Mi aventura con un novato III
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por tarod71.
El día que mi pareja revisó el PC, yo me encontraba en Santiago, hablamos por teléfono y todo parecía normal, cuando llegué a nuestro depto. en Concepción, el domingo en la noche, estaba todo apagado, no había nadie en el departamento, llamé incesantemente a mi pareja a su celular y sólo me contestaba la casilla de voz. Yo estaba preocupado, ya que nunca tiene el móvil apagado, y a esas horas él debería estar en casa.
Desempaqué mis cosas y procedí a prepararme algo de comer, ya a eso de las 12:00 de la noche y viendo que no llegaba, me desnudé para acostarme en nuestra cama, al destaparla me encuentro con una carta dirigida a mi.
En ella él me cuenta que encontró el relato y verificó que todo era cierto, que me amaba, pero que eso de la infidelidad, él no lo perdonaba, que por favor me fuera del departamento al día siguiente y me llevara todo lo mío, él se quedaría donde un amigo por esa noche, ya que no quería verme.
Mientras leía mis ojos se iban nublando, me tomó más de 40 minutos poder leer la carta de sólo 3 páginas, pero cada cierto tramo debía parar, releer, llorar.
Mis ojos no creían lo que decía la carta, nunca pensé que él se fuera a enterar de mi aventura, mucho menos que terminara una relación de 4 años de esa manera, lo cual no me daba posibilidad de defenderme, no podía decir nada, el maldito celular no contestaba y solo salía esa condenada grabación, no podía dejarle un mensaje, necesitaba hablar con él, quería tenerlo a mi lado y pedirle perdón, besarlo, que me gritara o pegara, pero una carta… una carta era fría, no tenía su olor; necesitaba mirarlo a los ojos y que viera lo que yo sentía, que viera las lágrimas que no paraban de salir de mis ojos.
En la habitación no había más sonido que el de mi respiración entrecortada, lentamente todo se iba oscureciendo y se iba haciendo más pequeño, sentía que algo oprimía mi pecho y mi cuerpo entero, en mi mente aparecían las imágenes de cuando nos vimos por primera vez, ese nerviosismo mutuo, esos ojos brillantes que hablaban sin que el pronunciara palabra, sentía en mis labios su sabor, ese dulzor producido por el primer beso que nos dimos, el calor de su piel mientras nos abrazamos, recordaba muy rápidamente las veces que nos caímos de la cama de tanto que nos reíamos juntos, esas miradas cómplices que nos dábamos cuando estábamos en público. Por un momento sentí que toda mi vida pasaba frente a mí y en todas las imágenes aparecía él, incluso sin que haya estado presente, mi vida era al lado suyo y no se lo podía decir.
Traté de dormir pero fue inútil, toda la noche pensaba en él, sentía su olor en la cama, necesitaba sentirlo.
Sin darme cuenta llegó al mañana, mis ojos estaban hinchados de tanto llorar, me levanté y fui a la ducha, para tratar de calmarme y cambiar un poco la cara, pero fue inútil. Me preparé desayuno pero nada pasaba por mi garganta. Viendo la hora no me quedó otra que preparar mis bolsos, me costaba decidir que llevar, ya que sentía que todo era de ambos, guardé unas cuantas prendas y le escribí una carta, explicándole todo, pidiéndole reunirnos, para así poder hablar y aclarar todo. Cerré todo bien y me fui a una pensión.
Caí en una depresión profunda, no comía, casi ni me levantaba de la cama, él no se comunicó conmigo para juntarnos, lo que me ponía más triste.
Un amigo mutuo se preocupó por mi y me obligó a ir al psiquiatra, cosa que hice de mala gana.
Pasaban y pasaban las sesiones y yo no lograba abrirme al terapeuta, proponiéndome que talvez era mejor que me hipnotizara para ver que pasaba conmigo, si mi subconsciente le decía algo más. Yo que creo poco en eso, pero acepté, siempre y cuando mi amigo me concertara una reunión con mi ex, él dijo que haría todo lo posible, así que me sometí a la hipnosis.
Todas las sesiones eran grabadas en cassettes, para darme confianza y así poder revisar con calma que salía en cada sesión.
Era una sensación extraña la de ser hipnotizado, uno estaba conciente de todo lo que pasaba, pero las cosas que veía en las regresiones, era tan vívidas como si estuviera ahí en ese momento, pasé por toda mi vida, dándome cuenta que mi amor por mi ex era verdadero, que necesitaba estar con él, que era mi complemento, que debía luchar contra lo que fuese por volver con él o por lo menos tener una buena relación de amistad.
Obviamente el tema de la homosexualidad salió a la luz y el psiquiatra quiso indagar de donde venía, por lo que en las siguientes sesiones retrocedió más atrás en el tiempo, en mi infancia estaba presente, pero no se originaba ahí, por lo que tuvo que ir más atrás aún, para mi sorpresa llegamos hasta la antigua Grecia.
Yo me llamaba Solón y tenía una buena posición social, con unos 25 años de edad y como todos, nos preocupábamos de la belleza física y de la mente. Vivía en Halicarnaso, en una construcción de piedra, las que eran recubiertas por gruesas telas de colores vivos, los que les quitaban la frialdad al material de construcción; todo era iluminado por los grandes ventanales que estaban por todo el contorno de la casa y de noche las lámparas de aceite dejaban un ambiente de luz y sombras, las que producían un movimiento ensimismante.
Como dictaba la costumbre, todo hombre adulto y de buena posición debía entregar sus conocimientos a un púber, hasta que este llegara a su adultez, cuando él haría lo mismo con otro joven.
Debido a mi posición yo tenía varios jóvenes erómenos a los que educaba y era recompensado con favores sexuales, ellos siempre hacen de pasivos debido a su inexperiencia, pero sólo se practicaba el sexo oral o intercrotal (cópula realizada entre las piernas), ya que la penetración propiamente tal no era bien vista.
Dentro de mis jóvenes había uno que era mi favorito, le tenía un cariño especial ya que era hijo de un general del ejército, el que había muerto por salvarme la vida.
Arión se llamaba este joven y estaba a mi cargo hacia varios años y ahora que ya era todo un hombre debía partir de mi lado. Con él nunca hubo necesidad de mantener roles o limitar las prácticas sexuales, lo que sentíamos el uno por el otro era más fuerte de lo que estuviese bien o mal visto.
Arión, tenía un cuerpo perfecto, a sus 18 años, su piel era suave, bronceada por el sol, con una musculatura perfecta, media 1.75 pelo oscuro y ojos café, con un aire angelical y al mismo tiempo de hombre recio. Sus abdominales se marcaban en plenitud, los quitones que usábamos dejaban siempre a la vista sus hombros redondeados y sus piernas voluptuosas. El contorno de su miembro se veía fácilmente marcado bajo sus mantos y al no usar ropa interior, podía ver tanto su pene como su culo cuando corría alguna brisa o simplemente al sentarse en los lechos.
Pasamos muchas mañanas, tardes y noches de pasión, él fue la única persona con la que hubo penetración real, tanto de parte mía como suya. Su cuerpo elástico se adaptaba perfectamente al mío. El tiempo no transcurría cuando estaba con él, no existía más gente, ruido o cosa más importante que hacernos felices los dos. Siempre eran distintas las sesiones que teníamos, a veces simplemente nos dedicábamos a mirarnos, darnos comida, a hacernos cariño, bañarnos el uno al otro y otras en cambio eran desenfrenadas, donde mi boca recorría todo su musculatura, mis besos y lengua lo humedecía completamente, sus axilas eran ralas y con mi boca les dedicaba mucho tiempo, ya que sabía que él se estremecía con esas acciones mías.
Sus pies perfectos eran un deleite para mi lengua, sentir cada dedo suyo y mi lengua recorriendo cada espacio, lo hacía gemir y su pene se erectaba a su máxima expresión, llegando a medir 19 centímetros de carne caliente y palpitante, siempre con su glande mojado en sus propios líquidos. Su culo era increíble, una redondez perfecta, sin bellos que distorsionarán la imagen o incomodaban el recorrido que hacia mi lengua por todo su contorno hasta llegar a su entrada, que siempre estaba estrecha pero invitante.
Él por su parte se dedicaba principalmente a besar mi cuello, detrás de mis orejas, bajaba con su lengua por mi espalda llegando hasta mi ano, donde se quedaba mucho tiempo saboreando y dilatando. Nunca dejó de lado mi pene el cual engullía con maestría, haciéndome soltar más de un gemido.
Las penetraciones eran intensas, aprendimos a controlar nuestras venidas y así durar toda la noche dándonos placer mutuo, él con paciencia y serenidad lograba dilatarme para irse introduciendo en mi, llenándome por completo de su carne. Entraba y salía de mi cuerpo y su transpiración corría por su estómago llegando a su pene, la cual servía de lubricación y refrescaba mi recto que ardía con cada arremetida. Cuando estaba por acabar, se detenía y me ofrecía su ano juvenil, el cual nunca dejé de disfrutar. Me fascinaba cuando me acostaba boca arriba y mi pene quedaba apuntando al techo, él se sentaba lentamente introduciendo cada centímetro, para luego mostrar sus dotes de jinete, sus piernas se marcaban enteras con la fuerza que hacia para subir y bajar por mi falo, haciéndome llegar al Olimpo y haciéndome ver a todos los Dioses.
Pero todo no podía ser perfecto, había llegado el momento para formar su propia familia, la edad de instrucción ya había terminado y ya no podíamos permanecer juntos. Fue difícil la separación, pero así debía ser. Él ansiaba ser un general como su padre y para eso lo había instruido todos estos años. Se enlistó en el ejército, como todos los jóvenes de su edad y dejé de verlo.
Al paso de dos meses de nuestra despedida, tuvimos que invadir un país vecino y todos los hombres debíamos participar, ya que los enemigos superaban en número a nuestro ejército. Los griegos siempre fuimos más adelantados en tecnología que nuestros vecinos y nuestras tácticas de guerras eran siempre mejores, funcionábamos por escuadrones, pero la fortaleza estaba dada en el trabajo de pareja que se daba entre los soldados, cada uno tenía un compañero a quien defender y cuidar y se creaban lazos muy fuertes en las parejas, llegando normalmente a intimar durante el período que durase la batalla e incluso más, eso nos fusionaba y nos hacía dar todo por el otro.
Los Dioses habían oído mis suplicas y entre todos los hombres del batallón mi compañero fue Arión, nuestros ojos brillaron al poder vernos nuevamente y saber que nuestras vidas dependerían la una de la otra y que las noches serían de ambos, pudiendo amarnos sin inhibiciones, igual que el resto de los soldados.
Nos movilizamos hasta el sector de la contienda y quedamos atónitos al ver como nuestro enemigo nos superaba en número, pero nuestro valor no disminuyó, mas bien se acrecentó con las palabras de nuestro General, que nos infundió confianza y serenidad. La primera noche nos dedicamos a preparar bien nuestras armas y mientras los jefes de cada escuadrón planificaban las tácticas de combate, dejando todo listo para lanzarnos al ataque antes de que el despuntara el alba.
Era muy temprano cuando todos tomamos nuestros escudos y espadas y nos lanzamos sobre el enemigo, el fragor de la batalla no nos dejaba sentir dolor por las heridas que nos propinaban, nuestros sentidos estaban todos atentos a las instrucciones del general y en los peligros que corría nuestro compañero, gracias a nuestro estilo de batalla y esta complicidad entre los soldados, mermamos considerablemente el ejercito contrario y avanzamos una buena cantidad de terreno, tomando posesión no solo de las instalaciones que dejaban a su paso los contrarios sino de sus tesoros, mujeres y jóvenes. Al caer la noche los soldados heridos fuimos atendidos por nuestros médicos, dejándonos en la mejor condición para proseguir al día siguiente con la lucha, afortunadamente yo sólo recibí una herida leve en el muslo izquierdo y Arión estaba ileso, por lo que me llevó hasta nuestra carpa y se encargó de asearse, para posteriormente bañarme. Me sacó lentamente toda la armadura, dejándome completamente desnudo y con un paño húmedo fue recorriendo mi cuerpo, tal como meses antes lo hacía su lengua. Quitó todo el barro, sangre de mis enemigos y la transpiración que cubrían mi cuerpo, hizo su labor con maestría, mis músculos adoloridos por la batalla se fueron relajando con un suave masaje que aplicó desde la cabeza hasta la punta de los pies, los que junto con dejarme sin dolor me fueron excitando, ya que sus manos cálidas estaban por todo mi cuerpo; mientras que a la distancia se oían los gemidos de las otras parejas de soldados que deben haber estado en situaciones parecidas.
Al notar Arión mi erección, no lo pensó un minuto y se llevó mi pene a su boca, jugando durante un largo rato con mi glande, sus manos estaban en mis tetillas, dejándolas erectas al igual que mi miembro, su boca por fin se juntó con la mía, dándonos un beso apasionado, lleno de calor y ternura, al mismo tiempo; para que yo no hiciera mucho esfuerzo, me dejó tendido boca arriba y él desnudo puso sus nalgas en mi cara para que yo las besara y lamiera como antes lo hacía, con cada roce de mi lengua en su ano, este se iba relajando, dejando que cada vez más, mi lengua se internara en su ser, sintiendo ese agradable sabor y llenándome con su olor. Mi legua ya entraba completamente en su cavidad cuando el se da vuelta y me ofrece su pene tieso y lubricado para que también lo saboreara, cosa que hice con gran agrado y desenfreno; por fin tenía de nuevo su herramienta en mi boca y él parecía estar tan feliz como yo, ya que sus suspiros eran bastante profundos y cada vez sus caderas se movían más y más aprisa.
Cuando estaba por venirse, me quitó ese manjar de la boca y se sentó con un solo movimiento brusco en mi falo, el calor de su cuerpo quemaban mi pene, pero estaba en la gloria, la sensación era distinta a las anteriores, esta vez era más salvaje y su ano había perdido la elasticidad de hace un tiempo, ya que nadie lo había penetrado desde que nos separamos, pero él no se quejó de dolor, más bien gemía de placer. Estuvo así no por mucho tiempo, ya que la calentura que ambos habíamos acumulado nos hizo acabar en solo 20 minutos, mis chorros de leche fueron a parar en su interior inundándolo por completo y los de él fueron a estrellarse contra mi cara y boca, fue increíble el sentir que lo nuestro no había desaparecido y que ambos seguíamos disfrutando plenamente del otro, lamentablemente ya era tarde y debíamos descansar para continuar con la batalla al día siguiente, nos acurrucamos y dormimos en cucharita hasta el amanecer.
El segundo día de guerra comenzó y nosotros estábamos con mas energías que nunca, tanto por las bajas que produjimos el día anterior en el enemigo, así como por la noche de placer que todos tuvimos.
Partimos a enfrentar a nuestro rival olvidándonos de las heridas y la contienda se desarrollaba cuerpo a cuerpo, tras varias horas de lucha logramos avanzar 5 estadios sobre terreno enemigo, pero una emboscada nos encerró dejándonos a tiro de flecha. Protegí con mi cuerpo a mi compañero, alcanzándome una flecha justo en un pulmón, en ese preciso momento llegaban refuerzos y vencíamos al enemigo.
Para mi ya era tarde, no había médico que pudiera salvarme y lo único que alcancé a decir antes de morir, fue que si los Dioses eran generosos con nosotros, nuevamente nos reuniríamos; esta vez para siempre.
En ese momento, el psiquiatra me sacó del trance y mi cuerpo estaba con la sensación de la herida provocada por la flecha, mi respiración era muy débil, pero tenía la certeza de que Arión era la persona que yo amaba y que aún cuando habían pasado muchos años y en esta época nuestros cuerpos y edades eran diferentes, esa persona era mi ex, al que engañé con el novato, no lo perdería nuevamente y lucharía por volver con él.
Afortunadamente conseguí reconciliarme, recientemente hemos celebrado nuestros 4 años y dos meses juntos.
Tenemos la convicción de que estamos hechos el uno para el otro y aunque tengamos alguna aventura, eso no destruirá nuestro amor.
Tarod
Como siempre espero comentarios de mi relato
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