Mi Tío el Ranchero (9)
Tanto mi papá como Carlos, eran solo un par de fardos tirados sobre la cama. Mi papá…………….
Mi Tío el Ranchero (9)
Tanto mi papá como Carlos eran sólo un par de fardos tirados sobre la cama. Mi papá boca abajo y el otro, boca arriba. No eran muchas las expectativas que se podía poner sobre ellos en esos momentos. Sólo se oían sus respiraciones ir de mayor a menor conforme pasaba el tiempo, y yo los observaba. Yo no era muy sentimental que digamos, pero se me hizo muy lindo verlos juntos, ahí y así como estaban, desnudos y exhaustos por haber cogido entre sí. Hacía apenas unos días que ni siquiera se dirigían la palabra y ahora, el semen del hijo estaba adentro del padre… ¡semen!… ¡es cierto!… mi papá no había eyaculado. Tomé el asunto como tarea personal. Me acerqué hasta su oído y lo llamé un par de veces, pero nada. Insistí. Qué estupidez despertarlo para decirle que no había eyaculado, pero bueno, no se me ocurrió otra cosa a esa edad. Hasta que:
– ¡Papá!…
– ¿Mm?… ¿qué pasó hijo?
– Que no eyaculaste papá. ¿No quieres que te ayude?… nomás date la vuelta y yo te la hago solito…
Se rió y dejó caer de nuevo la cara sobre el colchón. «¿No quieres papá?», y se volvió a reír con los ojos cerrado. Y así, sin abrirlos, me dice con la media sonrisa que le alcanzaba a ver:
– No te preocupes por eso… duérmete tranquilo…
– ¿Seguro papá?…
– Seguro mi amor… ya acuéstate… ¿dónde está tu hermano?
– Atrás de ti, pero… ya Descansa En Paz (se volvió a reír). Oye…
– Mm…
– ¿Al ratito te pasas a mi cama para que me abraces?
– Claro que sí hijo, ahorita te alcanzo, nomás deja recuperarme tantito.
– Bueno papá. Te quiero mucho.
Quise darle un beso en los labios, como en las películas. Pero su boca estaba prácticamente pegada al colchón, así que se lo planté en la frente todavía sudada. Me fui a mi cama y ya fuimos 3 los muertos para el mundo. Yo quería esperar a que mi papá se pasara a mi cama, pero el sexo hace milagros, porque me dormí nomás puse la cabeza en la almohada.
La magia terminó a la mañana siguiente. Cuando desperté se habían ido a caminar ellos dos. Me dejaron una nota de que nos veíamos en el restaurante de la playa. Todavía nos quedaba medio día, ok, pero yo ya tenía una sensación desagradable porque nada se podría repetir ya. Porque ya nos íbamos. Cuando estábamos arreglando de nuevo el equipaje, mi papá se dio cuenta de la melancolía que traía yo atravesada, así que se sentó en mi cama junto a mi maleta. Me dice: «Hijo, no quiero ver esa carita. No estés triste. Acuérdate que apenas está empezando la aventura de los tres y tenemos todo el tiempo por delante». No le contestaba nada, sólo asentía. Hasta que me dice: «¡Ya sé!… ya sé cómo quitarte esa carita: ¡el viernes por la tarde nos vamos al rancho!… ¿no quieres invitar a Carlos?». Y dicho y hecho, en cuanto recordé lo del rancho, se me volvió a llenar el alma de contento, lo abracé y me dejé caer encima de él y jugamos en la cama y ahora sí le planté un gran beso en los labios, que no pasó de ser un beso juguetón.
En el camino de regreso, es decir, en el vuelo de regreso, veníamos: mi papá en el pasillo leyendo el periódico, yo al centro y Carlos en la ventanilla porque lo echamos a la suerte y ganó. Yo iba viendo a través de la ventana desde mi asiento, pero luego me le quedé viendo a Carlos, que tenía la vista perdida en la inmensidad del horizonte. Carlos no era feo. Al contrario, era un tipo muy guapo, de quijada cuadrada y potente, barba cerrada a su edad, ceja gruesa y poblada, con ojos negros y profundos, muy bonitos. Sin olvidar los labios rojos y encarnados… pero… ¡esos pinches lentes!… Así que me puse a trabajar de nuevo. Volteé hacia mi papá y le digo:
– Papá, voy a necesitar más dinero… ¡y bastantito!…
– ¿Ah sí?… ¿y cómo para qué lo quieres?… (Sin quitar los ojos del periódico)
– Para comprarle lentes de contacto a Carlos y tirar a la basura esos que trae.
Por fin retiró los ojos del periódico y volteó a ver a Carlos por encima de mí. Lo observó unos instantes con detenimiento y sin voltear a verme, volvió a meter la nariz en su periódico y me dice: «Hecho. Mañana mismo te doy un cheque en blanco y te deshaces de inmediato de esos pinches lentecitos». Trato cerrado. ¡ESE ERA EL PAPÁ QUE SIEMPRE QUISE! Y ya que me había dicho eso, lo vi sentado de mucha pierna cruzada y recordé algo muy peculiar. Me acerqué lo más que pude a su oído y con la voz más baja posible, le pregunté: «¿No te duele tu colita?». Se le salió el aire de la risa por la nariz, pero sin quitar los ojos del periódico; contestó que sí con la cabeza. Luego se inclinó sonriendo ahora él sobre mi oído y me dice: «Pero duele delicioso…». Fin de la plática.
Los días previos al viernes pasaron muy rápido. Primero, porque todos teníamos actividades propias; y segundo, porque estando en casa no era posible que pudiéramos hacer nada de nada. El martes esperé a Carlos a la salida de la escuela para ir a la oficina de mi papá por el cheque. Él no quería los lentes, pero como siempre, se hizo mi voluntad. Estábamos en la sala de espera del oftalmólogo, los dos solos, no había recepcionista. Así que me di a la tarea de:
– Bueno Carlos… ¿y por qué chingados no quieres ir al rancho con nosotros?
– Ya te dije chaparro: estoy muy atrasado en el trabajo del laboratorio.
– ¿Nada más por eso?
– ¿Pues qué más quieres, baboso?
– Y con las calificaciones que has tenido toda tu vida… ¿no te puedes dar el lujo de fallar por lo menos una vez?…
– No chaparro. Acuérdate que necesito buen promedio para sacar la beca en la universidad.
– Carlos. Te tengo una noticia…
– ¿Cuál?
– ¡Tienes un papá rico!, ¿no sabías?… ¡Vamos al rancho, menso!
– ¡Que no, necio!… Y no insistas que no voy a ceder.
– Ok. Ya no voy a insistir (hablando en voz muy baja, como rezando). Ya no te voy a decir ni madres. Nomás que tú te lo vas a perder, ¡y todo por baboso! Ya ni te voy a decir que mi papá se vuelve bien buena onda en el rancho, además, como que con el calorcito se pone mucho más cachondo que en la playa. Ok. Tú te lo pierdes, porque lo que soy yo, me la voy a pasar a toda madre y las dos vergas van a ser para mí…
– ¿Cuáles dos vergas?
– La del tío y la de mi papá.
– ¡El tío!… ya no me acordaba… oye chaparro, ¿entonces sí hiciste cosas con el tío?
– Si quieres saber, ven con nosotros al rancho y lo vas a ver con tus propios ojos.
Se me quedó viendo con esa mirada de lujuria recién echada a andar y ya no hago la historia más larga. Accedió a ir y quedaron de entregar los lentes nuevos la semana entrante.
¡POR FIN VIERNES!… ¡y por fin en la carretera!… con rumbo bien definido al rancho. Mi papá al volante, yo de copiloto y Carlos atrás con la nariz metida en un libro. Ya que estábamos en la autopista cerramos las ventanillas y di formal inicio a la charla. «¿Sabes cómo convencí a Carlos de que viniera con nosotros al rancho, papá?». No me contestó, sólo empezó a reírse y volteó a ver a Carlos a través del espejo retrovisor, y dice: «¿Qué?… ¿ahora no le vas a gritar a tu hermano para que se calle?». Se oyó la risa de atrás y dice: «¡Pues ya qué!… después de lo de la playa, no veo qué secretos pueda yo tener para ustedes… ya cuéntale… enano cabrón…». También iba de muy buen humor mi hermano, pero le daba trabajo mostrarlo tal cual. Proseguí: «Le dije que sería un menso si no venía con nosotros, y que iban a ser para mí solito las dos vergas… digo, la tuya y la del tío…». Mi papá se rió, volteó a verme y como si fuera un perrito moviéndole la cola, nomás estiró la mano para sacudirme el pelo. No dijo nada. Se quedó callado un rato y adiviné que quería «el micrófono». Finalmente inició plática, viendo a través del espejo:
– ¿Oye Carlitos?…
– ¡Nooooo papá!… ¡no la chingues!… Jajaja…
– ¿Perdón?…
– Que ya ni la amuelas… ¡¿cómo que «Carlitos»?!… vamos a dejarlo en ‘Carlos’… ¿sale?
– Ok… ¡CARLOS!… (Sonriendo)
– Dime.
– ¿No te importa si te hago preguntas personales enfrente de tu hermano? Digo, es que me gustaría que los tres tuviéramos la misma confianza con los otros dos y…
– ¡Venga!, que ya vi que sí se puede confiar en este cabrón chaparro.
– Bueno. Oye, el otro día en la playa antes de venirnos, nos quedamos con una charla a medias.
Carlos cerró el libro de golpe, lo aventó de lado y se dejó venir a recargarse en el respaldo de nuestro asiento, quedando justo en medio de los dos. En esa época, los carros tenían asiento delantero con respaldo corrido aún, de lado a lado.
– ¿Una plática a medias?… ¿cuál?…
– Que te pregunté que dónde… o cómo habías aprendido TAN BIEN las artes del sexo…
– ¡Ah eso! Es que empecé desde bien chiquito, jefe. Ustedes pensaban que yo me la pasaba jugando con mi laboratorito de química, pero la verdad es que desde chiquito fui bien caliente.
– ¿En serio?
– ¡Y muy en serio!
– Pero bueno, eso no lo pudiste haber aprendido de chiquito… ni solito… ¡¿o sí?!…
– Claro que no papá, pero por algo se empieza.
– Ah… ¿y se puede saber con quién empezaste?… si no es mucha la indiscreción…
Carlos se quedó viendo hacia el frente, pensativo. Así recargado como estaba en el respaldo, se las arregló para poderse morder las uñas unos instantes y dice:
– Pues es que se supone que es secreto…
– Ok, está bien. No hay problema. Si no lo quieres contar… por mí está bien…
– ¡No!… No es que no quiera, jefe… es que…
– Es que, ¿qué?…
– ¿Me juras que no te enojas si te cuento?
– Perdón hijo, pero no te puedo jurar eso. Si alguien te hizo daño, por supuesto que me voy a enojar y…
– No, no, no, no, no, no… ¡para tu carreta!… nadie me hizo daño ni nadie me forzó a hacer nada. ¿No decían que yo era muy inteligente?… ¡ah bueno!, mi inteligencia la usaba para todo, no nada más para la escuela…
– ¿Entonces?…
– Bueno, les voy a contar, pero me tienes que dar derecho de réplica papá, digo, en caso de que te enojes…
– Concedido. Venga.
Carlos se dejó caer hacia atrás y quedó recargado con las manos entrelazadas sobre la panza y las piernas muy abiertas. Empieza:
«Pues la verdad es que la cosa empezó con Joaquín. Sí, el mismo Joaquín que ha ido a la casa desde que estábamos bien chavitos. Empezamos jugando a jalárnoslas juntos, luego intercambiamos manos, y nos poníamos metas de que, por ejemplo, el que hiciera primero una fórmula de química o de álgebra, ganaba y el otro se la tenía que jalar un ratito y jueguitos así. Pero fuimos creciendo y las jaladitas ya no eran suficientes, así que un día, sin pensarlo me metí su verga en la boca y me gustó. Luego él probó con la mía y también le gustó. Así fuimos evolucionando hasta que… como a los 12 o 13 años… una vez que llegué a su casa a dormir, nos encerramos en su recámara a siete candados y me enseñó todo emocionado una revista con fotos de hombres besándose con hombres, al principio, pero ya al final, venían fotos de hombres, ya acá, bien ensartados unos con otros, así que lo intentamos. A nadie le interesó saber de dónde salió la revista, pero la verdad es que fue un anzuelo y lo mordimos… ¡espérame jefe!… déjame hablar. Ah pues sí, les decía… enseguida nos encueramos y nos pusimos a hacer lo mismo que venía en la revista: Joaquín se abrió de patas y yo le quise meter la verga enseguida, pero la realidad fue muy diferente a como se veía en la revista, a los dos nos dolió un chingo, así que nos quedamos pensando, tratando de averiguar qué había fallado, y al pendejo del Joacas se le salió decir: ‘Ya sé… le voy a preguntar a mi papá cómo se le hace’. Ya entrado en la calentura se le salió y pues ya tuvo que terminar de contarme, y fue que desde el mismo tiempo que él y yo habíamos empezado a jugar con nuestras vergas, él empezó a jugar a lo mismo también con su papá… ¡y no me vayas a decir que esto te escandaliza papá!… porque tendría un par de cosas qué recordarte… Jajaja… así que prosigo. Esa misma noche asaltamos al papá, porque la mamá se había ido de parranda. Siempre fue bien borrachita su mamá. Nos metimos a su recámara y Joaquín le preguntó que cómo se hacía, y el otro papá pronto que abre su buró, sacó un lubricante y nos dijo que nos encueráramos. Joaquín le dijo que también él se encuerara. Y ya los tres encuerados, Joacas y yo sobre la cama, nos puso en situación de coger y nos enseñó a que uno le pusiera lubricante al otro, a que relajara el ano, etcétera, y hasta que aprendimos a coger… pero todo entre Joacas y yo, el viejo nomás se encueraba con nosotros y andaba con la reata parada todo el tiempo y cuando estábamos cogiendo nosotros, él se la jalaba viéndonos hasta venirse. Ya con el tiempo hicimos más confianza y terminamos Joaquín y yo jugando con su papá, y duramos como dos años cogiéndonos al señor entre los dos, pero porque nosotros queríamos; el señor, lo único que hizo fue ponernos el anzuelo de la revista, pero de ahí en más, siempre esperaba a que nosotros lo abordáramos y accedía a todo lo que le pedíamos. Era muy buena onda el señor. Lo extraño mucho… pero bueno, así fue como empecé en esto del sexo… ¿alguna otra preguntita?».
Se hizo silencio total en el carro. Mi papá sacó aire por la boca inflando los cachetes. El silencio siguió hasta que ya no aguanté y lo rompí: «¡Se me paró la verga, oigan!… nomás de oír eso». Carlos se volvió a echar para adelante y los dos se me quedaron viendo con la sonrisa en la boca, y esta vez el que me sacudió el cabello fue Carlos. Y ya más relajados, dice mi papá: «Entonces… por eso es que Don Joaquín de pronto empezó a andar todo contento. Sabíamos que alguien se lo andaba cogiendo, pero nunca nos quiso contar quién… vaya, ¡¿quién me iba a decir que era mi propio hijo?!… Jajaja…». Ahora Carlos levantó la otra mano y la puso sobre la cabeza de mi papá para revolverle el cabello, pero no se la quitó, ahí la dejó y le dice:
– No estás enojado, ¿verdad, jefe?
– ¿Enojado?… no, más bien decepcionado de mí mismo por no haber puesto una actitud más abierta, de más confianza con mis hijos.
– ¡PERO YA LA PUSISTE!… jejeje…
– Bueno, eso sí, no queda lugar a dudas…
Le atrapó la mano sobre su cabeza y la bajó hasta su boca para darle un beso y se la soltó. Y no pasó mucho tiempo antes de que yo saliera con mi embajada, propia de todo niño, de decir que quería orinar. Mi papá se orilló sobre el acotamiento, apagó el motor y sin más, se dio la vuelta para platicar con Carlos. Yo abrí la puerta, me paré, me saqué la verga parada, pero me quedé orinando muy cerca para oír lo que seguía. Le dice mi papá:
– Y entonces, de ahí salieron tus fantasías de cogerte a tu papá…
– Exacto. De ahí. Me dio un poco de envidia que Joaquín sí pudiera jugar con su papá y yo no con el mío.
– Ya voy entendiendo…
– Y a raíz de eso fue que empecé a fijarme en tu cuerpo, a imaginarme cómo sería lo que tenías abajo del pantalón, cómo sería meterte la verga como se la metíamos a Don Joaquín… etcétera… etcétera…
– Ya entiendo… ya entiendo…
– Oye jefe… ¿y tú nunca tuviste fantasías conmigo o con el chaparro?…
– No. La verdad no (bajando la mirada, como conectándose con sus recuerdos) la verdad es que yo todavía, ya de adulto, seguía clavado con mis propias fantasías infantiles…
Al oír eso, hubiera acabado o no, dejé de orinar, me subí el cierre, gritando: «¡ALTO!… ¡alto!… a mí no me ha querido contar eso y quiero oírlo ¡TODO!». Mi papá soltó la risa, preguntó que si nadie más quería orinar. Encendió el motor y retomamos velocidad. El sol empezó a ponerse y mi papá seguía sin contar nada, hasta que metí de nuevo mi cuchara insidiosa: «¿No nos vas a contar de tu infancia, papá?». Me contesta: «Espérame a que salgamos de la autopista».
Salimos de la autopista y: «¿No nos vas a contar de tu infancia, papá?». Ahora fue: «Espérame a que agarremos la brecha, que es más tranquila». Y ya nos íbamos acercando al rancho, cuando: «¡¿No nos vas a contar de tu infancia, papá?!». Ya riéndose me dice: «Sí hijo, sí les voy a contar, pero quiero que esté presente tu tío… él también estuvo en mi infancia y creo que tiene derecho de decidir si lo contamos o no… ¿Sí comprendes?». Ya no hubo tiempo de contestar, ya habíamos llegado.
Llegamos justo a la hora de la tarde/noche en que los mosquitos están en hora pico de trabajo. Había una luz encendida afuera de la casa y dos adentro, por lo que asumimos que el tío estaba adentro. Le gritamos y le gritamos, pero nadie contestó. En operación ráfaga, bajamos lo que traíamos y nos metimos a la casa para evitar ser devorados por los pinches mosquitos. Mi papá a lo suyo, yo a lo mío y Carlos a reconocer terreno pues tenía muchísimo más tiempo sin haber ido. Hasta que se oye la voz de mi papá que nos grita desde la cocina: «¡Hijos!… venga un momento».
Nos acercamos y tenía un papel en la mano: «Oigan lo que nos dejó su tío»:
Trío de cabrones: Me van a perdonar que no esté aquí para recibirlos, el toro de la tierra baja tuvo un accidente y tuve que ir a darle una vuelta, no me tardo. Les dejé el refrigerador lleno de cervezas por si a Carlitos se le antojaba una, guárdenme unas cuantas, no sean cabrones.
Atentamente
El Tío más guapo que tienen
De inmediato pregunté:
– ¿Por qué puso «trío», papá?
– Ah, porque me llamó para preguntar si íbamos a venir y le dije que veníamos los tres.
– ¡Pero si tú no sabías!…
– Bueno, de alguna manera imaginé que Carlitos iba a venir.
Carlos se volvió a quejar por lo de «Carlitos», pero no lo dejé continuar, lo tomé por la mano para jalarlo hasta la habitación. Le expliqué cuál había sido la cama en la que mi papá y yo nos habíamos conocido sexualmente, etcétera. Noté que se le alcanzó a levantar el pantalón. Mi papá no tomó tiempo de descanso, enseguida se puso a preparar la cena. Mientras la hacía, le preguntó a Carlos que, si quería una cerveza y, aquí, Carlangas me sorprendió, porque dijo:
«Bueno jefe, sí. Sí quiero una chela, pero no seas gacho, dale permiso al chaparro de que se tome una también». ¿Carlos estaba abogando por mí?… ¡eso sí que era insólito! Mi papá se quedó pensando un rato hasta que dijo: «Bueno. No. No le doy permiso de que se tome UNA cerveza, pero sí le doy permiso de que le robe traguitos a la tuya… ¿está bien?». Ya no preguntamos más, asaltamos el refrigerador y nos sentamos a la mesa los tres, disponiéndonos a esperar al tío y a que terminara de cocinarse la cena.
Algo empezó a explicarnos mi papá acerca de lo que íbamos a hacer a la mañana siguiente. Algo muy parecido a lo que hicimos la vez que anduve investigando la entrepierna de mi tío. A Carlos no le dio ilusión, ¡pero a mí sí! Y cuando terminó de explicarnos, pregunté:
– Papá…
– Dime.
– ¿Ya me puedo encuerar?
Mi papá soltó una risa cotidiana, pero a Carlos se le salió esa risa nerviosa que tan bien le conocía, y hasta me dio un leve golpe en la cabeza. Se lo regresé jugando.
– ¿Sí puedo papá?
– No hijo, mejor vamos esperando a que llegue tu tío, porque seguramente se llevó a algún trabajador con él para que lo ayudara, y sería un poco embarazoso que llegara con él y…
Lo interrumpí por completo. Volteé sobre Carlos y le digo:
– ¡CARLANGAS!… ¡qué bueno que me acuerdo!… hablando de trabajadores: hay uno que se llama Jacinto.
– ¿Y?… ¿qué con ese Jacinto?
– Ah, pues deja te cuento. Un día que no estaban estos dos, me fui hasta las caballerizas a buscarlos (no quise entrar en detalles) y el único que estaba era este tipo…
– ¿Y qué pasó?…
– Bueno, lo primero que pasó fue que casi muero por asfixia porque…¡¡¡APESTA DE LA CHINGADA!!!… (Carlos puso cara de asco y pregunta)
– ¿Y qué tenía entonces de especial ese tipo?
– ¡Aaaaaahhh!… ¿pues qué va a ser?… ¡que me enseñó la verga!… ¡Y LA TIENE GIGANTESCA!… ¡como de este tamaño! (y le mostré la medida con las manos sobre la mesa)
– ¿En serio chaparro? (Con los ojos muy abiertos atrás de sus lentes)
– No, baboso: de mentiras… ¡CLARO QUE EN SERIO!
– ¿Y qué hiciste?
– Pues, primero que nada, vérsela y calentarme…
– ¿Y luego?…
– Ya luego salí corriendo porque el tipo en verdad huele muuuuy feo… como que no se baña nunca… además me dio algo de miedo…
La plática cachonda de Carlos y mía se vio interrumpida por una sonora carcajada de nuestro padre. Volteamos a verlo en ascuas y nos dice: «Precisamente, esa es la razón por la que su tío… NUNCA… ha cogido con ese cabrón. Ya todos en el rancho pueden contar que Jacinto se las mamó, o que se cogieron al Jacinto, pero… ¿su tío?… ¡ni madres! Le gusta un chingo, porque es muy guapo el tipo… ¡y sí que es un hombre en verdad muy guapo!… pero le sigue dando asco». Se hizo silencio. Mi papá tomó a su cerveza a medio reír, la depositó sobre la mesa y ahora el que estaba en ascuas, era él: «¡Qué!… ¿qué me ven?». Ya iba yo a hablar, pero Carlos me ganó el brinco:
– Es que jefe… es la primera vez que te oigo hablar de un hombre guapo y…
– Y… ¿qué hijo?…
– Pues que se me hizo muy cachondo… ¡hasta se me paró nomás de oírte hablar así!…
Carlos con una mano abajo de la mesa, acomodándose su nueva erección. Se quedaron viendo fijamente a los ojos. Yo volteé a ver a uno, y luego al otro, y estaba como viendo un juego de tenis, cuando dice mi papá: «¿A ver?… enséñame qué tan parada la traes…».
Carlos no esperó por más instrucciones. Se levantó rápido, subiéndose la camisa y bajándose el cierre, en circuito cerrado rumbo al extremo de la mesa, donde estaba mi papá. Metió la mano por el cierre y sacó ese hermoso instrumento de 20 centímetros, que tanto miedo le daba enseñar antes. Mi papá jaló su silla hacia atrás, puso las manos sobre sus propios muslos y se dedicó a ver la verga de Carlos creciendo y creciendo, hasta que volteó a verlo a los ojos (o a los lentes, como sea) y le pregunta: «¿Puedo probarla hijo?». Como por un pase mágico, Carlos pasó del mundo de la cordura al de la locura. Exhaló fuerte y sin decir nada, sosteniendo arriba la camisa, dio un par de pasitos más hacia mi papá sin decir nada. Mi papá estiró la mano y se la atrapó. La acarició unos segundos y en seguida se agachó para probarla… ¡oh Dios!… ¡qué imagen tan bonita!, ver a Carlos todo vestido, sólo con la verga de fuera y mi papá, también vestido, agachándose para probarla… ¡como cualquiera de mis sueños de niño!…
Mi papá se metió el glande a la boca, y como que andaba ya muy caliente, porque no anduvo con preámbulos, se la intentó meter hasta la garganta, pero la diferencia de alturas estorbó, así que se dejó caer al piso sobre sus rodillas, al mismo tiempo que atrapaba a Carlos por la cadera. Se llenó la boca de saliva y ahora sí: hasta adentro. La reacción inmediata de Carlos fue separar las piernas y soltar la camisa para atrapar la cabeza de mi papá, lo que hizo que mi papá quedara cubierto totalmente de la cabeza, y eso no me gustó. Sin pensarlo dos veces, me levanté y como pude le saqué la camisa a Carlos. Una vez con el torso descubierto, pude ver cómo mi papá se acercaba a su cadera y se alejaba, con cadencia y con la boca en posición para chupar un helado. Carlos echó la cabeza para atrás, se quitó los lentes y extendió la mano para dármelos. En éxtasis yo también, los tomé y rápido los puse sobre la mesa. Me senté en la silla de mi papá y empecé a acariciarle la espalda sobre la camisa. No me hizo caso, estaba demasiado ocupado con la verga de Carlos, y éste, estaba debatiéndose entre ver a su papá chupándosela y dejar caer la cabeza para atrás.
Me levanté y los rodeé para tener otra perspectiva de la acción, y ya me estaba acomodando al otro lado del Carlangas, cuando siento que su brazo se estira y me atrapa. Mi papá seguía en lo suyo con los ojos cerrados. Carlos me jaló hacia él y con la otra mano me bajó el cierre del pantalón e intentó sacarme la verga, pero como la traía atrapada en el calzón me dice: «Sácatela chaparro». En acto de total obediencia, terminé de desabotonar mi pantalón, bajé ambas cosas hasta la cadera y mi verga quedó brincando. Entre gemidos, Carlos tomó la cabeza de mi papá y lo detuvo. El otro abrió los ojos y le dice: «El enano también cuenta, papá», y mi papá ni siquiera lo pensó. Se desplazó apoyado sobre sus rodillas hasta alcanzarme, agarró mi verga (de menor calibre, claro) me la jugó un rato, hizo más saliva y se la metió. Mi papá estaba en pleno frenesí porque ni siquiera se tomó la molestia de pasarme la lengüita, se la metió tanto como pudo y ya que tuvo su nariz pegada a mi pubis inhaló profundamente. Sacó mi verga de su boca y volteó a verme, agitado, pero sonriendo, me dice: «¡Mi chiquito ya huele a hombre de verdad!». Me guiñó un ojo y volvió a la carga de chupármela, pero yo no fui tan discreto como Carlos, a mí se me salieron gritos por lo que estaba sintiendo, acaso por la mamada de mi papá, o acaso por el clima en el cuál se estaba dando todo.
Después de un buen rato Y YA CERCA DE VENIRME, Carlos volvió a intervenir y me dice: «Hazte a un lado chaparro, que me toca otra vez…». Me retiré dejando a mi papá con «la mamada en la boca» y pronto Carlos se metió en ese mismo orificio y los dos dejaron salir un rugido. Carlos dijo entre dientes: «¡Ahora sí papá!… hasta que la fiesta acabe». Mi papá recobró bríos, se acomodó mejor sosteniendo a Carlos por las nalgas encima del pantalón, todo dispuesto a seguir hasta que la fiesta terminara… ¡Y!… y se dejó oír el claxon de la camioneta del tío… ¡no por Dios!… ¡no en ese momento!… pero sí: el tío anunció su llegada.
El sonido del claxon trajo a mi papá de regreso al mundo. Jadeando se separó, se regresó a su silla, se limpió la boca y nos pidió que nos sentáramos. Como pudo, Carlos volvió a guardar su instrumento y alcanzó su camisa para volvérsela a poner, pero mi papá le dijo que no era necesario tanto (jadeando todavía) así que aventó la camisa tan lejos como pudo, yo regresé mi pantalón a su lugar y nos dispusimos a esperar que el tío terminara de llegar. En el rancho los sonidos se perciben desde muy lejos.
Mi papá se terminó su cerveza, terminó de recuperar la respiración y le preguntó a Carlos si quería otra, y a su vez, éste me preguntó: «¿Queremos otra, chaparro?». Yo sólo le dije que sí con la cabeza porque ya me había acabado la anterior. Como alguna vez dije, no era la primera vez que tomaba alcohol, con los compañeros de la escuela, con el pretexto de que nos íbamos a quedar hasta tarde trabajando en la sala de alguno, asaltamos el refrigerador y la cava de los papás dormidos. Carlos, se levantó por DOS cervezas más, pero la verdad fue que sacó TRES: una en cada mano y la tercera oculta en la pretina del pantalón. Seguimos sentados y por mucho que escuchábamos el motor de la camioneta, ésta no terminaba de llegar, así que Carlos aprovechó para preguntarle a mi papá:
– Bueno jefe, ustedes dos ya saben cómo está la jugada con el tío, pero, ¿yo?… ¿qué onda?… ¿me hago pendejo como si no supiera nada o qué? (Mi papá se rió y le contesta limpiándose otra vez los labios, mismos que traía ROJOS como si se los hubiera pintado)
– Hijo, deja de preocuparte por eso. Si no sabes qué hacer, no importa, este par de cabrones sí saben qué hacer (refiriéndose a mí y al tío).
Carlos le dio un trago a su cerveza y las luces se dejaron ver sobre las ventanas. Mi papá se levantó para salir y mi hermanito rápido me pasó la cerveza que traía atrapada en el pantalón. La destapé, le di un trago y la puse en el piso, oculta en una de las patas de la mesa.
Mi papá abrió la puerta, salió y la cerró tras de sí. Se oyeron voces, los ladridos de los perros, pisadas de botas pesadas. Carlos y yo viéndonos a los ojos, pero yo con emoción y él con cierto dejo de miedo… ¿acaso le tenía miedo al tío?… estaba próximo a saberlo. Su erección desapareció por completo, yo le estaba diciendo que se quedara tranquilo, que no había bronca con el tío.
Algún par de risotadas más se dejaron oír y finalmente se abrió la puerta. Al abrirla, entró una muy elocuente corriente de aire: ¡Jacinto venía con el tío! Carlos respiró profundo y haciendo la pantomima de que iba a aguantar la respiración, me pregunta: «Éste cabrón es Jacinto, ¿verdad?». Yo me reí tanto como la discreción me lo permitió y le dije que sí con la cabeza.
Llegaron hasta la cocina. Entraron los tres y mi papá ya estaba de nuevo instalado en su actitud poco afable, de dueño del lugar y de la situación. Nos dijo que por favor les ofreciéramos unas cervezas a los recién llegados. Supuse que esa era tarea mía, pero Carlos me ganó, y entendí por qué. Al momento de abrir el refrigerador, terminó de abrir todas las ventanas de la cocina. Pobre Jacinto: era un hombre hermoso, pero difícilmente se le podía dar la bienvenida.
En lo que Carlos se peleaba con el refrigerador, las ventanas y las cervezas al mismo tiempo, yo me levanté y llegué hasta el tío, me metí abajo de su axila y lo abracé por el torso: «¡MIRA NADA MÁS A QUIÉN TRAJISTE, MANITO!»… y todo feliz me rodeó con los brazos y me apretó tanto como pudo (no olía a flores precisamente, pero olía rico en comparación con el otro, y eso era ya ganancia para mi olfato). «Mira nomás, y yo aquí pensando que no me ibas a cumplir tu promesa de regresar en quince días». Me siguió apretando y para soltarme, me dio un beso en la frente. Le dice a Jacinto: «Mira Jacinto, éste es el hijo menor del patrón… ¿te acuerdas de él?». Esto dicho con doble sentido, aunque no supe cuál era el segundo sentido. Jacinto no contestó, nomás le tomó a su cerveza y dijo que sí con la cabeza viéndome directo a los ojos. Y el tío prosiguió: «Ora mira Jacinto, éste es el otro hijo del patrón, pero tú no te puedes acordar de él porque dejó de venir antes de que entraras a trabajar aquí. Se llama Carlos». Ahora sí puso total atención el tal Jacinto sobre Carlos. Se quedó con la boca abierta. Le extendió la mano y tal pareció que también le extendió la lengua, porque lo recorrió de arriba abajo.
Se sentaron los adultos alrededor de la mesa, Carlos con ellos, y se pusieron a platicar; pensé que sería eterna la cosa, así que me metí a la habitación a deshacer nuestro escaso equipaje. Risas iban y risas venían, no puse atención. Ya había sacado todo lo de mi papá, lo de Carlos y ya estaba con mis cosas personales cuando suena el silbido de arriero de mi tío: «¡MIJO!… ¿ÓNDE ANDA CABRÓN?… ¡venga pa’cá!».
Llego a la cocina y me recibió la sonrisa gigantesca del tío. Algo me dijo, pero no le puse atención. Caminé hasta mi papá y me recargué en su costado, y él correspondió rodeándome con el brazo por la cadera. Y ya que estaba así, como no me hacían caso, quise agacharme discretamente para ver debajo de la mesa y saber qué había sido de mi cerveza y me dice el descarado de mi tío: «¡¿BUSCABAS ESTO, MIJO?!». Levanté la mirada y ya estaba enarbolando mi cerveza, ya casi caliente. «¡Venga pa’cá, cabrón!». Rodeé la mesa hasta que llegué al tío, y éste ni tardo ni perezoso me rodeó igual que mi papá y me pegó a su cuerpo:
– Oiga mijo: ¿se acuerda dónde vive Jacinto?…
– Mm… ¿en las caballerizas?…
– Ándele. Ahí mismo…
– ¿Por qué?…
– Ah pos porque quería pedirle que me hiciera favor de ir a llevarlo.
– ¡NO, TÍO!… ¡no la chingues!… ¡estamos en la mera hora de los mosquitos!…
– ¡Cómo mosquitos!… a ver… ¿qué hora es, manito?
Mi papá le contestó que las 10:30. Odié a mi papá por eso. Jacinto me gustaba mucho, pero nada me atraía menos que seguirlo oliendo.
– ¡¿YA VIO MIJO?!… ¡ya pasó la hora del mosquito!… ¿no me hace favor de llevarlo?
– Mm… plis… sí tío, yo lo llevo.
– ¡ESE ES MIJO!… ¡Órale Jacinto!… ya agarraste caballo… ¡me lo tratas bien cabrón! (Refiriéndose a mí).
Jacinto me gustaba mucho, ok, pero para nada me movía la hormona… ¡olía muy mal!… yo quería quedarme… yo quería quedarme donde sabía que iba a estar la acción, pero bueno, como mi papá no objetó nada, accedí y le dije al tipo: «Vámonos Jacinto». El otro se tomó lo que le quedaba de cerveza, se puso el sombrero y se levantó, se despidió de todos, especialmente de Carlos, porque de él se despidió de mano… ¡y esto!… Jajaja… Esto me trajo una nueva idea a la mente:
– Acompáñame Carlangas…
– Ay… ¡no chingues chaparro!…
– No… ¡No chingues tú!… De ida voy con Jacinto… ¿pero de regreso?… ándale, no seas mamón y acompáñame.
La discusión terminó pronto porque intervino las voz autoritaria e inapelable de nuestro papá: «Ándale hijo… acompaña a tu hermano, al cabo que es aquí cerca y no se tardan mucho…». Carlos puso cara de los mil demonios, pero accedió; tomó su camisa, se la puso y dijo: «¡Vámonos!… cabrón enano…».
Así que, en vez de irnos en caballos, nos fuimos en el jeep, sin decir nada, Carlos se subió en el volante para manejar, Jacinto en el copiloto y yo en los asientos traseros del jeep. Debo reconocer que con la brisa de la noche… pues Jacinto ya no olía tan mal…. Rápido Carlos tomó el curso hacia las caballerizas y cómo íbamos muy callados, Jacinto abrió plática:
– ¡Oiga, Patrón Chico!…
– Qué pasó, Jacinto…
– ¿No quiere ver al potrillo de La Canela?… ¡creció un chingo en estas dos semanas que no estuvo usted!
– ¿En serio? (El potrillo en verdad me daba ilusión porque sería MI caballo)
– ¡Sí Patrón Chico!… si quiere orita se lo enseño…
– Pero Jacinto… ¿cómo me lo vas a enseñar con esta oscuridad?…
– Aaaah que mi patrón… que no sabe lo que tiene…
– ¿De qué hablas?
– ¡POS DE QUE TODAS LAS CABALLERIZAS TIENEN LUZ, HOMBRE!… (Riéndose)
– ¿En todas las caballerizas hay luz?… (todo extrañado)
– ¡EN TODAS!… y como es viernes, no hay nadie durmiendo ahí más que yo… todos se fueron pa’l pueblo de parranda.
Ideas pasearon por mi mente, ideas fueron y vinieron, hasta que le dije: «Está bien Jacinto, ahorita que lleguemos NOS enseñas al potrillo». Carlos ni se dio por aludido, él quería salir de esa situación para regresar a la casa y seguir con el juego «hormonal».
Llegamos. Nos detuvimos ante la gran puerta y me dice Jacinto: «Pérese, Patrón Chico… ahorita le abro para que no se quede su cochecito de fuera…». Se bajó. Salió corriendo para darle la vuelta a la construcción y oigo la voz de Carlos: «…Patrón chico… ¿y yo qué soy?… ¿el patrón no tan chico?… ¡ya vámonos chaparro!… ahí déjalo con su potrillo…». No le hice caso, así que lo dejé que renegara todo lo que quisiera. Y ya estaba por decirme de nuevo que: «¡YA VÁMONOS CHAP…» y en eso que se prenden todas las luces alrededor de las caballerizas. Hasta Carlos se sorprendió. Segundos después, se oye el correr de la gran puerta abriéndose. Carlos se enderezó para ver. La puerta se terminó de abrir y se vio un sombrero haciendo señas de que ya podíamos entrar. Avanzamos en el jeep y entramos, pero todo estaba iluminado por dentro y Jacinto estaba a un lado, con su sombrero en la mano. «Vengan Patroncitos… acá está ‘El Canelito’… ya lo cambiamos de lugar…».
Me bajé y le dije que me indicara por dónde caminar. Lo seguí y volteé para decirle a Carlos que me siguiera, y accedió. Se bajó y empezó a caminar a mi lado, con su brazo pasado por mi espalda. Conforme íbamos caminando, Jacinto iba prendiendo luces y quitándose ropa.
– ¿Hasta dónde pusieron al Canelito, Jacinto?
– Hasta el fondo Patrón Chico, porque su tío no quiere que le llegue nada de molestias de afuera…
Cosa que dijo quitándose la camisa. Llegamos a un lugar donde se activaban unos interruptores de luz, pero que había que esperar a que funcionaran, tiempo que aprovechó Jacinto para sentarse en unas pacas de alfalfa y quitarse las botas. Si sus axilas me daban miedo, sus pies me daban terror, pero gracias al cielo, corría mucho aire, así que no llegó nada a mi nariz.
Una vez encendidas las luces de neón, nos indicó que los siguiéramos y al seguirlo, sentí que la mano de Carlos se apretó sobre mi hombro. No entendí qué pasaba, volteé a verlo y me dice entre dientes, apenas audible: «Este cabrón está más bueno que Dios…idiota… ¡por qué no me habías dicho!». Nomás me reí y le pregunté a Jacinto, mismo que se estaba desabotonando el pantalón: «¿Pues hasta dónde echó mi tío al pobre Canelito, Jacinto?». Jacinto contestó, sosteniéndose el pantalón ya desabotonado para que no se le cayera y caminando descalzo: «Ya llegamos Patrón Chico… éste es el mero nido del Canelito… ¡mírelo usted!». Activó un interruptor y quedó en todo su esplendor mi hermoso Canelito, ya hecho todo un «hombrecito» en 15 días. Yo me quedé extasiado viéndolo, en verdad estaba hermoso.
Cuando salí de mi encanto, Jacinto ya estaba sentado en un banco terminando de quitarse los pantalones y quedando en un bóxer viejos, raídos y con el elástico vencido. No dije nada, quería que Carlos viviera la misma experiencia que yo, pero mi hermanito resultó ser más avanzado que yo, porque me soltó del hombro y se fue a sentar junto al apestoso… ¡increíble!… lo sé, pero lo hizo. Y ya que estaba sentado junto a él, le preguntó cualquier pendejada y Jacinto se puso muy nervioso. Le pregunta de nuevo Carlos: «¿Y tú le das de comer, Jacinto»? El otro como que también estaba muy turbado: «Sí Patrón Chico… digo Patrón… es que no me acuerdo cómo se llama usted Patrón». Desde donde estaba yo le dije con voz firme, aguantando la risa: «¡CARLOS!… este otro patrón se llama Carlos, Jacinto». Y Jacinto, todo nervioso se levantó sosteniéndose los calzones por el elástico vencido y se metió por abajo de los tubos «del nido» del Canelito, lo levantó sosteniéndose el calzón con una mano. Mi caballito se veía en verdad hermoso, pero dejó de llamarme la atención cuando vi el pantalón de Carlos levantado. Jacinto, siguió mostrándome las cualidades de las patas del potrillo, pero sin perder de vista a mi hermano. Le dio vuelta para acá, vuelta para allá, hasta que le dije que ya lo dejara en paz, que ya estaba dormido y que nomás lo estábamos chingando. Jacinto entendió a la primera y se salió del pesebre, pero se salió por el otro lado, por donde estaba yo. Se paró junto a mí. Yo ya estaba tan caliente que me valió madre su olor. De mis labios salió algo sin permiso:
– ¿Se me hace que ahora sí podemos orinar juntos, Jacinto?
– ¿A poco se anda meando, Patrón Chico?
– ¡Sí!… mira…
Y sin más anuncio, me desabotoné el pantalón y saqué mi verga en pleno estado de erección. La acomodé para orinar y le dije: «Pero con la parada, hay que esperar a que bajen los orines». Jacinto se olvidó de mi hermano y se dedicó a ver mi verga. «Yo lo acompaño, Patrón chico». Se soltó el calzón, cayó hasta el suelo y sin quitarme los ojos de mi verga, empezó a jugarse la suya, misma que empezó a crecer… y crecer… y crecer… Me dice: «Pos usted nomás dice a qué hora empezamos a orinar patrón». Volteé a verlo y le dije: «Pues a la hora que nos alcance este cabrón… ¡¿NO QUIERES ORINAR CON NOSOTROS, CARLOS?!». Jacinto se puso feliz de oír eso y se abrió un poco, en espera de que el otro diera la vuelta. La dio y se acercó hasta nosotros. Se desabotonó el pantalón y lo jaló hasta las rodillas. Le puso la mano en la espalda a Jacinto y le dijo: «A la hora que digas Jacinto». Y al oír esto, como niño chiquito y asustado, Jacinto empezó a orinar… ¡PERO COMO CABALLO!… le salió un pinche chorro del tamaño de una manguera de bomberos. Carlos se le quedó viendo orinar hasta que su chorrito de orines empezó a hacerse más delgado. Mi hermanito se quitó lo mojigato y le agarró la verga al tipo (al mismo tiempo que él empezó a orinar) y esto hizo que empezara a crecerle más… y más… y más… Jacinto se puso feliz como niño chiquito y se volteó sobre Carlos, le quitó la mano y sin avisar, se hincó frente a él y se la metió en la boca los 20 centímetros de rica verga, antes de que Carlos terminara de orinar. Carlos quiso retirarse, pero no pudo, el otro lo atrapó por las nalgas y no lo dejaba salir, así que usé mi voz de mando: «¡JACINTO!… ¡YA!… ¡recuerda quién eres y dónde estás!». Ok, fue un comentario muy arcaico, muy mamón de mi parte, pero sabiendo que Jacinto había mamado todas las vergas del rancho, no quise que contagiara a mi hermano de alguna enfermedad que nos echara a perder el resto de la noche.
Carlos se retiró un poco. Lo jaló hacia arriba y le dice: «Mañana es sábado Jacinto, no hay mucho trabajo. Vengo a visitarte y le seguimos». El otro se quedó todo feliz. Yo por mis adentros pensé: «¡En tus sueños, Jacinto!, a mi hermanito no lo suelto mañana». Caminamos acomodándonos la ropa rumbo al jeep y Jacinto atrás de nosotros, completamente desnudo. Carlos me atrapó por el hombro otra vez y me dice en voz baja: «Por favor chaparro… dame chance de chupársela un ratito… nunca había visto una verga así». Yo estaba entre caliente y cuerdo, así que le dije: «Si quieres, puedes quedarte y al rato vengo por ti, pero te aseguro que en la casa la diversión está mucho mejor que aquí». Los ojos se le abrieron, entró en cordura y se despidió del tal Jacinto.
Llegamos a la casa y Carlos metió el jeep al portal. Nadie salió a recibirnos, a excepción de los perros. Entramos y no vimos nada. Caminamos juntitos hasta la cocina, y vimos a mi papá completamente desnudo frente al refrigerador abierto, nos volteó a ver y dice todo contento: «¿Quieren otra cerveza hijitos?». El corto de Carlos se quedó callado viéndolo, así que yo dije que sí, que una para los dos. Mi papá cerró la puerta del refrigerador, puso las cervezas en la mesa. Puso tres. Se sentó con las piernas muy abiertas y los huevos colgando hasta la silla, destapó una, destapó otra y yo ya estaba completamente desnudo sentado sobre su pierna. Tenía las piernas muuuy abiertas. Para cuando destapó la tercera, Carlos estaba sentado enfrente de él, con toda la ropa puesta y pregunta: «¿Y el tío, papá?». Mi papá y yo nos reímos de él. «Estoy atrás de ti, sobrino». Carlos brincó como resorte de la silla, se apartó, volteó y se encontró a un tío completamente desnudo, secándose las orejas con la toalla. No le pudo quitar los ojos de encima y dice mi tío: «¡ORA RESULTA QUE ES MAL DE FAMILIA!»… hace quince días que vino este mocoso, y tampoco me podía quitar los ojos de encima… ¡CIERRE LA BOCA, MIJO!».
Con todo el desenfado del mundo, el tío se sentó a la mesa, aventó la toalla, tomó una de las cervezas y dijo, antes de tomarla: «¿No le destaparon una a Carlitos?», y dicho esto, le dio un largo y profundo trago. Se la retiró de la cara y lanzó un también largo y muuuuy sentido eructo: «¡¡¡JAH!!!… ¡no saben cuánto extrañé esto ora que no estuvieron!». Puso la cerveza en la mesa y volteó a ver a Carlos: «¿Qué pasó mijo?… ¿no se quiere tomar una cerveza con sus viejos?…», y sin esperar respuesta, se volteó sobre mí y me dice: «¡Véngase pa’cá cabrón!… que su papá ya lo tuvo quince días y yo no… ¡órale!: véngase pa’cá». Cosa dicha con los brazos abiertos, al igual que las piernas (pero sus huevos estaban escondidos no le colgaban como a mi papá). Me puse feliz como perrito encerrado. Me levanté de las piernas de mi papá (con media erección) y caminé alrededor de la mesa hasta que llegué a sus piernas y me senté en una. Lo abracé con mucho cariño. Me dio un beso en el cachete y me pregunta:
– ¿Cómo ha estado, mijo?
– Extrañándolo, tío.
– ¡Eso es bueno!… se siente bonito que lo extrañen a uno… y… ¿cómo ha estado tu amiguito de acá abajo?… ¿a ver?… ¡déjame vértelo cabrón!…
Sin pedir más permiso, me separó de él y metió la mano para jugar con mi verga creciendo más, pero que en cuanto sintió sus dedos, creció hasta el tope. «¡ESE ES MIJO!… ¡mira nada más que vergón trae este cabrón, Manito!». Como todo siguió en silencio, el tío se dio cuenta de que Carlos todavía no se ajustaba a la situación. Me empujó para que me levantara de su pierna. Me regresé a sentarme en una de las de mi papá. El tío se levantó, todo cortés, pero todo caliente, le pasó un brazo por encima de la espalda a Carlos y le dice: «Véngase mijo… no tenga miedo que nadie lo va a juzgar…». Lo jaló hasta que se sentó en una de las sillas vacantes de la mesa. El tío se sentó en cuclillas y me dice: «¡Venga mijo!… ayúdeme a encuerar a su hermano». Entre los dos le quitamos las botas. Luego las calcetas. Yo por mi cuenta le jalé la camisa para quitársela como hacía rato y quedó en sólo pantalones. El tío, todo prudente, le pregunta: «¿Necesita que lo ayuden con el pantalón… o usted puede solito mijo?». Carlos nomás mostró una sonrisa nerviosa y negó con la cabeza. Se levantó, desabotonó el pantalón, acomodó los pies sobre el suelo y empezó a bajárselos hasta que quedó completamente desnudo. Mi tío le puso una mano en las nalgas y de ahí lo jaló para que se sentara con nosotros.
Los tres terminaron sentados a la mesa, yo sobre las piernas de mi papá, pero como Carlos tenía MI cerveza, me levanté, con la verga brincando como trampolín y me acerqué a Carlos: «Carlangas… ¿me puedo sentar contigo?… tú tienes nuestra cerveza…». Carlos nomás liberó una risa de nervios y me dijo que sí con la cabeza. Sentado encima de mi papá, o encima del tío, yo seguía luciendo como un niño chiquito, pero encima de Carlos, me veía ridículo, porque él no era tan grande como los otros dos. Ya me iba a levantar, pero Carlos, como no teniendo nada más qué hacer con las manos nerviosas, me puso la izquierda sobre el paquete y empezó a jugar con mi verga, lo que me puso a mil por hora. Así estuvimos un rato, bajo la mirada de los otros dos, hasta que el tío dijo:
– Oye Manito…
– ¿Qué pasó Manito?
– Pos sucede que yo también quiero acariciar al escuincle y Carlitos lo está acaparando (Se le salió la risa a mi papá)
– Espérate Manito.
«Niños… ¿qué les parece si cenamos de una vez?… ya para irnos a ‘dormir’…». Carlos y yo, a lo unísono, contestamos que no teníamos hambre. El tío se rió. Ante la respuesta, dice mi papá: «Bueno, en lo que se deciden, yo voy a orinar», y esto trajo a mi mente un recuerdo muuuy reciente:
– ¿Qué crees, papá? (Se volvió a sentar)
– ¿Qué creo, hijo?
– Que ahorita que llevamos a Jacinto, el cabrón se puso a orinar enfrente de nosotros (alteré un poco los hechos) y a Carlangas le gustó la vergota de Jacinto.
– Pues no me extraña, esa verga es un monumento a la verga… Jajaja…
Se volteó sobre el tío para decirle:
– Ya le conté a estos cabrones que todo mundo ha tenido algo que ver con el Jacinto, excepto tú, porque te da asco… (Y el otro le contesta, con cara aceptante de la decepción)
– Pos sí, y no hay manera de hacer que se bañe todos los días… el cabrón marrano.
– ¿O sea que sigues sin cogértelo, Manito?
– Sigo aguantándome las ganas Manito. Si orita que veníamos en la camioneta, yo venía en chinga para que entrara mucho aire… ¡y se llevara su peste!… Por cierto, el toro de la tierra baja está bien, no se fracturó nada y…
Como siguieron hablando de eso, perdí interés. Carlos no perdió nada. Seguía con los ojos puestos sobre la entrepierna del tío y su verga tratando de decidirse si seguía parada o si se bajaba o si se volvía a levantar. Mi calentura cedió ante la plática aburrida de los señores y le dije a Carlos tomándolo de la mano: «Vente Manito… ayúdame a arreglar las camas…». Los otros se rieron la gracia, pero prosiguieron en la charla; cosa que se me hizo increíble porque, estando desnudos los cuatro, estando en plena situación de hormona desbordante… ¡se liaron en una plática diferente!… y esto lo entendí hasta que llegué a la edad que ellos tenían entonces. Cosas de la vida. Ya en la habitación, Carlos y yo, con ambas erecciones cediendo terreno, le expliqué:
– Ésta es la cama de tío. Ésta la de mi papá. Y se supone que la que queda, es la mía, pero no cabemos los dos…
– NO.
– ¿NO?… No, ¿qué?…
– Que no. Que tú y yo no vamos a dormir los dos ahí…
– Aaaaay Carlangas, no te pongas de mamón a estas horas… no hay más camas y…
– ¡NO pendejo!… que te digo que no vamos a dormir ahí tú y yo porque no vamos a dormir… ¡PUNTO!…
– ¿¿¿???? (Nomás me le quedé viendo a los ojos… o sea, a los lentes)
– No preguntes más, chaparro. Ahora me toca a mí dirigir la maniobra. Ya te tocó mucho tiempo a ti, deja que yo le siga de aquí en adelante. (Me reí)
– ¡¿Seguro?!…
– Segurísimo. Ahora espérame, ahorita te ayudo a arreglar las camas, es que tengo que terminar lo que el ¡CUERO! aquel me interrumpió…
Y sin decir más se metió al baño a terminar de orinar. Yo seguí deshaciendo mi maleta y preparando las camas para «dormir». Como Carlos se tardaba, asumí que estaba haciendo «algo más» que orinar, así que empujé la puerta con la pasta de dientes y mi cepillo en las manos:
– ¿No te importa si me lavo la boca mientras tú…?
– Si no te importa el olor… adelante…
– Después de oler a Jacinto, no veo qué otro olor me pueda marear.
Ya estaba con la boca atiborrada de pasta y con el cepillo, cuando, agachado sobre el lavabo, siento la mano de Carlos en mis nalgas. Brinqué porque no lo esperaba. Volteé a verlo y seguía sentado en «su puesto», y sonriendo me dice:
– ¡Qué bonitas nalgas tienes, chaparro!…
– ¿Ajá?… (sin poder decir nada)
– Sí. Me recuerdan a las mías cuando tenía tu edad: sin ningún pelo por ningún lado y redonditas (Escupí el exceso de espuma y le digo)
– Carlos: tú tienes unas nalgas hermosas, no sé por qué dices que las mías están bonitas (Y arremetí el cepillo para seguir en lo que estaba)
– Pero bueno, ¿si hablamos de nalgas bonitas?… cada quién es su estilo, tiene nalgas hermosas…
– ¿Ajá?…
– Sí. Por ejemplo: el tío tiene unas nalgas fuertes, duras, de hombre de trabajo y todas peludas. Mi papá tiene unas nalgas aguadas, ok, pero siguen estando abultaditas y con unos vellos no tan fuertes como los del tío. Las del tío son para morderse y las de mi papá son para besarlas… (Terminé de enjuagarme la boca y le pregunto ya volteando a verlo)
– ¿Y las mías?…
– Nooooo chaparro, tus nalguitas son cosa aparte, son para acariciarlas por horas y horas y horas…
– ¿Neta?…
– Neta. ¿Ya terminaste?
– Ya.
– Entonces salte, que no me dejas terminar con lo mío… jejeje…
Me salí y cerré la puerta atrás de mí. Terminé de organizar la habitación y se dejó oír el ruido de la taza del baño. Después el ruido de Carlos lavándose las manos, y yo todo nervioso en espera de que entraran los viejos antes de que saliera Carlos, pero nada. No entraron. Carlos salió terminando de secarse las manos en las nalgas y me dice: «Oye chaparro… se me acaba de ocurrir que ahorita que entren los viejos…». Le cortaron la inspiración porque sonó la voz de mi papá: «Los viejos ya entraron… ¡cuéntanos qué planes tienes para nosotros!». Atrás de la voz de mi papá se oyó la risotada del otro: «¡Viejos los cerros, y reverdecen, cabrones!». Dio inicio a una noche de locura………..
CONTINUARÁ……………
POR: HOTMAN
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ACLARANDO¡¡ Estos relatos que empezarán a leer NO es de mi autoridad, es pertenencia de otro usuario que no conozco y no sé quién sea el autor original y mientras el dueño no me reclame yo seguiré escribiendo.
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