Mi sobrinito de seis usó mi verga como labial
Mi sobrinito me tentó y yo caí.
Soy un hombre de 26 años y mi sobrino me tentó.
Quiero comenzar diciendo que soy alguien alto, de piel blanca, con cuerpo velludo, y muy delgado. Creo que al ser tan delgado mi pene es mucho más grande que el del promedio.
A pesar de que considero que mi pene es muy antojable, no soy atractivo. Además, debido a que también soy inseguro, tengo cero actividad sexual con hombres y mujeres. Nadie parece querer acercarse a mí.
Lo que si soy es muy caliente y pervertido. Me encanta el sexo y usualmente me masturbo tres veces al día. Me gusta introducir mi trozo en cualquier hoyo que vea, y mi desesperación me ha llevado incluso a penetrar a una perra callejera sin ser zoofílico.
Lo que contaré ocurrió durante la fiesta navideña del año pasado, en donde toda mi familia se reunió en la casa de uno de mis hermanos.
Mi hermano tiene dos hijos, Miguel de doce años y Martín de seis.
Aquél día, mientras todos estaban reunidos afuera en la celebración, me encontré a Martín solo en un sofá con los brazos cruzados y una carita que me da mucha risa y ternura tan solo recordarla.
— ¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara? —me acerqué a preguntarle—.
— Nadie quiere jugar conmigo —dijo en un tono indignado que me causó gracia pero me dió lastima por él.
Su hermano Miguel había estado toda la noche con sus primos de edades similares y Martin llevaba rato siguiéndolos, pero estos le decían que se fuera o simplemente lo ignoraban.
Lo primero que pensé fue en decirle a los otros niños que jugaran con él, pero ellos estaban encerrados en una habitación y ya eran adolescentes. Así que sabía que a esa edad probablemente estarían viendo porno, o haciendo algún tipo de actividad sexual y creí que sería mejor dejarlos en paz.
— Bueno, si quieres yo juego contigo —le propuse—.
— ¡Sí! —respondió emocionado— voy a sacar mis juguetes.
— Entonces tu ve y sácalos y yo iré a avisarle a tu papá que estaremos en tu habitación para que no se preocupe.
— Bueno.
Martín fue corriendo a su habitación y yo fui a explicarle la situación a mi hermano, quien estaba tan ebrio que realmente ni le importó.
Entré a la habitación de Martin y ahí estaba con todos sus juguetes regados por el suelo. Yo la verdad no tenía ganas de jugar. Quería estar afuera bailando y bebiendo cerveza, pero el pequeño me dió lástima, así que supuse que en unos minutos le daría sueño y se acostaría a dormir.
Estuve mirando entre sus juguetes y encontré algo que se me hizo raro. Era un kit de maquillaje para niñas pequeñas.
— ¿Y esto? —le pregunté— ¿Acaso es tuyo?
— Ah, eso es de Jessica. A veces me lo pone en la cara y me deja como un payaso —se rió acordándose de aquello—.
Cabe mencionar que Jessica es la hija pequeña de otro hermano.
— Pero esto es de niñas, ¿A ti te gusta jugar a eso?
— Sí, es divertido. Ella dice que me veo bonita.
— ¿Bonita? Tú eres varon, no puedes ser bonita —respondí en un tono casual, aunque un poco extrañado por la palabra que usó—
— Pero Jessica me dice eso. También me pone su falda y me da mucha risa cuando jugamos a hacer pasarelas y me caigo con los tacones.
Escuchar todo eso se me hizo raro, pero no en el mal sentido. Simplemente me dio curiosidad porque era la primera vez que veía un niño que jugaba a ese tipo de cosas.
— ¿Y quieres que te maquille y juguemos a las pasarelas? —le pregunté como broma, pero él lo tomó en serio y me respondió que sí—.
Y así fue. Abri el kit y me puse a maquillarlo de manera graciosa. Debo admitir que tuve un buen momento con el mocoso y por un segundo dejé de pensar en la fiesta que se traían los adultos con el montón de alcohol que habían comprado.
Después de que lo maquillé se miró al espejo y se rió de si mismo. Me sentí feliz de verlo tan lleno de alegría y ser yo el que se la causó.
— Voy a ponerme la falda, ya vengo. —me dijo emocionado y salió corriendo a otra habitación—.
Yo aún creía que era raro que un niño se emocionara tanto por maquillaje y usar falda, pero pensé que era normal considerando que su prima era la única que jugaba con él.
Ahí fue cuando empezó lo interesante. El pequeño niño regresó, caminando torpemente debido a que también se había puesto unos tacones negros que supuse, eran de su mamá. Tenía una gran falda blanca y se había quitado la camisa, revelando su suave torso blanquito y con unos pezones rosaditos.
El niño se reía a carcajadas por lo torpe que estaba al intentar caminar. Yo me acerqué, lo tomé de la mano y lo ayude a entrar a la habitación, para que se pusiera frente al espejo.
Verlo de esa manera me pareció muy tierno. Yo no soy del tipo que le gusta convivir con niños, pero aquel momento tan bonito que pasé con Martín, me hizo apreciarlo más y me hizo desear más de su cariño.
— Tío, ¿Si ves que me veo bonita? —dijo mientras posaba sus prendas con orgullo—
— Jajaja, sí. —respondí entre risas y me arrodillé para que quedaramos de estaturas parecidas.
Me puse detrás de él, quien se seguía viendo al espejo y lo abracé desde atras. Hasta este punto no tenía ninguna intención sexual. Jamás se me había pasado por la cabeza ese tipo de cosas; incluso me indignaban.
Más bien, en ese momento me sentía unido a él, de una manera de padre e hijo.
Yo puse mi cabeza sobre su hombro y comencé a darle besitos en el cachete. Todo desde un amor paterno.
La cosa cambió cuando pasé mis manos por su torso y comencé a acariciarlo. Sentía esa piel suave y ese aroma a perfume de bebé que emanaba su cuello. El niño dejó de reirse en un punto, y comenzó a respirar más profundamente.
Mis besos, los cuales comenzaron de manera amorosa y tierna, se empezaron a transformar en algo más salvaje; algo más raro; que uno podría decir que no son el tipo de besos que se le dan a los niños.
Paré un momento y miré al espejo. Noté lo que no había notado antes. La belleza de aquél infante. Sus ojos marrones; su cabello en forma de hongo; su piel suave; la pequeña panza que le sobresalía y que se sentía tibia al tacto; y lo más lindo para mí, sus labios. Sus pequeños labios rosados que parecían dos suaves almohadas, humedas por una saliva pura y limpia.
Ahí fue cuando mi perversión evolucionó.
Lo más sucio que había hecho hasta la fecha habia sido follarme un animal callejero. Y ahora, en mi mente, estaba el deseo de cometer el máximo acto de perversión sexual que existe: usar a un pequeño para mi placer.
Pensé en todo lo malo que podía pasar. Mi vida se arruinaría por completo si alguien se enteraba. Esta era LA situación de mi vida. Aquí ocurría el antes y el despues.
Por un momento quise retroceder. Sabía que esto lo haría porque era solitario y ninguna persona quería tener sexo conmigo. Pero entonces, no tenía nada que perder.
Soy un fracasado sin pareja ni logros, pensé. Merecía disfrutar de mi vida y hacer lo que quisiera. Entonces lo hice.
Comencé a besar el cuello de Martín, esta vez de la manera en la que lo haría con una mujer. Lo lamía y besaba como si quisiera devorarlo. Pellizquaba sus pezones con una mano, mientras con la otra acariciaba su pequeña panza. Disfrutaba de su suavidad, del rico sabor saladito de su cuello con sudor infantil.
— ¿Que haces tío? —me preguntó Martín confundido, pero sonriendo.
— Estamos jugando un nuevo juego —le respondí mientras pasaba mi boca de su cuello a su oreja.
El tacto de mi lengua con su oreja le dió risa y empezó a soltar carcajadas que sonaban por toda la habitación. Eso me hizo recordar que la puerta estaba aún abierta y me paré rápidamente a cerrarla con seguro, en caso de que alguien viniera.
Ahora, obviamente sería raro que me encontraran encerrado con Martín y con la puerta asegurada. Entonces tenía que apurarme a hacer lo que iba a hacer y en el mejor de los casos nadie vendría y notaría la puerta con seguro. Si eso pasaba, al menos pensaría en una excusa y no me encontrarían lamiendo al pequeño.
— Juguemos a maquillarnos con partes del cuerpo ¿Si? —le propuse a Martín—
— ¿Y cómo es eso? —preguntó curioso y con una gran sonrisa—
— Yo me pongo maquillaje en partes de mi cuerpo y tu las usas para maquillarte.
— Ah ya, pero no entiendo como se hace eso.
— Primero yo te lo hago para que entiendas y después tu me lo haces a mí, ¿Okay?
— Bueno.
Y así fue. Empecé rapidamente y me quité la camisa. Martín se quedó sorprendido por ver mi torso velludo, ya que, a pesar de que el de mi hermano es parecido, yo realmente soy mucho más velludo que la gente común.
— Uy tío, pareces un hombre lobo. —mencionó Martín quien entre risas se acercó a ver mejor mi torso.
Me pareció irónico, ya que en ese momento estaba convirtiéndome en una bestia sexual y estaba a punto de cazar a mi presa.
Con atrevimiento, agarré la mano de Martín y la puse a acariciar todo mi torso. Quería que sintiera lo que era un hombre de verdad. Él se quedó casi que hipnotizado viendo mi torso mientras yo hacía que lo tocara todo y si tenía suerte, quizás eso despertaría el instinto sexual del pequeño putito.
Mi verga estaba erecta y húmeda, debido a todo lo que estaba ocurriendo. Pero más que las acciones, era la sensación de que lo que estaba haciendo era prohibido.
Me puse maquillaje en los pezones y comenzamos el juego. Obviamente lo usé como excusa para poner mis pectorales en la cara de Martín. Me arrodillé y le puse mi pezón en el ojo derecho. Lo restregaba con suavidad para no lastimarlo. El roce se sentía interesante. Sus largas pestañas me producían cosquillas en el pezón.
Su respiración era lenta y profunda, al igual que su aliento en mi pecho, el cual se sentía caliente. Llegado a un punto hasta tomó iniciativa y pegaba sus labios contra mi pecho, como intentando besarlo. Ahí fue cuando pensé en que oficialmente ya lo había convertido en putito.
Me fascinaba pensar en que al fín le habia parecido atractivo a alguien y mejor aún, a mi sobrinito, a quien ayudé a darse cuenta de que ser la putita de hombres sería su deber.
No perdí mas el tiempo y fui directo al punto. Me volví a colocar la camisa para estar vestido en lo posible, en caso tal de que alguien tocara la puerta y así poder salir rápido.
Luego lo hice. Cometí el primer crimen. Me saqué la verga en frente de mi sobrinito por la cremallera del pantalón. El quedó sorprendido. No hizo ninguna expresión pero sus ojos se abrieron enormemente.
Me pelé la verga con la mano y el glande humedo quedó al descubierto. Ahí estaba, mi gran verga cabezona y palpitante a tan solo unos centímetros de la cara de aquel hermoso pequeñín confundido.
— Vamos a ponerte labial —dije sonriente y haciendo ver que todo era parte del juego.
Agarré el pequeño labial del kit y apliqué un poco en la cabeza rosada de mi pene, que ahora estaba medio roja debido al maquillaje.
— N- no sé tío —respondió Martín un poco asustado— mi mamá me dijo que los adultos no pueden mostrarle sus pajaritos a los niños.
Cuando Martín dijo eso, mi corazón casi se sale de mi pecho. Pensé que sería el fín. A él ya le habían advertido de este tipo de situaciones y era muy probable que le contaría a su mamá y luego toda mi familia me lincharía. Muchas cosas malas pasaron por mi mente en ese momento y estuve a punto de arrepentirme y pedirle perdón.
Pero en su lugar, mantuve la calma y le comenté que solo era un juego y que como eramos familia, no tenía nada de malo.
Él siguió dudoso un momento, pero finalmente lo convencí de que solo estábamos jugando y bromeé con que se apurara porque si no mi «pajarito» quedaría todo maquillado. Martín se rió del comentario y finalmente cometí el otro crimen. El que sí era grave.
Con mi mano derecha, acerqué la cabeza de mi verga a la boca de Martín y comencé a frotarla con suavidad en sus labios. Sentía mi corazón acelerado y mi pene a punto de estallar por la rica fricción que sentía al frotarlo con esos labios humedos.
Al mismo tiempo pensaba en lo «malvado» que me había convertido. Para la sociedad estaba haciendo lo que haría un monstruo o un criminal sin perdón. Pero si era así, ¿Por qué el pequeño niño se veía tan calmado y extasiado? ¿Por qué sus ojitos marrones miraban con deseo mi verga rozando sus labios?
— untalo en tus labios como si fuera un labial —le ordené.
El niño puso sus pequeñas manos que solo cubrían una parte de mi pene y con sus labios rozaba el glande juguetonamente mientras movia su cabeza de lado a lado y se reía, porque eso era lo que la situación significaba para él, algo gracioso.
Así duró un rato y de verdad quería meterlo en su boca y enterrarlo hasta la garganta, pero no pasó.
Una cosa es contar y otra experimentar. De verdad el placer de toda la situación fue tan grande que en menos de un minuto ya estaba a punto de venirme. Pero no quería exponerme a todos los peligros de echarle mi semen en la cara al pequeño. No podía dejar pruebas que me culparan de algo.
Rápidamente me guardé el pene en el pantalón y me masturbé frenéticamente hasta que me vine a litros. Los chorros de semen caliente mojaban mi ropa interior y luego caían por mi pierna. Afortunadamente esto no se notaba por fuera y mi pantalón se veía seco.
Martín no vio el semen. Solo observó mi cara de placer y mis gemidos ahogados en un intento por no llamar la atención de los demás.
Luego de eso, volví a la realidad. Me arrepentí instantáneamente de todo lo que había hecho. Me sentía como un enfermo y rápidamente abri la puerta para que todo volviera a la normalidad.
Le dije que no le contara a nadie lo que habíamos jugado porque era un juego secreto y si le decía a alguien me pondría a llorar. Él acordó que guardaría silencio.
Finalmente lo acosté en la cama y se quedó dormido. Intenté reintegrarme a la fiesta pero toda la noche estuve con miedo de que alguien se enterara y me arruinara la vida.
No podía creer que había tenido una experiencia sexual con un niño y no con cualquiera, si no con mi sobrinito, que había salido de la verga de mi hermano.
Me sentí culpable y por un par de días creí ser la peor escoria del universo. Sin embargo, el sentimiento desapareció mas pronto que tarde y luego, días despues, tenía ganas de volver a repetirlo.
Afortunadamente nada malo pasó hasta hoy y esa noche solo fue el inicio de la vida sexual activa que siempre quise, solo que, a diferencia de estar con hombres y mujeres, como siempre imaginé, se volvió activa con niñitos y animales.
Rica la primera experiencia. Aunque si fue el inicio, ¿significa que hay más?