Mi papá y yo
El hijo de 11 años le pide a su padre que de regalo de cumpleaños pasen la tarde a solas en el jacuzzi. .
**Hola! Espero que disfruten mucho este relato que no es de mi autoria, lastimosamente no sé a quien le pertenece ya que la página donde pertenecía fue borrada. Tiene segunda parte así que si les gusta en unos días la publico. **
Mi papá y yo
Mis papás se casaron porque mis
cuatro abuelos querían juntar las fortunas de las familias y porque en ese
entonces ellos se gustaban mucho. Gracias a eso fue que nací. Después, con el
correr de los años, los roles entre ellos se fueron invirtiendo, es decir, mi
papá fue soltando las riendas de los negocios de ambas familias, y mi mamá las
fue tomando, como resultado de ello, por las mañanas él se iba a llevarme a la
escuela y después al club, y mi mamá se iba a la oficina. Aunque me mi madre me
adoraba, era muy poco lo que la veía, y mi papá asumió ambos roles respecto a
mí.
Desde donde recuerdo, mi infancia fue muy tranquila y muy
alegre… pero no inocente, porque desde muy temprana edad despertó mi
curiosidad por el cuerpo de mi papá. Yo habré tenido como 6 ó 7 años cuando
empezó todo. Él me había bañado (vestido con short y camiseta) y cuando terminó,
me envolvió en la toalla como siempre y me dijo que lo esperara tantito en la
recámara a que él se bañara, pero esta vez no lo esperé, por el contrario,
regresé a la regadera por alguna razón, y fue cuando por primera vez en mi vida
lo vi desnudo. Fue una experiencia tan impactante como hermosa… «¡¿De dónde
salieron todos eso pelos?!». Desde entonces se volvió mi diversión favorita
verlo en cueros cuantas veces pudiera.
El tiempo pasó y se me «autorizó» a bañarme yo solo, lo que
implicó una fea separación de él. Demonios, tan bien qué íbamos. Ya no volvimos
a compartir la regadera en buen tiempo. Se suponía que yo ya tenía que salir de
mi habitación bañado y vestido, listo para irme a la escuela, sin que nadie me
ayudara.
La siguiente ocasión fue varios años después. Ya tenía 10
cumplidos. Como estaba en vacaciones, le pedí que me llevara con él al club (mi
mamá rara vez dejaba de ir a la oficina). Yo ya sabía nadar y quería aprender a
jugar tennis. Por supuesto que quería que él me enseñara y accedió.
Mi relación con él era muy buena, muy jovial, él siempre
andaba de buen humor y no me ponía fronteras en la comunicación. Y de amor ni se
diga. A cada rato me hacía sentir cuánto me amaba y yo a él. Era de un criterio
tan amplio como su corazón, pero eso sí: siempre se sentía la divergencia YO
adulto – TÚ niño. Yo quería que me tratara de igual a igual,
que dijera groserías enfrente de mí como cuando estaba con sus amigos, que se
rascara entre las piernas como cuando platicaba con ellos, pero principalmente,
que me dejara verlo desnudo como cuando era niño, o como cuando iba con sus
amigos a jugar tennis y se cambiaban todos en los vestidores. Pensé que pedirle
que me llevara al club podría ser una buena forma de empezar a tumbar ese muro
generacional.
Mi señor padre era de tez blanca y cabello negro ondulado. Lo
usaba un poco largo, caído sobre la cara, como se usaba entonces, y bigote de
campana. Tenía las facciones angulosas y una nariz prominente y muy recta. Ojos
grandes, cafés con pestañas muy largas y también rectas como su nariz. Me
gustaba mucho su nariz. Por lo que podía recordar hasta esos días, era de vello
en pecho, brazos y piernas. En ese entonces sólo recordaba que en su entrepierna
había algo muy oscuro, pero en averiguarlo estaba. Hasta el momento lo que me
gustaba de él era su compañía y el perenne posibilidad de verlo sin ropa. ¿Y su
edad?, bueno, si yo nací cuando él tenía 25 años, en ese entonces debió tener
35. Está de más decir que tenía cuerpo en forma. Odiaba el gimnasio, pero
adoraba el deporte.
Ese día en el club, saludó a dos de sus amigos pero se dedicó
por completo a mí. Era desesperante mi torpeza en el manejo de la raqueta, pero
en verdad puse mi mejor esfuerzo y él me tuvo mucha paciencia; y sí, sí aprendí
pero me faltaba mucho aún. Finalmente vino el momento de ir a la alberca. Algo
salió mal, porque me dijo que me fuera a la alberca, que quería estar un rato
con sus amigos y que yo ya sabía nadar muy bien, que se quedaba tranquilo. Y con
carita de genuina desilusión, me le quedé viendo directo a los ojos, pero sin
decirle nada. Me dice:
– ¿Qué?… ¿qué pasa hijo?…
– No…nada.
– No. A ver. Tú no pones esa carita por «nada».
– Es que pensé que íbamos a pasar todo el día juntos, pero no
me hagas caso. Tú aquí quédate y al rato nos vemos.
Me paré de puntitas para darle un beso en el cachete sudado,
tomé mi mochila, me la eché a la espalda y enfilé mis pasos hacia los vestidores
del área de albercas. Pocos pasos después oí su típico chiflido de arriero.
Regresé corriendo. Me pasó el brazo por la espalda y me dice: «Perdón hijo,
tienes razón. Yo vine contigo, no con ellos. Ahorita nos echamos al agua, nomás
que vamos a cambiarnos en los vestidores de acá porque aquí tengo todo».
Se despidió de sus amigos y nos metimos. Había otros señores
sentados platicando o tomando la copa. Unos a medio desvestir otros de plano
desnudos. No pude evitar voltear a verlos. Mi papá abrió su locker y empezó a
sacar cosas y más cosas y mientras lo hacía me dijo que me fuera desvistiendo. Y
rápido lo hice. Yo no tenia el menor temor a desnudarme, siempre había sido de
lo más natural para mí. Desnudo me senté a sacar las cosas de mi mochila y vi
que mi papá ya se estaba bajando la trusa bikini que se usaba en esa época y
expuso ante mí sus nalgas, pero mi sorpresa fue que se pudieran tener vellos en
las nalgas. Así de espaldas empezó a meter cosas al casillero y por fin apareció
su diminuto traje de baño. Tratando de encontrarle la entrada con las manos,
volteó a verme y me sorprendió viéndole los huevos colgantes y el pene escondido
en el prepucio, y me dice sonriendo: «¿Qué pasó?… ¿no estarás planeando
meterte a la alberca así?». Me reí y le dije con la cabeza que no. Saqué mi
traje y comencé a ponérmelo sentado, pero seguí observándolo, cosa que lo hizo
sonreír, se inclinó para decirme en voz baja:
– ¿A poco nunca habías visto a tu papá encueradito hijo?»
– Sí. Muchas veces…pero…
– ¿Pero qué?…
Esta vez me levanté yo para subirme el traje y al mismo
tiempo caminé hasta su oído para decirle también en voz baja: «¿Cómo le vas a
hacer para meter TODO eso (señalando a su ingle) en ESO tan chiquito?». Los
vestidores se llenaron con su carcajada. Y me dice: «Orita vas a ver, es cosa de
magia. Pon atención para que no pierdas detalle y aprendas de una vez». Levantó
una pierna y metió el pie. Luego la otra y comenzó a subirlo. Al llegar a la
altura de la ingle lo subió y los huevos quedaron de fuera, trepados y
ahorcándose. Dice:
– Y el truco es que aquí jalas las nalguitas hacía atrás y
hacia abajo, subes el elástico YYY… ¡ta – raaaan!: todo quedó adentro,
perfectamente comprimido. ¿Viste?
– Ajá (riéndome)… ¿y no te duele?
– Nadita. Esta tela es muy elástica. Parece que tengo los
huevos apretados, pero para nada (me volví a reír) ¿Ahora de qué te ríes?
– Es que nunca habías dicho eso.
– ¿Qué cosa?
– Pos… «huevos»…
– ¿Noooo? (todo extrañado)
– No, nunca dices palabras de esas cuando estoy yo.
Se sentó así, semidesnudo junto a mí, pensativo. Me pasó el
brazo por la espalda y me dice: «Tienes razón hijo. Siempre que estoy contigo me
cuido de no decir ‘palabrotas’… pero no, ¡eso tiene que cambiar!, de ahora en
adelante tú y yo vamos a platicar como lo que somos: ¡DOS HOMBRES!… siempre y
cuando no esté tu madre presente, ¿ok?». No le contesté, nomás me reí y nos
pusimos a guardar todo.
Terminamos de pasar un día fabuloso. Yo no cabía en mi propio
cuerpo de lo feliz que estaba. Jugamos en la alberca, comimos en el bar (cosa
que mi madre tenía prohibida para mí) me senté después con «los señores» junto a
él y ya no se cuidó de decir palabrotas. Cuando íbamos de regreso en el carro,
me sentí en plena libertad de preguntar lo que fuera porque «ya éramos hombres»:
– ¿Oye Pá?
– Dime chaparro.
– ¿Y a mí me van a salir tantos pelos como a ti? (Se rió)
– ¡Por supuesto hijo!… eso tenlo por seguro.
– ¡¿Y hasta cuándo?! (Se volvió a reír)
– ¿Qué?…¿ya te urge?
– ¡Ya!… ya quiero tener pelos aquí igual que tú (señalando
mi ingle).
– Bueno, veamos. Como te pareces mucho a mí, me imagino que
te vas a desarrollar igual que yo, y a mí me empezaron a salir después de que
cumplí once.
– ¡¿EN SERIO?!
– Bueno, eso creo.
– ¡Que padre!
Terminamos esas vacaciones siendo los más grandes amigos,
platicando de todo, haciendo travesuras a escondidas de mi madre. Y con los
altibajos propios de toda relación, pasó todo un año más de clases. Para las
siguientes vacaciones casi no hicimos cosas juntos porque tuvieron una pequeña
diferencia él y mi madre y como resultado, él se fue de viaje varios meses. Yo
estaba reservando la gran sorpresa para cuando volviéramos a ir juntos al club,
de enseñarle los pocos pelitos que efectivamente me habían empezado a salir.
Regresó de su viaje cuando ya estaba de nuevo en clases, pero el ambiente estaba
tenso. Hubieron muchos días de distanciamiento porque ellos estaban en
«diálogos», lo que trajo como resultado que a partir de entonces vivirían en
habitaciones separadas. Las razones no vienen al caso. Lo que me gustó es que
ahora mi papá sería para mí solito y que como ya no dormirían juntos, ya iba a
poderlo visitar en su habitación más a menudo.
Pasaron varias semanas antes de que se les volviera a ver
contentos y charlando amigablemente, y hasta entonces yo me volví a sentir en la
confianza de poderme acercar a él con mis cosas. Una noche, como cosa rara,
coincidimos los tres a la mesa a la hora de cenar. Fue una cena amena, éramos de
nuevo una familia feliz, pero cada quien por su lado. Mi mamá terminó, dijo que
estaba muy cansada. Se despidió de mí con un beso tronado en la frente, y de mi
papá con un besito en el cachete. Después de que se fue, me le quedé viendo
mientras terminaba de cenar, y le dije:
– Te ves más guapo con el cabello corto y peinado de raya a
un lado, apá.
– ¿En serio?
– Ajá, pero no te vayas a quitar el bigote.
– ¡No!.. ¡eso nunca! (en tono teatral) Oye hijo, ¿ya viste
cómo quedó mi recámara después de que la arreglaron?
– ¿Ya por fin terminaron?
– Sí. Ven conmigo para enseñártela. Nomás déjame agarrar otra
cervecita.
Salió de la cocina, me pasó el brazo por la espalda y me jaló
hacia las escaleras. Yo lo rodeé por la cintura con un brazo.
Ciertamente su recámara estaba muy cambiada y él me la mostró
emocionado como niño con juguete nuevo. Y me dijo que la mejor parte era el baño
y me jaló de la mano para que entrara. Encendió todas las luces del baño y sí,
sí era la mejor parte. Había muchos espejos y como detalle de máxima atracción,
un jacuzzi para dos personas. Era la novedad en esa época. Le dije:
– Yo también te tengo una sorpresa.
– ¡¿En serio?!…¡¿qué es?!
Sin pensarlo dos veces, me desabotoné el pantalón, lo jalé un
poco hacia abajo junto con el elástico del calzón y le dije:
– Mira…¡ya salieron!
– ¿En serio?… a ver… hazte para acá que hay más luz.
Se sentó en la taza, me atrapó de la cintura y proyectó mi
cadera hacia la luz. Eran tan pequeños que eran apenas perceptibles. «¡Sí es
cierto!… ¡mi chiquito ya es todo un hombre!». Me soltó de la cintura para
rodearme con los brazos y me dio un abrazo. Me suelta y me dice:
– Ahora sí ya vamos a poder platicar de lo que nos de la gana
porque ya somos verdaderos hombres peludos los dos.
– ¿En serio? (riéndome)
– Muy en serio. Oye, ¿y a ver en la carita?, ¿todavía no
tienes bigote? (me escudriñó con mas esperanza que curiosidad) Nada… todavía
nada, pero ya pronto… ya pronto…
– ¿A qué edad te salió a ti el bigote?
– Puessss creo que por ahí de los 12 casi 13, se me empezó a
ver una manchita.
– Mm… éste es el cuento de nunca acabar (Me abotoné el
pantalón y me senté junto a él en un banco del baño) Oye…
– ¿Qué pasó?
– ¿Y es normal que se me pare tanto?
– Que se te pare tanto, ¿qué?, ¿la verga?
– Ajá… eso, la verga (se rió)
– ¡Pero dilo sin miedo!, acuérdate que ya somos hombres… y
sí, es perfectamente normal que la traigas parada todo el día a tu edad.
– Pero es incómodo.
– Sí, es MUY incómodo que se te pare cuando menos debe.
– Sí oye… como ahorita…
– ¿En serio la traes parada ahorita?
– Sí, supongo que de la emoción de enseñarte.
– A ver enséñamela.
– ¡Papá!…
– ¿Qué?
– Pos que me da pena…¿cómo crees?
– Ándale hijo, no me vas a dejar con la curiosidad, ¿o
sí?…¡ándale mijo!
– Ok, pero si te burlas no te vuelvo a enseñar nada.
– Hijo, jamás me burlaría de ti.
– Ok.
Me levanté, me volví a desabotonar, ahora enfrente de él y
esta vez bajé mucho más ambas cosas levantándome la camisa. Dejé todo al aire.
Se me quedó viendo, con gesto de orgullo y voltea a verme: «¡Vergudo como su
padre!… te felicito hijo, tienes un hermoso pedazo de carne entre las piernas.
Ya vístete». Me dio un beso en la frente. Me vestí. Me volvió a tomar por la
espalda y caminando hacia la recámara, me pregunta:
– A ver, ayúdame a sacar cuentas: ¿qué edad tienes
exactamente?
– Mm… exactamente… 11 años con 11 meses y 2 días.
– ¡Es cierto!, ya va a ser tu cumpleaños.
– Ajá, en diciembre.
Llegamos a la cama, se dejó caer en ella y dio unos
golpecitos a su lado para que me acostara junto a él y así lo hice, los dos
acostado viendo al techo. Me dice:
– ¿Qué quieres hacer el día de tu cumpleaños hijo?
– Cae en sábado. Me gustaría que tú y yo nos la pasáramos
todo el día en el club.
– ¡¿En el club?!, pero si vamos muy seguido.
– Es que me gusta mucho ir contigo.
¿Cómo decirle que me gustaba porque era el único lugar en que
lo podía ver desnudo? Mi verdadero regalo de cumpleaños sería que él lo pasara
todo el día sin ropa pero, como que no se iba a poder, me temía. Los días
pasaron y llegó el día previo a mi cumpleaños. Mi madre regresó en la noche con
un gran regalo y toda apesadumbrada porque se iba a la mañana siguiente de
viaje. Le dije que no importaba, que se fuera tranquila, cosa que le dije con
una sonrisa de oreja a oreja. A la mañana siguiente fuimos a llevarla los dos al
aeropuerto y al salir del estacionamiento, me dijo que íbamos a desayunar al
club. En verdad la pasamos muy bien, pero al mediodía, antes de nadar, antes de
verlo desnudo, le cambié la jugada porque le dije que mejor nos fuéramos a la
casa. No entendió y me cuestionó:
– Es que ya lo pensé mejor. Ahora prefiero que nos la pasemos
en la casa, sin hacer nada importante, con estar contigo me la paso bien…
pero…
– Pero, ¿qué?, ya suéltalo, demonio de muchacho.
– Que me gustaría que me prestaras tu jacuzzi (Puso cara de
total incredulidad)
– ¿Eso es lo que quieres?… ¡pero si eso lo puedes hacer
cualquier día!
– Bueno, tú me preguntaste qué quería hacer y yo te contesté.
Si no se puede, pos no.
– No es que no se pueda pero…
– Está bien, nos quedamos en el club.
– No. Nada de eso, vamos a hacer lo que tú quieres, pero sigo
sin entender.
– Gracias Pá. Te quiero mucho.
– Yo también te quiero mucho hijo, y eso lo sabes muy bien.
Llegamos a la casa. Estaba casi vacía, sólo estaba el mozo
que vive en una casita en la parte de atrás. Mi papá se fue a la cocina y me
dice: «Ándale pues, ve a abrirle la llave a tu regalo de cumpleaños que tarda
mucho en llenarse». Por supuesto que salí corriendo y le abrí. Fui a mi recámara
y me desnudé para ponerme un traje de baño, del tipo del de mi papá: ultra
pequeño. Yo no sabía qué quería hacer, no lograba fraguar bien un plan, sólo me
estaba dejando llevar por corazonadas.
Bajé corriendo hasta la cocina así, sólo en traje de baño. Él
estaba sentado tomándose una cerveza y leyendo el periódico. Abrí el
refrigerador para sacar un refresco. Sin retirar la mirada del periódico, me
dice:
– ¿Ya está listo tu «regalo de cumpleaños»?
– No, apenas se está llenando.
– No te vayas a quedar mucho tiempo porque vas a salir
arrugado como viejito.
– No, cómo crees… oye, ¿te llevo unas cervezas al refri de
tu habitación por si al rato quieres subir a platicar conmigo? (Levantó la
mirada)
– ¿Por si al rato?… ¡pero si nomás estoy esperando a que se
llene!… ¡me voy a meter contigo tontito!
– ¿En serio?… ¡excelente!
– Y no. No me lleves cervezas que allá tengo.
– OK (mi impaciencia era mucha, así que me senté enfrente de
él) ¿Qué lees?
– Ah nada importante, nomás los chismes del sociales (volteó
a verme) pero oye chaparro…
– ¿Qué?
– ¿No se te hace medio ridículo que estando el la privacidad
de tu baño te metas a la tina en traje de baño?
– ¿Ah no?
– Pos no. Jamás se me hubiera ocurrido meterme a mi propio
jacuzzi con traje, ¡nomás eso me faltaría!
Ya no le contesté nada. Volvió a meter los ojos al periódico.
Yo estaba petrificado. Una cosa era verlo desnudo y otra meternos juntos a una
tina tan reducida…¡desnudos los dos! Mi corazón estaba palpitando acelerado y
mi verga respondió de inmediato. Rápido aproveché que estaba leyendo para salir
de la cocina sin que notara mi erección. Demonios, si ya se la había enseñado
parada, ¿porqué me daba pena ahora que me la viera?
Volví a subir hasta el baño y ya le faltaba poco para
llenarse, así que le cerré. Lo encendí y me metí. Acomodé mi refresco a un lado
y me puse a tomar la decisión de quitarme el traje. Pero bueno, después de todo
con tanto movimiento de agua, no se iba a notar, y ya me lo iba a quitar cuando
oí los pasos de mi papá. Gritó desde afuera preguntando si ya estaba lista y le
contesté que sí. Se tardó un poco y finalmente entró descalzo, con el pantalón
puesto y la camisa abierta, con una cerveza en la mano: «¿Y la pusiste toda fría
o le abriste a la caliente?». Le contesté que toda fría como a él le gustaba.
Abrió un closet y sacó toallas. Las acomodó y se sentó en el mismo banco que yo
usara. Se puso a buscar algo en el suelo y no encontró nada.
– ¿Y tu traje?
– Esteee… lo traigo puesto…
– Ay hijo por dios, ¿con quién te da pena caramba?
– Pero es que…
– Pero es que ¿qué?, ¿que tienes miedo de que se te pare y yo
te la vea?
– Ajá… eso…
– ¿Y no me la enseñaste tú mismo?… pero bueno, como tú
quieras. Yo sí me voy a encuerar… con tu permiso.
Puso la lata vacía en una repisa para quitarse la camisa. La
aventó hacia el closet. Luego se levantó y desabotonó el pantalón de mezclilla,
ligero lo bajó hasta las rodillas y se volvió a sentar. Sacó una pierna y luego
la otra. Yo no perdía detalle. Luego se volvió a levantar y se bajó el bikini.
Ahí estaba otra vez el objeto de mi aprecio, en todo su esplendor. Dijo que
orita venía, que iba por otra cerveza y lo vi caminar desnudo. Nunca lo había
visto. Yo no sabía que los huevos se movieran al caminar. Los míos nunca se
movían. Al entrar al baño, venía rascándoselos y más dura se me puso. Puso su
lata junto a mi refresco y me dijo que recogiera mis piernas, para no pisarme.
Las recogí pero yo tenía toda mi atención puesta a su entrepierna. Se sentó
lentamente diciendo: «La parte más difícil es meter los huevos al agua, porque
una vez mojados, lo demás es delicioso». No le contesté nada, sólo lo observaba.
Terminó de sentarse, estiró una pierna con cuidado, luego la otra y me dijo que
ahora ya estirara las mías, y me quedaron en medio de las suyas. «Lo bueno de
que estés chiquito es que no hay peligro que me des un patadón». Me reí.
Le dio un trago a su cerveza. Se relajó por completo y con
esto terminó de escurrirse hacia abajo, lo que hizo que sus piernas quedaran en
contacto con las mías, sus pies al alcance de mis manos.
– ¿No te molesta que te toquen mis piernas?
– No. Me gusta cómo se sienten los pelitos, hacen
cosquillitas.
– Por cierto de cosquillitas, ¿a ver?
Y con la puta de los dedos de los pies, recorrió la zona de
mi cadera para ver si todavía tenía el traje puesto.
– ¿O sea que te da pena con tu papá, hijo?
– Es que
– Ya te dije que no tienes por qué tener pena. Desde que
naciste te he visto encuerado hijo, y casi siempre traías la verga parada, que
no te de pena caramba.
– ¿Seguro?
– Seguro.
Me lo quité por abajo del agua y lo aventé a un lado.
– ¿No te sientes más a gusto?
– Sí, la verdad sí, se siente bien rico al agua directa en…
los huevos.
– ¿Ves lo que te decía? (me reí) ¿y ahora de que te ríes?
– Que tus pelitos me siguen haciendo cosquillas.
– ¿Quieres que doble las piernas?
– ¡No!, se siente bien rico.
Entonces, sin avisarle, empecé a acariciar una de sus
piernas. Se rió.
-¿Es venganza? (Con la cabeza el dije que no, que me gustaba
sentir sus pelitos) ya dentro de poco vas a tener tus propios pelitos hijos.
– Sí, ya quiero tener pelos en la verga, como tú.
– Ya pronto, ya pronto (cosa que dijo con los ojos cerrados y
la cabeza recargada)
Se acomodó un poco más y yo lo imité. Como tenía los ojos
cerrados, me tomé la licencia de verlo tanto como quisiera. Me gustaba cómo se
le veía el cuello con la manzana salida por tener la cabeza echada hacia atrás y
la barba de un día encima. En verdad era viril.
Y así, embelezado viéndolo, sin querer empecé a acariciar sus
dos pantorrillas con las manos. Sin abrir los ojos me dice: «Mm… qué rico se
siente hijo» y yo tomé eso como un permiso de seguir haciéndolo. Mis manos
subían cada vez más y llegué hasta las rodillas. Así estuve un buen rato hasta
que se me ocurrió rozar la parte interna de sus muslos con mis pies y me aventé.
Primero acerqué mi pie derecho a su muslo y lo rocé. Brincó tantito y dijo sin
abrir los ojos: «Hey… ahora soy yo el de las cosquillitas» así que retiré el
pie diciendo «perdón». Seguí acariciando sus pantorrillas y al rato fingí que me
reacomodaba, asegurándome de que esta vez ambos pies quedaran en franco contacto
con sus muslos internos. Él intentó separar las piernas pero se toparon con
pared, así que las regresó a donde estaban y ya toleró «mis cosquillitas». Mis
manos siguieron en lo suyo, pero esta vez empecé a mover despacio los dedos de
los pies, como acariciándolo. Esperé una reacción de rechazo o brinco, pero nada
pasó. Así que ahora moví ambos pies, cada uno en un muslo. Los movimientos
fueron cada vez más notorios, y cada vez los avanzaba más hacia él, es decir,
más hacia su ingle, la que ya no me quedaba tan lejos como al principio. No
decía nada. Como pude proyecté lo más que pude un pie y sutilmente fue a dar con
sus huevos flotantes. A la hora de hacer contacto esperé un rechazo seguro, pero
no. Se quedó quieto, al igual que yo, me quedé estático, expectante. No moví el
pie ni medio milímetro. Proseguí con las caricias de las pantorrillas. Después
de un ratito, empecé a mover el pie para frotar su escroto, con mucho cuidado y
sutileza, pero esta vez sí hubo reacción. Levantó la cabeza y me dice sonriendo:
«Si sigues con esas cosquillitas… ahora el de la verga parada va a ser tu
papá, chaparrito», pero no me quitó el pie, sólo tomó su cerveza y se la acabó
de un gran trago. A la hora de estar eructando, levantó la lata vacía
sacudiéndola y me dice con carita de súplica fingida:
– ¿Me traerías otra hijo?
– ¿Otra chela?…
– Ajá… porfa…
– Pero voy a mojar tu recámara y…
– Ya sé que tienes la verga parada hijo (con tonito de
paciencia) que no te de pena.
– Ok…
Con movimientos trémulos me levanté y sentí su mirada clavada
en mi verga parada, pero la verdad es que ni me estaba poniendo atención. Tomé
una toalla para quitarme el exceso de agua y salí a la recámara. Descubrí que
nunca había caminado desnudo con al verga parada, se sintió chistoso. De
regreso, me dice:
– ¿Ya ves?… ya te vi con la reata paradita y nada pasó, ¿o
sí?
– No… nada… jeh jeh…
Se la di y me volví a meter. La destapó y le dio un trago
mientras me sentaba. Y ya estaba acomodándome para seguir con mi labor
exploratoria, cuando me dice: «Ven para acá chaparrito… déjame abrazarte un
ratito». WHAT?!…¡¿Cómo que abrazarme si estábamos desnudos?! Y le pregunto
todo asustado:
– ¿Cómo abrazarme?
– Sí hombre… veeeeen… (Con tono totalmente despreocupado)
Estiró un brazo y me atrapó de la mano, y ya que estaba entre
sus piernas, me dio la vuelta y me jaló hasta que quedé recostado boca arriba
sobre su panza, con mi cabeza en su pecho. Me rodeó con los brazos, levantó las
piernas y también me rodeó con ellas. Mi corazón estaba palpitando como loco.
«Hace mucho que no abrazo a mi chiquito». Me dio un apretón muy cariñoso y me
besó en la cabeza.
– Te quiero mucho hijo.
– Yo también te quiero mucho apá.
Y así nos quedamos unos instantes hasta que empezó a deslizar
sus piernas hacia los lados y las dejó flexionadas, cosa que me sirvió para
apoyar mis brazos. Yo no sabía que hacer, mi papá me había abrazado millones de
veces, pero nunca desnudos, y mucho menos en contacto tan cercano con el «objeto
de mi aprecio». Se me salió una risita nerviosa y me pregunta:
– ¿Y ahora de qué te ríes chaparrito?
– Es que siente chistoso tantos pelos por todas partes…
(Fue lo primero que se me ocurrió)
– ¿Ah sí?… bueno, entonces regrésate a tu lugar…
– NO… no… estoy muy a gusto así.
– Ok (y me dio otro beso en la cabeza).
Como cosa natural, estiré los brazos hasta que rodeé sus
piernas y con las manos empecé a acariciar las partes de abajo de los muslos, de
arriba hacia abajo, hasta que topaban con la tina, y así, me pregunta:
– ¿Te la estás pasando bonito?
– Sí Pá («NO TIENES IDEA DE CUÁNTO», pensé) muy padre.
– Excelente. Y después de que nos arruguemos como pasitas y
nos salgamos del agua, ¿qué vamos a hacer?
– Ahíjoles, no sé, no había pensado en eso (yo no quería ni
tocar ese tema de salirnos, así que se lo cambié) Oye, ¿no te apachurro los
huevos así? (Se rió)
– Hijo, si me estuvieras apachurrando los huevos, ¡júralo que
ya te hubieras enterado!
– ¿Entonces no?
– Para nada. Están allá abajo, jugando con el agua.
– Ah… oye… ¡los tienes bien grandotes! (se volvió a reír)
– Igual de grandotes que los vas a tener tú dentro de poco.
– ¿En serio?
– Ajá
Nos quedamos un rato callados, abrazándome por el cuello con
la cabeza apoyada hacia atrás y yo con la mía en su pecho, sin dejar de
acariciar sus piernas por debajo del agua. Y se me ocurrió:
– Mira Pá, orita va a salir el periscopio de un submarino.
– ¿A ver?
Me impulsé lentamente hacia arriba hasta que salió mi
verguita exactamente como un periscopio. Nos reímos los dos y le dije:
– Oye, a propósito, tú ya me has visto la verga parada un
chorro de veces, ¿cuándo me vas a enseñar la tuya? (sentí cómo se movió su panza
por la risa)
– Pues mira, si me sigues haciendo esas cosquillitas, dentro
de un ratito la vas a ver.
– ¿De verdad?… ¿a ver?… ¡¿qué más tengo qué hacer?!
– Pues nada…eso mismo que estás haciendo, pero… ¿en serio
la quieres ver?
– En serio.
– Entonces… a ver… muévete tantito… no, no te vayas…
ya…
– ¿Ya qué?
– Ya la acomodé para que crezca.
– ¿Para que crezca?…¿cómo?… ¡ah ya la sentí!… jah jah
jah…
Muy bien pude sentir cómo crecía una cosa por la parte baja
de mi espalda, así que me volteé y me alejé un poco para darme la vuelta y ver.
Él estaba riéndose, como quien hace algo que le daba pena.
– Ay hijo… las cosas que me haces hacer (riéndose)
– ¡A verla Pá!… ahora tú enséñame tu periscopio…
ándale…
– Bueno pues (riéndose) pero no creo que salga igual que el
tuyo.
– ¿A ver?
Y empezó a subir la cadera, y haciendo ruiditos, como
imitando a un submarino emergiendo y yo esperaba ver salir un mástil, pero no,
lo que salió fue todo él y, sí, la traía erecta pero caída hacia atrás, pegada a
su panza, y él mismo dice: «NO, así no, pérame». Se volvió a sumergir, puso una
mano bajo el agua para sostenerla y esta vez sí emergió el gigantesco periscopio
que yo quería ver. Me quedé atónito. No podía caber en mi mente que la cosita
esa, echa pelotita que siempre le había visto, se hubiera convertido en ¡ESO! No
podía salir del asombro. Me vio la cara que tenía, se volvió a reír y se
sumergió. «¿Ya contento?». No le contesté, nomás me le quedé viendo a los ojos:
– ¡Qué grandota se te puso pá!
– Caray hijo, tomo eso como un cumplido, muchas gracias.
– ¡NO!…¡en serio!… nunca imaginé que te creciera tanto.
– Con el tiempo a ti te va a crecer igual (no le hice caso)
– Pero oye, la tuya no tiene pellejito como la mía.
– ¿Cómo de que no?… ¡claro que tiene!, nomás que lo eché
para atrás para que saliera más bonito el periscopio.
– ¿En serio?, ¿a verlo?
Le dio un trago a su cerveza, la volvió a dejar y me dice
«Mira» con los brazos se impulsó hacia arriba hasta quedar sentado en la barda
de la tina «Lo que pasa es que este «pellejito», como le dices, se debe jalar
hasta el tope. Mira, lo jalo hacia adelante y se tapa toda la cabeza, pero lo
sano, por limpieza, lo bueno es que lo eches hasta atrás. ¿El tuyo se puede
jalar hasta atrás?». Yo estaba en otro mundo, sustraído de éste, viendo a mi
papá sentado ahí, con las piernas abiertas y un tolete emergiéndole de donde
antes tenía una pelotita. Me regresó a la realidad:
– ¡Hijo!… te pregunté que si el tuyo se puede echar hasta
atrás…
– Este… ¿qué?… no sé…
– A ver, ven para acá, siéntate aquí y déjame ver.
Me puse de pie y me senté a un lado de él, tocando muslo
lampiño con muslo velludo, imitando su posición de piernas abiertas y cadera
proyectada hacia arriba. Y me dice, tomando su propio pene como ejemplo:
«Agárralo así y jálalo hasta que se atore». Hasta ese momento pude razonar lo
suficiente como para entender que ya sabía de qué me hablaba, y le dije:
– ¡Ah sí!, ya te entendí, y sí, sí se puede jalar, mira (y lo
hice)
– ¿Y eso es todo lo que da?, ¿ya no baja más?… así… ¿cómo
el mío?
– Pues… no, ya hasta ahí se atoró.
– Ah bueno, entonces lo que vas a hacer de ahora en adelante,
es que cada vez que orines y cada vez que te bañes, lo vas a jalar lo más que
puedas, pero sin lastimarte, y así con el tiempo vas a poderlo jalar hasta atrás
como el mío, ¿me entendiste? (Yo con los ojos pegados a su pene).
– Ajá…
– Es que es muy importante que te laves muy bien toda esta
parte de aquí:
Y diciendo esto, acercó su dedo índice a mi pene… casi…
casi tocándolo y me señaló toda la periferia de la base del glande.
– Es muy importante que siempre mantengas esta zona limpia,
¿entendido chaparro?
– Entendido Pá.
Con el simple hecho de sentir su dedo tan cerca de mi glande,
pude sentir «cosquillitas» en toda mi entrepierna. ¡Yo quería que me tocara!, y
algo iba a inventar para que lo hiciera, cuando me ganó el micrófono:
– Bueno, ahora acomódate que ora me toca que me abraces a mí.
– ¿Cómo?…
– ¡¡¡Que ahora te toca abrazarme!!!… sordito… ponte en tu
lugar.
Me volví a sentar en mi lugar y él se vino acomodando atrás
de mí, de tal manera que me separó las piernas, todo con un gesto muy liviano en
su cara, desprovisto por completo de malicia, se dio la media vuelta y se apoyó
encima de mí, de tal suerte que su cabeza quedó en mi pecho – panza, mis manos
rodeándolo por el cuello y mis piernas rodeándolo por el torso, yendo a dar mis
pies exactamente entre sus piernas, ahora ya bajo el agua. Al acomodarse:
– ¡Hey!… ¡cuidado con esa espada que me la vas a clavar en
la espalda! (me reí)
– Perdón Pá… jeh… jeh…
– A ver… acomódala hacia arriba para que quede atrapada
entre mi espalda y tu panza… ajá… ándale, así.
Después lanzó un suspiro y se quedó callado. Yo no sabía si
tenía los ojos abiertos o no. Yo empecé a acariciarle los vellos del pecho, que
era lo único que alcanzaba. Nunca se me hubiera ocurrido acariciarle las
tetillas. Y así un par de minutos cuando me dice:
– ¿Sabes hijo?
– ¿Qué Pá?
– Cuando yo era chiquito, una vez le pedí a tu abuelo permiso
de bañarme con él y… (Se quedó callado)
– ¿Y qué pasó?
– ¡N’HOMBRE!… haz de cuenta que le pedí que me regalara un
millón de pesos.
– ¿En serio?
– Sí. Armó todo un escándalo. Y empezó a decirme chamaco
cochino, cómo se te ocurre, esas cosas no se hacen, bla bla bla…
– Qué gacho el abuelo.
– Pues sí, esos eran otros tiempos y otra la manera de
pensar, pero yo me juré que cuando tuviera hijos MARAVILLOSOS COMO TÚ, yo no iba
a ser así de mamón.
– Entonces… ¿gracias al abuelo es que estoy teniendo esta
fiesta de cumpleaños?
– Jah… jah… jah… no lo había pensado así, pero es
cierto, gracias al abuelo es que estamos aquí. Por cierto, ¿estás contento?
– ¡Mucho Apá!… quisiera que aquí nos quedáramos toda la
vida…
– Hey… la idea no es mala… me siento taaaaan a gusto aquí
acostadito encima de ti y abrazándome…
Se hizo silencio, como para disfrutar mejor del movimiento
masajista del agua. Pero yo no cejaba en mi intento de tocarlo o de que me
tocara. Tener su espalda encima de mi verga era ya paradisíaco, pero como todo
buen niño, quería más, y más y más… así que empecé a mover los pies, sin ton
ni son, ambos entre sus piernas, hasta que al doblar un poco las rodillas, mis
pies encontraron su pene. Ya no tan duro como hacía un rato, pero sensiblemente
grande todavía. Al sentirlos, dio un pequeño brinco y dijo: «¡Épale!… que esa
zona es muy delicada hijito… no vaya a ser que salga yo herido». Le pedí
perdón y me dice: «No hijo, no me pidas perdón, si no me hiciste nada, nomás te
decía para que muevas tus patitas con mucho cuidado». ¿Eso era todo?, me quedé
pensando. Excelente. Seguí moviendo los pies juguetones entre sus piernas pero
ya sin querer tocar su pene. Sólo acariciando sus vellos con mis piernas
lampiñas.
Llegó el momento en que ya no sentía las nalgas por estar
tanto tiempo en la misma posición y le dije:
– A ver Apá, ya me toca a mí.
– ¿Mm? (Como despertando)
– Que ya me duele mi colita. Ahora te toca a ti abrazarme.
– Claro que sí chaparro (con voz dormilona) nomás déjame ir
por otra chela que ya me estoy durmiendo.
– ¡No!… yo te la traigo…
– Gracias chaparrito, eres un amor de escuincle.
Repetí la operación, pero ya sin el menor pánico escénico. De
regreso se la entregué, me metí al agua y él estiró un brazo para recibirme
mientras con el otro le tomaba a su cerveza. Pero esta vez le cambié la jugada,
en vez de acostarme de espaldas, me acosté de lado entre sus piernas, lo rodeé
con los brazos por el torso; pareció no molestarle, por el contrario, se levantó
tantito para que me pudiera acomodar y pasándome la pierna izquierda por encima
dice: «Listo, ya estamos a gusto otra vez… nomás no te asustes si al rato
sientes que ahora yo te pico la panza con mi espada, ¿ehe?… jeh jeh». Me reí y
le contesté: «No te preocupes, yo también traigo espada con qué defenderme». Nos
reímos los dos.
Apoyé mi cabeza en su pecho y nos quedamos un buen rato así.
Él relajándose, y yo explorando y sintiendo cada contacto de piel que mi cuerpo
hacía con el suyo, y el que más me gustaba, era el de su pubis en mi bajo
vientre. Le digo:
– Desde aquí se puede oír clarito tu corazón.
– ¿Ah sí?… ¿y qué te dice?
– Que me quieres mucho.
– Ah mira, resultaste buen doctor.
Callados otra vez. Empecé a bajar mi mano izquierda por su
costado. Sin decir nada levantó su brazo para que mi mano pudiera seguir bajando
y llegué hasta su pierna. Ahí me di vuelo acariciando sutilmente sus vellos bajo
el agua, parte importante de mi fascinación. Y así, acariciándole la pierna, le
digo:
– ¿Oye Pá?… Los pelitos de todo tu cuerpo son muy distintos
a los de tu verga.
– Mm… ¿en serio?… ¡no lo había notado!
– ¡Apá!… (Se rió)
– Sí hijo, sí son distintos, en casi todos los cuerpos son
distintos. Son más rizados.
– Aah… oye, ¿me dejas tocarlos?
– ¿Quieres ver que se siente?
– Ajá…
– Pues adelante, nomás no te asustes si te sale una espada
desenvainada (se volvió a reír).
Una vez otorgado el permiso, me hice un poco hacia atrás y
subí mi mano izquierda por abajo del agua hasta su pubis y puse los dedos
encima, muy sutilmente. Luego los clavé en el matorral y dije: «Hasta se pueden
clavar los deditos ahí», y nomás contestó: «Ajá…» todo despreocupado. Seguí
con mi exploración y ahora los acaricié con toda la palma de la mano, y en mi
exploración, sentí la base de su verga dura otra vez. Pensé en retirar la mano,
pero como no dijo nada, me aventé un poco más y deslicé hacia abajo la mano y
esta vez sentí un espasmo de su verga que la proyectó hacia arriba en un salto y
quité la mano. Se rió y me dice: «¡Te dije!» También me reí pero volví a la
carga de acariciarle los pelitos, pero ya no tan sutilmente, con más decisión y
ahora su verga empezó a crecer más, a subir y tanto subió que vino a atrapar mi
mano contra su bajo vientre.
– Apá…
– ¿Qué pasó chaparro? (Riéndose)
– Tu espada atrapó mi mano contra tu panza.
Nos reímos los dos.
– No le hagas caso, es que se pone así siempre que la
acarician.
– ¡Pero si no la estaba acariciando a ella!
– No… pero andabas por sus dominios… jah jah jah…
– ¿Y si la acaricio a ella, me muerde?
– Jah jah jah… no creo pero, ¿a ver?… inténtalo…
No podía creer el permiso que me acababan de otorgar, pero no
pregunté más. La busqué por debajo del agua y la atrapé con la mano completa.
Sentí una descarga eléctrica que corrió de mi mano hasta mi pubis. La tenía muy
caliente a pesar del frío del agua. Caliente y pulsante. La sostuve en mi mano
por un rato. Tal vez no era una verga grande en general, pero a mí me lo pareció
entonces. Levanté la cabeza para voltearlo a ver y él estaba viéndome, con la
sonrisa dibujada en la cara. Le dije:
– Está bien caliente.
– Claro… las vergas se calientan mucho cuando se paran.
– Ah… y se siente rico agarrarla…
– ¿En serio te gusta agarrarla hijo?
– Sip (Acto seguido inhaló profundamente y exhalando me dice)
– Bueno…pues entonces agárrese usted la suya, cada quién su
juguetito (cosa dicha retirándome la mano con la suya).
Esto lo sentí como un rechazo. Pensé que se había enojada por
habérsela agarrado y me desconcerté ya que él me había dado permiso, así que
intenté retirarme de mi posición para verlo a los ojos y averiguar qué había
pasado, pero no lo logré. Él me atrapó de inmediato, puso carita de contento y
me dice:
– Noooo chaparrito… no me pongas esa carita. ¡Véngase para
acá!, no se me vaya que estamos muy a gusto (Y me volvió a abrazar)
– Pero es que yo te pedí permiso y…
– Y te lo di. Todo está bien. Aquí no ha pasado nada malo (Yo
seguía en mi desconcierto).
– ¿Pero entonces?… ¿ya no la puedo agarrar?…
– Esteeee… sí, supongo que sí, pero al ratito u otro día,
orita ya no, ¿sale?
Me quedé recargado sobre su pecho pensando al respecto. No me
inhibió, ¡para nada!, mi calentura seguía a flote; pero sí me intrigó ese cambio
repentino, pero de pronto me sacó de mis cavilaciones los brinquitos de su panza
por estarse riendo. Levanté la cabeza y le pregunto:
– ¿Qué?
– Que tu verga se enojó conmigo… jah jah jah…
– ¿Mi verga?
– ¡Sí!… ¡me está pique y pique acá abajo en la pierna! (él
estaba muerto de risa)
– Perdón…
Intenté retirarme para no estarlo picando con cada espasmo de
mi pene, pero aún riéndose, me volvió a atrapar con los brazos y me dice:
– No no no no no no. ¿A Qué hora dije que me molestaba?…
nomás me dio risa hijo, me hizo cosquillitas por allá abajo.
– ¿En serio?
– Ahá, y fue chistoso porque tú estabas por acá arriba muy
atento a la verga de tu papá y yo muy atento a la verga de mi hijo picándome
allá abajito… jah jah…
– ¿A poco la alcanzas a sentir?
– ¿¡Tremendo pedazo de carne no lo voy a sentir!?…
– ¡Pá!… no te burles…
– No hijo, si no me burlo, en verdad tienes una verguita
bastante grandecita para tu edad.
-¿Tú no la tenías de mi tamaño cuando tenías 12?
– ¡Nop!, era mucho más chiquita. Tú has de haber salido a la
familia de tu mami. De aquél lado sí que calzan grande.
De haber entendido que significaba eso de «calzar grande» lo
hubiera bombardeado con miles de preguntas, pero no: se me fue vivo. Porque,
¿cómo lo sabía?… hubiera sido una muy buena primera pregunta. En cambio me reí
y le dije:
– En la escuela hacemos muchas burlas de picar la cola y
cosas de esas y…
– ¡¡¡Y ahora resulta que tú le estás picando la cola a tu
Papá!!!… jah jah jah…
– Ahá…
– Bueno (terminando de reírse) me sirve de consuelo saber que
no es precisamente en la cola, es a un ladito.
– ¿Me quito?
– ¡NO qué me quito ni qué me quito! Pero sí vamos a hacer una
cosa: pásate p’al otro lado, así cambiamos de posición los dos.
Hicimos la operación. Yo me hinqué en el centro de la tina
para que él se acomodara. Se acomodó y me volví a acostar sobre él del otro
ladito. Y acomodándonos, me pregunta como si fuera la cosa más normal del mundo:
– Oye hijo, ¿y ya te la jalas? (Entendí perfectamente, pero
me agarró en curva)
– ¿Qué?
– Que si ya te masturbas, que si ya te haces la chaqueta
(creo que me puse rojo, si es que se podía más y me reí)
– Sí. Ya.
– ¿En serio?, ¿y quién te enseñó?
– Marcos. Un compañero nuevo que entró este año. Es el que ha
venido a dormir y que yo he ido a su casa.
– ¡Ah!, ¿ese es Marcos?, no me acordaba de su nombre. Oye, ¿y
ya te salen mocos?
Levanté la cabeza para verlo a los ojos, ¡porque eso era cosa
seria!
– No, pero a Marcos sí. ¿Tú crees?… ya se los vi. ¿Cuántos
años tenías cuando te salieron a ti?
– Mm… creo que casi trece.
– ¿O sea que ya mero me salen?
– Si mijo, ya merito, tú sigue practicando y vas a ver que
pronto te salen.
Me volví a acomodar en su pecho y no duró mucho el silencio.
Ahora lo rompió él:
– Oye, ¿y dónde te la jalas?
– Pos en el baño, en el chorrito del agua o sentado en la
taza. ¿Tú?
– Igual, también en el chorrito del agua, pero a veces en la
cama, a veces aquí en la tina, a veces…
– ¡¡¡¿AQUÍ EN LA TINA?!!! (Levanté mi cara con sorpresa de
alegría)
– Sí, claro. ¿De qué te asustas?
– ¡No!… si no me asusto… es que…oye, ¿y si nos la
jalamos ahorita?
– ¿Ahorita?… ¿los dos juntos?
– ¡Ahá!… ¿sale?
Se quedó pensando unos segundos. Levantó los hombros y dice:
– Bueno, no veo porqué no. ¿Los dos al mismo tiempo?
– ¡No!… tú primero… para ver.
– Sale pues, pero entonces hazte a un ladito para poderme…
ándale, ahí estás bien. ¿Ya?
– ¡Ya!
Metió la mano al agua y empezó a hacer movimientos
masturbatorios lentos, acariciándose el pecho y la panza, a veces viendo hacia
abajo, a veces viéndome a mí con la sonrisa dibujada en la cara.
– ¿Y te salen muchos?
– ¡UN CHINGO!… JAH JAH JAH.
– Ah… pero… entonces, oye…
– ¿Qué?
– Que no los voy a ver así, abajo del agua.
– Mm… a ver pues, hazte para allá y me siento otra vez en
la bardita para que puedas ver toda la maniobra.
Me retiré todo lo que pude. Se puso de pie en la tina, caminó
hasta la bardita y se sentó. Se veía fenomenal de pie, con el mástil apuntando
al techo y escurriendo agua. ¡Qué hermoso era mi papa, caray! Pero bueno, se
sentó con las piernas muy separadas y volvió a agarrársela con la mano derecha.
Voltea a verme y dice: «Hasta allá no vas a alcanzar a ver nada chaparro». No
necesitó explicar más. Me deslicé hasta el centro de la tina y me hinqué justo
enfrente de él, muy cerca y empezó a jalársela ahora más rápido. Y dice:
– Nomás que te advierto que van a salir muy rápido porque la
traigo atrasada.
– Qué chistoso, yo también termino bien rápido.
Se hizo el silencio y sólo se escuchaba el motor de la tina y
los movimientos de su mano. Él a veces cerraba los ojos, a veces volteaba a
verme. Empezó a jadear y con voz apretada dice: «Ya merito chaparro», y
prosiguió hasta que rehumedecí mi boca y me atreví a decir: «¿Te le puedo hacer
tantito Pá?». Se detuvo, se me quedó viendo muy serio, sacado de onda, pero en
seguida borró esa expresión y puso su maravillosa sonrisa de siempre y dice:
«Órale pues, pero éste va a ser nuestro secreto, ¿sale?». Sólo asentí con la
cabeza. Echó las manos para atrás, mostrando toda su entrepierna ante mí.
Hincado me acerqué hasta el tope de la barda, puse mi mano izquierda en su muslo
y la derecha solita descubrió su camino rumbo al pene de mi papá. ¡OH DIOS!…
¡QUÉ CALIENTE ESTABA!… y empecé a imitar sus movimientos, con la misma
velocidad que lo estaba haciendo y esto le arrancó un quejido desde la garganta,
pero no pronunció palabra. Como no decía que me detuviera, proseguí y proseguí.
Mi mano subía y bajaba, no alcazaba a cubrirla toda. Mi verga estaba presionada
contra la pared de la tina y eso me ocasionaba placer extra.
En eso que se le levanta una rodilla y jaló una mano hasta la
mía para detenerme y a medio jadeo me dice:
– Ya párale chaparrito…que te los voy a echar todos
encima… (no quité la mano)
– No importa Pá… déjame que le siga…
– ¿Seguro hijo?
– ¡Seguro Pá!
– ¿Y va a ser nuestro secretito?
– ¡Te lo juro!
Entonces retornó su hermosa sonrisa y me dice: «Ándale pues,
síguele y no me dejes ni una sola gota de mocos adentro». Me reí un poco pero la
cosa era seria. Mi calentura no tenía comparación con ninguna en mi corta vida.
Volvió a recargar las manos hacia atrás y echó la cabeza
también para atrás con los ojos cerrados. Eso no me gustó, así que me detuve y
le dije: «Pero Pá, ¿no vas a ver?». Enderezó la cabeza y sonriendo asintió, así
que seguí. Ya no me quitó los ojos de encima. Se la volví a atrapar y reanudé
los movimientos masturbatorios rápidos, desde abajo hasta arriba, desde la base
hasta la punta. A veces él jalaba aire entre los dientes y decía que qué rico.
Así seguimos hasta que noté que su cuerpo empezó a contorsionarse. Se echó para
adelanté pero yo seguí. Me puso una mano en el hombro y la otra en la cabeza. A
veces se le cerraban los ojos. En las contorsiones, me jaló cada vez más hacia
él, así que llegó el momento en que yo se la estaba jalando junto a mi cara,
porque me tenía todo atrapado en entre sus piernas y brazos. Eso me llevó a un
clímax que yo desconocía por completo. Ahora mi cabeza estaba hundida entre su
barbilla y su pecho, su cuello se engrosó y se puso rojo. No me detuve, por el
contrario, por instinto aceleré el ritmo y comencé a apretarla más y más hasta
que salió un muy cortado «Ya-ahaa»… y acto seguido sentí en mi mano las
convulsiones de la eyaculación. En la primera no salió nada, pero en la segunda
salió un disparo seguro directo a mi cachete, muy cerca de mi boca, el otro en
mi cuello, los otros no supe adónde fueron a dar. Todo mi papá estaba hecho un
nudo de músculos apretados, conmigo al centro.
Cuando por fin cesaron las convulsiones de su pene, su cuerpo
se empezó a soltar poco a poco. Recobró la respiración, pero ahora muy pesada.
Se dejó caer hacia el frente, me moví y terminé cachando su cabeza en mi hombro
derecho, mismo que tenía embarrado con su semen también.
Levantó los brazos para sujetarse de mí y así se quedó unos
instantes recuperándose. Se enderezó y me vio fijo a los ojos, jadeando: «Ven…
te toca…». Sin decir más, me jaló hasta que quedé de pie frente a él, me dio
la media vuelta y me sentó justo entre sus piernas en lo que quedaba libre de la
bardita. Y así, pasó sus manos rodeándome por la cintura. La mano izquierda la
puso en mi pecho como deteniéndome y con la derecha atrapó mi verga. Es decir,
con tres dedos la atrapó y empezó a masturbarme muy rápido.
Aquello fue más que intenso. Quise decir algo, pero mi
garganta estaba obstruida. Por reacción instintiva, mis piernas comenzaron a
estirarse, empecé e hacer presión hacia atrás, empujándolo hacia la pared, pero
él no cejó. Seguía deteniéndome con una mano y masturbándome velozmente con la
otra. No fue mucho el tiempo que pasó antes de que sintiera que todo mi cuerpo
quedaba envuelto en un espasmo generalizado, ahora con la mano de mi papá
reduciendo el ritmo, hasta que de plano soltó mi verga y me abrazó con ambas
manos. Me dio un beso en la cabeza y me dijo en voz baja: «Tranquilo
chaparrito… tranquilo… no tengas miedo de caerte, yo te detengo…». Así que
me abandoné en sus brazos y me quedé ahí con los ojos cerrados, recuperando la
respiración.
No supe cuánto tiempo pasamos ahí y así, hasta que él empezó
a moverse, y sin soltarme se puso de pie cargándome y dio unos pasos hasta
quedar de nuevo en su lugar y se volvió a sentar en el agua. Me abracé a su
cuello y el correspondió al abrazo con brazos y piernas. Así estuvimos buen
rato. Finalmente me dice:
– ¿Cómo te sientes hijo?
– Contento Pá.
Ya no dijo más, nos quedamos fundidos en ese abrazo por un
largo rato.
Excelente relato. Me ha mantenido al borde de la venida desde que empezó. Por favor sube la segunda parte.
Un lindo relato, me gusto, espero la continuacion
Wow
Excelente relato. Ojalá pronto nos compartas la continuación.
Muy buen relato amigo sube mas ok.. 🙂 😉 🙂 😉 🙂
4 corridas con un solo relato, que delicia, espero leer más 😋
Excelente relato, me corrí como nunca!
Buen relato, pero lo alagartaste demasiado
El mejor relato que he leído, sigue escribiendo, saludos
Estupendo y apasionante relato que me ha mantenido excitadisimo durante toda la lectura… Me he visto obligado a masajearme la polla todo el rato, porque me ha mantenido muy empalmado. Hacia el final de la historia no he podido aguantarme mas y he tenido que masturbarme.Yo tuve alguna experiencia similar y recuerdo aquello como algo mavarilloso. Gracias por traerme aquellos recuerdos.
Fabuloso relato me encato y fue tanta la excitación que tuve masturbarme
Alguien sabe dónde ver la parte dos si es que hay?