Mi Tío el Ranchero (3)
Ya estoy comenzando a tener más confianza con mi papá y poco a poco estoy aprendiendo a jugar con él .
Mi Tío el Ranchero (3)
Los recuerdos que me quedan de los minutos siguientes después de que terminaron los gemidos de mi papá (sus rugidos de león acallados) fueron sólo sonoros porque seguí con los ojos cerrados y muy apretados por el escozor del jabón y porque no estuve dispuesto a interrumpir el momento por la humedad del jabón: el ruido del agua que caía de la llave mal cerrada, los latidos portentosos de su corazón directos en mi oído, así como su respiración agitada. El sonido de los grillos que entraba por la ventana que estaba abierta.
Finalmente me fue soltando poco a poco, y como si nada hubiera pasado, me dice: «A ver hijo… ya enjuágate», y todavía confundido por lo que acababa de pasar, lo solté y me di la vuelta para abrir la llave. Mientras me enjuagaba, oí que cerró la puerta y que le puso seguro. Cuando volví a abrir los ojos, él estaba mirándome con una sonrisa muy rara y extendiéndome una toalla.
– Ah…gracias, papá.
– Ahora hazte a un ladito que me toca a mí.
– Ah sí… claro (me moví y empecé a secarme)
– Pero espérame tantito, no te vayas.
– Ajá.
Yo me sentía todo torpe, alterado, extraño, no pude menos que bajar la tapa y sentarme en la taza, a recuperarme. Él terminó y ya secándose, se sentó en cuclillas frente a mí, me puso las manos en las rodillas y me dice en voz muy baja:
– ¿Cómo te sientes hijo? (se me salió la más sincera de las sonrisas)
– Muy bien papá, ¿y tú?
– Hijo, escúchame bien: es muy importante que esto que acaba de pasar no se sepa. Que no lo sepa tu tío. Que no lo sepa nadie.
– ¿Nadie… nadie?
– Correcto: «nadie… nadie», especialmente tu tío.
Yo pensé rápido en lo cómica de la situación, porque ya estaba yo guardando un secreto para mi tío de mi papá, y ahora lo guardaba para mi papá de mi tío. Algo me decía que aquello iba a resultar divertido.
– Mira hijo, esto no debió pasar, pero ya hablaremos con calma cuando lleguemos a la casa, por lo pronto, vamos a guardarlo así, ¿sale?
– Sale papá, no se lo voy a contar al tío ni a nadie… pero…
– ¿Pero qué?
– Pero… es que me gustó mucho…
– ¿Ah sí? (cosa que ya lo hizo sonreír relajado)
– Sí, claro, un chorro.
– Que bueno hijo. A mí también me gustó un chorro, pero luego hablamos de esto, ahora salte y vístete, ahorita salgo yo. ¿Qué le vas a decir a tu tío?
– Pues nada, nomás que nos bañamos juntos y ya, ¿está bien?
– Sí, así está bien. Ándale, ya salte y ponte algo de ropa.
– Sí papá.
Le di un beso en el cachete y me salí. Entonces yo no sabía de la magia de los besos en la boca. Salí envuelto en la toalla y cerré la puerta. A lo lejos se oía la tele que estaba viendo mi tío, o bueno, lo poco de señal aérea de TV que nos llegaba al rancho. Me puse unos shorts que usaba de pijama, pero no me puse la camiseta, para mí aquello ya se había convertido en un lugar «nudista». Llegué a la sala y me senté en el sillón contiguo al de mi tío, y éste, para pronto, se inclina hacia mí y me pregunta en voz baja:
– ¿Qué pasó ahí adentro mijo?… ¡cuénteme!
– ¿Qué pasó de qué?
– ¡¿Pos de qué va a ser?!, muchacho tarugo: ¿vio a su padre encuerado?
– Pues a fuerzas: nos bañamos juntos.
– ¿Ah sí?
– Ajá.
– Pero, ¿qué más pasó?
– ¿Qué más pasó de qué tío?, ¿que si hicimos algo como lo del río?
– Ajá, de eso.
– Aaaaay tío… ¡¿cómo crees?!… ¿qué no conoces a mi papá?… ¡antes di que me dio permiso de bañarme con él!
– Ah… (decepcionado)… bueno, yo pensé que… nada, olvídalo. Entonces, ¿que chamaco?: ¿cuándo me devuelve mi beso?
– ¡Ahí viene mi papá!
Rápido se volvió a acomodar en su sillón. Mi papá salió en bóxer y camiseta, sin decir nada y se puso a buscar cosas en el refrigerador. Preparó algo de cenar y nos llamó a la mesa. Empezaron a platicar de lo que había que hacer al día siguiente. Yo comí como náufrago. Después me entró un sueño casi insoportable, pero NO estaba dispuesto a volverme quedar dormido como la noche anterior y perderme la función de nuevo. Ver desnudo a mi papá fue una delicia, un logro alcanzado por sorpresa, pero ver a mi tío, era algo de lo que no me podría cansar.
Vimos la tele un rato y yo empecé a bostezar. Mi papá dijo que ya era hora de la cama. Me tomó de la mano y me haló hasta mi cama, en calidad de bulto inerte. Me senté y me acosté. Él se sentó en mi cama y me pregunta en voz baja:
– ¿Cómo te sientes hijo?
– Muy bien papá. Muy cansado, pero muy bien.
– Que bueno hijo, ya duérmete. Buenas noches.
– Buenas noches … oye papá …
– ¿Qué pasó?
– Me gustó mucho. Gracias.
– Que bueno que te gustó mucho hijo.
Me sonrió, me dio un beso en la frente, cosa que nunca hacía, y luego me sacudió el pelo. Las tres camas estaban en la misma gran habitación. Las de ellos dos estaban paralelas, y enfrente estaba la mía atravesada, así que tenía excelente punto para ver al tío.
Oí cuando apagó la tele y cerró la puerta de la entrada. Luego sus pasos casi sordos, porque andaba descalzo, se dirigieron a la recámara y cerré los ojos para fingirme dormido. Esperé lo suficiente para que se acomodara y entreabrí un ojo. Mi papá estaba acostado, recargado sobre la cabecera leyendo y mi tío se paró junto a su cama para quitarse el pantalón, y oigo a mi papá:
– No estarás pensando dormir en cueros, ¿verdad?
– ¡Ay no chingues hermanito!… ¿Qué tiene de malo?, el niño (o sea, yo) ya me vio en pelotas en el río, y a ti ya te vio horita que se bañaron juntos, ¡ya que te valga madre cómo duermo!
– Ándale pues, haz lo que quieras.
– Hasta tú deberías dormir en cueros…
Mi tío sonrió como con triunfo malicioso, puso las manos en la pretina del pantalón para desabotonarlo y me descubrió viéndolo a escondidas. Sutilmente me guiñó un ojo y empezó a quitarse el pantalón lentamente. Le dio una patada para mandarlo abajo de la cama y dijo que horita venía, que iba al baño. El trayecto al baño lo hizo lento, cadencioso, dejándome ver cómo se bamboleaban sus pelotas a cada paso. Luego fingió que algo se le olvidaba, y regresó hasta su buró (mismo que estaba entre sus camas) se agachó como buscando algo, es decir, me mostró su trasero en todo su velludo esplendor. Mi papá le preguntó que qué buscaba y algo le contestó que no oí. Luego volvió al mismo recorrido y sin que mi papá lo viera, me sonrió y me volvió a guiñar un ojo, yo cerré los míos. Cuando oí que se cerró la puerta del baño, fingí que despertaba, me senté en la cama y pregunté:
– ¿Y mi tío?
– En el baño. ¿No que tenías mucho sueño?
– Pues sí, pero con su platicadera no dejan dormir.
– Ya vuélvete a acomodar y duérmete hijo.
– Ajá… oye papá.
– Dime (sin quitar los ojos de su revista)
No le dije nada, me levanté y fui hasta su cama, ostentando una buena casa de campaña en mi short. Me senté en su cama, con una sonrisa de oreja a oreja.
– ¿Qué pasó hijo? (fingió que no notó mi erección)
– Este… ¿puedo dormir encuerado yo también?
– ¡¿Y eso?!
– A mi tío le diste permiso…
– Oh que la fregada… ¡enseguida el mal ejemplo hace efecto!… ándale pues, duerme como quieras hijo, como te sientas más a gusto.
– Es que nunca he dormido así…todo encuerado.
– No, claro que no, tu madre te mataría.
– ¡SIIII!…
– Órale pues, haz tú también lo que te de la gana (cosa que dijo sonriendo y sacudiéndome el pelo).
– Bueno. Gracias papá.
Le di otro beso en el cachete y me levanté, pero un segundo pensamiento vino a mi cabeza, así que me volví a sentar con la misma sonrisa de quien está por pedir un imposible.
– ¿Y?… ¿ahora qué?
– Este… ¿puedo dormir aquí contigo?
– ¡Ah!… ¿también eso?
– Sí, ándale… ándale…
– ¡Pero hijo!… tú estás irreconocible en este viaje…
– ¿Puedo?… ¿porfa?…
– Ok, está bien, tráete tus almohadas y acomódate donde puedas (cosa que ya dijo riéndose abiertamente)
No se dijo más, corrí por mis almohadas, rodeé su cama, y me acomodé de espaldas a él para bajarme el short, lo pateé igual que mi tío, levanté la sábana y me acosté junto a él, boca arriba. Todo contento.
– Gracias papá… te quiero mucho.
– Yo también te quiero mucho, pero mejor acuéstate de ladito para que tu tío no vea esa carpa de circo que tienes ahí.
Me reí y me acomodé de lado viéndolo a él. Seguía leyendo. Me dediqué a observarlo. Se veía tan diferente ahora. Como que el muro que había entre nosotros se derrumbó y me dejó ver a mi verdadero papá, y hasta más guapo lo vi. Yo no cabía en mi cuerpo de la alegría que traía y por supuesto, en mi verga ya no cabía una gota más de sangre, estaba durísima. En eso estaba, cuando sonó la puerta del baño y salió el tío volteando hacia mi cama, pero como no me vio, rápido volteó a ver a mi papá y al verme, dice:
– ¡Bah!… ¿pos ora?… ¿qué bicho les picó?
– A mí ninguno, a este escuincle, que no quiso dormir solo.
– Ah que la chingada, entonces yo también quiero dormir con ustedes.
– Estás loco. También ya tú acuéstate y duérmete.
El tío se inclinó sobre nuestra cama y me dio una nalgada, jugando. ¿Se daría cuenta de que estaba desnudo? Yo creí que sí porque resultó muy sonora la nalgadita, pero el mismo tío me lo confirmó porque al acostarse, le dice a mi papá con sorna: «Ya nomás faltas tú de encuerarte hermanito… somos dos contra uno, ándale, ponte en traje de Adán». Mi papá contestó con un ademán de que no estuviera chingando gente. Ahora intervine yo: «Sí papá, vas a estar más a gusto, ándale… ¡yo te ayudo a quitarte la camiseta!». Mi papá con un semblante de quien se da por vencido ante la necedad de otros, aventó la revista, se quitó los lentes y levantó los brazos como niño chiquito para que se la quitara.
Rápido me hinqué en la cama, lo que claro, hizo que yo y mi erección quedáramos completamente expuestos. Estaba demasiado ocupado como para voltear a ver qué cara ponía mi tío. Le quité la camiseta, y ya iba por los calzones, cuando me hace un ademán de que me esperara, que él solito se los quitaba. Me volví a acomodar bajo la sábana y sin correr su parte de sábana, se quitó los boxers por debajo, los sacó, los levantó para que los viéramos y pregunta: «¿Ya contentos?… ora todo mundo a dormir».
¿Dormir?… ¡no por Dios!… ¿quién podría dormir en esas condiciones?: YO NO.
Mi papá volvió a tomar sus lentes y la revista. Se puso a leer como si el estado de desnudez fuera de lo más común para él, pero ¡YO SABÍA QUE NO! Por encima de mi papá, alcancé a ver la cara sonriente de mi tío que me dijo: «Buenas noches mocoso, que descanses… ¿si puedes?». Ese comentario estuvo de más, pero no tuvo consecuencias. Se acomodó en su cama y pasó muy poco tiempo antes de que sonara su primer ronquido.
Bueno, una vez desechado mi tío, le dije a mi papá en voz baja: «Papá, ¿me haces piojito en la espalda como cuando estaba chiquito?». No contestó nada, sólo cambió la revista de mano y con la libre buscó mi espalda, sin quitar los ojos de la revista. Casi di un brinco para voltearme y acostarme boca abajo, lo más pegado que pude a él. Desde mis tobillos hasta mi cintura, podía sentir los vellos sedosos de su pierna y su cadera. Era una sensación nueva y deliciosa. Excitante y relajante a la vez. No sabría describirla.
Su mano empezó por el centro de mi espalda con dedos muy sutiles, a penas tocaba mi piel. Me acariciaba en círculos en un mismo lugar, pero luego hice un movimiento para indicarle que avanzara, que cambiara de zona. Sentí el movimiento de la cama, como que se acomodó para poder hacerlo mejor. Esta vez subieron sus dedos hasta mi pelo. Qué rico se sentía. Casi me duermo, pero no, ¡nada de dormir esa noche! Le volví a dar indicaciones de que avanzara más, y ahora empezó a bajar los dedos por mi espalda hasta el tope de la sábana que estaba justo en mi cintura. ¡Pinche sábana!
Rápido con una mano la aventé y quedó mi trasero expuesto. Como que dudó un rato porque se quedó acariciándome la cintura y hacia arriba, pero finalmente que se decidió y bajó hasta la redondez de mis nalgas… ¡eso era el cielo! No sabía que una zona tan poco apreciada como el trasero, pudiera prodigar sensaciones tan chingonas. Lentamente pasaba de una nalga a otra y bajaba por mis piernas hasta donde le alcanzaba el brazo, luego volvía a subir, todo con las puras yemas de los dedos. Luego vino una avanzada de su parte, porque sentí cuando sus dedos venían subiendo de mi muslo y en vez de trepar a la nalga, se fueron hacia abajo, rumbo a mi perineo, y esto me obligó a separar involuntariamente las piernas y a proyectar la cadera hacia arriba. Yo estaba en éxtasis. Ya no era responsable de mis actos. Retiró un momento la mano, pero volvió a la carga. A mí se me salió, no supe de dónde, un gemido leve. No retiró los dedos de ahí. Se podía decir que casi alcanzaba a tocar mi escroto, pero no era posible, ya que estaba atrapado contra el colchón.
De pronto todo se suspendió y levanté la cabeza para ver qué pasaba, y lo vi quitándose los lentes, dejar la revista y apagar la luz. Me dice en voz muy baja: «Acomódate como estabas… nada más apagué la luz».
Que en la ciudad se «apague la luz» significa disminuir sólo un poco la intensidad porque entra luz de todas partes; pero en el campo, apagar la luz es literal, es quedar en completa penumbra. NO ME IMPORTÓ.
Aventé la almohada al piso y me acomodé de nuevo sobre el colchón en la misma posición, pero pude sentir cómo mi papá se acostó de lado junto a mí. ¡Chín!… ya no sentía los vellos de su pierna, pero no importó. Ahora, ya de lado, con la otra mano prosiguió con la tarea de hacerme piojito, pero ahora con evidente especial interés.
En uno de esos movimientos para acomodarme más cerca de él, mi mano rozó levemente con algo duro y fácil de reconocer (cosa que lo hizo brincar un poco) y fácil de reconocer, especialmente después de haber jugueteado con la reata de mi tío esa misma tarde. La verga de mi papá estaba parada y chocando contra el colchón. Mi primer impulso fue agarrarla, pero me dio miedo que por eso terminara ahí la sesión, así que lo dejé seguir.
Volvió a la carga, pero ahora ya menos sutil, con menos rodeos, con toda la palma tersa de su mano. Los hombres de oficina tienen manos muy suaves… ahora lo sé. Podía sentir su respiración MUY caliente sobre mi hombro. Así estuvimos un buen rato, hasta que oigo su voz casi imperceptible hablando directo a mi oído:
– ¿Estás despierto hijo? (si hubiera estado dormido, claro que no lo hubiera oído… ¡PERO LO OÍ!… y también muy bajito, le contesté)
– Sí Papá… ¿ya te cansaste?… me está gustando mucho, pero si ya te cansaste…
– No. No me he cansado. Es que pensé que tal vez te gustaría que te hiciera piojito en la panza…
¿Esperaba respuesta acaso?… ¡porque no le contesté!, sólo me di vuelta tratando de hacer el menor ruido. Si se despertaba mi tío, echaría todo a perder, pero no, sus ronquidos eran el foquito indicador de que la cosa podía seguir.
Se retiró un poco para dejar que me acomodara, y una vez que me quedé quieto, se volvió a acercar. Yo esperaba sentir su trozo de carne pegando contra mí, pero no. Sólo sentí su mano en mi pecho y otra vez de vuelta al mundo del éxtasis. Alcancé a sentir el aire fresco de la noche en mi verga hirviendo y pensé: «ojalá me la agarre otra vez… ojalá… ojalá… ojalá…».
De pronto me sorprendió porque de mi panza, se saltó los preámbulos al saltarse directo a mi reducidísimo escroto y fue tan electrizante ese contacto, que mi cadera se contrajo hacia abajo. Retiró la mano y me dice otra vez con esa voz hipnotizante: «Relájate hijo… respira profundo y relájate». Obedecí y sí, efectivamente me relajé, tanto, que hasta separé las piernas lo más que pude y otra vez hice contacto con los vellos de sus piernas… ¡qué delicia! Y mientras me acariciaba el escroto, inició una charla. «¡¿PLATICAR?!… ¡¿a quién le interesa platicar?!», pensé, pero me dejé llevar. Con esa dulce y queda voz nunca antes escuchada por mis oídos, me pregunta:
– ¿Estás contento hijo?
– Ajá… sí papá… mucho…
– ¿Te gusta lo que te estoy haciendo?
– Sí papá. Nunca lo había sentido. Siempre me hacías piojito en la pura espalda. Se siente bien rico, me gusta un chorro. Porfa síguele.
– Pues le estoy siguiendo hijo… le estoy siguiendo…
– Que rico papá… se siente bien chingón…
Hizo un rato de silencio. Digo que lo «hizo» porque él estaba dirigiendo la maniobra. Al rato resopló sobre mi cara porque se rió, y le pregunté:
– ¡Oye!… ¿de qué te ríes? (se volvió a reír)
– De nada malo hijo: es que tus huevitos pelones, sin ningún pelo y escondidos, me recuerdan a los míos a tu edad. Se siente bonito acariciártelos.
– Ah… oye papá… ¿puedo… (me interrumpió)
– Además, tu verguita se parece un chingo a la mía a tu edad… (me cambió la jugada y me interesé en eso)
– ¿En serio?
– En serio hijo, acariciarte es como acariciarme a mí mismo a tu edad otra vez.
Mi mente trabajó vertiginosamente y algo salió de eso:
– Oye, y si ya estamos en eso…
– ¿En qué?
– En eso de la máquina del tiempo… ¿puedo ver cómo voy a sentir mi verga cuando sea adulto como tú?
– ¿O sea…?… no entiendo…
– Si mi verga se parece tanto a la tuya cuando eras chavito… ¿puedo ver cómo se va a sentir mi verga cuando tenga tu edad?
– ¿O sea que…?
– Ajá, que si te la puedo agarrar.
Se quedó callado. Inhaló profundo, y profundo exhaló sobre mi pecho. Dijo:
– Supongo que es lo justo, si yo te agarré la tuya… pero oye, recuerda que esto no…
– Sí papá, ya sé que no se lo voy a contar a nadie… ¡a nadie… nadie!…
– Bueno pues… adelante hijo… toca lo que quieras.
Quitó el codo que lo tenía levantado y se dejó caer suavemente sobre la cama. Quedó boca arriba y atrapó ambas manos por atrás de su cabeza, dándome el paso libre. Me senté sobre la cama en flor de loto y yo no me anduve con preámbulos de acariciarle por aquí y por allá. En la oscuridad le puse la mano sobre la panza para ubicarme, y seguí el caminito de vellos que baja de su pecho al pubis. No llegué al pubis, me topé con la cabeza de su verga… ¡caliente como brasa!…
Al sentirla en mi mano izquierda, me di cuenta de que iba a necesitar dos manos, igual que con mi tío. Mi respiración cambió, de estar en relajación, empecé a jadear, y le iba a preguntar algo, pero de pronto sentí su mano en mi boca. Entendí que no se valía hablar (el tío estaba peligrosamente cerca). Seguí jugando con su verga, explorándola, sintiéndola… ¡odiando la falta de luz!
Por tercera vez en el mismo día, yo estaba al borde del clímax. Me daba trabajo respirar sin hacer ruido. Los ronquidos del tío seguían escuchándose. Mi cara estaba caliente, todo yo hervía. De pronto vino a mi mente «el beso» que me dio mi tío en el río, así que me incliné sobre la verga de dimensiones desconocidas de mi papá, desconocidas porque no veía ni madres. Por tacto encontré la punta y le di un beso. Literalmente un beso, nada más. Mi papá me puso la mano en la espalda, pero no hizo más, así que seguí y le di otro beso en la punta. Entonces yo no sabía de lubricantes naturales, pero sentí «saliva» en mis labios. Pasé la lengua y me gustó el sabor.
Finalmente, cambié de flor de loto a hincarme frente a él, y me agaché hasta que estuvo cerca de mi boca. Se la atrapé con la mano y la metí en mi boca, de una manera algo tosca. Recordemos que era mi primera vez. Su glande ocupó toda mi boca, pero algo gacho sucedió, porque él contrajo la cadera hacia abajo y levantó las piernas. Me jaló por el cuello con gentileza, me llevó hasta su boca y me dice en voz aún más baja: «Sin dientes hijo… sin dientes, sólo labios y lengua».
Como si hubiera sido un experto, entendí las instrucciones y lo volví a hacer. Al principio su glande estaba solo en mis labios. Poco a poco fui aprendiendo a separar mi quijada del resto de la cara para darle cabida y entró algo más que el glande, cuidándome mucho de no meter «dientes», y hasta llegó a topar con mi garganta. No sentí náuseas. Y así estuve jugando un buen rato… «¿rato?»… pudieron haber sido horas, minutos o segundos, no lo sé, yo estaba feliz con la verga de mi papá en la boca. Si me lo hubieran contando, me hubiera dado asco, pero lo estaba experimentando de primera mano.
En el aturdimiento de mi éxtasis, como que más o menos alcancé a sentir que la mano de mi papá atrapó con mucha fuerza mi muslo. No le hice caso, seguí jugando (seguí chupando). Me gustó el juego de subir y bajar la cabeza encima de su vergota, tal y como vi que lo hizo mi tío con la mía, pero de pronto, oí un gemido sordo, como si mi papá se estuviera tapando la boca, un gemido muy parecido a los del baño, pero no hice caso, seguí en mi juego. Me gustó mucho el sabor de su verga y el de la «saliva» que le salía a cada ratito. De pronto sentí su otra mano encima de mi cabeza presionándome hacia abajo. Era una presión gentil, suave, pero decidida, y me dejé llevar, al grado de que su glande llegó al tope y entonces “sentí una descarga mucho más fuerte de más saliva» y ocupó por completo mi garganta, así que, o vomitaba o me lo tragaba, y me lo tragué, lo pasé como quien traga «saliva». Después sus piernas se levantaron y me rodearon por completo la cabeza. Su eyaculación fue tal que empezó a salir por las comisuras de mis labios. Yo no podía respirar, él lo adivinó y ya el código de silencio se rompió porque me jaló como trapo, me puso sobre su pecho que subía y bajaba, jadeando sin la más mínima discreción y así, jadeando, me dice: «Hijo… ay hijo… quédate un ratito aquí acostadito en mi pecho… espérate un ratito, ¿sí?»……..
CONTINUARÁ………
POR: HOTMAN
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ACLARANDO, estos relatos que comenzarán a leer NO es de mi autoridad, es pertenencia de otro usuario y no sé quién sea el autor original y mientras el dueño no me reclame yo seguiré escribiendo.
ufff que riccco
Recaliente y paja