Mi Tío el Ranchero (7)
Al día siguiente de regreso de la escuela y a la hora de la comida, el único pariente es casa era……..
Mi Tío el Ranchero (7)
Al día siguiente, de regreso de la escuela y a la hora de la comida, el único pariente en casa era mi madre. Mi papá llamó para decir que se iba a una comida de negocios y mi hermano que se iba a quedar en el laboratorio. Ambas cosas eran usuales. Así que tuve toda una tarde para olvidarme de mis calenturas y ponerme al día en las cosas de la escuela. En la noche, el primero en llegar fue Carlos y en cuanto oí su voz el corazón empezó a palpitarme con más fuerza. Yo sabía, y tenía por seguro, que la cosa con Carlos no iba a quedar ahí. Después oí que llegó mi santo padre y mi madre nos llamó a la mesa.
Fue una cena de lo más normal, ahí no había pasado nada. Mi papá serio y leyendo algo, como siempre; Carlos escondido atrás de sus lentes y mi mamá y yo platicando de trivialidades. Ella y yo siempre habíamos sido buenos amigos. Carlos terminó de engullir su cena y dijo que tenía mucho que estudiar. Ya se había levantado e iba rumbo a su habitación, cuando lo pensó dos veces. Se detuvo, se puso las manos en las nalgas como siempre que quiere decir algo en voz alta y me dice: «Ah… oye chaparro… si quieres al rato vas a mi recámara y te explico lo que me pediste anoche…». Sólo asentí con la cabeza, pero riéndome por dentro… ¡lo sabía!
El siguiente en terminar fue mi papá. Le dio las gracias a mi mamá y un beso en la frente (el mismo rito de todas las noches). Luego pasó por mi silla y dándome unos golpecitos en la espalda, me dice:
– ¿Ya terminaste hijo?
– Ya papá.
– Entonces ven conmigo al estudio antes de que te encierres con Carlos.
– Ajá, ahorita te alcanzo.
El estómago me revoloteaba de la emoción por ambas peticiones. La cena se me quería salir. Le di las gracias a mi mamá por la cena y a paso veloz me fui hasta el estudio. La puerta estaba abierta y mi papá sentado en su escritorio.
– ¿Cierro? (Pregunté)
– Ajá… siéntate…
Dejó de hacer lo que tenía en las manos, se quitó los lentes y me dice:
– A ver… cuéntame, ¿de qué hablaste con tu hermano?
– Mm… ¡no!… primero tú. ¿De qué se trata la sorpresita?
– Ah que cabróncito éste. Bueno pues (me acomodé todo emocionado en la silla) como bien sabes, tu mamá se va de viaje a ver a tus abuelos este fin de semana.
– ¿Este fin de semana?… ¿no era hasta el otro?
– Era. Las cosas se me acomodaron mejor en la oficina para este fin, así que le dije a tu mamá que se fuera de una vez ya éste fin de semana, (algo no cuadraba)
– Y… ¿qué tiene qué ver el viaje de mi mamá con tu oficina?…
– Esa es la sorpresa.
– No entiendo.
– Deja te explico. Para el siguiente fin de semana tengo que ir a fuerzas al rancho…
– ¡Tenemos!… no me cortes (le aclaré sonriendo)
– Ok: tenemos que ir al rancho, así que aproveché este fin de semana de poco trabajo en la oficina para comprar un paquete vacacional a la playa para ti y para mí.
– ¿¡EN SERIO!?
– Muy en serio, pero necesito que me digas qué pasó con tu hermano para ver si nos vamos los tres, o si nada más vamos tú y yo.
– Pero papá… si va Carlos… tú y yo no vamos a poder…
– No importa hijo, ya habrá tiempo para eso, confía en mí. Pero ahora cuéntame, qué averiguaste con él (suspiré).
– Bueno… no mucho.
– A ver… cuéntame… (Mi mente se puso a trabajar veloz)
– ¿Y si yo te dijera que Carlos me pidió que no le contara a nadie?
– O sea, que sí hablaron. ¿No me puedes contar nada de nada?
– Bueno, hablamos de ti. Le conté que ya eras buena onda, que en el viaje se te había quitado lo mamón…
– ¡Hijo!…
– Perdón papá, pero es cierto, Carlos y yo siempre habíamos dicho que eras bien mamón, si quieres que le cambie la palabra, se la cambio, pero es lo que decíamos…
– Bueno, supongo que me lo merezco. Continúa.
– Él no me quería creer que ya eras bien buena onda, así qué le conté que me diste permiso de dormir y de andar en cueros por la casa, de que me dejaste que me bañara contigo…
– ¿¡Qué…!?
– Tranquilo, nomás le conté eso. No le conté nada de lo otro.
– ¿Y le contaste que yo te bañé a ti?
– En parte. Sólo en parte (La cara de mi papá no salía del asombro).
– Bueno, ¿qué más?
– Pues le conté las cosas que hicimos, pero no eso, nomás que nos la pasamos muy a gusto, que platicamos mucho más que antes y que ahora eras buen cuate.
– Ah… (todo trémulo) ¿Y crees que ya con eso se anime a ir con nosotros a la playa?
– Mm… no sé, pero si quieres voy a preguntarle ahorita.
– Órale pues, ¡pero regresas!, no que anoche te quedaste ahí. Por cierto, ¿qué tanto hacían?
– Luego te cuento. Déjame ir a ver eso.
Volví a tocar en la puerta de Carlos, pero esta vez me estaba esperando y él me abrió. Me jaló de la camisa y cerró con seguro. Me jaló hasta la cama y me sentó. Se sentó a mi lado:
– Chaparro…¿¡qué pasó anoche!?, ¿cómo estuvo eso de que terminaste jalándomela cabrón?…¡eso no está bien! (yo todo dueño de la situación)
– ¿Y a poco no te gustó?
– ¿Qué?… ¡No sé coño!… ese no es el punto, la cosa es que eso no está bien baboso, tú eres mi hermano y…
– ¿Te gustó o no?
– Bueno… yo andaba muy caliente y…
– O sea que te gustó.
Se quedó callado viéndome fijo a los ojos. Se acomodó los lentes. Inhaló profundo y dice:
– Ok, sí me gustó mucho, ¡pero eso no justifica que yo te haya dejado hacerlo!… eres mi hermano menor y…
– «Y eso no está bien»… ya lo habías dicho antes. Pues a mí me gustó mucho jalártela. Tienes un pene muy rico ¡estuvo genial!
Otra vez se quedó callado, viéndome, como tratando de encontrar un esquema al cual ajustarme, pero no lo hallaba.
– Chaparro, ¿ya habías hecho esto antes?
– A huevo que sí, con un compañero del salón.
– ¿Y con nadie más? (le cambié la jugada rápido)
– Me mandó mi papá a decirte que compró un plan vacacional para nosotros tres este fin de semana.
– ¿Que mi papá qué?
– Ya te dije, que quiere hacerse tu amigo y compró un viaje a la playa para que vayamos los tres ahora que se va mi mamá a casa de los abuelos.
– ¿Yo estoy incluido?
– Eso depende de ti. Te digo que me mandó mi papá a preguntarte eso, que si quieres ir.
– Oye, de verdad que está cambiado el viejo (se quedó pensativo) ¡pero no! Estoy a la mitad de un proyecto y no puedo…
– ¡Carlos!
– ¿Qué?
– Mi papá está haciendo un esfuerzo por acercarse a sus hijos, no te pongas ahora tú de mamón. Acepta el viaje, te va a caer muy bien el nuevo papá que tenemos (cosa dicha a regañadientes, porque yo no quería que fuera, pero bueno, quise apoyar a mi papá) Te la pasas metido en el laboratorio 365 días al año: ¿no puedes regalarle 3 días a tu papá? Te recomiendo que aceptes.
Se levantó a ver su agenda, se sentó en su escritorio. Lo pensó y lo volvió a pensar y finalmente aceptó. No muy convencido, pero aceptó. Le dije:
– Bueno, me está esperando a que le lleve tu respuesta. Pero ahorita vengo para que sigamos hablando. No te encierres.
– Ni lo pienses chaparro, no va a volver a suceder.
– Que curioso… yo no lo había pensado… (sonreí con toda la malicia que le había aprendido al tío) pero tú sí… y no, no se trata de eso. Tú espérame.
De nuevo en el estudio le dije a mi papá que sí había aceptado. Se puso loquito de contento y en seguida llamó por teléfono a su secretaria para que en la mañana eso fuera lo primero que arreglara. Le dije que ya me iba y me preguntó extrañado que a dónde:
– A seguir platicando con Carlos. Me está explicando algo de la escuela.
– Bueno, entonces nos vemos mañana porque ya tengo mucho sueño.
– Ah papá…
– Dime.
– Voy a necesitar dinero, ¡y bastante! (Se puso los lentes)
– ¿Y se puede saber para qué?
– Sí: para comprarles a ti y a Carlos ropa de playa, porque… ¡no pensarás que voy a pasar el ridículo de que me vean con ustedes vestidos de calle!
Se rió y me dijo que me esperaba en la oficina después de la escuela para dármelo. Y ya de regreso en la habitación de Carlos, no toqué esta vez, sólo abrí y curiosamente lo encontré en bóxer y camiseta, ya no vestido. Me preguntó que si no sabía tocar y le dije:
– Después de lo de anoche, no veo que puedas estar haciendo que yo no pueda ver.
– Ok, cierra la puerta y ven para acá (Lo hice y nos sentamos de nuevo en la cama, sólo que esta vez uno de cada lado)
– ¿De qué se trata?
– Sígueme contando del rancho (dicho esto con la intención de ocultar su morbo, pero era evidente)
– ¿Qué más quieres saber?
– Pues de mi papá. Dices que le dio permiso al tío de encuerarse y después a ti. ¿Él no se encueró?
– Pues ni modo que se bañara con ropa, ¡menso!
– Tú sabes a qué me refiero. Que si él no anduvo encuerado por la casa (inhalé profundo, queriendo tomar la decisión de contarlo o no, o qué tanto contarle).
– Bueno, la verdad sí. Como vio que mi tío y yo ya andábamos así, también él se encueró a la hora de dormir.
– ¿Y qué más pasó?
– ¿Qué más pasó de qué?
– Tú sabes de qué. Anoche te hice una pregunta y no me contestaste.
– ¿Qué pregunta? (fingiendo amnesia)
– ¡Chaparro!… (Me quedé pensando rápido y se me prendió el foco).
– Pero Carlos, si mi papá se entera me mata.
– ¿Cómo que si se entera?… ¿hiciste algo sin que él se diera cuenta?…
– Puessss… más o menos…
– ¿¡CON EL TÍO!?…
– ¿Con el tío?… no, cómo crees.
– ¿¡Entonces con quién?!… ¿qué hiciste enano?…
– Pues eso que me preguntaste…
– ¿Qué cosa?… ¿le agarraste la verga a mi papá?
– Ajá, pero te juro qué si le cuentas, te dejo de hablar el resto de mi vida.
– ¿Que si le cuento?, ¿o sea que no se dio cuenta?
– ¡Nones!…
– Pero, ¿cómo estuvo que se la agarraste sin que se diera cuenta?
– Bueno, la noche que le pedí permiso de dormir encuerado, me animé también a pedirle permiso de dormir con él en su cama. Al principio no quería, pero me puse de necio y me dijo que sí.
– ¿Y él ya estaba en pelotas?
– No. Se encueró hasta que ya estuve en su cama y empezamos a hacer presión mi tío y yo para que se encuerara también.
– ¿Y qué pasó?
– Que hizo lo mismo que yo, se quitó los calzones abajo de la sábana. Al rato se quedó dormido leyendo y el tío apagó la luz. Ya cuando estaba oyendo los ronquidos del tío, me acerqué poco a poquito a mi papá para investigar qué había debajo de la sabana.
– ¿Y qué hiciste?
– Estaba bien oscuro, no se veía ni madres, así que con los dedos le fui bajando la mano por la panza hasta que se la encontré…
– ¿Y la tenía parada?
– Nadita. Pero yo se la estuve agarrando hasta que se le paró.
– ¿Y cómo la tiene… digo, ¿qué hiciste después? (Se me salió la risa)
– Ya te dije que la tiene igualita a la tuya, 20 centímetros de pura carne, bien rica y gruesa
– ¿En serio? (acomodándose la verga debajo del bóxer, todo orgulloso)
– Ajá
– Y ¿qué más hiciste?, ¿se la jalaste?
– Nomás un poquito hasta que le creció completa. Luego se movió y fin de la historia.
Se quedó callado, pensando, viendo al frente, pero esta vez ya sin ocultar su erección.
– ¿Me dejas que te lo agarre tantito?
– No chaparro, eso ya no, ya te dije…
– ¡Pero si te gustó y me gustó!… ¿dónde está lo malo?
– Pues que no está bien. Ya vete a tu recámara
Con total frustración acepté y antes de salir de la habitación, le dije:
– Saliendo de la escuela te voy a esperar para ir a la oficina de mi papá para que nos de dinero, y vamos a ir a comprarte ropa de playa y calzones decentes.
– ¿Él te dijo eso?
– No, yo se lo dije a él. Toda tu ropa está para llorar.
– Está bien. Búscame en el laboratorio y me salgo temprano.
Me despidió con la mirada fija al frente. Re-elaborando las escenas semi ficticias que le acababa de contar. Me quedaba claro que quería que me fuera para jalársela a gusto.
Al llegar a la oficina, mi papá nos contó todo emocionado que salíamos al día siguiente en el primer vuelo y que el regreso era hasta el lunes, que ya había hablado a la escuela para pedir permiso de faltar los dos. Nos pidió que le enseñáramos en la noche todo lo que íbamos a comprar. Carlos no le quitaba los ojos de encima, lo estaba estudiando como si fuera uno más de sus proyectos de laboratorio, no podía creer que ese señor fuera su papá. Íbamos de salida de su oficina cuando dice él:
– Carlos.
– ¿Qué pasó jefe?
– Gracias por aceptar ir con nosotros (Carlos se quedó todo turbado y contesta)
– No papá, gracias a ti por llevarnos.
Esa tarde, la casa entera era un desmadre. Mi madre loca con su equipaje y nosotros con el nuestro. Salíamos los cuatro en el mismo vuelo de la mañana rumbo a la capital y de ahí tomábamos vuelos diferentes. Cuando llegó mi papá, Carlos y yo estábamos en su habitación probándole a él todo lo que le había comprado en contra de su voluntad, porque decía que nada de eso iba con él, que nada era su estilo, lo que él no sabía era que vestido con la ropa que le compré, le había salido lo guapo, especialmente con los diminutos trajes de baño, que mostraban su atractivo visual.
El caso fue que tocó mi papá a su puerta. Carlos se quedó congelado porque estaba sólo en traje de baño. No supo qué hacer, pero yo sí. Corrí a la puerta y la abrí: «Pasa papá. Se está probando su ropa nueva. La tuya te la dejé en tu cama». Sólo me dio las gracias y entró para ver lo que había sobre la cama. Algún par de preguntas hizo y luego volteó a ver a Carlos, me refiero a la estatua esa que estaba junto al espejo del closet. Cosa sorprendente lo que le dijo mi papá: «Te ves mucho mejor con ese traje que con la ropa que traes siempre hijo». El otro nomás se rió de nervios. Pudo haber sido mi emoción, pero juraría que el traje de baño de Carlos se levantó un poco cuando se le acercó mi papá. Bueno ya habría tiempo en el viaje para averiguar si estaba en lo correcto.
Llegamos al hotel y rápido nos instalaron en una habitación triple. Cada quién su cama. Ahí vi la mano de mi papá. Pero bueno, estaba empezando a ser buena onda. En cuanto se fue el botones, deshice mi maleta en dos segundos y acto seguido me senté en la cama a quitarme los zapatos. Carlos estaba sacando su ropa con la velocidad de un caracol. Ya descalzo fui hasta él y le deshice su maleta antes de que se diera cuenta y nomás le dejé sobre su cama un traje de baño, unas sandalias, bronceador y unos lentes para el sol. Nada más.
– ¡Estás loco chaparro!… ¿cómo se te ocurre que voy a bajar hasta la playa todo encuerado?
– No vas a ir encuerado, está prohibido baboso, te tienes que poner esto (señalando lo que había en la cama riéndome y mi papá también se rió).
– ¡Olvídalo!… así no voy.
– Ok… ok… ok…
De entre sus cosas le di algo para que se pusiera encima y me fui hasta mi cama a seguirme desnudando. De pronto me di cuenta de que Carlos no era el único en problemas, mi papá estaba sentado en su cama, fingiendo que leía algo… ¡santo Dios! Me volví a levantar y sin avisar, me hinqué en el suelo a quitarle los zapatos y los calcetines a mi papá. Luego comencé a desabotonarle la camisa y ya soltó la risa: «Alto… alto: ya entendí… ya voy» y riéndose terminó de quitarse la ropa hasta que quedó en bóxer. Puso los brazos en jarras y me pregunta: «¿Y a mí no me vas a decir qué ponerme?». Me reí, le dije que sí, pero yo ya andaba sólo en calzón, PERO sin erección, no me pude explicar por qué.
Le di un conjunto de short y camisola. Lo tomó y se metió a cambiar al baño. Giré sobre mi propio eje, y Carlos sentado en la cama me estaba viendo, aún vestido: «Tu cuerpo se parece mucho al de mi papá». No le contesté, nomás me bajé el calzón y así, en cueros, me puse a hacer cualquier cosa, excepto ponerme algo encima.
– Chaparro… ¡ya vístete que no tarda en salir mi papá! (me le quedé viendo)
– ¿Qué ya se te olvidó todo lo que te conté del rancho? (se rió)
– Sí. Es cierto.
– ¿Y tú?, ¿vas a hacer lo mismo que él de meterte al baño?
Sólo asintió con la cabeza. Pero por lo menos ya se había quitado los zapatos y la camisa. Gran triunfo. Salió mi papá, aventó sus calzones al closet y se paró frente al espejo: «Debo reconocer que tienes buen gusto para la ropa hijo… me gustó esto». Me le acerqué por atrás para verlo por el espejo y le digo: «Te ves bien cachondo». También por el espejo me vio desnudo y se turbó. Volteó a ver a Carlos y otra vez a mí. Abrí la boca: «Carlos no me quería creer, que en el rancho me diste permiso de andar en pelotas». Tragó saliva gruesa y me pregunta: «Bueno, ¿y ya le preguntaste a él si no le molesta que andes así?». Alguien tenía que romper el hielo ahí, así que le dije: «No hace falta, también él me dio permiso de andar en pelotas en su recámara». Se dejó oír un sonoro: «¡¡¡CHAPARRO!!!», y me arrojó una almohada. Mi padre intervino muy solemne: «No Carlos, está bien. Si me das un poco de tiempo vas a ver que ya no soy el ‘papá mamón’ de antes. Si le diste ese permiso a este latoso, por mí está bien. Y si necesitas el baño para cambiarte, ya está libre».
Carlos todo encabronado agarró sus cosas y se metió. Contrario a lo esperado, no azotó la puerta. Mi papá enseguida volteó a verme directo a los ojos:
– ¿Te dio permiso de andar en pelotas en SU habitación?… ¿hay algo que no me hayas contado?
– Ajá, pero no te enojes. Déjame que te lo cuente más adelante, porfa papá. Ahorita sería muy complicado, ¿sale?
– ¿Cuento con tu promesa formal de contarme?
– Sí papá.
– Bueno pues, ya ponte algo encima para irnos.
Los dos hombres con los que iba, en verdad se veían muy guapos, no porque yo les haya comprado la ropa, sino porque YO les saqué lo que tenían escondido debajo. Mi papá y yo nos quedamos a nadar en la piscina y Carlos dijo que quería caminar un poco por la playa. Al rato regresó y se sentó en el camastro contiguo al de mi papá, así que dije:
«Bueno, ustedes dos tienen mucho de qué platicar, yo me voy al agua otra vez… ¿papá me das permiso de tomarme una cerveza?». Como única respuesta recibí una sonora carcajada.
Para la hora de la comida, Carlos estaba mucho más desinhibido (acaso por las cervezas, acaso por la charla que tuvieron) porque se sentó a comer sólo en traje de baño. Después mi papá dijo que iba a la habitación a dormir un rato. Ok. Nosotros nos fuimos a caminar a la playa y lo interrogué:
– ¿Qué tal?… ¿es o no es buena onda tu papá?
– ¡Oye sí!… está de no creerse el cambio…
– Te dije.
– En verdad es buena onda. Me dijo que estaba preocupado por mí, porque pasaba mucho tiempo encerrado sin divertirme. ¡Hasta me invitó a ir con ustedes al racho la semana que entra! (Eso sí ya no me gustó, pero no dije nada).
– ¿Y qué le dijiste?
– Que a ver. Quiero ver cómo se porta estos días.
– ¿Temes que le vuelva a salir lo mamón?
– Exacto.
– Pues olvídalo, eso ya se acabó.
La tarde siguió su curso hasta que apareció mi papá y nos metimos un rato a la playa y luego nos sentamos a ver el atardecer. Volví a pedir permiso de tomarme una cerveza, y otra carcajada se dejó oír (pues como soy todavía un niño, no puedo tomar cerveza y ningún licor). La noche se hizo y los mosquitos nos indicaron que era hora de regresar a la habitación.
Lo primero que hice al cerrar la puerta, fue quitarme el traje y lo aventé hacia adentro del baño. Carlos ya no protestó, sólo dijo:
– Ahí vas otra vez a encuerarte… chaparro nudista…
– Tú deberías hacer lo mismo, mojigato… ¿verdad papá?
Se hizo un silencio y repetí: «¿Verdad papá que Carlos también debería dejarse de mojigato y encuerarse?». Carlos se quedó expectante viendo a mi papá, y éste, todo sabio dijo quitándose los lentes después de encender el aire acondicionado: «Mientras estemos adentro de estas cuatro paredes, cada quién sabe lo que hace con su ropa hijo, no presiones a tu hermano». Dejó los lentes en su buró y comenzó a quitarse la camisola húmeda y la aventó al piso y acto seguido se bajó los shorts quedando completamente desnudo ante los ojos estupefactos de Carlos y los complacidos míos. Acariciándose la pancita dice: «Yo por lo pronto les voy a ganar el baño porque traigo mucha arena», dio media vuelta y se metió dejando la puerta abierta. Carlos volteó a verme no creyendo lo que había visto. Le dije: «¿Ves menso?: sí tiene pelos en las nalgas». Se dejó oír el ruido del agua y grité: «¡Papááá…» y antes de poder decir algo más, contesta desde adentro: «Sí hombre, sí te puedes bañar conmigo». Volteé a ver al otro y le hice una seña medio grosera, como indicándole mi triunfo sobre el papá mamón.
Me metí y tampoco cerré la puerta. Corrí la puerta de acrílico de la regadera y me metí. Al darse media vuelta, mi papá tenía casi una erección completa, y me pregunta en voz baja: «¿Cómo estuve?». Sólo le contesté con un pulgar arriba de que muy bien. Me dio el jabón y entendí que me tocaba la espalda, pero no, esta vez me fui directo a sus nalgas. Al sentirme se recargó en la pared para detenerse y separó las piernas. Metí la mano junto con el jabón entre ambas nalgas y luego llegué hasta su escroto. De ahí me regresé. Lo rodeé con ambos brazos hasta encontrar su verga y se la atrapé con la mano libre y así, con un alto grado de dificultad, comencé a masturbarlo, pero sólo logré que llegara a la erección total, porque me detuvo, se dio la vuelta y señaló hacia afuera. Entendí, así que me dio la vuelta y comenzó a enjabonarme la espalda, pero yo no dejaba ir la oportunidad de agarrársela y jugar con ella mientras me enjabonaba.
Su verga perdió la totalidad de la erección, pero conservó bastante para cuando terminó de bañarme. Me dio una toalla y dijo que ahora le tocaba a él, que él terminaba solito. Salí, me sequé en el baño, colgué la toalla y salí a la recámara.
Carlos estaba recostado sobre su cama, con la almohada sobre su paquete. Me acerqué y le dije: «Y me bañó antes que a él». Nomás se rió, pero no pudo ocultar su preocupación. Entonces me senté y le pregunto:
– ¿Qué, tienes miedo de que te vea en cueros y se te pare?
– ¡Pinche chaparro!… ¿cómo supiste?
– Porque yo pasé por eso en el rancho, pero neta que no hay bronca con el viejo. Es más, ahorita que me bañó se le paró un poquito a él (peló los ojos)
– ¿En serio?
– Ajá
– No chingues, ¿neta?… entonces el viejo anda caliente también (Levanté los hombros fingiendo indiferencia)
– Supongo que sí.
Me levanté para hacer algo que a nadie se le había ocurrido: prender el televisor. Y así, desnudo, me senté a verlo a los pies de la cama de mi papá, hasta que finalmente se dejó oír correr la puerta de acrílico de la regadera y salió mi papá envuelto en una toalla por la cintura. «¡Listo!.. ¡El que sigue!». Y se puso a terminar de deshacer su cama. A mí se me ocurrió algo, y me volteé para decirle:
– ¿Oye papá?
– ¿Mm?
– A Carlos le pasa lo mismo que a mí en el rancho (supongo que de haber podido hablar, Carlos me hubiera gritado algo feo, pero no dijo nada).
– ¿Qué cosa?
– Que le da pena quedarse en pelotas porque le da pena si se le para (No pensó mucho para contestarme. Se sentó en la cama y me dice)
– A ver hijo. Vinimos a pasárnosla a gusto, a disfrutar, y tú estás presionando demasiado a tu hermano. Déjalo en paz.
– Deja que él haga lo que él quiera. Si le da pena desnudarse, es su decisión, no tuya…
En eso se deja oír la voz trémula de Carlos: «No Jefe… es verdad lo que dice este cabrón chaparro». Volteamos a verlo los dos, luego volteamos a vernos nosotros y le dice mi papá: «¿Y cómo vas a solucionar eso hijo?… todavía quedan dos días… si quieres nos salimos tu hermano y yo para que hagas lo que tengas que hacer en completa libertad».
Carlos no contestó nada, sólo dibujó una sonrisa de profunda pena debajo de sus lentes (estaba todo rojo) negó con la cabeza, como diciendo que no era necesario que hiciéramos eso. Bajó ambas piernas de la cama. Se quitó la almohada del paquete y sentado todavía se quitó la camiseta y la aventó. Finalmente apoyó las manos en la cama para impulsarse hacia arriba, como si pesara él doscientos kilos y se puso de pie ante nosotros, con el diminuto traje de baño levantado haciendo carpa. Sonriendo todavía, abrió los brazos como para mostrarnos mejor lo que traía ahí, como rindiéndose ante los hechos. Yo aplaudí y él me aventó una almohada, pero no enojado. Sólo dijo en voz quebradiza: «Me voy a bañar». Se metió y él sí cerró la puerta. Mi papá volteó a sonreírme, como reconociendo mi triunfo sobre él.
Una vez que se dejó oír el agua, yo ya tenía una actividad para mi papá:
– Oye, Carlos se va a tardar en salir porque se la va a jalar.
– ¿Cómo sabes?
– No. No sé, yo digo, Oye, ¿te acuerdas que me ibas a inspeccionar los huevos? (Se rió)
– Sí, me acuerdo perfectamente. A ver acuéstate (Y se puso los lentes)
Me impulsé como pude hasta el centro de la cama, abrí las piernas lo más que pude y por fin sentí la mano seca y tibia de mi papá. Directamente sobre mi escroto. No pude evitar estremecerme un poco. Más que inspeccionar, me los estaba acariciando con mucho detenimiento y me dice: «Los tienes completamente suavecitos: nada de pelos». Y retiró la mano. «No papá… síguele». Me sonrió, se quitó los lentes y me sorprendió, porque en vez de volver a poner la mano encima de mi escroto, se acercó más a mí, se agachó y posó su lengua sobre mi escroto. Yo me dejé caer por completo en la cama cuidándome de no hacer ruido alguno. Su lengua siguió jugando con mi escroto, luego la pasó por la zona de la ingle para finalmente atrapar mi verga con su boca tibia y húmeda. Su bigote me hacía cosquillitas por todas partes. Mis manos volaron hasta su cabeza por voluntad propia. Sentí cómo mi verga jugaba adentro de su boca, pero fue sólo una probadita porque se detuvo, levantó un poco la cabeza y me dice: «Tu hermano puede salir en cualquier momento»… maldición, ¿qué hubiera pasado si le contaba que Carlos y yo ya habíamos cruzado esa frontera?… no se lo podía decir, así que a medio éxtasi me acomodé hasta quedar recargado por la espalda en su cabecera y él hizo lo mismo, no sin reacomodar la casa de campaña que ya traía con la toalla.
Contrario a lo que predije, Carlos no tardó en salir. La puerta se abrió y salió envuelto en la toalla, igual que su papá, pero ya sin erección. Lo chistoso era que la erección de mi papá no había desaparecido por completo, pero no hizo nada por ocultarlo. Le preguntó:
– ¿Cómo te sientes hijo? (Él parado en el umbral de la puerta)
– Bien Jefe, muy bien.
– ¿Más relajado?
Asintió con la cabeza y mi papá dio unos golpecitos en la cama, indicándole que se sentara, y al hacerlo, descubrió que el bulto de mi papá no era normal. Al verlo se turbó, pero igual se sentó, algo tenso. Y dice mi papá: «¿Quieren que bajemos a cenar?, ¿tienen hambre?», los dos contestamos que no, que ya habíamos comido de más. Le preguntó a Carlos qué si quería otra cerveza y dijo que tampoco, que ya había cubierto su cuota de alcohol. Me dice a mí: «Entonces hazte para allá para que se siente un ratito tu hermano con nosotros». Su cama era más grande que las nuestras. Me corrí hasta la orilla, él hasta el centro y Carlos como pudo se acomodó en la otra, cuidando de que su toalla no se fuera a desprender. Me dijo que le bajara un poco a la tele para platicar y de inmediato obedecí. No había control remoto todavía, así que me levanté y lo hice. De regreso ya no me senté recargado en la cabecera, sino que doblé una pierna y me senté viéndolos de frente. Mi mente era demasiado ágil estando caliente:
«Papá: le platiqué a Carlos qué en el rancho, me diste permiso de dormir contigo… encuerados todos». Ambos pusieron cara de «¡¡¡NIÑO!!!». Mi papá hizo acopio de sobriedad: «¿Ah sí?… ¿y qué más le contaste?». Carlos no daba crédito a lo que yo estaba haciendo, como que adivinó hacia dónde dirigía mis pasos. «Pues que el tío anda encuerado todo el tiempo y que fue el que se llevó la verga más grande de la familia (mi papá se rió) pero también le conté que tu verga y la de él son igualitas». Nadie me dio las gracias, ambos se quedaron serios viéndome, como queriendo adivinar cuál era mi siguiente paso. Dice mi papá:
– ¿Mi verga y la de tu tío?
– No. Tu verga y la de Carlos.
– ¿Y cómo lo sabes?
– ¡Pues porque ya se la he visto a los dos!
– No sé por qué no me extraña hijo…
– Pero que además no me cree que se parecen más cuando los dos las tienen paradas…
La toalla de Carlos se levantó en cuestión de segundos. Intentó taparla, pero ya era obvio. Sólo cruzó los brazos. Yo esperaba que me mandara a callar, pero no dijo nada, siguió atento a lo que hacía. «¿Por qué no se la enseñas papá?… ¡para que me crea!…». Ambos se quedaron mudos. La verga de Carlos ya de plano hasta estaba dando brinquitos, pero no se fue, se quedó quieto en el puesto. Hasta que mi papá dijo: «Bueno, cuando la vuelva a tener parada se la enseño con mucho gusto… y las comparamos». La media carpa de mi papá seguía idéntica, ni crecía ni desaparecía. Le digo: «Ay papá… no te hagas, ahorita que en el baño se te paró bien rápido… ¡ah mira!… ¡ya se está parando!» Y los tres bajamos la mirada a su paquete y efectivamente estaba creciendo. Mi papá todo nervioso, volteó a ver a Carlos: «¿Cómo ves hijo?… ¿quieres que comparemos ahorita?… jeje… ¿para ver si somos padre e hijo de verdad?». Cosa dicha sonriendo. Carlos quiso sonreír, pero la verdad es que no pudo, sólo asintió con la cabeza y dice con esa vocecita: «Bueno… vamos a cumplirle el antojo a este cabrón chaparro». Y dice mi papá: «Entonces hazte para allá, deja pararme para que se vea mejor la cosa».
Carlos se puso de pie, con tremenda carpa levantada, que más bien parecía telón de teatro con el actor atrapado atrás, y mi papá lo siguió. Ya parado junto a Carlos le dice: «Pero vente al espejo… a ver, pues, yo primero». Tomó su toalla, la desprendió y la aventó sobre la cama, quedando completamente expuesto. Separó un poco las piernas para que se le despegaran los huevos de los muslos. Carlos se le quedó viendo fijo a su pene y así estuvo hasta que reaccionó cuando le dije: «Te toca Carlangas, mi papá ya cumplió». Volteó a verme, todo torpe, descruzó los brazos y procedió a quitarse la toalla. La dejó caer al suelo y emergió apuntando hacia arriba su verga dura y pulsante.
Se hizo un buen silencio, de miradas para acá, miradas para allá. Mi papá le dice: «Pero ven al espejo y ponte de ladito como yo». Obedeció y mi papá le puso la mano en la espalda: «¿Qué opinas?… ¿son igualitas?». Carlos sólo negó con la cabeza e intervine yo: «No papá, es que no la tienes bien parada». Sin tardanza alguna, caminé hasta a él, me senté en la silla del espejo y se la agarré con la mano derecha para acariciársela, pero él sacó la cadera hacia atrás, como diciendo que no estaba bien que hiciera eso enfrente de Carlos, pero le dije: «Nomás tantito papá… para que te crezca toda…». Volteó a ver al otro y como no estaba escandalizado, volvió a acomodar su cadera cerca de mí y me dejó que se le volviera a agarrar y así, acariciándosela lentamente, logró todo su esplendor, pero se hizo otro silencio muy especial.
Mi papá volteaba para abajo y luego a Carlos, éste totalmente embebido en lo que estaba haciendo yo. Sutilmente puse la mano en la cadera de mi papá y lo empujé hasta que topara lado a lado con el otro. Y ya así, agarré la mano derecha de Carlos, retiré la mía de la verga de mi papá y se la puse ahí. Como acto reflejo, cerró la mano y la atrapó tanto como pudo. Los dos jalaron aire por la nariz, pero queriendo disimularlo. La respiración de mi papá se alteró de plano. Se la masajeó unos instantes y luego intentó soltarla, pero no lo dejé. Se la volví a poner cerca de la verga de mi papá y la volvió a prender, pero esta vez hasta dio un pasito adelante para poder hacerlo mejor. Mi papá volteó a verme y con un sólo guiño le expliqué todo lo que quería que le explicara.
Me quedé quieto y callado en la silla, sólo viéndolos. Sólo viendo cómo Carlos echaba fuera esas fantasías que salieron a flote cuando le platiqué de la verga de mi papá en el rancho. Pero mi vista fue demasiado pesada porque Carlos volteó a verme, se inhibió y dijo aclarándose la garganta: «Sí chaparro… ya vi que el jefe y yo la tenemos igual». Se agachó a recoger su toalla, se la volvió a poner en la cintura y mi papá y yo nos quedamos viendo mientras él se iba a su cama.
No era posible que después de ponerle en bandeja de plata lo que tanto quería…¡¡¡Porque yo sabía que lo quería!!!… y lo haya dejado ir así. Porque yo ya tenía por seguro que tenía miles de fantasías con la verga de nuestro padre, pero bueno, no se iba a quedar así la cosa.
Carlos llegó a su cama y se metió debajo de la sábana con todo y toalla. Yo me levanté de la silla y abracé a mi papá. Me dice: «¡Hey!… cuidado que ando armado» (riéndose sin muchas ganas) y fue porque le apachurré su verga contra mi bajo vientre. Mi papá era mucho más alto que yo en ese entonces. Me reí, le pedí perdón y le dije: «Ya vente papá, vamos a acostarnos». Él me puso cara compungida, negándose, de que la función había terminado, de que ya me fuera a mi cama, pero no le hice caso.
Lo jalé hasta su cama y me las ingenié para quedar acostados juntos, yo con mi cabeza recargada en su pecho, abrazándolo por el torso y él sosteniéndome con sus brazos. Así nos pusimos a ver una tele que nadie podía oír porque nadie le subió el volumen, lo que estuvo a mi favor, porque inicié con mi papá un nuevo diálogo, en voz baja, pero asegurándome de que el «dormido» alcanzara a oír:
– Papá. Te está saliendo caldito de ese que sale cuando se para.
– Se llama lubricante.
– Eso. ¿Lo puedo probar?
– Hijo: a estas alturas del partido…puedes seguir haciendo lo que te venga en gana.
Estiré la mano y lo atrapé con dos dedos. Me lo llevé a la boca y lo succioné como quien succiona el merengue que se robó del pastel que no ha sido partido aún, con lujo de sonidos (para que oyera el otro). Y digo:
– Sabe rico papá. Igualito que aquella vez.
– Hijooo… (En tono de: ¡ya cállate por favor!)
– ¿Qué importa papá?… Carlangas se duerme bien rápido, ahorita ya debe ir por el segundo sueño.
– ¿Seguro?… yo no creo que…
– ¡Sí hombre!… ya está dormido… papá: ¿me dejas que te le dé una probadita?
Mi papá no tenía un pelo de tonto, mucho menos de ingenuo. No seguiría mi juego si no supiera que hay cancha dónde jugar, así que volteó a ver al «dormido» y me dice: «Ándale pues… adelante, como siempre, haz lo que te de tu gana…». Y una vez dicho esto, me hinqué en la cama, después pasé una pierna por encima de él para quedar montado sobre sus rodillas y me agaché sobre su verga para poderla meter en mi boca. La atrapé con la mano derecha, jalé el prepucio hasta atrás y me la metí. Contrario a toda y cualquier expectativa de mi parte, mi padre contribuyó diciendo:
«Pero acuérdate que sólo con labios y lengua, nada de dientes…». Ahora el que se quedó con el palmo de narices fui yo. Me saqué su verga para voltearlo a ver, y lo único que hizo fue levantar los hombros, con cara de «yo no fui». Así, hincado a cuatro patas, estuve jugando su verga en mi boca, pero por alguna razón yo tenía entendido que su máxima atracción en ese momento no era yo, sino «el dormido», porque cada vez que volteaba a verlo, estaba volteando hacia el otro lado. Ok: ¡Vamos sobre Carlos! (pensé). Dejé de mamarle la verga y me senté sobre sus rodillas. Empecé a hacer saliva y a sacarla con los dedos para luego ponerla en mi ano. Me pregunta mi papá, ahora sí poniéndome total atención, y en voz muuuuy baja… pero no lo suficiente como para que no oyera el dormido:
– ¿¡Qué estás haciendo hijo!?
– Lo mismo de la otra vez. Poniéndome salivita allá abajo papá…
– ¡Pero no hijo! (con una voz supuestamente más baja aún, pero mucho más gutural, lo que la hizo aún más audible) ¡No es tan fácil!… aquella vez te ayudó tu tío, y si lo haces tú así nada más, ¡te vas a lastimar!… ¡olvídalo!
– No papá… poco a poquito… (Con una voz aún más baja que la suya, pero más gutural, para asegurarme de que también me oyera «el dormido»)
– Que no hijo… ¡entiende!
– Espérame papá.
Seguí poniéndome saliva en el ano, mismo que estaba completamente cerrado, pero yo quería seguir con el juego. Y cuando consideré que ya estaba suficientemente lubricado, caminé de rodillas sobre él hasta que llegué a su panza. Acomodé, su verga ahora pulsante, como lo había estado antes la de Carlos, y me intenté sentar sobre ella. Ajá, claro que no dio resultado y me dice:
– ¿Ves?… no se puede… primero hay que dilatar la zona para que te pueda entrar.
– No importa papá, de todas maneras, se siente rico tenerla ahí nomás, aunque no entre.
Ya no dijo nada, sólo movió la cabeza en señal de total desacuerdo, pero me sostuvo por la cadera, ¡igual que aquella noche!… como cuidándome. Intenté sentarme otra vez, pero la verdad es que estaba totalmente cerrado mi ano. No entró ni la puntita. Y me dice:
– No hijo, mejor ya duérmete, mañana nos quedan dos largos días por delante y…
– ¡Pero papá!… ya sé que no me va a entrar otra vez, pero déjame sentirla un ratito ahí…
Aquí era donde mi papá hubiera tenido que inhalar profundo para hacer acopio de paciencia y decirme: «Ándale pues…»… ¡PERO NO!… insistió en que me retirara y me fuera a dormir, y como perrito regañado me iba ya a bajar de encima de él… ¡CUANDO EL DORMIDO DESPERTÓ!
No dijo nada, sólo quitó las sábanas. Se levantó y se arrancó la toalla. Con la verga en total erección, con la punta pegada a su bajo vientre, caminó hasta nuestra cama, se hincó atrás de mí y me atrapó por las nalgas, respirando muy fuerte. Me las levantó, me las separó y hundió su cara en medio. Su lengua no se hizo esperar y para pronto ya lo tenía haciéndome una penetración anal con la lengua. No dijo palabra, sólo siguió y siguió explorando mi ano con su lengua. Yo me dejé caer sobre la panza de mi papá, con mi cadera sostenida en el aire por sus manos. Cada vez iba más y más allá. Mi papá intentaba levantar la cabeza, pero supongo que no alcanzaba a ver mucho, sólo las manos de Carlos sosteniendo mi cadera.
Levanté la cabeza para ver la cara de mi papá, y estaba aún más excitado que yo. Carlos seguía en lo suyo. Me abracé a mi papá y éste me sostuvo con sus brazos mientras Carlos seguía haciendo penetración profunda con su lengua. Mis piernas se fueron soltando cada vez más y más. Mi ano cedió su cerrazón ante el empuje de su lengua. Yo estaba extasiado, pero aun así levanté la mirada para ver la cara de mi papá y él estaba más que yo.
Finalmente, la voz de Carlos se oyó, jadeante, después de todo el trabajo oral que me había hecho en el ano: «A ver chaparro… te voy a meter un dedo para ver hasta dónde aguantas». Sólo pude contestar que «Ajá». Puso su mano izquierda sobre mi espalda y con la otra empezó a meter un dedo. Me preguntó: «¿Te duele?», y la verdad era que no, no me dolió, sentí que entró todo su dedo y no me dolió nada. Ahora de adulto sé que no me dolió porque andaba increíblemente caliente. Sólo le contesté con la cabeza que no. Lo sacó y metió dos esta vez. Cuando el tío hizo lo mismo, la verdad era que sí me dolía, pero con los dedos de mi hermano, nomás no me dolió ni me ardió.
Estuvo jugando con esos dos dedos a entrar y salir, con suavidad, pero con total determinación, hasta que sentí su puño apoyado en mis nalgas después de haber metido ambos dedos hasta el final. «Chaparro: ¡háblame!… ¿te duele?», y otra vez contesté con la cabeza que no, pero con la cara clavada en el pecho de mi papá. Carlos ya no dijo nada, sólo siguió jugando sus dedos en mi ano. Si ellos dos voltearon a hacerse miraditas, no me pude enterar, lo único que yo tenía enfrente, eran los pelos del pecho de mi papá.
Lo siguiente fue que Carlos empezó a caminar de rodillas sobre la cama, encima de las piernas de mi papá. Eso lo pude sentir con sobrada claridad. Se acercó lo suficiente a mí como para que yo sintiera los vellos de sus piernas en mis muslos y me dice jadeando: «Chaparro, voy a probar primero con mi verga a ver si ya te entra…». Sólo moví mi cabeza asintiendo. «Si te entra, es que ya te puede entrar la de mi papá». Volví a asentir con la cabeza, sin quitar mi cara del pecho de mi papá.
Sacó los dedos y pasaron sólo 3 o 4 segundos cuando sentí su glande en mi ano, con su mano todavía apoyada en mi baja espalda, como jalándome hacia abajo. Lo siguiente fue que su glande se acomodó de primera entrada justo en el lugar que sus dedos habían dejado desocupado. Ahí se me salió desde el más ronco de mis pechos un gemido. Me pregunta: «¿Te dolió?». Quise contestarle que no había manera de que me doliera, si no había metido nada. Con la cabeza le dije que no. Entonces, me volvió a impulsar hacia abajo con la otra mano y ahora sí entró su glande… ¡aaaagghhh!… ¡qué delicia!
Se quedó quieto esperando por mi reacción. Y otra vez: «¿Te dolió chaparrito?», y otra vez contesté que no con la cabeza. Entendió que tenía vía libre, y ahora, con ambas manos, me jaló por la cadera y poco a poco, palmo a palmo, fue metiendo su verga en mí. Recuerdo la voz de mi papá: «¡Con cuidado hijo!» (al otro hijo). Nunca supe qué le contestó el otro, pero sí recuerdo que no detuvo su andar hasta que estuvo por completo adentro de mí. Di por hecho que su verga estaba totalmente adentro de mí hasta que sentí sus pelos en mi culo lampiño.
Y esa voz que se le quebraba a veces, esa voz que rara vez escuchábamos en la familia, ahora, con total seguridad, me dice: «Quédate así chaparro… hasta que se te pase el dolor». Me hubiera gustado contestarle que el dolor ya había pasado, pero yo estaba ya en otro mundo, ya no era hora de hablar. Él también se quedó quieto hasta que sintió que yo mismo me impulsé hacia atrás, como queriendo metérmela más y entonces empezó a hacer movimientos lentos de cadera para cogerme… ¡QUÉ PUTA DELICIA!…
Mi papá nunca me cogió… ¡yo me senté en él!… y pensé que era lo más glorioso del mundo a pesar del dolorcillo aquel. Pero lo que estaba haciendo Carlos no se parecía en nada a la vez de mi papá.
Mis gemidos quedaron ahora ahogados en la panza de mi papá por lo que me había jalado hacia atrás Carlos para podérmela meter toda. Mi papá me pregunta: «Hijo, si te duele…». No lo dejé terminar. Sólo moví mi cabeza encima de su panza diciendo que no. De alguna forma sentí a mi papá alarmado a pesar de lo que le había dicho y le dice a Carlos:
– ¡Ya Carlos!… ¡ya fue suficiente!… (Y el otro le contesta)
– Si Jefe… (Jadeando)… ya fue suficiente… ahora te toca a ti…
Carlos me suelta de la cadera y se empieza a salir poco a poco. Quise protestar por su salida (se siente horrible que le saquen a uno la verga en tal grado de excitación) pero Carlos no me dio tiempo: «Espérate Chaparro… ahora le toca al viejo… no te muevas de donde estás», todavía jadeando. Lo siguiente que hizo fue empujarme hacia adelante, poco a poco por las nalgas hasta que volví a quedar a la altura de la TODAVÍA ERECTA verga de mi papá y mi cara contra su cara. Me dice: «Hasta ahí Chaparro… ahora nada más déjate caer poco a poco… yo te lo acomodo…». Como me indicó, empecé a dejarme caer, poco a poco hasta que sentí el glande de mi papá exactamente donde quería seguir sintiendo la verga de Carlos. Me dice Carlos: «¿Ya le sentiste?». Sólo contesté con la cabeza que sí. Y me dice: «Ok enano… ahí déjate caer…» Y tal como me lo dijo, me dejé caer y el glande de mi papá se acomodó en la entrada, yo sintiendo la mano de Carlos todavía en mi espalda dirigiendo la maniobra y jalándome hacia abajo… y tanto me jaló que el glande de mi papá entró con una suavidad muy diferente a la de la noche del rancho. Entró poco a poquito, pero no tan despacio… entró… y entró… y entró… hasta que terminé sentado encima de mi papá con todo adentro.
De mi garganta salían sólo gemidos. De la garganta de mi papá salían pujidos. Puse mis manos sobre su pecho, abrí los ojos y me le quedé viendo: «¿Estás contento hijo?»… con la boca abierta, como perro caminado, le contesté que sí con la cabeza. Finalmente logré articular palabra y le pregunté: «¿Tú estás contento papá?». Y ahora él contesto sólo con la cabeza que sí. Sus ojos a veces se cerraban, a veces se abrían, pero seguíamos en la misma posición, hasta que el «dormido», me agarró por las nalgas y empezó a subirme y bajarme, con esa tranca adentro. Mi papá le preguntó: «¿Qué haces Carlitos?… así estamos a gusto». Carlos no dijo nada, sólo siguió subiendo y bajando mi cadera, tomándome de las nalgas y no pasó mucho rato antes de que entendiéramos qué estaba haciendo Carlitos.
La fricción que Carlos estaba haciendo sobre el pene de mi papá con mi cadera, hizo que éste empezara a cerrar los ojos, empezara a apretarme por los pezones… ¡HIZO QUE MI PAPÁ EMPEZARA A MOVER SU CADERA DE ABAJO HACIA ARRIBA!… como en el rancho y yo vuelto loco, empecé a jalármela, como si estuviera subido en algún juego de feria, pero Carlos me detuvo de jalármela. No me dejó masturbarme, pero si insistió en que brincara encima de mi papá para que su verga entrara y saliera. No pasó mucho rato antes de que yo me acompasara con el ritmo de cadera de mi papá y estuvimos así. Quise volvérmela a jalar, pero Carlos no me dejó. El cuello de mi papá se empezó a engrosar, se puso rojo, le saltaron las venas, me apretó por las nalgas y dijo: «¡Hijo!… ya – aaahhhh…» y lo siguiente fue que sentí esa misma descarga de líquido caliente adentro de mí. Mi impulso fue volvérmela a jalar, pero otra vez Carlos me lo impidió, por el contrario, me abrazó por atrás y montado todavía sobre sus rodillas, me sostuvo inmóvil encima de mi papá por un buen rato. Y así me tuvo hasta que las venas del cuello de «nuestro jefe» desaparecieron haciendo erupción en la piel con torrentes de sudor por todo el cuello y pecho.
Me soltó poco a poco hasta que el pene de mi papá salió. Y me dice al oído: «¿Quieres seguir con la fiesta chaparrito?», y en el éxtasis que andaba sólo contesté con la cabeza que sí. Me dijo que me fuera con él a su cama, pero de pronto sonó la voz de mi papá: «Si ustedes vieron todo esto… yo quiero ver lo de ustedes». Yo trataba de entender a qué se referían, cuando de pronto sentí las manos de Carlos en mis nalgas diciendo: «OK Jefe… abre bien los ojos…».
Carlos me volvió a levantar por las nalgas, ahora ya sin preámbulos y acomodó su glande en el mismo orificio que había dejado desocupado mi papá. Y me dice: «Va otra vez para adentro… chaparrito…». Sólo volví a poner las manos en el pecho de mi papá y dije que sí con la cabeza.
Oí que hizo un ruido con la boca, el mismo que había hecho el tío para sacarse saliva y el producto lo embarró en su pene. Lo siguiente fue que presionó de nuevo su glande contra mi ano ya abierto y… ¡ENTRÓ!… entró como si ya fuera contrato. Entró y de un solo jalón hasta adentro. Una vez que toparon los vellos de su pubis con mis nalgas, me puso las manos en la espalda y empezó a jalarme para atrás. Yo ya estaba a cuatro patas de nuevo, encima de mi papá, viéndolo a los ojos. Me dice: «A la hora que tú digas… esto se detiene…». Con los ojos a medio abrir le dije con la cabeza que no. Me estaba volviendo loco lo que me estaba haciendo Carlos por la zona de atrás.
De pronto, esa penetración suave y acompasada de Carlos, se convirtió en algo frenético, qué si bien no me molestó, si se me hizo gracioso que la cara de mi papá iba y venía a cada empujón de Carlos. Nuevamente mi papá dijo que, si yo no quería eso, se podía detener, pero ya no hubo tiempo. Carlos empezó a jalar aire por los dientes… gimiendo… diciendo que ya se iba a venir… así que olvidé la cara de mi papá y por instinto me empujé hacia atrás, para que entrara más su verga y así fue: la sumergió lo más que pudo, me apretó las nalgas como si me las quisiera exprimir y descargó esa inmensa carga de líquido seminal casi en mi garganta.
Dio otro empujón. Y otro. Uno más hasta que se quedó quieto. Soltó la presión sobre mis nalgas. Empezó a jalarse hacia atrás, poco a poco hasta que su verga salió de donde estaba y se dejó caer a un lado de mi papá. Jadeando como si hubiera corrido la maratón. Lo que a mí me quedó fue dejarme caer en el pecho de mi papá y recuperar mi respiración ahí.
No entendí por qué, pero mi papá estaba sudando igual que yo. Se suponía que él ya estaba tranquilo. Carlos iba del jadeo al «artículo mortis», y de éste, al «rigor mortis» y lo que siguió, fue que se soltó roncando como cayó, boca abajo sobre la almohada.
Mi papá me abrazó todo el tiempo que me tomó recuperar la respiración, acariciándome el cabello y la espalda sudada, hasta que me levantó la cabeza y me dice, con una ternura que no conocía en él: «Te cogimos, pero no te dejamos venirte… ¿verdad hijo?». Tratando de levantarme, apoyándome en su pecho, le contesté con la cabeza que no, pero con la sonrisa dibujada en la cara. Me pregunta: «¿Me dejas que te ayude a terminar?». Sólo levanté los hombros como para decirle que me daba igual, pero él contestó con la cabeza que no. Y me dice:
«Éste ya se murió… ahora nada más déjame hincarme tantito en el suelo… hazte para allá hijo». Me alejó de la cama y se deslizó hasta quedar hincado en el suelo, entre cama y cama. Y me dice: «Ahora ven y ponte de pie frente a mí… para que las cosas queden justas». Por obra extraña a mi entendimiento, mi verga había perdido totalmente la erección, pero mi padre sabía al respecto «un poco» más que yo. Le dije con las piernas temblando: «Pero papá… ya se me bajó…». No contestó, se acomodó entre mis piernas, me tomó por la cadera y sin avisar, tomó en su boca mi diminuto pene. Quise protestar, pero no me dejó. Empezó a jugar su lengua contra mi pene y de inmediato recobré la lucidez, es decir, de inmediato se me paró y vi cómo el tronco de mi verga entraba y salía de su boca. Así hincado, se levantó un poco más hasta que mi pubis quedó a la justa altura de su boca y pasó sus manos a mis nalgas y empezó a jalarme hacia él.
No había mucho qué preguntar ni explicar. Mi cuerpo sólito empezó a moverse. Lo atrapé por la cabeza con las manos para dirigirlo mejor hacia mi verga. No podía creer que ese mismo señor que tanto miedo me daba antes, me hubiera cogido y ahora me estuviera ordeñando como vaca.
Me separó un momento para decirme jadeando: «No te pares hijo… olvídate de las ganas de orinar, es el orgasmo que vas a tener ¿ok?». Y no le contesté, nomás lo agarré de la cabeza de nuevo y lo jalé a mi verga y se la metí hasta que su nariz topó con mi nada de vello del pubis. Así lo traje, de ida y venida hasta que me arqueé encima de él y le dije que ya me iba a venir, que se quitara, pero como respuesta obtuve que apretó más su nariz a mi pubis y regué toda su garganta con mi orina. Se me salieron de la garganta un par de gritos. El «muerto» no despertó. Me dejé caer encima de su cabeza y él me atrapó. Nos quedamos un rato en el suelo, él abrazándome entre sus piernas y no volví a saber de mí sino hasta el día siguiente.
CONTINUARÁ……………
POR: HOTMAN
++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
ACLARANDO¡¡ Estos relatos que empezarán a leer NO es de mi autoridad, es pertenencia de otro usuario que no conozco y no sé quién sea el autor original y mientras el dueño no me reclame yo seguiré escribiendo.
la mejor parte de la saga queda inconclusa….