervioso, pero junté valor y me presenté.
– Hola, soy Roberto. -el sólo me miro un poco y respondió:
– Yo soy Luis Carlos, mucho gusto.
La clase siguió su curso y yo le señalaba sus errores y le indicaba cómo resolver las operaciones, cuando él estaba distraído resolviendo uno de los problemas que le puse aproveché para echarle un ojo a su paquete ( ese día nos tocaba educación física así que llevábamos un short ajustado) podría jurar que lo tenía empalmado, porque un enorme bulto se le denotaba entre las piernas, me quedé tan absorto mirando que no me di cuenta de que él ya había acabado el problema.
– ¿Roberto?
Yo levanté inmediatamente la mirada, me había atrapado mirandole el paquete. Él sólo me sonrió y sin darle importancia a lo ocurrido me pregunto:
– Ya acabé, ¿me lo revisas? – me dijo mientras me acercaba el cuaderno.
– Ehh, sí claro. – yo me había puesto rojo de vergüenza. -Todo bien, correcto.
– Genial. Gracias.
La campana sonó y todos se apuraron a guardar sus cosas y empezaron a salir. Yo estaba a punto de hacer lo mismo cuando me di cuenta de que tenía una gran erección. Con ese short tan ajustado sería imposible levantarme sin que se notara el bulto, así que decidí esperar a que se me bajara.
– ¿Roberto? Ocupo salir. – me dijo Luis Carlos. Mi mesabanco le tapaba el paso. "Rayos, ¿qué voy a hacer?" pensé. Para que no siguiera insistiendo me levante un poco encorvado tratando de disimular el enorme bulto en mi short y jale mi banco lejos del suyo, él tomo su mochila y se levantó, luego me miró fijamente, al parecer notó mi gran erección, aunque sólo sonrió (casi se rió).
– Adiós Roberto, gracias.
Dicho esto se marcho, como mi erección ya se estaba pasando yo hice lo mismo. Las siguientes clases pasaron con normalidad, él ya no volvió a hablarme ni mirarme. Pensé que se había molestado por lo de matemáticas, pero todo cambió cuando llegó la última clase: educación física.
El maestro nos dijo que haríamos un partido de voleybol, yo no soy muy bueno para los deportes que digamos, soy alto, de tez clara, tengo el cabello color castaño y los ojos de un café oscuro. Dijo que hiciéramos dos equipos, y como siempre, Luis Carlos fue el capitán de un equipo, lo que me sorprendió fue que a mi me escogió primero que a nadie. Jugamos el partido bien, yo me esforce mucho por jugar bien, y rindió frutos, porque ganamos. Como ya se iba a terminar la clase el maestro nos mandó a los vestidores, los cuales no eran gran cosa, algunas regaderas y unos cubículos para cambiarse. Todos empezaron a ir, yo estaba por ir también cuando Luis Carlos me detuvo.
– Espera. – me sonrió de nuevo. – ¿Eres muy bueno en matemáticas no?
– Sí. – le respondí intrigado por lo que estaba a punto de decir.
– Bueno, es que como batallo un poco con las matemáticas mi mamá me dijo que buscara a un amigo que fuera bueno en mate y que le preguntara si podía ayudarme.
– ¿Cómo un tutor?
– Exacto. Y como tú eres mi amigo, y eres bueno en mate, ¿qué te parecería?
Me alegró que ya me considerara su amigo, y más aún que me hiciera tan maravillosa propuesta.
– Sí, claro.
Él sonrió y puso su mano en mi hombro.
– ¿Puedes el viernes saliendo de la escuela?
Lo pensé un poco y finalmente acepté.
– Okey, gracias, ahora vamos a cambiarnos que ya nos tardamos bastante.
Ambos nos dirigimos a los vestidores, los cuales ya estaban casi vacíos, pues estuvimos un buen rato hablando. Al entrar él se quitó su playera sin pudor alguno, tenía ya varios pelos en las axilas y otros pocos abajo del ombligo. También tenía cuadros y pectorales bien marcados, parecía que fuera al gimnasio.
– ¿Vas al gym? – le dije todavía mirándolo.
– No, ¿parece que voy?
– Bastante.
– ¿Tú vas? – me preguntó con su ya conocida sonrisa.
– No. – le respondí con tristeza.
– La ventaja de nosotros los flacos es que podemos tener el cuerpo marcado sin hacer tanto ejercisio. A puesto a que tú igual te ves bien. Quitatela.
– ¿Eh?
– La playera, quítatela.
Sí había entendido, pero yo nunca me había desnudado (o al menos quitado la playera frente a otro chico), siempre me metía a los cubículos y cerraba la puerta para cambiarme. Él noto mi tardanza, así que yo me apresure a contestarle algo.
– Está bien, pero te advierto que no estoy muy fortachón que digamos.
Él se rió, alguna vez mientras me masturbaba había notado que sí tenía los cuadros algo marcados, pero comparados con los de Luis Carlos los míos se quedaban muy chicos. Procuré quitarme la camisa de manera provocativa, deslizando la hacia arriba. Mi pene ya se estaba empezando a empalmar por la situación.
Él me analizó un segundo, después acercó su mano a mi abdomen y preguntó:
– ¿Puedo?
– Ehh, sí claro.
Él empezó a recorrer mi abdomen con su mano, era una sensación muy rica, que hizo que me empalmara aún más. Luego él me miró a los ojos y subió su mano hacia mi pecho, yo no tengo los pectorales muy marcados, pero él pareció reconocer músculos en mi cuerpo.
– ¿Ves? No está tan mal.
– Gracias. Tú tampoco.
Él tomó una toalla y ropa limpia y se dirigió a las regaderas, pero antes de irse me echó una última mirada, yo estaba tan extasiado que había olvidado mi tremenda erección.
Él clavó su mirada en el gigantesco bulto que sobresalía de mi short y luego me miró a los ojos. Una vez más sonrió y me dijo:
– Te veo el viernes.
Me guiñó el ojo y desapareció en el corredor. Yo me quedé ahí, sólo y empalmado.
La semana se me fue rápido y finalmente llegó el tan esperado viernes, como tengo deportes el lunes y el viernes, otra vez me fui en short. Al entrar en el salón vi a Luis Carlos con unos de sus amigos, él me saludó y siguió con sus cosas. En el primer receso me preguntó si sí iba a ir a su casa, yo le repetí que sí y platicamos un poco. Al fin llegó la hora de deportes, que siempre coincide en ser la última clase del día. Ese día jugaríamos futbol, Luis Carlos me volvió a escoger primero y empezamos el juego, yo procuraba mantenerme cerca de él, pues así aprovechaba los roces accidentales, pero en una de esas un amigo del otro equipo no se fijó bien y chocó de frente contra mí, tirandome al piso. El maestro se acercó a mí y me preguntó:
– ¿Estás bien?
Sí, estaba bien, pero inventé que me dolía el pie.
– Sí, eso creo, pero me duele el pie.
– Bien, quieres que alguien te ayude a ir a los vestidores, ahí hay un pequeño botiquín con una pomada que te puedes poner.
Justo antes de poder dar respuesta alguna, Luis Carlos se ofreció a ayudarme.
– Yo lo ayudo profe. – dijo y me miro sonrientre.
El profesor aceptó y Luis Carlos me ayudó a levantarme, yo pase mi brazo por encima de su hombro y caminé cojeando con lentitud hasta que al fin llegamos a los vestidores.
– Iré a busca la pomada. – me dijo cuando me dejo en la banca.
– !No! – lo detuve.
– ¿Ehh? ¿Por qué?
No sabía bien que decir, así que me inventé algo rápido.
– Es que tampoco me duele tanto, sólo es un poco de malestar.
– Ya veo. – dijo pensativo mientras me miraba. – Sé qué te vendría bien.
Se sentó junto a mi, muy cerca de mi.
– ¿Qué? – pregunte con entusiasmo.
– Cuando yo me lesiono un brazo o pie, me hago un masaje en la zona afectada para relajar el músculo, ¿quieres que te haga uno?
La proposición me dejó perplejo, estaba entusiasmado por que él me tocara con sus manos, así que acepté disimulando el gusto que sentía.
– Bien, ¿dónde te duele exactamente?
– Arriba de la rodilla. – le respondí tras pensármelo unos segundos.
– ¿Por la entrepierna? – me preguntó con expresión divertida.
– Sí.
Él acercó sus dos manos a mi pierna, primero las puso justo donde terminaba el short, que era poco menos de 15 cm arriba de la rodilla, y empezó a masajear suavemente, sus manos hacían un movimiento que me calentó de inmediato.
– ¿Más arriba también te duele? – me dijo sonriendo.
– Sí.
Él deslizó sus manos dentro de mi ajustado short, llegó a donde estaban mis boxers y siguió masajeando.
– Te impresiono mi paquete el otro día en Matemáticas, ¿no?
Ahora sus manos casi rozaban mis huevos, por debajo del bóxer. Él me miraba a los ojos, esperando una respuesta.
– Ehh, yo… es que no… – balbuceé, no sabía qué contestar, la situación me tenía a mil, estaba muy nervioso, pero él habló de nuevo antes de que yo pudiera inventar mi respuesta.
– ¿Quieres verlo?
Su mano, que ya había recorrido toda mi entrepierna, ahora sujetaba mi pene, yo sólo asentí, él sonrió y soltó mi pene, luego se levantó y sin decir una sola palabra, se bajó los shorts y el bóxer de un tirón.
Su pene era majestuoso, era grande, estaba muy duro, era largo y tenía el glande al descubierto. Varios pelos ya poblaban su zona púbica, él me sonrió y me preguntó:
– ¿Qué te parece?
– Enorme. – Yo estaba literalmente boquiabierto, era el primer pene que veía en la vida real aparte del mío. – ¿Puedo tocarlo? – me atreví a preguntar.
– Puedes hacer lo que quieras con él. – Me contestó con una sonrisa de complicidad, mientras con una mano agitaba su pene.
Yo acerqué mi mano a su magnífico instrumento, era realmente largo, unos 17 cm, tal vez 20. Primero lo empecé a masturbar con lentitud, él emitía unos gemidos de placer, cada vez más fuertes, mientras yo subía la intensidad. Luego me bajé de la banca y me inqué frente a él. Mire su pene unos segundos, admirándolo, y luego lo engullí. Él soltó un fuerte gemido y con sus dos manos me empezó a acariciar el pelo.
Yo seguía con la primera mamada que había hecho en mi vida, el sabor era glorioso, tener el pene de alguien en la boca es algo completamente delicioso. El agarro mi cabeza con fuerza y me incitó a mamarsela con más velocidad, yo lo hice y en una él pegó mi cabeza en sus pelos púbicos, logrando que su pene se introduciera en mi boca completamente, yo empecé a toser, pero seguí chupandosela. Luis Carlos gemía de placer, luego me soltó la cabeza y se quitó la camisa, estaba completamente desnudo ante mí, eso me excitó mucho. Tras unos minutos de ardua mamada, él finalmente se corrió. Me dijo:
– Ahhh ahhh, preparate que me vengo, AHHHHH SIIII
Luego sentí un chorro de líquido caliente en mi boca, fue una sensación maravillosa, pero no sabía qué hacer con él.
– Trágatelo. – me dijo, como si me hubiera leído la mente.
Yo asentí y tragué, fue algo tan rico, me sentí inundado de placer. De pronto se oyeron ruidos de pisadas y voces, la clase ya había terminado y los chicos venían a cambiarse, me entró un nerviosismo horrible ¿qué pasaría si nos encontraban así? Luis Carlos sacó su pene ya flácido de mi boca, se agachó y me besó con intensidad, yo me paré y me senté en la banca, luego él me dijo:
– Ya quiero que lleguemos a mi casa. – me sonrió y corrió a meterse a una regadera, justo a tiempo, por que los demás chicos ya estaban entrando.
– ¿Cómo sigues? – me preguntó un chico.
– Mejor que nunca. – le dije.
No podía creer lo que acababa de pasar. Me moría de ganas de llegar a su casa, quien sabe qué cosas haríamos. Pero eso se los cuento en otra ocasión, espero sus comentarios, ojalá les haya gustado.
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