Mi Tío el Ranchero (4)
Ahora comienzo a jugar con mi papá y también con mi tío juntos.
Mi Tío el Ranchero (4)
El jadeo de mi papá era demasiado fuerte como para que el tío pudiera seguir dormido, que estaba a unos metros. Se oyó su voz ronca, adormilada y asustada:
– ¡¿Qué pasó manito?!… ¿estás bien?… ¡a ver!… deja prender la luz (todo alarmado).
– ¡No …No …No! … ¡no la prendas!… el niño está dormido. No quiero que lo despiertes. ¡Nomás tuve una pesadilla, hombre!… eso es todo.
– ¿Eso es todo?… ¡¿por una pinche pesadilla tanto cabrón escándalo?!
– Que sí necio, ya duérmete. Soñé que me caía una auditoria del gobierno. Yo ahorita me recupero y me vuelvo a dormir.
– Aaaaay manito… ¡cómo traerás la conciencia de sucia!… pero si hasta parecía que te estaban matando… ya ni la amuelas, caray.
– ¡Que te duermas, coño!
– Tá bueno pues, ya me dormí… que te recuperes pronto.
Yo estaba petrificado sobre el pecho de mi papá, sujeto por su brazo para asegurarse de que no me moviera, de que no hiciera ruido; apenas respirando lo suficiente para sobrevivir, y así nos quedamos, estáticos hasta que se dejó oír el siguiente ronquido del tío. Entonces mi papá se relajó y me soltó. Se incorporó, puso sus almohadas en mi lugar para sustituir la mía que estaba en el suelo. Me acomodó en mi sitio. Yo no lograba imaginar qué cara tendría mi papá mientras hacía todo eso. Me daba miedo que estuviera enojado, o decepcionado, no lo sabía porque no hablaba. En la oscuridad buscó la sábana y me cubrió de nuevo. Se acomodó a mi lado, como si me fuera a hacer piojito otra vez, pero no, en cambio, me habló al oído, con esa voz de terciopelo de la que ya me había enamorado:
– ¿Cómo te sientes hijo?… ¿estás bien?…
– ¿Mmmm?… Sí papá … estoy muy bien.
– Oye hijo… (Me iba a decir algo, pero no lo dejé).
– Oye papá… tú también estate tranquilo. No pasó nada malo. ¿Te acuerdas de que vamos a platicar de esto cuando lleguemos a la casa? (resopló sobre mi espalda riéndose y dijo).
– Sí hijo, claro que me acuerdo de eso… pero…
– Papá … ¡ya duérmete!… no tengas miedo, no se lo voy a contar a nadie.
– Sí… eso me queda claro… ya lo acordamos…
– Sí claro hijo, pero acuérdate de que llegando a la casa tenemos que hablar de esto, ¿está bien?
– Está bien papá … buenas noches.
– Buenas noches hijo.
De ahí en más, lo único que recuerdo fue el fuerte sabor en mi garganta de lo que luego supe que se llamaba «semen» y no «saliva». Yo ya tenía 7 años recién cumplidos, pero nada de «semen», siempre le decía «leche», o «mocos».
La noche terminó con el ruido subyugante de los grillos, el cuerpo de mi papá junto a mí, como protegiéndome y una desconocida sensación de paz y alegría. Con los años supe que eso se llamaba «Felicidad».
A la mañana siguiente, como era de esperarse, desperté solo en la cama y solo en la casa… ¡pero!… lo curioso fue que desperté con mi short y la camiseta puestos. ¿Qué había pasado ahí? Luego me enteré, pero queda claro que no tengo que explicarlo.
Me levanté y fui al baño a hacer lo propio y a cepillarme los dientes, pero mientras estaba en eso, no pude menos que recordar lo sucedido el día anterior. ¡Era demasiada información!… difícil procesarla como quien recuerda una película o una fiesta. Fue demasiado lo de mi tío y… ¡lo de mi papá!, que por inesperado tuvo mayor peso, pero había algo clavado en mi mente: el beso que tenía que devolverle a mi tío. Me daba miedo y me daba emoción, no sabía qué hacer o pensar, pero fue inútil, porque mi tío pensó por mí. Lo único que me quedaba claro, era que me había gustado un chingo el sabor del semen. Aún, cepillándome los dientes, podía sentir en mi nariz el olor de «la saliva» de mi papá.
Salí a la cocina y descubrí un suculento desayuno ya servido. Desayuné otra vez como náufrago y tuve que regresar al baño. Saliendo me vestí, me puse las botas que me había comprado mi papá para la ocasión y fui al corral donde estaban ordeñando las vacas. Me subí a la cerca de metal y concreto a observar todo.
Yo no sabía que el corral hubiera crecido tanto y tanto, mucho menos que hubiera tantos empleados, y mucho menos que hubiera tantas vacas.
Busqué a mi papá, pero no lo encontré por ninguna parte. Sólo vi empleados, vacas y becerros. Me senté junto al depósito de leche y, por si no lo sabe quién me lee, se acostumbraba entonces a poner el depósito de leche cerca de los becerros, por alguna razón que desconozco, pero lo que a mí me resultó obvio, es que también era el centro de acopio y distribución de moscas… pero bueno, no me importó. Me puse a jugar con los becerros pequeños, cuando sonó una voz muy familiar para mí: «¡¿Quióbo cabróncito?!… ¡hasta que por fin te amaneció el día…huevón!». Levanté la cabeza y lo vi venir cargando una cubeta llena de leche (leche real =) espumeante y con su ropa de carácter, es decir: con botas de hule negro, pantalones caqui ajustados y una camisa igual a la que llevaba cuando fuimos al río.
Se le veía muy contento. Se le veía muy cachondo, la verdad, y tan cachondo se le veía, que con cegadora claridad pude ver que el bulto ajustado entre sus piernas empezó a crecer… ¡genial!
Llegó, vació la leche que traía (la de la vaca, no la suya) aventó la cubeta y me guiña un ojo diciéndome en voz baja: «Espérame tantito, ahorita nos vamos». Sólo asentí con la cabeza y con una sonrisa. Increíble o no, yo ya andaba otra vez caliente, nomás de verle crecer el bulto en el pantalón.
Caminó hacia el centro del corral y le gritó al mayoral: «¡Esteban!… ¡ahí te encargo todo!… vamos a darle de comer a los caballos… si ves que no regreso, agarra la camioneta y ve a entregar la leche… ¡¿me entendiste?!». Oí una voz que le contestó.
Regresó, me dio un golpe en el hombro y me dice: «¡Vámonos mijo!… que se nos acaba el día». ¿Que se acababa el día?, ¡pero si acababa de empezar! Ok, obedecí. Nos subimos ahora al jeep y fuimos hasta el pesebre de los caballos, mismo que estaba muy lejos del corral de ordeña. Ya en el camino me dice:
– ¿Qué pues mijo?… ¡cómo amaneció! (con su sonrisa cínica clásica. Yo me reí)
– Dormido y de lado, tío. ¿Y usted?
– Pos muy caliente, la mera verdad. Después de lo de ayer en el río, me quedé… ¡más caliente que un comal en fogón! (Siguió conduciendo el jeep y sin decir nada, atrapó mi mano y la puso sobre su entrepierna, y mi mano se topó con algo muuuy duro, algo ya reconocible para mí y me dice) ¡Mire nomás cómo me trae cabrón escuincle!… ¡esto se tiene que solucionar ahorita mismo! (y volvió a soltar su risotada sarcástica… cínica… que era lo que me subyugaba de él).
– ¡¿Ahorita Tío?!… pero… ¡¡¡¿Y MI PAPÁ?!!!
– Olvídese de su papá, que se fue a recorrer solito las cercas del lado norte y eso queda muy lejos, tenemos tiempo.
-«¿Tenemos tiempo?», pensé. Entendí que ya se avecinaba el pago del beso.
– Oiga mijo: ¿no oyó usted anoche al cabrón de su papá con el escándalo que se traía?
– ¿Mi papá?… ¿escándalo?… no entiendo tío.
– ¡Sí hombre!… quezque tenía una pesadilla y se despertó todo ahogado, como si no pudiera respirar.
– Mm… No tío, no lo oí.
– ¡¿Seguro mijo?!
– Seguro Tío. No lo oí. ¿Por qué?… ¿qué le pasó a mi papá?
Se quedó callado un rato. Por la cara que puso, yo retiré mi mano de su entrepierna y me dice con una gran risa: «¡Épale Pelao!… no me quite la mano de ahí porque se me baja». Así que la volví a poner, pero no a regañadientes, lo hice contento. Lo hice contento y muuuy caliente otra vez.
– Oiga mijo… lo que pasa es que yo juraría que anoche su apá hizo cosas raras, como que se la estaba jalando… no sé… algo así…
– ¡¿Mi papaaaaaá?!… uuy no tío, imposible, conmigo a un ladito, no creo que se hubiera atrevido.
– ¿No?
– No tío, nomás no. Pues si le digo que para mí fue mucho que me dejara bañarme con él, primero, y luego que me dejara dormir en cueros con él. ¡Imposible!
– Aaaah… Tá bueno pues…
Llegamos a los pesebres, mismos que yo pensaba pequeños, como para un caballo o dos, pero no, era enorme, mucho más grande que la casa en la que dormíamos. Antes de bajarse del jeep, me dice el tío: «Espérame tantito… vete bajando. Nomás déjame deshacerme de estos cabrones». Se paró a medio pesebre reacomodándose el bulto, como escondiéndolo, algo gritó y aparecieron dos empleados sólo en pantalones y botas, uno de ellos muy peludo, duro y muy guapo. Les dijo que mi papá andaba por el lado norte, revisando las cercas y que tal vez los iba a necesitar, que «nosotros» nos encargábamos de darle de comer a los caballos, que ellos agarraran dos de los caballos jodidos y se fueran. Así lo hicieron, pero lo que me llamó mucho la atención, fue que el peludo guapo, en cuanto terminó de oír las órdenes de mi tío, me volteó a ver a mí, sonrió con mucha malicia y dijo mientras se ponía el sombrero sin dejar de verme: «Sí patrón… ya entendimos… vamos a ir a ayudar al patrón grande y nos vamos a tardar un buen rato… no se preocupe.».
Yo necesité una explicación para eso. ¿Qué tan frecuentemente llevaba mi tío a chavitos para comérselos?… ¿por qué adivinó tan rápido el peludo lo que íbamos a hacer? Eran buenas preguntas para hacerle a mi tío, pero las obvié.
Mi tío estaba dándoles instrucciones. El peludo ya montado en su caballo, me echó otra mirada, levantó su sombrero como despidiéndose de mí y lo peor: ¡me guiñó un ojo! ¿Qué estaba pasando ahí?
Bueno, se fueron y lo siguiente fue revisar la comida de los caballos. En realidad, sólo faltaban los dos sementales. Les pusimos la pastura y mi tío se echó para atrás el sombrero.
– ¡Listo!… ya acabamos (y me volteó a ver con malicia) ¿y usted cabrón?… ¿ya está listo?
– Pues sí… pero… ¿dónde?
– Venga. Sígame.
Empezó a caminar hacia una montaña de pacas de pastura y comenzó a escalar. Yo hice igual, atrás de él. Y al llegar al tope y unos metros hacia el fondo llegando a la pared, había instalado una especie de escondite en forma de hoyo.
Había una lámpara de baterías, ropa colgada de un clavo, algunas revistas y hasta zapatos había.
– ¿Y esto tío?
– Ah… es el escondite de los caballerangos. Aquí se vienen a hacer sus cochinadas (me guiñó el ojo con cinismo)
– ¿A poco aquí traen viejas a coger?
– ¡¿Quién dijo que con viejas?!
– ¿No?
– ¡Ni madres de viejas! Ese peludito apestoso ese que viste ahorita, se trae en chinga a casi todos los empleados del rancho. ¡Le encanta chupar verga al cabrón!
– Ah…
– Y hablando de chupadas de vergas… ¿qué prefiere mijo? ¿Quiere que me le encuere todo otra vez?, ¿o así nomás me la saco pa que me dé mi beso?
La verdad es que no pude contestar, tenía el cuerpo lleno de miedo, ansiedad porque nos pudieran descubrir, pero también lleno de lascivia por lo que representaba estar en ese lugar especialmente hecho para eso. Le contesté que no sabía. Me vio la cara de miedo y me dice: «¡Venga pa’cá cabrón!… usted me debe un beso y me lo va a pagar. Venga, acaríciemela tantito». Y rápido me acerqué y le puse la mano encima del pantalón ya levantado otra vez. «De veras que la tienes grandota, tío». No contestó nada, nomás se me quedó viendo a los ojos con una lascivia aún más grande que la mía. Después se retiró tantito para desabotonarse el pantalón y como hablando solo, dice: «Si la mía se te hace grande, espérate a ver la de Jacinto, el peludo que se acaba de ir». ¿Era eso una promesa de que se la vería? No entramos en detalles porque ya se había bajado los pantalones hasta que se atoraron en las botas, se abrió la camisa y me dice: «¡Órale mijo!… no se haga pendejo… que esta chingadera ya está hirviendo. Y de paso te vas a enterar a qué huele un hombre caliente». Su verga parada apuntaba hacia un lado, como dije antes, la verga de mi tío es bien grande y gruesa, 22 centímetros, de pura carne con una cabecita bien rosadita.
Mi boca y mi garganta estaban secas. Me costaba trabajo respirar. Pero no me amilané. Me acerqué y al verla de cerca, volví a caer hipnotizado por el espectáculo del paquete de mi tío. La tomé con una mano y enseguida retraje el prepucio hasta el tope, lo que efectivamente me brindó la oportunidad de percibir por primera vez el olor de un hombre caliente. Se parecía mucho al olor que mi verga tenía a veces, pero este era mucho más intenso y no me desagradó. A penas la había tocado, dice el tío: «Aaaay cabróncito, tienes magia en las manos… nomás con tocarme ya me quiero venir… ¡mira nomás cómo me tienes!».
Estuve acariciándolo un buen rato. El beso se me había olvidado. La sensación era por completo diferente a la del río, pues ahora estaba seco. Aproveché para sentir sus huevos peludos y resultó ser una bolsa pesada que ocupó toda mi mano. Me pidió que se los apretara y obedecí. Gimió como mula cargada. Así estuvimos mucho tiempo, pasando de sus huevos a la verga y viceversa, hasta que me dice en voz baja: «A ver cabrón, encuérate tú también… hay que hacer la cosa pareja». Me daba miedo desnudarme ahí, donde podrían sorprendernos, pero obedecí y quedé igual que él: el pantalón hasta las botas, la camisa abierta y el corazón queriéndoseme salir del pecho. Y de pronto los planes cambiaron un poco, porque sin decir nada, se tiró al suelo para hincarse, me atrapó por la cadera y me jaló hacia su boca abierta. Por un momento vino a mi mente la imagen de los becerros abriendo el hocico para atrapar la teta de vaca y así lo hizo con mi verga.
¡¡¡ Otra vez de regreso al mundo de éxtasis!!! Impulsivamente atrapé su cabeza con ambas manos para descubrir que sus orejas también estaban muy calientes. Pronto empezó a jalarme al mismo tiempo que movía su cabeza hacia adelante y hacia atrás. ¿El tío se había olvidado del beso? Luego hizo algo nuevo para mí: empezó a lamer mi panza hasta llegar a mis tetillas y las empezó a succionar, pero no soporté la sensación, demasiado intensa, así que lo empujé para que dejara de hacerlo. Y pregunta: «¿Qué?… ah sí, su beso, a ver, siéntese en esas pacas para que le quede a la altura del hocico y no batalle mucho mijo». Caminé como pude con las piernas atrapadas por el pantalón y me senté. Él ya estaba instalado moviendo su verga en bamboleo, avanzó en pequeños pasos, atrapó mi cabeza con una mano y dice: «A ver cabrón… abra la buchaca». Apoyé mis manos en sus mulsos velludos y abrí.
No había condición física que permitiera que aquello pudiera entrar completo en mi boca, y mucho menos en la forma brusca que él lo quiso hacer. Me retiré, volteé hacia arriba para verlo y le dije que mejor me dejara que yo lo hiciera. «¡Órale pues mijo!… aquí al cliente lo que pida» y apoyó las manos en la cadera con su sonrisa cínica. La atrapé con la mano, le di unos cuantos jalones al prepucio, y finalmente me animé a chupar su glande. Nomás oí: «Aaaaay… que rico».
Estuve chupando y ensalivando su glande un buen rato hasta que me volví a animar y la metí un poco más. Poco a poco se me fue distendiendo la boca hasta que pude meterla hasta mi garganta, pero fue demasiado. No supe qué fue, pero la de mi papá no me había ocasionado impulso de vómito y ésta sí. Me retiré por completo y le dije que mejor no, que ya me había arrepentido. «¡¿Cómo hijos de la chingada no?!… si yo a usted se la chupé hasta que se vino en mi boca. ¡Ándele!… vuélvale a hacer». Y la volví a meter a mi boca mientras me masturbaba, pero la verdad es que no pude, era demasiado grande, 22 centímetros y bien gruesa. Me volví a retirar para ser terminante esta vez y suspender la maniobra. En realidad, yo quería que él me la chupara a mí, pero no alcancé ni a protestar, porque se oyeron los gritos de alguien llamándolo desde el pie de la montaña de pacas. Y dice mi tío: «¡¡¡Me lleva la chingada!!!…es el cabrón de Jacinto… a ver mijo, vístase rápido y aquí espéreme».
¿Salvado por la campana?… no lo supe, yo no quería mamársela, pero tampoco quería que la cosa terminara así. Pero menos aún quería que Jacinto se diera cuenta o adivinara de lo que estábamos haciendo. Ambos nos terminamos de vestir rápido y el tío comenzó a bajar por donde subimos. Y eso de que lo esperara ahí, ni pensarlo. Rodeé «el escondite» y comencé a descender por la parte lateral de la montaña. Desde donde estaban no había manera de que me vieran, y el ruido es casi imperceptible. Bajé, le di la vuelta a la caballeriza y volví a entrar por la puerta grande.
Entonces vi a mi tío bajando otra vez, con cara de desconcierto y al verme a lo lejos, me gritó que fuera para allá.
El peludo guapo mal encarado, tenía el sombrero echado para atrás, los brazos cruzados y las piernas muy abiertas. Esperaba una resolución de parte del tío. Y como si ahí no hubiera pasado nada, me dice el tío: «Mijo, qué bueno que aparece. Su papá quiere que lo alcance porque quiere enseñarme no sé qué chingaderas».
De ser un cínico pervertido, pasó a ser un solícito y obediente empleado mi tío. Se fue al galope. Como nunca había cruzado palabra con Jacinto, pensé en nomás dar la media vuelta y largarme, pero por supuesto, teniendo muy en mente la curiosidad por la verga de ese hombre, pero ni hablar, ahí no había nada que mi mente pudiera maquinar para poderla ver… ¿nada?…
Sin más, me la di la vuelta y enfilé mis pasos, pero se dejó oír la voz grave de Jacinto:
– Oiga Patrón Chico… ¿a poco se va a ir sin ver el potrillo nuevo de «La Canela»? (me volteé emocionado)
– ¿Ya parió la canela?
– Ya Patroncito, ya va para dos semanas que parió.
– ¿A verlo?, ¿dónde lo tienen?
– Acá están los dos, venga.
Se dio la vuelta y lo seguí hasta el fondo, pasando por un lado de la montaña. Él iba delante de mí, callado. Y sí, efectivamente apestaba, así que no me le acerqué mucho. En el trayecto, se quitó la camisa y la dejó colgada en algún palo. WOW… ¡qué espalda!… total contraste con su pecho pues no tenía un solo vello. Siguió caminando y llegamos. El pesebre de La Canela estaba en esquina y él se acercó por un lado y yo rodeé la esquina para pararme del otro lado, por dos razones: Una, no quería volverlo a oler, y Dos, quería verlo de frente.
Estuvimos un rato contemplando el potrillo, estaba hermoso. Le hice varias preguntas pertinentes y él me contestaba lacónico, pero con esa mirada torva que no dejaba de inquietarme. Se hizo un rato de silencio y como a propósito, el potrillo comenzó a orinar. Yo lo vi con ternura, pero la ternura se disipó rapidísimo porque el tal Jacinto dice, al mismo tiempo que empieza a bajarse el cierre: «Pos es que de ver dan ganas Patroncito» y se sacó la verga y se dispuso a orinar. «¿A poco a usted no le dan ganas de orinar cuando alguien más orina por ahí?». Levanté los hombros y algo le contesté. Mis ojos me habían vuelto a traicionar porque estaban adheridos a una manguera oscura y flácida de 18 centímetros. Lo curioso es que no estaba orinando, por el contrario, se dio cuenta de que no podía quitarle los ojos, y se acomodó, es decir, se hizo un poco para atrás para que pudiera verlo bien de cerca y le dio unas sacudidas. Mi boca habló por voluntad propia:
– ¡Pero si ni estás orinando!
– Ahí va… ahí va… ¿usted no tiene ganas?
– No … ahorita no…
– Sáquesela patroncito, y va a ver que en cuanto empiece a mear yo, se le va a antojar a usted.
Por alguna razón que pueda explicar, hice lo recomendado, pero yo saqué una rígida regla apuntando hacia arriba. Se hizo el silencio. Yo viendo la suya y él viendo la mía, en completo silencio. Al verme, comenzó a sacudirla con cadencia y rápido se le empezó a parar. Siguió y siguió hasta que se vio armado con un instrumento de entre 20 y 25 centímetros. Avanzó un poco hasta que pudo recargarla sobre uno de los palos y comenzó a mover la cadera como cogiéndose la cerca. No me quitaba los ojos de encima, ni yo a él. Y como ya estábamos en el entendido de la excitación exhibida, se metió la mano a la boca y la sacó repleta de saliva, la embarró en su verga y se empezó a masturbar lentamente.
Mi excitación era demasiada, pero la imagen de mi padre de pronto vino a mi mente y decidí dar por terminado aquello, además, ya se la había visto, que era mi objetivo. Le dije:
– No. Nada salió. Como tú no orinaste a mí no me dieron ganas. Ya con eso (y me la metí al pantalón)
– No patroncito… espérese. Dicen por ahí que chupándole se pueden sacar los orines (me reí)
– Eso no es cierto.
– A ver… vamos probando… déjeme que se los saque patroncito… (Sin dejar de masturbarse despacio).
Me quedé inmóvil, tentado diabólicamente por ese tipo que estaba hecho un adonis, pero lo pensé dos veces y le dije que no gracias. Salí corriendo ya sin mirar para atrás, y me fui corriendo hasta la casa. Cuando llegué, me puse a descansar, tratando de recuperar la respiración. Tratando de recuperar la cordura y sobretodo, que me dejaran de arder los cachetes y las orejas. Y tanto me fui relajando, que me adormilé ahí. Corría un aire fresco y no había moscas.
Yo estaba totalmente perturbado por la excitación y el domingo apenas comenzaba.
Después de recuperarme un rato sentado, en el piso, entré a la casa y me acomodé en la cama (estaba solo en el rancho porque los domingos se van todos los empleados en cuanto termina la ordeña). De pronto me había invadido el sueño. Me despertaron las botas de mi papá y mi tío. ¿Cuánto tiempo había pasado? No tenía ni idea. Me levanté y salí a saludar. En vez de saludar, mi papá me preguntó si ya tenía mucha hambre y se metió a la cocina; mi tío me dio una nalgada y caminó rumbo al baño. Ambos, como si no hubiera sucedido absolutamente nada. Aquello se iba a poner divertido.
Estaba con mi papá en la cocina cuando oímos el ruido de la regadera, y dice mi papá, como en secreto: «Ya le hacía falta». No contesté, me quedé pensando en el «olor a hombre caliente» que había conocido hacía un rato. Después, como si hubiera salido de mi mente maquinadora, mi papá destapó una cerveza y le dio un trago. Luego me dijo que destapara otra y se la llevara al tío. No entiendo cómo fue que no me salió la risa. Mi papá sin saberlo le estaba devolviendo el favor del café al tío. Y ya iba con la lata en la mano, cuando me dice en voz baja y sonriendo: «pero nada de tallarle la espalda». Volteé a mirarlo, sonreí y con la cabeza le aseguré que no.
Toqué la puerta del baño y «casualmente» estaba abierta. Entré sin avisar y el tío estaba enjuagándose el jabón de la cabeza. Le hablé, se asustó: «¡Chamaco cabrón!… ¡que susto!… ¡y por tu culpa me entró jabón a los ojos!». Me reí, me acerqué hasta la regadera y le di la lata de cerveza:
– Aquí manda mi papá esto (puso cara de incrédulo)
– ¡¿En serio?!
– En serio. Él solito me dijo que te la trajera, yo no le dije nada.
– Aaaah pos entonces órale mijo… sígale con lo del beso.
– Bueno tío, tú estás loco, ¿verdad? …¡¡¡cómo crees!!!
– ¡Ándele mijo!… aunque sea poquito.
– No tío, se va a dar cuenta mi papá y ahí sí nos mata a los dos. Mejor luego.
– Bueno, agárramela tantito nomás a que me crezca, ya luego yo me la jalo.
Me acerqué con cuidado de no resbalar y se la atrapé, otra vez mojada, pero parecía la verga de un niño de mi edad porque se le paró de inmediato y ya rápido tenía el glande descubierto y rosado. «Sígale otro ratito chiquito mijo… así… así… que rico…». Y en cuanto sentí mi verga otra vez durísima, regresé a la realidad y suspendí la obra, oyendo su florido lenguaje.
Muy en contra de su voluntad, me salí y cerré la puerta. Al entrar a la cocina pensé en cómo disimular la erección que me había provocado el tío, pero decidí desenfadarme de eso, y le pregunté a mi papá: «Oye papá… ¿es normal que me pase esto a cada rato?, ¿nomás por entrar a dejarle la chela al tío?». Volteó a ver de qué le hablaba, vio que le señalaba mi carpita en el pantalón. Se volteó a lo que estaba haciendo, suspiro tan profundo como pudo y contestó sin verme: «Sí hijo… supongo que sí es normal, pero recuerda que vamos a hablar de eso cuando lleguemos a la casa». Entendí.
Entró a la cocina el tío, descalzo y sólo envuelto en una toalla preguntando por la comida. Mi papá dijo que ya nos podíamos sentar y comimos. Lo curioso es que el tópico de la desnudez del tío ya no fue motivo de discusión. Como que después de lo de anoche, ya eso era asunto permitido. Así que, para la sobremesa, me quité la camisa para observar la reacción y nada pasó. Sólo que mi papá me detuvo porque me tocaba levantar la mesa. Ellos se fueron a sentar a la terraza. Hacía un aire delicioso.
Cuando me reuní con ellos, me enteré de que hacía falta comprar cosas para componer la cerca, pero que el tío no tenía dinero, así que nos íbamos a quedar para ir al banco del pueblo el lunes y hacer mi papá una transferencia por teléfono, ya que entonces ni pensar en la magia de Internet. Y esto, por supuesto, me llenó el buche de alegría: ¡OTRA NOCHE NUDISTA!
Estuvimos en la terraza buen rato, yo sin dejar ir las oportunidades de ver cuando se levantaba «accidentalmente» la toalla del tío. En una de esas, para tener una mejor visión del asunto y ver qué hacía mi tío, me hinqué en el suelo y le dije a mi papá: «A ver papá, levanta la patita para quitarte las botas». Mi papá me dijo que qué lindo hijo tenía, pero siguió hablando. Yo tenía el ángulo perfecto para realizar la maniobra y mantener el ojo puesto en la entrepierna de mi tío, cosa que notó él y abrió ligeramente las piernas. Sus huevos le estaban colgando hasta la silla y más abajo, traía huevos de toro. Me causó gracia, pero de su pene nada. Mi intención era provocarle una erección enfrente de mi papá, sólo por curiosidad, quería ver cómo reaccionaba uno ante el otro.
Terminé de quitarle botas y calcetas a mi papá, y me levanté para llevarlas a la recámara, cosa que hice ofreciéndole a mi tío, supuestamente a escondidas de mi padre, mi erección. Me observó y se turbó, reacomodó las piernas y se inclinó, como poniendo más atención. Eso era suficiente, no quería ocasionar un conflicto de estado mayor entre ellos. Me quedé un rato adentro viendo la tele, para que se me bajara la calentura y salí. Seguimos otro rato, platicando ellos y maquinando yo. Cuando empezó a bajar el sol, mi papá dijo que ya era hora de bañarse. A mí se me levantaron las orejas como perrito que oye el ruido de su plato de comida, pero desde ya, descarté la posibilidad de bañarme con él otra vez… ¿posibilidad descartada? No. Desde el cielo oigo la voz de mi padre diciéndome: «¿Ahora no te vas a bañar conmigo hijo?». De un brinco me paré y le dije que sí, salí casi corriendo rumbo al baño, pero alcancé a oír la voz de protesta del tío:
– ¡Par de cabrones!… ¡¿Porqué, chingados nunca me invitan a mí?!… ¿porque nomás ustedes? (Y mi papá le contestó)
– Porque tú ya te bañaste, hermanito.
– ¡Pero me puedo volver a bañar!… nomás por el gusto de estar con ustedes.
– No Manito, no estés chingando, no cabemos todos en el baño.
Mi corazón empezó a palpitar con más ganas, pero pensé que ahí acababa todo. Mi tío rebatió: «Me vale madre… ya que se les quite lo apestosos, ahí les caigo para acompañarlos».
Yo estaba sentado en mi cama quitándome las botas y le pregunté a mi papá cuando entró, si pensaba que lo haría, y me contestó despreocupado: «¿Qué no conoces lo hocicón que es tu tío?». Me paré, me quité el pantalón y luego el calzón. Quedé de pie, a la vista mi desnudez y mi erección. Mi papá vio de arriba abajo, me sonrió y me dijo que me fuera adelantando, que ahorita me alcanzaba. Así lo hice. Me metí al agua y al minuto oí la puerta abriéndose. Volteé a verlo, con la esperanza de ya poder por fin conocer su pene erecto, pero nada: flácido, pero no por eso menos hermoso todo lo que estaba viendo. Se queda parado sosteniendo la puerta, y me pregunta en voz baja:
– ¿Quieres que la cierre o que la deje abierta?
– No sé (levanté los hombros sin saber qué decir). Como tú quieras papá.
– Bueno, decídelo tú: si la cierro, tu tío no entra. Si la dejo abierta, ten por seguro que aquí lo tenemos al ratito. ¿Qué decides? ¿La cierro?
– Mm… Este… no… Mejor déjala abierta.
– Como tú me digas.
– Es que… la verdad… me gusta un chorro ver a mi tío en cueros.
– Sí… ya lo sé… por eso te pregunté. A ver ¿quién enjabona a quién primero?
– ¡YO A TI!
– Sale pues, nomás hazte a un ladito para mojarme.
Terminó de mojarse, cerró la llave y dio vuelta hacia mí. Aún flácida: ¡chin! Me preguntó que por dónde quería empezar y le dije que por la espalda y se dio la vuelta obediente. Él era más alto que yo, pero no tanto como para no alcanzar perfectamente su cabeza con ambas manos, así que comencé a enjabonarle la cabeza y le tallé bien el cabello. Ya que terminé, iba a seguir con el cuello y el resto de su apetecible cuerpo de señor cuarentón, cuando me cortó la inspiración porque dijo que prefería enjuagarse la cabeza para que no le entrara jabón a los ojos… comentario que me trajo varios recuerdos. Levanté los hombros.
Terminó de enjuagarse, se echó el pelo para atrás, volteó a verme, me sonrió y me dice: «Tu pene nunca se cansa, ¿verdad?». Yo nomás sonreí de oreja a oreja, negando rotundamente. Se volvió a dar la vuelta y proseguí por la espalda. Ya estaba enjabonando las axilas levantadas, cuando se oyó un leve toque en la puerta. «¿Se puede o no se puede?». Mi papá volteó a verme, en voz muy baja sonriendo: «Te dije». Y levanta la voz: «Pos ya para qué preguntas hermanito, si ya estás ahí, ándale, pasa y siéntate, que estás en tu baño».
El tío asomó la cabeza y después el resto del cuerpo. Volvió a entrecerrar la puerta. Y lo primero que dice: «¡Ah que a toda madre!: tú con tu esclavo bañándote como niño chiquito y yo bañándome solo». Nadie le contestó nada, mi papá nomás se río sonoramente. Sigue mi tío: «Bueno, pos con su permiso, yo me voy a acomodar por aquí para no estorbarles mucho». Mi papá nomás le contestó que estaba en su baño.
Bajó la tapa de la taza y se sentó, con la toalla aun puesta y una lata en la mano. Me vio el pene parado y me guiñó un ojo, luego empezó a hablar: «Mira qué a toda madre que lo bañen a uno… así hasta me dan ganas de bañarme 3 veces al día… etcétera». Se mantuvo hablando, seguramente la situación lo puso algo tenso. Y yo seguí con mi formidable tarea de bañar a mi padre. Ya me había saltado la zona de las nalgas a los pies para ir subiendo. Pies, tobillos y rodillas, ya lavados. Empecé con los muslos lentamente. Subía mis manos como no queriendo perturbar a mi papá o incomodar, hasta que en una de esas que notó que ya era hora de subir con el lavado, separó bastante las piernas.
Aquí me puse de pie (erección en pleno, claro) volví a tomar el jabón y sin miedo alguno comencé a enjabonar las nalgas, levemente menos velludas que las del tío y para pronto me fui al surco entre ellas. La voz de mi tío cesó. Sólo se oía el ruido del jabón yendo y viniendo del inicio de la rayita hasta el borde el escroto, pasando por el ano expuesto de mi papá. Me quedé un rato tallando ahí y sin decir nada, mi papá volvió cerrar las piernas, como diciendo que con eso era suficiente.
Ya había terminado. Seguía el frente. Le dije: «Ya papá, toca al frente». Giró silencioso, como quien disfruta de un masaje. Lo formidable fue volver a ver su verga a media erección, como la vez anterior, pero de mi cuenta corría que ahora crecería completa.
Comencé por el pecho, con entusiasmo y la voz del tío volvió a sonar, hablando de todo y de nada. Al llegar a la cintura, noté que había crecido UN POQUITO más. Así que me hinqué para lavar el frente de los muslos, y ahí empecé a moverme con mucha cadencia, como quien no quiere que termine la función. Las incursiones de mis manos hacia arriba, hacia la gloria de su entrepierna, eran cada vez más atrevidas. Su escroto ya lo había tocado varias veces, pero «por accidente». La voz de mi tío volvió a desaparecer. En una de esas avanzadas, sin decir nada, mi papá volvió a separar las piernas ampliamente, así que pasé saliva seca y subí el jabón hasta la zona de las ingles para enjabonar, haciendo a un lado el escroto con el dorso de mi mano. Volteé a ver a mi papá, pero tenía la cabeza echada para atrás y los ojos cerrados. Tomé eso como total permiso.
Volteé a ver al tío, y su pene ya se había salido de la toalla en plena erección, y hasta noté los espasmos de excitación. Me vio directo a los ojos, pero esta vez no hubo ni guiños ni sonrisas, estaba en otro mundo el hombre. Así que volví a mi tarea y finalmente subí el jabón al vello del pubis y comencé a enjabonarlo, pero sin prisa, luego bajé al escroto, y al levantarlo, su verga pegó un brinco y entonces noté que ya estaba mucho más grande. Con mucho cuidado lavé los huevos de donde había yo salido, luego me enjaboné bien las manos y dejé el jabón. Atrapé su pene para retraerle el prepucio y lavarle debajo. Aquí escuché un leve gemido de mi papá y su pene creció a todo su esplendor. Era igualita a la mía, sólo que mucho más grande, 20 centímetros de pura carne, era bien grande para mí y tenía como 5 o 6 centímetros de ancho.
Volteé a ver al tío, y ya había soltado la toalla y se estaba acariciando los huevos abajo de una verga muy dura y muy roja. Luego regresé con mi papá y seguía con los ojos cerrados. Con ambas manos lavé su pene. Con una detenía el prepucio atrás y con la otra tallaba el glande con toda la delicadeza de que fui capaz. Alcancé a oír una inhalación fuerte y profunda de mi tío, pero no volteé. Seguí acariciando el pene y los huevos, hasta que me pregunta con voz adormilada: «¿Ya hijo?». Le solté el pene, éste rebotó al sentirse libre, y contesté: «Sí papá, ya te puedes enjuagar».
El pene de mi papá no era el más grande que había visto ese fin de semana, pero definitivamente sí era la más bonita.
Mientras mi papá entró al chorro del agua, yo me recargué en la pared de atrás de la regadera, tratando de entender qué estaba pasando ahí. Mi padre frente a mí con una erección al tope. El cachondo de mi tío observándonos, también con la verga a reventar, y yo como moderador de aquella exhibición.
Cuando terminó de enjuagarse y se dio la vuelta, mi tío ya no tuvo el empacho de cubrir su erección. Mi papá lo vio y nomás sonrió. Se dirigió a mí y me dice: «Su turno señor. Mójate». Me mojé y volteé a devolverle la pregunta: «¿Por dónde quieres empezar?» Esperaba que dijera que por atrás pero su respuesta casi me infartó: «A ver, que el mirón de tu tío decida, porque él te va a lavar un lado y yo el otro». Los dos abrimos los ojos fuera de órbita.
No lo podíamos creer, pero aún, así dentro de su sorpresa, se levantó mi tío, caminó hasta la regadera con la verga bamboleando, se paró detrás de mí y tomó el otro jabón. Ahora el hipnotizado era mi tío. Como autómata comenzó a embarrarme a tontas y locas jabón en la espalda, para irse en seguida a mi culo. Mi papá me sonrió y ahora él me guiñó un ojo. Yo no podía creer nada de lo que estaba pasando. Mi tío me separó las piernas con un pie y me tuve que detener en el pecho de mi papá para no caerme. Mi papá ni siquiera tomó el jabón, nomás me detenía. Ya que me enderecé y recuperé el equilibrio, sintiendo los dedos de mi tío por todos lados, bajé la mano para atrapar la verga de mi papá, que no había perdido ni medio milímetro de erección.
Estaba yo tan alterado, que no sabía qué hacer. Quise agacharme para chupársela, pero las manos de mi tío sobándome con frenesí por todas partes me lo impidieron. Estaba vuelto loco, hasta que llegó el momento en que aventó el jabón y me dice: «A ver mijo, enjuáguese de una vez que ya está», cosa que dijo todo serio. Me metí al chorro y rápido me quité el jabón. Me volteé para ver que seguía, pero ahí ya no había cuartel. El tío se hincó, me atrapó por la cadera y me jaló hasta su boca. Volteé a ver a mi papá asustado, pero nomás me sonrió. El tío me estaba volviendo loco con esa mamada frenética, y como que mi papá entendió y dice: «¿No hay espacio ahí para otra verga manito?» y sin contestar ni media palabra, estiró la mano, lo atrapó de la verga y lo jaló… WOW… ¡estaba viendo a un súper macho chuparle la verga a mi padre!… un macho que casualmente era su hermano.
Aquello era más de lo que podía soportar mi corazón, pero, aun así, siguió la fiesta porque mi papá acomodó las piernas separadas enfrente del tío hincado, lo agarró por la cabeza y ahora sí empezó a gemir libremente. Nunca lo había visto así. Ver a mi papá extasiado, con la boca de mi tío atrapándole la verga, estaba siendo más de lo que podía soportar. Me acerqué por un ladito a mi papá y le dije que ya me iba a venir, (iba a tener un orgasmo seco, ya que a mi edad yo no eyaculaba) así, sin tocarme, que ya no aguantaba.
Detuvo el frenético movimiento de cabeza de mi tío y le pregunta: «¿No oíste manito?… tu sobrino se va a venir en el aire»… El otro estaba jadeando, se rió un poco y dijo: «ah sí, con mucho gusto. Venga pa’cá mijo». Y me atrapó de las nalgas con una mano y me jaló hasta su boca. Yo tuve que detenerme del brazo de mi papá y éste después se paró atrás de mí para detenerme. No supe si intencionalmente o no, pero su verga terminó entre mis piernas, abajo de mis nalgas, pero como estaba sin jabón, no deslizaban hacia ningún lado, sólo las sentí y ya no había tiempo para nada más, porque entre la verga de mi papá allá abajo, y la boca de mi tío, no pude menos que explotar los orines en su boca. Los ojos se me cerraron, se me detuvo la respiración, sólo podía pujar y pujar, como si sufriera un dolor intenso.
Mi tío no se retiró hasta que me exprimió la última gota y liberó mi verga de un solo golpe. Oí sus jadeos y sentí a mi papá deteniéndome mientras terminaba de salir del clímax. Abrí los ojos y vi a mi tío, tirado en el suelo, recargado en la pared con las piernas muy abiertas, con una sonrisa de oreja a oreja, jadeando. Me dice mi papá con mucha ternura: «Ven, ahora te toca a ti sentarte un ratito» y me condujo hasta la taza y me dejé caer, con la sonrisa torpe. Y me dice con la voz de terciopelo que ya adoraba: «Ahora también te toca a ti ver… pon mucha atención y acuérdate de que vamos a hablar de esto cuando lleguemos a la casa, ¿está bien?». Le contesté con la cabeza y con media sonrisa que sí, que estaba bien.
Se dio la media vuelta y caminó hasta el tío. Le extendió la mano como para levantarlo y se levantó. Y lo que siguió me dejó helado, porque ahora mi papá fue el que se hincó y atrapó a mi tío por la verga para metérsela a la boca. Me quedé sin respiración, no lo podía creer, pero seguí viendo sin perder ni un solo detalle. El tío abrió las piernas y empezó a gemir, acariciando el pelo de mi papá y con la cabeza levantada hacia el techo. Después lo soltó mi papá de la verga y lo atrapó de la cadera para jalarlo al ritmo que él movía la cabeza hacia adelante y hacia atrás. El tío se aclaró la garganta y dijo: «Ay manito… se me hace que no te voy a durar mucho… todo el día he andado…» y ya no pudo decir más, arrugó toda la cara, en rictus de dolor y todo su cuerpo entró en espasmo y su verga desapareció casi por completo dentro de la boca de mi papá. Juraría que le llegó hasta el cuello. Los movimientos cesaron, pero mi papá se quedó conectado, respirando con dificultad. Finalmente, el tío cedió y soltó a mi papá. Éste estaba jadeando un chingo y luego se dejó caer al suelo para descansar. El tío se recargó en la pared, como sostenido por hilos invisibles.
Después de que se recuperaron, mi papá se levantó, tomó una toalla, me tomó de la mano y me jaló a la recámara. Ahí comenzó a secarme el cabello y después el pecho. Me dice:
– Tengo que decirte algo.
– ¿Qué papá?
– ¿El beso que le debías a tu tío?… ya quedó pagado
– Pero… ¡¿a poco sabías?!… ¿Cómo supiste?… pero si yo
– Silencio. Acuérdate que vamos a hablar de esto cuando lleguemos a la casa…….
CONTINUARÁ……
POR: HOTMAN
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ACLARANDO¡¡¡ Estos relatos que empezarán a leer NO es de mi autoridad, es pertenencia de otro usuario que no conozco y no sé quién sea el autor original y mientras el dueño no me reclame yo seguiré escribiendo.
esta muy interesante estos relatos y me están dejando una dura erección
uffff