Mi primera vez con Aldo II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
A partir de la primera vez, Aldo y yo no podíamos evitar tocarnos el uno al otro. Aprovechábamos cualquier oportunidad en la que nadie nos viera para besarnos y acariciarnos, a veces de forma romántica, y a veces de forma erótica. Lo más excitante era hacerlo cuando viajábamos en carro desde la escuela hasta su casa, con el temor de que su madre nos viera por el retrovisor. De forma disimulada, uno estiraba la mano para alcanzar el pene del otro, y viceversa. Sólo era por encima del pantalón, pero el placer era inmenso. Tal vez su madre nos llegó a ver en alguna u otra ocasión, pero nunca mencionó nada.
Después, llegábamos a su casa. La rutina hasta la comida era normal, pero después de ello, nuestro tiempo solos comenzaba. Ir a su cuarto no era la mejor idea, porque su madre descansaba en la habitación contigua al mismo, por lo que decidimos quedarnos en el sillón de la sala. Si su madre salía, había una pared que impedía ver cualquier cosa, y el patio de su casa esa grande, así que podríamos anticipar a cualquier persona entrando. Claramente, no tendríamos tanto tiempo y espacio como la primera vez, de forma que no nos quitábamos toda la ropa cuando hacíamos lo nuestro.
Usualmente comenzábamos besándonos. A veces de forma lenta, o sino, rápidamente, dependiendo de nuestro ánimo. A ambos nos gustaba mucho utilizar la lengua en los besos. Nos recorríamos mutuamente toda la boca. A él le gustaba que le mordiera el labio y a mí que me lamiera el paladar. Mientras tanto, nuestras manos se revolvían por todos nuestros cuerpos. A veces pasábamos nuestras manos por debajo del uniforme escolar, para sentir algo de piel. Si sentíamos que nos estábamos emocionando demasiado, debíamos detenernos un rato, no fuera que de la excitación nos desconectáramos del mundo y nos pudieran atrapar.
Me excitaba mucho cuando me besaba el cuello, y me lo lamiera un poco. Yo le mordía la oreja, a lo que él suspiraba un pequeño gemido, pero yo lo apagaba con un beso bien plantado en los labios. Para eso, mis manos ya estaban colocadas sobre su pene. También dependía del día quién le sacara primero el pene al otro, aunque era más común que yo lo hiciera. No podía soportar más tiempo sin ver su delicioso miembro descubierto, erecto por mí. Lo primero que hacía era masturbarlo, con mis dedos pasando desde la base de su pene hasta la punta. Me encantaba sentir el líquido pre-seminal entre mis dedos. Minutos después, dirigía mi cabeza hacia su entrepierna, para darle un poco más de placer. Con la punta de la lengua comenzaba a lamer su pene. La pasaba en círculos sobre la cabeza, aprovechando lo resbaloso que ya estaba. Luego, la extendía por lo largo, y Aldo se retorcía de placer. Finalmente, me lo introducía completamente a la boca para chuparlo una y otra vez. Él me acariciaba la cabeza, haciéndome saber lo bien que se sentía. Al pasar de los minutos, se venía en mi boca, y yo lo tragaba todo.
Luego seguía su turno, y así nos íbamos. A veces hacíamos más, a veces menos. Pero, un día, comenzamos algo más grande aún.
Un día viernes salimos temprano de clases. Al llegar a su casa, comimos, aunque fuera más temprano. De esta forma, tuvimos mucho más tiempo para nosotros. Durante la habitual sesión de sexo oral, a Aldo se le ocurrió asomarse a su cuarto y al de su madre. Ella estaba dormida, con la puerta entrecerrada y la televisión encendida. Si había que tomar una oportunidad, era ahora. Aldo me tomó de la mano y me dirigió a su habitación. Cerró la puerta muy lentamente, colocó el seguro y giró hacia mí. En cuanto lo hizo, lo tomé de la nuca y lo besé. Desenfrenadamente, comenzamos a tocarnos por todas partes, y despojarnos de nuestra ropa. Desnudos, nos lanzamos sobre su cama, al costado de la habitación. Entre besos y toqueteos, colocó su mano sobre mis nalgas, y me introdujo un dedo en el ano, tal como lo había hecho aquella vez. Yo hice lo mismo, pero con dos dedos. No tardamos en repetir la escena de unos días antes, y nos acomodamos en forma de 69.
Sentía que iba a explotar eyaculando, pero resistí. En eso, Aldo se levantó, y se puso encima de mí, mirándome fijamente. Lo besé ligeramente, y le dije que me cogiera. Él tomó mis piernas, las separó, y acercó su pene a mi ano. Primeramente, lo rozó, y lo pasó unas cuantas veces sobre mi trasero. Unos instantes después, su punta ya estaba ingresando en mi cuerpo. Nunca antes había sentido algo tan placentero. Era doloroso a la vez, pero lo bien que se sentía me impedía pensar en algún dolor. Lo mantuvo así unos segundos, y luego continuó introduciendo su pene en mí. Gemí de placer, pero Aldo puso su dedo en mi boca para que no hiciera demasiado ruido. Terminó de introducirlo todo y regresó. Sacó una parte, y luego volvió a penetrarme. Inició lentamente, y luego tomó velocidad. Aldo me estaba cogiendo. Sujetaba sus nalgas y lo impulsaba a que me lo metiera más profundo. Él me tocaba el pecho y las caderas con una mano. La otra, me masturbaba; me volvía loco.
No sé cuánto tiempo duramos teniendo sexo. No fue mucho, dada nuestra falta de experiencia, pero fue sumamente gratificante. Yo me vine primero. Arrojé un choro de semen mientras me penetraba, pero continué sintiendo placer. Depsués, Aldo aceleró al meterme el pene, hasta que sentí que se vino dentro de mí. La sensación cálida de tener semen dentro de mi ano fue única y deliciosa. Cayó rendido sobre mí, a lo que yo tomé su cabeza y lo besé en los labios. Permanecimos juntos ahí, abrazándonos y besándonos, satisfechos por nuestra primera vez teniendo sexo completamente.
Habíamos perdido la noción del tiempo, y ya era tarde. Afortunadamente, la mamá de Aldo seguía dormida. Nos vestimos y salimos sigilosamente de la habitación. Nos dirigimos a la sala y platicamos, esperando a que me llegara mi madre por mí.
Así concluyó aquel día de extremo placer, que solamente sería el inicio de más encuentros con Aldo.
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