Mi Tío el Ranchero (8)
Eso de que no volví a saber de mí hasta el día siguiente, fue cierto solo en parte………
Mi Tío el Ranchero (8)
Eso de que no volví a saber de mí hasta el día siguiente, fue cierto sólo en parte. Volví a saber de mí en la madrugada, que me despertaron las ganas de orinar. Yo estaba en la cama de Carlos (desnudo por supuesto) Carlos en la de mi papá y éste en la mía. Carlos estaba desnudo boca abajo, luciendo su nueva marca de bronceado y descubierto, mostrando su bonito y velludo trasero. Mi papá dormido de lado cubierto con la sábana hasta el ombligo. Pero no había tiempo que perder, me estaba orinando. Cuando regresé, me puse a contemplar el cuadro, y me volvió a invadir esa felicidad que había descubierto en el rancho, así que, en vez de regresar a mi cama, me metí con mucho cuidado bajo la sábana de mi papá. Al sentirme despertó, jaló aire por la nariz y me preguntó en voz baja: «¿Qué pasó hijo?». No le contesté nada, sólo le levanté el brazo y me acomodé debajo de él en posición cucharitas. Entendió y correspondió acomodándose para que ambos quedáramos más cómodos.
La sensación de su abdomen peludo frotando mi espalda, era algo muy parecido al cielo y por mi mente pasó la idea de voltearme para acariciarlo, pero el sueño era mucho, y ya estaba cayendo dormido otra vez, cuando me dice en voz baja al oído:
– ¿Cómo te sientes hijo?
– ¿Mm?… ah…, muy bien papá… muy contento, ¿y tú?…
– Imagínate. Creo que igual de contento que tú. Oye, ¿y tienes muy adolorida tu colita? (Me reí)
– Sí… un poco, la verdad. Pero me gustó mucho.
Ahí me vino en ráfaga una duda a la mente, que debió haber venido antes, pero estaba muy ocupado en otras cosas. En voz baja, para no despertar a Carlos:
– ¿Oye papá?
– Dime (dándome un beso en el cabello)
– ¿Cómo sabes que duele después de que te la meten?, ¿ya te la han metido? (Ahora el que se rió suavemente fue él)
– Pensé que nunca ibas a preguntar eso. Sí, ya me la han metido…
– ¿Quién?… ¿mi tío?…
– ¿Cómo adivinaste?… jeje… Sí. Tu tío me la metió una vez, pero no aguanté otra.
– ¡¿En serio?!… ¡cuéntame!…
– Baja la voz… ¿o quieres que Carlos se una a la charla?…
– Este… no sé… o bueno, nomás dime, ¿cuándo?… ¿cómo fue?… ¿dónde estaban?… ¿él te lo pidió?…
– A ver, despacio: ¿Cuándo?, cuando tu tío cumplió 20 años en la universidad, y le hicimos una fiesta. ¿Cómo? Después de la fiesta, nos quedamos él y yo solos y me reclamó que yo ya me lo había cogido muchas veces, que ahora le tocada a él. ¿Dónde? En un departamento que nos rentaron tus abuelos cuando nos fuimos a la universidad. Y sí, definitivamente, él me lo pidió.
– ¿En serio?… ¡qué padre!… ¿y te gustó?… (Se volvió a reír)
– La verdad sí me gustó. Habíamos tomado mucho y yo estaba muy relajado y muy caliente, así que sí me gustó mucho, pero a la mañana siguiente me dolió muchísimo por el tremendo trozo de carne que tiene tu tío…
– Ajá… la tiene bien grandota.
– Así que con tu tío fue primera y última vez.
– ¿O sea que lo has hecho con otras personas? (Una vez más se rió)
– Sí, pero eso no te lo voy a contar porque no vamos a dormir nada. Otro día te lo cuento.
– ¿Lo prometes?
– Lo prometo.
– OK… pero ahora, mira…
Tomé su mano derecha, con la que me estaba abrazando y la conduje hasta mi pene y sintió mi erección. Sentí el resoplido de su risa en mi nariz y me dice: «Ahora mira tú…», e hizo un movimiento para acomodarse, de tal forma que su verga no sé de dónde, salió disparada y fue a dar justo entre mis piernas, como que la tenía aprisionada contra el colchón. Irreflexivamente, pasé mi mano hacia atrás, se la atrapé, levanté una pierna, la acomodé en medio de ambas y luego la bajé para atrapársela:
– Déjala que se duerma ahí papá…
– Ándale pues (riéndose) ahora ya calladito, si no, no vamos a dormir nada.
– Te quiero mucho papá.
– Yo también te quiero mucho hijo.
La verdad que conciliar el sueño con la verga de mi papá entre mis piernas, fue tarea difícil, pero finalmente me venció y lo próximo que supe fue que desperté solo (y desnudo, por supuesto, esa era mi parte favorita) y al levantar la cabeza, no vi a nadie, sólo el ruido de la regadera. Era mi papá y al preguntarle por Carlos, me dijo que no sabía, que cuando despertó ya no estaba. Me cepillé los dientes y me vestí rápido. Mi intuición me decía que algo andaba mal con Carlos. Le pedí permiso para irlo a buscar y me cuestionó al respecto, y ya estaba explicándole el cambio de Carlos del «antes» al «después» y me dijo que tenía razón, pero en eso se abrió la puerta, y volvió a aparecer el mismo Carlos cabizbajo de siempre, escondido atrás de sus lentes. Mi sabio padre entendió las cosas y me dijo que por favor lo dejara solo con mi hermano, que me fuera adelantando a desayunar, que quería charlar un momento con él.
La verdad es que no me preocupé. No porque mi papá haya sido un mamón en el pasado, yo dejaba de reconocer en él su sabiduría, así que tranquilamente me fui a desayunar. Mi desayuno fue largo, sustancioso, y no aparecieron. Ya salía del restaurante cuando los vi venir caminando por la playa, mi papá con su brazo pasado por la espalda del otro, y éste con las manos metidas en las bolsas del short. Al acercarme me llevé una sorpresa más que grata: cuando me vio Carlos, esbozó una inmensa sonrisa, se abalanzó hacia mí corriendo, me atrapó como tecleo de futbol americano, caímos los dos en la arena, me atrapó las manos y riéndose me dice: «¡¿Cómo amaneció mi hermano favorito?!». En vez de contestarle, correspondí a su juego y lo tiré en la arena para montarme ahora sobre él y estuvimos jugando un rato. Yo no salía de mi azoro…¡¡¡¿¿¿ESE ERA MI HERMANO EL TÍMIDO???!!!... ¿pues qué le habrá dicho mi papá para obrar ese milagro? Sonó la voz de mi papá para llamarnos a acompañarlo a desayunar, y después de sacudirnos y lavarnos la arena lo alcanzamos en el restaurante. Ellos desayunaron y yo me dejé caer un gigantesco helado de chocolate.
El resto del día…pues, ¿cómo decirlo?, podría decirse que sucedió como si nada hubiera pasado, pero la verdad es que era una situación irreal, porque nunca, repito: NUNCA habíamos tenido una convivencia tan chingona los tres. Los tres éramos primerizos en eso de la alegre convivencia familiar.
Por la tarde, ya bajando el sol, mi papá se fue a uno de los echaderos a la sombra de la playa a leer el periódico y Carlos y yo nos metimos al agua. Estuvimos jugando un rato con las olas, a empujarnos y demás cosas a que juegan los hermanos en la playa. Después me dijo que si lo enterraba en la arena y le dije que sí. Ya estábamos escarbando, cuando le pregunté:
– Oye Carlangas… ¿no me vas a contar de qué platicaron tú y mi papá?
– Ay chaparro, ¿para qué preguntas?…
– Bueno… por curiosidad… te cambió por completo la vida esa platiquita… ¿crees que no me va a dar curiosidad?…
– Mira, platicamos de cosas que muy bien puedes adivinar, pero si quieres te lo cuento cuando regresemos a la casa.
Mejor cuéntame tú de qué hablaban tú y él en la madrugada, que me despertaron…
– ¿A poco alcanzaste a oír?
– ¡A huevo menso!… pero no entendí nada.
– Ah. Bueno. Platicamos de nada importante: me contó de cuando se lo cogieron…
Carlos se quedó inmóvil en una pieza, con los ojos grandes como plato viéndome y antes de que me preguntara más, proseguí:
– Fue el tío, cuando eran jóvenes, pero que dice que no lo volvieron a hacer porque el tío la tiene muy grande y lo lastimó… Carlos… ¡CARLOS!…
– Qué…
– ¡Cierra la boca, baboso!
– …¿que el tío se cogió a mi papá?…
– Ajá, cuando el tío cumplió 20 años, pero oye…
– Pero, ¿cómo fue?, ¿en dónde?…
– ¿Por qué no mejor le preguntas a él?, ahorita quiero tu atención en otra cosa…
– …¡con el tío!… (dijo en voz baja con la vista perdida)
– ¡Carlos!… ¿me vas a hacer caso o no?…
– ¿Qué coño?… ¿de qué se trata?…
Levanté la cabeza para imprimir seriedad en el asunto y al hacerlo vi que el short de Carlos ya levantaba carpa. Me reí y le dije:
– Suerte que no te pusiste el traje pequeño… ¿¡dónde ibas a esconder todo eso!? (bajó la mirada, se reacomodó el traje riéndose y me dice)
– ¿De qué se trata?
– Ah sí… eso… pues bueno, se trata de que quiero proponerte que nos cojamos entre los dos a mi papá…
Puso cara de asombro, incredulidad, luego lo pensó dos veces y le cambió el semblante. Se sentó en la arena para poder doblar las piernas y ocultar su erección. Y me dice:
– ¿Y crees que se pueda?, es decir, ¿que quiera?
– ¿No me cogieron los dos a mí anoche? (jaló aire entre los dientes, como embriagado por la emoción)
– ¡Ahíjales chaparro del demonio!… ¡sería toda una fantasía para mí!
– ¿A poco has tenido fantasías de que te coges a mi papá? (sonrió para sí mismo, y asintió con la cabeza)
– Sí, ¡y un chingo!…
– ¿Entonces qué?… ¿lo hacemos?…
– ¿Neta chaparro?
– ¡Sí hombre!
– ¿Pero ¿cómo sería?… ¿cuándo?… ¿quién le dice?…
– Mira, éste es el plan: ahorita me voy a meter al agua para que se me baje, mi traje sí está muy chiquito. Después voy a ir con él, y después de que nos veas que nos vamos los dos, cuentas unos veinte minutos y ya nos alcanzas en la habitación, ¿sale?… Carlos… ¡CARLOS!… ¿me oíste?…
– Sí coño… sí te oí, pero… ¡puta madre!… ya nomás de imaginármelo se me quiere salir el corazón por la garganta.
– Sí, lo mismo me pasó cuando supe que lo iba a ver en cueros en el rancho. ¿Entonces te espero?
– Sí chaparro. Ahí les caigo en 20 minutos después de que se vayan.
– Ok.
Llegué hasta donde estaba nuestro progenitor y le pedí que me acompañara a la habitación. Con docilidad inusitada accedió. Dejó el periódico, se puso sus sandalias, se puso de pie, me pasó el brazo por la espalda y empezamos a caminar tranquilamente. Yo iba a empezar a hablar, pero me ganó el tiro, porque me dice en voz muy baja, no había absolutamente nadie cerca, pero aún así me dice casi en secreto:
– Pero tienes que prometerme que me van a tener muuuuucha paciencia porque hace muuuuucho tiempo que nadie se la mete a tu papá, ¿ok?
– ¿Qué?… ¿de qué hablas?…
No me contestó nada, sólo sonrió viendo hacia el atardecer:
– Pero… ¡¿cómo supiste papá?!…
– Hijo, no olvides que te llevo algunos años de ventaja.
Me le quedé viendo, como tratando de imaginar qué clase de extraña bola de cristal tenía en la cabeza que todo lo adivinaba. Y así, al observarlo, descubrí que se veía muy guapo con la luz del atardecer. De una idea brinqué a otra y le dije:
– Qué guapo te vez con la luz de atardecer papá…
– Mm… ¿Nada más con la luz del atardecer?… no sé cómo tomar ese cumplido.
– Bueno, no, pero ahorita te ves más guapo y…
– A ver hijo (detuvo nuestros pasos) ¿quieres que ya nos vayamos a la habitación a seguir con tu plan?, ¿o prefieres que nos quedemos los tres a admirar el atardecer y luego proseguimos con tu plan?
Ya no le contesté nada. Me rendí ante él. Sonriéndole lo jalé por el brazo y caminamos ahora hacia Carlos, quien no nos quitaba los ojos de encima. Nos sentamos a cada lado de él, quien aparentemente entendió que se había abortado el plan y apaciblemente disfrutamos del hermosísimo atardecer. Ya estaba por desaparecer por completo el sol, cuando se puso de pie mi papá, jugando se sacudió la arena encima de nosotros, se rió y nos dice: «Bueno hijos, me les adelanto para darme un baño. Los espero para seguir con su plan. No se tarden mucho». No esperó respuesta, sólo dio media vuelta y se fue. Obvio decir que los ojos de Carlos estaban clavados en mí, y antes de que dijera nada, le dije yo: «No le tuve que decir nada. Él solito adivinó. Nomás me pidió que le tuviéramos mucha paciencia porque hace mucho tiempo que nadie se la mete». Ya hasta flojera me da describir las constantes caras de incredulidad de Carlos. Y me dice:
– ¿O sea que… sí?
– Correcto.
– ¡Puta madre chaparro!… ya se me volvió a parar.
– ¡Pues al agua rápido los dos que se nos va el día!
Nadamos un rato en el mar hasta que desaparecieron nuestras erecciones, salimos corriendo hasta nuestras toallas y sin secarnos salimos corriendo hasta las regaderas para quitarnos la arena Y DIRECTOS HASTA LA HABITACIÓN.
Al entrar, Carlos entró como toro que sale al ruedo, casi empujándome dice: «Yo primero». Se refería a que él primero se bañaba, pero por unos instantes pensé que él primero se lo cogía. Cosas chuscas que suceden. Yo calmado pero emocionado, caminé hasta mi papá que estaba al fondo, envuelto en una toalla, parado frente a la mesita de la sala con las cortinas perfectamente cerradas, descorchando una botella de vino tinto. Tres vasos había sobre la mesa:
– ¿A poco me vas a dar permiso de tomar vino?
– ¡Ajá!… claro que sí, esto hay que celebrarlo.
– ¡Órale pues! (Y me acerqué ansioso a la mesa)
– Nada. Hay que esperar a tu hermano.
– ¡CARLOS APÚRATE!…
Todo tranquilo se sentó en una de las sillas de la mesita y dice viéndome a los ojos: «Me sorprende tremendamente que tengas más de cuatro minutos de haber entrado y no te hayas desnudado todavía». Eso me sacó la risa, y riéndome me bajé el traje y lo llevé hasta el baño. Le toqué la puerta a Carlos para que me dejara entrar y me dijo que pasara. Finalmente terminó y seguí yo.
Cuando salí, ya estaban los dos sentados, con los vasos servidos y esperándome. Claro que yo era el único desnudo. Me senté y mi papá nos extendió los vasos, al hacer el brindis, dice: «Por el placer de estar con mis hijos». La verdad era que no fue mi primera vez que tomaba, pero no me pareció que viniera al caso hacer esa revelación. Mi papá le dio un buen sorbo, pero Carlos y yo hasta no ver el fondo. Después se hizo un silencio muy denso, todos nos veíamos entre sí, hasta que mi papá rompió el silencio: «Supongo que te habrá comentado tu hermano que tengo mucho tiempo sin ser penetrado y que necesito que me tengan paciencia», dirigiéndose a Carlos. Carlos asintió con la cabeza y dice: «La verdad es que tengo la solución a ese problema: hay algo que hice en el laboratorio y me lo traje… por si acaso».
Nos volteamos a ver mi papá y yo intrigados. Dice Carlos: «lo tengo en mi maleta», y acto seguido intentó levantarse, pero cayó en la cuenta de su erección. Se volvió a sentar, nadie le dijo nada, solito se rió y sin decir nada, se quitó la toalla y se levantó mostrándonos una verga dura, que brincaba como trampolín. Desinhibido llegó hasta su maleta y regresó con un frasco en la mano. Le puso una mano en el hombro a mi papá y con la otra se lo entregó: «Es un lubricante hecho a base de agua que no hace daño y facilita… ‘las cosas’…». Mi papá lo abrió y sacó un poco y dice:
«Se parece mucho al que usan los ginecólogos para sus auscultaciones vaginales», y el otro contestó sentándose: «Exacto».
Se volvió a hacer el silencio. Puso mi papá el frasco sobre la mesa. Le dio otro sorbo a su vino. Sólo sonaba el ruido del aire acondicionado. Hasta que dice mi papá dirigiéndose a mí: «¿Y bien?… ¿qué es lo que sigue?». Ya no dije nada. Me levanté y como pude jalé un poco su silla para retirarlo de la mesa. Me hinqué frente a él y le retiré la toalla, a lo que él correspondió retirando los brazos para no estorbar y separando las piernas. Su verga no estaba erecta, pero tampoco completamente flácida. La tomé con mi mano derecha y empecé a jugar con ella. Los ojos de los dos estaban sobre mi acción. Le fue creciendo cada vez más y antes de alcanzar la erección total, sonó la media voz de Carlos: «A ver chaparrito… creo que ahora me toca a mí». Al levantarse, retiró la mesa como si no pesara nada y sin tirar los vasos; me puso la mano en la espalda como indicándome que le hiciera espacio para hincarse él y con gusto retrocedí. Rápido se hincó, e hincado caminó hasta el centro de las piernas de mi papá y éste correspondió escurriéndose hacia abajo para poder abrir más las piernas.
Como trasportado a otro mundo, Carlos tomó su verga con una mano y la observaba como si fuera una presea anhelada por mucho tiempo. Con la izquierda empezó a acariciar los huevos y mi papá no le quitaba los ojos de encima. Carlos hizo el intento de agacharse para metérsela en la boca, pero se detuvo, volteó a ver a mi papá a los ojos y pregunta con esa voz ahora casi inaudible: «¿Puedo?». Mi papá todo serio contestó que sí sólo con la cabeza. Ahora sí Carlos se agachó y envolvió el glande en un sólo movimiento, y al darse este contacto mágico, al unísono salieron de sus gargantas dos gemidos idénticos. Después se oyó a mi papá gemir un lánguido: «Ay hijo…». Carlos reacomodó las rodillas sobre el piso, hizo tanta saliva como pudo y se volvió a agachar, pero esta vez yo pude ver cómo entraba de un sólo jalón la verga de nuestro padre hasta su garganta. A mi papá ahora sí se le cayó la cabeza hacia atrás, y en cambio la de Carlos empezó a subir y bajar. Mi papá abrió aún más las piernas estirándolas y proyectó la cadera hacia arriba, lo que facilitó las cosas para el movimiento de Carlos. Por cierto, ni con mucho, esa era la primera vez que Carlos hacía sexo oral, lo hizo con un profesionalismo que luego nos tendría que explicar.
Yo me sentí excluido, también quería jugar, así que me acerqué caminando sobre mis rodillas. Le puse una mano en las nalgas velludas a Carlos y con la otra atrapé su verga y empecé a jugar con ella, pero de pronto se detuvo, retiró la cabeza y volteó a verme con los labios todos llenos de saliva, poniéndome una mano sobre la que estaba en su verga:
«No chaparrito, si me la agarras me voy a venir en seguida», cosa que hizo que mi papá regresara a este mundo y jalando mucho aire por la nariz, se incorporó y dijo con una voz alterada por la excitación: «Es que tiene razón hijo, lo estamos dejando fuera de la jugada. Vámonos mejor a mi cama». Me levanté y casi con un brinco llegué hasta su cama. Carlos se puso de pie y todo respetuoso esperó a que mi papá se levantara y pasara primero. Mi papá notó esto y en vez de pasar, juguetón lo agarró de la verga y de ahí lo empezó a jalar, diciendo: «Veeeen para acá…». Como pudo Carlos caminó, pero le causó mucha gracia que mi papá hiciera eso.
Ya frente a la cama, mi papá se sentó a los pies y jaló a Carlos por la cadera hasta que quedó frente a él. Con ambas manos lo jaló hasta que la punta de su verga quedó muy cerca de su boca y sonó la voz de Carlos: «Pero papá…». Y sin soltarlo, volteó hacia arriba y dice: «¿Acaso nunca tuviste la fantasía de tu papá mamándote la verga?». El otro no contestó nada, se quedó mudo al ser evidenciado. Y dice mi papá: «Bueno, aquí la tienes… disfrútala hijo». Lo jaló tanto como pudo y se agachó, pero Carlos resultó no ser tan alto, así que mi papá terminó hincado en el piso y finalmente se metió la verga de mi hermano en la boca… en la boca y hasta la garganta. Carlos peleaba por no eyacular, por no cerrar los ojos, por no dejar de disfrutar un sólo ápice del momento. Pero la excitación era mucha. Acariciaba su cabello, lo observaba incrédulo de lo que le estaba haciendo. Luego volteó a verme y como si mi papá hubiera adivinado dice: «Ahora le toca a tu hermano». Hizo la seña con la mano de que me acercara y me cedió su lugar. Yo no tuve que hincarme, sentado en la cama quedé a buena altura para meterme su verga hasta la garganta también, acción que mi papá aprovechó para observar. Como que Carlos no era el único con fantasías atrasadas.
Yo ya me estaba acomodando mejor para podérmela meter más en la boca, cuando Carlos me detuvo: «¡Ya chaparro!». Jaló la cadera hacia atrás, dejándome con la mamada en la boca y dice jadeando: «Por poquito me vengo cabrón…». A lo que mi papá agregó: «Excelente… eso me toca a mí», y se volvió a acercar y ahora Carlos fue un poquitín más enérgico al decir:
– Pero jefe… agarra la onda… ya me falta muy poco para venirme y…
– Y quieres cogerme, ya lo sé. Pero te vas a recuperar muy pronto hijo, confía en mí. ¿Me dejas seguir?
– ¿Que si te dejo?… ¡¡¡ A HUEVO QUE TE DEJO!!!… yo feliz papá…
– Bueno, desde este momento yo tomo el mando de la situación y lo que sigue es que vas a depositar en mi garganta esa fabulosa cantidad de leche que traes aquí (atrapando suavemente sus huevos con la mano en forma de concha).
Carlos dio unos pasitos para quedar ahora a la altura de su boca, pero esta vez fue mucho más directivo, ya que atrapó a mi papá por la cabeza, acomodó la punta de su verga en su boca cerrada, acariciando su bigote y esperó ahí hasta que abriera. Abrió finalmente y sin pedir permiso jaló su cabeza y hasta el fondo. Mi papá tuvo una reacción de vómito, pero rápido le pasó. Lo tomó por la cadera y él mismo le aumentó la cadencia al ritmo de la cogida que le estaba dando por la cara. Y así, hasta que Carlos empezó a gemir, cerró los ojos, empezó a proyectar aún más adentro su verga y finalmente la tan temida eyaculación llegó.
Yo no había perdido detalle y esperaba ansioso ver escurrir el semen por su boca, pero nada salía. Las convulsiones del otro seguían y nada salía, hasta que finalmente mi papá todo rojo necesitó respirar, se retiró un poco y ahora sí ya salió. ¡Era mucho!, si tomamos en cuenta el que ya se había tragado mi papá. Éste se levantó para sentarse en la cama y Carlos se encorvó sobre él, apoyando la cabeza en su hombro. Respirando como podía. Lo jaló con gentileza para que se sentara a su lado, pero el otro de plano se sentó y se dejó caer hasta atrás. Su panza nomás subía y bajaba, de la respiración tan pesada que tenía.
Mi papá se levantó para graduar la temperatura del aire acondicionado, que ya casi no se sentía y al mismo tiempo me pidió que le sirviera otro vaso de vino a Carlos y se lo trajera. Se lo traje y nos sentamos a ambos lados de él.
– Carlos… hijo… levántate que te quiero decir algo… (como pudo se levantó)
– Qué pasó papá…
– Yo sé lo que sucede después de la eyaculación, sientes que quieres salir de escena inmediatamente y… (A Carlos se le salió una risita medio lerda y dijo)
– No.
– ¿No?
– No (riéndose otra vez)
– ¿No sientes un fuerte impulso por irte de aquí?
– No… ya no…
– Excelente, entonces disfruta de tu vino y del espectáculo (Carlos sonrió, con los ojitos a medio cerrar y asintió)
Lo siguiente fue que mi papá fue a la cama contigua por las almohadas y las trajo. Las acomodó de una forma a la que no le veía yo sentido. Después fue a la mesita de la sala (con media erección, debo aclarar) se tomó lo que le restaba de vino en su vaso, se sirvió otro e igualmente lo apuró, como si fuera manda. Agarró el frasco de Carlos y se lo trajo. Ya parado junto a la cama, lo destapó y mientras examinaba el contenido me dice sin voltear a verme: «Hijo, ve preparando esa verguita porque ahora le toca a la tuya…». Volteó a verme porque oyó mi risa. Y yo ya me había puesto de pie para que pudiera ver en todo su esplendor mi erección, en ningún momento la perdí.
Después de examinar el contenido, sacó un buen tanto con un dedo, abrió las nalgas y sin ver se lo embarró en el ano, y se dejó oír la voz del otro, ahora ya más gruesa, más definida: «Que te lo ponga el chaparro papá». Mi papá suspendió la maniobra, volteó a verme como ponderando la posibilidad y dice: «Excelente idea». Tapó el frasco y me lo arrojó. Y lo que siguió quedó plasmado en mi mente como jeroglífico egipcio:
Se subió a la cama, caminando y ya que tenía abajo de él las almohadas que extrañamente había acomodado al centro de la cama, se sentó y se acostó boca arriba, de tal manera que el montón de almohadas quedó a la altura justa de su cadera. Después se acomodó un poco por aquí, un poco por allá. Yo me fui acercando poco a poco, sin perder detalle. Y lo siguiente fue que levantó ambas piernas, las atrapó con ambas manos y mágicamente quedó expuesta ante mí una zona nunca antes vista ni imaginada: su ano.
No podía creer que aquel súper hombre que era mi papá, ahora estuviera en esa posición justo ante mí y para mí. «Hijo: te presento al ano de tu padre, helo ahí». Ahora era yo el de los ojos abiertos como platos. No sabía si eso era demasiado burdo o si demasiado subyugante. Carlos adivinó lo que había en mi mente y me dice: «A ver chaparro… trae acá el frasco… mira, agarras un poco de esta cosa y se le empiezas a embarrar ahí, alrededor y al centro… sin miedo… así… órale, ahora hazlo tú…». Me dio el frasco y empecé a imitar lo que él había hecho y al sentir en mis dedos esa zona de mi papá, mi erección cobró renovados bríos. Me empezó a subir un calor muy extraño por las orejas. Casi por instinto me fui acercando de rodillas a la zona y con curiosidad y lascivia, empecé a acariciar con furor el ano de mi papá, y éste finalmente dejó caer la cabeza hacia atrás, sin soltar sus piernas y dice: «Aaaah que rico se siente, hace mucho que no me hacían eso… síguele hijo». Y al oír eso, el instinto volvió a salir porque dejé el frasco y recordando la noche anterior, dejé ir hacia adentro mi dedo índice. Esperé alguna reacción, alguna protesta, pero nada llegó.
Efectivamente, Carlos se recuperó rápido porque ya estaba hincado junto a mí, con la erección restablecida y acariciándome la espalda y las nalgas. La cabeza de mi papá se levantó y le dijo a Carlos: «Ya» y el otro entendió algo que yo no. ¿Tenían casi 18 años sin hablarse y se entendieron con un mísero «Ya»? Y entendió porque me dio unas nalgaditas suaves diciéndome: «Acércate más chaparrito… ya, el dedo ya sácalo…». Obedecí y con la mano en mis nalgas me jaló y empujó hasta que la punta pulsante de mi verga (por cierto, nunca había visto tan roja mi propia verga) quedó en la entrada lubricada de ano velludo de mi santo padre. Seguí las instrucciones de Carlos:
«Levántate tantito… así… ahora acércate y ponlo en el centro… Ahora con la otra mano agárralo por la base… así, de ahí… y empieza a empujar despacito chaparro, pero no te salgas del centro… así… ya entró la puntita. Espérate tantito… ya… síguele, empuja otro poquito… listo chaparro, ya entró la cabeza. Ahora espérate a que él se acostumbre para que pueda entrar todo. Mira, ya se abrió, esa es la señal de que ya puedes entrar, empuja otro poquito… así… así… así…ya va más de la mitad… ¿sientes rico?… ya chaparro, ya puedes entrar todo…».
Y esto último lo dijo empujándome por las nalgas, hasta que sentí que mi pubis topó con el cuerpo de mi papá, y de inmediato me llegaron las «ganas de orinar». Mi respiración cambió. Abrí los ojos para ver a mi papá y tenía los ojos cerrados. Carlos siguió dirigiendo la obra porque hizo que pusiera mis manos justo donde mi papá tenía las suyas deteniendo las piernas, y al sentir esto, mi papá abrió los ojos y levantó la cabeza. Me dice retirando sus manos y sonriendo: «Ya estás adentro hijo… ya te estás cogiendo a tu papá… ¿te gusta?». Con la boca abierta, en pleno furor, contesté con la cabeza que sí. «Bueno pues… ¡dale duro!, y no tengas miedo de lastimarme, que tu papá aguanta…». Carlos confirmó lo dicho empujándome por las nalgas para que empezara a moverme y así lo hice, sin dejar de sostener sus piernas, las que me servían de apoyo al mismo tiempo. Comencé a mover mi cadera y por la falta de pericia, se me salió la verga y quise meterla de inmediato, pero Carlos me detuvo, me dijo que despacio. Así lo hice y ahora el de la voz cortada era yo porque le dije a mi papá, con una respiración torpe: «Papá… ya… ya me dieron las ganas de…». Como única respuesta sentí que las manos de mi papá se estiraron hasta que llegaron a mis nalgas y me jaló tan profundo como pudo entrar mi verga y después ya solito empecé a arremeter, a entrar y salir, pero ya sin sacarla por completo. Empecé a hacerlo con tal fuerza y frenesí, que vi cómo engrosó el cuello de mi papá, con los ojos cerrados, disfrutando de lo que YO LE ESTABA HACIENDO, cuando que pensé que ni siquiera sentiría mi verga al entrar, y ese fue el gatillo que disparó mi gigantesca orines adentro de mi papá.
Al sentirme que me le oriné, levantó la cabeza para verme, y sólo vio mis ojos entrecerrados, en espasmo generalizado por la gran sensación que estaba robando todo mi cuerpo. Sin darme cuenta solté sus piernas y empecé a desvanecerme encima de su panza. Carlos me quiso sostener, pero mi papá le pidió que no lo hiciera, que me dejara caer encima de él. Al caer, liberó sus piernas y terminé acostado encima de él. Ahora el del sudor era yo, lo mojé todo, y con la boca atrapada en su pecho, empecé a decir más que jadeando:
– Papá…
– Dime…
– Papá…
– ¿Qué hijo?…
– ¿Ya te cogí?…
– Ya hijo, ya me cogiste y me gustó un chingo… ¿por qué preguntas?… ¿qué no lo sentiste?…
– NO… digo: sí… pero pregunto porque ahora le toca a Carlos…
Y como pude me di vuelta para caer sobre la cama y dejar el terreno libre a mi hermanito. Yo esperaba que Carlos se metiera de inmediato justo por donde yo acababa de salir, pero no, lo que ellos hicieron fue que mi papá me abrazó, me jaló hasta la cabecera de la cama y me tuvo abrazado ahí, un buen rato mientras me recuperaba. El sudor iba y venía. Carlos estaba atrás de mí acariciándome el cabello sudado. Otra vez rompí yo el silencio, pero ahora ya con la respiración menos arrebatada:
– Papá… le toca a Carlos, no te rajes…
– No hijo, si no me rajo. Estamos esperando a que te recuperes. Fue tu primera vez y…
– Ya. A ver, háganse a un lado, ya me recuperé. Le toca a Carlos.
Acaso por la fuerza de la edad, acaso por mi capacidad de calentarme, pero no necesité todo el tiempo que ellos creían para recuperarme, así que me levanté y me hinqué junto a Carlos en la cama. Lo que nunca: le di un beso en el cachete y le dije:
– Te toca Carlos…
– Espérate chaparro, que no es tan fácil…
Y en eso que suena la voz de mi papá y dice: «¿Por qué no es tan fácil hijo?». Carlos se le quedó viendo a los ojos a mi papá y se quedaron viendo un momento. A Carlos le creció de semi erecta a pegada por completo a su panza en cuestión de segundos, sus 20 centímetros bien erecto con una cabeza rosadita, que ya estaba botando el caldito que yo decía. Agarró el frasco de lubricante, y sin quitarle los ojos de encima a la mirada de mi papá, empezó a embarrarse de ese caldillo la verga, y se oye la voz de mi papá diciendo: «Tú dirás hijo», y el hijo no dijo nada, sólo avanzó hacia él, lo tomó por el brazo y lo jaló para que se hincara en la cama. Quedaron hincados uno enfrente del otro, ambos con las nalgas apoyadas sobre los tobillos. Intuí que debía retirarme un poco porque eso ya era duelo de titanes y me traje el banquito del espejo lo más cerca que pude de la cama. No quería perder detalle.
Le pregunta Carlos: «¿Puedo seguir con mi fantasía papá?». El otro contestó sin dudar y sin dejar de verlo a los ojos, que sí con la cabeza. Entonces mi hermano lo empujó suavemente por el hombro hacia abajo y como que mi papá entendió rápido porque no necesitó más para darse vuelta y ponerse en posición de cuatro patas, exponiendo su culo ante él. Carlos tomó otro poco de su caldillo para ponérselo en el ano, pero mi papá dijo desde allá abajó: «Por favor hijo… no pierdas tiempo en eso…». Carlos aventó al suelo el frasco, se limpió lo que le quedaba en las manos sobre la espalda de mi papá y puso ambas sobre las nalgas, jalándolo hacia abajo. Mi papá separó más las piernas y ahora sí quedaron a la altura el uno del otro, y tal como me instruyó a mí, tomó su verga por la base, apoyó la punta justo en el ano y empezó a empujar… y a empujar.
Seguramente mi papá sintió la diferencia de tamaños porque una vez que entró el glande, jaló una mano hacia atrás para detenerlo y el otro se detuvo. Estuvieron así un ratito. El de arriba acariciándole le espalda y las nalgas de una manera muy severa y el otro masturbándose un pene completamente flácido y reducido (cosa que con los años entendería yo). Como hiciera conmigo, estiró un brazo por abajo y jaló a Carlos hacia él y Carlos procedió ahora sí a realizar su fantasía, a cogerse a su papá. La cara de mi papá estaba roja, parecía que tuviera un intenso dolor y sin embargo lo jalaba más hacia él, y tanto que desapareció por completo la verga de Carlos. Al sentir esto, mi hermanito jaló la cabeza hacia atrás con las manos adheridas a sus nalgas como tenazas y del más recóndito y prohibido lugar de su mente, surgió un rugido catártico: ¡POR FIN TENÍA ENSARTADO A SU PAPÁ!…
Carlos jaló aire entre los dientes, mi papá gimió y pujó, hasta que finalmente dio inicio el vaivén de la penetración. Poco era lo que salía del ano de mi papá, pero era mucho lo que se expresaba en su cara y en su cuello cada vez que eso entraba. Después empezó a salir más de la verga de Carlos, misma cantidad que volvía a entrar a la misma velocidad. Así estuvieron un rato hasta que mi papá volvió a estirar ese brazo instructor y el otro entendió que era tiempo de acelerar. Y aceleró y aceleró. Tanto que empezó a oírse el ruido de choque de su pubis con el trasero de mi papá.
Al igual que me había pasado a mí la noche anterior, la cara de mi papá empezó a ir y venir, cada vez más roja, cada vez más sudorosa, y él también se dejó caer de bruces porque dobló los brazos y su cara quedó clavada a la cama. Carlos siguió y siguió, hasta que mi papá dejó de moverse, perdieron el compás que llevaban y vi cómo, en sustitución del movimiento del cuerpo de mi papá, la cadera de Carlos empezó a moverse frenéticamente con la de mi papá atrapada en sus manos y casi inmóvil. Su verga salía casi completa y así volvía a entrar. Carlos levantaba la cabeza, pero la volvía a bajar porque supuse que no quería dejar de ver. Luego la agachó y se quedó quieto totalmente adentro. Pensé que ya había terminado, y mágicamente, esto le dio permiso de respirar a mi papá. Pero lo siguiente fue que Carlos sacó con lentitud su verga completamente, y otra vez, con lentitud la volvió a meter completamente. Y va de nuevo: la volvió a sacar toda, y toda la volvió a meter. Al sentir esta segunda arremetida, mi papá volvió a levantarse sobre sus brazos y acomodó la cadera de una forma extraña, lo que al mismo tiempo le dio luz verde a Carlos de seguir haciendo eso de sacar completamente la verga, y luego volverla a meter, como tiro al blanco, pero no fallaba el tiro y ahora cada vez más y más rápido. Mi papá quieto, apuntalándose contra la cama para detener el empellón de Carlos al salirse y entrar, cada vez con más rigor, cada vez con más gemidos y gruñidos. Así estuvieron unos minutos (¡no sé cuántos!) hasta que Carlos clavó sus dedos en las nalgas de mi papá y hundió tanto como pudo su verga para no volverla a sacar, con la cara totalmente desfigurada y el sudor goteando sobre la espalda de mi papá.
Por el otro lado, mi papá como que agradeció que aquello se suspendiera porque empezó a respirar. Muy atropellado, pero empezó a respirar y se empujó a sí mismo un poco hacia atrás, cosa que ocasionó un par de espasmos más en mi hermano.
Así se quedaron un ratito, o un ratote, no sé. Pero poco a poco fue cediendo el gran despliegue de fuerza muscular que yo acababa de presenciar. Mi papá se dejó caer del pecho de nuevo en la cama, pero con la verga de Carlos adentro. Carlos cambió sus manos, de ser unas férreas tenazas, a ser un par de algodones gentiles para dirigir la caída de las nalgas de mi papá rumbo a la cama, lo que significó al mismo tiempo, la salida de su verga, ya no tan erecta. Finalmente, mi papá se dejó caer completamente sobre la cama, estiró las piernas, hizo algún par de gestos de dolor, pero nunca abrió los ojos. En cambio, Carlos se quedó como estático, como estatua de sal entre sus piernas estiradas, recuperando la respiración, sentado sobre sus tobillos con la cabeza caída, hasta que la mano piadosa de mi papá resurgió y lo jaló por una mano para que cayera en peso muerto a su lado, totalmente mojados los dos de todo el cuerpo.
CONTINUARÁ……………
POR: HOTMAN
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ACLARANDO¡¡ Estos relatos que empezarán a leer NO es de mi autoridad, es pertenencia de otro usuario que no conozco y no sé quién sea el autor original y mientras el dueño no me reclame yo seguiré escribiendo.
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