Mi primer cruising en el metro a los 8 años
Fue la experiencia más erótica y morbosa que un niño pudiera tener a su edad dentro de un transporte que parecía más un gusano naranja que no tenía fin, y el vaivén de la gente que pareciera jamás acabarse. .
Todo comenzó cuando tenía 8 años allá por el 2007, en ese entonces cursaba el tercer año de primaria en la Ciudad de México, y era hijo único. Mis padres se habían divorciado desde que contaba con 6 o 7 años porque ya traían problemas maritales, por lo que me quedé bajo la custodia de mi padre, y los fines de semana visitaba a mi madre a su nueva casa como lo dictaba el juez familiar. Mi escuela quedaba retirada de mi casa, lo que nos obligaba a mi padre y a mí a tomar el metro desde muy temprano para llegar a tiempo a nuestros respectivos destinos, él a su trabajo y yo a mi escuela.
Un día, como era costumbre, salimos temprano de la casa para tomar el metro, y nos dirigimos a la estación más cercana, sin imaginar lo que después sucedería. Debido a la hora en que tomábamos el gusano naranja, la gente se dejaba venir a todo lo que da. Entre gritos y empujones, nuestra rutina comenzaba día con día. Por lo general, nosotros escogíamos siempre los primeros vagones para abordar por seguridad, sin embargo, por alguna extraña razón que desconozco, no alcanzamos ese día subir a dichos vagones a pesar de la puntualidad que nos caracterizaba, y por ende, no tuvimos otra opción más que subirnos a uno de los últimos vagones, para ser exacto, al antepenúltimo.
Ya estando dentro del vagón, el gusano naranja se decidió a partir con algunos retrasos, debido a que la gente, a pesar de lo abarrotados que iban los vagones, estaba empecinada en meterse a la fuerza. Aquello parecía una lata de sardinas, todo mundo estaba muy repegado los unos con los otros de todas las formas imaginables, compartiendo su calor corporal que se mezclaba con olores de perfume y jabón. Mi padre y yo nos colocamos en la parte del vagón donde se encontraba una pared lisa y ausente de ventanas, para ser preciso, nos pusimos cerca de una de las entradas para cuando llegáramos a nuestros destinos, nos fuera más fácil salir. Yo me encontraba pegado a la pared y mi padre estaba al frente mío, sin embargo, en el lado derecho se encontraba un señor recargado en la puerta que yo calculo rondaba la mediana edad, más o menos, entre los 41 y 43 años, dado a la apariencia que mostraba que no estaba nada mal. No era alto, y tenía una estatura similar a la de mi papá, así como de una complexión más o menos robusta, además vestía un pantalón de mezclilla ajustado que resaltaba su prominente miembro viril y un saco gris oscuro. Era inevitable que estuviéramos muy juntos debido al hacinamiento que se generaba en aquel reducido lugar, por lo cual, se prestaba para que el señor de al lado tuviera su entrepierna muy pegada sobre mi brazo derecho, y mi padre estuviera muy junto a mi cara.
Fue entonces ahí cuando de repente, comencé a sentir que el bulto del señor empezaba a crecer lentamente. Al principio, no le presté mucha atención, pero con el paso de los minutos me daba cuenta que cada vez se sentía más duro. Como consecuencia, volteaba a ver su entrepierna y luego lo volteaba a ver a él para ver su reacción, que al parecer le gustaba. Aquella situación había despertado mi curiosidad, pero a la vez, me creaba confusión por no saber cómo actuar ante ella, que si bien era incómoda hasta cierto punto, también me generaba morbo por ser algo nuevo y a la vez prohibido para mi edad, pero que marcaría mi vida para siempre. Hubo un momento en que el señor ya no disimulaba su erección prominente. Yo no podía creer cómo una verga como esa podía alcanzar esas proporciones que parecía que se había puesto un pepino debajo del pantalón ya de por sí ajustado. Entre los tambaleos del tren y los repegones de la gente que bajaba y subía en cada estación, la cosa se ponía caliente, ya que el señor aprovechaba para mover sus caderas a un ritmo uniforme aunque discreto sobre mi brazo. Yo volteaba a ver a mi papá para ver si se daba cuenta, pero al parecer no lo hizo. Ya no sólo era a causa del movimiento, sino ahora lo hacía de manera intencional, como incitándome a que le correspondiera de alguna manera, o como si quisiera provocarme. Para estas alturas, yo ya sentía hormigueos en el estómago, y mi verga se estaba poniendo dura como respuesta a la erección y al movimiento reiterativo de caderas de aquel viejo degenerado sobre mí, era más que evidente que me había provocado. En una de esas, le agarré su berenjena disimuladamente, y el hombre no hizo más que poner cara de placer sin importarle que mi papá estuviera en frente. Su verga estaba tan dura como roca que me causaba escozor, por lo que me empecé a tocar mi verga disimuladamente con la mano izquierda que ya estaba al full, sin que mi papá lo notara, y comencé a hacer movimientos circulares que me causaban placer. Estaba tan excitado que después, me daba unos apretones aprovechando el movimiento del tren para moverme como lo hacía el señor de mi lado para sentir más rico y a la vez corresponderle con otros apretones a su verga.
La cosa ya estaba muy caliente, que de tanta excitación, tanto del señor como la mía, no nos importaba ya lo que sucediera a nuestro alrededor, o cómo lo tomaría la gente que estaba muy cerca de nosotros, inclusive hasta para mi padre era justificable la situación debido al calor corporal en la que nos encontrábamos envueltos todos. Pero no quedó todo ahí, la situación escaló a otro nivel cuando el señor comenzó a tocarme las nalgas mientras seguía moviendo sus caderas uniformemente cerca mío. Debo confesar que yo me caracterizaba por ser un niño de tez morena clara y tener una complexión semi robusta, por lo que el uniforme me quedaba apretadito y mis nalgas resaltaban mucho, así como mi bulto que parecía ya una pequeña carpa por la excitación que tenía. Ya para estos momentos mi corazón latía a mil por hora, por consecuente, me volteé frente al señor y me le repegué aún más, abrazándolo y correspondiéndole con agarrarle ese culazo tan apretadito que se cargaba. Mis manos le acariciaban sus nalgas y mi dedo índice le daba unos pasones de arriba hacia abajo a su raja, cosa que también él hacía conmigo. Nuestros cuerpos ya estaban entrelazados que nos correspondíamos mutuamente con agasajos, inclusive yo me paraba de puntas para alzar mis caderas y quedaran a la altura de las del señor, de tal manera que nuestras vergas se pegaran lo más posible y nos moviéramos a un ritmo uniforme. Además, sentía la necesidad de besar a aquel hombre maduro, debido a la excitación que nos envolvía a ambos, por lo que intenté alzar mi rostro, y él bajó el suyo para juntarlos y plantarnos unos besos en la boca que duraron algún rato. Fue la primera vez en mi vida que había sentido otros labios pegados a los míos, y más siendo de un hombre. La sensación era maravillosa, y la textura era muy suave, parecida a la de un bombón. Yo me sentía en el cielo con esos besos que me daba aquel maduro, al grado de meterme su lengua para que se entrelazara con la mía, a lo que yo también le correspondía. De tantos agasajos, besos y repegones que nos dábamos, por fin habíamos llegado al clímax, y a mí se me salió un pequeño gemido como resultado del orgasmo alcanzado. El señor fue el primero que se vino dentro de su pantalón, de lo cual, una mancha de semen había quedado como evidencia. Un rato después, fui yo quien se vino, solamente sentí cosquillitas en mi verga, o eso era lo que creía, ya que pensé que el señor me había manchado de su semen en mi pantalón. Pero después me enteré que la mancha que traía era producto del orgasmo que yo había tenido, ya que al bajarnos del metro, tuve la necesidad de orinar, por lo que fui a uno de los baños de la estación, y fue ahí cuando me percaté que mi calzoncillo estaba húmedo, pero no de semen, sino de una babita transparente a la que yo le denominé «semen infantil», dado a la ausencia de espermatozoides.
Durante aquel momento de lujuria que se suscitó en nuestro viaje matutino de aquel día, noté que mi padre, al principio estaba un tanto desconcertado por lo que yo había hecho con aquel señor desconocido que iba a nuestro lado, ya que no podía creer que su hijo de 8 años fuera capaz de hacer cosas que sólo los adultos hacían, como si fuera uno de los protagonistas de una película erótica. Sin embargo, no le había quedado más que observar la situación porque así se había prestado en ese momento, incluso, me atrevo a decir que se convirtió en mi cómplice tratando de tapar la escena que se estaba suscitando para que no se malinterpretara aquello.
Después de lo que sucedió aquel día en el metro, algo en mi había cambiado para siempre. Ahora, cada vez que tomábamos el gusano naranja, veía con morbo a todos los señores que se subían al vagón en donde nosotros íbamos, sin importar su apariencia. Y tenía la esperanza de que se repitiera otra experiencia sin igual como la que tuve aquel día, no sólo en el metro, sino en cualquier lugar a donde íbamos con mi padre, inclusive si era necesario, hasta en la misma familia, ya fuera con mi padre, o con mis tíos.
En definitiva, aquella experiencia sexual en el metro dejó huella sobre mí, al grado que cada vez que regresábamos de nuestras actividades, me encerraba en mi cuarto a hacerme pajas creando fantasías como la que tuve en el gusano naranja, inclusive, con señores y policías que veía en la calle hasta la actualidad.
Espero que les haya gustado el presente relato. Para ser sincero, es la primera vez que incursiono en este campo, por lo que les ruego que no sean tan severos conmigo en sus críticas.
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