MI MACHO JOVEN Y MI MACHO VIEJO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dulcehombre.
Recibimos las primeras lecciones teóricas sobre sexo sentados en rueda sobre el piso de tierra del patio de una casona abandonada.
Entrábamos clandestinamente escalando por los ladrillos carcomidos de una pared vieja.
Éramos cuatro amigos entre los once y los doce pero Alberto, primo de uno de ellos no solo había cumplido quince sino que por sobre todo sabía al detalle todo lo que hay que saber a esa edad.
Como la tienen las mujeres, como hacer para que se abran de piernas, como montarlas, como hay que ponérsela, que tocarles para que les guste y lo que mas teníamos que saber era cuanto era lo que les tenía que gustar.
Si no les gustaba nada era porque no te querían pero si les gustaba te querían pero lo mismo tenías que saber que hacerles para que les guste.
Y si les gustaba mucho no era que te querían mucho sino porque lo único que les gustaba era que cualquiera se la ponga.
Por entonces la edad y la teoría no compaginaban con las reales posibilidades que teníamos de experimentar con chicas por lo que lo que tuvimos que limitarnos a investigar y practicar entre nosotros.
El nos mostró como su verga escupía una leche blanca y bastante espesa, muy distinto al líquido aguado y transparente que saltaba de la de alguno de nosotros.
También nos enseño como había que tocarla y fregarla para llevarla hasta el desleche.
Al principio probamos un ratito cada uno pero con los días todos tuvimos la oportunidad de hacerle una paja completa.
También empezamos a esperar el turno, que se te daba uno a cada cuatro reuniones, tocándonos entre nosotros.
Con el paso de los días no solo llegamos a conocernos por los olores y hasta en los mínimos detalles de la verga de cada uno sino que empezamos a gozar tanto de dar como de recibir.
Para mi el asunto no había resultado del todo novedoso porque a los ocho años un tipo con torcidas intenciones, del que se me ha borrado definitivamente la cara, probó encuentros “casuales” y a solas en lo oscuro en los que mantuvo una charla amable y convincente con la que gano mi confianza me despertó curiosidad por su sexo logrando que se lo explore fregándolo sobre la ropa.
Al tercer encuentro abrió la bragueta y se puso mi mano adentro.
Le acaricié un largo rato la verga, enorme para mis nociones de entonces, el pubis enmarañado y su peluda bolsa apretada dentro de la ropa.
La última vez que nos encontramos la sacó bien parada.
Se la agarré como si fuese un palo.
Me indicaba como acariciarlo y moverle el cuero.
Llevaba apenas unos minutos disfrutando de la experiencia cuando debimos interrumpirla porque alguien se acercaba.
El se escondió dentro de unos arbustos y yo me escurrí en lo oscuro.
Ni bien desapareció el caminante también se fue él sin decirme nada.
Nunca volví a verlo.
Unos días después se comentaba en el pueblo que la policía agarró a un “degenerado” al que buscaban desde hacía varios meses porque se hacía tocar por los chicos.
Después de mucho tiempo de rumiar mi historia y de relacionarla con los comentarios de los adultos del pueblo entendí que ese tipo era con quien había protagonizado mis secretos y oscuros encuentros y la razón por la que se había escondido y la causa de su desaparición definitiva.
Pero ahora nuestros tocamientos era solo un juego entre chicos y nadie parecía salir beneficiado porque era un todos contra todos y aunque lo dirigía uno mas grande, que aunque flaco, nervudo, atlético y algo mas alto que nosotros, en el fondo no era tan distinto.
Pasamos de acostarnos boca arriba para que a su turno otro nos haga la paja a montarnos sin ropas para sentir a pleno las caricias de la verga.
Por entonces yo tenía piernas redondas.
Gordas y casi lampiñas, un culo gordito y redondo y era de tez blanca y pelo rubio.
No dudo que mi culo era el preferido de todos para ser montado.
El juego era excitante y agradable.
Por largo tiempo la repetimos en cada encuentro.
Cuando llegó el invierno y el tiempo de regresar a la escuela.
Los cuatro amigos dejamos de vernos a diario.
Ellos concurrían al turno mañana y yo al de tarde.
Alberto, nuestro maestro del verano a toda paja y montadas ingenuas era estudiante de un secundario nocturno que fuera pensado y organizado para que concurran quienes además de estudiar necesitaban trabajar.
Pero él por entonces era el único desocupado de su casa y quedaba solo durante toda la mañana.
Me invitó a visitarlo y lo hice casi a diario.
En esa intimidad segura y sin testigos lo dejé montarme.
Fui sumiso y fácil.
Me gustaba agarrársela y sacudirla pero mas me gustaba arrodillarme sin ropas para que me recorra el culo y puntee el hoyo con la verga dura.
Confiado y sin miedo aceptaba las controladas, medidas, sensatas embestidas.
La saliva ayudar la apertura de las primeras empujadas.
Fue suave y no me forzaba por lo que lejos de resistirme lo dejaba hacer y disfrutaba.
Aunque así actuaba por prudencia era como si supiera como hacerlo desde siempre.
Después me contó que se controlaba porque el forzamiento también a él le hacía doler la verga.
Avanzo poco a poco un día tras otro pero en el que hizo pasar la puerta todo el ancho de la cabeza y penetrarme unos centímetros del primer tramo sentí que un golpe filoso me partía el culo.
Dí un brinco y casi grito.
Me tranquilizó y comenzó la cadencia del vaivén que al principio toleré bufando y luego soporté algo aturdido.
Lo dejé hacer hasta sentir que no deseaba seguir teniéndolo adentro.
Me moví pidiéndole me la saque y nos desenchufamos.
A los pocos días ya gozaba de tener todo el caño adentro.
De a poco las cogidas fueron agradables para ambos pero mejoraron muchísimo desde que descubrió que un hermano guardaba un ungüento preparado en la farmacia con vaselina en pasta y otros productos humectantes para combatir una reacción alergia en las manos que le provocaba un químico que manipulaba en su trabajo.
La empecé a recibir untada en mi agujero antes de cada cogida.
Ya no solo podía envararme entero sino que se movía y me embestía hasta llenarme el culo de leche.
Me enculaba dos y hasta tres veces por semana.
Lo visitaba con el fin de cambiar historietas, conversar de fútbol y otras cuestiones sin importancia propias de la edad hasta el momento en que me proponía pasar a su dormitorio.
Me cogió de arrodillado, acostado, parado y hasta sentado arriba de él.
Era una putita exclusiva y perfecta que conocía la causa de cada uno de sus jadeos, el olor de su aliento, las razones de sus movimientos y como acompañarlos con mi movimiento de culo hasta enloquecerlo, pero no lo resistía ni contradecía.
Me limitaba a la sumisión.
Durante casi un año y medio recibí verga y lechazos en toda la cantidad que quiso plantarme.
Fue a mediados de la primavera del año siguiente.
Ya era un consagrado putito secreto del amigo que me desvirgó pero también me gustaba encontrarme a solas con mi erotismo que comencé a traducir en pajas privadas con la imaginación a vuelo libre.
No estuvieron ausentes las vergas de mis amigos de juegos, ni la del anónimo y fugaz iniciador en mi primera agarrada, ni la de los hombres desnudos que espiaba en los baños o cuando se cambiaban en las duchas del balneario municipal, como tampoco lo estuvieron las tetas, las piernas y el culo de la tía de uno de mis amigos a la que espiábamos cuando se bañaba en la precaria ducha de la casa donde vivían ambos.
Ella gozaba dejando que nosotros dos la espiemos y, como todos los demás sabíamos, menos nuestro amigo y su madre, dejándose coger por su cuñado, pero esto será motivo de otra historia.
Mi región de reserva para la vida privada quedaba bajo los árboles y ligustros que por ambos lados rodeaban el cerco divisorio entre la finca de mi familia (una quinta en las que se producía todo tipo de verduras y se criaban pollos y conejos) con la del vecino dedicada a la producción de olivos y nueces.
Con la excusa de cazar jilgueros, ponía las trampas colgando del alambrado y bajo los árboles.
La realidad era que en esos lugares podía aislarme escondido entre la vegetación y en la soledad encontraba la libertad para sacudirme la verga en una, dos y hasta tres pajas, ninguna con mas líquido que el transparente de siempre que apenas se comenzaba a blanquear.
Fue en esa faena que me encontró el encargado de la quinta vecina cuando una mañana pasaba controlando la integridad del cerco.
Llegó por detrás y me pescó verga en mano.
Cuando lo advertí la guardé de un solo movimiento pero ya no había nada que ocultar.
Se sonrió y me dio conversación como si nada hubiera visto.
Era un hombre grande, con retiro de un empleo público pero obligado a ayudarse en los ingresos haciendo de casero y cuidador en ese lugar.
Hablamos de mis tramperos y pájaros tema que dominaba con solvencia y me invitó a probar suerte en un cañaveral vecino a la casa de la quinta donde, aseguró, había nidos de todo tipo de pájaros.
Acordamos que lo haría al día siguiente a mi regreso de la escuela.
A las seis de la tarde del otro día llegué con mis tramperos.
Los colocamos en lugares estratégicos y nos ocultamos entre los arbustos para espiar la llegada de los pájaros a las trampas.
Aunque él era un abuelo para mí, y para todos, se comportaba con la alegría y el entusiasmo de un chico jugando a la pelota.
Sus movimientos y gestos no se correspondían a la seriedad de su cara de piel arrugada, gastada y amarronada por el sol, contrastando con los pelos y bigotes blancos y tupidos.
Tenía ojos vivaces y una voz clara y nítida.
Hablaba con la seguridad y certeza de quien está acostumbrado a dar órdenes y a ser obedecido y respetado.
Completaba su figura el torso ancho y liso, algo grueso pero flácido por la edad.
Las piernas no parecían largas pero en conjunto alcanzaba una estatura media pero que me superaba en casi un tercio.
Cuando hablaba movía con gracia sus manos sarmentosas y muchas veces me las puso sobre la cabeza o los hombros cuando quería marcar algo que le parecía simpático o gracioso.
Agotado el tema de los pájaros trajo el del día anterior y yo no cabía en mi vergüenza.
Tenía ganas de salir corriendo pero el, siempre avisado del efecto de sus palabras me tranquilizó diciendo que era de cualquiera hacerse la paja, que el se la hacía y mientras lo decía se la sacó incitándome a imitarlo.
No lo hice.
Quedé mirándolo casi desnudo porque al desprenderse los botones de la bragueta abrió el pantalón de trabajo como si fuese la puerta de una carpa.
Su verga era hermosa, armónica, de proporciones perfectas envueltas en una piel lisa y blanca debajo de la que se dibujaba una cabeza en forma de hongo.
Claro que si no apenas mas larga, si mas gruesa que la que me comía casi a diario.
Mientras dejaba caer sus pantalones se la tocaba, acariciaba y me mostraba como de a poco se le paraba.
Ahora las insinuaciones eran sutiles y mi vergüenza se había fugado desplazada por la presencia de este viejo desnudo provocando mis deseos a los que excitaba sin palabras.
Y no le hizo falta decir nada.
Se la agarré sin pedirle permiso.
La emoción me cortaba la respiración.
El siguió comportándose con naturalidad y sin mirarme a la cara como si estuviésemos acostumbrados a la situación.
Se le fue poniendo dura a medida que lo acariciaba.
Pasaba mis dedos por el redondel de la base de la cabeza encapuchaba en la punta por el cuero sobrante que se le asomaba a medida que crecía en mi mano hinchando las venas y como perdiendo peso.
Estaba bien parada cuando comencé a pajearlo.
Me pidió que se la bese.
Nunca lo había hecho y no le contestaba ni me acercaba.
Arrodillate, me ordenó y obedecí.
Me tomó la cabeza con una mano y con la otra empezó a darme caricias sobre la cara con la verga.
La pasó por las mejillas, el cuello, las orejas, la frente y cada ojo.
Luego bajo por la nariz y siguió haciéndolo hasta que su contacto con mi cara fue natural y placentero.
Besala con los labios a todo lo largo, me dijo y comencé a recorrerla con besitos secos de un extremo al otro.
Me puso la punta y después de darle dos o tres me la puso para que la bese por debajo.
Sentí en los labios la media caña del canal y regresé a la punta.
Mojala con la boca abierta me dijo y la puso entre mis labios.
No me dieron deseos de rechazarla ni sacármela de la boca y comencé a chuparla tímidamente.
Ahora mojala toda me dijo y la comencé a chupar de costado por todo el tronco.
Regresé a la punta y no pude con mis deseos.
Me la comí de un bocado.
Por el entusiasmo me llegó a la garganta y me provoqué una arcada.
La saqué, me recompuse y regresé a mamarlo.
Fue la primera vez que me cogieron por la boca.
La leche era mucha y la mantuvo adentro agarrándome por la cabeza sin dejarme retirarme para escupirla.
Un poco desbordó y corrió por mi mentón y el cuello pero me indicó que la moviera dentro de mi boca para saboreara.
Ya estaba inundada y desde que me la llenó le sentía el gusto y la viscosidad.
—Tragala.
Dijo.
Y la tragué.
A poco mas de una semana me tenia desnudo tirado de panza sobre su cama.
Quiso el destino que esa misma mañana recibiera una de las cogidas de mi amigo.
Eran las seis y media de la tarde y estaba esperando desnudo por otra verga, claro que mas gruesa que la anterior como también mas experimentado el macho que me la pondría.
Lo había mamado y ahora estaba culo arriba sintiendo que sobre mi hoyo y por mi raya corría un líquido muy fluido.
No identificaba el olor pero era familiar.
Dejé de pensar en eso cuando sentí que entraba el dedo sin encontrar resistencia.
A no dudar ello le reveló que no estaba ante un culo virgen.
Apenas lo retiró me embistió el centro con la cabeza.
Atoró la punta en el aro y de allí en más comenzó a empujarla lentamente.
Lo fui recibiendo relajado y abriéndome para mejor tolerar su grosor.
Me la puso hasta el fondo.
Lo sentía entero y duro en mi culo ensartado y repleto de verga.
Ya reconocido el tope empezó a cogerme con movimientos constantes a tiempo que me decía hembrita, putita, traga pijas y una serie e insultos que mas me humillaban y mas me sometían y mas me llevaban al abandono a su voluntad.
Sentía como entraba y salía la cabeza y todo el cuerpo de su pija desde mi aro a lo mas profundo para regresar continuando en un gustos pone y saca que me hacía disfrutar de cada centímetro de carne.
Aplastado por todo el peso de su cuerpo sobre mis espaldas me pedía levante el culo.
Cuando lo hacía su verga dura y firme se me enterraba mas hondo.
Traspiraba de placer.
Hacía tiempo que el otro me cogía mañana tras mañana pero no había recibido ningún polvo como este.
Nunca había sida tan, pero tan puto.
En el momento que se derramó dentro de mi, se derrumbó sobre mi espalda.
Quedó el culo desbordando de leche.
Estuvimos enchufados y rendidos uno debajo del otro por largo rato.
Parecíamos amantes sin tiempo ni reservas.
Fui a lavarme chorreando por las piernas leche mezclada con aceite de cocina.
Era el lubricante de olor tan singular que no había reconocía cuando me corría por la raya.
Durante más de un mes varios polvos de mañana coincidieron con los de la tarde.
Y les aseguro que para quien gusta de andar por la vida bien cogido, no está mal.
Comí leche y tragué verga sin respiro ni tregua.
Fue un tiempo en el que cada día era un poco más puto pero por suerte con tanta discreción y reserva de mis machos poco común en ese pueblo donde todo lo que pasa se llegaba a conocer.
Ese verano mi amigo de la mañana encontró trabajo en el reparto de una panadería por lo que todos lo perdimos de vista para siempre.
Los otros de a poco fuimos siendo mas grandes y cambiamos los juegos eróticos a escondidas por el fútbol en la escuela o en los clubes y otros muchos entretenimientos de varones en edad de buscar chicas.
Yo fui creciendo en una ambigüedad que no resolvía.
Mientras para todos era un muchacho común que tenía una novia de larga data, para mi intimidad era una hembra tan puta y sumisa como la imaginación y la capacidad de humillarme le dio a mi vecino tan macho como viejo.
Con mi cuerpo y con mi boca hizo de todo.
Me pegó, me pisó me escupió, me meó.
Si pudiera volvería a pedirle que lo haga de nuevo sin ahorrarse nada.
Ya ninguno de los tres personajes centrales de esta historia están entre los vivos pero sigo recordándolos y sintiéndome y siendo tan puto secreto como entonces.
Gracias por leerme.
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