Mi hijo a sus 10 años conoce a su novio caninoo
Cómo el peludo nuevo miembro de la familia desarrolló un vínculo especial con mi segundo hijo..
Hola a todos. Como ya les he contado, soy un padre soltero que ha tenido la bendición de adoptar a tres hijos maravillosos, cada uno con su propia personalidad y singulares intereses, y no nos ponemos límites a la hora de amarnos no nos ponemos límites a la hora de amarnos.
Mi bebé, Pedro, a sus tiernos 5 años, es un rayo de luz que ilumina nuestros días con su inocencia y su risa contagiosa. Javier, de 12, es un chico tímido, apasionado por la vida animal. Max, mi adolescente de 16, es un joven que está aprendiendo acerca de los cuidados que tiene que tener para satisfacer su gusto por los más pequeños.
En este relato les voy a contar un poco acerca de Javier y su relación con Carbón, nuestro perro que se ha convertido en un miembro fundamental de la famila.
Desde muy pequeño, Javier sentía fascinación por los perros, desde una perspectiva más bien inocente. Uno de sus mejores amigos tenía un labrador llamado y cada vez que lo iba a buscar a su casa, no paraba de hablarme de sus juegos con el animal. Un día, me dijo que había tocado la verga de su peludo amigo, tal como yo solía tocar la mía. Me dijo que se sentía mojadita y olia a pipí, causandome una sensacion de ternura.
Hace un par de años fui al parque con mis hijos mas pequeños. Noté a Javier a sus tiernos 10 años corriendo hacia donde estaban unos perros callejeros buscando comida. «¡Javier! ¡No vayas hacia allá!» Grité preocupado, ya que no quería que se acercara a esos animales sucios que podían ser agresivod. Javier no me escuchó, así que corrí a buscarlo.
«¿Qué te he dicho, Javier?» Le dije con firmeza, tirando suavemente de su camiseta. «Tienes que ser cuidadoso con los perros desconocidos, no todos son amigables.» Mientras lo alejaba de los perros, me percaté de que uno de ellos nos estaba siguiendo. Era un perro callejero, flaco y sucio. Su pelo era de un tono de negro muy oscuro. Se acercaba a Javier dando unos pequeños gemidos en los que intentaba llamar la atención de mi pequeño.
Javier tironeó de mi mano y con un poco de miedo, cedí. Para mi sorpresa, el perro era manso y se acercó a mi hijo con calma. Comenzaron a jugar, y yo no pude evitar sentir una extraña conexión entre los dos. Al ver la sonrisa en el rostro sucio del perro, supe que no podía separarlos. Decidí que era la oportunidad perfecta para que nuestra familia tuviera una mascota. Lo bautizamos Carbón por su color.
Si bien, mis otros niños se encariñaron al instante con el perro, Javier tenía una conexión especial. Al principio, me preocupaba que el animal pudiera lastimarlos, ya que era un desconocido. Sin embargo, conforme pasaron los días, Carbón se integró perfectamente a la vida familiar. La curiosa amistad de Javier y Carbón se profundizó, y los vi pasando horas y horas jugando.
Un día, llegué a mi casa del trabajo y vi una escena que algo me decía que iba a ver más temprano que tarde. Javier y Carbón se encontraban en el living. Javier, recostado en el suelo, y Carbón acurrucado a su costado. Mi corazón se aceleró al ver que Javier lamía el pene del perro. El movimiento de su boca, la concentración en sus ojos, y la erección del animal, me hicieron sentir una combinación de calentura y ternura.
Cuando Javier se dio vuelta, dándose cuenta que había llegado, se sonrojó un poco. «…hola papá… Carbón y yo…» Empezó a balbucear, sin saber qué excusa dar. Yo solo sonreí y le di un abrazo. «Estoy contento por la conexión que tienes con Carbón, Javier. Sigue. Se ve que lo disfrutas.»
Me senté en el sillón a observar la escena que se desplegaba ante mis ojos. El perro, ahora acostumbrado a las atenciones del muchacho, se movía rítmicamente, aparentando que disfrutaba del afecto que le brindaba. Me bajé los pantalones mientras la lengua de mi hijo acariciaba con delicadeza el miembro del animal. Sentía mi propia excitación crecer, y mi verga ya se erguía ante la situación. No podía evitar masturbarme lentamente, observando cada detalle.
De repente, Carbón se levantó y se acercó a Javier. El animalito sabía exactamente lo que quería. Comenzó a lamer la entrepierna del muchacho, que se estremeció de placer. Javier me miró y yo le sonreí, dando mi bendición. «Déjate llevar, cariño. Tal como cuando yo te hago lo mismo.»
Mi hijo se empezó a reir. Era una risa contagiosa que me calentaba aun mas. No pude resistir a unirme a la diversión. Con la zoofilia me calienta mirar, aunque no me gusta mucho tener yo sexo con bestias. Mi niño acostado gozando era demasiado. Me tendí en el suelo con mi miembro endurecido al lado de su cabeza, lo cual entendió perfectamente qué significaba.
Abrió su boquita permitiendo que mi verga entrara suavemente en su boca calientita. Me sentí aliviado y orgulloso de que mi niño estuviera experimentando placeres que la sociedad considera «incorrectos». Mientras, Javier se movía contra la boca del perro. La escena se volvía cada vez mas caliente.
No tardé mucho en correrme dentro de la boca de Javier, quien tragó con absoluta naturalidad. Después de unos segundos en los que respiré para recuperar el aliento, me di vuelta para ver qué hacía el perro con mi niño. Por supuesto que el perro no se enfocaba demasiado en la verga aunque alternaba con distintas partes de su cuerpo. Finalmente se aburrió y se fue, dejandome solo para rematar a mi chico. Le acaricié su pequeño y lampiño pene hasta que se estremeció con un infantil orgasmo seco y nos dimos un caluroso beso en la boca, sintiendo los rastros de la leche que deposité poco antes.
Durante los siguientes meses, Javier y Carbón eran inseparables. La relación que compartía mi hijo con el perro se fue fortaleciendo, y era común que se metieran a la cama el uno con el otro. A veces, me despertaba por las mañanas y los encontraba abrazados, su respiración sincronizada, y la cola del perro moviéndose al ritmo del corazón de mi niño. No podía dejar de sonreír al ver la inocente intimidad que compartían.
Max, su hermano mayor comenzó a tener algo de celos con el peludo miembro de la familia y se mostraba resentido «¡Javier! Tu noviecito otra vez se hizo pipí en la cocina!» Gritó Max un sábado por la mañana, con un tono burlezco. Javier se puso cabizbajo ante la situación. Siempre que podía, Max se burlaba de la relación que su hermano y Carbón tenían.
«Eso te pasa por no tener un novio que sepa al menos pararse en dos patas.» Seguía Max con sus comentarios sarcásticos. Su tono era cortante, y no pasó desapercibida la molestia que sentía al ver la cercanía que existía entre Javier y Carbón.
«¡Basta Max¡» Le dije con tono firme, interrumpiendo. «Javier y Carbón comparten una conexión que no tienes por qué juzgar.»
«Pero papá, estoy aburrido de que la habitación apeste a perro todo el tiempo.» Max protestó, cruzando sus brazos y frunciendo el ceño. Y ya no tenemos sexo nunca. Cuando ando con ganas de darle verga, se me baja porque anda oliendo a animal y con pelos por todos lados.
«Huele mejor que tú, Max» Respondió Javier desfiante.». Confieso que casi se me escapa una risa al ver la cara que puso mi adolescente al escuchar la respuesta de su hermano. La tensión en la sala era palpable.
«¡Niños, basta!», les dije en un tono que no admitía discusiones. «Max, es hora de que entiendas que la relación de Javier con Carbón no es asunto tuyo. Tienes que respetar sus sentimientos y la conexión que comparten.» Max suspiró profundamente, su rostro aun crispado por la envidia que sentía. «Pero papá, no es normal que mi hermano tenga un novio perro. Y encima, me lo quite a mi.»
«Cada uno puede tener el novio o los novios que quiera, Max», respondí con calma. «Tú tienes tus propios gustos y preferencias, y Javier no te juzga por eso. En cuanto a ti Javier, Max tiene razón en algunas cosas. La zoofilia no es excusa para descuidar tu higene personal. Hueles a perro todo el dia y varias veces he estado a punto de tragarme un pelo cuando te beso. Tienes que ducharte y lavarte los dientes después de cada sesion que tengas con Carbón. ¿Entendieron los dos?»
«Sí papá» Respondieron al mismo tiempo. A partir de ese momento, las cosas mejoraron entre ellos. Max comenzó a ser más amable con su cuñado y Javier empezó a ser un poquito más considerado con su higiene, y en más de una ocasión, con Max o yo ayudando a lavar su delicioso cuerpo.
Después de un tiempo de buenos ratos entre mi hijo y el perro, Javier comenzó a pedirme ayuda para dar el próximo paso. Los videos de zoofilia que le pasaba de vez en cuando lo dejaron sin poder esperar más. «Papá, quiero que Carbón me penetre, pero no logro hacer que lo entienda. Se va a cualquier parte cuando trato.» Me dijo un domingo mientras cenábamos todos en familia. «¿No te basta cómo papá y yo te rompemos el culo?» Preguntó Max, con cierta burla en la mirada.
«Max», le dije tratando de mantener la paciencia. «¿Qué te he dicho acerca de ser más amable con tu hermano?» Max se encogió de hombros, sin siquiera intentar disimular su desinterés por la situación. «Perdón papá» dijo sin mucha convicción.
«No es a mí a quien tienes que pedirle perdón. En fin, Javier, yo estaré encantado en ayudarte a hacerle entender a Carbón.» Respondí, con una sonrisa de oreja a oreja. «No tengo mucha experiencia en esto, pero puedo buscar algunos tutoriales y consejos de otras personas que sepan del tema».
Tras haber estudiado un poco, hicimos la prueba una tarde de fin de semana. Javier y yo nos sentamos en la sala, con Carbón tumbado en el suelo. «Ahora, mi amor, debes ser paciente y dulce con Carbón. Tienes que acariciarlo y hablarle suavemente para que se sienta seguro.» Le expliqué, notando el rubor que se esparcía por su rostro.
Empezamos acariciando al perro, mi corazón latía con emoción al ver la ilusión en los ojos de mi niño. «Ahora, tócalo ahí» Dije, mostrando a Javier la base del pene del perro. «Solo un poquito. Queremos que se ponga excitado, no asustado.»
Javier asintió, y con suma precaución, empezó a masajear la base del pene de Carbón. El perro levantó la cola y jadeó suavemente. «Muy bien, ahora acércate despacio a su hocico» Le sugerí, usando mi propia experiencia en la zoofilia.
Mi niño se movió lentamente, y con una delicadeza que me emocionó, se acercó a la cara del perro. Carbón se movió un poquito, mostrando su preocupación, Javier lo calmó con suavidad. «Tranquilo, mi bebito» Susurro. Una vez que el animal se tranquilizó, Javier se acomodó en cuatro patas, dirigiendo su trasero hacia el rostro de su animal, quien tras olfatearlo un rato, entendió la señal y se subió para montarlo.
Con un esfuerzo visible, Javier se acomodó, permitiéndole a Carbón que su pene entrara en su apertura. El perro parecía entender, y con cuidado, empezó a empujar. El niño se puso nervioso , aunque tenía bastante experiencia en ser penetrado.
«Respira, Javier. Relájate. Ábrete igual que si fuera yo.» Le susurré al oído, acariciando su mejilla. El perro lo miraba, sus ojos llenos de confianza.
Con cada pulso del miembro del perro, la cara de Javier pasó del miedo al asombro y, al fin, al placer. Vi su boca abrirse en un gemido suave, y supe que el acto que compartía con su amado animal era ahora real.
El perro comenzó a empujar de manera rítmica y Javier se movía con el ritmo. Los gemidos de mi niño se volvían cada vez más fuertes y su rostro, a la par que se retorcía de placer, se teñía de un tono rojizo por la fricción. Yo me acerqué a la pareja, mi propia excitación al tope. Empecé a masturbarme con fuerza, observando la escena que se desplegaba ante mis ojos.
«Papá, no lo puedo aguantar más, es demasiado grande» Dijo Javier entre jadeos. «Ssh, tranquilo. Tienes que dejar que entre lentamente. Tu culito se acostumbrará.» Le dije, intentando calmar sus miedos.
La bestia era insistente. Su pene, duro y caliente, se hundía en la apertura de mi inocente niño. Javier gritó un «Ay, papá!» al sentir la punta del miembro del animal penetrarlo. «Eso es, mi bebé. Mhh.» Decía al tiempo en que me seguía pajeando.
«Papá, ya no puedo… es demasiado…» Sus ojos se abrieron de par en par,»
Ya sin contenerme, acaricié suavemente la espalda del perro, que jadeaba al ritmo de la penetración. El chico se movía cada vez mas salvajemente contra la bestia. «¿Te gusta, Javier? Dime que si te gusta que Carbón te haga el amor.»
Con un gruño que sonó a resignación y placer a la vez, Javier asintió. «Sí, papá. Me gusta.» El animal pareció entender esas palabras y se movió con mayor vigor, embistiendo con más fuerza.
La imagen de mi niño desvirgado por nuestrs mascota me hacía perder el control. Con la punta del dedo, acaricié la mejilla del muchacho, que se tensó a medida que la bestia se hundía cada vez mas en su interior. La bestia jadeó hasta que su semen caliente inundó la cavidad de mi niño.
Me corrí casi al mismo tiempo que el perro, mojándole la carita a Javier. El muchacho, aun con la respiración acelerada, me miró con ojos brillosos. «¿Te gustó, mi bebito?» Le dije, limpiando mi verga y su rostro con una de las toallas húmedas que suelo dejar en la sala.
«Sí papá» me dijo sin darse cuenta como manchaba el piso con la leche del perro que se le escurría. El animal, a su vez, se sentía satisfecho y se acurrucó a un costado de Javier.
Lo levanté suavemente y lo cargué en brazos, su delgado y caliente ser, lleno de semilla de perro, se acomodó en mi pecho. «Vamos a la ducha, mi príncipe.» Le dije.
En el baño, puse a Javier bajo el chorro de la ducha. Empecé a lavarle el rostro sintiendo su piel suave y caliente. «Papá, gracias por ayudarme.» Dijo con dulzura.
De nada, hijo. Se veian deliciosos los dos. Acaricié suavemente su cabello mojado. Me agaché para darle un beso y tocarle las nalguitas, que ya se veian limpias. «Te amo, Javier.» Le susurré. «Y Carbón te ama a ti.»
Eso fue hace dos años. Carbón y Javier siguen siendo novios. A sus 12 años, con sus hormonas empezando a revolverse con fuerza, Javier no para de tener buenos momentos con el perro o con su familia. Incluso sueña con él y otros animalitos, lo cual tuve el privilegio de presenciar.
Con eso me despido por hoy. Muchos de ustedes me me pueden escribir en Telegram a lfgdrs, y estoy encantado de conversar. Un saludo especial a la maravillosa comunidad zoofílica, de la cual he conocido a personas increíbles.
¡Hasta la próxima!
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