Mi papá y yo 2
El padre y su hijo tienen una segunda aventura en el jacuzzi mucho más intensa que la de la última vez.
**No esperaba que el relato tuviera tanto éxito, me alegra que lo disfrutaran. Aquí les traigo la segundo parte que es muchísimo mejor que la anterior. Lastimosamente no se volvió a publicar nada más de esta serie**
Mi Papá y Yo 2
Después de ese día de mi cumpleaños en el jacuzzi de mi papá,
él y yo quedamos más que unidos como amigos, y nuestra amistad se reflejó en más
salidas juntos, a veces a cosas propias para niños de mi edad, a veces a sus
cosas pero… la historia nomás no se repetía y yo me moría porque sucediera una
y mil veces más. Y en ese tenor de ser «sólo amigos», pasaron varios meses. Mi
desarrollo sexual siguió su curso. Y lo bombardeaba con preguntas al respecto,
pero no pasaba de que me contestara con cariño, me diera ánimos y me sacudiera
el cabello.
Yo no perdía la oportunidad de meterme a su baño cuando sabía
que estaba en la regadera para platicar con él… ¡Y VERLO!, o de coincidir con
él en el club para verlo cambiarse de ropa. Aunque también varias veces él entró
a mi baño cuando estaba yo bañándome, y claro, mi reacción inmediata era que se
me paraba la verga nomás de verlo, pero no pasaba de que él hiciera algún
comentario chistoso, o me sugiriera que me la jalara; pero en realidad, yo
sentía que de algún modo evitaba el tema de lo que habíamos hecho.
Así siguieron pasando los meses hasta que, durante otro viaje
de mi madre, terminamos comiendo a media tarde en un restaurante de
hamburguesas. El lugar estaba vacío, sólo él y yo. A media comida me armé de
valor y le pregunté:
– Oye Pá…
– Dime hijo (muy atento a su hamburguesa)
– ¿Estás enojado conmigo?
– ¿Mm?… ¿cómo que enojado?… ¿porqué habría de estar
enojado?…
– No. Bueno. No precisamente enojado. Sino…
– A ver… ya suéltalo…
– Es que… ¿te acuerdas de lo que hicimos el día de mi
cumpleaños?…
Aquí de pronto su hamburguesa dejó de ser tan interesante.
Terminó de masticar el bocado y lo pasó grueso. Se me quedó viendo serio, hasta
que finalmente sonrió:
– ¡Por supuesto que me acuerdo!… si nos la pasamos a toda
madre…
– Ah…
Me quedé callado, esperando que hiciera algún otro comentario
que me diera luz verde para continuar. Dio otra mordida y masticando se me quedó
viendo, y como pudo sonrió con la boca llena. Se lo pasó:
– ¿Qué traes en mente chaparrito?… ¿Quieres repetir la
historia?…
– ¡¡¡AHÁ!!! (Su pregunta fue como un chispazo sobre pólvora)
– Debo confesarte (riéndose un poco) que me extrañó que te
hayas tardado tanto en pedirlo…
– ¿Por qué te ríes?… ¿a poco ya sabías que te lo iba a
pedir?…
– Pues sí… de alguna manera estaba seguro que querías
repetirlo.
– ¡¿Entonces sí?! (Se volvió a reír)
– Sí. Entonces sí. Pero antes debo recordarte que es nuestro
secreto, que nadie lo puede saber, ¿ok?
– Sí. Eso ya lo tenía muy claro… ¿Ya nos vamos? (Soltó la
carcajada)
– ¡¿Ya ahorita?!… ¡Por lo menos deja que me termine mi
hamburguesa!… y termínate tú la tuya.
El cuerpo entero se me llenó de alegría. La comida me importó
poco, pero bueno, me la terminé y ya íbamos en el carro; le dije todo
emocionado:
– Y además quiero enseñarte que ya tengo más pelitos arriba
de la verga.
– Sííííi… ya lo sé, ya los he visto cuando te estás
bañando.
– ¡Pero quiero más!… ¡quiero quedar igualito que tú! (Se
rió)
– A su tiempo chaparrito… a su tiempo…
Para cuando llegamos a la casa, ya se habían ido todos los
empleados. Entramos y corrí a abrirle a la llave del agua fría para que se fuera
llenando la tina del jacuzzi. Bajé para ver qué estaba haciendo él; estaba al
teléfono y eso fue una mala señal. Me senté enfrente de él a escuchar la
conversación y definitivamente fue una muy mala señal, porque cerró la
conversación diciendo: «Órale pues Lalo, aquí te espero…». Mi cara habló por
mí, porque me dice: «Tranquilo hijo… tranquilo. Le llamé a Lalo para
cancelarle un compromiso que teníamos, y ya dijo que estaba bien y que nomás iba
a venir a traerme unas cosas que me iba a entregar. Te aseguro que en cuanto me
las de, se va y seguimos con el plan».
¿La verdad?, no me conformé, porque yo conocía bien a Lalo. A
veces se pasaba de impertinente: llegaba a comer sin ser invitado ni avisar.
Venía a visitarlo por un rato y se quedaba toda la tarde, y a veces se había
quedado hasta a dormir cuando se le pasaban las copas. ¡Ok!, era un hombre
guapo. Rubio, alto, flaco, de ojos azules, también con bigote y cabello más
largo que el de mi papá, compañeros de la universidad y también tenía el
maravilloso mérito de estar velludo. Ya varias veces lo había visto en el club
(aunque nunca totalmente desnudo). Es más, hasta me caía muy bien el tipo, pero
en esos precisos momentos su presencia me resultó 100% indeseable. Me dice mi
papá: «Ya quita esa carita y ayúdame a subir cervezas porque ahora sí no tengo
ni una allá arriba». Lo hicimos pero yo con la felicidad a medias: mi papá le
iba a ofrecer una cerveza, el otro la iba a aceptar y ¡adiós planes!
La tina por fin se llenó, pero mi papá me dijo que no la
pusiera a funcionar, que esperáramos a que se fuera Lalo. Me fui a mi recámara
un rato, hice algún par de cosas, me puse el traje de baño, el mismo de la otra
vez y bajé a la cocina a ver qué estaba haciendo. Y como lo predije, ya había
llegado, ya estaban sentados en la cocina, tomando cerveza. Saludé a Lalo de
mano, no muy contento, pero tampoco dejando de ser cortés. Después me recargué
en el costado de mi papá y éste me rodeó con el brazo izquierdo. Lalo se me
quedó viendo de arriba a abajo, no supe si con curiosidad o si con lascivia,
pero dice:
– ¿Y ahora?… ¿porqué anda éste en traje de baño?… no
sabía que tuvieran alberca. (Mi papá contesta con tono contundente)
– Es que mi chiquillo y yo, tenemos el plan de pasarnos el
resto de la tarde metidos en el jacuzzi… ahorita que te vayas…
– ¡Al jacuzzi!… ¡hombre!, desde cuándo que estoy queriendo
comprar uno para mi recámara…
– Yo te digo dónde lo puedes comprar… luego te llamo para
decirte…
Se hizo un silencio, en espera de que Lalo dijera que se iba,
pero nada, le dio otro trago a su cerveza y dice muy alegórico:
– ¡¿Y no me invitan?!…
– ¿Cómo crees cabrón?, está amplia la tina pero nada más es
para dos personas.
– ¿Y quién dice que me voy a meter?… ¡yo nomás los veo
desde afuerita!… echándome mi cerveza…
Y este comentario inoculó una nueva idea en mi mente: ¡ver a
Lalo desnudo! Ya lo había visto en el club con poca ropa, pero no en la
intimidad de un baño reducido. Y viéndolo con esa óptica, las cosas cambiaron en
giro de 180 grados para mí, así que abrí la boca: «Sí apá… a mí no me
importa… es más, podemos meternos por turnos, un rato nosotros dos, y luego me
salgo y otro rato ustedes dos… además, alguien se tiene que quedar afuera para
ir por las cervezas al refri».
Yo tenía muy cerca la cara de mi papá de la mía, pero aun
así, volteó a verme directo a los ojos todo intrigado, como preguntándome qué
traía en mente, que si estaba loco, pero Lalo intervino muy a tiempo: «¡Ya viste
buey!… a tu chiquillo le funciona la cabeza más rápido que a ti… ¡órale!:
vámonos todos pa’rriba». Tomó su cerveza y sin pedir permiso enfiló sus pasos
hacia la escalera, cosa que mi papá aprovechó para atraparme por el elástico del
traje y me dice en voz baja pero severa:
– Supongo que te queda claro que con Lalo aquí, no vamos a
hacer lo mismo de la otra vez… ¿correcto?…
– Sí apá, está bien, no importa. Otro día lo hacemos.
No se quedó muy satisfecho con mi respuesta pero finalmente
sonrió y me plantó un beso en el cachete y me dijo que ahorita nos alcanzaba,
que iba a meter más cervezas al refri (al de abajo). Subí corriendo y Lalo ya
estaba agachado sobre la tina, tratando de adivinar cómo se echaba a funcionar.
Le pregunté que si le enseñaba cómo y como respuesta se sentó en la bardita para
ver. Después de que le mostré, volteó a verme con detenimiento a todo el cuerpo,
cosa que nunca había hecho en el club. A mí me recorrió una onda helada de pies
a cabeza, junto con su mirada. Nunca me habían visto así. Y me pregunta:
– Pues… ¿qué edad tienes ya, chaparro?… que ya estás tan
desarrollado…
– Casi 13… ¿por?…
– ¡No!… por nada… es que ya tienes más cuerpo de hombre
que de niño…
No me quitaba los ojos de encima, de todas partes y la verdad
me alcanzó a asustar, así que le dije que en seguida regresaba, que iba a ayudar
a mi papá. Y ya en la cocina, le digo a mi papá, que estaba metiendo botellas y
más botellas al refri (las cervezas de lata se habían acabado, estaban todas
arriba):
– Oye Pá…
– Dime.
– ¿Lalo es… ¿cómo decirlo?…
– ¿Lalo es qué, chaparro? (dejando lo que hacía para ponerme
atención).
– Pues no sé… como que muy calenturiento, ¿no?
Soltó la carcajada y reanudó su labor de meter botellas.
Terminó, cerró el refri y me dice apoyando un puño en la cadera y el otro sobre
la pared:
– Ya te recorrió el cuerpo de arriba abajo, ¿verdad?
– ¡Ahá!… ¿cómo supiste?…
– Es que siempre hace eso… ¡y lo hace con todos en los
vestidores del club!… no creas que nada más contigo.
– Aah…
– Pero no te preocupes, que es inofensivo. Nomás le gusta
ver.
– ¿Entonces, sí nos vamos a encuerar?…
– Entonces: vamos a hacer lo que tú quieras hacer. Para eso
estamos en nuestra casa y él nomás está de colado. Pero, ¿estás seguro de que
quieres invitarlo a que se meta con nosotros?…
– Bueno, no sé. Se me ocurrió. ¿No es buena idea?
– Sí. Claro que es buena idea. A cada rato compartimos el
jacuzzi del club, ya ves que es más grande que éste, pero… ¿cómo le vas a
hacer con la parada de verga que luego te traes?…
– Ah… no había pensado en eso.
Ya estábamos afuera de su recámara y me detiene otra vez
metiendo el dedo en elástico del traje, para decirme: «Pero que te quede claro
que nos la vamos a pasar a gusto tú y yo, si te llega a molestar la presencia de
Lalo, le digo que se vaya y se va, ¿ok?». Sólo contesté con la cabeza que sí.
Al entrar, descubrimos a Lalo con el refri abierto buscando
una cerveza. Mi papá le pidió otra, confusión que yo aproveché para irme a meter
a mi lado de la tina. Después ellos entraron platicando. Mi papá dejó su cerveza
sobre el mueble, abrió el armario y empezó a desnudarse, cosa que hizo
completamente, como lo más normal del mundo. Lalo estaba sentado en el banquito
y no perdía detalle del cuerpo y movimientos de mi papá. Éste volvió a tomar su
cerveza y sin dejar de platicar, se metió al agua, con los huevos colgando de un
lado para el otro. Por alguna extraña razón, el hecho de que a Lalo le gustara
ver lo mismo que a mí me encantaba ver, me identificó con él y ya no lo sentí
tan «intruso».
Ya una vez acomodados, ellos iniciaron una charla
aparentemente muy interesante porque me ignoraron por completo. No les puse
atención. En cambio empecé a jugar con los vellos de las piernas de mi papá,
cosa que Lalo no podía ver. Mi papá volteó a verme unos instantes, sonrió muy
levemente y me guiñó un ojo sin que el otro lo notara. Después mi mente empezó a
trabajar a marchas forzadas para idear algo y la cerveza fue la pauta. Se las
acabaron y Lalo dijo que iba por otras dos. Sin avisar, me puse de pie y me salí
(con el traje puesto y sin erección). Para cuando Lalo regresó se me quedó
viendo y preguntó extrañado:
– ¿Y ahora?, ¿porqué te saliste chiquillo?…
– Para que te puedas meter tú… te toca…
– ¿Ya tan pronto?
– Sí. Ya. ¿No quieres?…
– Sí, ¡claro que quiero!
Me dio la cerveza para que se la detuviera y se sentó en el
banco a desatarse los tennis. Iba vestido con ropa de deporte: shorts y
camiseta. Se quitó todo hasta que quedó en unos bikinis azules que no guardaban
mucho bulto, o por lo menos eso me pareció. Yo no perdí detalle, y hasta ahí, ya
todo era terreno conocido por mí pues lo había visto ya en el club. Estando de
pie volteó a verme, después a mi papá y le pregunta, metiendo los dedos pulgares
en el elástico del bikini: «¿Cómo le hago compadre?… ¿en pelotas como tú?…
¿o me prestas un traje?…». Mi papá nomás le hizo la seña de que como él
quisiera, y volteó a verme como pidiéndome autorización, y le dije: «Mi papá ya
está encuerado, Lalo…». Entendió eso como una luz verde y se los bajó hasta el
piso de un solo jalón.
Efectivamente, no era mucho lo que ocultaba el calzón. Tenía
huevos pequeños, velludos pero pequeños, y su pene me llamó mucho la atención,
era muy extraño. Lalo se sacudió el paquete completo como para liberarlo de la
opresión del calzón. Luego metió un pie, el otro y terminó sentado en mi lugar.
Se pusieron de acuerdo para acomodar cada quién sus piernas y lograron
acomodarse. Lalo era más alto que mi papá, y sus piernas eran más largas aún,
parecía gringo todo él, pero un gringo guapo.
Me acerqué a devolverle su cerveza y al verme de abajo hacia
arriba, me dice: «¿Y tú porqué eres el único que no se encuera?». Cosa que dijo
jugando, más que con insinuación. Le levanté los hombros y le dije que me daba
igual. Caminé hasta el lado de mi papá y me senté de lado subiendo una pierna
doblada sobre la barda. Mi papá apoyó de lado su cabeza en mi muslo y le dio un
trago a su cerveza. Y dice: «Lo que pasa es que ahorita le da pena con la
visita… porque otras veces nos hemos metido en pelotas los dos… ¿verdad
mijo?». Sólo asentí con la cabeza y sonriendo, pero noté que la cara de Lalo
cambió de sonriente a congelada. Como que ese comentario le cambió la tónica y
resurgió la lascivia. Y dice: «Ah no… si es por mí, me retiro, no quiero
estropearles sus planes… si vas a estar en traje de baño y afuera todo el
tiempo, mejor los dejo…». Hizo un falso intento de pararse para irse, pero mi
papá lo detuvo estirando una pierna, y le dijo: «Espérate compadre… eso tiene
solución». Y de pronto, sin verlo venir, me rodeó con los brazos y me jaló para
caer al agua justo encima de él. Se salió un chingo de agua, se mojó todo
alrededor de la tina. Nomás le grité riéndome: «¡APÁ!…».
Fue un juego que resultó divertido, pero ok, ahí no podíamos
estar los tres, simplemente no había espacio, así que hice el intento de
salirme, pero me volvió a atrapar con ambos brazos y esta vez levantó las
piernas para rodearme con ellas. Yo no dejaba de reírme. Y le dice a Lalo:
«¿Ves?… ese problemita quedó resuelto. ¿Estás a gusto chaparro?». Sólo
contesté que sí, riéndome, tratando de acomodarme, pero aquello era un nudo
terrible de piernas. Las de mi papá encima de mí. Las mías fueron a chocar con
las de Lalo y éste terminó doblando las suyas.
Nos movimos un rato hasta que finalmente quedé acomodado boca
arriba encima de mi papá, con mi cabeza recargada en su hombro, las piernas
dobladas y las de él encima de mí. Lalo finalmente pudo desdoblar un poco las
suyas, pero nuestros pies definitivamente quedaron en contacto, los suyos encima
de los míos, pero nadie se quejó.
Nos quedamos callados un rato, ellos por tomarle a sus
cervezas, y yo por tratar de organizar mis ideas y sensaciones… ¡que eran
muchas! Mi papá dejó su lata en la barda, me da un beso en la cabeza y me
pregunta: «¿No te quieres quitar el traje mijo?». Sólo sonreí y negué con la
cabeza. Y le dice a Lalo: «Es que no quiere quitárselo porque luego se le para y
le da pena que lo vean…». La cara del otro iba de una expresión a otra,
transformándose según los comentarios de mi papá y, por cierto: ¿a qué estaba
jugando mi papá?
Lalo abre la boca. No le salió voz. Se aclaró la garganta y
dice: «Por eso no te preocupes chaparro, a todos nos pasa eso cuando estamos
encuerados y hay tanta talladera de piel con piel». Sonreí y dije que así estaba
a gusto, pero aproveché para incursionar en el tema sexo:
– Y ya que estamos hablando de vergas… ¿te puedo hacer una
pregunta indiscreta Lalo?… (No se la esperaba)
– ¿Mm?… ¿una pregunta indiscreta?… ¿sobre mi verga? (como
tratando de adivinar de qué se trataba). Adelante: tú pregunta y yo contesto.
– ¿Qué le pasó a tu verga?… ¿porqué está así, toda rara?…
– ¿Toda rara?… (volteando hacia abajo)… ¿rara, cómo?…
Mi papá soltó una sonora carcajada. Y los dos volteamos a
verlo extrañados. Y entre risas dice: «Es que hay vergas a las que les quitan el
prepucio hijo». Volví a verlo, aún más extrañado. En la escuela de sacerdotes en
la que estaba, la educación sexual era por completo nula. «Hay una operación que
se le hace a algunos hombres para quitarles el prepucio. El prepucio es ese
pellejito que tú te jalas para atrás cada vez que orinas… o cuando te haces
una chaqueta…». Ese último comentario se me hizo muy audaz por parte de mi
papá, pero seguí en mi duda. Atinadamente, Lalo intervino y dice: «Sí
chaparro… mira… deja enseñarte». Dejó su cerveza, se apoyó en ambas manos
hacia arriba hasta quedar sentado en la bardita con las patas muy abiertas. Su
verga ya no tenía ese mismo tamaño pequeño que cuando entró al agua.
La tomó con la mano izquierda y la sacudió fuerte diciendo:
«Deja que crezca tantito para enseñarte…». No podía creer lo que estaba
haciendo el tipo. Y cuando le llegó a un buen tamaño me dice: «Mira, del glande
pasa directo al tronco de la verga, sin pellejito en medio. Mira, aquí se puede
ver la cicatriz de donde cortaron… ¿alcanzas a ver?». Mis ojos estaban como
platos, pero no veía. Intenté voltear a ver a mí papá para ver su expresión pero
me ganó diciendo: «Anda a ver hijo, para que no te quedes con la duda». Él mismo
me impulsó por la espalda para acercarme y sin salir del agua me desplacé hasta
Lalo y ya que estaba cerca y entre sus piernas peludas, pude ver claramente cómo
su verga terminó de crecerle… ¿acaso por mi cercanía?
La volvió a tomar para hacerla de lado y mostrarme la
cicatriz, y sí efectivamente, había señas de que algo había ahí pero que lo
quitaron. Me pregunta: «¿Ya me entendiste?», y desde mi posición volteé hacia
arriba para decirle que sí con la cabeza y sin retirarme, le pregunto: «¿Y te
dolió mucho?». El tipo se rió, y al reírse se atrapó la verga con toda la mano
izquierda y dice: «No sé chaparro, no me acuerdo… estaba muy chiquito cuando
me lo cortaron». Pero no dejaba de jalársela lentamente mientras hablaba y con
eso entendí que era tiempo de regresar cada quién a sus puestos. Me deslicé
hasta que quedé encima de mi papá de nuevo, pero al hacerlo, sentí que también
su verga ya había cambiado de tamaño… ¿qué estaba pasando ahí?…
Sin meterse al agua, Lalo se acabó su cerveza y dijo que iba
por otra. Al levantarse, le brincó como trampolín recién usado. Su verga era muy
diferente a la de mi papá. Para empezar lo del pellejito, para seguir era muy
blanca, gruesa y recta como regla, aunque no muy grande. Pensé que por su altura
sería descomunal, pero la verdad es que la de mi papá era más grandecita. La de
mi papá, y ahora la mía también, tenía una ligera curvatura hacia arriba.
Al salir Lalo del baño le pregunté a mi papá en voz baja:
– ¿Porqué se le paró apá?
– Pues por la misma razón que se le para a todo mundo hijo,
porque anda caliente.
– ¿Y anda caliente por mi culpa? (se rió)
– No lo sé, pero si te molesta, ahorita mismo le pido que se
vaya.
– No. Está bien. No me molesta, nomás quería saber si era
conmigo la cosa.
– Si te llegas a sentir incómodo nomás me dices, que no te de
pena, ¿ok?
– Ok.
Lalo regresó ya con media erección y destapando su cerveza.
Le dio un trago y la dejó en la barda. Mientras volvía a entrar, me pregunta sin
voltear a verme:
– ¿A ver chiquillo?… ¿cómo está eso de que ya te la
jalas?…
– Ay Lalo… ¡pos claro!, ya tengo 13 años, bueno, casi…
¿tú no te la jalabas a mi edad?
– ¡¿¿¿En el internado de Curas???!… Jah jah jah… si nos
las tenían sentenciada los pinches curas con que el que se «tocara sus partes
para otra cosa que no fueran las cosas naturales de dios»… se iba derechito al
infierno.
– ¿En serio?… ¿entonces hasta cuándo te la jalaste?…
– Hasta que salí de la secundaria y regresé a la casa, ¿tú
crees? Mi hermano me enseñó. ¿A ti quién te enseñó?… ¿tu papá?
Volteé a ver a mi papá sonriendo y le contesté que no, que un
amigo de la escuela. ¿Para qué me iba a meter en embrollos con ese tal Lalo? En
eso mi papá me impulsó suavemente para retirarme diciendo que necesitaba ir al
baño (a orinar). Me deslicé al centro de la tina. Se levantó y dejó vernos una
frondosa media erección escurriendo agua. Nadie dijo nada, tanto Lalo como yo
teníamos los ojos pegados al mismo punto, pero yo volteé antes y lo vi cómo
siguió a mi papá hasta que se metió al cuartito de la regadera. Como que se le
hizo de mal gusto orinar en la taza, enfrente de nosotros. Abrió la regadera
para que se llevara los desechos y aproveché el ruido para decirle a Lalo: «No
le puedes quitar los ojos de encima a mi papá, ¿verdad?», sonriendo con gran
naturalidad, y también con gran naturalidad, al hombrazo aquel se le subió el
color como si el niño fuera él. No me contestó nada. Tomó su cerveza y hasta que
no le vio fondo. La deposito en la bardita y eructó tratando de no sonar
ordinario. El otro seguía orinando. Le pregunto: «¿Te traigo otra, Lalo?», y el
tipo no podía salir de su embarazo. Me volteó a ver a los ojos con timidez y me
dice a media voz que sí, que gracias. Me levanté y esperé a terminar de escurrir
agua y no seguir mojando afuera, pero la verdad fue que esperé para que pudiera
ver que abajo de mi traje había otro instrumento erecto. Pero como no volteó a
verme, le dije juguetón: «No sirvió de nada el traje, de todas maneras se me
nota: ¡mira!». Ahora sí ya volteó a verme directo a la verga, luego a mis ojos y
como me vio sonriendo, ya sonrió y dijo como pudo: «Te dije que era de lo más
normal».
Le pregunté a mi papá si quería otra y dijo que sí. Al
regresar ya estaban reinstalados en sus puestos. Entregué las latas. Me quedé
parado ahí, ostentando un traje en carpa pero sin saber qué hacer. Intervino mi
papá: «Si ya te vimos que la traes toda parada hijo… pos ya quítatelo
hombre…». Me reí y le dije: «Sí, ¿verdad?» y al levantar las manos para
bajarme el traje, tal pareció que se detuvo la velocidad de la película para
Lalo, porque se quedó con la cerveza a medio trago. Yo sentí cómo se hizo denso
el ambiente nomás por su mirada sobre mí. Me lo quité, me senté en la bardita,
levanté ambas piernas y giré sobre mis nalgas. Lalo no quitaba los ojos de mi
entrepierna. Metí mis pies entre las piernas de mi papá, me puse de pie dándole
la espalda, es decir, las nalgas hacia mi papá y mi verga parada hacia Lalo; y
comencé a sentarme apoyándome en sus rodillas para no irlo a lastimar. Una vez
acomodado entre sus piernas abiertas, él mismo me tomó para jalarme y terminar
apoyado con mi cabeza en su hombro otra vez. Lalo estaba congelado. Ya estábamos
así antes, pero la ausencia de mi diminuto traje significó mucho para él.
El silencio lo rompió Lalo, tratando de aclarar la garganta y
de romper el hielo que él mismo hizo:
– Y así como están, ¿no te apachurra los huevos compadre?
– Para nada compadre. Mi chiquillo ya sabe cómo sentarse para
no aplastar la canasta de los huevos (cosa que dijo riéndose y Lalo prosiguió)
– ¿O sea que se meten muy seguido?…
– Pues no mucho… nomás de vez en cuando…
Silencio.
– Pos te felicito chaparro: tienes un buen trozo de carne
entre las piernas.
– Gracias (riéndome) pero yo no voy a estar contento hasta
que me quede como la de mi papá.
– ¿La de tu papá?… ¿a poco ya se las has visto parada?…
– No, nunca. Pero luego luego se nota el tamaño. O bueno, eso
digo yo.
Aquí Lalo se aventó al ruedo a por todo, porque dijo:
– Yo ya se la he visto bien parada y te aseguro que sí la
tiene de muy buen tamaño. Hasta la tiene más grande que yo (Y esto despertó mi
curiosidad de sobremanera).
– ¿En serio? (hasta levanté la cabecita para verlo a los
ojos)… ¿cuándo se la viste?…
– Ah pos en una borrachera, que nos pusimos a alegar de
tamaños.
– ¿En serio?… ¿y que pasó?…
Lalo volteó a ver a mi papá, como pidiendo permiso, y mi papá
le dice: «Pos ya cuéntale… si ya empezaste cabrón, ahora acabas». Y se vuelve
a dirigir a mí:
– Fue en una despedida de soltero, que todos alegaban que la
más grandota debería ser la mía porque soy el más alto, y yo les aseguraba que
no, que cualquiera de ellos la tenía más grande que yo…
– ¿Y luego que pasó? (Yo todo emocionado)
– Pos que la alegata siguió hasta que de plano terminamos
sacándolas y poniéndolas paradas en fila sobre la mesa de billar…
– ¡EN SERIO!…
– En serio…
– ¿Y quién la tuvo más grande?
– Pos ni tu papá ni yo, la tuvo el que menos imaginamos. Un
flaquito bajito del grupo, que parecía que no rompía un plato y resultó ser el
más vergudo de todos.
– ¡¿Y luego qué hicieron?!
– No. Nada, ya nos las guardamos y seguimos en el desmadre,
tomando.
Ellos se rieron, pero la verdad yo no. Nomás de imaginar esa
mesa de billar con todas las vergas encima, me sobrecalenté, como motor en
carretera. Volteé hacia mi papá: «¿Entonces tú la tienes más grande que Lalo?».
Nomás se rió por la nariz y asintió con la cabeza, como con pena. Ahora volteé
hacia Lalo y le digo:
– Y se me hace que sí es cierto Lalo… porque ya la estoy
sintiendo por acá abajo… (Ahora el del entusiasmo fue él)
– ¡¿EN SERIO?! (Y lanzó la más fallida de las risas, el tipo
hasta rojo se puso)
– En serio. Ya me anda acá, picando las nalgas.
Se dirigió ahora a mi papá: «A ver compadre… ¡enséñanos a
tu hijo y a mí lo que traes ahí!». Se volvió a reír y me pregunta a mí: «¿Sí
quieres que se las enseñe mijo?». Sólo me retiré un poco, sonriendo y diciendo
que sí con la cabeza. «Ok, aquí les va». Se impulsó con las manos en la barda y
clarito vi cómo salió un mástil algo curvo, escurriendo agua. La enseñó de
frente, luego de lado y los dos viendo hacia arriba con la boca abierta. «¿Ya
contentos?», cosa que dijo sonriendo y sin esperar respuesta se volvió a sentar.
Pero esta vez ya no me acomodé de espaldas, sino como la otra vez, de ladito y
mi cabeza apoyada en su pecho, mi frente en su cuello. Mis pies fueron a dar
contra las piernas de Lalo. Era imposible no tocarlo. Levanté la cabeza para
decirle a Lalo: «¡Ahora la traigo clavada en la panza!», riéndome.
La cara de Lalo se transfiguró llena de lascivia y a partir
de ese momento, algo cambió, porque mi papá dejó de reírse y me dice: «Oye
chaparrito… ¿sí me esperas en tu recámara un ratito?… es que quiero platicar
un momento a solas con Lalo… ¿no te importa?…». Yo confiaba ciegamente en
él, así que ni me desilusionó ni me importó. Sólo accedí. Me levanté y él atrás
de mí. Las erecciones perdieron relevancia. Salió primero para darme una toalla
grande y me envolvió como si fuera yo un niño chiquito todavía. «Espérame en tu
recámara hijo, ahorita que terminemos de platicar te alcanzo». Con el signo de
interrogación dibujado en la cara, me despedí de Lalo con algún comentario
chistoso y salí de escena.
Yo andaba muy caliente, pero con mi papá fuera de escena, se
me olvidó el asunto. Di por hecho que querrían platicar de cosas de adultos. Me
dio algo de frío, así que me quité la toalla mojada y me puse algo de ropa. Se
me antojó un refresco, pero no se me hizo buena idea salir de mi habitación, así
que agarré mi libro favorito («Las Minas del Rey Salomón») y me acosté de panza
en la cama a leer. Seguramente me dio mucho sueño, porque lo siguiente fue que
me despertó la voz de mi papá muy cerca de mi cara diciéndome:
– Chaparrito…
– ¿Mm?…
– Hijo… ¡te dormiste!… perdón mi amor… no pensé que me
fuera a tardar tanto…
– No, Pá. No me dormí… ¿o sí?…
– Sí… ya estabas bien dormido… véngase para acá…
Y como pluma ligera me levantó, se dejó caer con ambos pesos
sobre la cama y me acostó encima de él. Me tallé los ojos.
– ¿Ya es de noche?…
– Ya. Se alcanzó a hacer de noche.
Y me acomodé mejor encima de él, tal como estábamos en el
jacuzzi entre sus piernas, pero ahora… ¿vestidos?… me di cuenta que mi papá
estaba envuelto sólo por una toalla.
– Oye… ¡no se vale!…
– ¿Qué no se vale?…
– Tú sigues encuerado y yo ya estoy vestido…
– Jah jah jah… No hijo, no siempre tiene que ser la cosa
pareja. Si así estás a gusto, así quédate.
– ¡No señor!
Me levanté lo suficiente para quitarme la camiseta y el short
que me había puesto. Los aventé y me volví a acomodar entre sus piernas.
– ¿Te enojaste con Lalo?
– Olvídate de Lalo, hijo. Ni me enojé con él ni vamos a dejar
que nos eche a perder la tarde…
– Dirás la noche.
– Bueno pues, la noche.
– Oye…
– Mm… dime…
– La cosa sigue sin estar pareja.
– ¿De qué hablas?
– De que ahora yo estoy encuerado y que tú sigues con esta
toalla mojada puesta.
– A ver pues… hazte tantito para allá para quitármela…
Me retiré y vi cómo se levantó un poco para sacarla de abajo
de él y tirarla al suelo. Se volvió a acomodar abriendo los brazos para que me
reacomodara encima de él, de nuevo. Yo le separé las piernas y me volví a
acomodar en medio. Y ya acomodados, con mi cara en su pecho, le digo:
– Te quiero mucho Pá.
– Hijo… yo te adoro.
– Ok, me ganaste.
– Jah jah… ¡oye!… ¡si no es competencia, burrito!…
– Y aun así, me ganaste.
– No es cierto…
– Sí es cierto Pá, yo sé que tú me quieres más de lo que yo
te quiero a ti…
– Mm… bueno, se me hace que ahí sí tienes razón.
Nos quedamos un rato abrazados y callados, disfrutando uno de
la compañía del otro, hasta que me acordé de algo:
– ¡HEY!… ¡no has visto bien mis pelitos nuevos Pá!…
– ¡Es cierto!… ¡a verlos!…
Sin retirarme, me volteé apoyando la espalda en su panza y él
abrió más las piernas para darme más campo de acción. Su cabeza estaba a un lado
de la mía, muy interesado en lo que le iba a mostrar. Levanté la cadera
apoyándome en los pies, y la dirigí lo más que pude hacia su cara y por alguna
extraña razón, no tenía erección:
– ¿Alcanzas a ver?…
– Alcanzo a ver perfectamente que mi chiquito ya es todo un
hombre.
– ¡Pero tócalos Pá!… ¡que no te de pena!… mira, así… se
parecen mucho a los tuyos… bueno, un poco más güeritos… ¡pero iguales!…
– Ya los vi hijo…
– ¡Noooo!… ¡tócalos Pá!…
Le jalé la mano hasta mi entrepierna y sí, efectivamente
sucedió lo que tenía que suceder, que en cuanto sentí sus dedos acariciando mis
vellos… ¡saz!: mi verga se paró en fracciones de segundo. Entonces bajé la
cadera hasta el colchón y no supe qué decir. Pero él sí:
– Ya estás bien grandote mijo…
– Mm… ¿te refieres a mí o a mi…
– Jah jah jah… ¡me refiero a ti, tontito!… pero que si
hablamos de lo otro, ¡también!…
– Sí, ¿verdad?… ya casi la tengo como tú…
– Ya merito. En un par de años la vas a tener más grande que
yo chaparro.
Estando así, abrazado por sus piernas, tomé sus brazos que
tenía cruzados sobre mi panza y sin decir nada, se los bajé hasta mi entrepierna
completamente abierta, hasta que ambas manos quedaron en forma de conchas encima
de mi pene erecto y mis huevitos escondidos.
– ¿Qué haces chaparro?
– Es que me gusta sentir tus manos ahí.
– Mm… ¿Sientes bonito?…
– ¡Muuuy bonito Pá!
– Mmmm… Yo también siento muy bonito de estar acariciando
los huevitos de mi chiquillo… (Y me dio un beso en el pelo)
– ¿Te gusta en serio, Pá?
– Un chingo hijo.
Nadie dijo nada, sólo acariciaba mis huevos lampiños y
escondidos con las yemas de los dedos, pero como quien acaricia las orejas de un
perro, y eso no se podía quedar así. Yo tenía que subirle el volumen. Volteé mi
cabeza hacia arriba y le pregunto:
– ¿Oye Pá?…
– Dime…
– Me dejas que te acaricie los tuyos un ratito (por su nariz
salió una ráfaga de aire que me hizo entender que se rió)
– Claro que sí mijo, tú puedes hacer conmigo lo que quieras.
– ¡Órale pues!…
Y me retiré, me hinqué en la cama y me le quedé viendo. Él me
contestó con una sonrisa y las manos levantadas: «¿Qué quieres que haga?». No le
contesté, sólo le jalé las piernas hacia abajo, hasta que quedó acostado
completamente. Se empezó a reír: «¿Qué me haces, chaparro?», jalando almohadas
para levantar su cabeza. Me hinqué en medio de sus piernas abiertas. Así, empecé
a pasar los dedos pos su escroto. Por más que levantaba la cabeza, no alcanzaba
a ver nada, así que me dice: «¡Así no se vale!… no alcanzo a ver nada», y sin
más se volvió a impulsar hacia arriba hasta quedar recargado sobre la cabecera y
abrió las piernas tanto como pudo, doblándolas hacia arriba. «Ora sí
chaparrito… haz todo lo que quieras… que ya alcanzo a ver». Sólo le sonreí y
me concentré en su escroto colgante:
– Todavía están mojaditos, Pá.
– Sóplales y vas a ver cómo se secan más rápido.
Me agaché lo más que pude, en cuatro patas a soplarles y sí,
probablemente sí se secaron, pero me topé con una diversión mejor: su verga
empezó a crecer. Volteé a verlo a los ojos y le digo:
– Tu verga también quiere jugar, ¿verdad?
– Sí. Es una egoísta: siempre que invitan a jugar a los de
abajo, ella quiere jugar también pero, no le hagas caso y vente para acá que me
siento más feliz cuando te abrazo.
– ¡Pero Apá!…
– ¿Qué hijo?…
– ¡Déjame que… ¡a ver!… ya sé. Junta las piernas (y las
juntó). Ahora vamos a ponerlas juntas para ver qué tanto me falta por crecer.
Al juntar las piernas, me monté sobre él como en caballo, y
me acerqué tanto como fue necesario para que nuestras vergas quedaran espalda
con espalda. Y una vez juntas, la mía dura como tabla y la de él creciendo a
penas, las junté y las atrapé con ambas manos para comparar tamaños. La de él
siguió creciendo y creciendo, y tanto, que la mía se vio ridícula a su lado. No
me quitaba los ojos de encima. Me dice: «Te dije que era una egoísta». Sólo
sonreí y levanté los hombros, pero no me moví de ahí. Solté mi verga y la punta
se fue a clavar justo en el centro de sus huevos, mientras la suya seguía
creciendo.
– Pá… sigue creciendo… ¿te le puedo hacer lo del otro
día?…
– Bueno, sí, pero con la condición de que luego me dejes
hacerte a ti lo del otro día también.
– ¡OK!
Pero en vez de empezar a hacérselo así como estaba, me acosté
de lado apoyándome sobre el codo izquierdo y quedando muy cerca de cu cadera. Ya
no podía ver su cara.
– ¿Ya puedo empezar, Pá?
– A la hora que gustes chaparro.
– Ok.
Y empecé a jalársela. Repitiendo lo mismo de aquel día.
Empecé a subir y bajar mi mano por todo el trayecto que implicaba su verga, pero
esta vez, como no había agua de por medio, pude ver cómo salía un líquido
transparente y cristalino, que empezó a escurrir desde la punta de su verga.
– ¿Qué es esto Pá?… ¿lo mismo del otro día?
– No chaparro, esto se llama líquido pre seminal. Es un
líquido que la verga echa para afuera para cumplir ciertas funciones, que luego
te explico.
– Ah… ¿Lo puedo tocar?
– Ya te dije que tú puedes hacer lo que quieras, burrito.
– Ok.
Solté su verga y atrapé la gota que había caído sobre los
vellos de su bajo vientre.
– Se siente chistoso Pá, parece aceite.
– No tiene nada qué ver con el aceite.
– ¿Lo puedo probar?
Y antes de que él pudiera decir nada, me metí los dos dedos
embarrados en la boca y lo probé:
– ¡Chaparro!… ¿porqué hiciste eso?…
– Porque se me antojó Apá… además, dijiste que podía hacer
lo que yo quisiera.
– Pues sí pero…
– Sabe rico, Pá
– Pues sí pero no vuelvas a…
– ¡Mira!… aquí viene más…
Me puso la mano en la espalda y empezó a decir: «Sí, viene
más, pero esta vez….». No alcanzó a terminar la frase porque jalé la punta de
su verga y atrapé la gotita con la lengua antes de que cayera. Sólo sentí que
todo su cuerpo se congeló, se contrajo, como imagen de película que detienen. Y
como quedó algo todavía en la punta de su glande, volví a jalarlo a mi boca y
ahora ya pasé la lengua completa, como perro sobre el helado de alguien que se
distrajo.
– ¡Hijo!…
– Es que sabe muy rico, Pá
– Pero espérate…
No lo dejé hablar. Jalándole la verga despacio, volteé a
verlo a la cara y estaba todo rojo. Le pregunté:
– Si le sigo jalando… ¿sale más de esto?…
– Bueno… sí, pero déjame explicarte que…
– OK.
Volví a centrar mi mirada sobre su verga, subiendo y bajando
mi mano por ella. Me puso la mano en la cabeza para voltearla hacia él:
– Hijo. Una cosa es que hayamos jugado en la tina, y otra
cosa es que uses tu boca para…
– ¿Para qué?…
– Bueno, que pongas tu lengua en mi pene. Eso no está bien
hijo…
– Bueno, déjame sacarle otra gotita y ya me quito, ¿sale?
– No hijo… ya retírate por favor porque…
– ¡Mira!… ya salió la otra…
Y esta vez ya no anduve con remilgos de pasar sólo la lengua,
de plano lo atrapé como quien atrapa una bola de helado y lo empecé a extraer,
echando más saliva que el líquido que succionaba. Mi papá cerró las piernas y me
jaló por el cabello con gentileza:
– No hijo, no podemos hacer eso.
– ¿Hacer qué?
– Pues eso, de que pongas tu boca en mi verga.
– ¿No?
– ¡NO!…
– Ah. Ok.
Me retiré y me recargué en la cabecera junto a él. Topo
serio, todo desilusionado. Se podría decir que triste. No volví a mencionar
palabra.
– Chaparrito…
– Mm…
– Hijo, entiende que una cosa es jugar en la tina a que nos
la jalamos, y otra que me pongas la boca ahí…
– Apá, yo no veo la diferencia. Para unas cosas que me
gustan, me dices que puedo hacer lo que yo quiera, y para otras cosas que
también me gustan, contigo mismo, me dices que no está bien, que no se puede.
Como que no te defines.
– Hijo, no es que no me defina, es que… ¿cómo te
explico?…
– No. No me expliques nada. Lo que pasa es que no quieres
seguir jugando conmigo y ya.
– No. Sí quiero seguir jugando contigo. Si quieres te la jalo
como el otro día para que sientas lo mismo…
– ¿Y qué diferencia hay de que me la jales a que te chupe el
caldillo ese que te sale?… ¡sabe bien rico, Pá!
Se quedó callado. Me acarició el pelo. Inhaló profundo y me
dice:
– ¿En verdad quieres seguir jugando con el caldillo que me
sale?
– ¡¡¡SÍ!!!… ¿puedo?
Lo pensó unos momentos, pero finalmente me dijo que sí:
«ándale pues hijo, sácale a la verga de tu apá todo el caldillo que quieras».
Sonriendo se dejó caer sobre la cabecera y abrió las piernas de nuevo. Me
instalé otra vez recargado sobre mi codo, y me di a la tarea de levantar lo que
el tiempo había bajado, pero no me tardé mucho porque en seguida se le volvió a
parar.
– ¡Mira, Pá!… ya viene otra gotita…
– Sí chaparrito, ya vi…
– ¡¿Me la puedo comer?!…
– Hijo, a estas alturas del partido, ya puedes hacer lo que
quieras sin pedir permiso.
– ¡OK!
Me acerqué más a su verga, reacomodé mis piernas, reacomodé
mis brazos y finalmente su verga. La punta de su verga quedó a una muy escasa
distancia de mi boca. Se la jalé otro ratito hasta que se volvió a asomar mi
premio: ¡otra gotita!, y ya sin preguntar, jalé la punta hasta mi boca y
succioné la gotita con un placer que yo mismo no conocía. Y ya estando con la
lengua y los labios en su verga, pos ya me quedé ahí, en espera de más… hasta
que…
– Chaparrito…
– ¿Qué?… (Levanté la mirada para verlo a los ojos)
– ¿Sí te acuerdas de que esto va a ser nuestro secreto?
– Sí apá, ¿por?…
– Porque… bueno…
– ¿Qué, Pá?…
– Ya que estás haciendo eso con mi verga… y ya que va a
quedar en secreto entre tú y yo… ¿no te gustaría saber qué se siente que
alguien te pase la lengua por tu verga?
– ¿Que alguien me pase la…¡¡¡¿¿¿O SEA: TÚ???!!!…
– Exacto: o sea yo.
-¡Sí!… ¡sí quiero!… ¡sí quiero apá!… ¿qué tengo que
hacer?… ¡pronto… pronto!…
– Tranquilo… tranquilo… No tienes que hacer nada en
especial, mi amor… nomás acuéstate como estaba yo…
– ¡OK!
Sin hablar más brinqué hasta la cabecera de la cama, apoyé mi
espalda y abrí las piernas tanto como pude. Claro que mi verga estaba
sólidamente adherida a mi panza por la erección tan fuerte que traía. Mi papá
empezó a escurrirse hacia los pies de la cama, hasta que quedó a la altura de mi
verga… que dicho sea de paso… ya no era tan pequeña como un año atrás. Se
recostó sobre su codo, puso su mano sobre mi escroto reducidísimo y me pregunta:
– ¿Listo?…
– ¡Ahá!… ¿qué tengo que hacer, Pá?
– Nada, mi amor, nomás deja que tu cuerpo y tu mente
disfruten de lo que te voy a hacer…
– ¡OK!… dale… ya estoy listo…
Yo estaba feliz por lo que me iba a hacer mi papá, pero no
tenía ni la más remota idea de lo que sería. Me sentí como si me hubiera sentado
en uno de los carritos de la montaña rusa, en espera de lo que vendría… y
sí… resultó ser aun más intenso que una triste montaña rusa.
Se acercó cada vez más y más a mi verga. Su mano subió de mi
escroto reducido como una concha de mar, a mi verga dura y pegada a mi panza.
Metió los dedos para atraparla y la separó de mi panza; la levantó. Todo esto lo
vi. Me subió y me bajó el prepucio varias veces y me voltea a ver con esa
maravillosa sonrisa que nunca se me va a olvidar: «¿Listo, chaparrito?». No le
dije nada, sólo agaché la cabeza para decirle que sí.
Agachó la cabeza hacia mi verga y di por hecho que sentiría
su lengua de inmediato, pero no, en cambio empecé a sentir que de su boca salían
bocanadas de aire muy caliente que rodeaban mi verga, mis huevos y hasta mi
entrepierna. Las piernas se me jalaron para arriba y me volteó a ver: «¿Puedo
regresar tus piernas a su lugar, hijo?». Viéndolo a los ojos, no supe qué
contestarle, sólo levanté los hombros y el me sonrió en respuesta. Volvió su
cara sobre mi verga y va de nuevo: volvió a abrazar mi verga con una suave
bocanada de aire caliente, bajando mis piernas y yo me sentí en el cielo,
pensando que eso era a lo que se refería, cuando me preguntó que si quería
sentir lo que era que otro cabrón le chupara la verga a uno. Ya estaba a punto
de decirle que sí, que me había gusta mucho, que muchas gracias, pero que me
dejara seguirle chupando la suya… cuando de pronto sentí que su boca se cerró
alrededor de mi verga… ¡¡¡OOOOH DIOS!!!… hasta entonces entendí a qué se
refería con que «otro» me la chupara.
– ¡Apá!…
– Dime hijo…
– Es que apá…
– ¿Qué pasó cachorro?
– Es que es como que muy fuerte…
– ¡Y ESPÉRATE A LO QUE SIGUE!…
– ¿Hay más?…
– Sí.
Volvió a agachar la cabeza sobre mi abdomen y no volví a
saber más de mi verga, porque sólo alcanzaba a ver su cabello mojado, subiendo y
bajando sobre mi verga, y su espalda bronceada… ¡era un sueño!…
Su cabeza, de estar subiendo y bajando lentamente en mi
entrepierna, empezó a acelerar su ritmo, bajó la mano y la metió entre mis
nalgas y vino aquí una nueva sensación: su dedo jugando en mi ano (¡YO NO SABÍA
QUE TENÍA UN ANO!). Se separó de mi verga, hizo saliva, la escupió sobre sus
dedos y todo regresó a su puesto: su boca a mi verga y sus dedos a mi ano, pero
ahora la sensación de mi ano fue más intensa. Fuerte… ¡muy fuerte!…
totalmente desconocida, pero divina… ¡Y FUERTE!…
– ¡APÁ!…
– Mm…
– ¡¡¡APÁAAA!!!
– ¡¡¡MMMM!!!
– ¡Ya!… ¡por favor ya!…
Se separó, levantó su cara divina, con su dedo en mi ano y
sonriendo me preguntó:
– Ya… ¿qué mi amor?…
– No sé apá… ya… es que siento que me voy a desbaratar…
siento que me voy a orinar en tu boca… ¡siento cosas raras!…
– Bueno mi amor, si quieres que ahí lo dejemos, ahí lo
dejamos…
Se arrastró hasta que quedó a la misma altura de mi cara. Me
da un beso en la frente y me dice:
– ¿Ves chaparrito?… eso es lo que se siente cuando alguien
te pone la boca en la verga…
– ¿Por eso es que no querías que siguiera con mi boca en la
tuya?… (Liberó una de esas sonrisas divinas que sólo su cara podía manifestar)
– Puesss… sí, por eso es que no quería…
Me abrazó y nos quedamos un rato abrazándome él, acariciando
mi cabello ya no tan mojado como el suyo. Me dio un par de besos en las mejillas
y le digo:
– Oye Pá…
– Dime.
– ¿Me puedes hacer lo mismo otro ratito?… se siente bien
raro, pero también se siente bien rico…
– Claro que sí hijo, pero… ¿te acuerdas de que…
– Sí apá, sí va a ser nuestro secreto, siempre.
– Ok.
Y antes de bajarse a mi verga de nuevo, se acercó tanto a mi
cara, que me puso un beso en los labios. Yo sentí muy rico y quise más, pero
enseguida se retiró y se volvió a escurrir sobre la cama, hasta que quedó a la
altura de mi verga. Se volvió a llenar la boca de saliva y la volvió a escupir
en sus dedos. Acto seguido, metió su mano escupida entre mis piernas, lo que
ocasionó que se me abrieran más y más. Recuerdo haberlas visto volando libres en
el aire. Lo siguiente fue que atrapó mi verga entre sus labios y ya estábamos de
regreso en la gloria.
Su cabeza subía y bajaba, lentamente. Mis ojos se cerraban y
se abrían. Yo no podía controlar algo que desconocía por completo. Sólo dejé que
él siguiera dirigiendo la obra… ¡pero no por mucho tiempo!… porque pronto
empecé a sentir lo mismo que aquel día, que me abrazó y me la jaló… pero con
mucha más intensidad… mis piernas se flexionaron pero él no les hizo caso, las
volvió a bajar. Puso más frenesí en su subida y bajada de cabeza sobre mi verga
y el tiempo se hizo eterno al mismo tiempo que efímero: empecé a disparar mis
escasas gotas de nuevo semen en su boca. Entonces yo no sabía que era una regla
de cortesía avisar antes, él siguió conectado a mi verga hasta que dejé de
contorsionarme, hasta que dejé caer mi cuerpo, hasta que me relajé por completo
después de haber eyaculado en su boca. Ni siquiera alcancé a sudar.
Una vez depositada mi semilla en su garganta, se separó y
subió por la cama hasta la altura de mi cara y me abrazó, otra vez con ese mismo
amor de siempre. Yo estaba en otro mundo, pero había dado por hecho que iba a
estar enojado conmigo por haberle echado en la boca todo lo que le eché (¡que no
era mucho!) pero no, por el contrario, estaba feliz. Me preguntó que cómo me
sentía pero no le contesté. En cambio, hundí mi cara en su pecho, que tampoco
estaba sudado. Es decir, la cosa fue tan rápida que nadie sudó. Y así, con mi
nariz hundida en los vellos de su pecho, casi en los de su axila, me abrazó y me
jaló hasta él. Yo seguía sin estar en este mundo. Y ya recuperando la
respiración, con los vellos de su axila en mi nariz, le digo (que por cierto, a
mi papá, me lo pongan como me lo pongan… ¡adoro todos sus olores!… buenos,
malos o regulares… ¡LOS ADORO!…):
– Oye Pá…
– Mm… dime cachorro…
– ¡Te toca!…
– ¿Me toca?… ¿De qué hablas, hijo?
– No finjas demencia apá…
– ¿De qué me hablas hijo?…
Probablemente no sabía de qué le hablaba, pero en seguida se
enteró, porque me separé de sus brazos, me hinqué sobre la cama y dirigí mi cara
hacia su pene todavía muuuuy erecto. Al ver esto, me dice:
– ¡No hijo!…
– ¿Porqué no, Pá?
– Porque no es necesario que me regreses el favor… yo te lo
hice porque tú…
– ¡PERO, APÁ!…
– ¿Qué?…
– Yo quiero…
– Pero hijo…
– Mira, yo no sé cómo se hace; lo único que sé es que se
siente bien rico que otro cabrón le ponga la boca en la verga de uno y quiero…
– Y quieres devolverme el favor… ¿correcto?…
– ¡AHÁ!… ¿puedo?
Se quedó pensativo un rato. Se rascó los huevos (cosa que me
volvía y me vuelve loco, sólo de recordarla). Luego se acarició la verga y la
regresó a su tamaño máximo y me dice:
– Bueno, está bien, pero sólo si tú quieres…
– ¡Sí quiero!… nomás dime cómo hacerle…
– Mira, es fácil, sólo pon tu boca alrededor de mi verga,
pero no metas los dientes para nada… ¿sí me entiendes?…
– Ahá: sólo lengua y labios. ¡Nada de dientes!…
– Exacto…
– Bueno, ¿ya puedo?…
– Sí, ya puedes pero… ¡chiquito!… no tienes porqué
hacerlo… sólo era un juego para enseñarte lo que se siente cuando otro
cabrón… AAAAAAAAAHHHHH…
No lo dejé terminar. Hundí su verga en mi boca, tal como él
lo había hecho unos minutos atrás, cuidándome mucho de no meter dientes por
ningún lado. Y así como vi que su cabeza subía y bajaba, empecé a subir y bajar
la mía. No tuve que producir saliva, solita me salió. Sus piernas se doblaron,
pero tal como él hizo con las mías, se las bajé a altura colchón para poder
seguir…
– ¡Hijo!…
– Mm…
– Ya… ¡ya hijo!… con eso fue suficiente… (Saqué mi cara
de donde la tenía y le pregunto, viéndolo a los ojos)
– ¿Ya quieres que deje de hacerlo, Pá?…
– Bueno… no. No es que quiera que dejes de hacerlo pero ya
con eso me doy por bien pagado por el favor y…
– NO, Apá. Yo te eché mis mocos en tu boca, ahora yo quiero
los tuyos en la mía. Síguele…
– Pero hijo…
– ¡APÁÁÁÁ!!!
– OK… ok… hijo, tú ganas… ¿en verdad quieres que te
eche mis mocos en tu boca?
– ¡SÍ!
– Pero hijo… a mí me salen muchos más que a ti…
– Mejor sobre mejor, apá…
Se rió. Me acarició el cabello y sin quitar la sonrisa de su
cara, me puso la mano en la nuca y empezó a jalar mi cabeza hacia abajo, cosa
que yo entendí como un «¡Síguele!». Yo no sabía que era capaz de elaborar tanta
y tanta saliva, como produje en ese momento. Mi papá abrió las piernas, más y
más pero ya no las levantó, sólo sostuvo su mano en mi nuca para que no me le
fuera a salir. Empezó a gemir con mucha fuerza y ya que lo siguiente sería un
grito, me detuvo por la cabeza. Jadeando jaló mi cara hasta la suya y me dice,
de boca a boca: «Ya chaparrito… ya me va a salir lo que me quieres sacar…
pero no tienes porqué recibirlo en la boca». Jadeando, volteé a verlo a los ojos
y le dije: «NO».
Me volví a agachar sobre su pene, pero no me lo metí de
inmediato. Empecé a producir mucha más saliva, tanta como pude, e hice lo mismo
que él: la escupí sobre mis dedos y la llevé al centro de su entrepierna, pero
con la gran diferencia de que no supe que hacer con ella ahí. Su mano bajó,
atrapó la mía y me bajó los dedos que estaban de más; me dejó derecho el dedo
central y me lo volvió a poner entre sus nalgas apretadas contra el colchón. Mis
dedos cobraron sabiduría propia, porque encontraron su camino hacia su ano ya
lubricado, hasta que lo encontré, y sin recibir instrucciones, simplemente lo
metí. Una vez metido mi dedo AHÍ, regresé mi boca a lo mío, pero esta vez lo
hice de una forma burda, porque me agaché sobre su verga erecta y escupiendo
lubricante. Tan burdo fui que casi me provoqué el vómito. Él se dio cuenta. Me
tomó por la frente y me dice: «No tiene que ser tan profundo… despacito, no te
la metas toda y vas a ver lo que pasa». Sin esperar más instrucciones, agaché la
cabeza y antes de volverme a meter su verga en mi boca, introduje tanto como
pude el dedo y esto le jaló la cabeza para atrás y lanzó un gemido que NUNCA le
había oído. Y así como estaba mi dedo hasta el tope, fui introduciendo su verga
hasta el tope, ya sin vómitos.
Puso su mano sobre mi cabeza. Empezó a subir y bajar
levemente su cadera, para meterse y salirse de mi boca, levemente. Estuve un
rato así… ¡pero fue un rato pequeño!… porque pocos minutos después, antes de
que terminara de acomodar mi cuerpo a la acción, me dice: «¡YA CHAPARRO!…
¡YA!…». Y lo que siguió fue que su mano presionó más mi cabeza hacia abajo
yyyyy: una grande y gigantesca descarga de semen en mi boca. Si hubiera querido
quitar mi cara de ahí, no hubiera podido, porque su mano estaba haciendo aun más
presión sobre mi nuca, así que ni siquiera lo intenté.
De su boca salían gemidos, rugidos… exhalaciones de aire
que sólo le vi cuando jugábamos tenis o nadábamos en la alberca.
El producto de su verga… ¿la verdad?… no me cupo en la
boca, y como era la primera vez para mí, no tenía ni idea de que se podía comer,
como me comí el otro líquido que le salió antes.
Levantó las piernas gimiendo. Quejándose. Todo lo que entró a
mi boca, salió por mis labios porque empezó a escurrir. Sus gemidos terminaron.
Soltó las piernas. Soltó el cuerpo. Me atrapó por las axilas, como cuando me
levantaba cuando era chiquito, y me jaló hasta su pecho. Pasó una pierna por
abajo de mí, luego me rodeó con ambas, me apretó contra su pecho. Sonrió
jadeando, y me dice: «Déjame probar lo que traes en la boca, hijo». Me jaló
hasta su boca y unió la suya a la mía, dándome OTRA experiencia nueva: EL BESO
DE UN HOMBRE.
Wow mas caliente que el anterior pero igual de exitante estoy ansiosa por que ya se lo meta al putito no tarde en la 3ra entrega
En serio que riiiicooo, me siento triste de no poder saber que más sigue, además tengo mucha curiosidad de que pasó con Lalo? Y de que tenían que hablar? Algo me dice que el papá y Lalo hacían cositas :3
Yo digo lo mismo, lastimosamente ya no se volvió a saber más de este relato :c
Recomendación.. Si no tienes la 3ra parte, te la inventas we! Esto se pone cada vez mejor. Continúala por favor.
Que buen relato, me calentó un buen, también quiero saber que paso con su amigo Lalo.
excelente relato, pero me quedo una parte inconclusa y fue que paso con Lalo despues que el niño se fue para el cuarto, de que hablaron los dos adultos
Espero nos sigas deleitando con la historia
Uufff me encantó este relato, Sugerencia: si no tiene tercera parte tu inventa la
Continua me precio excelente, pero igual quiero saber qué pasó con Lalo, maravilloso relato
Estoy ancioso, que salga la 3 parte, yaaaa!!!!
Que gran relato hermano, corrí a hacer una paja al baño de mi trabajo, sigue escribiendo…
Los dos relatos son mis favoritos desde hace como 11 años que fue la primera vez que los leí según recuerdo. Una lástima no saber quién es el autor o si escribió otros parecidos. Gracias por re subirlos!
necesito la tercera parte
Tu dijiste que la historia la copiaste pues yo te digo que la historia es real…cuando el describe cada cosa lo hace recordando rememorando cada instante que se quedo grabado a fuego en su memoria y sólo es pasa de pequeño cdo se es pequeño y se vive en un presente perfecto…o cdo se es adulto y se entra por momentos a ese presente perfecto por pequeños momentos. Porque la historia luego fue borrda y desapareció? Exactamente porque era real y cdo el padre se entero le hizo al hijo sacarla…obvio que la historia abanxo y por cono esta contada…obvio era que el padre encontró en su hijo el mejor amante sin importar genero. Se bota hasta la inovensia del narrador y a veces se nota la propia personalidad del padre en el hijo mamada tb por el hijo en su crecimiento copiando los patrones del padre. Esta historia Es real y realmente nos hace replantearnos cosas. Es obvio que nonesta bien que esto suceda pero si así pasa es tb sabido que es porque la vida quiere que ambos sanen…el padre porque le uefo aquello de que el abuelo lo trato de pervertido y el hijo …bueh se hace largo. Pd…lalo y su padre eran mas que amigos…re obvio. Y creo que fue el problema de separación!!! Obvio que el padre era mas como que bisex y etc etc etc
Alguien consiga la 3ra parte