Mi paso de hetero a gay pasivo
Esta es mi historia sexual real. De cómo pasé de ser un hombre hetero perseguidor de mujeres y pajillero a desear mamar pollas y ser penetrado, y de cómo eso me llevó a los momentos de mayor placer de toda mi vida..
Tengo 27 años y quiero contaros una experiencia de mi vida sexual. Antes de empezar, me gustaría aclarar que absolutamente todo lo que cuento aquí es real, no me estoy inventando nada. Disfrutadlo.
Desde siempre me han gustado las mujeres, ver los cuerpos de mujeres lindas me excita y me produce placer imaginar que estoy con ellas, lo que yo diría que es lo típico en los hombres heterosexuales.
Ahora bien, he de decir que siempre me ha gustado experimentar con mi cuerpo a la hora de autosatisfacerme, por lo que ya desde bastante pronto probé a introducirme dedos y algunos objetos por el ano, como lápices o bolígrafos. La mayoría de las veces que lo hacía, simplemente los introducía y dejaba que ejercieran su presión ahí dentro, de modo que cuando me tocaba el pene se sentía mucho más placentero por esa presión. Yo nunca asocié ese deseo de introducirme cosas por el culo con deseo de ser penetrado, pero el caso es que lo solía hacer de vez en cuando para salir de la rutina y darme el gusto.
No recuerdo bien cuándo sucedió ni porqué, pero el caso es que llegó un momento en el que cuando veía vídeos porno, empezaba a sentir deseo no solo por la mujer de turno, sino también por la polla del hombre. Viendo sabrosas mamadas a pollas espectaculares, empecé a querer saborearlas yo también, empezando a creer que yo sentiría placer chupando una polla, el mismo que debían estar sintiendo las mujeres a las que veía hacerlo.
Ese deseo fue creciendo en mí cada vez más y más, y durante largo tiempo solo veía vídeos de mamadas, deseando ser yo el que tuviera esas grandes pollas en mi boca. Podía sentir cómo entraban lentamente rozando mi lengua y mi paladar llegando suavemente hasta mi garganta pudiendo tragármelas completamente y haciéndoles garganta profunda. Sentía placer al imaginar que entraban dentro de mi esófago y que yo me movía adelante y atrás permitiendo así que me follaran la boca. Desde entonces ese deseo nunca desapareció.
No solo no desapareció sino que fue aumento. Llegó un momento en el que no solamente sentía placer al ver cómo esas mujeres preciosas hacían una mamada, sino también cuando eran penetradas. Empecé a sentir el deseo de ser penetrado. Veía a las mujeres sentir tanto placer cuando eran penetradas que yo tuve ganas de sentir esa misma sensación pues, al fin y al cabo, yo seguía con mis masturbaciones introduciéndome cosas dentro del ano, así que si un pequeño objeto me producía ese placer, no podía ni imaginar lo que sentiría con una polla dentro de mí.
Así fue que decidí experimentar más con mi ano, y me masturbaba cada día introduciéndome uno o dos dedos y moviéndolos frenéticamente dentro y fuera de mi culo mientras me machacaba la polla. La sensación era tan placentera que decidí dar el siguiente paso.
Recuerdo que me pasaba el tiempo mirando diferentes pollas de plástico preguntándome cuál encajaría mejor conmigo, sabiendo que yo era algo novato en esto debería no ser muy grande, pero tenía ganas de sentir algo enorme dentro de mí. Miré diferentes páginas web donde poder conseguir pollas de plástico. Me imaginaba el tiempo que podía pasar cabalgándolas, trotando encima de ellas sintiendo como mi interior se abría a su paso, y decidí comprarme una polla de 15 cm, una bastante normal para empezar. No era especial para el ano, pero era muy realista y tenía ventosa, por lo que podría disfrutarla enormemente.
Recuerdo que cuando llegó el paquete a casa mi corazón latía aceleradamente, sentía el deseo y el placer de que el momento estaba cerca, el momento de ser penetrado por algo con tamaño y forma realista. Junto con la polla compré también lubricante anal para poder disfrutarlo de verdad.
Nada más llegar el paquete lo abrí con manos temblorosas y pude ver el gran tamaño de ese objeto, ese que en cuestión de minutos iba a estar dentro de mí. Lo primero que hice fue llevármelo directamente a la boca. Ese simple gesto produjo en mí una explosión de placer. Pero no era suficiente, yo quería experimentarlo hasta el final, por lo que limpié bien el juguete y tras rociarlo con algo de lubricante y dejarlo bien empapado, me lo lleve de nuevo a la boca sintiendo cómo mis glándulas salivales se activaban. En ese momento me lo llevé bien adentro, llegando hasta mi garganta. Sentí una presión muy grande, pero la necesidad de ir más adentro pudo con el miedo y empuje con todas mis fuerzas tragándome la polla por completo. La sensación fue una mezcla de dolor y máximo placer: por fin lo estaba consiguiendo. Estaba en el camino de conseguir eso que llevaba tanto tiempo deseando.
Pasé al siguiente paso: lo clavé en el suelo y lo volví a rociar entero con lubricante llenando también mí ano de ese jugoso líquido. Me puse sobre él. Mi corazón palpitaba con una rapidez que casi nunca había sentido. Sabía que tenía que ir con cuidado, así que fui descendiendo poco a poco, sintiendo la punta del juguete con mi ano. Empecé a jugar con suaves movimientos, permitiendo que se abriera lentamente, algo qué ocurrió rápido ya que yo estaba muy excitado. Así pues, comencé poco a poco a descender y a intentar introducirlo dentro de mí. El glande entró de repente acompañado de una descarga de puro placer que me hizo dar un pequeño grito, pero no sentí dolor así que seguí bajando, introduciendo más y más dentro de mi cuerpo, hasta que tenía todo el juguete dentro de mí.
Sentir que había llegado al final y que estaba entero dentro fue una sensación indescriptible, en ese momento sabía que podría hacer lo que quisiera con ese juguete, y que mi cuerpo lo iba a resistirlo y disfrutarlo. Así fue como, por pura intuición y dejándome llevar por la sensación, como si mi cuerpo reaccionara ante el acto más natural, comencé a mover mi cuerpo arriba y abajo, sintiendo como cada centímetro de esa polla rozaba toda mi piel interior y masajeaba lo más íntimo de mi cuerpo.
De cierta forma sentía que mi cuerpo me decía que eso que estaba haciendo era para lo que estaba diseñado. Como si esa fuera mi forma natural de tener sexo. Lo sentía por los movimientos que hacía sin pensar, con esa polla dentro. Esos movimientos los hacía mi cuerpo por pura intuición, para sentir placer… y también para dar placer. Cuando me cabalgaba esa polla, no tenía nada en la mente, solo sentía placer, fue el éxtasis.
Tras cabalgar a mi nuevo mejor amigo por un buen rato, me vino a la cabeza la sensación de que igual podía disfrutarlo todavía más si me depilaba el ano, así rozaría completamente con la piel ese pedazo de goma. Así lo hice, con sumo cuidado me afeité por primera vez esa zona íntima y luego volví a la carga.
Me pasé como dos horas sin parar de meterme ese juguete por el culo, jugando con él de todas las formas que se me llegaron a ocurrir. Lo cabalgué inclinando mi cuerpo hacia adelante, luego otro rato inclinándolo hacia atrás, salté encima de él, lo pegué en la pared y lo golpeé contra mí, incluso me surgió un poco de twerking sobre él, aunque todavía no dominaba mucho esos movimientos. Lo disfruté como no había disfrutado una masturbación en toda mi vida.
A partir de ese día comencé a usarlo con bastante frecuencia, dejando a mi cuerpo explorar los límites del placer, descubriendo y mejorando los movimientos de penetración…
Cuando llevaba como un mes con él, sentí que podía aspirar a algo mayor. Ese juguete era maravilloso, pero quería probar más cosas. Decidí dar un paso que ya tenía en la cabeza desde hacía mucho tiempo: me compré un dildo realista negro de 22cm de longitud y 5 de grosor.
Como cabe esperar, eso fue todavía más maravilloso… Los momentos que pasaba dejando mi cuerpo gozar eran extasiantes. Con ese nuevo dildo comencé a probar una de las posiciones que no había probado hasta ese momento: la del perrito. Colocaba el dildo en una de las patas de una mesa y yo me tumbaba en el suelo, colocándome a la altura del enorme pene realista, y dejaba que entrara hasta lo más hondo de mi ser, mientras me movía locamente en un acto que para mí ya era la única forma de autosatisfacerme.
En esos momentos estaba tan emocionado por lo que estaba consiguiendo que incluso me costaba creerlo. Había leído que podía costar mucho tener sexo anal siendo el pasivo y que requería mucha práctica, pero en cuestión de poco tiempo yo había sido capaz de llevarme prácticamente al límite de lo que una polla puede medir, ya tenía práctica en relajarme y en moverme en casi todas las posturas que se me ocurrían. Estaba tan entusiasmado que comencé a grabarme en vídeo durante mis prácticas para ver cómo lo estaba haciendo y, la verdad, no estaba nada mal. Ahora que ya tenía la práctica para el sexo anal, solo me quedaba una cosa: probarlo con un hombre de verdad.
Para ese entonces, cuando veía porno ya no solo me fijaba en el placer que sentían las mujeres al ser penetradas por una buena polla, sino que ya había comenzado a sentir deseo por los cuerpos de los hombres. En especial por los muy masculinos. Si veía un hombre musculoso y atractivo, yo podía notar como mi ano palpitaba, se agrandaba y se comenzaba a abrir, como preparándose para ser penetrado, mientras que a la vez sentía una necesidad irrefrenable de meterme algo dentro. Ahora no tengo ninguna duda de que mi cuerpo ya asociaba a los hombres con el placer de ser penetrado, y comencé a desearlos físicamente.
Supongo que es algo lógico, ya que pasé mucho tiempo sintiendo placer anal y descubriendo inevitablemente que este es mucho mayor que cualquier otro placer. De repente ya casi no me atraían las mujeres por la calle, y cuando veía a un hombre fornido se me aceleraba el corazón y venían a mi mente imágenes en las que yo lo cabalgaba salvajemente como lo había estado haciendo con mis dildos.
Como es de esperar, llegados a este punto decidí dar el último paso: quedar por internet con un hombre activo que le diera caña a mi culito. Y así lo hice. Con mucho nerviosismo compré condones en la farmacia y quedamos en mi casa. Yo estaba nervioso pero deseando sentir por fin, después de tanto imaginarlo, un hombre dentro de mí.
Si os interesa os contaré en otro momento cómo fue mi primera experiencia sexual, así como todas las que vinieron después. Por el momento solo diré cómo me sentí después de que mi compañero se fuera de mi piso. Estaba literalmente flotando. Me sentía pleno como nunca, me había dado tan salvajemente que sentí que mi cuerpo dejaba de ser mío y era suyo durante ese rato. Sentía felicidad por haberme hecho tan pleno llenándome por dentro, y tambien por haber sido yo capaz de dibujar el placer máximo en su rostro. Ese día me quedé con la sensación de que ya todo encajaba en mi vida sexual, que no había nada que disfrutara más que una relación homosexual en la que yo era el pasivo. Me había costado 26 años darme cuenta, pero ahora iba a disfrutar mucho recibiendo y dando placer.
Y es que eso fue precisamente una de las cosas que más me gustó, saber que mi cuerpo estaba hecho para encajar con los hombres de esta manera, y que mis movimientos, esos que había ensayado tanto con los dildos, podían hacerles estremecer enormemente.
El tiempo fue pasando y el número de compañeros sexuales que pasaron por mi piso fue aumentando, así como mi experiencia a la hora de hacerlos felices. Llegó el momento en el que solo me corría si me follaba una polla, si sentía el jugoso movimiento de una polla dentro de mí. Una polla de verdad.
Hace unos días estuve confinado por el dichoso coronavirus y por falta de contacto humano curioseé un vídeo porno en internet, de esos heterosexuales que siempre veía hace tiempo. Cuando comencé a masturbarme con mi polla, me di cuenta de que mis ojos solo se fijaban en la penetración de la polla, y que mi ano se volvía a abrir esperando recibir una embestida. En ese momento fui consciente. Estos meses me han cambiado, ya no concibo el sexo sin ser penetrado y las mujeres prácticamente no me atraen sexualmente.
Me he convertido en un homosexual pasivo, ahora lo acepto y lo abrazo, sabiendo que nunca dejaré de sentir placer, pues mi ano siempre está preparado para una buena polla.
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