Mi Tío el Ranchero (6)
Después de haber tenido a mi papá adentro de mí esa noche ……..
Mi Tío el Ranchero (6)
Después de haber tenido a mi papá adentro de mí esa noche, no tengo otro recuerdo que el de la mañana siguiente. Fue la primera vez que disfruté del inmenso placer de caer rendidamente dormido después de coger.
Lo primero que arrebató mi mente esa mañana, fueron las ganas inmensas de orinar. Sin pensarlo, me levanté, corrí al baño y para no perder tiempo en preámbulos, me senté y me dejé drenar por la fuerza de la gravedad. Mi intestino también se sintió invitado a desalojar lo que no necesitaba y ahí fue cuando me reconecté con la noche anterior: ¡qué pinche dolor! Era un dolor, si acaso no intenso, era nuevo para mí, pero con el dolor llegaron los recuerdos y me reubiqué en la realidad. Y estaba sentado en la taza del baño, recapitulando los recuerdos y sintiéndome cada vez más y más feliz, cuando caí en la cuenta de que seguía desnudo. Esta vez nadie me «vistió» mientras dormía, cosa que me pareció genial.
Al salir del baño, lo primero que se me ocurrió fue regresar a la cama, como para atesorar lo que había pasado la noche anterior, pero eso sí, sin poder olvidar el «dolorcito» en mi ano. Me senté, me acosté y pegué mi nariz a la almohada de mi papá: su olor seguía ahí… ¡qué placer!… ¡que embriaguez de placer!… ¡que delicia!… PERO… tuve otra pulsión muy exigente a esa edad: HAMBRE.
Como estaba, sin ropa, salí a la cocina para descubrir una sartén con huevos rancheros y una nota al lado, que decía: «Hijo: Tu tío y yo nos fuimos al banco. Por favor desayuna y prepara las maletas que nos vamos en cuanto lleguemos».
Eso de que «nos vamos» no me gustó nadita, pero era inevitable. Mi papá debía volver al trabajo y yo, a la escuela y a la realidad. Temía que al volver a la ciudad mi papá volviera a ser el mismo de antes, pero al mismo tiempo sabía que ya nada iba a volver a ser igual. Mis sentimientos eran ambivalentes, pero había que esperar a que corriera el tiempo.
Recordaba perfectamente la charla que acordamos tener mi papá y yo, y eso era punto a mi favor.
Para cuando oí el ruido del motor, yo ya estaba vestido y con las maletas en la puerta. Estaba cepillándome los dientes cuando entraron a la casa. No entendía lo que estaban diciendo, pero sí reconocí el tono determinante de mi papá. Cuando entré a la cocina, mi papá me recibió con una gran sonrisa, cosa que me tranquilizó mucho, pero en cambio mi tío tenía cara de pocos amigos. Pregunté que qué alegaban y el tío le ganó la palabra: «¡Pos aquí tu pinche padre!, que no me quiere hacer caso. Le digo que se queden otro día o que te quedes tú una semana y que luego venga por ti, ¡pero no quiere nada!». A mí me chispearon en la mente ambas opciones, me agradaron, pero cuando volteé a ver a mi papá, éste ya tenía su gesto de: «Mi respuesta es NO». Sería inútil quererlo convencer, pero a mí se me ocurrió algo: «Oiga tío: si yo le prometo que voy a convencer a mi papá de que regresemos dentro de 15 días, ¿ya se quedaría más tranquilo?». Finalmente convencí al tío de que se quedara en paz y a mi papá de que lo pensaría.
A la hora de despedirnos, ellos dos sólo se despidieron de mano, pero conmigo hizo algo inusual, el tío: me dio la mano, me jaló hasta él, con el brazo izquierdo me abrazó por la espalda y al soltar la otra mano, la pasó para atrás y la depositó justo entre mis nalgas, clavando la mano entre las piernas y me apretó todo. Y me dice: «Lo quiero mucho Mijo, y no se le vaya a olvidar lo que me prometió». Le aseguré que no lo olvidaría y al soltarme, noté que se podía adivinar perfectamente su verga parada en todo su esplendor abajo del pantalón. Sonriendo se la acaricié un poquito y le dije: «Guárdeme esto para cuando regrese». Me contesta: «Yo a usted le guardo todo lo que quiera Mijo, ándele, ya váyase que su papá lo está esperando».
Tomamos la brecha de salida, después la carretera de terracería y por fin la autopista. Ya con los cristales arriba, nos quedamos callados unos minutos, hasta que rompí el silencio:
– ¿Oye papá?
– Dime hijo.
– La plática ésta que vamos a tener… ¿tiene que ser hasta que lleguemos a la casa? (Se le salió una risa muy alegre)
– ¡Sabía que no te ibas a aguantar la curiosidad hasta que llegáramos a la casa! No hijo, no tiene que ser hasta que lleguemos.
– Ah que bueno, porque se me hace que ya sé de qué se va a tratar.
– ¿Ah sí?, ¿a ver?… ¿de qué se va a tratar?
– Bueno, primero de que me vas a decir que eso que pasó contigo y con el tío, estuvo mal, ¿correcto?
– Bueno, sí, estuvo mal, no es normal que un padre haga esas cosas con sus hijos, y mucho menos si el hijo tiene 7 años.
– Pues no, no es normal, pero sucedió papá… ¡y yo no me arrepiento!… ¿tú te arrepientes?
– Me arrepentiría si supiera que te hice algún daño.
– ¡¡¡Pero me gustó mucho!!!… ¡no veo a qué hora me hiciste daño! (pensé en el dolorcito que traía por atrás, pero no me pareció prudente traerlo a la palestra).
– Supongo que lo del daño se vería con el tiempo. Pero otra cosa hijo: ¿has hecho esto con alguien más?
– Bueno… la verdad… es que, primero contéstame una cosa tú: ¿cómo supiste lo del beso que le debía al tío?
– Ah pues porque adiviné que algo raro había pasado entre tú y tu tío en el río y lo interrogué hasta que me lo contó todo.
– ¿Y te enojaste?
– La verdad al principio sí, muchísimo, pero como tu tío me juró que tú no habías hecho nada en contra de tu voluntad y que te había gustado un chingo, me esperé a ver cómo reaccionabas.
– Ah… ¿y cómo reaccioné?
– ¿Me estás preguntando en serio?
– Ajá.
– ¡Pero hijo!… si después de lo del río seguiste encima de él, cuando estábamos sentados en la terraza, y después encima de mí… ¡la respuesta flotaba en el aire! (a mí se me salió una risita algo maliciosa)
– Sí, ¿verdad?
– ¡Claro que sí!… a lo lejos se notaba que querías más y más. Pero no has contestado mi pregunta. Aparte de con tu tío, ¿lo has hecho con alguien más?
– Bueno, ¿hacer lo mismo que hice con ustedes?, no. He jugado muchas veces con mi mejor amigo de la escuela. Nos la jalamos juntos al principio, pero después él me la jala a mí y yo a él, pero nada más.
– ¿Con nadie más?
– Sí papá, con nadie más, te lo juro.
– No hijo, no es necesario que jures nada, te creo. Pero bueno hijo, lo más importante de la charla, es que quiero que de ahora en adelante las cosas cambien entre tú y yo.
– De hecho… ya cambiaron… por si no lo notaste…
– No, espera, déjame explicarte. Me refiero que hasta antes de este viaje yo era muy distante contigo. Pero quiero que ahora se rompa esa barrera que había entre nosotros y me platiques todo y que te sientas siempre en la confianza de preguntarme cualquier cosa.
– Oye, pues ya que lo mencionas, mi primera pregunta es ¿por qué eras tan distante conmigo?
– Bueno… si quiero que seas 100% sincero conmigo, supongo que debo serlo contigo también. Lo distante era precisamente porque temía que esto sucediera, y lo temía porque pensaba que te haría algún daño.
– Pero, no entiendo… ¿por qué lo temías?
– Ay hijo. Desde muy chiquito noté cómo te gustaba observarme entre las piernas, cómo te gustaba acariciarme los brazos, sentarte encima de mí y ponerme tu mano en donde ya sabes…
– ¡¿En serio lo notaste?! (Soltó la risa)
– No te lo estaría diciendo si no, ¡tontito!
– Ah mira… y yo que pensaba que nadie se daba cuenta… oye, ¿te digo una cosa?
– ¿Qué cosa?
– Que ya se me paró la verga nomás con esta platiquita… jejeje …
– ¿En serio?… oye, entonces debe ser contagioso porque a mí también.
– ¿¡En serio?! … ¡¿te la puedo acariciar tantito, porfa papá?!
– No señor, nada de eso, estoy manejando y eso puede ser peligroso. Además, la charla no ha terminado.
No pude evitar poner mi cara de frustración, pero entendí que estaba en lo correcto. Y le dije:
– Ah sí, ya sé qué falta, pero ya me lo sé papá. Que no se lo puedo contar a nadie, pero a nadie de verdad porque te puedes meter tú en serias broncas, ¿verdad?
– ¡Verdad!
– Pero desde ahorita te juro que no se lo voy a contar a nadie papá.
– Gracias hijo. Confío en que así será.
Se hizo silencio por un rato, los dos viendo hacia el frente. La charla acababa de empezar, ¡imposible que terminara ahí!, así que volví a la carga:
– Oye papá… ¿y te gustaba lo que yo te hacía de chiquito?… (Se rio)
– La verdad no. La verdad me daba mucho miedo descubrir que me gustaba tu curiosidad sobre mi cuerpo o que me excitaran tus manitas hurgando en mi entrepierna.
– Mm … eso lo entiendo. Por eso siempre me retirabas de ti. Con razón, ahora entiendo todo.
– Me da gusto que lo entiendas.
– Me daba mucha curiosidad ver qué tenías debajo de la ropa, pero como NUNCA te dejaste ver encuerado, pos en el que empecé a fijarme fue el tío.
– Ah mira, esa es otra pregunta que te tenía: ¿por qué el tío?, ¿él te hizo alguna insinuación?, ¿o porqué fue que pusiste los ojos en él?
– Ah porque, bueno, él siempre anda diciendo que nunca usa calzones, que duerme encuerado, porque siempre se agarraba el paquete y eso me gustaba, así que pensé que, a la hora de irnos a dormir en el rancho, era por seguro que lo iba a ver encuerado.
– Ah mira, qué astuto saliste.
– Astuto y caliente papá, porque ya la traigo parada otra vez.
– Ah que hijo tan calenturiento tengo.
Me sacudió el cabello y después encendió el radio, y mientras buscaba una estación, me quedé observándolo. Definitivamente éste era otro señor, no era mi papá de siempre. Ahora era un señor que me estaba gustando mucho como amigo, como hombre y como padre. Y mientras lo observaba, aparecieron MÁS preguntas que hacer, así que le quité la mano del radio, lo apagué y le dije riéndome:
– ¿Qué crees?: ya tengo más preguntas (volvió a reírse a carcajada ligera)
– ¡Pues sí que te tardaste!… ¡pasaron casi cinco minutos! Ándale pues, pregunta lo que quieras.
– Ok… ¿pero seguro que puedo preguntar lo que quiera?
– Bueno, en eso quedamos, ¿o no?
– Sí y…
– Pero ahora yo soy el que ya sabe qué vas a preguntar…
– ¿A ver?
– Que si yo ya lo había hecho antes con alguien.
– Exacto.
– Sí hijo, claro que ya lo había hecho antes, ¿y no adivinas con quién?: con tu tío.
– ¡¿Con el tío?! … ¿entonces no era la primera vez que se la chupabas? (se rio, como recordando)
– No. Definitivamente no era la primera vez que le hacía sexo oral, que es la forma apropiada de decirlo.
– ¿Sexo oral?… ok. ¿Y cuándo fue?
– Uuuuuy hijo, desde chiquitos. Tu tío siempre fue igualito que tú de caliente y travieso, así que empezamos a tener juegos sexuales desde muy pequeños, como tú con tu amigo, pero el sexo oral vino cuando ya éramos adolescentes, un poco más grandes que tú.
– Ah… ¿y lo otro?
– ¿Qué otro?
– ¡Lo otro!… lo que me hiciste tú a mí.
– ¿Penetración anal?… también con él. Nomás que yo siempre se lo hice a él. Lo hicimos durante muchos años hasta que se casó él primero. Y de ahí, hasta esta vez. Y déjame decirte que, si no hubieras empezado el juego tú, no hubiéramos hecho nada. Ya habíamos acordado que no más.
– ¿O sea que yo los pervertí?
– Pues digamos que sí (riéndose).
Me quedé callado un rato y sobrevino la pregunta obligada:
– ¿Oye papá?… ¿y con el abuelo?
– ¿Con tu abuelo? No, con él nada de nada (pero no me quedé muy convencido de que fuera la verdad y me quedé pensativo un rato).
– Bueno, supongo que, si yo tuviera un hijo, y pasara lo mismo que contigo y me preguntara si lo hice con su abuelo, creo que también le contestaría que «Nada de nada».
Ahora el pensativo fue él. Algo había ahí que no me quería contar y yo no quise presionarlo. Me dio miedo que fuera a dar por terminada la charla. Así que le dije:
– ¿Te digo una cosa?
– Claro…dime.
– Que la cola me amaneció doliendo un chorro (puso cara de preocupado, me puso la mano en la cabeza y me dijo)
– Lo sé hijo, lo sé. No era posible que no te doliera si fue tu primera vez.
– ¡Pero me gustó un chorro!…
– Ajá… también eso lo noté. Lo alcancé a notar anoche (me volvió a sacudir el cabello) pero en un par de días ya vas a estar como nuevo hijo, ese dolor pasa.
– Pues la verdad me gusta sentirlo, porque siento como si todavía estuvieras adentro de mí (volteó a verme incrédulo)
– ¿En serio te gustó tanto hijo?
– ¡POR SUPUESTO QUE SÍ!… y ya quiero tenerte otra vez adentro papá.
Se quedó callado viendo al frente. Serio. Se puso la mano sobre el paquete y dice sin voltear a verme:
– ¡Ah Caray!… ahora el caliente es tu papá porque ya se le paró.
– ¿En serio?… ¿tanto te gustó? (volteó a verme riéndose)
– ¿Qué acaso no se notó?
– ¡Por supuesto que se notó!… y sentí bien rico cuando me echaste toda tu leche caliente adentro… ¡en seguida me vine!
– Sí, esa fue mi parte favorita también, y no se llama leche, se llama semen.
– Ah sí: semen.
Nos quedamos callados un rato, con la tensión sexual flotando en el ambiente. Yo quería que nos regresáramos, que nos desnudáramos y volver a tocar todo su cuerpo, estaba vuelto loco, pero finalmente, él era el papá y quien determinaba lo que iba a suceder o no.
– Oye papá.
– Dime.
– ¿Y ya no lo vamos a volver a hacer?
– Pues… este… no sé hijo, supongo que sí. Si los dos queremos, claro que lo vamos a volver a hacer…
– ¡Pero papá!… ¿dónde?… ¿cuándo?… ¡en la casa está mi mamá!
– No lo sé. Algo se nos tiene que ocurrir.
– ¿Algo como qué?
– Bueno, de pronto se me ocurre que puedes acompañarme cada vez que venga al rancho, o cuando vaya a la capital.
– Eso tenlo por seguro… pero… ¿y ahorita?
– A ver hijo. Yo sé lo frustrante que puede ser que, estando muy caliente, no puedas hacer nada. Pero entiende que voy manejando y es peligroso que me acaricies, además de que tengo que llegar a la oficina hoy mismo.
– Ok… donde manda capitán no gobierna marinero (cosa dicha con gran desánimo)
– Eso es correcto, pero no te enojes conmigo. Piensa en que ahora no me voy a encerrar bajo cuatro candados cada vez que me bañe y vas a poder entrar cuantas veces quieras a verme. Que voy a andar en la casa en shorts y sin calzones. Que ahora vamos a poder platicar de todo lo que tú quieras. Que, si quieres hacer algo, me lo puedes consultar primero y si puedo ayudarte en algo, pues te ayudo.
– ¿En serio ya no te vas a encerrar en el baño?
– Te lo prometo. Vas a poder verme encuerado todas las veces que quieras, siempre y cuando seas muy discreto y entres al baño con algún motivo creíble, que no levante sospechas.
– Excelente. Entonces yo tampoco me voy a encerrar cuando me bañe.
– Ah, me parece muy bien.
Nos quedamos callados un rato y le dije:
– Me siento feliz papá.
– ¿En serio hijo?… ¿antes no eras feliz?
– Bueno, sí, pero no como ahora. Antes te tenía miedo, ahora ya no.
– Eso me gusta hijo. Gracias por tu sinceridad.
– Te quiero mucho papá.
– Yo también te quiero mucho hijo, no sabes cuánto.
Está de más decir que el tema central de conversación durante toooooodo el viaje, fue el sexo. Después de la ruptura de fronteras entre mi papá y yo, ¿y a mis siete años?… ¡por Dios!… ¿quién podría hablar de otra cosa que no fuera S–E–X–O?… yo no.
Lo interrogué sobre muchas cosas y en casi todas tuvo la paciencia para contestarme, mismas que acaso vengan a la palestra después; pero una parte que quedó completamente en blanco, fue su infancia sexual. No quiso hablar de eso y yo no quise presionar, por miedo a que se volviera a erigir el muro de Berlín entre nosotros.
Ya no faltaba mucho para llegar cuando se hizo un silencio en el auto. Yo iba acomodando mis ideas y de pronto descubrí que mi papá iba acomodando sus huevos. No quise inhibirlo, así que lo vi de reojo, como antes, cuando mi juego favorito era espiarlo. Pero una vez más, se dio cuenta, porque me dice:
– ¿Ves cómo fue que me di cuenta de tu interés por mi entrepierna cuando eras más chiquito?
– ¡Papá! (Nos reímos) ¡¿Cómo te diste cuenta?!
– Creo que soy un poco más ágil que tú hijo.
– Mm … sí, ya vi. ¿Y qué tanto te hacías?
– ¿Ahorita?
– Ahá.
– Ah pos disfrutando del maravilloso privilegio masculino de rascarse los huevos (volteó a verme sonriendo)
– Sí. Te los rascas mucho.
– ¿Tú no?
– Pues no, o al menos, no tanto como tú. Será porque no tengo pelos ahí.
– ¿En serio no tienes? (con cara de duda)
– No. A cada rato me reviso y nada.
– Ah mira, no me di cuenta. No tuve tiempo de investigar eso.
– Pero… ¿si quieres?… ¡ahorita que lleguemos lo investigas!, ¿sale? (se rio)
– Nada de eso Señor. Ahorita que lleguemos, te dejo en la casa y me voy derechito a la oficina.
Puse cara de descontento, pero conforme al mismo tiempo. Sabía que «regresar a la realidad» era un hecho inminente e inexorable. Me puso la mano en la pierna y me dice: «Tranquilo hijo, acabamos de tumbar la frontera, acuérdate. Tenemos mucho tiempo por delante». En respuesta le agarré la mano y no se la solté.
Al llegar a la casa, literalmente me dejó junto con las maletas y se fue. ¡Regresé al mundo!
No nos volvimos a ver lo que restó del lunes ni el martes. El miércoles por la noche regresó de la oficina quejándose del calor, y le preguntó a mi mamá si no tendría él por ahí un short para ponerse. Mi mamá desconcertada le contestó que no, así que rápido intervine: «Yo te doy uno papá. Carlos es de tu talla». Nomás asintió con la cabeza que era buena idea, pero alcancé a ver que me guiñó un ojo.
Carlos: Es mi único hermano, 11 años mayor que yo. En ese entonces no se usaba la palabra «Nerd», pero él ya lo era. No tenía vida social, sacaba calificaciones siempre con excelencia, estaba becado y sus tiempos libres los pasaba metido en el laboratorio de química de la escuela. Vestía muy mal, nunca se peinaba y usaba unos lentes propios de ratón de biblioteca. Además, todo él era un misterio porque nadie sabía lo que había detrás de esos lentes.
Pero volviendo al short, salí con ellos a la sala y como no vi a mi papá, mi madre me dijo que estaba en su habitación. Sonreí para mis adentros y a paso veloz llegué hasta su puerta y toqué: «¡Pásate!»… deliciosa palabra. Estaba sólo en bóxer y camisa. Me preguntó:
– ¿Crees que me queden? (se los entregué)
– Sí, es de tu misma talla (y me senté en la cama)
Lo puso sobre la cama para poderse quitar el bóxer, y mi desencanto fue que la camisa tapaba precisamente lo que yo quería ver. Como si estuviera él sólo en la habitación, se sentó para ponérselos, se levantó para subirlos y caminó hasta el espejo para verse. Hablando para sí mismo: «Vaya, de haber sabido que estas cosas eran tan cómodas, las hubiera empezado a usar desde hace mucho». Y así, viéndose al espejo, me dice:
– ¿Cómo piensas salir de aquí con eso ahí?
– ¿Mm?… ¿de qué hablas?
– Voltea para abajo (Se refería a mi erección y nos reímos los dos)
– Chin… siempre sale cuando menos la llaman.
– Quédate un ratito aquí mientras se te baja, yo voy a cenar de una vez porque ladro de hambre (y como nunca: me dio un beso en la frente).
Yo ya había cenado, así que me fui directo a la tele a tomar el mejor lugar posible. Aunque éramos de una posición socioeconómica algo desahogada, entonces no se usaba que cada quién tuviera su tele, sólo había una y era el centro de reunión familiar después de la cena.
No sabía qué iba a pasar, pero yo necesitaba tener una buena perspectiva de esos shorts aguados que le di a mi papá. Terminó de cenar, tomó la edición vespertina de un periódico local, y se puso a hacer lo que había sido su costumbre desde siempre: leer el periódico al mismo tiempo que veía la tele. Pero esta vez no se sentó en su sillón, el que quedaba de frente a la T.V., sino uno lateral, justo frente al mío. Después se sumó mi madre al grupo y se puso a tejer.
Mi papá cumplió su promesa. Debajo del periódico salían sus piernas peludas, por la pernera izquierda salían sus huevos, que si mi madre se hubiera movido tantito los hubiera podido ver. También alcancé a ver salir la cabeza de su pene. Juraría que tuvo una media erección. Hasta metió la mano por la pernera para rascárselos, con total desenfado.
Finalmente cerró el periódico, le dio un beso a mi mamá y me dice: «Hijo, ¿vienes al estudio tantito?», pero volteó a ver el apuro en el que estaba: tapándome la verga parada con un cojín de la sala: «O bueno, ahorita en un anuncio vienes tantito, por favor». Le contesté que «ajá».
Entré al estudio y cerré la puerta. Él estaba recargado con las nalgas sobre el escritorio, las piernas cruzadas apoyadas en el piso y leyendo algo. Sin pedir permiso me senté frente a él y le puse la mano encima del paquete.
Totalmente dormido lo tenía. Hizo lo que leía a un lado, se quitó los lentes y se dedicó a observarme. Yo estaba feliz con mi juguete. Acariciándolo por encima del short. Entonces descruzó las piernas y dejó sobre el escritorio lentes y papel. Me dejó seguir hasta que logré ver un buen bulto haciendo casita de campaña. Lo solté para meter la mano por la pernera del short y lo primero que sentí fueron sus huevos, que ya no estaban colgando como hacía rato, estaban metidos y arrugados. Su pene estaba parado hacia el otro lado. ¡Chin!: pernera equivocada. Así que saqué la mano para meterla por la otra y ¡alto! Me detuvo gentilmente con la mano y me dice sonriendo:
– ¿Estás loquito o qué?
– Ajá… (Volví a meter la mano y me la volvió a detener ahora riéndose)
– ¡Hijo! (en voz baja) tranquilo hijo. No es necesario tomar riesgos, tu mamá puede entrar en cualquier momento.
Yo ya tenía los cachetes y las orejas rojos de la calentura.
– Nomás déjame acariciarla tantito papá.
– Entiende hijo que no se puede…
– Por favor papá…
Se me quedó viendo, pensativo. Lo pensó por segunda vez y soltó mi mano. Ágil la volví a introducir por la pernera correcta, encontré el pedazo de carne que buscaba y lo jalé hasta mi vista, todo con suavidad. Al tenerla afuera, jalé el prepucio hasta atrás y entonces llegó hasta mi nariz ese adorable aroma a hombre de verdad que tanto me sigue gustando. Con la otra mano le separé más las piernas para poderme acercar y accedió dócilmente. Al acercarme, pregunté en voz baja: «¿Y todo esto me metiste papá?»… y mis palabras fueron mágicas porque al decirlo, su pene terminó de llenarse de sangre por completo, 20 centímetros y bien gruesa, hasta roja se puso. Entonces él mismo puso su mano sobre mi cabeza.
No me jaló, sólo la puso ahí, y yo tomé eso como una invitación a metérmela a la boca y me acerqué lo suficiente para pasarle la lengua y de inmediato reconocí ese sabor que tanto me gusta, ¡demonios!: la cordura regresó a la cabeza de mi papá.
Me retiró suavemente, metió el pene de regreso al short, por supuesto que haciendo una gran casa de campaña con esos shorts tan aguados. Rodeó el escritorio y se sentó. Al sentarse inhaló profundamente y sacó el aire poco a poco. Yo me quedé como estaba, viéndolo con carita suplicante.
– ¡Ya!… ¡tranquilos los dos!, que no es el momento ni el lugar…
– ¡Pero papá!… mi mamá está viendo la novela, nunca se levanta hasta que acaba.
– Entiende que no hijo. Y si te pedí que vinieras es porque te quiero pedir un favor.
Me acomodé el pene porque me lastimaba. Me recargué y con total desgano le dije:
– ¿De qué se trata?
– De tu hermano.
– ¿Carlos?, ¿qué tiene Carlos?
– Nada, y ese es el problema: que no sé nada de él. Quiero que me cuentes algo de Carlos. Ahora que ya podemos hablar libremente tú y yo, me gustaría que me ayudaras a acercarme también a él.
– También con él eres distante, ¿verdad?
– Sí. Y quiero acabar con eso. Cuéntame lo que sepas de él (suspiré tan profundo como pude y empecé)
– Pues bueno, a ver: de Carlos sé más o menos lo mismo que tú. Nomás hablamos cuando me pide mis tenis, o una camisa, o me pregunta si combina la ropa que se va a poner, o cuando no entiendo algo de la escuela y le pido que me lo explique, pero de ahí en fuera, apenas si nos saludamos. Y en la escuela nadie lo ve porque o está en clases o está en el laboratorio. Nunca le he conocido una novia, pero tampoco un amigo. Está bien clavado en los libros. Punto, es todo lo que sé. ¿Me dejas que te la chupe tantito?, le pongo seguro a la puerta, ¿sale? (nomás se rio).
– ¡Que no necio! ¿En dónde está él ahorita?
– Mm… ¿qué hora es?
– 9:45 pm
– Segurito que en su recámara estudiando.
– Excelente. Ve ahorita a su recámara y sácale plática.
– ¡¿Ahorita?!… ¡pero papá!… ¡ando bien caliente!…
– Ándale, en el camino se te baja.
– ¡Pero papá!…
– Por favor hijo… ya habrá tiempo para eso, además, te tengo una sorpresa.
– ¡¿En serio?!… ¿de qué se trata?
– Nada. Primero lo que te pedí. Nomás te adelanto que te va a gustar mucho
– ¡OK!
Salté de la silla y no paré hasta llegar a la puerta de Carlos. Toqué y apuradamente oí si me contestó o no. Entré, cerré la puerta y no estaba a la vista: «¡Carlos!… ¡Carlangas!… «. Después de unos segundos se oye: «Estoy en el baño. Ahorita salgo». Me senté en la cama, esperé un par de minutos y por fin salió secándose las manos.
– ¿Qué pasó chaparro?
– Me mandaron a investigar todo sobre ti.
– ¿Cómo?…
– Que como fuera pero que te saque toda la sopa.
– ¡¿Qué?!… ¿De qué estás hablando lunático?…
– Que me cuentes toda tu vida… ¡pero rapidito que no tengo tu tiempo!
– ¡Ya párale!… ¿qué te traes?
Suspiré profundamente y me armé de paciencia. «Mira, lo que pasa es que ahora que fui al rancho con el viejo, resultó que nos hicimos amigos. Ya ves que siempre era bien mamón y seco. Ah pues no, resultó ser un viejo muy buena onda. Estuvimos platicando mucho y haciendo algunas otras cosas. Y ahora, como ya es muy mi cuate, me pidió que averiguara sobre ti porque no sabe nada de tu vida, está preocupado por ti. Así que arráncate: ¿tienes novia?, ¿cómo se llama?, ¿tienes amigos?, ¿cuántos?, ¿sus nombres?, ¿eres virgen todavía?… ¡cuenta!».
¿Acaso dije algo gracioso? A mí no me lo pareció, pero a Carlos sí, porque soltó la carcajada de patita levantada y toda la cosa. Se levantó de la cama, y todavía riéndose fue hasta su closet, lo abrió, encendió la luz de adentro y así, a media risa, empezó a quitarse la camisa y hablando: «Pues mira chaparro, si yo te contara a ti mi vida, sería porque tendría la confianza de que no se lo vas a contar a nadie (después se quitó la camiseta) pero como no te tengo la confianza, olvídalo, dile a tu papá que no quise decirte ni madres».
Se sentó en el banquito del closet a quitarse los zapatos y luego los calcetines. De pronto desapareció mi urgencia por regresar con mi papá por qué… ¡¿¿¿Carlos tiene pelos en el pechoooo???!… ¡¿de dónde los sacó?! Mi intriga empezó a mezclarse con la calentura que ya traía arrastrando, así que puse total atención a lo que estaba haciendo.
– Pero, a ver, cuéntame tú a mí, ¿cómo estuvo eso de que se hicieron amiguitos tú y él de la noche a la mañana? (desabotonándose el pantalón)
– Fue más bien de la madrugada a la mañana.
– ¿Qué?
– Nada, que fue ahora en este fin de semana en el rancho, que tuvimos tiempo de platicar y nos quedamos platicando hasta la madrugada.
Terminó de quitarse el pantalón y si el pecho lo tenía como lo tenía, que tuviera las piernas peludas como mi papá, ya no fue sorpresa, pero le dije:
– Aaaay no la amueles Carlangas, ¡¿todavía usas calzones de esos?! (bóxer de los meros grandes)
– Sí, ¿qué tienen?
– Ahora se usan los bikinis, se ven más padres. Además, se siente bien rico cuando te los pones.
– ¡¿Tú tienes?!…
– Ahá, los tengo escondidos en mi closet para que no me los halle mi mamá. (Se sentó junto a mí en la cama)
– Ah mira qué cabrón me saliste. Pero no. No me interesa usarlos porque están hechos con poliéster y esa tela es muy caliente, no deja respirar la piel y además te trae muy apretados… pues… es decir, no es bueno usarlo porque…
– Porque te trae los huevos muy apretados (Se volvió a reír)
– ¡Eso mero! (Y me sacudió el pelo) Mira que vivillo saliste hermanito (al oír esa palabra de «hermanito» me remonté a un exquisito pasado no muy lejano).
– ¿¡Quieres que te los traiga para que te los pruebes!?
– No, ¿para qué? Si nunca los voy a usar.
– Nomás para que veas que rico se siente (se quedó pensativo y dice)
– ¡Ándale pues!, pero que no te vea mi madre porque hasta ahí llegamos vivos.
– ¿Cómo crees?
De pronto estaba yo en el pasillo, sabiendo que estaba urdiendo algo con Carlos, pero no sabía qué era. Sólo sabía que me gustó mucho descubrir lo que traía debajo de la ropa. Desde más chiquito que no lo veía. La última vez que lo vi sin camisa ni bigote tenía. Total, que regresé con mi cargamento secreto. Le dije:
– ¿Cierro la puerta?
– Sí. Ponle seguro.
– Ok. Mira, traje dos, uno para ti y otro para mí.
– ¿Y para ti para qué?
– Para modelártelos si no te los quieres poner.
– A ver. Trae acá. (Me arrebató uno y encaminó sus pasos hacia el baño)
– Aaaay no seas mamón Carlos, ¿quién te va a ver?
Mi hermano tenía 17, casi 18 años, estaba catalogado de genio y sin embargo se comportaba como un niño menor que yo… ¡por Dios! Y me pregunta:
– ¿No rajas?
– ¿Que no rajo, qué Carlos?, ¿Qué te vi encuerado poniéndote un bikini? (mi garganta estaba seca, las palpitaciones habían regresado)
– Ok… ¿le pusiste el seguro?
– ¡Sí, hombre!
Sosteniendo el bikini en una mano, con ambas se bajó el bóxer hasta el piso, pero dándome la espalda (muy pudoroso él). Todo emocionado se los empezó a poner. Los subió, los acomodó, metió la mano para acomodar los testículos y el pene y finalmente me volteó a ver con los brazos extendidos:
– ¿Qué tal chaparro?… ¿cómo me veo?…
– Oye, se te ven mejor que a mí. Y tú los llenas más que yo.
– Bueno, en algunos años tú también vas a llenar cualquier calzón.
Cosa dicha sin ponerme mucha atención y caminando hacia el espejo de cuerpo entero del closet. Se veía, por un lado, se veía por el otro, se metía la mano para acomodar el pene de un lado, luego del otro… y hablando de penes, la mía estaba al 100% erecta. Y me pregunto:
– ¿Te gustaron o no?
– Pues la verdad sí, es cierto, sí se siente bien rico todo esto apretadito (poniendo la mano en forma de concha sobre su paquete y sin dejar de ver el espejo).
Me armé de valor. Yo andaba muy caliente y mi razón ya estaba desconectada. Así que dije: «Bueno, ahora voy yo», lo que hizo que volteara a ponerme total atención. Me levanté y en vez de bajarme el short, me quité la camiseta y la aventé sobre su cama. Él estaba observándome de una manera extraña. Luego me bajé el short y le di una patada. Ya se hizo evidente la casita de campaña en la trusa, misma que bajé sin pensarlo dos veces, y mi pene dio un latigazo hacia arriba a la hora de librarse del elástico. Carlos estaba mudo. Acomodé el bikini, metí una patita, luego la otra y finalmente llegué hasta la cadera. Dije como hablando solo: «Lo que sí es una bronca es querer meter esto en un bikini», como pude me lo puse, acomodé mi pene hacia un lado y subí el elástico. Hice el mismo ademán que él y le pregunté: «¿Qué tal?… ¿cómo se me ve?». No contestó nada, se quedó parado a media habitación, viéndome ir de una esquina hasta el mismo espejo en el que él estaba. Y viéndolo a través del espejo, le digo:
– Tenías razón, ya llené este calzón jejeje
– Chaparro, ¿por qué traes… este, ¿a poco, andas…
– ¿Qué?, ¿Que si ando caliente?, ¡siempre Carlangas!, ¿a poco tú no?
Volteé hacia su paquete y ya le había crecido. «¿Ves?… a ti también se te está parando». Agachó a verse, intentó taparse con las manos, pero fue inútil, se dio la media vuelta buscando su calzón. Rápido se quitó el bikini, se subió el bóxer, se sentó en la cama y se tapó con una almohada (¡todo infantil él!). «Bueno, ya vete a tu recámara». Me quedé congelado sin saber qué hacer. Caminé hasta mi trusa, la levanté, pero de pronto se me ocurrió quitarme el bikini y con los dos calzones en la mano, y con el pene apuntando hacia Carlos, le pregunto:
– ¿Qué pasó Carlangas?… ¿por qué te enojaste?
– No estoy enojado chaparro… pero ya sería bueno que te fueras a tu recámara… y vístete, no andes así… (¿Vestirme?… ¡ni loco!, pensé)
– ¿Por qué?… ¿qué tiene de malo?…
– Que no está bien que andes encuerado, vístete ándale (ahí me salió un as de la manga)
– En el rancho mi papá me dio permiso de andar encuerado (cosa que dije sentándome no muy cerca de él)
– ¡¿QUÉÉÉ?!… neehh… ¡no es cierto!
– Si es cierto, no tengo por qué decirte mentiras.
– Imposible.
– Pues ni tan imposible porque me dio permiso de dormir encuerado y hasta de bañarme con él.
Carlos necesitaba un cardiólogo porque casi se puso espástico.
– ¡¿Te bañaste con mi papá?!… ¡ESTÁS LOCO!
– Pero si te estoy diciendo que ya cambió… ¡neta!… que ahora es bien buena onda. O si no me crees, ve ahorita al estudio y ve cómo anda vestido.
– Pues como siempre.
– ¡Nones! Anda en shorts y no trae calzones abajo, yo lo vi ahorita en la tele.
– ¿Cómo que lo viste?… ¡¿qué le viste?!…
– Pues los huevos.
– ¡¿Y él te vio que lo viste?!
– ¿Cómo crees, menso?, claro que no se dio cuenta, yo lo vi sin querer, porque se estaba rascando, volteé a ver y ahí estaban de fuera los huevos.
– ¿En serio? (cosa que preguntó al mismo tiempo que reacomodaba la almohada puesta sobre su paquete)
– En serio.
– ¿Y de dónde sacó los shorts?
– Jejeje… son tuyos, yo se los presté.
– Eso sí no te lo creo: ¡¡¡mi papá trae unos shorts míos y sin calzones!!!… Jamás.
– Bueno, no me creas a mí y créele a la evidencia. Ve al estudio con cualquier pretexto.
Levantó un poco la almohada para ver, pero la volvió a poner en su sitio.
– No. Sí te creo. Tú nunca dices mentiras.
– También le dio permiso al tío de andar encuerado por toda la casa.
Abrió los ojos enormes, tragó saliva gruesa. Se me quedó viendo fijo a los ojos. De pronto adiviné que la siguiente pregunta era si mi papá también había andado encuerado, y eso no lo podía revelar, así que le dije para distraer la atención:
– Que, por cierto: ¡qué tremendo pedazo de carne tiene el tío!
– ¿El tío?… bah… a ese cabrón todo mundo lo ha visto encuerado ¡hasta yo!… pero…
Yo quería evitar a toda costa que me preguntara por mi papá en el racho. No quería mentirle a él ni delatar a mi papá, así que me agaché hacia mi pene y empecé a jugar con el:
– ¿Qué haces, chaparro?… ¡aquí no!…
– ¿A poco tú nunca te la jalas?
– Sí claro, pero cada quien en su habitación…
– No seas mamón, ¿qué tiene de malo? Si no me la estoy jalando, nomás estoy jugando. Oye… la tienes parada ¿verdad? (se rio)
– ¿Tan obvio es?
– ¡Pues sí menso!… desde hace rato, ¡no sé para qué te tapas!
– Sí, ¿verdad?
Y riéndose aventó de lado la almohada, y acto seguido estiró con una mano el elástico del calzón y se metió la otra para reacomodársela, diciendo: «Es que… ¡ay!… me estaba jalando los pelitos…ya». Y con gran interés volteó hacia mí y… ¡EN LA MADRE!…. ahorita me va a preguntar por mi papá.
– Pero a ver, cuéntame más. ¿Cómo estuvo que mi jefe te dio permiso de andar en pelotas? (¡¡¡fiuffff!!!… qué alivio… y ya haciendo de lado mi desnudez, todo desinhibido me volteo para contarle)
– Pos mira, ya ves que el tío siempre anda diciendo que él duerme en cueros.
– Ahá (todo atento mi hermanito)
– Pos a la hora de que se encueró para acostarse, a mí se me ocurrió pedirle permiso a mi papá de dormir igual.
– ¡¿Y?!.. ¿Qué te dijo?
– Bueno, primero que nada, regañó al tío por ponerme el mal ejemplo, ya sabes, pero yo le insistí hasta que me dijo que hiciera lo que me diera la gana.
– ¿Y qué hiciste?
– Me metí abajo de la sábana y ahí me quité el calzón, no quería que vieran que…
– ¡Que la traías parada!… ajá, ¿y luego?
– Luego nada. Al día siguiente nos fuimos a trabajar y ya en la noche, cuando se iba a meter a bañar mi papá, se me ocurrió pedirle permiso de bañarme con él.
– ¡Te dijo que no!
– Error: me volvió decir que podía hacer lo que me diera mi gana.
– ¡¿Y qué hiciste?!…
– Primero dejé que se metiera él, y ya que oí el ruido del agua, me encueré y me metí cargando mi toalla para…
– ¡Sí coño, chaparro!, ya sé que para que no te viera el pene parado… ¿pero luego cómo le hiciste?
– Ah pues nada, que me armé de valor, colgué la toalla y me paré a un ladito, esperando que terminara de enjuagarse la cabeza y ya que volteó, me vio de arriba a abajo pero no me dijo nada y a mí se me ocurrió decirle que si quería que le tallara la espalda.
– ¡¿Y QUÉ TE DIJO?!
– No me dijo nada, nomás me dio el estropajo y el jabón y se la tallé.
– ¡Pinche chaparro mentiroso!, no es cierto.
– Tiene pecas en la espalda, por el sol.
– Sí es cierto…
– Y tiene pelos en las nalgas, como tú.
– ¿En serio?
– Ajá
– Bueno, ¿pero luego que pasó?
– Que mientras él terminaba de enjabonarse, yo me metí al agua y me lavé el pelo. Me salí para enjabonarme mientras él se enjuagaba y ya que se volteó, me dice: «A ver hijo, favor con favor se paga date la vuelta».
– ¡No es posible!
– ¡QUE SÍ NECIO!
– Pero entonces, ¿no te dijo nada por traer el pene parado?
– Nadita. Él no es mamón como tú…
– ¡Oye! (Se rio) … pero, ¿y luego?… ¿qué tanto te talló?
– Pensé que nomás me iba a tallar la pura espalda, pero no, también me levantó los brazos y me lavó aquí abajo, luego me siguió tallando la espalda hasta las nalgas…
– ¡¿Las nalgas también?!
– Ajá, y en medio de las nalgas.
Ya no dijo nada, y luego se quedó viendo hacia el frente todo pensativo, cosa que aproveché para ver su bikini, y estaba a punto de salir chispado del elástico su pene. Y le digo:
– Se te va a salir…
– ¿Mm?
– Que se te va a salir (señalándole el paquete y se rio. Luego se lo acomodó)
– Así que el ruco es bien buena onda… ¡órale!…
Se hizo otro lapso de silencio, mismo que yo aproveché para armarme de valor.
– Carlangas. Yo ya te enseñé mi pene, ahora tú enséñame la tuya.
– Ay no chingues chaparro… ¿cómo crees? (pero se me quedó viendo fijo a los ojos, a través de sus enormes lentes)
– Digo, para ver si se parece a la de mi papá.
– No seas menso, yo ahorita la traigo parada y… ¡¡¡¿¿¿A POCO SE LA VISTE PARADA A MI PAPA???!!! (Piensa rápido… piensa rápido… piensa rápido…)
– Sí, a la mañana siguiente, que se levantó a orinar, yo ya estaba despierto y se le salió por la bragueta del bóxer.
– ¿En serio?
– Ajá, en serio.
Y con una muy extraña combinación en su expresión de calentura con curiosidad y timidez, se levantó, se bajó el bikini hasta los tobillos y se volvió a sentar. Proyectó la cadera hacia arriba y me dice en voz baja y quebradiza: «Tú dirás chaparro». Pasé salvia seca, mi corazón no me dejaba ni hablar y como pude le contesté: «Los tres la… los tres lo tienen igual». Yo sin poder quitarle los ojos de su réplica exacta del pene de mi papá, 20 centímetros bien gruesa como de 5 o 6 centímetros de ancho. Nos quedamos callados. Yo viéndolo a él a sus genitales, y él viéndome a mí a los ojos. Como no queriendo me deslicé en la cama para acercarme a él, y él correspondió echando para atrás el brazo que se interponía entre él y yo. Me acerqué más.
Volteé a verlo a los ojos y me pregunta con una sonrisa torpe, tímida, pero seguro de lo que preguntaba: «Y… ¿también se la agarraste a mi papá?»…
No le contesté. Sólo bajé los ojos a su pene y lo siguiente fue que mi brazo izquierdo cobró vida y se dirigió hacia ese hermoso mástil lleno de venas. En cuanto tomé su tronco con mi mano, él se estremeció ligeramente y jaló aire extra por la nariz.
La acaricié con mucha sutileza, apenas haciendo contacto piel a piel. Subí y bajé mi mano sintiendo sus pulsaciones lo mismo que su calor. La tomé con toda la mano ahora haciendo una poca de presión para jalar hacia abajo su prepucio y esto le arrancó otro estremecimiento.
– Ya Chaparro… esto no está bien… déjamela…
– Espérate Carlangas… otro ratito… no le cuento a nadie…
Como única respuesta suya obtuve que no hizo nada por impedirlo. De pronto me sentí incómodo y subí mi pierna izquierda a la cama para podérsela atrapar con la mano derecha. Esta vez inicié movimientos masturbatorios muy lentos, subiendo y bajando el prepucio hasta ambos topes. Sin quererlo, se me salió de los labios: «Que rica la tienes Carlangas…». El otro no atinó a decir nada. Yo sabía lo que era andar excesivamente caliente, y era el caso de Carlos, porque hasta acomodó la cadera sobre la cama y separó más las piernas para disfrutarlo más. Después se la solté para acariciar sus testículos y al igual que los de mi papá, estaban encerrados y arrugados, y también peludos. En mis jadeos, en mi mente estaba clavada la idea de metérmela a la boca, pero pensé que sería muy avanzado para Carlos, así que seguí masturbándolo. Lento, un poco más rápido y al crecer la excitación, se enderezó lo suficiente para poner su brazo sobre mi espalda. No supe cuál era su intención, pero definitivamente no podía ser para que se la chupara. «Ya Chaparrito… ya párale…». No le hice caso, aumenté el ritmo y la presión sobre su pene y éste ya de plano empezó a lanzar gemidos sordos. Lo que hizo fue atraparme del hombro, como abrazándome, clavó su frente en mi hombro izquierda, con los ojos cerrados, muy apretados y ante esto puse más empeño en jalársela y el resultado no se hizo esperar. Dos fuertes disparos fueron a dar a su pecho, otros dos a su panza y el resto escurrió sobre mi mano.
Una vez que acabó de eyacular se desvaneció con respiración gruesa sobre la cama y yo hice lo mismo, me acosté a su lado, muy pegado a él y empecé a jalármela frenéticamente. Con la lubricación de su semen entre mi mano y mi pene, terminé rapidísimo (ósea tuve un orgasmo seco, ya que yo todavía no eyaculo) y ahí quedamos los dos, tendidos boca arriba, jadeando, dejando que la naturaleza restaurara nuestros signos vitales.
Yo no podía creer que mi felicidad siguiera creciendo a pasos agigantados. Estaba feliz de haber descubierto una mina de oro en mi papá, y ahora otra en Carlos. Del pobre tío en el rancho ni quien se acordará.
De pronto sentí un brinco en la cama, y era Carlos que se acordó de la realidad, volteó a ver el reloj y en voz baja pero apresurada: «¡Mira la hora que es cabrón!… vístete en chinga y vete a tu recámara sin hacer nada de ruido… ¡córrele!». Obedecí, me vestí y caminé hasta la puerta, el otro estaba tratando de limpiarse y de asegurarse de que no quedara rastro de semen por ninguna parte, y antes de salir, le dije:
– Carlos.
– ¡Qué!
– ¿Le puedo contar esto a mi papá? (se rió forzadamente)
– Sí… cómo no (sardónico)… pero espérate, antes de que te vayas (caminó hasta mí y en voz muy baja) tú y yo tenemos que hablar de esto Chaparrito. No se puede quedar así, ¿entendido? Es muy importante que hablemos mañana, ahorita ya es muy tarde, ándale ya vete.
Cerré por fuera la puerta preguntándome: «Cada vez que haga algo con alguien… ¿vamos a tener que platicar después? «…………..
CONTINUARÁ……….
POR: HOTMAN
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ACLARANDO¡¡ Estos relatos que empezarán a leer NO es de mi autoridad, es pertenencia de otro usuario que no conozco y no sé quién sea el autor original y mientras el dueño no me reclame yo seguiré escribiendo.
Jaja me dio risa lo del tío jajajaja ya me gusto leerla qué ni me la quiero jalar de lo buena que esta la serie
uf