Mi vecino 7
Leo intenta volver a la normalidad de antes del accidente y su vecino decide devolverle el favor de hacía unos días. (Contado desde el punto de vista de Samu).
Mi vecino 7
(Samu)
Después de que diese un pequeño espasmo, la respiración de Leo se tornó lenta y profunda. Tenía su torso desnudo rodeado con mi brazo y la piel caliente de su espalda estaba pegada a mi pecho, mientras que sus piernas estaban sobre las mías. Deku descansaba a su lado tranquilamente, tumbado sobre sus patas y con la cabeza apoyada en uno de los brazos de Leo.
Reviví en mi mente el último par de días, desde que Dani me llamó de madrugada para decirme que estaba en el hospital con Leo. Nunca había sentido tanta angustia como la que sentí mientras iba en coche a toda prisa a su encuentro. Ver a Dani cubierto de sangre solo hizo que me asustase más todavía, pero a partir de ahí las cosas fueron a mejor. Verlo postrado en aquella cama, conectado con tantos tubos y cables me partió por dentro, pero al menos tenía la esperanza de que se pondría bien. Cuando su madre llegó, no sabía cómo mirarle a la cara y no paré de disculparme, pero ella, comprensiva como siempre, me dijo que no era mi culpa y me agradeció por estar con él.
Mi hermano también me preocupó mucho. Cuando lo encontré, estaba pálido y aterrado. Luego me contó que tuvieron que inyectarle un calmante porque le dio un ataque de ansiedad. No se separó de Leo en ningún momento, creo que en parte porque se sentía culpable por lo que había pasado. No me extrañó nada cuando discutió hasta el cansancio con mis padres por tener que quedarse en casa y no poder venir.
Ver el torso desnudo de Leo me dio un poco de aprensión. Estaba lleno de marcas, unas más grandes que otras, como si cada escalón le hubiese dejado un recordatorio. Entendí que sintiese rechazo al verse así, pero hice todo lo posible para hacerle sentir que no había nada de qué avergonzarse.
Su respiración seguía siendo acompasada y tranquila. Se veía tan a gusto que me daba miedo moverme, aunque no pude evitar darle un beso en la espalda antes de dormirme yo también.
No sé si fue el sonido del timbre o los ladridos de Deku lo que nos despertaron un par de horas más tarde. Con cuidado, pasé por encima de Leo mientras este se desperezaba. Me puse la ropa y me dirigí a la puerta. Carmen estaba ahí, con una sonrisa cansada. Me saludó y la invité a entrar. Se acercó a Leo, que estaba sentado en el sofá y le dio un beso.
– ¿Cómo te encuentras? – le preguntó.
– Bien. – contestó Leo tranquilamente. – Me pica un poco la herida, pero no me duele demasiado.
– ¿Te has tomado la pastilla? -preguntó su madre, levantando las cejas.
– Sí, antes de comer. – contestó él.
– Bueno, ahora te tomas otra. – se dirigió a la puerta. – Necesito que vengas a casa, vamos a cenar a casa de los titos, que quieren verte.
A Leo no pareció entusiasmarle la idea, ya que dio un resoplido mientras se levantaba.
– ¿Puedo venir luego? – me preguntó con ojos suplicantes mientras se dirigía hacia la puerta.
– Claro que sí, Michi. Ya sabes que esta es tu casa. – le respondí con una sonrisa, pasándole la mano por encima del pelo con cuidado.
– Sí, cualquiera lo diría, porque pasa más tiempo aquí que en la suya. – dijo Carmen, en un tono entre divertido e irónico.
Antes de salir, los dos se despidieron de mí y tuve que coger a Deku, que intentó seguirlos. Decidí que era el momento perfecto para pasearlo y aproveché para avisar a Tomás, ya que hacía tiempo que no nos veíamos. Me di una ducha rápida y me puse unos vaqueros cortos y un polo. Le puse el arnés a Deku, enganché su correa y me aseguré de coger las bolsitas para perro. Caminé tranquilamente hasta el paseo marítimo, disfrutando de la brisa de aquella tarde de verano. Deku, como siempre, era el centro de atención de la gente que paseaba y hubo un par de personas que me pidieron poder acariciarlo.
Cuando llegué al chiringuito, Tomás ya estaba allí, con una cerveza en la mano y unos cacahuetes sobre la mesa. Nos dimos un abrazo y se sorprendió de lo grande que se estaba poniendo el cachorro que alguna vez fue suyo. Pedí otra cerveza y nos pusimos a charlar durante un buen rato. Le conté lo que había pasado estos días y se quedó atónito, diciéndome que le diera un abrazo a Leo de su parte. Las cervezas siguieron llegando y pronto la conversación tomó un giro más ligero. Cuando nos entró hambre, pedimos de cenar, pero, después de la cuarta cerveza, empecé a sentirme algo mareado. Fue entonces que Deku empezó a gimotear y supe que era hora de volver a casa.
Me despedí de mi amigo con un abrazo y tomé el mismo camino por el que vine, esta vez más lentamente. Cuando llegué a casa, le quité la correa y el arnés a Deku y le eché algo de pienso y una lata de comida, ya que se había portado muy bien. Me tiré en el sofá, sintiendo como todo me daba vueltas y puse en la tele una nueva serie que Tomás me había recomendado. Lo cierto es que me gustó y vi un par de capítulos, hasta que sentí que me estaba quedando dormido. Miré el reloj y vi que ya era algo tarde, pero Leo aún no llegaba. Justo cogí mi móvil para mandarle un mensaje cuando la puerta de casa se abrió.
– Hola. – me saludó Leo, con gesto cansado.
– Hola. – le saludé de vuelta. – ¿Estás bien?
– Sí, sí. -me respondió, sentándose a mi lado. – Mis primos no querían que me fuera y me han tenido toda la noche jugando al Mario Party.
– Habrás ganado por lo menos, ¿no? – bromeé.
– No puedes controlar ganar o perder en Mario Party, Samuel. – entornó los ojos como si fuese lo más obvio del mundo. – O tienes suerte, o no la tienes.
Di una pequeña carcajada, entendiendo que, con lo competitivo que era, no le gustasen ese tipo de juegos.
– ¿Y tú qué has estado haciendo? – preguntó mientras acariciaba a Deku, que se había subido a su regazo.
– He estado con Tomás en el chiringuito. – le respondí.
– ¿Tomando cervecitas mientras mirabais los culos en la playa? – rió, repitiendo la frase que me dijo esta misma mañana.
– Correcto. – le respondí, riéndome yo también.
Leo se desperezó, abriendo los brazos y estirándolos.
– Estoy molido. – dijo.
– Sí, yo también estoy que me caigo. – añadí. – ¿A dormir?
– Sí, vale. – asintió, empezando a tumbarse en el sofá.
– ¿Qué haces? – le pregunté, perplejo. – No vas a dormir en el sofá.
– ¿Por qué no? – dijo Leo, extrañado. – Si siempre lo hago.
– Bueno, pero ahora estás más… delicado. – respondí. – Duerme en mi cama y yo duermo en el sofá.
– No digas tonterías, anda. – negó con la cabeza. – No voy a hacerte dormir en el sofá en tu propia casa.
– Bueno, hay espacio en la cama para los dos, si quieres. – sugerí.
– Por mí está bien. – dijo Leo, sonriente.
Asentí en la cabeza, le ofrecí una mano para ayudarlo a levantarse y nos dirigimos a mi cuarto. Me desvestí y dejé mi ropa en la silla, quedándome en calzoncillos, y me tumbé en el lado derecho de la cama. Leo hizo lo mismo y se echó a mi lado. Puse la sábana por encima de nuestras cinturas, apagué la luz y nos dimos las buenas noches. Pasaron unos minutos y Leo comenzó a respirar cada vez más profundamente.
Me puse de lado y observé su rostro. Aún tenía aquel apósito en el lateral de la frente, pero al menos la zona parecía menos inflamada. Se podía apreciar la sangre haciendo postilla en los pequeños cortes que había en su otra mejilla y el aire se colaba entre sus labios carnosos mientras su torso se hinchaba lentamente.
Llevé mi mano derecha hasta su pecho, rozando con cuidado cada una de sus marcas, sintiendo su piel suave, caliente y lampiño bajo mis dedos. Continué bajando, acariciando ahora su vientre definido, donde una pequeña fila de finos vellos comenzaban a nacer bajo su ombligo y se perdía bajo el elástico de sus calzoncillos.
No sabía por qué, pero me estaba poniendo algo caliente. Recordé que, hacía menos de una semana, Leo decidió chupármela mientras estaba dormido y al final acabamos en aquel 69 que tanto me gustó. Eso me puso aún más cachondo y, con algo de dudas, bajé las sábanas un poco y posé mi mano sobre su paquete. Podía notar el calor que emanaba incluso a través de la tela y estaba blandito. Estuve sobándolo un poco hasta que noté que su miembro comenzaba a ponerse duro. Con cuidado, me puse boca arriba y me pegué un poco a él. Esta vez fue mi mano izquierda la que coloqué en su bulto, mientras mi mano derecha apretaba el mío.
Bajé el elástico de mis calzoncillos y comencé a pajearme suavemente, con cuidado de no moverme mucho para no despertarlo, mientras seguía acariciando su paquete. Noté su pene dar un par de brincos, por lo que bajé sus bóxers un poco, liberando su erección. Rodeé en mi mano su tronco y comencé a masturbarlo mientras sentía cómo mi respiración se aceleraba y mi mano derecha se mojaba de líquido preseminal.
Estaba muy caliente y decidí devolverle el favor a mi vecino. Me moví lentamente hasta colocarme entre sus piernas y vi la cabeza de su pene fuera del elástico de sus calzoncillos, sobre un pequeño charco de líquido transparente. Apoyé mi codo izquierdo a su lado y bajé aquel elástico con la misma mano, mientras con la derecha comencé a pajear de nuevo su juvenil polla. Me armé de valor y acabé agachando la cabeza, llevándomela a la boca. Lo primero que sentí fue el sabor aquel líquido, ligeramente amargo y salado, aunque no me disgustó. Su glande era suave pero estaba duro y caliente. Chupé solo la punta al principio, pero poco a poco comencé a introducirme más centímetros en la boca en una mamada lenta, sin saber si quería que se despertara o no. Pasaron unos segundos cuando escuché:
– Uh. – gimió Leo. – Que rico.
Levanté la cabeza y lo vi mirarme con los ojos entrecerrados, pero con una sonrisa en los labios.
– Eh… – no sabía qué decir. – ¿Quieres que… siga?
Leo asintió lentamente con la cabeza y volvió a cerrar los ojos. Volví a llevarme su trozo de carne a la boca, esta vez chupando con más confianza y succionando un poco. Leo comenzó a gemir ahogadamente mientras sus piernas daban pequeños espasmos. Estuve así un par de minutos hasta que Leo me dijo:
– Yo también quiero chupártela. – su voz casi en un susurro, como con vergüenza.
– No creo que debas, Michi. – le dije, sacándomela de la boca. – No es buena idea que te muevas mucho.
– Pero… – quiso decir.
– Solo calla y disfruta, ¿vale? – le dije sonriendo, aunque sonó un poco como una orden.
– Bueno, vale. – dijo, aunque se notaba que discrepaba.
Le sonreí de nuevo y me moví para quitarle las sábanas de encima. Le quité los calzoncillos y me tumbé entre sus piernas abiertas. Llevé la cara directamente a sus huevos, oliéndolos y pasando mi lengua por ellos para dejarlos bien mojados. Aquello arrancó un quejido de placer de su boca, por lo que continué un poco lamiendo aquella zona mientras lo pajeaba con mi mano. Yo estaba en un estado de éxtasis total y sentía mi erección dolerme un poco, pero en aquel momento mi prioridad era hacer disfrutar a Leo.
Mi lengua parecía tener vida propia y, en un momento dado, comencé a pasarla por debajo de sus huevos, que ya estaban duritos y llenos de saliva. No tenía espacio suficiente, por lo que me incorporé un poco y puse mis manos tras las piernas de Leo, que me miró confundido. En un solo movimiento, levanté sus piernas hasta llevar sus rodillas prácticamente hasta su rostro. Aquello dejó al descubierto aquel agujero apretado y rosado que me moría de ganas de devorar. Aún sujetando sus piernas con mis manos, acerqué mi lengua y lamí por encima su hoyito, haciendo que Leo jadear ahogadamente. Poco a poco apreté más, intentando introducir mi lengua en su ano todo lo posible, sintiendo cómo este cedía cada vez más.
Me encantaba escuchar gemir a Leo cada vez que la metía casi entera y comenzaba a moverla dentro; sentía que me explotaría la polla en los calzoncillos.
Por un momento, pensé en metérsela. Juro que no había nada que quisiese más en ese momento, pero había algo en mí que me lo impedía, aunque no sabía el qué.
Bajé sus piernas y vi la cara de excitación de Leo. Le dediqué una sonrisa antes de acercarme un poco más a él y coger con mi mano derecha su rabo, que estaba goteando líquido preseminal. Comencé a pajearlo intensamente y con mi mano izquierda le acariciaba los huevos. Leo jadeaba fervorosamente y decidí dar un paso más.
Bajé un poco mi mano izquierda, buscando con mi dedo anular su mojado ano, que cedió fácilmente ante la presión que ejercí en él.
Leo suspiró, apretando mi dedo con su esfínter antes de volver a relajarse de nuevo. Le pregunté con la mirada si aquello estaba bien, pero él estaba con los ojos cerrados, mordiéndose el labio. Interpreté aquello como una buena señal e introduje un poco más mi dedo, sintiendo cómo aquella parte inexplorada estaba más apretada. Lo dejé estar unos segundos, en los que su ano se contrajo varias veces a la vez que le polla de Leo se hinchaba en mi mano.
Por los sonidos que Leo emitía, tenía la impresión de que no le quedaba mucho, por lo que aumenté el ritmo de la paja y comencé a meter y sacar el dedo en su hoyito. Unos segundos después, tal y como predije, Leo anunció:
– Me corro. – jadeó.
Sentí su rabo hacerse más grande por un segundo y este comenzó a escupir abundantes rayos de leche que salieron disparados hasta su pecho mientras gemía como loco. Me quedé impresionado por la tremenda corrida que acababa de soltar.
– Joder, tenías los huevos llenitos, ¿eh? – bromeé.
– Sí, bueno… – empezó a decir, intentando recuperar el aliento. – Por lo que sea, no he podido vaciarlos desde hace unos días.
Aquello me sacó una sonrisa, aunque había algo que me apremiaba. Con mi mano derecha, solté su pene y me bajé los calzoncillos. Leo puso cara de asombro cuando vio que la tenía tan grande y rezumando líquido. Comencé a masturbarme, esparciendo todas esas babas por el capullo y sin sacar mi dedo del tierno culo de mi vecino. Lo saqué y metí unas cuantas veces, concentrándome en esa sensación mientras cerraba los ojos y me pajeaba vigorosamente. Leo soltó un pequeño quejido cuando empecé a dedearlo cada vez más profundo.
– Aguanta. – le supliqué.
Dos segundos después, sentí una corriente eléctrica que me recorrió el cuerpo entero y, exclamando de placer, estallé sobre el cuerpo de Leo, mezclando mi leche con la suya.
– Sácalo ya, porfa, me escuece. – me pidió Leo.
– Sí, perdona. – le dije, sacando mi dedo de dentro de él.
Me tiré a su lado, exhausto. El silencio se hizo en la habitación mientras intentaba estabilizar mi respiración y recuperarme de aquello.
– Voy a darme una ducha. – dijo Leo, algo serio.
– Sí, claro. – le contesté.
Leo se dirigió hasta la puerta y salió por ella. Cogí de mi mesita de noche un paquete de toallitas y me lavé las manos y mis partes. Mientras esperaba a Leo, estuve mirando el móvil para no quedarme dormido, hasta que escuché el sonido de la ducha cortarse. Leo apareció envuelto en una toalla en la habitación.
– Creo que… voy a dormir en mi casa. – dijo, sin mirarme.
– ¿Qué? ¿Por qué? – le pregunté, extrañado.
– Me duele un poco la cabeza y la herida. – contestó, dirigiéndose a la silla, donde estaba su ropa.
– ¿En serio? – dije, sin saber si era verdad o una excusa.
– Sí. – contestó mientras se ponía las calzonas, sin dar lugar a réplica.
– Leo…
– Hablamos mañana, ¿vale? – me dijo, cogiendo la camiseta y saliendo de la habitación.
Segundos después, escuché el ruido de la puerta de la casa al cerrarse. Aquello me dejó… No encontraba las palabras para describirlo. Por un momento, todo pareció estar bien, creía que ambos estábamos disfrutando. No entendía qué acababa de pasar, pero supe que necesitaba darle espacio si es que lo necesitaba. Triste, su partida me dejó triste.
Hasta aquí este capítulo. Espero que les esté gustando cómo se están desarrollando las cosas. Si es así, o tienen alguna sugerencia para mejorarlo, no duden en
dejarme un comentario en la cajita o por email ( [email protected] ), me animan mucho a seguir escribiendo. Saludos :))
Como sigue¿?
Que no se alejen y estén los 3 juntos
Hola cuando retomas la historia? Metele más erotismo