Mi secreto
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Desde que tengo memoria hago mil cosas por día, salgo temprano de casa y vuelvo sólo para la cena. Con mis hermanos (tengo tres, todos hombres) fue igual. Naturalmente esto significó, mientras fuimos chicos, un gran estrés para nuestros padres que tenían que buscarnos y llevarnos a todos lados. Así que cuando motivados por ese sentido de independencia que nace en la adolescencia reclamábamos que nos dejaran viajar solos, aunque con algunas dudas y varias recomendaciones, no pusieron gran resistencia.
Es común a esa edad que los hijos oculten cosas a sus padres y que estos, a su vez hagan la vista gorda sobre tantas otras. La pubertad sin duda es un periodo incómodo para toda la familia. Con mis amigos disfrutábamos mucho -era el placer de lo prohibido, de la tensión del límite- la lectura de relatos eróticos, y algunos de ellos hasta se habían animado a escribirlos en su tiempo libre. Los leíamos después de la escuela en un cyber o cada uno en su casa, los comentábamos en los recreos o pasándonos papelitos en clases que eran cuidadosamente codificados para eludir, en caso de una catástrofe, la curiosidad del profesor.
Mis fantasías, aquellas de las que era consiente, iban más bien por otro lado. Recuerdo haber imaginado más de una vez cómo sería ser secuestrado camino a casa. Tendrías que ser una mujer, por supuesto. Pasaría en su moto toda cubierta, casi no sería perceptible las señas que delataran su género, y me intimaría a seguirla. Después de algunas dudas y algunas amenazas yo terminaría aceptando, medio convencido por la vergüenza de mi virginidad. Finalmente, luego de un tiempo indefinido de viaje (el suficiente como para estar lejos de toda mirada indiscreta, pero no tanto como para asustar a mis padres) empezaría el acto sexual. Primero, un beso ¿cómo se sentiría? seguramente húmedo y también excitante, hay algo ya de la penetración en el encuentro de las lenguas. Luego forzarme a que me desnude y atarme, era después de todo un secuestro. Finalmente llegaría el sexo, sin más sorpresas ni pasos previos. A veces, en la confusión de las horas más secretas de la noche los roles se invertían y se confundían, los órganos húmedos de placer cambiaban de cuerpo, yo ya no era yo, el hombre, en la fantasía. Sólo por un momento, hasta que el orgasmo seco de la inmadurez borraba todas las culpas.
Caí en los hechos mucho después (en ese momento lo viví con la naturalidad propia de un niño): la mayoría de las historias que leíamos y escribíamos eran fantasías homoeróticas. Y aunque ignorante de la semilla de duda que empezaba a germinar, nuestras fantasías de tinta no tardaron en adquirir una sustancia más amenazante. Un día Facundo, que era dos años más grande, nos confesó que había conocido a un chico mayor y que su última historia había estado inspirada en un encuentro real. Mucho años después se arrepintió de esta confesión. No, según dijo, porque fuese mentira sino porque tuvo que haber sido hecha sin sentimiento de culpa, sin búsqueda de redención a través de la mirada ajena y sin todo el patetismo de los jóvenes. Me quedé pensando mucho sobre eso, no porque me pareciera raro -todo era al fin y al cabo muy abstracto- sino porque siempre pensaba mucho sobre todo lo que Facundo tenía para decir. Era algo así como el alma del grupo, sabía siempre ganar la atención de todos, era el más rebelde y el más irreverente frente a las reglas del mundo de los adultos, un mundo que se nos antojaba en la misma medida atractivo y amenazante.
Facundo nos contó muchas nuevas historias después y, aunque nosotros no sabíamos si creerla o no, no podíamos menos que admirarle. Algunas eran historias oscuras que pasaban en lugares sórdidos: un baño público, una estación de tren, una plaza de noche; y otras eran graciosas, cómo había tenido sexo oral frente a su abuela ciega o cómo engañaba a su padre, un taxista borracho y golpeador, para escaparse con su novio.
Quizás sea verdad que lo semejante llama a lo semejante, y por eso lo que me pasó sucedió una noche cuando volvía en colectivo de la casa de Facundo. No era muy tarde, cuando salí todavía era de día, pero en el tramite de atravesar la ciudad se hizo de noche. En el colectivo, siempre lleno a hora pico, luche un rato antes de poder alcanzar un espacio cómodo, cerca de los asientos, no tan apretado y con un lugar de donde sujetarme sin forzar mi no tan alta estatura. Tenía el bolzo del colegio entre los pies, el jogging de educación física y la cabeza perdida quién sabe en que circunstancia imaginaria; por eso, cuando sentí el primer roce lo ignore. Del segundo y el tercero no estuve tan seguro de que hubieran existido. Un par más los tome como producto natural del exceso de gente. Pero los toques se volvían cada vez más firmes, mas evidentes y más difíciles de ignorar. Cuando finalmente pude identificar el tacto de una mano desconocida en mi cola mi mente se puso en blanco.
Me quede paralizado un minuto mientras sentía mil dedos extraños danzar sobre mi cuerpo, en mi cabeza se mezclaban el placer y el miedo, y recuerdo haber gritado para adentro un gran ¡NO! mientras más secretamente esperara que esas manos nunca se despegaran de mí. Miré hacia un costado esperando descubrir a mi acosador, pero sólo ví un montón de rostros anónimos y cansados que miraban al frente, como si estuviesen vacíos de toda vida. El toque se detuvo y llegué a dudar incluso de que alguna vez haya sucedido. Pero en cuanto volví a centrar mi mirada al frente, y un poco hacia abajo como si me avergonzara de mi exceso de imaginación, el tanteo extraño volvió, esta vez más atrevido. La mano ahora no sólo tanteaba, sino que acariciaba. Un sudor frío me recorrió la espalda. Las dos voces en mi cabeza seguían diciendo simultaneamente ¡SI! y ¡NO!. Volví la vista hacia el otro lado, la mano se despegó de mi cuerpo, pero no pude identificar tampoco a mi acosador. ¿Era el hombre de saco y corbata atrás mío? ¿O el estudiante a mi derecha? También podía ser el obrero a la izquierda o cualquiera de los otros rostros confusos que me rodeaban.
La situación se repitió varias veces más: me tocaba, buscaba, se detenía… Cada vez que volvía a empezar era más atrevido y yo dejaba pasar más tiempo, iba ganando en mí el placer a la culpa. Primero fueron los cachetes: los acarició, los masajeo, los pellizcó. Después llegó al centro y empezó a jugar con los dedos, presionando suavemente mi ano a través de jogging, a veces me estimulaba con una caricia vertical. Al rato se cansó y empezó a bajar, acarició el lado interno de mis piernas, ejerciendo pequeñas presiones con las yemas de sus dedos. Sentía como lentamente se iba acercando a mi pene y cierta sensación de urgencia me invadió. Giré con violencia mi cabeza a uno de los lados y todo movimiento se detuvo. Quedé inmóvil. Pasaron algunos segundos, después un minuto. El contacto se reanudo. Mire rápido hacia el otro costado. Lo mismo. Segundos después volví a sentir su mano.
Era una presencia que me rodeaba, que siempre se encontraba a mis espaldas y que jamás iba a descubrir. En cuanto pensé esto desapareció en mi cualquier vestigio de resistencia. Su mano, tímida al principio, fue ganando terreno. Finalmente logró su objetivo. Primero me acarició los huevos, suavemente, con lentitud y cierta inseguridad. Como vió que no respondía, empezó a apretarlos con delicadeza. En ese momento creo que se me escapó un pequeñisimo gemido, casi un grito silencioso de sorpresa. Pero él lo tuvo que haber escuchado e interpretado como un permiso, porque inmediatamente su mano pasó a aferrar el tronco de mi pene cuyo crecimiento se hacía ya evidente a través de mi pantalón. Cerré los ojos mientras me masturbaba en medio del colectivo lleno. Me estaba volviendo loco de placer, casi no podía pensar, y en los pocos momentos de claridad me preguntaba cómo podía ser que nadie nos viera o que nadie dijera nada. Empecé a sentir el ruido de un fuelle, un vapor que me calentaba la oreja y algo duro que presionaba sobre mi cola. Luego algo que quizás fuera una palabra, pero me sentía muy afiebrado y confudido como para reaccionar. Sentí que me tomaban de la mano y me arrastraban contra una corriente de gente. El colectivo paró y unos segundo después ya estaba afuera, respirando agitado, con la cara caliente y una erección dolorosa en mis pantalones.
Falto de equilibrio por el descenso no le fue difícil arrastrarme media cuadra y después hacerme entrar, por un hueco entre los carteles, al descampado. Afuera una calle oscura y silenciosa de barrio. Adentro, escondido entre los carteles, un patio abandonado y una casa en ruinas. Al frene mío una sombra que todavía me tomaba de la mano. Reparé en la mano, el contacto mórbido y húmedo, la piel fría que empezaba a calentarse con el contacto, la presión del agarre, suave pero firme, y cierto temblor mío. "No te voy a hacer nada" dijo una voz sin rostro y sin tiempo. No sé por qué, pero me relajó escuchar la voz de otra persona. Me llevó por los pasillos de la casa hasta que salimos por una puerta a otro patio. Los yuyos eran menos altos y me hizo pasar al frente. Me abrazó por detrás y me dijo: "No te des vuelta. Disfrutá". No me anime a hacer nada. Hacia rato que toda voluntad había escapado mi cuerpo y me guiaba un instinto oscuro cuya única finalidad era el placer.
Sus manos bajaron despacio por mi pecho hasta mi cintura. Se quedaron ahí un segundo y luego se separaron. Sentí calor en la oreja, luego un soplo y humedad. Mordisqueo un poco antes de meter su lengua. Al mismo tiempo una de sus manos volvía a acariciar mi pene y la otra buscaba mis tetillas por debajo de la ropa. Mi cuerpo temblaba de miedo y placer y mi cabeza no sabía dónde concentrarse. Volví a sentir una presión sobre mi cola que luego se convirtió en un golpeteo intermitente. Mi cabeza me daba vueltas. No se en que momento perdí el buzo y la remera, para quedarme en cuero. Pero poco después sentí como me raspaba el elástico del pantalón las nalgas y de vuelta una presión caliente en mi cola.
Sus manos se detuvieron, sus besos empezaron a bajar, primero por el cuello, después hacia el hombro, volvieron a la columna y siguieron bajando hasta convertirse en mordiscos en la cola. Lo que sentía en ese momento sólo puedo compararlo con la sensibilidad vertiginosa de una borrachera. Duró sólo un instante. Mi cabeza se despejó y volvió a llenarse de placer con la primera envestida de su lengua en mi ano. Al principio no entendí que era, pero cuando sentí sus dientes, su aliento y saliva en mi cola quedó todo claro. Siempre me sorprendió que la lengua pudiese dar una sensación tan firme. Tal vez grité, porque metió tres dedos en mi boca, y siguió lamiendo, mordiendo, jugando. De repente sentí que algo entraba en mi ano y apenas un leve ardor, que entraba y salia y se retorcía y buscaba adentro mío. Lentamente al primer dedo le siguió el segundo, y luego un tercero. Me fue abriendo de a poco entre lamidas y embestidas de su boca. Como alguien sediento que come un durazno jugoso en verano.
Se detuvo. Me tomaron dos grande manos de la cintura. Sentí los callos y un cosquilleo extraño en la panza. Anticipaba lo que iba a suceder. De repente un dolor penetrante me atravesó como un rayo. Hice todo lo posible para alejarme de él, pero me sujetaba con fuerza y casi no me podía mover. Junto al dolor llegó el placer y la vaga idea de que me lo merecía, por puta, por haber cedido a un impulso inconfesable y prohibido. Cuando empezó a moverse ya no sentía dolor, sentía cómo su miembro me llenaba, como si ocupase cada espacio de mi cuerpo. Con cada movimiento suyo sentía que se agitaba todo mi cuerpo, como si ya no perteneciera, como si estuviese poseído por una deidad arcaica y salvaje. Cada envestida me llenaba de locura y placer. Sólo existía mi cuerpo, que envolvía el suyo y un inmenso placer descontrolado. En algún momento, entre el sinuoso movimiento de su cuerpo en el mio, me rasguño levemente la espalda, me dio un beso, me mordió el labio. Yo sentía como una carga eléctrica, una energía que se acumulaba en la base de mi estómago y quería salir por la punta de mi pene pero no podía. Cada vez la sensación era más inminente, mas desesperante, mas incontrolable. Empece a moverme con violencia hacia atrás y hacia adelante, acompañando sus movimientos mientras subía y bajaba la espalda y me contorsionaba de todas las maneras imaginables. La sensación se volvía intolerable, algo debía suceder. De repente, oí un gemido, sus movimientos se hicieron más rápidos y violentos, su respiración más rápida. Sentí su verga convulsionarse adentro mío un par de veces y relajarse, y cómo dejaba su carga en mi estómago. En ese momento no pude más y eyaculé. No recuerdo nunca más haber tenido un orgasmo tan largo como ese primero. Durante un buen rato salió un hilo constante de semen de mí mientras él se seguía moviendo dentro mío, cada vez con menos fuerza.
Se quedó un rato adentro, recostado sobre mi espalda, apretándome boca abajo contra el pasto.Podía sentir como su pene disminuía dentro mio. Poco a poco mis sentidos volvieron a mí. Sentí el olor de la tierra y de la savia, la humedad del rocío, cada tanto el ruido de un auto a lo lejos. Después el dolor suave de los rasguños y las mordidas, y un poco de calor en la cola y en la pera, donde su barba me había lastimado. El salió, se subió los pantalones, sacó la billetera y tiró un billete al suelo. "Tomate un taxi" me dijo y se fue. Me quedé un rato ahí sentado, tratando de entender que había pasado. Algo estaba mal. Me había gustado, pero eso no podía ser. Mientras pensaba sentía como un líquido espeso me salía de la cola y me mojaba el pantalón. Metí la mano para tocarlo, lo olí y lo probé. Volví a llevar la mano a la cola y la impregné bien con el líquido, me agarre el pito y me empecé a masturbar. Mientras lo hacía revivía cada momento de la noche y me prometía olvidarla para siempre. Cuando terminé sonó el celular, era mi padre que quería saber donde estaba. Le dije que se había demorado el colectivo. Salí y me tomé un taxi.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!