Mi primera vez en el Seminario
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Después de dos año de estar en el Seminario Conciliar de México, reingresó un seminarista del que sólo había oído hablar y vaya que escuché cosas interesantes.
Le habían pedido que dejara la formación por un tiempo.
Había una historia morbosa sobre él, sobre Leo, el Skato, como le decíamos por su gusto de vestir con aquel estilo de principios del siglo XXI.
La historia tenía qué ver con que se follaba al Tamarindo, un compañero amanerado que había sido expulsado por ser la hembra de varios en el Seminario.
El Skato era hermoso, guapo de rasgos finos y ojos pequeños, muy viril y masculino, con una voz llena de alegría y ánimo.
Una sonrisa sobresaliente y divina, de hoyuelos en las mejillas; dientes blancos y perfectos.
Delgado, moreno, con el abdomen marcado y de pelo quebrado y sedoso.
Era lampiño, con una cintura, pecho y nalguitas indescriptiblemente bien proporcionadas.
168 cm de altura y era toda una revelación verlo en las regaderas en calzoncillos.
Era destacado en deportes y complicado de gobernar para los formadores en repetidas ocaciones.
Su personalidad era amena, dedicada, relajada, jacarandosa y espontánea.
Transparente.
Hermoso simplemente.
Se veía tan sensual con la sotana puesta.
La caída de la enagua con la faja bien ceñida le resaltaban la cintura y las nalgas.
Poco a poco fue haciéndomele cercano pues me resultaba muy atractivo y de repente hacíamos muchas cosas juntas, además de las que nos asignaban con las mismas personas.
El día que nos daban libre lo aprovechábamos juntos en la calle, visitando casas de amigos cuyas familias eran de la ciudad y vivían cerca o yendo a distraernos a otros lados.
Gradualmente fuimos prefiriendo estar sólo él y yo sin más compañeros entre nosotros cada momento.
Hasta que nos hicimos entrañables amigos y buenos hermanos.
Con la confianza, los juegos y bromas tenían un contacto físico muy singular; erótico.
Acabábamos calientes y al sexto mes amistad estrecha se sentía una fuerte tensión sexual cada que estábamos jugueteando con contacto físico o haciendo deporte juntos.
Yo soy blanco, delgado, cabello y ojos castaños, apuesto, varonil, velludo de nalgas chiquitas y paradas, con 16cm de reata.
En ese contexto, alguna noche cualquiera e inesperada, quedamos de ir a la medianoche a los lavaderos para fumar y así lo hicimos.
Cuando llegué, él ya estaba ahí.
Nos sentamos en una media barda de piedra que separaba con cuartos de servicio.
La charla llevó de una pregunta a otra, cada vez más intensa.
A menudo hablábamos de sexo, pero nunca con preguntas directas.
Y de repente Leo se puso muy directo.
-¿Has cogido, Lalo?
-Sí, algunas veces con una exnovia- contesté.
-¿Con hombres no?
-.
– guardé silencio.
-Yo una vez cogí a uno.
Me la mamó también y lo hizo bien rico.
-Yo también lo he hecho.
Y también me la han medito y he mamado- por fin contesté -y sí me gustó mucho todo.
A Leo le brillaron los ojos y dijo -Ya se me paró la verga nomás de pensar.
-A mí también- le dije -me la voy a chaquetear.
-Yo también- me contestó y se sacó primero la verga que yo.
!7 centímetros de carne morena, recta, gruesa y venuda con la cabeza ligeramente más clara.
Tan hermosa su verga como él.
Me saqué la mía.
Con la mano derecha me masturbaba mientras con la izquierda lo masturbaba a él.
De repente se agachó y comenzó a mamar mi verga.
Un placer tremendo se recorría todo el cuerpo.
Hacía dos años que no cogía ni tenía contacto alguno con otra carne.
Recuerdo su boca suave, cálida y mojada que succionada mi pene y su lengua lo acariciaba de mil manera.
Era experto por lo que veía y se notaba que lo gozaba.
Después de unos minutos, además de corresponderle, le deseaba.
Qué verga tan deliciosa tenía.
Lamía también su culo lampiño y de pliegues anales bien marcaditos.
Intercalamos por mucho tiempo.
Yo mamaba su verga y culo, así como sus pequeños huevitos, luego él mi verga y huevos.
Me decía que lo ponía bien caliente y después de muchos minutos recorriendo nuestros palos de arriba a a abajo y degustando nuestros glandes, dijo.
-Métemela y te la meto.
-Agáchate y dame las nalgas, le contesté.
Ensalivé mi verga y con mucho esfuerzo lo penetré después de cuatro intentos donde además de forzar su esfínter se me recorría el prepucio hasta el punto de la incomodidad.
De pie y de perrito lo cogí hasta que me vine.
Él se me safó y se metió un par de dedos en el culo para gemir un poco.
Luego me pidió ponerme de perrito y lo hice.
Leo me encantaba.
Me dio un par de lengüetazos en el culo y me abrí las nalgas.
Su verga estaba super lubricada y me la metió sin más.
Fue muy poco el dolor y de inmediato cedí para cogar y hacerlo sentir cómodo.
Se me paró de nuevo y me masturababa con la mano derecha.
Leo me bombeaba delicioso y yo gocé tanto que sin control me vine sobre mi mano.
Leo salió de mí, me puso en cuchillas, caminó al frente de mi boca y chaqueteándosela aventó cuatro feurtes chorros a presión directo a mi lengua y comí todo lo que pude antes de darle una final mamada de verga.
Qué ricos sabores.
Con los pantalones abajo, después de 2 minutos, me besó.
Y seguimos cogiendo de lo lindo con variedades en cada encuentro y nuestra fraternidad y amistad se hicieron inmensas.
Nos amábamos mucho.
Nunca fuimos novios ni pareja formal.
No nos veíamos así.
Pero éramos amigos muy estrechos cuya entrega era total y exclusiva.
Pasamos los siguientes 5 años juntos de esa manera en el Seminario.
Alguna vez lo echaron por cuestiones disciplinarias y académicas desfavorables acumuladas y a los dos meses yo dejé el lugar.
Después de conocerle esa vida no tenía sentido.
sin el Skato, mi primer amor sincero.
Sólo nos vimos una vez más que pasados los meses de salirme, le visité, pero sin trascendencia posterior.
Sinceramente suyo: el Coyote Cojo.
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