Mi primo y yo, desde los 13 años – P3
Mientras su pene bombeaba aún dentro mío, llevó sus dedos a mi boca, e instintivamente la abrí para limpiar mi propio semen de su mano. El morbo sobrepasó cualquier límite cuando también él comenzó a lamer sus propios dedos..
Durante el día no dejamos de intercambiar risas, abrazos y besos, e incluso cuando los adultos ya habían vuelto, las miradas cómplices seguían presentes. Me encantaba Diego, o lo que conocía de el hasta ese momento.
Por ratos me veía tentado — y él también — a avanzar un poco más, pero debíamos conservar nuestras energías. Quedaba mucho verano por delante, y esa noche en específico era prometedora.
A sabiendas de cuáles eran sus pretensiones, me puse a buscar discretamente en mi teléfono sobre sexo anal, y gracias a un blog descubrí que había que hacer una especie de lavado y evitar comer antes del acto, así que eso hice, y a última hora opté por no comer. Fui hacia el baño (esta vez solo, ya que en presencia de los adultos Diego no se metería a la ducha conmigo). No describiré el proceso, pero seguí al pie de la letra los pasos que indicaban en el blog. Luego me bañé, lavando bien todo mi cuerpo, y procurando que cada rincón de este oliera a jabón. No sabía a ciencia cierta si iba a funcionar o si iba a pasar siquiera lo que creía que iba a pasar, pero prefería estar listo por si la situación se presentaba.
Diego llegó a la habitación casi una hora después de mi, a la par que los adultos también se iban a dormir. Primero entró a la pieza para tomar su toalla, ignorando por completo mi presencia. Cuando volvió, venía con el cabello húmedo, totalmente desnudo, salvo por la toalla amarrada en su cintura. Toda mi atención se centró en él. Sin decir ni una palabra, quitó la toalla de su cintura, dejando a mi vista su miembro flácido en toda su extensión. Sentí unas ganas increíbles de saltar encima suyo y volver a hacer lo que la primera vez. Quería sentir su pene en mi boca, quería nuevamente que eyaculara – rápido o lento – en mi boca, quería volver a sentir mis labios rozando su pubis y sus testículos. Pero me contuve. Diego actuaba como si no hubiera nadie más que el en el cuarto, secando cada centímetro de su cuerpo con delicadeza y parsimonia, tanta que llegaba a ser estresante para mis alborotadas hormonas. Continuó con su trabajo, dándome la espalda esta vez. Se agachó para secar sus piernas hasta la altura de los tobillos, con más calma que antes. En ese momento pude ver por primera vez su ano, que era rosado, liso, totalmente lampiño y parecía estar haciendo una invitación a ser invadido. La vista era espectacular. Repitió el mismo movimiento unas 3 o 4 veces. Sentía mi erección crecer bajo las cobijas. Luego se giró dejando la toalla en el piso, y haciendo la peor actuación posible dijo
— oh, estabas aquí — comencé a reír, y tan malo fue su esfuerzo que incluso el acabó riéndose de si mismo. El momento propiciaba que de pronto se oyera la voz del narrador de animal planet: así es como el macho seduce a la hembra en un ritual de apareamiento. Con Diego el sexo podía ser divertido, inocente y sexy al mismo tiempo.
Se quedó un poco más parado y desnudo, acariciaba sus brazos en la zona más ancha, apretando los músculos de vez en cuando. Me dedicaba alguna mirada pícara. Realmente parecía un ritual de seducción, hasta que comenzó a ponerse el pijama. Me sentí un poco desconcertado, pues creí que pasaríamos a la acción, pero por lo visto, él no.
Cuando se paró al lado de la cama, y antes que se acomodara, sin meditar mucho mis palabras, solté:
– Quítatelo — el me quedó mirando sorprendido
– Que cosa? — replicó, arqueando una ceja
– El pijama. Quiero que te quites el pijama — una sensación de adrenalina estaba comenzando a crecer en mi pecho. Diego tocaba su pijama, como diciendo ¿esto?
– Pero tú llevas pijama también — respondió, mientras una sonrisa pícara se dibujaba en su rostro. Sin dudar un segundo me quité las ropas que me cubrían, aunque sin salir de la cama, pues aún tenía una erección. Él hizo lo mismo, casi tan rápido como yo. — y ahora qué? — dijo.
– Acuéstate — respondí. Él obedeció sin más, y eso me estaba calentando de una forma diferente. La sensación en el pecho aumentaba cada vez que le daba una orden.
Se acostó y nos acomodamos de lado, mi nariz y la suya estaban a escasos centímetros. Sabíamos hacia donde queríamos ir, pero también la tensión entregaba un placer mucho mayor que ir al grano y ya. Comencé a acariciando su abdomen, y el replicaba mis movimientos como si de un espejo se tratase. Luego subí a su pecho, y él hizo lo mismo. Su brazos, y por último su cuello, y Diego repitiendo cada movimiento en mi cuerpo. La situación me parecía divertida, y a el también, y una sonrisa boba se dibujó en nuestros rostros. Sin dejar de mirarnos le dimos rienda suelta a nuestras manos. Cada vez que pasaba cerca de su entrepierna, ponía especial cuidado en no rozar ni un centímetro. Nuestros pies tenían un juego aparte. El calor comenzó a apoderarse de nuestras mejillas, la respiración se convirtió en jadeo, y sentí la necesidad de juntar nuestras caderas, como si algo en mi interior me estuviera obligando a hacerlo. Su glande chocó de lleno con el mío. El estremecimiento fue mutuo, el líquido que había en ambos comenzaba a mezclarse. Puse mis manos en su trasero, empujando para juntar aún más nuestros cuerpos. Su solo contacto hacía que cada hormona de mi cuerpo se pusiera a vibrar de forma salvaje. No habían palabras ni besos de por medio, solo dos cuerpos en contacto, y dos adolescentes que lo disfrutaban como si la vida se les fuera en ello. Mi cabeza estaba hundida en su cuello, y la suya en el mío. Con decisión comenzó a besarme por debajo de la oreja, tomando mi rostro entre sus manos y juntando finalmente nuestros labios. De pronto el aire se sintió menos pesado. Su boca se estaba convirtiendo en mi lugar seguro. Nuestras manos ahora recorrían el rostro del otro. Por mi parte jugaba con sus orejas, recorría desde el lateral de su frente hasta debajo de su mentón, disfrutaba sentir el vaivén de su mandíbula al ritmo del beso. Nos separamos solo unos segundos para tomar aire y continuamos. Sus manos se enredaban en mi cabello, y lo apretaban de vez en cuando. Me excitaba de sobremanera, y soltaba algún gemido casi inaudible que daba luz verde a Diego para continuar con sus quehaceres. Estuvimos en eso largo y tendido. Era una noche hermosa, y aunque la luna no proporcionaba tanta luz como la noche anterior, el aspecto tenue que la lámpara le otorgaba a la habitación le daba un tono romántico a todo nuestro salvajismo inexperto.
De pronto Diego frenó en seco. Separó su cuerpo del mío unos centímetros. Sus ojos me miraban tímidos esta vez. Tragó saliva en dos ocasiones. Comprendí esa mirada. Asentí con la cabeza, y una chispa diferente se encendió en sus ojos. No perdió tiempo y se fue directo a mi miembro, pero solo sería un paso breve. Siguió con mis testículos, con delicadeza los metía de a uno en su boca. Sus movimientos eran inexpertos, pero audaces. Levantó entonces mis piernas para comenzar a pasar su lengua por debajo de mis testículos, yo estaba sumergido en el placer, y un espasmo me recorrió desde los pies a la cabeza cuando su lengua porfin encontró mi agujero. Con movimientos torpes, más no bruscos, intentaba introducir su lengua ahí donde nada había entrado antes. Mi cara ardía, me sentía totalmente vulnerable y a su disposición, tanto que me avergonzaba. Deseaba estar ahí y también de pie observando el espectáculo, como si pudiera ser dos personas al mismo tiempo.
Diego seguía concentrado en mi ano, y cada vez que volvía a la carga, lo hacía mejor que la vez anterior. Se detuvo un momento, comenzando a lamer uno de sus dedos. Se veía más sexy que nunca; ese rubor que tanto resaltaba en sus mejillas se había hecho presente mientras su dedo índice seguía perdido en su boca. Sin meditar mucho sobre mis ideas, me acerqué para alcanzar su mano, Diego observa perplejo como metía hasta 3 de sus dedos en mi boca, dando especial atención a su índice. Todo el rastro de pudor que pudiera existir aún entre nosotros, desapareció con ese gesto. Mi compañero seguía boquiabierto cuando escupí en su mano, la cuál llevé devuelta a mi trasero. Con esto salió del trance, y ahora sí, ayudándose de mi propia saliva, comenzó a meter su dedo en mi cavidad. Ardía un poco, pero no dolía. Comenzó metiendo hasta la mitad, y luego el dedo completo. Lo supe cuando sentí sus nudillos tocar mis testículos.
– Es… cálido — dijo. Yo intentaba relajarme, aunque no pude evitar reír por sus palabras. Él solo me miraba atento a cualquier gesto de dolor, mientras yo me acostumbraba a tener su dedo en mi interior. Su mano izquierda comenzó a escalar por mi abdomen, hasta tocar mis labios. Instintivamente me llevé sus dedos a la boca, y los chupaba como si se tratase del manjar más sabroso en este planeta. Sabía que esos dedos no irían a mi interior, pero para Diego – y para mí también – ese acto resultaba tan íntimo como excitante. Cuando sentí un segundo dedo en mi ano, comencé a succionar con más fuerza sus dedos, el ardor se había intensificado, y comenzaba a doler un poco, pero seguía siendo soportable.
– Listo? — escuché de pronto. Busqué su mirada, expectante. Asentí y me besó en los labios como respuesta. Luego pasaron unos segundos, más de los necesarios, en los que nos quedamos quietos.
– En qué posición — preguntó con un hilo de voz
– No lo sé — respondí, y por algún motivo empecé a reír fuerte. Diego me tapó la boca.
– Shhh, nos van a escuchar — decía mientras contenía también su propia risa — estuvimos unos segundos así, inmóviles. Comencé a pasar mi lengua por su palma, que aún seguía tapando mi boca. Diego volvió a reír y secó su palma en mi propia cara. Su mirada era dulce y divertida.
– De lado — solté. Su expresión cambió, como si hubiera recordado en lo que estábamos. Nos acomodamos, escupió en su mano para volver a lubricar mi entrada, y porfin su glande y mi intimidad hicieron contacto. Un escalofrío me recorrió la espalda, y como si lo hubiera sentido también, Diego comenzó a acariciarme. Hizo presión, abriéndose paso poco a poco entre mis vírgenes paredes. Cuando entró un poco más que su cabeza, el ardor era mayor que con sus dedos, y cuando metió su miembro por completo, despacio pero sin parar, un dolor intenso apareció en mi intestino. Me removí y solté un leve quejido. Él intensificó sus caricias, besando mi cuello cada tanto.
Había leído que pujar podía ayudar a disminuir el ardor, y efectivamente así fue. Poco a poco mi cuerpo se fue acostumbrando al invasor, y este comenzaba un lento mete y saca que producía una mezcla de ardor y placer. La salida era cada vez más larga, y la entrada volvía más profunda. El ritmo fue aumentando a la par que los gemidos de ambos. Busqué el rostro de Diego, y en cuanto mis dedos rozaron sus labios, comenzó a introducirlos en su boca. Los chupaba al mismo ritmo que su pene entraba y salía de mi. Su mano encontró mi miembro que había alcanzado un nuevo punto de erección, y comenzó a masturbarme con fuerza. Sin que pasara mucho tiempo de eso, y sin poder avisar, me fui en la mano de Diego. Solté un gemido ahogado, y por unos segundos no escuché más que los latidos de mi corazón retumbando como nunca antes. Fue una descarga de adrenalina, que aumentó aún más cuando las contracciones de mi cuerpo provocaron en el miembro de mi compañero una estimulación tal, que seguido de mi, se corrió, inundando mi interior. Mientras su pene bombeaba aún dentro mío, llevó sus dedos a mi boca, e instintivamente la abrí para limpiar mi propio semen. El morbo sobrepasó cualquier límite cuando también él comenzó a lamer sus propios dedos. Su cuerpo se contrajo una última vez, y el vaivén de sus caderas comenzó a extinguirse. Una corriente recorrió mi espalda cuando salió por fin de mi interior. Inmediatamente sentí un vacío, y su semen escurrir por mi trasero.
Diego me besaba la espalda con ternura, y cuando su boca conectó con la mía, logré sentir el sabor dulce de mi propio semen en sus labios. El beso duró poco, pues el aliento era escaso. Casi rendidos, sin mucho más que hacer, me abrazó por la espalda. El contacto de su piel cubriendo la mía era sumamente reconfortante. Cualquier amenaza del mundo quedaba fuera de la cama, como si sus brazos al rededor de mi cintura fueran un búnker. Si alguien hubiese entrado en la habitación, el crimen no tendría defensa; su cuerpo desnudo abrazado al mío, las manchas húmedas en las sábanas, e incluso el solo olor a sexo que inundaba cada rincón, delataban lo pecaminoso del acto.
– Me gustas — dijo de pronto en mi oído, midiendo cada palabra. Me congelé por unos segundos, hasta que una sonrisa boba se dibujó inconscientemente en mi rostro.
– También me gustas — contesté. Se abrazó aún más a mi espalda, y hundiendo su rostro en mi nuca, nos quedamos dormidos.
Intentaré subir luego la parte 4.
¿Creen que sea buena idea subir los relatos en algún blog personalizado por si la página se vuelve a caer? Los leo! Besos.
wow amigo super relato y muy bien redactado estare esperando el siguente saludos amigo….. 😉 🙂 😉 🙂 😉 🙂
Gracias amigo! Ya luego estará la parte 4
Ya espero la cuarta parte , si los descubrieron o no por el olor a sexo y si habra versatilidad o esos son roles fijos
comos igue por faovr
Desde el primer relato quede totalmente fascinado, la manera de relatar tu historia es cautivante, cada detalle y momento son tannexactos en descripción que mi imaginación puede acomodar cada escenario. Muchas felicidades tus relatos son de mis favoritos, la complicidad que existe es increíble. Espero pronto continuar leyendo tus historias, reiteró mis felicitaciones me tienes totalmente enamorado de tu redacción.
Agradezco que compartas esta historia, la imagino y me causa momentos de risa, nervios y excitación extrema. 😈😍❤
Muchas gracias por tus palabras. La parte 4 ya está subida. 🤗
Tan excitante como los dos anteriores