MI ATRACCIÓN POR LOS HOMBRES MADUROS 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Acabo de cumplir 68 años y he tenido una rica e intensa vida sexual que me gustaría compartir con todos vosotros.
Empezaré por describirme: soy menudo de cuerpo y siempre he sido un hombre delgado.
Ahora tengo el pelo blanco pero de joven era rubio y siempre he aparentado menos años de los que tenía.
A los doce ya me hacía varias pajas al día pensando en las niñas del colegio de al lado, y yo era un machito que jugaba muy bien al futbol, pero mi vida cambió una tarde que por causalidad entré en los urinarios de la estación de autobuses de mi ciudad.
Era el año 1959 y todavía puedo recordar el fuerte olor a meados y lejía que allí había.
Estaba bastante concurrido así que me coloqué en el único mingitorio libre que había.
Estaba meando cuando de pronto se me ocurrió mirar a mi vecino de la derecha.
Era un hombre mayor, alto y corpulento, de unos 50 años.
Un movimiento raro de su brazo hizo que mirara hacia abajo para fijarme en su polla.
La tenía dura y se estaba haciendo una paja.
Aquella visión hizo que mi pequeña pollita se pusiera durísima en un instante.
Miré a mi izquierda, donde estaba un hombre viejo también con la polla en la mano pajeándose.
El viejo era poco más alto que yo y su polla más pequeña que la del otro.
Me sonrió y comenzó a pajearse más rápido mientras miraba mi pollita tiesa.
Pero yo prefería al otro, así que volví la vista y empecé a meneármela mirando su picha dura.
—¿Tan joven y ya le das? —me dijo entonces el maduro.
Yo me sentía avergonzado, pero no podía dejar de mirársela mientras me la seguía meneando.
Aquello me daba mil veces más gusto que las pajas que estaba acostumbrado a hacerme.
Estaba tan excitado que en menos de un minuto me corrí.
Me la guardé y salí rápidamente temeroso de que alguien conocido me hubiera visto, convencido de que aquello había sido una calentura y de que nunca más volvería a aquellos urinarios, pero esa noche me hice dos pajas más recordando la escena, rememorando el olor a meados y lejía, la polla del maduro de mi derecha…
El caso es que al día siguiente volví a la misma hora.
El maduro del día anterior no estaba pero había otros hombres, maduros casi todos, y yo me conformaba con ver pollas, cuantas más mejor.
Iba tres o cuatro veces por semana, no siempre veía a hombres pajeándose pero solo el olor del lugar me la ponía dura.
Durante varias semanas me conformé con mirar, pero una tarde un viejo asqueroso me la cogió y comenzó a menármela mientras él se pajeaba.
Ufff, aquella tarde descubrí que si disfrutaba haciéndome pajas, daba mucho más gusto que te lo hicieran.
Aquel viejo me vio tan entregado que me cogió del brazo y tiró de mí hacia uno de los retretes.
No me gustaba, y además me daba asco, pero no tuve fuerzas para negarme.
Cerró la puerta, me agarró la cabeza con las dos manos y comenzó a besarme en la boca.
Pensé en apartarme porque me dio mucho asco, pero en un segundo el asco se convirtió en placer.
El tacto de su lengua dentro de mi boca, su olor rancio a tabaco y a sudor hicieron que se me pusiera más dura todavía.
Él, sin dejar de besarme, me bajó los pantalones y comenzó a acariciarme el culo.
Yo creí morir de placer.
Acababa de descubrir que al machito del colegio que era yo le gustaba que un hombre le dominara.
El viejo también se había bajado los pantalones y llevó mi mano hasta su picha dura.
Era la primera vez que tocaba la picha de un hombre y, al notar su tacto suave y caliente, sentí que una corriente atravesaba mi cuerpo.
Empujó mis hombros hacia abajo hasta que mi cara quedó frente a su picha.
Durante unos segundos la miré para fijarme en las venas gruesas que la recorrían, pero él me empujó la cabeza y comprendí que lo que quería es que me la metiera en la boca.
—Venga, putita, chúpamela —me dijo.
Yo solo quería complacerle, y estaba tan excitado que habría hecho lo que me pidiera, por sucio que fuera.
Sin que me importara el olor a meados que desprendía, me lancé a chupar como si aquello fuera lo más importante de mi vida, hasta que conseguí que se corriera dentro de mi boca.
Al terminar me preguntó:
—¿Cuántos años tienes?
—Trece —mentí yo, aunque no del todo, porque entonces me faltaba apenas un mes para cumplirlos.
—Lo has hecho muy bien—me dijo antes de volver a besarme en la boca.
Aquella tarde volvía a salir asqueado de los urinarios, pero en el fondo yo sabía que volvería al día siguiente, y al otro.
A partir de ese momento ya no me bastó con mirar, necesitaba tocar y chupar.
Mi fijación eran los hombres grandes y corpulentos con buenas pollas, pero si no lo encontraba, me metía en el retrete con quien fuera.
Me daba igual que fuera viejo o joven, guapo o feo.
Yo solo quería comer polla.
Continuará…
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