Mi efebofilia 2 – “Más de Juan, ojos azules”
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por meteorotuc.
Un par de veces lo vi salir del edificio estando yo en mi balcón. Me quedé observándolo casi fijamente mientras se alejaba y desaparecía de mi vista. La primera pasó como si nada. La segunda, sí: se detuvo casi en la esquina y volteó mirando en dirección a mi casa. Levanté mi mano en amistoso saludo respondiéndome de la misma manera. Esa misma tarde me envió un mensaje: “una de estas tardes subo”.
Esa tarde llegó. Como si nada pasamos un rato de charla banal, hasta que me atreví a preguntarle cómo se sentía después de todo. Me confesó que no la había pasado muy bien, que le habían asaltado miles de dudas y temores, y sobre todo culpa. Hablamos de todo eso. Intenté que entendiera que estaba madurando, sexualmente hablando, y que todo aquello que él hiciera o experimentara le serviría para definirse como persona. Que el tener un contacto sexual con otro de su mismo sexo no lo convertía en “maricón”, el gran temor de tantos jovencitos que en apariencia han superado esos tabúes de un pasado próximo, y que sin embargo siguen sufriendo de la presión social de su grupo humano próximo -familia, amigos, compañeros…-, todavía estructurado en pautas machistas y homofóbicas.
No sé si lo entendía. Sé que lo asimilaba y se tranquilizaba. Pasó a cuestionarme a mí y mi manera de entender el ejercicio de la sexualidad. Y le hablé de la libertad y del respeto. Pero sobre todo de intimidad y privacidad. Siempre he creído que aquella intención de exagerada legalización de las relaciones interpersonales, de posicionar a cada quien en moldes y rótulos sexuales, sólo ha servido para que perdamos todo el morbo que otorga la clandestinidad, lo oculto, lo privado.
Esa tarde no pasó de un último abrazo, cargado de afecto y de cierta calentura. Esa misma noche me envió un mensaje diciéndome que volvería a hacerlo conmigo, si prometía tenerle paciencia. Supe que iríamos a más.
Cierta tarde después nos vimos envueltos otra vez en un ambiente de excitación y morbo. Sabía él como me ponen a mí los chicos que llevan sus pantalones un tanto caídos enseñando su ropa interior, enseñando -evidentemente- lo redondo y carnoso de sus culitos. Y así se presentó. Es más: así me lo hacía ver, provocando que mi mano se vaya casi sola en una caricia sutil y llena de sensualidad. Lo supe después; lo había hecho a propósito; era su modo de premiarme, no sé por qué.
Me dejó recorrer toda la superficie de su trasero. Bajarle su pantalón y hundir mi cara en ese culito que me traía duro y húmedo, fue casi inmediato. Él gemía y sumiso arqueaba su espalda dejándome una mejor vista y posición. Le bajé su bóxer y me dediqué a chupar el ano virgen de este adolescente caliente. Ambos hervíamos en calentura. Pasamos de su primera comida de culo a rozarnos, mi verga en su culito, su mano en mis piernas, las mías en su cuello y pecho. Fuimos dejando caer la poca ropa que teníamos y acabamos en mi cama en un sesenta y nueve casi natural. Su boca hacía maravillas en mi polla mientras que yo intentaba darle placer a la suya con una felación profunda, a la vez que no abandonaba el agujero rosado y caliente de su culo. Me lo pedía. No pares, me decía. Mis dedos trabajaron mucho con la saliva que le iba echando. Entendí que era oportuno intentar entrar ahí con mi verga.
Nos pusimos de lado, su espalda hacia mi pecho. Sin dejar las caricias y los besos le dije que quería metérsela. No me contestó, y me miró con ojitos preocupados. Le dije que sabía que tenía miedo al dolor, pero que me dejara intentarlo al menos, que si notaba que no lo resistía parábamos ahí nomás.
No dijo ni expresó que sí ni que no. Sólo se volteó posicionando su trasero sobre mi verga. Su sumisión era el permiso que necesitaba. Recurrí al lubricante que tenía en mi mesa de noche y empecé a penetrar. Le dolía y le incomodaba, evidentemente. No iba a forzarlo, y ese era mi esfuerzo. Fue una larga faena lograr entrar mi glande y, sobre todo proseguir con el desvirgue.
A mitad de viaje supe que no iba a poder más, y con eso nos conformamos. El vaivén fue de menos a más, pero sin llegar a ser del todo profundo ni rápido. Lo suficiente para que él apreciara el gozo y gimiera de placer, y yo llegara al climax de mi corrida. Juan se pajeaba frenético a la vez que le dejaba el recto lleno de mi semen. El placer no acababa. Tenerlo así, penetrado, gimiendo ambos hasta sosegarnos, era un éxtasis incomparable a otros placeres. Además, esta prolongación del contacto físico evidenciaba que lo había pasado bien, que nos había gustado. Que era más que un polvo bien echado.
Nos duchamos juntos sin dejar de acariciarnos. No hablábamos. Nos tocábamos y rozábamos. Pronto nos encendimos, pero lo dejamos así.
Seguimos juntándonos algunas tardes durante esos meses de 2008. Tampoco eran todas las tardes. De vez en cuando pasábamos de la charla, el cigarrillo y el chocolate a fundirnos en una relación sexual cómplice y furtiva. Pero siempre fuimos a más, a mejor. Una tarde de verano y de vacaciones, después de un rato de sol y piscina en mi terraza, acabamos juntos en la ducha, a reposar en mi cama, a acariciarnos y chuparnos. Incluso llegó la oportunidad en que me preguntó si podía penetrarme él a mí. Ese morbo dispararía mis ratones una vez más. Un jovencito de 15, guapo y virgen, debutando en mi culo.
Sería el disparador de nuevas experiencia. Sobre todo para Juan, a quién se le abriría un mundo se posibilidades con otros y otras.
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