Mi primo universitario Yahir: Parte
Una semana de silencio y tensión explota. Beto le da control a su deseo, él lo penetra, se rinden a su placer y el berrinche acaba. Pero Yahir ya probó la dominación. El sexo es una nueva guerra de poder, y él la ganó, dejando a Beto esperando por más..
Era una noche más como las que ya se habían vuelto rutina.
Cenamos cualquier cosa, nos echamos unas cheves viendo una serie, los dos en shorts, desparramados en el sillón.
Yahir con una pierna encima del cojín, sin calzones. El bulto ahí, acomodado a medias. Yo con la verga medio parada desde que se sentó.
No dijimos nada.
Nomás lo volteé a ver, me reí leve, y me agaché entre sus piernas.
Se la saqué, ya medio dura.
Me la metí a la boca sin pedir permiso.
Así como siempre.
Yahir se recargó en el sillón, cerró los ojos, y soltó un:
—Uffff…
Se la empecé a chupar despacio, como me gusta, con lengua larga, con la nariz pegada a su vientre.
Me la acomodaba él mismo con la mano. Gemía bajito.
Ya estaba en su zona.
Pero esta vez… no me quedé ahí.
Le lamí los huevos. Lento. Mojado.
Y seguí bajando.
Al principio no se movió. Luego noté que se tensó un poco.
Le levanté las piernas con mis manos y le di otro lengüetazo más abajo.
—¿Qué haces, wey? —me dijo, sin verme.
—Confía —le respondí, con la voz ronca.
Le escupí ahí. Le separé las nalgas. Le pasé la lengua directa, sin freno.
Su cuerpo se puso rígido… pero no se quitó.
Gemía distinto. Más profundo. Como si no entendiera por qué le estaba gustando tanto.
Le lamía el culo como si me lo hubiera pedido.
Con hambre.
Lo abría con los dedos, le pasaba la lengua entre medio, redonda, húmeda.
Lo escuchaba temblar.
Dejó caer una mano sobre mi cabeza. No para detenerme. Para dejarme ahí.
Me abrí el short, ya no aguantaba. La tenía durísima.
Le metí un dedo.
Luego otro.
Y no dijo nada. Solo se abrió más.
—¿Quieres que te lo meta? —le pregunté, sin dejar de trabajarle con la lengua.
Él no respondió.
Solo levantó más las piernas.
Y dejó la entrada lista.
Me escupí en la verga. Me la embarré rápido.
Me puse de rodillas frente a él, sus piernas abiertas sobre mis hombros, su culo al borde del sillón.
Lo metí despacio.
El cuerpo me ardía.
Estaba caliente, apretado, virgen.
Soltó un gemido bajo, ronco, como si lo estuviera peleando por dentro.
Pero no se movió.
Me dejaba.
Se dejaba.
Yo con las manos en sus caderas, metiéndosela centímetro a centímetro.
Su verga estaba dura, goteando.
Se tocaba él solo mientras yo lo llenaba.
No fue romántico.
No fue suave.
Fue caliente. Crudo. Real.
Lo cogí así, en la sala, con la tele aún prendida.
Sus piernas temblaban, mi verga se lo tragaba completo.
Yo jadeaba como animal.
Cuando me vine, me vine gritando. Dentro de él.
Con los ojos cerrados.
Mordiéndome el labio.
Sintiendo que lo había cruzado.
Yahir se vino segundos después, sin tocarse, mojó su estómago.
Temblaba. No me miraba.
Me salí despacio.
Me tiré a su lado.
Los dos sudados, calientes, vacíos.
No hablamos.
No nos miramos.
Pero sabíamos que ya habíamos cruzado la línea.
Pasó un día completo sin que habláramos del tema.
La sala todavía olía a nosotros. Al cuero del sillón embarrado.
Yo no lo limpié.
No por descuidado, sino porque quería que ese olor se quedara.
Para mí, ese sillón ya era otro lugar.
Ahí me lo cogí. Ahí me dejó.
Yahir no se escondió. Tampoco se hizo el indiferente.
Solo andaba distinto.
Más callado.
Más serio.
Pero más… en control.
Esa noche, ya tarde, yo estaba acostado, viendo el techo, con la verga dura sin razón. Solo pensando en él. En su cara cuando se venía con mi verga adentro.
Escuché que tocó la puerta de mi cuarto.
—¿Puedo pasar?
—Sí —dije. La voz se me fue medio ronca.
Entró en shorts. Camiseta sin mangas.
Traía el cabello mojado, recién salido de bañar.
Olía a jabón.
—¿Qué onda? —le pregunté.
No contestó.
Se subió a la cama.
Se me sentó a un lado.
Y sin decir nada, me subió la camiseta y me empezó a besar el vientre.
Me agarró del pantalón y me lo bajó hasta las rodillas.
Se me acomodó entre las piernas y me la empezó a mamar lento, con lengua larga, con boca caliente.
Yo cerré los ojos. Gemía bajito.
Pero en la cabeza tenía esa pregunta: “¿por qué ahora?”
La mamada se volvió intensa. Me la escupía. Me la sobaba con los labios.
Me tenía al borde.
Y de pronto, se subió encima de mí.
Me agarró la verga, la escupió.
Se bajó los shorts, no traía nada abajo.
Y sin avisar… se sentó.
Me la metió él solo.
Entera. Hasta el fondo.
—Verga, Yahir… —gemí, medio en shock.
No dijo ni una palabra.
Se movía lento. Con fuerza. Con mirada baja.
Como si necesitara sentirme por dentro.
Pero sin entregarse.
No estaba siendo pasivo. Estaba tomando el control. A su manera.
Me agarraba de los hombros. Subía. Bajaba.
Yo le tocaba el pecho, los muslos, las nalgas. Lo abría más.
Se cogía mi verga como si fuera suya.
—¿Por qué viniste? —le pregunté entre jadeos.
—Porque sí —dijo, sin dejar de moverse.
Me vine adentro de él, apretando los dientes.
No me dejó sacarla.
Siguió cabalgando hasta que él también se vino, mojado, jadeando, sin tocarse.
Se quedó encima un rato.
Tirado sobre mi pecho.
Yo le acariciaba la espalda.
No sabía si hablar o quedarme callado.
Y entonces me dijo al oído, bajito, casi sin voz:
—Si lo haces una vez, ya no hay regreso.
—¿A qué te refieres? —le pregunté.
Se levantó.
Se puso los shorts.
Me miró desde la puerta.
Y dijo:
—Ya me cogiste… pero ahora yo también sé cómo se siente.
Y se fue.
Y pasó una semana.
Una pinche semana entera sin que me tocara.
Y no porque no se diera la oportunidad. Dormíamos en la misma casa. Comíamos juntos. Nos rozábamos a cada rato.
Pero nada.
Ni una mirada larga.
Ni una mamada casual en el sillón.
Ni un “¿qué pedo, la traes parada?”
Silencio. Frialdad. Castigo.
Yahir andaba como si se le hubiera olvidado todo lo que habíamos hecho.
Pero yo lo veía… y sabía que no era olvido.
Era control.
Provocación.
Ese tipo de guerra mental que solo puede jugar alguien que ya sabe que te tiene enganchado.
Yo me hacía el tranquilo. Me encerraba en mi cuarto, me la jalaba pensando en él y me juraba que esa era la última vez.
Pero no.
Me estaba cocinando por dentro. Hasta que una noche, salí de bañarme, toalla floja, y lo vi en la cocina, de espaldas, con una camiseta sin mangas que se le pegaba al cuerpo y el pantalón medio caído.
La raya apenas marcada.
Sudado. Tibio. Silencioso.
Me acerqué. Le hablé al oído.—¿Vas a seguir haciéndote pendejo o ya se te pasó el berrinche?No se giró.
Solo respondió:—¿Y tú ya superaste lo que sentiste cuando te abrí las piernas?
Me hirvió la sangre.
Lo tomé del brazo. Lo giré hacia mí.
Y él, con esa pinche cara de sabérselas todas, nomás levantó una ceja.
—¿Te arde que me haya gustado?
—Me arde que creas que tú tienes el control.
Silencio.
Solo se nos oía la respiración.
Fuerte. Cargada.
Como dos cabrones que ya no saben si decirse lo que sienten o comerse con la mirada.
Lo empujé contra la pared, cerca de la puerta.
Y me besó.
No como antes.
No con lengua rápida o mordidas.
Me besó lento. Profundo. Como si supiera que ahí iba a perder.
Lo levanté del piso.
Le abrí el pantalón. Me lo bajé también.
Y ahí pasó todo.
Nos tiramos al piso sin dejar de besarnos.
Nos quitamos el resto de ropa, desesperados, y solo la tiramos.
La verga de Yahir saltó, dura, gruesa, latiendo como si estuviera viva. La agarré y la mamé con furia. Sentí su pulso, el sabor salado, la punta mojada y caliente. Me la metí hasta el fondo de la garganta, con hambre, y él solo gemía y me agarraba la cabeza para que no parara.
Me subió a sus piernas y me la metí.
Me senté sobre su verga. Sentí cómo me llenaba, cómo me abría despacio mientras entraba. Me moví sobre él, lento, clavando las uñas en su espalda, mientras él se me venía encima y me besaba el cuello. Era caliente, sucio y desesperado. La sentía palpitar dentro de mi. Reslbalando e inundando mis adentros.
Nos mordimos los labrios, nos jalamos el cabello.
Lo viré. Yo encima.
Lo subí a la encimera de la cocina, le abrí las piernas y se la metí sin avisar. Sentí su verga golpear mi panza mientras me enterraba.
Yo jadeaba. Y le metí toda la verga.
Lenta, pero toda. Como él me había hecho.
Gimió al sentirme entrar. Al sentir la verga completa.
Me moví lento al principio. Sentí cómo se apretaba. Apreté mis manos en su cintura. Me aferré a sus caderas, y me moví con rabia. Con furia. Con la furia de una semana de abstinencia.
Jadeábamos los dos. Yo con la cara en su cuello, dándole besos. Él con las manos apretadas en la encimera.
Sentí su verga mojada.
Me corrí dentro de su culo. Sentí el chorro caliente.
Y él, solo se movió hacia atrás. Y se corrió en su mano, manchándose.
Nos quedamos en el piso, pegados, sudados.
Jadeábamos como dos perros.
El bulto duro entre nuestras piernas.
Su mano en mi pecho, mi mano en su muslo.
Sus cuerpos temblaban.
No dijimos nada.
Pero cuando se levantó, me besó la frente.
Y antes de irse al cuarto, se giró y dijo:
—La próxima, yo decido cuándo te toca a ti.
Y se fue.
Hola!! Aquí la tercera parte… esperen la cuarta!
PD: Espero les esté gustando. Porfa dejen comentarios y sugerencias, soy nuevo y me ayudaría mucho a mejorar.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!