Mi vecino 5
Tras la caída de Leo por las escaleras al ser empujado, Dani lucha para no perderlo, incluso si sus manos están llenas de su sangre. (Contado desde el punto de vista de Dani).
Disclaimer: Este relato es principalmente un puente entre las demás partes de la historia y contiene muy poco contenido sexual/erótico. Gracias a todos los que, aún así, estén interesados en leerlo 🙂
Mi vecino 5
(Dani)
La noche estaba yendo a pedir de boca. Tenía el puntillo ideal de alcohol, que me hacía ser más desinhibido sin sentirme mareado, Lucía y yo por fin nos habíamos acercado después de meses de tontear y la tenía sentada sobre mi regazo mientras se reía de mis tonterías y no comíamos a besos. La última vez que vi a Leo, caminaba de la mano de la chica que le dije hacia fuera del salón, por lo que imagino que él también había triunfado. Todo estaba siendo perfecto.
Hasta que escuché un grito proveniente del recibidor, audible incluso por encima de la música, que estaba a todo volumen. Levanté la mirada y vimos a la gente empezar a aglomerarse cerca de la puerta del salón.
- ¿Vamos a ver? – me preguntó Lucía.
- ¿Para qué? Si ha pasado algo, ya nos enteraremos. – le dije, encogiéndome de hombros y sonriéndole antes de empezar a besarla de nuevo.
Nuestras lenguas jugueteaban mientras nos acariciábamos los rostros cuando sentí a alguien darme un fuerte tirón.
- Tienes que venir. – me dijo Félix, que estaba pálido.
- ¿Qué pasa? – le respondí, preocupado, mientras Lucía se levantaba de mi regazo y yo me ponía de pie.
- Es Leo… – añadió, cogiéndome del brazo y arrastrándome hacia la multitud.
Mi corazón comenzó a latir deprisa mientras apartábamos a la gente para hacernos hueco y llegar al centro del corrillo. Mi mente tardó en procesar lo que estaba viendo.
Leo estaba ahí, tirado boca arriba en el suelo, inmóvil. Una de sus piernas estaba ligeramente doblada hacia un lado, mientras que un brazo quedaba extendido hacia adelante, como si hubiera intentado detenerse en el último momento.
Pero fue su cabeza lo que me congeló. Había sangre… demasiada sangre. Una brecha enorme partía su piel desde la mitad de su ceja izquierda hasta su sien y parte de su pelo, y la sangre no dejaba de brotar, deslizándose por su mejilla y oreja y cayendo por su cuello hasta manchar el borde de su camisa. Un pequeño charco oscuro empezaba a formarse bajo su rostro.
Sentí un nudo en la garganta. Un vértigo repentino me hizo tambalear, pero me obligué a moverme.
- ¡Leo! – grité, mi voz quebrada por el miedo.
Me arrodillé junto a él, mi pecho subiendo y bajando descontroladamente. No sabía qué hacer. Nunca había visto algo así en mi vida.
- ¡Leo, por favor, despierta! – le sacudí el hombro, sin pensar en si estaba bien o no moverlo.
Su piel estaba fría, y al intentar girar su rostro para verlo mejor, su cabeza cayó ligeramente hacia un lado. Mi estómago se revolvió al ver lo pálido que estaba y la cantidad de sangre que se escurría por su pelo. Su mejilla derecha estaba amoratada, con pequeños cortes y sus labios tenían un color raro, como morados. Me acerqué a su rostro, casi pegando mi oído a su boca. Había algo de aire, pero era tan débil que apenas lo sentí.
- ¡Llama a una puta ambulancia! – le grité desesperado a Félix.
Mi amigo comenzó a marcar en su móvil, mientras yo intentaba hacer algo, cualquier cosa, para que reaccionara. Le di pequeñas palmadas en la cara, no muy fuertes, pero lo suficiente como para intentar despertarlo.
- ¡Leo, mírame! ¡Despierta! ¡Soy yo! – seguí insistiendo, aunque cada vez me sentía más desesperado. – ¿¡Qué coño le ha pasado!?
Me di cuenta entonces del silencio ensordecedor que había. La música ya no sonaba y solo se escuchaban algunos susurros. El silencio continuó durante unos segundos hasta que:
- Yo… – dijo un chico alto que estaba sentado en uno de los escalones, con el rostro descompuesto. – Tuvimos una discusión y le empujé, pero perdió el equilibrio y se cayó por las escaleras. Creo que… se estampó la cabeza contra la pared.
Sentí una oleada de rabia recorrerme el cuerpo y noté cómo se me ponían rojas las orejas.
- Más te vale que no le pase nada. – le grité. – Sino, te juro que te…
- Dani. – me interrumpió Félix, acercándose a mi lado. – La ambulancia ya viene, pero me han pedido que ponga el manos libres.
Asentí con la cabeza.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó la operadora de emergencias con voz calmada.
- Dani. – respondí, con la voz quebrada.
- ¿Qué ha pasado, Dani? Cuéntame lo que ves.
- Mi amigo… Leo, se ha caído por las escaleras… está… tiene una brecha en la cabeza… está sangrando mucho…- expresar cada palabra era como un puñal.
- Entiendo. ¿Leo está consciente?
Miré de nuevo a Leo, tan quieto. Su rostro seguía pálido y la sangre seguía fluyendo por su mejilla lentamente. Negué con la cabeza mientras las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos.
- No.
- ¿Puedes verificar si está respirando? – siguió hablando la operadora.
- Sí, pero… muy poco, casi nada – contesté con un hilo de voz y sentí la primera lágrima derramarse por mi mejilla.
- De acuerdo. Necesitamos asegurarnos de que pueda respirar bien. Quiero que lo pongas en posición de seguridad. Escucha con atención.
Tragué saliva, tratando de calmarme lo suficiente para entender.
- Gira su cuerpo de lado, con cuidado. Apoya su cabeza sobre su brazo y dobla su pierna superior para que quede estable. ¿Puedes hacerlo?
- Sí… sí, lo intentaré.
Coloqué mis manos temblorosas en el cuerpo de Leo y, con sumo cuidado, lo giré hacia un lado. Al hacerlo, noté lo inerte que estaba, como si fuera un muñeco de trapo.
- Leo, no me hagas esto, por favor… – le pedí, casi en un susurro. – Ya. – le dije al teléfono.
- Bien, ahora asegúrate de que su cabeza esté alineada con su cuerpo y que no haya nada bloqueando su boca o nariz. – continuó indicando la operadora.
Ajusté un poco la posición de la cabeza de Leo y aparté algunos mechones de pelo empapados en sangre que se pegaban a su rostro.
- Ya… ya está – dije, con la voz quebrada.
- Perfecto. Ahora necesito que presiones la herida para reducir el sangrado. Usa algo limpio si tienes, como un paño, una prenda o una toalla.
Miré a mi alrededor, desesperado, pero no había nada útil cerca. Sin pensarlo, me quité la camisa y la doblé antes de colocarla con cuidado sobre aquella herida horrible. Sentí cómo el calor de la sangre me mojaba las manos al instante. Era pegajosa, húmeda y, teniendo una arcada, sentí ganas de vomitar al momento.
- Estoy presionando, pero… pero sigue saliendo mucha sangre. – dije, desesperado.
- Está bien, eso es normal. Sigue presionando con firmeza, pero sin apretar demasiado. Mantén la calma, lo estás haciendo genial. La ambulancia está en camino.
Pasó como un minuto y mi camisa ya estaba completamente empapada. Felix desapareció un instante y regresó con una toalla de mano. La cogí y la sustituí por mi camisa, viendo mis manos tintadas totalmente de rojo.
Cuando volví a presionar la toalla contra su herida, de repente se movió. Apenas un quejido, un sonido bajo, como si estuviera intentando despertarse. Mis ojos se abrieron de golpe, y por un momento, sentí algo de esperanza.
- ¡Leo! – grité, quitando la toalla un poco para mirarlo mejor.
Sus ojos se abrieron, solo por un segundo, pero lo suficiente para que los viera. Estaban llenos de confusión, como si no supiera dónde estaba o qué estaba pasando. Esa mirada me rompió por dentro.
- Tranquilo, estoy aquí, ¿vale? – le dije, pero antes de que pudiera decir algo más, volvió a desmayarse. – ¡No, no te duermas! – grité, presionando de nuevo la herida.
Rompí a llorar, esta vez sin control. Me faltaba el aire y no pude parar de sollozar, viendo cómo mis lágrimas caían y se mezclaban con la sangre del suelo.
- Dani, sigue presionando y háblale. Aunque no despierte, sigue hablándole – me pidió la operadora, su voz firme, tratando de calmarme.
Intenté recomponerme, pero la voz solo me salía en un susurro.
- Leo, por favor, aguanta… no me hagas esto. Ya vienen, ¿vale? Solo aguanta un poquito más. Estoy aquí contigo. Todo va a estar bien… – mis palabras estaban cargadas de miedo y esperanza a partes iguales.
Con una de mis manos, acariciaba su frío y pálido rostro, intentando darle un poco de mi calor, mientras esperábamos. De pronto, escuché el sonido de la ambulancia acercarse y rayos de luz azules colarse dentro de la casa.
- Michi… por favor, quédate conmigo. Ya viene la ambulancia, ¿vale? Solo aguanta un poco más. Esto no es nada para ti. Tú eres fuerte, ¿verdad? Más fuerte que yo… Así que no me hagas esto.
Mientras terminaba de decir estas palabras, los paramédicos entraron en la casa mientras todos les dejaban paso. Llevaban abrigos reflectantes y caras serias.
Me aparté temblando, limpiando mis mejillas con el dorso de mi mano.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó uno de ellos, mientras otra ya se agachaba junto a Leo.
- Cayó por las escaleras… está inconsciente, creo que golpeó la cabeza contra la pared… – logré decir, mi voz quebrándose.
El médico asentía mientras la enfermera sacaba una linterna pequeña y revisaba los ojos de Leo. Levantó los párpados, observando sus pupilas, mientras otra mano comprobaba su pulso.
- Está respirando, pero es débil. Hay signos de trauma craneal y ha perdido bastante sangre. – informó la enfermera con calma.
El técnico ya había traído una camilla rígida y un collarín cervical. Mientras lo preparaban, el médico se giró hacia mí.
- ¿Sabes si estuvo consciente en algún momento?
- S-sí. Abrió los ojos por un segundo, pero luego volvió a desmayarse – contesté, sintiendo las lágrimas a punto de salir.
- Está bien. Vamos a estabilizarlo primero.
Colocaron el collarín con cuidado, inmovilizando su cuello completamente. Vi cómo la enfermera deslizaba las manos por los brazos y las piernas de Leo, apretando ligeramente, como para comprobar si había alguna fractura.
Con un bote de lo que parecía agua destilada, limpiaron la herida y pude verla mejor. Era una brecha profunda que iba desde su ceja izquierda hacia la sien, acabando encima de la oreja. Los bordes estaban abiertos e irregulares, mostrando carne rojiza y pequeñas zonas donde aún sangraba. Ahora que la sangre no lo cubría todo, se podía ver un moretón formándose alrededor de la herida, acentuando lo grave del golpe. Sentí un escalofrío al darme cuenta de lo cerca que estaba de su ojo y de lo profundo que parecía.
- Va a necesitar suturas, pero no hay signos de fractura. – dijo uno de ellos con calma.
Luego cubrieron la herida de su frente con un vendaje estéril, aunque pronto se volvió rojo.
- La hemorragia parece controlada por ahora, pero la caída fue dura. Hay que trasladarlo ya – dijo el médico.
Mientras lo colocaban en la camilla, me di cuenta de lo pálido que estaba Leo, más de lo que me había parecido antes. La sangre seguía manchando su cuello, incluso con el vendaje.
- ¿Puedo ir con él? – pregunté, mi voz saliendo casi en un susurro.
El técnico me miró con comprensión.
- Si eres su amigo, sí. Sube con cuidado.
Dentro de la ambulancia, todo parecía moverse a una velocidad distinta. La enfermera conectó un monitor para controlar los signos vitales de Leo, mientras el médico le colocaba una vía en el brazo para administrar líquidos. Los pitidos del monitor eran constantes, pero inestables.
- Imagino que ha ingerido alcohol. – me dijo el hombre.
- Sí. – un sentimiento de culpa me invadió, ya que fui yo quien lo propuse.
- ¿Tiene antecedentes médicos? ¿Alguna alergia? – me preguntó el médico.
Negué con la cabeza, sintiéndome inútil por no saber más sobre él.
- Está bien. No te preocupes, haremos todo lo posible.
Mientras la ambulancia avanzaba, me quedé mirando a Leo. Su pecho subía y bajaba con dificultad, y el nuevo vendaje blanco en su frente seguía absorbiendo pequeñas manchas de sangre. Sentí mis manos pegajosas, todavía manchadas, y el olor metálico me revolvía el estómago. Quise limpiar mis manos en mi camiseta, pero no me moví.
- Leo… aguanta, ¿vale? – le susurré, esperando que me escuchara.
La enfermera me miró y me animó a seguir hablando.
- Es bueno que le hables. Puede que no responda, pero ayuda.
Así que seguí hablando, sujetando con cuidado su mano. Le dije cualquier cosa que se me ocurrió: sobre lo mal que me había sentido antes, lo mucho que lo necesitaba, y que todo estaría bien.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que llegamos al hospital, pero fue lo más largo y angustiante que recuerdo.
La ambulancia se paró suavemente frente a la entrada de urgencias y abrieron las puertas de atrás desde fuera. Dos personas estaban esperando fuera, con camisetas de personal sanitario, y ayudaron a bajar la camilla. El médico comenzó a dar los datos de Leo mientras los acompañaba velozmente. Vi de nuevo el rostro pálido de Leo antes de entrar al hospital.
La chica me indicó amablemente que la acompañase fuera, pero, cuando me levanté, me mareé y tuve que sentarme de nuevo. Sentí cómo el pecho se me comprimía y me faltaba el aire.
- ¿Estás bien? – me preguntó la enfermera.
- N-no puedo – susurré, llevándome una mano al pecho. – respirar.
Comencé a sentir un sudor frío por mi espalda y empecé a temblar, apoyando mi cabeza en la pared de la ambulancia e intentando controlar mi respiración.
- Leo… – fue lo único que alcancé a decir.
Empecé a hiperventilar, pero no notaba que mis pulmones captaran oxígeno. Me tiraba de la camiseta, como si aquello le diera espacio a mi pecho para llenarse bien. La enfermera se arrodilló delante de mí y me hablaba calmadamente, aunque no entendía qué decía. Yo solo era capaz de mirarla con pánico mientras seguía temblando y sintiendo que me asfixiaba. Sacó algo de uno de los cajones y se acercó a mí. Vi cómo llenaba una jeringuilla de un líquido transparente antes de agarrarme el brazo.
Sentí el dolor de la aguja atravesando mi piel y el ardor del líquido espeso introduciéndose en mi cuerpo. La chica siguió hablándome calmadamente en todo momento, pidiéndome respirar profundamente y me ayudó a levantarme. Me sentó en el borde de la ambulancia, dejando mis pies colgando. La miraba extrañado mientras mi respiración errática se estabilizaba con el paso del tiempo. Con un líquido transparente y toallitas desinfectantes, me limpió la sangre de las manos y de la cara mientras me decía que Leo se iba a poner bien, que ya estaba a salvo.
Sentí mi cuerpo relajarse poco a poco a medida que el calmante hacía efecto, haciendo que la intensidad de mi angustia fuera cada vez menor. Mi respiración iba cada vez a mejor y cuando la chica me colocó su abrigo por encima, mi temblor disminuyó considerablemente.
- Gracias. – le agradecí.
- No hay de qué, corazón. – su mano apretó mi rodilla con suavidad. – Lo has hecho genial.
Suspiré y justo un hombre con gafas y un polo con el logo del hospital se acercó con un portapapeles a nosotros.
- Hola, perdonad que os interrumpa, pero necesito hacerte unas preguntas. – me dijo, algo serio.
- Sí. – le respondí, sintiendo un pellizco de nuevo en el estómago.
El hombre me preguntó por los datos de Leo y qué había pasado exactamente, rellenando un informe. Cuando terminé de contar hasta el momento en que llegó la ambulancia, me pidió un teléfono de algún familiar adulto. Le conté que era un amigo que había venido de vacaciones a mi casa y que no tenía el número de su madre, pero que podría conseguirlo.
- Perfecto. En cuanto lo tengas, ve al mostrador y dáselo a cualquiera de los que estén allí. – me sonrió cordialmente y se dio media vuelta.
- ¿Leo está bien?
- Es… pronto para saberlo. – dio una mueca con la boca. – Lo más importante ahora es que contactemos a su madre.
Asentí con la cabeza, apesadumbrado. La chica me invitó a hacer la llamada y saqué mi móvil de mis manchados vaqueros. Con los dedos temblando, marqué el número de mi hermano y crucé los dedos para que lo cogiera pronto.
- Hola. – me saludó alegremente. – ¿Cómo va la noche?
- Samu… – intenté decir, pero apenas me salía la voz.
- ¿Qué pasa, enano? – su tono de voz era alarmado, pero no sabía cómo explicárselo. – Daniel, ¿qué pasa?
- Estoy… estamos en el hospital. – dije, casi tartamudeando. – Leo… se ha golpeado la cabeza y… ha perdido mucha sangre.
Lo sentí respirar con fuerza al otro lado de la línea.
- ¿Pero está bien? – su tono de voz era entre preocupado e impaciente.
- N-no lo sé. – las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas de nuevo. – No sé nada, Tato…
Sentí la mano de la enfermera sobre mi hombro, reconfortándome.
- Me piden el número de su madre, yo no lo tengo. – continué.
Podía oír cómo Samu se movía prestamente al otro lado de la línea.
- Sí, sí. Te lo paso ahora mismo. Estoy allí en diez minutos.
No dijo nada más y colgó. A los pocos segundos, un mensaje de Samuel apareció junto a un número de teléfono. ‘Carmen Vecina’, rezaba. Le devolví la chaqueta a la chica después de ponerme de nuevo de pie, esta vez más tranquilo. Le di las gracias de nuevo y me encaminé hacia las puertas de emergencias.
Había una gran cantidad de sillas, algunas ocupadas con gente esperando, y un largo mostrador al lado de unas puertas dobles. Me dirigí hacia una mujer que estaba libre detrás de este y le dije que venía acompañando a un chico que vino en ambulancia y que tenía el número de teléfono de su madre. Después de dárselo, me pidió que me sentase en una de las sillas hasta que algún doctor pudiese darme algo de información.
Hice lo que me pidió y durante unos minutos, en mi cabeza no paraban de repetirse las imágenes de Leo tirado en el suelo, sangrando.
- ¡Dani! – exclamó alguien a mi lado.
Samuel venía a toda prisa hacia mí, con la cara descompuesta.
- ¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? – dijo con preocupación cuando vio mis vaqueros y mi camiseta llenos de sangre.
Antes de explicarle nada, lo primero que hice fue darle un abrazo. Samuel apretó mi cuerpo contra el suyo con fuerza, haciendo que su calor y su presencia me reconfortasen como no podía hacerlo ningún calmante.
- Ten, toma. – me dijo, quitándose su sudadera y poniéndomela por lo alto. – Cuéntame qué ha ocurrido.
- Estábamos en la fiesta, y yo estaba con una chica, Leo se fue con otra… – decía apresuradamente, como si no supiese por dónde empezar.
- Espera, despacio, tranquilízate. – me dijo, sujetando mis manos. – Siéntate y empieza de nuevo.
Le hice caso y ambos nos sentamos en unas sillas. Respiré hondo e intenté decirle solo lo importante.
- Estábamos en la fiesta, habíamos bebido, Leo se fue hacia arriba con una chica y creo que el exnovio de ella lo empujó e hizo que Leo se cayese por las escaleras. – resumí mientras Samu asentía con la cabeza. – Cuando llegué, estaba tirado en el suelo, con una… brecha en la cabeza, cerca de su ojo hasta encima de la oreja. – tragué con angustia. – Había mucha sangre, Tato… creía que se moría ahí mismo.
No pude evitarlo y acabé derrumbándome de nuevo, sintiendo mis lágrimas caer mientras mi hermano me abrazaba de nuevo.
- Bueno, ya está. Se va a poner bien, ¿vale? – me consoló. – Con lo testarudo que es, seguro que no se muere solo por poder jugar al nuevo Fifa.
Aquello me sacó una sonrisa y asentí con la cabeza. Samu me limpiaba las lágrimas cuidadosamente con su mano cuando su móvil comenzó a sonar. Su expresión cambió cuando vio quién era.
- Es la madre de Leo.
Se dirigió fuera de la sala de espera y volvió al cabo de unos minutos.
- Viene de camino. – me dijo, angustiado. – Todo esto es culpa mía.
- ¿Qué dices? Es mi culpa por no haber estado ahí con él. – le dije, confesando el sentimiento que me había estado pellizcando el estómago todo este tiempo.
- Ya, pero él estaba a mi cargo. – suspiró amargamente. – No sé cómo voy a mirar a su madre cuando llegue.
Ambos nos quedamos en silencio, sin saber qué más decir. Esperamos unos minutos que se hicieron eternos, sin quitar la mirada de la puerta doble, hasta que un hombre con bata blanca salió por ellas.
- ¿Familiares de Leo Sánchez? – preguntó.
- Aquí. – dijo mi hermano, y ambos nos levantamos de inmediato.
El médico nos dirigió una mirada profesional, aunque parecía entender lo que estábamos sintiendo. Dio unos pasos hacia nosotros y nos estrechó la mano.
- Soy el doctor Romero. – se presentó. – Hemos conseguido estabilizar a Leo y está aparentemente fuera de peligro.
Samuel y yo suspiramos al unísono y sentí mis músculos relajarse un poco.
- Por el impacto en la cabeza, Leo ha sufrido una herida profunda, de unos 9 centímetros. Hemos hecho una radiografía y un TAC para descartar fracturas craneales y, afortunadamente, no hay señales de hemorragia interna ni daño cerebral significativo. – explicó el médico mientras mi hermano y yo asentíamos con la cabeza. – Debido a la cantidad de alcohol que había en su sangre, le hemos hecho un lavado de estómago.
Me miró a mí directamente, como si supiese que yo había sido cómplice de su borrachera.
- La dilución provocada por el alcohol y la profundidad de la herida han provocado que perdiera mucha sangre, pero la hemos suturado con cuidado y estamos esperando que su presión sanguínea vuelva a la normalidad.
- Entonces, ¿se va a poner bien? – pregunté, con algo de miedo por lo que pudiese responder.
- Ahora mismo, Leo está descansando. Seguiremos observándolo durante las próximas horas para asegurarnos de que no haya complicaciones. Es importante que permanezca aquí esta noche para monitorear su estado neurológico. Con golpes como este, siempre existe un riesgo, aunque ahora mismo no parece que haya secuelas graves.
Respiré profundamente, ahora un poco más tranquilo.
- ¿Está consciente? – preguntó Samuel, quien parecía un poco más entero que yo en ese momento.
El doctor negó con la cabeza.
- Se despertó brevemente durante las pruebas, pero estaba muy desorientado. Es normal en estos casos. Lo hemos sedado para que su cuerpo pueda descansar y recuperarse. Es posible que esté confuso cuando despierte por completo, pero no debería durar mucho.
- ¿Podemos verlo? – pregunté con un hilo de voz.
El doctor sonrió ligeramente, como si supiera lo mucho que necesitaba ese momento.
- Claro, pero solo un rato. Es importante que lo dejemos descansar. Ahora mismo está en observación, pero os llevaré a verlo un momento. Su madre también podrá pasar en cuanto llegue.
- Gracias, doctor – dijo Samuel antes de que yo pudiera decir algo.
El médico asintió y nos guió hacia la puerta doble. Nos condujo por un pasillo iluminado por luces blancas y frías que parecían intensificar mi ansiedad. Samuel caminaba a mi lado, más sereno, aunque sabía que también estaba afectado. Al llegar a la sala de observación, el doctor abrió la puerta y nos indicó que podíamos entrar.
Leo estaba tumbado en una cama, conectado a varios monitores que emitían un pitido rítmico y constante. El líquido de una bolsa transparente y otra roja se unían en una vía que iba a parar a su brazo derecho, donde una gruesa aguja, sujeta con esparadrapo, se introducía por su piel. Tenía la cabeza inclinada ligeramente hacia un lado, cubierta por una venda blanca que parecía sujetar bajo el lateral izquierdo de su cara. Sobre su ojo izquierdo, una gran hinchazón casi morada lo hacía ver diferente, y su rostro, normalmente bronceado y lleno de vida, se veía pálido y apagado. Sus labios, que siempre solían llevar una sonrisa relajada, ahora estaban entreabiertos, secos, dejando escapar una respiración lenta y pesada, mientras un tubo fino se asomaba por sus fosas nasales, ayudándole a respirar mejor.
Me quedé inmóvil unos segundos. Verlo así, tan frágil, me golpeó de una manera que no esperaba. Mis manos comenzaron a temblar de nuevo, y sentí un nudo en la garganta que no me dejaba respirar bien.
- Puedes acercarte. – dijo el doctor suavemente, notando mi duda.
Di un paso al frente, luego otro, hasta que estuve al lado de la cama. La respiración de Leo era pausada pero audible, y eso me dio algo de alivio. Acaricié con cuidado su mano, que estaba fuera de la sábana, fría al tacto, pero inconfundiblemente viva.
Quería decir algo, cualquier cosa que pudiera llegar a Leo, pero las palabras no salían. En su lugar, apreté un poco su mano, como si eso pudiera transmitirle lo mucho que necesitaba que se pusiese bien.
- Podéis quedaros unos minutos más, pero después debemos dejarlo descansar. – dijo el doctor en voz baja antes de salir, dándonos un poco de privacidad.
Me senté en el pequeño sofá que había al lado de la cama, sin soltar su mano. Samuel se quedó de pie al otro lado de la cama, acariciando su rostro con cuidado.
- Estoy aquí, Michi. Todo va a estar bien. – murmuré al fin, mi voz apenas un susurro.
Toda la tensión que había sentido estas últimas horas comenzó a diluirse poco a poco. No sé si fue por el alivio de saber que estaría bien, el cansancio, el calmante o todo a la vez, que mis ojos comenzaron a cerrarse sin darme cuenta y finalmente me quedé profundamente dormido. Ni siquiera me enteré de la llegada de la madre de Leo, ni del entrar y salir de los enfermeros que lo chequearon toda la noche.
Cuando desperté, el sol se colaba ya alto por la ventana, iluminando las paredes con su luz. Al principio no sabía muy bien dónde me encontraba, pero el pitido de los monitores me devolvió a la realidad. Estaba recostado en aquel pequeño sofá, con los brazos sobre mi pecho y una sábana fina me tapaba.
Lo primero que hice fue incorporarme un poco y buscar a Leo con la mirada. Seguía tumbado en la cama, conectado a todas esas máquinas, aunque su piel tenía un color más vivo y sus labios parecían más rojizos. Su madre estaba sentada en una silla al otro lado de Leo y me dirigió una sonrisa cuando me vio moverme un poco.
- Buenos días. – susurró.
- Ho-hola. – le dije, sintiéndome culpable. – ¿Cómo está?
- Sigue durmiendo, pero los médicos dicen que sus constantes son buenas. – me contestó, en un tono esperanzador.
Asentí con la cabeza y me asomé a la cama, tomando de nuevo la mano de Leo, que estaba más caliente ahora.
- Yo… – intenté decir, sin ser capaz de mirarla. – Lo siento, Carmen. Todo esto ha sido mi culpa.
- Dios, eres igualito a tu hermano. – dijo ella, resoplando con una pequeña risa. – Lo que ha pasado no es culpa de ninguno de vosotros, sino del chico que lo empujó. – su tono de voz era tranquilizador.
- Ya, pero… Yo le insistí para que bebiese conmigo… – la culpa me seguía carcomiendo. – Debería haber estado con él.
- Dani, cariño, ya sabes cómo es Leo. Tarde o temprano acabaría ocurriendo. Le doy gracias a Dios porque tú estabas con él. – se acercó a su hijo y le pasó el dorso de su mano por la mejilla. – Tú salvaste a mi niño. – sonrió, pero una lágrima cayó por su barbilla.
No supe qué más decir, sentí que yo también rompería a llorar en cualquier momento, cuando la puerta se abrió lentamente. Samu apareció y me dirigió una leve sonrisa al verme despierto. Llevaba la misma ropa que ayer y una mochila, que dejó a mi lado.
- ¿Alguna novedad? – le preguntó a Carmen, que negó con la cabeza. – Bueno, siempre ha sido un dormilón, no me sorprende. – le quitó hierro al asunto.
- Sí, eso es verdad. – rió Carmen.
- Peque, he traído algo de ropa limpia para Leo y para ti, por si te quieres cambiar. – me dijo mi hermano, pasando su mano por mi cabeza.
Asentí con la cabeza, cogí la mochila y me dirigí al pequeño cuarto de baño. Me quité la sudadera y me miré al espejo. Vi que mis vaqueros realmente estaban manchados de sangre, aunque las manchas eran más notables sobre el blanco de mi camiseta. Me cambié de ropa, poniéndome unas calzonas y una camiseta negra, sintiéndome mucho más limpio, y volví a la habitación.
Samuel insistió en que comiese algo, por lo que fuimos a la cafetería mientras la madre de Leo se quedaba con él. No fue hasta que el olor de la comida entró por mi nariz que me di cuenta del hambre que tenía. Samu me estuvo contando algunas cosas que habían dicho los médicos y cómo fue la reacción de la madre al ver a Leo. También me contaron que nuestros padres estaban muy preocupados, que vendrían al hospital a verlo mañana, cuando llegasen a la ciudad y que Deku se estaba quedando en casa de su amigo Paco. Cuando volvimos a la sala de observaciones, todo seguía igual. No fue hasta que pasaron un par de horas, justo cuando mi hermano salió a hablar por teléfono y Carmen había ido a por café, que Leo despertó.
Con una mano tenía sujeta la suya, mientras que con la otra sujetaba mi teléfono y miraba instagram, intentando entretenerme. Sentí que sus dedos se movieron un poco y rápidamente dirigí mi atención a él. Sus párpados comenzaron a vibrar levemente hasta que se elevaron, mostrando sus ojos verdes llenos de confusión.
- ¡Michi! – susurré, sintiendo cómo me daba un vuelco el corazón, apretándole la mano suavemente e inclinándome sobre él.
- ¿Qué…? – su voz sonaba rasposa y miraba alrededor, desorientado. – ¿Dónde estoy?
- Estás en el hospital. – le respondí, intentando mantener la calma.
- ¿Qué ha pasado? – sus ojos me miraron después de ver la aguja en su brazo derecho, sin terminar de entender.
- Te empujaron y te caíste por las escaleras. – contesté, lentamente. – Te golpeaste la cabeza y… bueno, hubo mucha sangre.
Llevó su mano libre a su cabeza y palpó con cuidado el vendaje sobre esta, haciendo un sonidito de dolor cuando tocó la parte de la ceja.
- ¿Cómo te sientes? – le pregunté, sonriéndole para transmitirle un poco de tranquilidad.
- Me duele la cabeza… y todo el cuerpo, creo. – respondió Leo.
Hizo una mueca mientras dejaba caer la mano de nuevo sobre la cama. Su voz era un susurro, como si hablar le costara esfuerzo.
- Es normal. Te golpeaste muy fuerte, pero ya estás a salvo, Michi.
Le acaricié la mano con suavidad, sin soltarla ni un segundo. Sentía un nudo en la garganta al verlo así, tan vulnerable, pero intenté no dejar que eso se notara. Tenía que estar tranquilo por él. Leo frunció el ceño, como si intentara recordar algo, pero enseguida cerró los ojos con una expresión de frustración.
- No puedo… no puedo acordarme de nada. – su voz tembló ligeramente, y apartó la mirada hacia el techo.
- Es normal, Michi. El médico dijo que podría pasar, pero que no te preocuparas.
Me miró de nuevo, como buscando algún consuelo en mis palabras, aunque su confusión seguía ahí. Se quedó callado un momento, como procesando lo que acababa de decirle.
- ¿Mi madre? – preguntó finalmente, con un tono bajo.
- Ha ido a por café. Seguro que vuelve en un momento. – apreté su mano con más fuerza, y él asintió ligeramente, cerrando los ojos otra vez.
La puerta de la sala se abrió en ese momento, y vi aparecer a Carmen con un vaso de café en una mano y su bolso en la otra. Le sonreí y le señalé con la cabeza a Leo. Se acercó rápidamente a la cama y Leo abrió de nuevo los ojos al escuchar el ruido.
- ¡Mi niño! – exclamó, dejando el café a un lado y acariciándole el rostro con ambas manos. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y su voz tembló al hablar. – Me tenías tan preocupada…
- Estoy bien, mamá… – Leo intentó esbozar una sonrisa, pero el gesto le salió torcido por el cansancio.
- Dani, ¿puedes ir a avisar a alguien que Leo se ha despertado? – me preguntó Carmen.
Asentí con la cabeza y apoyé su mano en la cama suavemente antes de levantarme y salir por la puerta. Solo di un par de pasos cuando me encontré de frente a Samu, que me miró extrañado.
- ¿Qué pasa? – preguntó.
- Leo se ha despertado, voy a avisar a alguien. – le dije, sonriendo.
Samu arqueó las cejas un momento y se fue con paso firme a la habitación. Seguí recorriendo el pasillo hasta que me encontré frente una especie de salita con una barra que no permitía el acceso.
- Hola. – llamé la atención de una enfermera que estaba frente a un ordenador. – Leo Sánchez se acaba de despertar, me han pedido que os avise.
- Oh, muchas gracias. – me contestó la chica amablemente, que marcó un teléfono y dio la información a la persona al otro lado de la línea. – Ya van a revisarlo. -me sonrió.
- Gracias. – le dije, devolviéndole la sonrisa antes de marcharme.
Cuando volví a la habitación, Samu le hablaba a Leo, que sonreía débilmente. Me acerqué a la cama y escuché la conversación. Mi hermano le decía algo sobre Deku cuando un médico y un enfermero entraron al cuarto. Nos pidieron a los dos que saliéramos para hacerle algunas pruebas a Leo, dejando solo a su madre con él. Le apreté la pierna a Leo en señal de complicidad antes de salir y nos sentamos fuera a esperar.
Pasó un buen rato hasta que salieron de la habitación, pero nos pidieron dejarlo descansar un rato. El enfermero llevaba un botecito lleno de sangre. Tanto Samuel como yo lo miramos asustados, pero el doctor nos calmó, diciendo que Leo estaba bien, pero que necesitaba tranquilidad.
Asentimos y nos dejamos caer sobre la silla, dándoles las gracias. Aquello era tranquilizador, pero aún así quería estar con él. Pasaron unas cuantas horas más y ya era casi de noche cuando nos dejaron entrar de nuevo. El rostro de Leo parecía más despierto ahora y me di cuenta de que ya no llevaba aquel pequeño tubo bajo la nariz para respirar. Tampoco había rastro de la bolsa de sangre, aunque la transparente seguía vertiendo líquido en la vía que estaba conectada a su brazo. La parte superior de la cama estaba ahora más elevada, haciendo que estuviera más incorporado.
- ¿Qué tal vas, Michi? – le saludé, sonriendo al ver la mejoría.
- Pues ya ves. – dijo, encogiéndose de hombros. – Muerto de aburrimiento.
- Eso te pasa por querer llamar tanto la atención. – bromeó mi hermano.
- Eres idiota. – rió Leo.
Hablamos durante un rato sobre nada en concreto, haciendo planes para el resto del verano, pensando dónde podíamos llevar a Deku y tonterías varias.
- Tato… – dije de repente. – He pensado que… ¿podría pasar el resto de las vacaciones contigo? Así podría estar cerca de Leo.
- Sí, claro. – me respondió, acariciándome la cabeza. – Me parece una idea fantástica.
Miré a Leo con una sonrisa, pero su rostro parecía contrariado.
- No, Dani, no hace falta. – negó lentamente con la cabeza. – No quiero que dejes de lado tu vida aquí por mí. Yo voy a estar bien.
Pero yo sí quiero. – le dije, insistiendo. – Además, me da igual lo que digas, voy a hacerlo.
Leo esbozó una sonrisa y resopló, sabiendo que no podía hacer nada para que cambiase de opinión.
- Gracias. – me dijo.
Le apreté la mano en respuesta y justo entró un enfermero sujetando una bandeja con comida. Nos saludó y apoyó la bandeja en una especie de mesita para la cama, deseándole buen provecho a Leo antes de salir del cuarto. Bromeamos sobre la mala pinta que tenía, aunque Leo dijo que no estaba tan malo.
Nos quedamos en la habitación hasta que Leo empezó a cabecear. Aunque intentaba mantenerse despierto, el cansancio le ganó y sus ojos comenzaron a cerrarse lentamente. Carmen prácticamente nos echó a casa, alegando que llevábamos todo el día allí, que necesitábamos descansar y que Leo iba a estar dormido hasta el día siguiente. A regañadientes, accedimos y salimos del hospital. Fuimos a buscar a Deku, hablando por el camino sobre alguna sorpresa que darle al día siguiente a Leo. La noche pasó sin mayor trascendencia y al día siguiente volvimos al hospital después de dejar de nuevo a Deku en casa de Paco, cuando apenas eran las once de la mañana.
Llevábamos una bolsa llena de chocolate y chucherías, sabiendo que eran la debilidad de Leo, pero, al llegar a la habitación, no estaba. Carmen estaba en el sofalito, revisando una revista y nos ofreció una sonrisa que denotaba algo de cansancio, pero también cierta tranquilidad.
- Le están haciendo un TAC. – nos informó, antes de que pudiésemos preguntar algo. – Los análisis de sangre están bien y, si el TAC no muestra nada raro, podrían darle el alta esta misma tarde.
Una oleada de alivio me recorrió el pecho y vi una expresión de felicidad en la cara de Samu. Nos sentamos a esperar y, al cabo de unos veinte minutos, un médico apareció empujando una silla de ruedas con Leo sentado en ella. Traía el semblante serio, pero forzó una sonrisa al vernos. El vendaje en su cabeza ya no estaba; lo habían sustituido por un apósito que cubría toda la parte superior izquierda de su rostro.
- No hemos encontrado ninguna anomalía en el TAC – nos informó el doctor con tono tranquilo. – Los resultados son normales, así que vamos a preparar los papeles para darle el alta en unas horas.
La noticia trajo un alivio inmediato, aunque Leo no parecía tan entusiasmado como esperaba. El médico se inclinó un poco hacia él, evaluándolo con una sonrisa profesional.
- Por cierto, si quieres, podrías aprovechar para ducharte antes de irte. Ya puedes mojarte, siempre que tengas cuidado con el apósito. Si necesitas ayuda, no dudes en pedirla.
Leo asintió en silencio, aunque noté que evitaba mirarnos directamente mientras el hombre salía de la sala. Por su expresión, parecía que la idea no le hacía mucha ilusión.
- ¿Qué pasa, cariño? – preguntó su madre.
- Nada, es solo… – apretó sus labios. – Me he visto la herida cuando me la han curado. – dijo, resignado.
- ¿Y qué pasa? – pregunté.
- Parezco Ribéry. – rió con amargura.
- Venga ya, tampoco puede ser tan malo. – dijo Samu, quitándole importancia.
- Sí, sí lo es. Me llega hasta aquí. – se señaló con su dedo la parte lateral del lado bueno de su cabeza, encima de su oreja, un poco más allá del nacimiento del pelo
Carmen dejó escapar un suspiro y se acercó para ponerse de cuclillas frente a Leo, tomando con cuidado una de sus manos.
- Cariño, no seas tan duro contigo mismo. Es normal que ahora te sientas así, pero créeme, las cosas no son tan graves como las ves.
Leo apartó la mirada, con los labios fruncidos.
- Es que… No sé. – empezó, dubitativo. – No quiero que mi cara se quede así, que todo el mundo me mire raro.
- Leo, si te cuidas bien la herida no se va a notar apenas. Yo me abrí la barbilla de niño y apenas se nota. – dijo Samu, levantando la cabeza y enseñando una fina línea bajo su mandíbula, apenas perceptible.
- No es lo mismo. – respondió Leo con un tono apagado.
Aproveché el momento para intervenir, dando un paso al frente.
- Te lo estás tomando demasiado en serio. Vas a tener la raya en la ceja a lo CR7 de fábrica, eso mola.
Leo levantó la mirada y me lanzó una mirada entre incrédula y divertida, aunque seguía intentando mantener su fachada seria.
- Eres tonto.
- No es tonto, es práctico. – me encogí de hombros, con una sonrisa.
Carmen y Samuel rieron suavemente, y hasta Leo dejó escapar una leve sonrisa, aunque intentó disimularla, y su rostro se relajó un poco.
- Bueno, ¿vamos a la ducha? – dijo Carmen, incorporándose.
- Eh… ¿Es necesario? – dijo Leo.
- Sí. Estás empezando a oler mal. – dijo Carmen, mientras se dirigía a la mochila con ropa que trajo Samu ayer.
- Mamá… – protestó Leo, llevándose una mano a la frente, claramente incómodo.
- Ni «mamá» ni nada. – Carmen rebuscaba en la mochila con determinación. – Te va a venir bien ducharte, y no es negociable.
Leo soltó un suspiro resignado y se giró hacia mí, con los ojos suplicantes.
- Dani, ¿me ayudas tú?
La pregunta me tomó por sorpresa, pero asentí casi de inmediato mientras Samu se reía disimuladamente.
- Claro, lo que necesites.
- ¿Estás seguro? – intervino Carmen, arqueando una ceja. – No me importa hacerlo yo.
- No, prefiero que sea Dani. – dijo Leo rápidamente, evitando mirarla. – Es solo que… me da corte.
Carmen pareció comprender de inmediato y asintió con suavidad, dejando la ropa limpia en su regazo.
- Está bien, pero avísame si necesitáis algo.
Ambos asentimos con la cabeza y empujé la silla hasta la entrada del cuarto de baño. Lo ayudé a levantarse. Su andar era inestable, y tuve que sostenerlo del brazo para asegurarnos de que no perdiera el equilibrio.
- Tampoco estoy tan mal. – se quejó cuando notó que lo sostenía como si fuera de cristal.
- Claro que no, Superman. – respondí, intentando aligerar el ambiente. – Pero si te caes ahora, me llevas contigo, y no estoy dispuesto a romperme un brazo por tu culpa.
Leo rió suavemente, aunque todavía había algo de tensión en su expresión. Cerré la puerta tras nosotros y Leo se apoyó en el lavabo, donde dejé la ropa limpia. Abrí el grifo de la ducha, esperando que el agua se calentara, Leo dejó escapar un suspiro pesado.
- Gracias, Dani. – dijo de repente, su voz más seria.
Me giré hacia él, sorprendido por el cambio de tono.
- ¿Por qué?
- Por todo. – respondió, mirándome fijamente. – Los médicos dijeron que, si no hubieras estado conmigo cuando me caí… las cosas podrían haber sido mucho peores. – no supe descifrar su expresión. – También… gracias por no dejarme solo todo este tiempo.
- No tienes que darme las gracias por nada, idiota. – le respondí, dibujando una sonrisa tímida. – Sé que tú hubieras hecho lo mismo por mí.
Leo asintió con la cabeza y no pude evitar decirle.
- No sabes el miedo que pasé esa noche, Leo. Creía que te morías. – le confesé, mientras que él me miraba con tristeza. – Me dio un ataque de ansiedad cuando llegamos al hospital y te separaron de mi lado.
- ¿En serio? – Leo arqueó las cejas, sorprendido.
- Sí, me tuvieron que meter un pichazo. – le dije, mientras se mordía un labio. Hubo un pequeño silencio. – Si llegas a palmarla, no te lo hubiese perdonado nunca. Lo sabes, ¿no? – intenté relajar el ambiente.
- Bueno, menos mal que no lo hice. – soltó una risita. – Te imagino haciendo una ouija solo para echarme la bronca.
Ambos soltamos una carcajada y no pude evitar acercarme a él y darle un abrazo con cuidado de no apretar demasiado. Leo apoyó su cabeza en mi hombro y me rodeó con sus brazos.
- Gracias por todo, en serio. – susurró.
Asentí con la cabeza, pensando un ‘Gracias a ti por seguir vivo’ para mí mismo. Nuestros rostros se alejaron unos centímetros y nos miramos a los ojos fijamente. Sentí un arrebato y no pude evitar acercar mi rostro al suyo, haciendo que nuestros labios se encontrasen en un beso lleno de… ¿amor?
Hasta aquí este episodio de la aventura de Dani, Leo y Samuel. Sé que no hay nada de acción erótica, pero me parecía interesante dar este giro para acercar más a los personajes. Me gustaría saber qué les ha parecido (más allá de que no haya sexo), tanto en los comentarios como por e-mail ( [email protected] ), donde estaré encantado de responderles 🙂
Si que se sigan besando y que no se peleen si serian buenos novios
Que duerman juntos Dani y Leo
Excelente relato… Como sigue?
Como sigue?? Necesito más.
Uufff… Que Delicia de relato. Me has dejado con la polla muy humeda de lo cachondo que me has puesto 💦 así da gusto masturbarse 🤤
Me encanta el relato…Como sigue?
Como sigue?
Gran relato,me encanta esta historia… Como sigue?
Está buenisimo, no sé si prefiero a Dani o a Samu para Leo, adoro estos triángulos. Por favor sigueli pronto. Adoro esta historia