Mi experiencia Erasmus, una fantasía hecha realidad
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Antes de continuar con el tema por el cuál tú y yo hemos acabado en este sitio, haré una breve introducción sobre mí. Tengo entre 20 y 25 años (para no desvelar mucho), rubio, ojos claros, complexión media, 170cm de altura. Soy un chico sencillo, de familia humilde, siempre soñador y muy curioso, pero nunca hubo nada que me despertara tanto interés como el sexo.
He tenido experiencias sexuales desde muy corta edad, tanto con chicos como con chicas. Nunca recuerdo cuál y cómo fue la primera vez, pero lo que sí sé es que se transformó en un no parar. De hecho, mis ansias de sexo eran tales que llegué a meterme en varios líos, algunas escenas embarazosas y otras situaciones en las que quería que la tierra me tragara. Durante años, en diferentes etapas de mi vida, llegué a mantener relaciones sexuales con amigos de confianza, vecinos, desconocidos, etc.
Una vez llegada la adolescencia, aparecía ese maldito malestar constante; sin duda provocado por nuestra propia hipocresía social. ¿qué hago? ¿por qué lo hago? ¿los demás también lo hacen? Y como esas, otras mierdas que se te podían pasar por la cabeza. Era aquí cuando me daba cuenta que esto solo me ocurría con los chicos. Me cuestionaba mi propia sexualidad. Entonces, ¿qué debía hacer?; los demás chicos tienen novia; yo quiero formar una familia; no puedo besar a otro chico, ni cogerle de la mano en público. En fin, todo esto se tradujo en una serie de relaciones hetero-normativas que terminaron fallando, hasta que me encontré conmigo mismo —así por resumir—.
A partir de entonces, llevo una vida más placentera, me considero homosexual abiertamente (aunque no voy por ahí publicándolo), habiendo pasado incluso por una relación con otro chico con el que estuve los últimos 4 años de mi vida. Sí, se acabó el amor, y algo más.
Dramas aparte, ahora me tocaba el momento que llevaba siglos esperando, poder vivir una de las mejores experiencias como estudiante: el Erasmus. Estaba como loco porque aún no me creía que me habían aceptado (en un lugar increíble de Europa —por seguir manteniendo mi anonimato y el de la otra persona implicada.—). Después de estar en una relación de tantos años (al menos para mí), llegó la hora de volver al mercado pisando fuerte. No era mi único objetivo a cumplir durante mi experiencia Erasmus, pero mentiría si dijera que no fue una de las primeras cosas que me planteaba.
Todo comenzó hace unos meses, cuando conocí a uno de mis compañeros de piso, llamémosle Pedro. A pesar de la vida de lujuria y desenfreno que llevo me considero muy tímido, por lo que necesito conocer bien a las personas y sentirme seguro para poder relacionarme con "normalidad". En un principio, me mantuve un tanto distante, ya que tampoco pretendía tirarme a todo lo que se moviera. Sin embargo, me transmitía algo que me decía que íbamos a ser buenos amigos. Con el resto de compañeros tuve incluso más conversación, pero la energía de Pedro era diferente.
No me equivocaba, solo tuvo que pasar una semana y ya echábamos algunas tardes conversando y cerveceando en el salón después de salir de currar (Sí, currar. También existen las prácticas de Erasmus). Podíamos hablar de todo tipo de temas, con más o menos profundidad, algún intercambio de batallas personales, vivencias del día, el tiempo, el precio del pan y ¿cómo no? de sexo. Uno de mis puntos fuertes en las conversaciones de sexo, aunque solo por ver las caras desencajadas que se les queda al resto, es hablar de mis tríos y cuartetos; nada extraordinario, pero si me conocieras en persona sabrías por qué lo digo. Sin embargo, esta vez había una cierta "igualdad de condiciones". Pedro también tenía muchas experiencias locas que contar, todas ellas al detalle (como debería ser siempre que se habla de sexo). Yo ya sabía en dónde me estaba metiendo…
No lo voy a negar, esto se acabó convirtiendo en una rutina, la cual estaba siempre deseoso de repetir. Cada tarde o noche de colegas entre compañeros de piso se hacía más interesante y entretenida, con música, cervezas y algo de hierba para fumar (yo solo fumo en ocasiones especiales). Os preguntaréis qué hacían el resto de compañeros de piso, pues la verdad es que a mí no me importaba entones, ni tampoco ahora —sigamos—. La verdad es que no esperaba llegar a estas confianzas en tan poco tiempo, pero digamos que "su aura" lo hacía todo más fácil.
Después de algunas semanas repitiendo nuestro ritual, empezamos a salir de fiesta juntos, a compartir otras aficiones los fines de semana, dar algún que otro paseo, sentarnos en alguna terraza a tomar cerveza, preparar comidas, etc. Me daba cuenta que sentía algo más que amistad por él, pero no sabía si necesitaba un poco de cariño o quería satisfacer una fantasía sexual. Para mí se estaba convirtiendo en una obsesión, necesitaba salir de dudas. El único "problema", que era heterosexual. Para mí nunca ha supuesto realmente un inconveniente, ya que había tenido experiencias con personas que se auto-consideraban como tales.
Tras algunas semanas en las que no coincidimos mucho (ambos muy estresados con nuestros trabajos) volvimos a reunirnos un viernes en el salón de casa. Todo iba como siempre, hasta que yo solté una pregunta, con cierta picaresca, sobre otro tipo de experiencias sexuales. De repente, se hizo el silencio. Tras unos segundos que parecían eternos, sonrió y me dijo: "¿te refieres a experiencias con tíos?, a lo que respondí: "Bueno, por ejemplo". Volvió a sonreír. A partir de aquí ya os podéis imaginar como continuaba…"¿yo? que va. A ver, no tengo nada en contra, tengo muchos amigos gays, pero no sé, nunca me ha entrado la curiosidad, pero tampoco diré que nunca pueda probarlo, no sé…
Antes de todo esto, nunca le hablé explícitamente sobre mi condición sexual, aunque por algunas de las conversaciones anteriores que tuvimos supuse que ya lo habría deducido. Tampoco voy a negar que, aunque a veces a la gente le sorprenda la noticia sobre mi orientación sexual, en ciertas ocasiones puedo mostrar comportamientos más femeninos (sin querer ofender a nadie).
Para mi sorpresa, y tras algunas puntualizaciones e intercambio de ideas sobre la homosexualidad, Pedro se mostraba igual de abierto y espontáneo que siempre. Incluso, había momentos en los que se le veía demasiado cariñoso conmigo ¿o solo estaba en mi imaginación?. Lo que si sé es que el tío tenía fondo, una gran persona, divertido, abierto y encima era un guaperas. Para presentarlo ya oficialmente: unos 20 y tantos, moreno, ojos marrones, barba de 3 días, cuerpo serrano y un acento que me enamora.
Lo admito, me tenía pillado hasta las trancas. La confianza parecía incrementar exponencialmente. Pedro, aunque todo un picaflor, es un chico que no tiene problemas para mostrar sus sentimientos, hasta el punto en que me daba abrazos de "hermano" a cada 2 por 3, se abalanzaba sobre mí y me mordía la cara, venía por atrás y me inmovilizaba. Todo eso con un par de cervezas encima. ¿Cómo me iba a resistir ante semejante situación?. El contacto físico amistoso parecía llevar algo más consigo, pero ir más allá con una persona que se considera heterosexual no es tan fácil, y menos si no quería joder una gran amistad que hasta ahora se basaba en el respeto mutuo.
Este tipo de situaciones se daban muy a menudo, en ocasiones eran las tantas de la madrugada, cuando el resto de la casa estaba durmiendo, y nosotros seguíamos con nuestra fiesta particular. Sus muestras de cariño eran cada vez más tentadoras para mi. Confieso que era muy difícil no acabar en mi cuarto masturbándome pensando en ello. Muchas veces tenía que disimular marchándome a mear al baño, porque mis erecciones eran inevitables. Yo me ponía muy nervioso, ya que muchas veces él fingía que iba a tocarme mis partes, y no quería que si "accidentalmente" lo hacía, notara la dureza que se escondía bajo mis pantalones. Cada vez me ponía más cachondo, sobre todo cuando no podía evitar mirar el bulto sutil que dejaba apreciar su pantalón de pijama. Las conversaciones eran más picantes, el sexo seguía siendo un tema muy recurrente. Me preguntaba cosas como ¿entonces te encanta chupar pollas?, ¿tu das o recibes?…
Una tarde recibí una mala noticia (al menos para mí): Pedro se volvía a España. Había recibido una oferta de trabajo que no podía rechazar. Sentía que todo lo que habíamos tenido hasta ahora solo iba a quedar en nuestros recuerdos, como una gran experiencia, y nada más. Vale, quizá algo egoísta por mi parte. Sin embargo, estaba claro que solo debía alegrarme por él, si era lo que le convenía, al menos me llevaba un gran amigo. No había tiempo que perder, se marchaba el domingo, debía aprovechar hasta el último minuto.
Por fin llegó el fin de semana, Pedro y yo coincidimos en casa como cada viernes sobre la hora de cenar. Tras estar un par de horas cada uno a lo suyo, nos reunimos en el salón con nuestra ronda de cervezas habitual, esta vez junto al resto de compañeros, dado que hacíamos una especie de despedida. Lo cierto es que los otros compañeros habían estado otras veces ahí con nosotros, pero o se iban a la cama temprano o salían de fiesta por su cuenta. A pesar de la ocasión, y aunque esta vez aguantaron algo más, se marcharon pronto, mientras Pedro y yo continuábamos la fiesta.
Tras repetirse las conversaciones de siempre, sus habituales gestos de cariño y reventar las listas de canciones del Spotify, nos fumamos unos porros. Estábamos tumbados en el sofá, con un ciego del bueno, hablando de la vida, algún que otro silencio. De pronto, noto que algo se posa sobre mi muslo. Pone su mano sobre mi muslo, yo no digo nada, comienzo a sentir cierto nerviosismo, le miro y él me mira. ¿sabes dar masajes? —me susurró— Casualmente, dar masajes es algo que me encanta (probablemente se lo habría nombrado en alguna de nuestras charlas) así que no lo dudé ni un segundo.
Mientras el se giraba y se preparaba para el masaje, yo me ponía cada vez más nervioso. Comencé a moldear sus hombros y su cuello, mientras al mismo tiempo me recreaba con la situación. Notaba como él disfrutaba de cada movimiento, incluso oía pequeños suspiros de placer. Estaba caliente a más no poder, mi polla iba a reventar el pantalón. Tras unos minutos, se levantó bruscamente y se tumbó boca arriba, colocándose el brazo sobre la cara. Le pregunté si se encontraba bien, si necesitaba mojarse la cara, lo que fuera. Después de unos segundos sin decir palabra, suelta: "Joder tío! si fuera gay te follaría aquí mismo macho, tienes unas manos increíbles". Tras unas risas por mi parte y algún comentario sin sentido me comenta "¿por qué no vamos a buscar unas putas, y que nos chupen las pollas?". Ante esto ya sabía lo que tenía que hacer, no me lo podía decir más claro y poner más fácil, quería que le comiera la polla. Sin dudarlo ni un segundo más, y con unos nervios que me recorrían todo el cuerpo, llevé mi mano hacia su pantalón, comencé a bajarlo lentamente mientras acercaba mi cara muy despacio. Me encantaba el olor a polla que desprendía, era muy sutil. Mientras yo hacía lo mío él iba preguntando vagamente y de forma totalmente inocente ¿qué haces? ¿qué haces tío?, al mismo tiempo que me ayudaba a bajarse el pantalón. Ya la tenía en mi boca, no me lo creía!
No llevaba ni 10 segundos y ya se le puso dura como una piedra. Yo estaba como desesperado, me la quería tragar entera. Tenía un buen pollón. Dándolo todo, mientras él gemía en voz baja, para no despertar al resto de compañeros. Le encanta dominar, me agarraba la cabeza y me tiraba del pelo, mientras yo seguía chupándole la polla, los huevos y todo lo que podía, lo que me ponía más cachondo aún, sobre todo cuando me susurraba cosas como ¿quieres que me corra en tu boca cabrón? ¿te la vas a tragar verdad?. Yo estaba en el paraíso. Llevábamos unos minutos su respiración aumentaba de ritmo, sus músculos se contraían, sus gemidos se entrecortaban, ya notaba su leche caliente entrando en mi boca.
Pero aquí no se acabó todo, nos fuimos a mi cuarto y le dije que se pusiera a 4 patas, para regalarle una de mis habilidades en la cama. Aunque algo preocupado por lo que podía hacerle, se dejó llevar. Una vez se colocó tal que un animal indefenso no hice otra cosa que acercar mi boca a sus nalgas, le pegué un mordisco y fui dándole lametazos hasta llegar a su ano. Meneándole la lengua hábilmente dentro de sus cavidades conseguí una nueva erección, no paraba de lamerle el agujero y los cojones, mientras él se removía de placer. Al mismo tiempo yo me iba masturbando, me encantaba sentir como la punta de mi lengua lo iba desvirgando lentamente. Llegado el momento, ambos comenzamos a gemir y eyacular como sementales. Una gran corrida.
Sin mediar palabra, nos aseamos rápidamente y cada uno a su cuarto. Sin duda fue la mejor noche de mi experiencia como Erasmus. Al día siguiente todo continuó como si nada hubiera pasado, salvo que entre nosotros quedó un vinculo que nadie conoce. En la despedida oficial del domingo, prometimos reencontrarnos algún día en su ciudad, en la mía o, quien sabe, en la misma en la que nos conocimos.
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