Mi punteador me desvirgó
De cómo seguí al punteador hasta su casa para que me follara.
Esa tarde salí del colegio, nuevamente muy nervioso. En el paradero no vi al tipo. La semana pasada había estado ahí, esperándome para subir detrás de mí al bus y puntearme a su gusto todo el camino. Ahora no, porque me esperaba en su casa.
El viaje se me hizo eterno. Cuando bajé en el paradero que me había indicado, ya era de noche. A la mortecina luz del alumbrado público, vi su silueta en una esquina, esperándome. Al verlo, me aproximé. Él me vio y dio media vuelta, dirigiéndose a su casa. Yo lo seguí unos metros detrás, sin acercarme ni establecer contacto.
A una cuadra, se detuvo ante una puerta y entró. Yo llegué a ella y empujé. Estaba abierta. Entré sin problemas. La puerta daba a un pequeño espacio desde donde se abría otra puerta y una escalera estrecha. El tipo estaba subiendo por la escalera. Entró a un departamento pequeño del tercer piso. Dejó la puerta abierta para mí. Entré detrás de él y el tipo cerró la puerta.
El departamento solo tenía dos ambientes. Uno era la sala-comedor-cocina. El otro era el dormitorio.
Apenas pude darle un vistazo, porque el tipo me abalanzó hacia mí por detrás y me abrazó. Presa de la pasión, me levantó en el aire, chupeteándome el cuello y frotándose desesperadamente contra mi culo. Yo solté mi mochila, que cayó al piso.
-Ay papi -dije, sonriendo-, estás con ganas.
-Unas ganas terribles, bebita -me dijo-. Quiero metértela hasta los huevos.
-Primero te la quiero chupar, papi -le dije, llevando mi mano atrás y palpándole el bulto-. Sácatela.
Me soltó y se sacó el pene. Saltó enhiesto ante mí. Me arrodillé y comencé a mamárselo con fruición. Como ahora estábamos solos y libres, yo dejaba escapar gemidos delicados cada vez que me tragaba su verga. Él me tomó de la cabeza y la sujetó para comenzar a moverse de atrás para adelante, follándome la boquita. Yo aumenté el tono y frecuencia de mis quejidos, agudizándolos. Él se volvió loco y pronto, tenso y duro, eyaculó abundantemente. Me tragué toda su emisión, como había hecho en el cine.
Me relamí los labios mientras el tipo se retiraba, jadeante y satisfecho.
-¿Y ahora? -pregunté.
-Tú me pediste el otro día unos regalitos -me dijo-. Mira en el cuarto.
Entusiasmado, fui a su cuarto y en la cama me esperaban las ropitas que le había pedido. Vi un par de zapatos cerrados de charol, negros y brillantes, taco 5, de mujer. A un costado había tres pares de pantimedias, de colores negro, blanco y canela oscuro. Desplegado en todo su esplendor, también se exponía un babydoll negro, transparente.
Además, el cuarto tenía un gran espejo pegado a la pared, junto a la ventana. Me vi ahí, de pie, con mi uniforme gris de colegio, la camisa blanca, delgado y pálido.
-Oh, Dios mío -dije, imitando los dichos de los relatos porno que había leído-, estoy súper excitada.
Me acerqué a la cama y palpé la textura de las pantimedias. Mi pene estaba erecto y deseaba ponérmelas. Me mordí el labio inferior oliéndolas, estaban nuevecitas y olían deliciosas.
-Cámbiate en el baño -me dijo el tipo-. Elige la que quieras y cámbiate ahí, rápido.
-Ahorita salgo -dije, yéndome al baño con todas mis cosas.
Recuerdo la feroz excitación que sentía cuando me desvestí y me coloqué las pantimedias. Temblaba de pura arrechura. Qué rico sentirse mujercita. También me daba vergüenza pensar en mis compañeros, lo que hubieran dicho de mí al verme tan hambriento de verga. Cosa rara, esa vergüenza aumentó mi excitación.
Elegí las de color negro primero. Subí las pantimedias hasta estirarlas en mis muslos. Me quedaban apretaditas. Extendí una pierna y admiré la suave curva de mi pantorrilla gordita, acentuada por el tejido semitransparente y áspero de la pantimedia. La cinta autoadhesiva apretaba la carne blanda de mis muslos. Aun no tenía vellos. Me calcé los zapatos de taco bajo. Me quedaban un poco apretados. “En fin”, pensé, divertido, “no los voy a usar para caminar”. El babydoll me quedaba un poco grande, pero eso no importaba.
Cuando salí del baño, el tipo ya estaba desnudo en su cama. Solo tenía puestas sus medias. Era flaco y cetrino, de cabello corto y cara andina. Era feo y hasta antipático, pero eso aumentaba mis ganas de que me hiciera su hembrita.
El tipo se levantó, bufando de arrechura en cuanto me vio. Yo caminaba cimbreando mi cintura y nalgueando como marica.
-¿Te gusta? – le pregunté, al tiempo que él se lanzaba hacia mí.
Me levantó de nuevo, apretándome las nalgas y chupándome los senos por encima del babydoll. Su pene estaba erecto. No era tan grande como me había parecido, viéndolo en el contexto de todo su cuerpo. Apreté mis pantorrillas en torno al miembro y lo comencé a frotar.
El tipo me llevó a su cama y me tendió allí. Yo me estiré y levanté mis piernas, complaciente con el hombre. Él cogió un frasco y sacó una gran cantidad de crema en sus dedos. Aplicó la crema a mi ano. Estaba fría y di un respingo. “Es para lubricarte”, me dijo. Se puso también bastante crema en su pene. Luego apuntó a mi ano y empujó.
Sentí su glande abrirse paso en mi ano. El músculo se estiró. Mi pene estaba enhiesto, palpitando como antes de eyacular.
-¿Eres virgencita? – me preguntó, acercando su feo rostro al mío.
-Sí, papi -musité, acomodando mis piernas en sus muslos-. No me hagas daño.
-Uy, mi pequeña -susurró el tipo junto a mi oído, empujando suavemente. El pene ya estaba dentro de mi culo, pero yo no sentía dolor. Una extraña sensación, sí, como si quisiera ir al baño-. Voy a metértela poco a poco.
Giré mi cabeza a la derecha, donde estaba el espejo. Vi una pequeña belleza, lujuriosa y sumisa, aplastada bajo el cuerpo de un feo violador, unas piernas rollizas de adolescente embutidas en pantimedias negras, con los taquitos levantados en el aire, levemente cimbreantes.
El tipo se había echado sobre mí, su rostro estaba oculto en mi cuello y me estaba chupeteando deliciosamente mientras su falo se hundía poco a poco pero indetenible en mi recto palpitante. Entonces me susurró al oído: “Estas muy calladito”.
Me di cuenta de que, como hombre, deseaba oír cómo hacía gozar a su hembra. Entonces, a pesar de que aun no sentía nada más que una incómoda invasión a mi culo, enlacé mis piernas en torno a su cintura y le arañé en los antebrazos, al tiempo que comenzaba a exhalar gemidos con vocecita aguda, de niña.
-Ayyy, papiii -dije, retorciéndome-, tu peneeee…
Él reaccionó empujando más fuerte, hasta que entró al fondo y sus testículos se aplastaron contra mis nalgas. Recién entonces sentí que tocaba algo que me enervó como electricidad. Extendí mis piernas, que temblaban y arqueé mi espalda, en un reflejo incontrolado.
El tipo comenzó a menearse contra mí, con un ritmo enloquecedor. Su pene se restregaba contra mis tiernos tejidos internos y yo solo podía boquear como pez fuera del agua, aferrado a su espalda, con mis piernas pataleando contra sus nalgas. Mi pene soltó su semen en chisguetazos que cayeron sobre su vientre y el mío.
La cama se sacudía, chirriaba. Mi violador se refocilaba con mis encantos, apretándome las nalgas, chupándome los pechos, sin detener nunca sus enérgicos movimientos, empujones de su pelvis que me llegaban al vientre. Mi pene seguía erguido, listo para una segunda eyaculación.
Sus codos estaban hundidos en el colchón a ambos lados de mi cara. Entonces los retiró de pronto y pasó sus brazos por mis corvas. Se subió mis pantorrillas a los hombros y comenzó de nuevo a penetrarme.
Comprobé que el cambio de pose transformaba un poco las sensaciones que provocaba su pene empotrado entre mis gordas nalgas. Ahora él estaba separado de mí, apoyado en sus brazos extendidos en la cama, y yo solo podía aferrarme a las sábanas, con mis brazos alargados a los costados, rasguñándolas en la placentera y enloquecedora angustia de sentirme penetrado.
-¡Ay, Dios, qué me haces! ¡Ay, Dios…! -apenas si podía susurrar mi placer, teniendo cuidado de que no se enteraran los vecinos.
Él estaba arrodillado en la cama. Retrocedió, poniendo los pies en el suelo y jalándome de los muslos hacia él. Entonces, aferrado a mis muslos, usándolos como palanca, comenzó a cogerme más enérgicamente. Los golpes que su vientre daba en mis nalgas sonaban a sopapos. Ahora sí sentía en todo su esplendor la penetración, me dolía de un modo exquisito. Mi pene estaba erecto, goteando semen de la arrechura. No sé si ya había eyaculado por tercera o cuarta vez. Mi vientre y pecho estaban completamente mojados por mi propio semen.
En el espejo, veía al macho moverse frenéticamente contra mí, mientras mis taquitos se agitaban impotentes en el aire de la habitación.
Aquella noche el tipo me folló sin descanso hasta que eyaculó como tres veces, todas dentro de mi culo. Me tomó en otras poses, como la del perrito y mordiendo la almohada. Me hizo cambiarme las pantimedias hasta usarlas todas. Pensé que no iba a detenerse nunca. Recuerdo que, de cara contra la cama, mientras él me hundía una y otra vez su duro pene en el culo, le dije: “¡Papi, me vas a matar!”, pero no se detuvo.
Entonces sonó la alarma. Eran las 8:30 y ya debía irme. Me duché rápidamente y me fui. Él me despidió con un besote y me dijo que el miércoles estaría esperándome en el paradero.
Ese miércoles se la pasó punteándome todo el viaje y al llegar a su casa, me cogió hasta que tuve que irme, medio cojeando.
Las folladas se extendieron por unos meses, hasta que me cansé y me fui por otros lados. Él fue mi iniciador, pero no mi maestro. La pornografía yo la tenía en mí de manera natural.
Wow que rico el que te cogiera de esa manera lo malo es de que después se vuelve muy repetitivo cuando no le meten variedad cuando quieren usarte como su objeto sexual cuando uno es pasivo y no te saben tratar es cuando tú buscas alguien más quien te de variedad en diferentes posiciones y tal vez te trate de diferente forma no sólo como objeto pero tal vez como acompañante o un consejero y si se trata de placer pues se debe de ser mutuo…