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Fantasías / Parodias, Gays, Heterosexual

Mi papi tiene una pistola

Cuento de terror erotico experimental.
Papá se marchó de casa el día que nací. Mamá dice que no pudo con la responsabilidad, que algunos hombres simplemente no están hechos para ser padres. Con el tiempo, ella se quedó sin fuerzas para criarme. Entonces apareció él: su nuevo novio, su nueva esperanza, mi nuevo “papá”.

Pero a mí no me gusta. Hay algo en su forma de mirarme, en cómo se mueve por la casa cuando cree que nadie lo ve. Hace cosas raras, cosas que no están bien. Se lo he contado a mamá, pero me dice que invento cosas, que él es un buen hombre y que yo debería esforzarme por quererlo. Creo que mamá está demasiado enamorada para ver con claridad.

Mi nuevo papá me esconde los juguetes. A veces los encuentro en lugares sucios, rotos, abandonados como si ya no me pertenecieran. Una vez hallé a Roberto, mi oso de peluche, en la basura: sin ojos, con el estómago abierto y las tripas de algodón esparcidas como si algo lo hubiera destripado a propósito. Lo cosí como pude. Le puse botones en lugar de ojos, lo rellené con lo que quedaba. Ahora está más delgado y su cabeza cuelga un poco hacia un lado. Aun así, lo abracé toda la noche.

Papá se enfada seguido. Con mamá, conmigo, con todo. A veces grita tanto que las paredes parecen encogerse. Mamá llora, pero luego lo perdona, siempre lo perdona, y yo también, sin saber muy bien por qué.

Cuando ella trabaja hasta pasada la medianoche y me deja con él, papá bebe de una botella amarilla que huele raro y quema la nariz. Dice que lo hace feliz. A veces me da un poco, solo una cucharada, y se ríe cuando hago una mueca. No me gusta su risa. Suena como si algo se hubiera roto por dentro.

A medianoche, papá me llama desde el pasillo. Sus pasos suenan tambaleantes, como si las paredes lo empujaran. Dice que vamos a jugar. Siempre es el mismo juego, pero nunca quiero jugar. Los juegos de papá no son como los de la escuela, ni como los que juego con Daniel en el recreo, donde todos reímos. Tampoco son como los de los payasos que lanzan globos en el circo. Los juegos de papá duelen. A veces en el cuerpo. A veces en el alma. Y aunque yo lloro, él se ríe. Siempre es el único que se ríe.

Esa noche papá jugó a desvestirme, él también se quito la ropa. Jugamos un rato así desnudos. Mi nuevo papá es muy guapo sin ropa, creo que por eso a mamá le gusta tanto. Mi nuevo papá tiene una pistola de carne muy grande entre sus piernas, es algo morena y muy peluda. Su pistola se pone dura y palpita un poco cuando yo me quito los calzoncillos. Papá me dijo que debía montarme sobre su pistola de carne palpitante y ansiosa por mí. Lo hice. Dolía, siempre duele. Jugamos a cabalgar el caballito, yo siempre arriba, la pistola de papá dentro de mí, dura, caliente, subiendo y bajando. Se siente raro, duele al inicio, lloró, pero papá dice que luego me hará cosquillas con su pistola. Intentó seguirle el ritmo a mi nuevo papá pero él es muy veloz, con su pistola va triturando todo dentro de mí. Siento como golpea con la punta de su erecta pistola mis intestinos, creo que le gusta golpearme siempre por dentro.

Durante el juego, papá me mira como el lobo del cuento de Caperucita. No como los lobos de los dibujos, no… como uno real, con el hambre en los ojos, con ese brillo gris y muerto que busca algo que desgarrar. Me observa como si yo fuera algo que todavía respira pero ya está muerto. A veces creo que a mi nuevo papá le gusta la sangre. No lo dice, pero lo noto en su sonrisa torcida cuando lo rojo sale, cuando me duele y tiemblo.

Una vez sangré mucho en sus juegos, pero bastó para que él se pusiera contento, como si hubiera ganado. Me limpió con un trapo sucio que olía a cocina vieja y a algo más, y me dijo que no hiciera tanto escándalo, que era solo una parte del juego.

Yo no tenía capa roja como la del cuento… pero tenía lo rojo. Lo rojo saliendo de mí. Lo rojo manchando mi ropa interior, mis sábanas, mis sueños.

Papá olía como el lobo también. A humo, a bebida, a algo que quema por dentro y hace que todo lo que toca se ensucie.

Papá tomó su pistola de carne y empujó más duro dentro de mí. Me besó, nunca lo hace cuando estoy con mamá pero cuando jugamos siempre me besa en los labios. No podía evitar sentirme embriagado con la situación, aunque sangraba, aunque dolía… sentía que cuando jugábamos era la única vez en el día que papá si me quería.

Papá sube la intensidad, no puedo evitar gemir de vez en cuando. Me tapa la boca para que mis quejidos no se escuchen en la vecindad. La pistola de papá dispara, caliente, húmedo, lo blanco se mezcla con lo rojo.

Desenfunda su pistola de mí. Su pistola pierde tamaño, pero ahora sé que ya fue usada por que tiene sangre, mi sangre.

Después del juego, cuando al fin me deja volver a mi habitación, me abrazo fuerte a Roberto. Lo apachurro contra mí aunque su relleno ya no es suave, y una costura vieja le raspa la mejilla. Roberto me susurra cosas. No con palabras normales, sino con esa voz que se mete por los oídos aunque no haga ruido. Me dice que lo va a hacer pagar. Que hará que papá grite como me hace gritar a mí. Que no se ha olvidado de lo que le hizo: abrirle el vientre con las tijeras de mamá, dejarlo vacío y solo entre bolsas negras y cáscaras podridas.

A veces no entiendo todo lo que Roberto dice, habla como si supiera más que yo. Asegura que papá también le hace cosas a mamá cuando ella llora en silencio en la ducha y se pone maquillaje en el cuello. Dice que papá la rompe poquito a poquito, igual que me rompió a mí.

Yo no quiero que nadie se rompa más.

Le dije a Roberto que la venganza no es buena. Que no arregla las cosas. Pero él solo me miró con sus botones desparejos, como si ya no le importara entender. Como si ya hubiera decidido.

Por la mañana, Roberto me despertó con una risa bajita, como un susurro que raspa. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a papá en el suelo de mi habitación. Estaba torcido, con los brazos en ángulos extraños y la boca abierta como si aún quisiera gritar, completamente desnudo como la noche anterior, pero ahora su pistola era pequeña. Parecía un muñeco de trapo viejo, vacío por dentro. Ya no tenía nada del lobo. Solo quedaban manchas rojas en el piso, en las paredes… en mí.

Roberto se sentó a su lado con calma. Lo miró un rato, ladeando su cabeza cosida, y dijo que los cuerpos son frágiles, que se quiebran fácil… igual que las almas cuando nadie las cuida.

Yo lo observé en silencio. Había algo triste en la escena, como si algo se hubiera roto de forma definitiva, como si ya no hubiera vuelta atrás. Pero también sentí… alivio. Un espacio nuevo adentro de mí. Uno donde el miedo ya no cabía.

Roberto buscó en mi cajón los botones que me sobraron cuando lo remendé. Con sus manos pequeñas y de oso, los cosió en los ojos de papá. Ahora ya no miraba con hambre, ni con rabia. Solo miraba como todos los muñecos rotos: con nada.

Esa noche dormí sin cerrar la puerta. Y por primera vez en mucho tiempo, no soñé con lobos.

238 Lecturas/28 junio, 2025/2 Comentarios/por Escritornocturno
Etiquetas: desnudo, ducha, escuela, novio, papi, primera vez
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2 comentarios
  1. Ernardl Dice:
    29 junio, 2025 en 1:47 am

    Mames bro que fuerte y algo rico a la ves jajajaj es bueno

    Accede para responder
    • Escritornocturno Dice:
      2 julio, 2025 en 12:51 pm

      Me alegra que te haya gustado.

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