Mi Tío el Ranchero
Soy un niño de 7 años que comienza a descubrir sus gustos por el sexo, sobre todo con mi familia.
MI TIO EL RANCHERO (1)
Sucedió hace muchos años, cuando yo tenía 7 años y fui con mi papá al rancho. En el rancho, en la casa grande, vivía sólo mi tío, los empleados trabajaban por jornales, así que siempre estaba solo, una vez dada la hora de salida. Llegamos el viernes por noche y al día siguiente salimos a caballo a uno de los clásicos recorridos que acostumbraba mi padre para verificar que el ganado y las cercas estuvieran bien.
Creo que antes de continuar debo describir a mi tío. Yo era un niño de 7 años de lo más normal, a excepción de que siempre estuve consciente de mi preferencia por los hombres. En cambio, mi tío no tenía nada de normal. Era un hombre de campo, acostumbrado al sol y al trabajo duro, pero con una estructura física de hombre citadino de gimnasio. Muy velludo de pechos y brazos, que era lo único que había podido ver. Tenía en ese entonces como 43 años y vivía solo porque su esposa e hijos permanecieron en la ciudad por motivos familiares. Él necesitaba dinero y aceptó la oferta de mi padre de administrarle los ranchos. Tenía la cara dura, desencajada, no se podía decir que era una mala persona, pero tampoco buena. Lo que yo tenía bien sabido de él es que nunca usaba ropa interior y que siempre dormía en cueros. A cada rato lo mencionaba él mismo, nunca supe por qué.
Yo llevaba la emoción de verlo, la primera noche a la hora de acostarnos, porque dormiríamos todos en la recámara grande de la casa, pero como todo niño, el sueño me venció. Ni modo, al día siguiente me dediqué a buscar la oportunidad.
Salimos después de terminada la ordeña y como a las dos horas de recorrido y de aburridas pláticas de adultos, el tío anunció que iba a orinar, pero se tuvo que bajar del caballo para poderlo hacer. Yo detuve mi caballo detrás de él con la certeza de que iba a poder ver algo, pero a la hora de bajar el cierre, el tío se me quedó viendo, sonrió con malicia y me dice: «¡¿Qué tanto ve mijo?!… ¡ándele, adelántese y alcance a su papá!». Pero desde lejos se oyó el grito de mi papá diciendo que no había prisa, que él iba a hacer lo mismo. Así que permanecí montado, pero me moví un poco para no incomodar al tío. Minutos después, mi papá ya había vuelto a montar y esperábamos al otro. Mi papá le preguntó que qué lo detenía y nomás dijo: «¡Este pinche cierre! (cremallera en otros países)… que se me descompuso… bueno, no importa, así más fresco ando». Volvió a montar y a partir de entonces me obsesioné con esa zona del cierre que estaba abierta y sin nada debajo que obstruyera la vista. Llevaba una camisa de trabajo, que, aunque la vestía por fuera, no era lo suficientemente larga como para obstruir la vista.
Mi tío bajaba del caballo y volvía a montar, según se fueron dando las cosas que íbamos encontrando y yo no perdía oportunidad de mantener la mirada fija ahí, precisamente ahí, pero hasta ese momento, no había tenido éxito, sólo alcanzaba a ver oscuro y nada más. Hasta que en una de ésas que mi papá adelantó su caballo para ver algo, mi tío puso su caballo junto al mío, a paso lento, y me preguntó:
– ¿Pos qué tanto mira mijo?
– ¿Qué?… ¿qué tanto miro de qué, tío?
– ¡Pos de que va a ser!… si no me quitas los ojos de aquí, ¡no se haga!… (Señalando a su entrepierna).
Me puse rojo como jitomate, se me subió el calor de la vergüenza y nomás se me ocurrió contestar.
– Perdón tío, fue sin querer.
– No mijo, no pida perdón. Uno siempre quiere ver lo que le da curiosidad.
Ya eso fue demasiado para mí y me quedé callado. El corazón me latía como corazón de toro, y no era más que un becerrito. Perdí la mirada en el horizonte y me empecé a cuidar de NO volver a verlo AHÍ.
Ya estaba el sol de las 2 de la tarde martirizándonos, cuando mi papá anunció que ya era hora de regresar. Mi tío protestó, diciendo que hacía mucho calor, que por qué no mejor íbamos al arrollo a refrescarnos un poco. Mi papá dijo que eso a él no le gustaba, que fuéramos nosotros si queríamos, que él nos esperaba en la casa. El tío puso una frondosa sonrisa en su cara y volteó a verme para preguntarme: «¿Usted que dice mijo?… ¿no se le antoja ir a nadar un rato al arrollo?». Aquello era extraño porque estando en campo abierto, no había suficiente aire para mí, no podía respirar. Lo volteé a ver a los ojos y entonces me guiñó con malicia, sonriendo todavía. Sonreí en respuesta y sólo asentí con la cabeza. Nos despedimos de mi papá y tomamos rumbo al arrollo, que quedaba dentro del mismo rancho. Íbamos caminando a la par, a paso lento de nuevo, y empezó él la charla.
– ¡Ah que mi sobrino tan curioso hombre!… que no me quitaba la mirada de aquí.
– Perdón tío, ya le dije que fue sin querer, no me había dado cuenta.
– Que ya le dije que no ande pidiendo perdón por eso, caramba, es de lo más normal. Además, te voy a confesar un secreto.
– ¿Qué secreto?
– Pos que no es cierto que se me descompuso el cierre, fue puro cuento, nomás para que me entrara airecito.
– ¿En serio?
– En serio mijo. Lo que pasa es que tu papá es muy estricto con eso de la ropa y la encueradera, y si le digo que nomás me lo bajé de puro gusto, me hubiera regañado.
– Pos eso es cierto, así es mi papá.
– Además, también quería ver qué hacía Usted mijo, que estaba tan atento cuando me bajé a orinar, y pos ya vi que le dio mucha curiosidad (esta vez ya me reí, como liberando tensión) … y, ¡¿qué crees que diga tu papá cuando se entere que nos metimos a nadar sin nada de ropa?!… ¡pos de plano le va a dar un infarto!
Soltó la carcajada sin voltear a verme. ¿Infarto a mi papá?… la verdad es que el que estaba cerca de sufrir uno era yo cuando oí eso de nadar desnudos. Yo iba nervioso y excitado, un estado por el que nunca había pasado. La boca seca y escozor en la garganta. Mi tío hasta iba silbando.
Llegamos al arrollo. Yo lo recordaba más grande, de cuando íbamos a nadar con los primos. Dejamos que los caballos bebieran hasta la saciedad, los amarramos abajo de un árbol y después me quedé inmóvil, en tensa espera del siguiente movimiento de él.
Después de que terminó de amarrar su caballo, volteó hacia mí sonriendo, se me quedó viendo y dice: «Mira», se levantó la camisa y proyectó la cadera hacia adelante: «Aunque te hubieras estando todo el día espiándome, nomás no hubieras visto nada. Pero ahorita vas a ver todito completo. Ándale, empieza a quitarte la ropa que el agua debe estar deliciosa». Sin más se dio la media vuelta y caminó hacia una roca que estaba justo en la orilla. Se sentó y comenzó a quitarse las botas. Una vez descalzo, volteó a verme, se río y dijo: «¡¿TE VAS A QUEDAR AHÍ PARADO TODO EL DÍA?!».
Yo estaba a dos milímetros del colapso, pero respiré tan profundo como pude, me senté en el pasto y empecé a hacer lo mismo que él, evitando voltear a verlo. Por fin me puse de pie, sólo en calzones y oí su voz: «¡Órale mijo!… voltee para acá pa’ que pueda ver lo que le daba tanta curiosidad».
Lentamente salí de detrás de mi caballo y mis ojos estaba urgidos de verlo por fin. Estaba parado cerca de la piedra, con las piernas separadas y los brazos en jarras, manos apoyadas a la cadera, con una sonrisa de oreja a oreja, con un gran dejo de cinismo, lo que lo hacía más atractivo a mis ojos. «¡Venga pa’cá!… no sea ranchero…». Caminé hacia él, pero sin sentir el piso, sin sentir mi cuerpo. Alguna sonrisa logró salir a mi cara y ya que estaba frente a él, soltó una carcajada: «Mira nada más cómo andas, ya levantando calzón». Hasta entonces caí en la cuenta de que tenía una súper erección y que era más que obvia. Me sonrojé todavía más pero no atiné a decir nada. Y me dice: «Óyeme no, así la cosa no está pareja: ¡los dos encuerados!… quítese su calzón mijo y véngase a meter conmigo». Se dio la vuelta y caminó hacia el agua para terminar sumergiéndose completamente. Aproveché que no me veía para quitarme rápido el calzón y aventarme al agua. Me sentí como un hierro candente que cae al agua.
Quise nadar vigorosamente de orilla a orilla para ahuyentar la calentura, pero lo único que logré fue sofocarme más. Después de un rato, mi tío caminó con el agua hasta la cintura hasta un tronco que estaba tirado sobre el arroyo, atravesándolo. Llegó, se dio la media vuelta y se sentó sobre él, con las piernas muy abiertas, quedando completamente expuesto para mí su paquete. Por alguna razón yo ya había perdido el miedo y me había ganado la calentura, así que caminé hacia él y lo miré directo a los ojos. Él estaba sonriendo con malicia y cuidando de no tapar su entrepierna con las manos. Las tenía apoyadas sobre el tronco.
– Venga pa’cá mijo, vamos a platicar.
– ¿Platicar?… ¿cómo de qué tío? (pregunté ya sin tantos nervios)
– Pos a ver, cuénteme, ¿cómo está eso de que me andaba espiando el paquete para ver qué se me salía? (me reí)
– No sé tío, me daba mucha curiosidad.
– Bueno, y ahora que los estás viendo todo al aire libre, ¿qué te parece?
– Pos la verdad… que está muy grandote todo, muy grandote y muy peludo… jejeje…
– Pos tú no te quedas muy atrás cabróncito, se ve que tú también vas a ponerte bien grandote, bien dado como tu papá y como yo.
– Ojalá que sí.
– A ver, salte tantito del agua para ver cómo la traes…
– Ay tío… ¿cómo crees que la voy a traer?… ¡pos igual!
– ¡A ver enséñeme, hombre!
Caminé un poco hacia a la orilla para que el nivel del agua bajara de mi cintura y luego volteé a verlo.
– ¿Ves?: sigue parada…
– Sí ya vi, mijo.
– Véngase pa’cá pues, que allá me queda muy retirado.
Caminé hasta que el agua me volvió a dar arriba del ombligo y quedé frente a él, frente a sus piernas muy abiertas y con los huevos rozando con el tronco. Esta vez ya no tuve empacho de quedarme viéndolo. Me pregunta:
– No te cansas de verme ahí, ¿verdad?
– No, la verdad no, es que está muy grande todo, tu verga, los huevos. Se me hace que hasta está más grande que hace ratito.
– Pos a lo mejor me estoy contagiando de la tuya (volvió sonreír con malicia)
– Oye tío, ¿me dejas vértela parada?…
– ¿Parada?… cómo chingados no. Nomás deja sobármela tantito pa’ que crezca y horita vas a ver… ora… que, si me ayudas, se me para más pronto (cosa que dijo empezando a sobársela)
– ¿Que te ayude?… ¿cómo?
– Pos acariciándomela tú. Mira, ya empezó a crecer.
– Pero… ¿y mi papá?… ¿y si se enoja?
– Ah que mi sobrino tan despistado: ¡pos no se lo contamos y ya!
– ¿Seguro?
– Seguro mijo, ni modo que vaya yo a andar de chismoso con tu papá. Ándale, agárrala tantito y vas a ver como se pone bien dura enseguida.
Me acerqué decidido, con la garganta seca otra vez y sin poderle quitar los ojos de encima, como hipnotizado. Al verme ya decidido, retiró su mano y abrió más las piernas. «Ándale mijo, sin miedo que no muerde». Sin darme cuenta, apoyé mi mano izquierda sobre su muslo velludo y con la otra me decidí a atrapar aquel pedazo de carne inmenso y grueso. Mi tío no perdía detalle de los movimientos de mis manos. Cuando por fin la atrapé, lo primero que sentí fue el contraste de mi mano fría con su pene muy caliente. «Qué caliente está tío». Pero no me contestó nada. Se la levanté para poderla atrapar mejor con toda la mano y al hacerlo creció rapidísimo. Alcancé a notar cómo emergía la punta de mi mano cerrada. En verdad estaba creciendo muchísimo. «¿Ya ve mijo cómo está creciendo?». Ahora fui yo quien no contestó nada. Yo estaba embelesado con ese animalote. Siguió creciendo, el pene de mi tío medía 22 centímetros, hasta que empecé a sentir su pulso en las venas del tronco de su verga.
– ¿Te puedo jalar el pellejito para abajo?
– Usted puede hacer lo que quiera con mi verga mijo, hasta puede darle un beso si quiere.
No le contesté porque pensé que era broma, no tenía ni idea de lo que una boca podía hacer con un pene. Después la atrapé con las dos manos y empecé a jugar con ella, así que empecé a bajar y subir lentamente su prepucio. Y me dice:
«Ándele mijo, así mero, que se siente muy rico… y va en serio lo del besito». Entonces, volví en mí, lo solté y me retiré un poco:
– ¿Cómo que un beso tío?… ¿cómo crees que te voy a dar un beso ahí?
– Ah que tú tan negado… ¡claro que se puede! A ver, ora siéntate tú aquí pa’ enseñarte como se besa una verga.
– ¿Porqué?… ¿qué vas a hacer?
– Usted siéntese aquí, obedezca mijo.
Saltó al agua, y como si yo pesara dos kilos, me atrapó por la cintura y me subió al tronco de un solo movimiento. Me acomodé como pude donde él estaba, me separó las piernas y con las manos apoyadas en mis muslos me dice: «Mire, fíjese bien cómo se hace pa’ que luego me lo haga usted a mí, ¿estamos?». Yo no entendía ni idea de lo que iba a hacer, pero asentí con la cabeza como única respuesta. Luego, con la mano derecha atrapó mi penecito de la base, la dirigió hacia su cara y se agachó. Yo sólo me preguntaba qué iba a hacer, no lo supe hasta que sentí su boca caliente rodeando mi pene. La sensación fue tan intensa, que no pude evitar contraer las piernas para evitarlo. Volteó a verme sonriendo y me dice: «Aguántese tantito mijo, y va a ver cómo le va a gustar». Como pude me relajé y volví a abrir las piernas y arremetió de nuevo con su boca, pero esta vez no salté, por el contrario, conforme lo fue haciendo, me fui derritiendo como un helado al sol. Nunca hubiera esperado que un hombre tan rudo pudiera hacer algo tan delicado y delicioso. No tardaron en salir de mi garganta gemidos involuntarios.
Luego, me empujó en el pecho para que me acostara sobre el tronco, me atrapó por la cadera y ahora empezó a succionar mi verga completamente, subiendo y bajando su cabeza, presionando su nariz contra mi pubis. Aquello era para mi edad, la sensación más deliciosa que había vivido. Y así estuvo un buen rato hasta que sentí que me iba a orinar, iba a tener un orgasmo seco, ya que yo todavía no eyaculaba, me asusté y lo retiré empujando su cabeza. Sin soltarme de la cadera y sin levantarse, me dice: «¿Ya se va a venir mijo?… ándele, véngase en mi boca, va a ver que le va a gustar». Quise aclarar lo de la sensación de orina, pero no tuve tiempo, volvió a comerse toda mi verga. De nuevo empezó a succionar lentamente, pero poco a poco fue acelerando hasta que empecé a pujar, a gemir. Todo mi cuerpo se contrajo y finalmente exploté adentro de su boca toda mi orina.
Se retiró lentamente y me dice, limpiándose los labios con agua: «¿Ya aprendió como se le da un beso a una verga, mijo?… apréndaselo bien pa’ que luego me lo haga usted a mí, ¿sale?». No le contesté. ¿Cómo habría de contestarle si no podía ni articular palabra? ……….
CONTINUARÁ……
POR: HOTMAN
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Aclarando, éstos relatos que empezarán a leer NO es de mi autoridad, es pertenencia de otro usuario que no conozco y no sé quién sea el autor original, y mientras el dueño no me reclame yo seguiré escribiendo.
Que rico casi me vengo
como sigue
si mano esta bien delicioso son cccosas que pasas en la vida done sea esos lugvares en la cciudad uhh sin fin , siga amigo.
Si tuviera un tío así, le mamo los pezones, se la chupo con gusto, le como goloso el ojete peludo… enloquezco y lo hago enloquecer! Espero en el progreso del relato…
uno de mis favs
releyendo, coincido con AlMalik