Mi baúl de los recuerdos (Juan un hombre maduro de 40)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Tendría 9 cuando un primo chupo mi pene por primera vez, de hecho fue él quien me enseñó cómo quitarme el virgo y dejar mi verga sin el sello de la virginidad.
A los 12 se la metí a mi hermana y así empezamos una vida de encestó familiar con mis demás hermanos.
Podría decir que a mi edad era alguien con alguna experiencia sexual.
Lo había hecho tanto con féminas como con hombres.
Bueno, hombres nomas mi hermanito y un gay al que llamaré Evaristo.
Con el fue tan solo una vez, pero me gustaba penetrar culos.
Cuando tenía 16 conocí a Juan, un señor dueño del billar del lugar.
De unos 40 años, alguien normal diría yo.
Muy amable y servicial con los que trataba.
Siempre tenía una sonrisa a flor de labios.
Hola chamaco – me saludaba cuando me encontraba en la calle – Qué haces? Cuando llegas a mi negocio?.
Yo sonreía.
Entendía que era cortesía, porque sabía que a los billares no dejaban entrar a menores.
Un día que pase vi que el billar estaba vacío de clientes, tan solo Juan haciendo aseo de su negocio.
Era medio día, me vio y sonrío como era su costumbre.
Hoy si vas a entrar? – me dijo con su característica amabilidad de siempre.
Y cómo si quisiera ahuyentar mis dudas me coloco el brazo sobre el hombro.
Y ahí estaba yo adentro de su negocio.
– Siéntate.
Quieres algo de tomar? Quieres jugar? O que quieres?
No supe qué decir.
Asentí que si y el muy atento me sirvió un refresco.
Era de buen hablar y minutos más tarde me contaba de todo y nada, trivialidades.
De su negocio, el clima.
Que por cierto hacía un calor del demonio.
– Que grandes tus manos – dijo –
Sonreí.
No venía al caso.
– Dicen que los hombres con manos largas la tienen grande – siguió casi filosofando –
Me quedaba claro.
Juan estaba insinuando que yo tenía una verga grande, pero aún así aduje inocencia.
– La tienes grande – preguntó un tanto más decidido – quizá por mi actitud pasiva.
Porque en apariencia yo estaba tranquilo, aunque debajo de mis calzones algo se había despertado y ya hacía bulto en mi entrepierna.
Juan sonreía, pero esta vez era diferente.
Había lujuria en la expresión de su rostro.
Quieres que vayamos atrás – me dijo – haciendo un leve movimiento de cabeza señalando una puerta.
Adivine que era su dormitorio.
Sentí su ruda mano tomando la mía para luego guiarme a la habitación que efectivamente era un dormitorio.
Había una cama grande, espejo, un par de sillas y una televisión.
Juan tomando la iniciativa se había sentado al borde de la cama y expectante me miraba.
– Quieres que te la mame – escuché decir -.
Y cómo si no necesitará respuesta desabrocho mis pantalones y dejando al aire mi fierro.
Ya estaba semi erecto, grueso, listo para ser usado.
– Que divina verga – lo escuché decir – antes de que engullera más de la mitad en su boca.
Caliente en su interior, babosa como panocha de mujer adulta (Por un momento me recordó a la vulva de mamá).
Escuchar su respiración excitada me causaba un placer morboso, sentir su garganta me hacía sentir lujuria, dominio sobre el macho.
Perversidad de saber que un hombre me deseaba.
Chupo tanto como quizo, mi pene, los huevos, el estomago.
Hacía círculos con su lengua en mi ombligo y luego bajaba milímetro a milímetro hasta llegar a la verga.
Me daba un placer inmenso que me hacía lanzar gemido tras gemido.
Cuantas veces levante mi rostro al techo como si buscara ahí la respuesta de porque tanto gozo de que me la mamara un hombre de cuarenta.
-Quitate la ropa – me pidió con un tono de voz que no ocultaba su excitación –
Me baje los pantalones totalmente y el me ayudó a sacarlos.
Me quité la camisa quedando como Dios me mando al mundo.
Juan me miraba como si no creyera que tenía carne fresca a su alcance.
De nuevo, afianzó mi pene y cómo si estuviera adivinando empezó a preguntarme cuánto media.
– Te mide 20 cm – decía –
– No
– Mentiroso.
19?
– No
– 18? – preguntó arrastrando las palabras-
– No
– Vamos.
Dime cuánto.
Está bien grande.
Parecía un niño con juguete nuevo.
Su mano firmemente afianzado a mis 17 cm de verga, considerando la medida por encima del pene, midiendo por la parte de abajo donde están los huevos medía más, 18 o 19 quizá Juan parecía más que complacido con lo que tenía en sus manos.
Tanto que otra vez lo vi tragárselo en la boca, haciendo que de nuevo doblara mi espalda hacia atrás y otra vez buscará respuesta en el techo por lo que sentía.
Empecé a cogerlo por la boca, suave, como si en cada penetrada quisiera sentir esa calentura y el roce de su lengua en mi glande.
Gemíamos los dos.
Mis manos en su cabeza marcando el ritmo.
El tiempo y el espacio habían desaparecido, que nos importaba el clima (Seguía el calor) o el hecho de que los dos éramos del mismo sexo.
Sin hablar supimos que era el momento, Juan se quitó su camisa dejando ver ese pecho de macho adulto, peludo, complexión fuerte, de hombre maduro.
Se bajo los pantalones, no traía calzoncillos.
Tenía un pene normal diría yo, aunque un tanto más chico que el mío.
Flácido y con el glande cubierto.
Creí adivinar que era virgen.
Una espesa mata de pelos adornaba sus partes íntimas.
Me besó en la boca, haciéndome sentir por primera vez el sabor de un hombre.
Su lengua jugaba con la mía.
Ahora fui yo el que empezó a lamer su cuerpo, sus tetitas, el cuello.
Lo gire dejándolo de espaldas a mi y lo bese por toda la extensión de la columna vertebral hasta llegar a su cola.
Se inclinó como si supiera que iba a chuparle el culo.
Al contacto de mi lengua en su ojete suspiro como si el alma se le escapaba del cuerpo.
Le mame la raja de sus nalgas de estreno a extremo.
Mi lengua traviesa horadaba la entrada de su ano haciendo que emitiera pujidos de placer.
Me agaché un poco y aunque nunca lo había hecho con alguien más empecé a juguetear con la bolsa de sus huevos.
No pude detenerme y me las metí a la boca chupando sus bolas.
Pude sentir que sus piernas flaqueaban.
Seguía atrás suyo, me paré y suavemente lo empuje hasta dejarlo apoyado sobre la cama.
Me agarré a sus caderas y con mi mano derecha coloque mis 17 cm en su entrada.
Supo que iba a penetrarlo y de nuevo suspiro hondo.
Fue delicioso sentir como mi verga se abría paso en ese culo, fue delicioso escuchar como Juan disfruto cada centímetro que le entraba.
Sin soltarme de sus caderas empecé a culearlo lentamente, como si quisiera alargar el placer que sentíamos.
Fueron largos minutos de sexo, mi verga entraba y salía una y otra vez.
Juan parecía gozar, pujaba largamente.
Parecía como si estuviera al borde de un colapso.
Sus caderas se movían deliciosamente al ritmo de mis embestidas.
Me pidió que acabara, que le echara mi leche, que me deseaba dentro.
Me vacíe en uno de los mejores orgasmos que había tenido.
Sentí como una y otra vez mi verga escupía chorros de semen en lo más profundo del ano de Juan.
Fue delicioso, rico, morboso.
Otra vez creí que el tiempo y el espacio habían desaparecido.
Todavía estaba sobre Juan, el de bruces en la cama.
– Que rico coges – decía -.
Fue entonces que escuchamos que alguien hablaba afuera.
Era uno de sus clientes.
Mierda – dijo –.
Quédate aquí.
Voy a ver quién es.
Rápidamente se puso sus ropas y salió.
Lo escuché hablar.
El típico ruido de bolas de billar chocando unas con otras me dijo que no podría salir en un buen rato.
Efectivamente estuve en el cuarto de Juan hasta eso de las 9 de la noche, hasta que se fueron sus clientes.
No sin antes repetir lo que habíamos hecho al medio día.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!