Mi Tío el Ranchero ( 2 )
Soy un niño de 7 años que comienzo a descubrir mis gustos por el sexo, sobre todo con mi familia .
Mi Tío el Ranchero ( 2 )
Después de que me dijo que, si me lo había aprendido bien eso de darle un beso a una verga, para hacérselo luego a él, quise protestar, pero la verdad es que no podía ni pensar, ya no digamos protestar. Me quedé tendido a lo largo del tronco con los ojos cerrados, tratando de recuperar la respiración, así como la cordura: ¿qué acababa de suceder ahí? Pero no tuve mucho tiempo. El tío empezó a aventarme agua, jugando: «¡Arriba huevón!… que no es hora de dormir».
Me enderecé y me quedé sentado justo como estaba él antes, pensando. Todo el espacio cerebral que antes había tenido ocupado por el calor del deseo, ahora estaba ocupado por miles de preguntas y sentimiento encontrados, que no sé de dónde salieron. Como que mi tío lo adivinó, y me dice:
– ¡No se sienta mal, mijo!… que no hicimos nada malo.
– Pero, ¿y mi papá…?
– ¡Ya le dije que no se lo vamos a contar!… ¡no tenga miedo mijo!
– ¿Seguro tío?
– ¡Segurísimo, hombre!… ¿cómo crees que le voy a andar contando algo así?… además, ¿no sintió usted muy rico?
– Pos sí, eso sí.
– Ah, entonces no puede ser malo.
Lo siguiente que ocupó mi mente, fue que descubrí que debajo del agua seguía parada la verga de mi tío y obedeciendo a las exigencias hormonales de la edad, volvió a despertar mi curiosidad y deseos de hacer algo más, pero mi tío tomó la decisión por mí. Se dio cuenta de que estaba viéndolo otra vez al paquete y me dice: «Tampoco se asuste por eso mijo, que no le voy a pedir ahorita que me regrese el beso… yo sé de eso, y horita usted no debe tener ganas de nada. Ándele, enjuáguese ahí, que ya nos vamos». Mi tío era muy cachondo, pero no muy sabio, porque erró por completo, ya que ¡yo sí tenía ganas de hacer algo más!
Me aventé de nuevo al agua y él empezó a caminar hacia afuera. Hasta entonces pude verle las nalgas. Muy blancas, contrastando con el bronce del resto de su cuerpo, y velludas. De lo duras, ni qué decir. Yo quisiera tenerlas así cuando llegue a los 43. Se sentó en la misma roca, con las piernas abiertas, las manos apoyadas en las rodillas y viendo su propio pene que todavía conservaba una buena erección, y dice: «¡Mire nomás como me dejó, mijo!». Volteó a verme qué le contestaba y soltó la carcajada porque ya me vio fuera del agua, con mi verga apuntando al cielo. Le dio mucha risa que siguiera erecto después de la mamadota que me acababa de dar. Y dice: «Ah lo que es tener esa edad, caray…». Yo estaba parado frente a él sin saber qué hacer, sin saber dónde poner las manos, o si vestirme o qué, y me dice:
– Véngase mijo, vamos a sentarnos un ratito aquí a secarnos con el airecito.
– ¿Aquí contigo en la piedra?
– ¡¿Pos dónde más chamaco?!… no lo voy a morder… lo podré besar ahí abajo, pero morder no, eso no… (Su sonrisa cínica y maliciosa había vuelto).
– Oiga tío…
– Dígame mijo.
– ¿En verdad va a querer que le dé un beso igual a su verga?
– ¡Pos claro!… aquí las cosas son parejas. Yo ya se la chupé a usted, ora me toca a mí.
– Pero… es que yo no sé…
– Se aprende fácil, usted no se preocupe por eso. Yo le voy diciendo cómo.
Se dejó venir una ráfaga de aire fresco y nos quedamos callados un momento, disfrutándola. En verdad nos estábamos secando rápido. Todo mi cuerpo estaba listo de nuevo para otro súper orgasmo, pero no hallaba cómo tomar la iniciativa. Así que le pregunté:
– Pero y… ¿cómo sería tío?… ¿en dónde?… ¿cuándo?… ¿y mi papá?
– Ah pero que chamaquito tan preocupón, hombre… usted no se preocupe por eso, que yo me encargo. Usted disfrute del airecito.
Entendí que ahí ya no iba a pasar nada. Me resigné. Después de unos minutos mi verga seguía dura como piedra, y la de mi tío, flácida escurrida sobre los huevos. Mi tío no era hombre de charla. Callado se quedó, callado me quedé.
Hasta al rato que me pone la mano en la espalda y me dice: «A ver mijo, hágase pa’llá, que ya me voy a vestir». Entendí y fui a recoger mi ropa atrás de los caballos. En poco tiempo me vestí justo como venía, pero mi tío no, él se puso sólo el pantalón. El resto lo colgó a la silla del caballo. Se montó y me dijo: «vámonos mijo que su padre ya debe estar vuelto loco».
Algo había cambiado en mí. Un cambio muy grande. No logré adivinar entonces qué me estaba pasando, pero durante ese trayecto a caballo de regreso a la casa, terminó de darse el cambio. Me sentí más fuerte, más dueño de mí mismo, más desinhibido, y tanto, que hasta me quité la camisa para ir igual que mi tío. Él vio lo que hice, me guiñó un ojo y dijo: «Así me gusta, que sea hombrecito y enseñe lo que Dios le dio».
Desde lejos vimos a mi papá acostado en el portal de la casa, sobre una hamaca. Al verlo, descubrí que ya no le tenía miedo, que en realidad no era el monstruo que yo imaginaba. Los monstruos eran mis miedos a mis deseos «perversos», pero ya no más.
El tío y yo nos sentamos a comer, así como íbamos, yo hasta me quité los zapatos y al terminar alcanzamos a mi papá en la terraza para reposar la comida. Mi papá levantó la cabeza, me vio y sonrió. Luego volteó a ver a mi tío y le preguntó:
– Supongo que no se tomaron la molestia de bañarse en calzones, ¿me equivoco?
– Para nada hermanito, nos bañamos como Dios nos trajo al mundo, ¿verdad mijo? (no contesté nada, sólo sonreí).
– Está bueno pues. Me gusta saber a qué atenerse.
– Te hubieras quedado manito, estaba bien rica el agua.
– Mañana los acompaño.
El resto de la tarde lo pasé en estado de excitación. Cuando empezó a oscurecer y aparecieron los mosquitos, dimos por terminado el día y nos metimos a la casa. Mi tío dijo que iba a preparar más café y mi papá anunció que se iba a bañar. Yo no sé qué se había apoderado de mi mente, que, sin pensarlo dos veces, hice algo que nunca:
– ¿Me puedo bañar contigo papá?
– ¿Cómo? (con cara de total desconcierto)
– Que si me puedo bañar contigo…
No supo qué contestarme. Nunca había sido yo tan temerario. Como que quiso hacerme más preguntas, pero finalmente aseveró: «No. Pero voy a dejar abierta la puerta por si se te ofrece algo». Mi tío me lanzó en secreto otro guiño malicioso y al rato, me dice en voz baja: «Tenga mijo. Llévele el café a su papá… ¿no le dijo que iba a dejar la puerta abierta? … «. Se me llenó el pecho de esa sensación extraña y avasallante que había tenido al mediodía cuando supe que mi tío se iba a desnudar: ¡iba a ver desnudo a mi papá! Caso insólito. Ni siquiera en la más perversa de mis fantasías se me había ocurrido tal osadía.
Yo seguía sólo con el pantalón y los calzones debajo de éste. Descalzo caminé hasta la puerta entreabierta del baño. No me di tiempo de pensar en una estrategia, simplemente di dos golpecitos y enseguida empujé hasta que se abrió completa. Entré. Mi papá se dio la media vuelta sin poder dar crédito a mi baladronada de irrumpir así en su privacidad. Y casi sin voz, me pregunta:
– ¿Qué pasó, hijo?
– Te traje tu café papá. ¿Te lo pongo en el lavabo?
– Pero… ¿por qué…?… este, sí, ahí en el lavabo… yo…
En lo que mi papá recuperaba la cordura, yo aproveché para echar un vistazo rápido. Mi papá y mi tío, en lo único que se parecían, era en el apellido, porque mi papá es más bien güero, de facciones sutiles. Mi tío es mal encarado, mi papá es un canoso guapo. Los vellos de su pecho también eran claros y entrecanos, y del pecho se desprendía un caminito que bajaba hasta la gloriosa zona de su pubis. De su verga, no distinguí nada, mucha espuma de jabón. Sólo las dos bolas debajo de la espuma.
Como dije hace rato, algo en mí había cambiado, y tanto, que me animé a decirle a mi santo padre, mientras depositaba la taza de café en el lavabo:
– ¿Te tallo la espalda papá?
– ¿La espalda?… ¿por qué?… digo, este… no es necesario hijo…
– Ay papá, ¿a poco alcanzas a tallártela? A ver, pásame el jabón.
Mi papá estaba hecho una estatua, estaba estupefacto. Siempre nos habíamos llevado muy bien, pero ¿de eso a compartir la intimidad de la desnudez?… ¡nunca! Lo tomé por el brazo y lo hice que se diera vuelta, pero ya estaba callado. Mis cachetes y mis orejas estaban hirviendo, y para cuando estaba enjabonando su espalda, mi pantalón ya no podía ocultar algo definitivamente obvio. Me asusté un poco, por lo que pudiera pensar él, pero ni por un millón de pesos hubiera salido corriendo de ahí. Decididamente no me importó que me viera.
– Oye papá: ¿se supone que yo voy a ponerme igual de alto y peludo que tú?
– ¿Se supone?… pues sí… se supone que sí.
Algo más le pregunté mientras bajaba cada vez más el jabón por su espalda. Tenía bonitas nalgas para su edad. Al llegar a la cintura me dio miedo que me detuviera, así que volví a subir el jabón a los hombros y espalda. Estaba tensísimo mi señor padre, tanto, que me intimidó y le dije que ya había terminado. Le pasé el jabón, pero lo recibió sin voltear a verme. «Gracias hijo». Se suponía que ahí era cuando yo salía de escena, pero no, me animé a preguntarle: «¿sí me dejas que me bañe contigo, papá?». Se quedó callado, dándome la espalda, inhaló profundo y contestó: «Ándale pues hijo, quítate la ropa». No pasaron más de 10 segundos cuando ya estaba desnudo. Caminé hacia la regadera, lo pasé y sin voltear a verlo, abrí la llave y me metí al chorro. Una vez más sentí el efecto del hierro candente que entra al agua. Yo sentía a mi papá detrás de mí enjabonándose.
Decidí hacerme tonto con mi «problemita de la erección». Ya no era hora de querer ocultar nada, así que me abstuve a las consecuencias. Tomé otro jabón, me di la vuelta, con una sonrisa le dije a mi papá: «Tu turno, papá». Él seguía muy turbado, porque apenas si pudo sonreír. Tomó el jabón y me dice:
– ¿Mi turno?…
– Ajá, ahora tú enjabóname.
– ¿La espalda?
– No papá, todo, como cuando estaba más chiquito.
– A ver, pues, date la vuelta.
Obedecí, todo juguetón. Como no había champú en aquellas lejanías, empezó por enjabonarme la cabeza. Lo estaba haciendo con delicadeza, con cuidado, como es todo él en realidad, pero sobretodo, en silencio. Después bajó al cuello, hombros, espalda y como si me lo hubiera dicho, levanté los brazos y me enjabonó las axilas muy bien. Después volvió a la espalda y con mucha naturalidad, bajó hasta mis nalgas, y como un reflejo infantil de niño que lo bañan, levanté la cadera para que pudiera pasar bien el jabón entre mis nalgas, pero en esta ocasión, hubo algo diferente a las sensaciones infantiles: sentí placer al pasar por mi ano.
No se quedó mucho rato entre mis nalgas, si hincó en el piso y siguió con las piernas. Levanté un pie, luego el otro, y finalmente llegó el momento de darme la vuelta, y sin que me dijera nada, giré para exponer frente a su cara mi erección, que apuntaba al techo. Él tenía las manos apoyadas en la cadera, se me quedó viendo a la verga y por fin soltó una risa y dice:
– Y al igual que cuando estabas más chiquito: ¡ya traes la verga parada! (esto me relajó muchísimo)
– ¿En serio papá?
– En serio. No había día que te bañáramos y que no terminaras con tu asta bandera ahí puesta. ¡Mírala!
– Jajaja… sí, ya la vi, pero síguele que se siente rico que lo bañen a uno.
– A ver pues.
Y prosiguió ahora tallándome las rodillas. Fue subiendo poco a poco y al llegar a mi entrepierna, suspendió la labor para ponerse de pie y poder seguir, pero el regalo de la noche fue descubrir que la espuma de su entrepierna ya se había disipado y que su verga sobresalía. No estaba erecta, pero sí mucho más notoria que cuando entré. No dije nada, sólo clave la mirada ahí.
Ahora empezó a enjabonarme el pecho, cuello y luego empezó a bajar por el estómago hasta que llegó a la zona púbica. Haciendo caso omiso de mi erección, me dice:
– Oye, ¿y sí te puedes retraer bien el prepucio?, ¿hasta abajo?
– ¿Hasta abajo?… ¿cómo?… ¿hasta acá abajo hasta donde me van a salir los pelitos?
– No hombre, que si lo puedes… a ver…
Y sin más aviso, estiró la mano, atrapó mi verga y retrajo el prepucio hasta el tope. Y como quien mueve un interruptor de energía, al tocarme yo jalé mucho aire y me quedé callado, quieto, con la respiración interrumpida. Él también se puso raro. Retrajo mi prepucio y lo regresó a su lugar, pero no quitó la mano de ahí. Al contrario, en silencio lo volvió a retraer hasta el tope y lo volvió a halar. Con la mirada clavada en mi pene, me dice. «Mira, así» y pasó la misma mano ahora a su pene, y repitió la operación. Lo jaló y lo retrajo más de dos veces, hasta que estuvo completamente erecto, la verga de mi papá mide 20 centímetros, bien gruesa de unos 8 centímetros, con una cabeza bien rosada.
Yo estaba a punto de explotar. Los cachetes encendidos, no podía respirar. Se hizo silencio. Mi papá sin soltar su verga, tomó la mía con la otra para repetir la operación de retraer el prepucio. De su garganta otra vez casi sin voz, me dice: «¿Ves?… así» y como reflejo felino estiré mi mano para atrapar su brazo e indicarle que dejara su mano ahí. Ya por amor de padre, ya por calentura de hombre, por lo que haya sido, mi papá empezó a masturbarme lentamente, lo que para mí era glorioso. Los ojos se me cerraron, poco a poco me fui inclinando hasta apoyar mi cara sobre su pecho. Nunca detuvo su mano. Siguió masturbándome, hasta que ya no resistí, lo abracé con mucha fuerza hasta que colapsé en orgasmo seco.
Yo seguí con mi cara en su pecho y los ojos cerrados, mientras me recuperaba. Después sentí que me soltó y con ese mismo brazo me rodeó por la espalda y me abrazó fuerte a su pecho y empecé a sentir los movimientos violentos de masturbación. Ahora estaba siendo su turno, abrí los ojos y mi mirada cayó directa sobre la operación, pero me estaba abrazando de lado, con mucha fuerza mientras se la jalaba así que no fue nada raro que me entrara jabón a los ojos. Involuntariamente se me cerraron, pero mi oído quedó pegado a su pecho y de primera mano empecé a escuchar los rugidos del macho en celo que eyacula….
CONTINUARÁ…
POR: HOTMAN
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ACLARANDO¡¡ Estos relatos que empezarán a leer NO es de mi autoridad, es pertenencia de otro usuario que no conozco y no sé quién sea el autor original y mientras el dueño no me reclame yo seguiré escribiendo.
delicia
me transportaste en el tiempo