Mi Policía Privado – #01
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Oliver.Rocca.
Era la madrugada del domingo cuando salí rumbo a mi casa, con varias copas encima.
La reunión fue en la casa de Christian y, como todos los eventos que se realizan en su hogar, la única forma de digerirlos sin suicidarse, es ingiriendo alcohol.
Me llamo Sam.
Tengo 23 años.
Soy flaco, de tez morena y ojos claros.
Las mujeres mueren por mí y me gusta hacer desear lo que nunca van a obtener.
No tengo ni busco un trabajo.
De momento, me gusta disfrutar la vida.
Lo que en Bahía Ausente se entiende como lidiar con la policía de vez en cuando.
Fue justamente con un miembro del cuerpo policial donde surge la historia que les quiero contar.
Más precisamente, con el miembro de un policía.
Caminaba sin rumbo.
Literalmente.
Estaba tan borracho que apenas podía seguir una línea recta.
No sé por qué, se me dio por desviarme del camino hasta mi casa y dar una vuelta por los alrededores de Bahía Ausente.
En esa calle oscura que marca el final del pueblo y el inicio del bosque.
Cuando vi doblar un patrullero policial, suspiré con fastidio sabiendo que aquello me iba a presentar una tediosa conversación.
La policía me odia y el sentimiento es recíproco.
Efectivamente, el auto aminoró la marcha cuando nos encontramos.
Noté que la ventanilla descendía a medida que se acercaba hacia mí.
– ¿Qué haces por aquí? – preguntó.
– Paseando – respondí.
El oficial se rio.
Mi estado de ebriedad era notable.
– Sube a la patrulla – me indicó.
– Te llevaré a tu casa.
Había confiado en esa oferta en el pasado y terminé detenido por tres días.
Preferí guiarme por mi instinto y por el poco razonamiento que me quedaba, decidido a continuar mi camino.
– No, gracias – atiné a responder.
Sentí un escalofrío por mi espalda cuando el coche se detuvo por completo y escuché el ruido de la puerta abriéndose.
Giré para corroborar que el oficial estaba descendiendo del auto.
Pese a la poca iluminación pero con la ayuda de la luz de la luna, noté que el oficial era robusto, con cuerpo trabajado.
Tenía el cabello rubio y la piel blanca.
No podía asegurar que fuera atractivo, pero al menos su cuerpo llamaba la atención.
No debía de tener más de 30 años, por lo que seguramente pertenecía a la generación de policías que había ingresado recientemente.
– Ponte contra la pared – indicó, señalando el mural que se presentaba a mi derecha.
– No hice nada – dije.
– Ponte contra la pared – repitió.
Fastidiado, pero no tan ebrio como para dar batalla a un policía que podría hacerme añicos en segundos, me dirigí hacia la vereda y coloqué mis manos sobre el mural.
Sentí que comenzó el cacheo, con sus manos grandes y rudas.
Su forma de palpar mantenía claramente las intenciones de que me quejara, porque sus palmas repicaban contra mi cuerpo.
En una de sus salvajes palmadas lancé un pequeño gemido que no pude contener.
– Sé hombre – indicó el policía, riendo como si aquello lo colmara de felicidad.
Esa impronta masculina no hizo más que endurecer mi miembro, mientras sus manos seguían golpeándome con la excusa de verificar que no poseía un arma.
Sentí sus manos ir hacia mi pierna derecha y comenzar desde abajo a tocar hacia arriba.
Si sus palmas se iban de los movimientos establecidos, el oficial notaría que me excitaba.
Suspiré de alivio cuando se detuvo a una distancia prudencial de mi entrepierna y volvió a empezar la secuencia con la pierna izquierda.
Pero esta vez no hubo distancia prudencial donde detenerse, sino que continuó subiendo hasta que sus manos chocaron contra mi verga erecta.
Lanzó una risa que me heló la sangre.
Lo había notado.
– ¿Te gusta esto, no? – preguntó.
Noté que en su pregunta había disminuido el tono de su voz, porque pese a que la calle estaba oscura y desolada, podíamos escuchar el sonido de los grillos en la entrada del bosque.
Eso significaría que cualquier podía escucharnos a nosotros.
¡Plaf!
Sus palmas me dieron de lleno en las nalgas, provocándome que me desestabilizara pero que me excitara aún más.
– Te pregunté si te gusta esto – insistió.
– Sí.
– susurré.
– Me gusta.
Pude escuchar el sonido de una cremallera al bajar.
Traté de tranquilizarme ante lo que iba a suceder.
– Date la vuelta y ponte de rodillas – ordenó.
Obedecí.
Apenas pude divisar su cuerpo, pero al ponerme de rodillas noté su gran miembro que apuntaba directamente hacia mi cara.
– Chúpala – ordenó.
Me lo metí en la boca, con la experiencia que me caracterizaba a la hora de hacer aquello.
El oficial no lanzó ni un suspiro de placer en el momento en que lo realicé, pero apenas abrí mi boca me tomó del pelo y comenzó a moverse con sutileza, penetrándome por la boca.
Al principio lo hizo con suavidad, pero acorde iban las embestidas, iba aumentando el ritmo.
Tuve que apartarme de él porque me estaba atragantando con mi propia saliva.
Pero no me dio más de medio segundo de respiro, cuando volvió a colocar su verga frente a mi boca, indicándome que debía seguir complaciéndolo.
– ¿Agente Méndez? – preguntó una voz sobre el radiotransmisor que tenía.
– Acá, base.
– Soy yo, Elisa – dijo, inmutable sobre lo que estaba realizando.
– ¿Qué sucede?
Que haya podido hablar con tanta tranquilidad, como si en realidad sólo se encontraba paseando en auto, me llenó de morbo.
– Calle Herreros al 452, Nahuel – indicó Elisa.
– Otra vez.
– Voy para allá – dijo, el que se llamaba Nahuel.
Cortó la llamada.
– Ya escuchaste, tengo trabajo.
Párate y bájate los pantalones.
Sea lo que fuere que pasara en la calle Herreros al 452 podía esperar a que el hombre acabara con sus trámites.
Me paré obediente, me di vuelta y bajé mis pantalones.
Quise verter saliva en mi ano para lubricarme, pero el miembro de Nahuel encontró un sitio antes.
Lejos de la sutileza de la mamada, entró como si nada, haciéndome estremecer por la poca piedad por mi integridad.
– ¡Aaaaahhhh! – exclamé.
– Cállate – ordenó.
– No te hagas el que no estás acostumbrado, putito.
Me tiré sobre la pared, de pie, mientras mi ano recibía y despedía a su miembro como si fuera un habitual de mi cuerpo.
En un momento, sólo quería que se detenga, pero no podía alcanzar a formular palabra.
Culpa de la borrachera y culpa del dolor que me causaba.
Nahuel me tomó del pelo mientras me penetraba, haciendo que mi cabeza mirara hacia el cielo y, literalmente, me encontraba viendo las estrellas en ese encuentro.
– ¿Te gusta como te la meto, eh? – me murmuraba.
– ¿Te gusta?
– Sí.
– alcanzaba a decir.
– Por favor.
Basta.
– Aguanta, puto – indicó.
– Hazte hombre.
La metió hasta el fondo, como señal de que había terminado dentro mío.
Sentí el líquido de su placer recorrer mis nalgas cuando me sacó su miembro.
Me quedé con ganas de llorar, perdido y borracho.
Atiné a subirme los pantalones, con la vista clavada a la pared.
Me daba vergüenza mirarlo de frente.
No quería reconocerlo ni quería que me reconociera.
Esperé pacientemente a que se termine de limpiar y acomodar su uniforme.
– Vete a casa – indicó, como señal de despedida.
– Ve derecho a tu casa.
Dos días después, el episodio me resultaba tan confuso que me entró la duda sobre si había sucedido realmente o lo había soñado.
Estuve con la tentación de ir a la comisaría para averiguar si Nahuel trabajaba allí.
Confrontarlo cara a cara y, quién sabe, tener una segunda chance.
Pero descarté la idea.
Probablemente fue pura borrachera, mezclada con fantasías mías.
No obstante, por la mañana del miércoles, alguien llamó a la puerta y me despertó.
Mis padres y mi hermano mayor trabajan, como correspondería, por lo que por las mañanas me quedo en casa durmiendo hasta el mediodía.
No obstante, los insistentes golpes en la puerta me obligaron a despertar.
Enojado, me levanté con el cabello despeinado y el aliento como si hubiera estado comiendo estiércol.
Abrí la puerta y del otro lado estaba él.
El policía.
– ¿Tú.
? – pregunté.
– ¿Qué demonios.
? ¿Cómo me encontraste?
Nahuel alzó en su mano derecha mi documento.
El maldito me lo había robado cuando me palpó el pantalón y yo ni siquiera me di cuenta.
– Tenía que devolverte esto – le indicó el oficial.
Era más atractivo a la luz del día de cómo lo recordaba.
– ¿Puedo pasar?
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