Mi ex, su marido y yo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Cojo.
“Acéptame un café, Lalo” decía uno de los últimos mensajes de Abel esa mañana y acepté.
Fuimos a unos de esas cafés terraza del centro histórico y para las 4 de la tarde, gracias al calor, ya estábamos mareados por las cervezas que habíamos bebido y se podía sentir entre nosotros una tensión sexual en el aire.
Parecía que no habíamos dejado de gustarnos.
En las dos horas que habíamos charlado, no se nos ocurrió preguntar por nuestros respectivos esposos pues nos habíamos concentrado en reír por trivialidades y en ponernos al tanto sobre nuestros logros y trayectos laborales, así como hablando de los familiares que nos conocíamos, hasta que sonó su teléfono y contestó.
“Era Toño”, me dijo y yo entendí que se trataba de su marido.
Ciertamente escuché que Abel le dijo que estábamos en determinado lugar, pero no vi venir que ni 3 minutos habían pasado cuando vi a Toño cruzar el umbral de la puerta y acercarse a Abel, con un beso en la mejilla, y saludarme con un abrazo.
Cabe decir que no nos conocíamos.
La tensión sexual se cortó de inmediato y las ganas que tenía de meterle la verga a Abel, desaparecieron como por arte de magia.
Toño se sentó entre nosotros, nos presentaron formalmente y se miraban inquietos, así que dije “pues vámonos, ya no les quito más su tiempo, a menos que prefieran que comamos en casa y nos echemos un mezcal”.
Ambos asintieron, pedimos la cuenta y fuimos a casa.
Llegando, preparamos tragos y una comida más bien botanera, para seguir charlando hasta que todos perdimos la cuenta sobre los mezcales y whiskies que llevábamos tomados.
Ahí les hablé de mi esposo y todo lo demás.
Ya borrachines los 3, de repente salían a flote bromas de tipo sexual pero, honestamente y al menos de mi parte, sin morbo ni intenciones algunas.
Yo estaba en el mismo sofá que Abel y Toño en el sillón de en frente.
Éste, en algún momento se levantó al baño y fue a mear.
En ese mismo momento, no logro recordar con qué tanta espontaneidad se acercaron nuestros rostros, pero terminamos besándonos intensamente.
Nuestras lenguas hediondas a alcohol se daban vuelo en nuestras bocas y con las manos acariciábamos nuestros rostros.
“No sabes cuánto he extrañado el calor único de tu culo”, le dije mientras él tomó una de sus manos y me la puso en su entrepierna para palpar su verga dura y palpitante.
“Mira cómo me pones”, replicó y, como por arte de magia, bajé su cremallera, desabotoné tu pantalón y bajé ligeramente sus calzones para acariciar sin pudor la cabeza de su verga que comenzaba a babear de excitación.
Tengo 32 años, Abel 33 y Toño 35.
Mido 175 de altura, soy delgado, blanco, velludo, castaño, varonil y, según la gente, muy guapo, así como una modesta verga de 16 cm.
A Abel le mide 17, es más chaparrito que yo, igualmente blanco, castaño y guapo, pero ligeramente más bajo de estatura y lampiño.
Toño tiene ese color que parece rubio pero no lo es porque parece bronceado a ala vez, nada gordo, pero de complexión gruesa, no tan guapo, pero pocos minutos después descubriría que parte de su hermosura se depositaba en las dimensiones de su vergota prieta, cabezona y gruesa de 20 cm de largo.
Mientras Abel y yo nos besábamos y yo le chaqueteaba la verga, nos dimos cuenta que Toño, desde la puerta del baño nos contemplaba, con su pito morcillón en la mano, chaqueteándose también.
Me puse un poco nervioso, pero Toño ya traía el pito de fuera y estábamos ebrios.
No me importó.
Abel le hizo una seña y se acercó hasta nosotros.
Puso su verga en la boca de Abel y yo aproveché para desnudar a mi ex y chuparle el pito.
Cuánta nostalgia y placer.
Varias veces había fantaseado con darle una rica y merecida despedida a este hombre con el que había compartido tanto.
Aunque de novios nunca hubo más participantes en nuestros palos.
Esto era nuevo.
Qué delicia fue ver cómo la vergota de Toño, de esas que se caen por su propio peso, terminar de endurecerse en la boca de Abel, que también comenzó a desnudar a Toño.
Qué delicia de hombres.
Ellos ya estaban encuerados y me incluyeron en la dinámica.
Abel sacó su verga de mi boca y se sacó la de su viejo de la suya.
Se incorporó del sofá y al querer ponerme de pie, me tumbó en los asientos y quedé bocarriba para que comenzara a desnudarme.
Mi rostro quedó cerca de la verga de Toño y ya sabrán que no podía resistirme, comencé a mamársela con mucho gusto.
La tiene riquísima el hijo de puta.
Qué fortuna para mi ex, aunque yo estoy excelentemente atendido por la herramienta de mi marido.
Para lo único que me saqué la carne de Toño de mi trompa fue para suspirar cuando sentí la boca de Abel comiéndome la reata.
Volví al comer a Toño, aunque ahora yo ya pasaba mi lengua por sus huevotes prietos y colgantes, así como por su culito que latía a cada roce.
“Mira, mi amor, a ti que te gustan las vergas babosas” dijo Abel dirigiéndose a su marido, mientras exprimía precum de la cabeza de mi polla, que siempre está babeante.
Así fue que Toño, sin sacar su verga de mi boca, se abalanzó sobre la mía para quedar el 69, desplazando a Abel hasta mis huevos.
Por fortuna, Abel me acomodó por la caderas, tomó mi culo mientras vivía en 69 boca-verga muto con su esposo, él comenzaba a comerme el culo.
¡No mamen! Era la gloria.
No quería despegarme.
Tenía la sensación de que me venía y me contenía.
Nos reacomodamos y yo quedé a gatas, en medio de ambos.
Abel a gatas también, frente a mí, con el culo en mi hocico, y Toño a mis espaldas.
Esta vez, yo comía el culo rosita de Abel y Toño comía el mío, alternando con lamidas que daba a mi verga y a mis huevos.
“No lo resisto, quiero metértela”, le dije a Abel y Toño respondió “métesela”.
Puse a Abel bocarriba para mi posición favorita y de misionero lo piqué.
Aquel calor único de su culo no perdió tibieza con loa años.
Era igual de acogedor a como yo lo recordaba.
De pie, Toño se puso entre nosotros, a veces frente a mí y a veces frente a Abel para que éste y yo le comiéramos el culo y la verga, dependiendo de la posición, hasta que se incorporó, se ubicó tras de mí y luego de meterme la lengua en el culo y un par de dedos, procedió a penetrarme con calma y sin causar dolor, mientras yo seguía dentro de Abel.
De nuevo contuve mi corrida pero tuve que gritarle a Abel “háganme su puta por favor”.
Abel se apartó de mí y quedé de perrito, con su marido y su tremenda tranca dentro mío, para que Abel me cogiera la boca.
“Quiero mucha verga y mucha leche” suplicaba yo desorbitado de tanto placer.
“¿Me quieres dentro?”, preguntó Abel y asentí sin saber que sería más placentero aún.
Se acostó bocarriba debajo de mí y se deslizó hasta que nuestros genitales se rozaban y como si hubieran ensayado, sin mediar palabra, Toño salió un poco pero no se fue de ahí.
Abel me metió su verga con mucha facilidad y, segundos después, sentí que Toño hacía presión para entrar también en mí hasta que lo logró.
Tenía ambas vergas haciéndome su puta al mismo tiempo.
Yo empecé a bramas y creo que los calentó junto con el ratote que llevábamos, hasta que Abel advirtió su corrida.
“¿Me vengo adentro?”, preguntó Abel fuera de sí.
Estando frente a frente, le miré a los ojos y dije “tú sabes lo que me gusta tragar mecos”.
Rapidísimo me la sacó y salió de debajo de mí para quedar arrodillado frente a mi rostro mientras Toño aún me limaba el culo.
Metí el chile güero, cabeza roja de limarme, a la boca, mamé un poco y de inmediato empecé a saborear y tragar su semen.
Pareciera que Toño entendió bien porque, al terminar, salió de mí para acercarse a mi cara chaqueteándosela y cuando percibí el primer espasmo, metí su pitote prieto a mi boca y se descargó en mi lengua para saciar mi antojo.
No acababa de creer tanta satisfacción cuando siento a Abel mamármela desesperadamente.
Acabé en su boca y se levantó para compartir mis mecos con su marido en un beso.
Súper cachondo el rato.
Me quedé acostado y desnudo en el sofá, mientras, abajo, Abel y Toño hacían lo propio abrazados, evidentemente satisfechos.
Al cabo de un par de horas, ya sin luz de sol en el horizontes, desperté y me encontré solo.
Me vestí, fui a mear y a revisar la puerta que estaba cerrada.
Tomé mi celular y vi el último mensaje de Abel “Estuvo riquísimo.
Ojalá que para nuestra próxima visita podamos incluir a Gerardo [mi esposo] en la reunión”.
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