Mi primo y yo, desde los 13 años – 2
Les traigo la continuación de esta historia, pueden encontrar la primera parte en mi perfil :D.
El solo se limitó a asentir despacio mientras mordía su labio inferior. Comencé besando su pubis, para luego tomar su miembro, caliente, duro, palpitante, y sin soltar su otra mano, lo introduje por fin en mi boca.
Su sabor era diferente a cualquier cosa que hubiera probado antes. Se mezclaba su precum, un poco de sudor, y ese aroma dulce tan característico suyo que ahora se transformaba en sabor. Sentí su pubis chocar con la punta de mi nariz, manteniendo su miembro entero en mi boca. Con mi labio inferior sentía sus testículos. Aguanté lo que pude, y succionando fuerte emprendí el camino devuelta. El respiraba cada vez más rápido, y su pene parecía estar a punto de explotar, y para sorpresa de ambos, así fue, pues cuando con mi mano bajé su prepucio dispuesto a jugar con su glande, sentí la punzada que anunciaba su corrida. Su cuerpo entero se contraía con cada chorro que soltaba en mi cara. Rápidamente, por instinto más que experiencia, dirigí mi boca de nuevo a su pene y comencé a tragar como si la vida se me fuera en ello. Miraba a Diego, su expresión era indescifrable, medio se tapaba la cara de vergüenza, sorprendido de lo que yo hacía y de haberse corrido tan rápido. Un intenso y encantador tono carmesí se había apoderado de sus mejillas. Me producía ternura y excitación a partes iguales, Diego era un chico callado, pero con su belleza y su físico tenía una presencia imponente, y verlo ahí, tan contrariado y vulnerable, era todo un lujo. Seguí con mi trabajo hasta que ya dejó de salir líquido, habrán sido unos 6 o 7 chorros en total. Levanté un poco mi cabeza, su pene aún estaba duro y palpitante. Toqué su glande semi descubierto con mi pulgar, lo que provocó un estremecimiento de su parte. Le sonreí.
– Lo siento, e-es que yo nunca… Ya sabes — tragó saliva nervioso — yo nunca había… hecho… esto – tapaba su cara con ambas manos. Me acerqué hacia el, y cuando estuve cerca de su rostro susurré
– Yo tampoco — descubrió su rostro, su mirada estaba un poco más relajada, aunque aún avergonzado. Yo no podía hacer más que mirarlo con ternura, y no pude evitar reírme. Todo eso había pasado en apenas media hora, y antes que eso éramos solo dos adolescentes que se conocían hace 1 día. Acerqué mi rostro al suyo, y cuando nuestras narices chocaron, volví a besarlo. Me gustaba hacerlo. Era como si nuestras bocas fueran dos piezas de un rompecabezas que esperaban juntarse. Ahora nuestras lenguas se mostraban audaces, acariciaba la suya, y el la mía. Sus manos estaban apoyadas en mi cintura, y las mías actuaban de soporte. Fue un beso largo, y poco a poco se fue apagando, hasta separar nuestras bocas. Un hilo de saliva insistía en unirnos, pero estábamos sin aliento. Me recosté a su lado, ambos mirando ahora al techo, procesando el corto pero frenético espectáculo que habíamos montado. El silencio se estaba extendiendo más de la cuenta.
– ¿Estás bien? — pregunté, pero no obtuve respuesta. Miré hacia el lado, y Diego dormía profundamente. Si bien todo pasó muy rápido, la intensidad del momento había terminado por agotar a mi compañero. Pensé en abrazarlo, pero luego recordé dos cosas: éramos primos, y apenas nos conocíamos. No había duda que habíamos avanzado muy rápido, y por más que me pareciera extremadamente atractivo, prefería mantener a raya cualquier sentimiento que pudiera aflojar de mi hacia él. Me giré dándole la espalda, y el sueño se apoderó prontamente de mí.
Cuando desperté el sol entraba por la ventana, cuyas cortinas aún seguían abiertas, tal como las había dejado en la noche. La habitación era un desastre; partes de pijama tiradas por todos lados, la cama totalmente desordenada, algunas manchas sospechosas en las sábanas que delataban aquello que habíamos hecho durante la noche, y Diego de espaldas y totalmente desnudo, exhibiendo su trasero. Las sábanas apenas cubrían sus pies. El paisaje era simplemente apoteósico. No sé cuánto tiempo estuve contemplando el cuerpo celestial que reposaba en mi cama, pero unos golpecitos en la puerta me alertaron.
— ¿Samuel? — era mi madre.
Mierda, mierda, mierda, mierda. Era todo lo que me repetía. No respondí nada, estaba congelado. No insistió. Luego oí
— Deben estar durmiendo aún, mejor avísales por mensaje — esa era la voz de mi tía
— Mejor — fue lo último que escuché hasta que los pasos se oían lejanos en el pasillo
El alma me volvió al cuerpo. Comencé a buscar mi pijama, encontré el mío y el de Diego. Tome este último, que estaba impregnado de su fragancia, esa que tanto me encantaba. Olía a sexo todavía. Sin meditar mucho aquello, me puse el pijama de Diego en vez de el mío. Esperé un par de minutos hasta que escuché un auto partir, y no tardó en llegar un mensaje de mi madre
«Iremos al centro con tus tíos, avísame si quieren venir. Si se quedan, tendrás que cocinar tú. No quemes la casa. Volvemos después de las 6. Besos»
Tendríamos el día para nosotros dos. No sabía si eso era bueno o malo. Que tal si lo de anoche no le había gustado, aunque si lo había disfrutado, ambos lo hicimos, pero ¿Y si solo fue la calentura del momento? Tal vez era heterosexual y solo fue un momento de confusión. O quizás se sintió presionado a hacerlo. Mi cabeza era un lío, y ver el trasero de Diego al aire tampoco me facilitaba las cosas.
Salí de la habitación en dirección al baño, y al verme al espejo noté que tenía algo blanco y seco en mi barbilla. Me puse rojo al instante. Lavé mi rostro y dientes, y oriné. Mi estómago rugía como nunca antes. Emprendí rumbo a la cocina, y a medio pasillo sentí una puerta abrirse.
– ¿Samuel? — Diego estaba parado, desnudo, con su miembro colgando sin pudor. Me encontró con la mirada medio dormida, mientras se rascaba el lado derecho de la cara. — tienes mi pijama — dijo confundido
– Si, yo… Eh… Me lo quito si quieres — respondí. El rió en un suspiro.
– Está bien, no te preocupes
Luego volvió a la pieza y cerró la puerta tras de si. Yo me quedé parado unos momentos, pero mi estómago volvió al ataque. Preparé el comedor para dos, pues pensé que él también querría comer algo. Hice jugo de naranja, y acompañé la mesa con pan, galletas, jamón y huevos fritos. Nunca le había puesto tanto esfuerzo a un desayuno, y lo estaba haciendo casi inconscientemente. La puerta se abrió nuevamente, y vi a Diego cruzar el pasillo hasta el baño, llevaba solo ropa interior. Luego de unos minutos, volvió a pasar en dirección a la habitación, sin dirigirme siquiera la mirada. Comenzaba a preocuparme, pero continué con mi labor del desayuno.
Iba a avisarle que la mesa estaba servida cuando la puerta se abrió nuevamente, Diego venía con mi pijama puesto. Eso provocó que me sintiera avergonzado pero me dió un poco más de alivio.
Miró la mesa sorprendido, con un gesto gracioso en la cara
– Y esto? — dijo
– El desayuno — contesté. Me miraba con una sonrisa en el rostro, me sentí tan avergonzado que aparté la vista. — ¿Exagerado? — pregunté
– A mí me parece genial. Tengo mucha hambre — seguía con esa sonrisa boba en la cara.
Nos sentamos a comer, sin intercambiar palabra alguna. A veces chocaba con su mirada, y sus ojos azules me parecían tan atractivos como imponentes. Soltaba una risilla cada tanto, y así por un rato.
– ¿Qué? — dije cuando ya había hecho lo mismo por tercera vez, un poco confundido
– Nada — respondió levantando las manos como los criminales mientras reía — es solo que… No sé, esto es…
– ¿Raro? — me adelanté a responder
– Sí, raro — confirmó — digo, hasta ayer apenas habíamos hablado de libros y poco más, y anoche… Bueno, anoche… Ya sabes — hablaba como si estuviera en un confesionario.
No sabía que responder a eso, así que concentré mi mirada en el vaso de jugo. Él se revolvió en su asiento, un poco incómodo por el silencio
– Por la mañana creí que me ibas a despertar con un beso, como en las películas — soltó finalmente, mientras meneaba la cabeza y se reía — es una tontería, no me hagas ca-
No lo dejé terminar la frase, y de un brinco junté mis labios con los suyos. Lo tomé de sorpresa, y apenas abrió la boca un poco, lo bese corto, pero intenso. Cuando me separé, tenía los ojos aún cerrados. Su rostro estaba más rojo que el día anterior en la playa.
– No lo ví venir — soltó
Reímos. Después de todo éramos solo dos adolescentes que habían dejado de ser niños hace no mucho, que no se conocían de nada, y que habían tenido una mutua primera experiencia sexual que estaba lejos de ser perfecta, pero había sido todo lo sincera que la pasión y las hormonas podían permitir. Pero a la vez hacíamos — aunque a medias — cosas de adultos, como desayunar juntos después del sexo, o saludarnos con un apasionado beso en la boca. Si bien a él le parecía extraño, no había atisbo de preocupación por la fluidez del asunto. Por mi parte si la había; el tiempo sería limitado, pues solo contábamos con el verano. Así que podíamos parar y simplemente no extrañar nuestros cuerpos de forma salvaje cuando estuviéramos lejos de nuevo, o darle rienda suelta a las hormonas y soportar la venidera nostalgia que se haría presente en algún momento, pues enamorarse es fácil con 13 años.
Cuando terminamos de comer, avisé que me iría a bañar. Diego asintió, y dijo que él también. Fuimos por ropa y toallas, y quedé un poco descolocado cuando iba entrando al mismo baño que yo.
– Pensé que usarías el de arriba — dije sin pensarlo mucho. Su rostro se apagó, un poco decepcionado.
– Oh… Yo… Está bien, no hay problema — forzó una sonrisa y se dirigió al segundo piso
Me quedé pensando unos momentos. ¿De verdad quería meterse conmigo en la ducha? No era mi intención «echarlo», pero técnicamente es lo que había hecho. Me sentí mal al instante, y mientras pensaba en eso, el agua de la ducha de arriba comenzaba a caer. Sin mucha más vuelta que darle al asunto, subí las escaleras despacio, intentando no hacer ruido. Cuando llegué a la puerta del baño me quité toda la ropa, abrí, acomodé mi toalla al lado de la suya. El no había notado mi presencia, pero el rechinido de la puerta al cerrarse lo alertó. Se giró asustado y sorprendido.
– Samuel, me asustaste — dijo. Sonreí en señal de disculpas — pensé que usarías la ducha de abajo — soltó, volviendo la vista al frente e intentando sonar despreocupado. La situación me causó más risa que otra cosa.
– Oye, en serio no fue mi intención. No pensé que te querrías bañar conmigo, pero sí me gusta la idea de hacerlo — se volvió a girar hacia mí.
– Adelante entonces — dijo con una leve sonrisa en su rostro.
Entré. El agua estaba tibia, me puse jabón en el cuerpo, y Diego hizo lo mismo. Luego Shampoo. Estuvimos un rato más bajo el agua, nuestros cuerpos se habían rozado un par de veces, y nuestras miradas se habían encontrado otro par. Ambos parecíamos esperar algo, pero ninguno se atrevía a dar el paso. Cuando puse mi mano en la llave para cerrar el paso de agua, él la sujeto de forma suave. Más bien posó su mano sobre la mía. Lo miré, su vista bajaba de mi rostro a mi entrepierna, y cuando su mano comenzó a recorrer mi brazo, y comenzó a bajar por mi pecho, incluso antes de tocar mi abdomen, una erección había aparecido. Una sonrisa pícara se apoderó de su cara. Hasta ese momento, Diego no había explorado aún mi intimidad, a diferencia mía. Sus dedos se deslizaban raudos, pero cubriendo el mayor espacio posible. Yo ya tenía los ojos cerrados y me dejaba llevar por su tacto, que me tenía en la gloria. Un beso pasional no tardó en llegar, seguido, por fin, de su mano en mi miembro. Era una sensación gloriosa, más aún cuando su boca se dirigió a mi cuello, mientras comenzaba a masturbarme. Yo estaba casi inmóvil, mi respiración era intensa, mi corazón latía a 1000 por hora. Mi cuerpo entero se había tensado. Jamás creí que el contacto ajeno y el sexo pudieran resultar tan placenteros. Su boca se volvió a juntar con la mía. Nuestras lenguas había entrado en acción en un prolongado intercambio, mientras en caricias recorríamos nuestros cuerpos. El beso terminó cuando separó su boca de la mía…
– No me juzgues si lo hago mal — soltó en seguida
– Uh?… Qué cosa — dije descolocado. Sonrió, y entonces comprendí sus intenciones.
Comenzó a bajar por mi abdomen, imprimiendo un beso en cada zona de piel. Cuando llegó a la altura de mi pubis se detuvo, contemplando mi pene de buen tamaño para mí edad, del mismo color que el resto de mi piel, rodeado de una no mayor cantidad de vello y con la mitad del glande expuesto. Un hilo de precum colgaba, como si de una telaraña se tratase. Mí sorpresa fue mayúscula cuando lo alcanzó en el aire con la lengua, y subió hasta que esta hizo contacto — por primera vez — con mi glande. Yo estaba ido. Creí estar en el paraíso, o al menos imaginaba que así se debía sentir. Luego comenzó a succionar despacio. Mi cuerpo se estremecía con cada ida y vuelta. Su boca se sentía tan cálida y delicada. No alcanzaba a meter toda mi extensión en su boca, pero lo intentaba. Mis manos se dirigieron instintivamente a su cabeza. Acariciaba su cabello, sus orejas, su rostro, tan bello. Quería tocar todo su cuerpo al mismo tiempo, como si eso fuera posible. Las suyas entre tanto, reposaban ahora en mi trasero, y cuando uno de sus dedos se deslizó por la raya, una sensación eléctrica totalmente distinta a la anterior me volvió a inundar, y se intensificó cuando comenzó a buscar mi agujero. El vapor en la ducha comenzaba a aumentar, sin embargo, la temperatura del agua no había cambiado. Sabía a dónde nos llevaría todo ese contacto, y el pánico por lo desconocido comenzaba a crecer en mi interior, pero la excitación era más grande, así que solo me dejé llevar. El siguió con su labor en mi entrepierna, su lengua seguía jugando con mi glande, lo que me producía un placer tremendo. Su dedo índice ahora se encontraba explorando mi ano virgen, reconociendo terreno sin atreverse a entrar.
– Me voy a – ah – venir — dije casi sin aliento. Sentía que el momento se acercaba y preferí avisarle
Diego miró hacia arriba. La imagen para cualquier espectador hubiera sido simplemente espectacular; Diego en cuclillas, con una de sus manos apretando una de mis nalgas, mientras con la otra me masturbaba con fiereza, succionando con ímpetu la cabeza de mi pene. Mi espalda apoyada en la pared, y mi pelvis contorcionada hacia el hermoso rostro de mi compañero, quien aguardaba por el néctar que ambos sabíamos saldría en cantidades. Y así fue. No recuerdo cuántos chorros fueron, pues no los conté, pero si recuerdo haber sentido la vista nublada mientras todo pasaba. El éxtasis se había apoderado por completo de mi cuerpo y apenas lograba sostenerme mientras eyaculaba. Diego hizo su mayor esfuerzo por tragar todo, pero era tanto que le terminó por escurrir a través de la comisura de los labios. Creí que se detendría, pero continúo limpiando cada rastro de semen de mi miembro, pelvis, y testículos. Es cierto que no había tenido experiencias sexuales previas a la del día anterior con el propio Diego, pero en ese momento creí que no volvería a sentir un mayor placer en toda mi vida.
Mi pecho comenzaba un vaivén menos agitado que antes, Diego aún estaba de cuclillas, limpiando con su pulgar el semen que había quedado en sus mejillas. Se llevaba cada porción a la boca. Eso me tenía vuelto loco, pues la imagen de niño callado y tranquilo que tenía de él desaparecía con cada movimiento de su boca y de sus dedos. Soltó por fin mi miembro, ya casi flácido. Se incorporó hasta que nuestros rostros estaban de frente
– Te gustó? — dijo. Sinceramente no esperaba una pregunta así.
– Que si me gustó — respondí casi en un resoplido. Le sonreí de forma pícara. Realmente me había encantado, pero no encontraba palabras para describirlo, así que solo solté — es lo mejor que me ha pasado en la vida — había sido una respuesta un poco extraña, pero honesta. Enserio era lo mejor que me había pasado hasta ahora.
Él sonrió y agachó la cabeza un poco avergonzado, se ruborizaba con mucha facilidad, y el tono carmesí hacia un contraste perfecto con su piel blanca. Eso me encantaba.
Cuando ya ambos estábamos más compuestos, nos bañamos de nuevo, pero esta vez el uno al otro. Tallaba su piel con el máximo cuidado, como si fuera un delicado jarrón de porcelana de alguna dinastía importante. El imitaba mis movimientos, y cuando fue la hora pasar por la entrepierna del otro, no hubo rastro de morbo en el acto, era una exploración tan inocente, que aquello que habíamos hecho antes parecía la peor de las obscenidades. Para llegar a la retaguardia, tuvimos que juntar nuestros cuerpos. El agua seguía corriendo, y nuestros cuerpos juntos hacían una pieza perfecta. Pasaba mis manos sobre sus nalgas, las apretaba un poco, y de vez en cuando metía un dedo desde el inicio de su raya, para terminar sobre su cavidad. Él soltaba un gemido cada vez que repetía ese movimiento. Mientras tanto él se atrevía a ir más allá, apretando con lujuria mi trasero, e intentando incluso introducir sus dedos en mi ano. Cuando estuvo apunto de lograrlo con uno, me estremecí. Lo aparté suavemente y le dije
– Lo dejamos para la noche — el sólo se limitó a sonreír, nuevamente sonrojado. Le di un beso corto y suave en los labios, y salí de la ducha en busca de mi toalla. Me dijo que se quedaría un rato más, así que bajé y me vestí, pues aún me faltaba preparar el almuerzo, y la noche prometía acción.
Continuará…
Espero les haya gustado esta segunda parte, intentaré volver luego con la tercera =)
Claro amigo estare esperando la tercera parte de tu buen relato saludos amigo….. 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉
Excelente al igual que el primero, un relato muy excitante, me has dejado muy pero que muy caliente.
Ya luego estará la tercera parte!
como sigue por faovr
Sigue siendo muy bueno
Me encanto tu relato esta muy excitante amigo