Mi vecino adolescente
Mi hermano se hace amigo del vecino de enfrente y acabamos los tres desnudos en la playa por la noche.
Hola, mi nombre es Samuel, tengo 21 años y acabo de terminar el tercer año de mi carrera universitaria. Vivo solo en un pequeño apartamento, a una hora y poco de donde viven mis padres y mi hermano Daniel, que iba a pasar a tercero de secundaria.
Mido un metro setenta y mucho, tengo el pelo castaño, cortito por arriba y aún más corto por los lados. Ya llevo casi un año en el gimnasio, por lo que mis hombros son anchos y se me empiezan a marcar algo los músculos. Como buen universitario, me gusta salir de fiesta de vez en cuando, aunque tampoco soy el más fiestero de mi grupo.
Como vivo cerca de la playa, paso la mayor parte del verano aquí, aunque también voy alguna que otra semana para ver a mi familia.
El piso donde vivo es más bien pequeño: tiene solo una habitación con cama de matrimonio, un cuarto de baño, la cocina y el salón. Aún así, es más que suficiente para mí solo. En frente de mí vivía una madre soltera con su hijo Leo, de la misma edad de Daniel.
Leo era un chico vivaz y lleno de alegría. Tenía el cabello de color castaño bastante claro, largo por la parte del tupé, pero siempre despeinado. Estaba fibrado debido a estar en un equipo de fútbol y sus piernas y trasero estaban bastante musculadas. Sus cejas finitas le hacían parecer un angelito pero sus ojos verdosos estan llenos de picardía. Su nariz era chata y en su boca de labios carnosos siempre había una sonrisa.
Me lo había cruzado un par de veces, por el portal y el rellano de nuestro piso, pero no fue hasta el verano de mi primer año viviendo aquí que lo conocí en condiciones.
Mi hermano también era parecido en algunos aspectos a Leo, pero, aunque tenía un poco más de sesera, siempre le acababa siguiendo la corriente. Daniel tiene el pelo negro como yo, pero él lo lleva con un mullet y se lo cuidaba bastante. Sus cejas eran oscuras le daban un semblante tranquilo. Sus ojos, como los míos, eran de color avellana. Su nariz era chata y sus labios rosados. Dani jugaba al pádel así que tambien estaba bastante al forma y no solía quedarse quieto mucho tiempo.
Mi hermano vino a pasar una semana conmigo y el primer día se conocieron en la piscina del bloque, mientras un amigo y yo estabamos de cháchara en una sombrilla.
Pude ver como Leo llevaba un balón y se acercó a Dani para ver si jugaba con él. Estuvieron un buen rato jugando y luego en la piscina hasta que se acercaron a nosotros, Leo envuelto en una toalla.
– Tato, ¿podemos subir a casa para jugar al FIFA? – me preguntó, medio jadeando, mientras se envolvía en su toalla.
– Sí, claro. – le dije, buscando en mis bolsillos la llave. – Pero no me mojéis el sofá.
Ambos asintieron con la cabeza, les di la llave del piso y se fueron. Mi amigo y yo estuvimos un rato más hablando y bañándonos en la piscina hasta que fue la hora de comer y se tuvo que ir. Cuando llegué a casa, desde la entrada podía escuchar lo animados que estaban los dos jugando a la consola. Los dos reían mientras jugaban contra otras dos personas en un partido online, ambos estaban en camiseta y calzoncillos, lo cual me extrañó un poco, pero lo cierto es que parecía que habían congeniado a la perfección. Me cambié y le pregunté a Leo si quería quedarse a comer, ya que iba a hacer de comer macarrones con tomate y queso. Me contestó que tenía que preguntar a su madre y la llamó por teléfono. Ella parecía estar trabajando y le pidió a su hijo que me pusiese al teléfono. Le comenté que mi hermano y él se habían llevado muy bien y que podía quedarse a comer si quisiese, a lo que ella accedió, agradeciéndome el gesto. Así fue que Leo empezó a entrar en nuestras vidas. Dani y él hacían un tándem perfecto, cada cual más alocado. Yo, por mi parte, estaba encantado de disfrutar con los dos chicos. Esa misma semana estuvimos yendo a la playa y a jugar al fútbol, se quedaba en casa por las tardes para hacerle compañía a mi hermano mientras yo me echaba la siesta y su madre nos invitó a cenar la noche antes de que Daniel volviese con mis padres.
Carmen, que así se llamaba mi vecina, era una mujer encantadora. Era madre soltera, trabajaba como limpiadora en un hotel y echaba turnos infinitos para poder mantenerlos a ambos.
Tuvimos una velada muy divertida, cenando pizza y jugando juegos de mesa después. A la mañana siguiente llevé a Dani a la estación de tren y, tras darle un beso y un abrazo, prometiéndole que volvería a casa pronto, se montó en el vagón y se fue.
Mi sorpresa fue cuando, un poco más tarde de haber llegado a casa, sonó el timbre. Leo estaba ahí, como siempre con una sonrisa, pidiéndome jugar a la play un rato con él. Yo accedí y estuvimos jugando un rato hasta que me tuve que empezar a preparar para irme, ya que había quedado. Esta situación se empezó a repetir, haciendo que Leo pasase las tardes en mi casa cuando yo estaba en ella. Empezamos a ver series y películas, jugar a distintos juegos, o simplemente a estar echados cada uno en un lado del sofá con el móvil. Carmen se moría de la vergüenza, pero yo no paraba de decirle que todo estaba bien, que me hacía mucha compañía y que me gustaba tenerlo rondando por casa. Los meses siguieron pasando y nuestra confianza era casi completa. Leo tenía una llave de mi casa por si quería estar en ella cuando yo estaba en clase por las tardes, su madre (aunque yo le repetía que no hacía falta) me preparaba comida cada vez que guisaba, nos contábamos cotilleos y los rollos que yo iba teniendo y que él empezaba a tener, nos pasabamos los domingos medio en calzoncillos viendo películas… Algunos fines de semana, que jugaban en el campo de otro pueblo, lo llevaba para que jugase y lo cierto es que era bastante bueno. Me acompañó varias veces a casa de mis padres para estar con Dani, que también empezó a venir más seguido a verme para estar con él. Alguna que otra vez nos quedamos dormidos en el sofá y cuando me despertaba lo llevaba hasta mi cama para no despertar a su madre, que se levantaba muy temprano. Para mi Leo pasó a ser como mi otro hermano pequeño, por lo que a veces también le regañaba e intentaba corregirlo, ya que no era el mejor estudiante.
Recuerdo la vez que lo vi desnudo por primera vez, que fue el mismo día del nacimiento de su mote: fue hace como un año, era primavera y Dani vino a echar el fin de semana. Esa noche hacía calor y mi hermano tuvo la idea de ir a ver las estrellas en la playa. Cogimos unas cuantas toallas y nos fuimos al coche. Fuimos a una cala cercana a la que ya había ido algunas veces con mis amigos, que sabía que no era muy concurrida y que las vistas serían mejores al no haber muchas luces cerca. Tal y como preví, la playa estaba vacía y nos tumbamos para ver el cielo estrellado y esperar ver alguna estrella fugaz. Estábamos hablando de varias cosas, cuando Leo dijo en tono desafiante:
– No hay huevos a meterse en el agua.
– ¿Qué dices? Si no hemos traído bañador ninguno. – contestó Daniel.
– Bueno, pues en pelotas. – dije yo, para animar a mi hermano.
– No sé, me da algo de miedo. – dijo mi hermano.
– Vamos, tío, no seas cagón. – dijo Leo, levantándose.
– Venga, Peque, aunque sea en la orilla que la marea está baja y no cubre. – le dije a mi hermano, poniéndome yo de pie también.
– Vale, pero solo ahí. – dijo, convenciéndose.
Leo fue el primero en quitarse la camiseta y nosotros lo seguimos. Enseguida los tres estábamos desnudos y dejamos la ropa encima de las toallas. Observé entonces el cuerpo de mi hermano, y es que hacía mucho tiempo que no veía a Dani desnudo y lo cierto es que había cambiado bastante, ya que le había crecido bastante el pene, que ya no era el de un niño. Tenía el mismo color de piel que su cuerpo, parte del glande asomaba de su prepucio, sus bolas eran ago más grandes y había un pequeño matojo de finos vellos que crecía arriba de su pene y en sus testículos.
– No me habías contado que ya tienes pelos ahí abajo. – le dije de broma, señalando con la mirada
Leo se rió y Dani me dio con el puño en el hombro, mordiéndose el labio y poniendo los ojos en blanco mientras empezamos a caminar de camino al algua. Me fijé entonces en las partes de Leo: se notaba que estaba empezando a entrar en la pubertad, ya que como Dani, tenía una matilla de vellos, pero su pene seguía teniendo unas dimensiones algo más pequeñas. Era de un color rosado y estaba cubierto por su pellejo completamente, aunque los huevos los tenía grandes en comparación.
Yo, por mi parte, estoy conforme con mi miembro, que siempre intento llevar depilado. Medirá unos 18cm, es más oscuro que la piel que le rodea y, como mi hermano, tiene el glande medio cubierto por el prepucio.
– Tengo una idea. – dijo Leo, parándose en seco. – El último en llegar al agua le tiene que dar un beso en el culo a los otros dos.
Dicho esto, salió disparado en dirección al mar. Mi hermano y yo nos miramos perplejos, iba a decirle que pasaba de correr, pero el muy mamón me dió un empujón que me hizo retroceder y echó a correr tras Leo. Pude ver dos oscuras figuras de blancos culos que se alejaban de mí e intenté alcanzarlos, pero tras tropezarme, no conseguí pillarlos antes de que se metieran en la templada agua.
Los tres nos tiramos al agua entre risas y jadeando y nos sentamos en la arena con el agua tibia cubriéndonos por el ombligo.
– Impugno la carrera. – dije yo, animadamente. – Encima casi me mato con un agujero.
– Nada de eso, es justo porque que eres más mayor que nosotros. – dijo Leo.
– Verdad. – dijo Dani, levantándose y dándose la vuelta. – Venga, bésame el culo. – se tronchó él mismo de risa y empezó a menear el trasero.
A Leo y a mí nos dio un ataque de risa. Me acerqué medio nadando y acerqué mi cara a ese culito respingón, blanco y sin ningún pelito. Posé mis labios en la piel suave y fresca de unos de sus cachetes y con mis manos lo agarré por la cintura. Absorbí con fuerza y empecé a hacerle un chupetón mientras él se intentaba quitar a la vez que se reía, hasta que al final me separé, dejándole una marca rojiza en su trasero.
Leo se partía de risa mientras nos echaba agua, por lo que me levanté y fui hacia donde estaba él. Cuando se dio cuenta, se puso de pie y echó a correr, pero pronto lo cacé y lo tiré de bruces al agua. Se incorporó para intentar huir de nuevo, pero lo agarré de la cintura y dirigí mi cara a su culito blanco, que tambien era lampiño y suave. Clavé mis dientes en uno de sus cachetes y apreté suavemente.
– Ayyy. – dijo, riéndose y poniéndome las manos en la cara, a lo que apreté un poco mi mordida. – Yaa, que duele.
Abrí la boca y me eché para atrás, viendo la señal que dejaron mis dientes en su piel. Leo pasó su mano por la zona para aliviarla mientras se giraba.
– Eso no es un beso. – dijo, recriminándome entre risas.
– Os pasa por hacer trampas. – dije, encogiendo los hombros.
No sabía por qué, pero la escena me había excitado y estaba teniendo una erección, la cual intenté ocultar bajo el agua. Para mi sorpresa, el pene de Leo estaba creciendo también y, cuando me giré para ver dónde estaba Dani, este venía andando con la polla morcillona.
– Dani, tu hermano me ha mordido el culo. – dijo Leo, dándose la vuelta y enseñándole el bocado que tenía en el cachete.
Todos nos reímos y Leo se sentó a mi lado mientras mi hermano llegaba a nuestra vera, cubriendo con la mano sus genitales y sentándose junto a mí.
– No hace falta que te tapes, Peque, creo que todos aquí nos estamos empalmando, jaja. – le dije.
– Sí, a mí también se me ha puesto dura. – dijo Leo.
Sin ninguna vergüenza, este apoyó los codos en la arena y, levantando la cadera, sacó su pene erecto y sus bolas de la orilla, enseñándonosla. Dani y yo nos reímos, pero lo cierto es que no estaba nada mal para la edad que tenía. Debía medir unos 12cm, era gruesita y aún seguía cubierta por el piel de su prepucio.
– La mía es más grande. – dijo Dani, ahora con más confianza y haciendo lo mismo que Leo.
Me quedé sorprendido del buen tamaño que tenía el rabo de mi hermanito, de unos 13-14cm aunque algo fina.
– Oye, buena tula, es casi como la mía. – le dije, haciendo lo mismo que él y sacando mi virgo del agua y enseñándoselo a los chicos.
Los dos se quedaron mirando mi pene, como hipnotizados, hasta que Dani dijo:
– Que va, la tuya es mucho más grande y más gorda.
– Bueno, pero soy mayor que vosotros, cuando crezcáis quién sabe quién la tiene más grande. – contesté yo. – ¿Ya os pajeais?
Aquella pregunta salió de mí inconscientemente, no sé si fruto de la excitación o la curiosidad.
– Yo sí. – contestó Dani, orgulloso.
– Yo no. – dijo Leo, algo cortado.
Se hizo un silencio algo extraño, pero mi hermano enseguida rompió el hielo.
– Y eso que siempre te haces el malote. Más que un León, eres un «Michi».
Aquello me hizo mucha gracia y no pude evitar reírme del comentario. Leo intentó aguantarse, pero se acabó riendo también, echándole agua a Dani, que se partía de risa de su propio comentario. Despues de recuperar la compostura, pensé que lo mismo, al no tener una figura en casa, Leo no había tenido «la charla» típica, cosa que me dio algo de pena.
– ¿Sabes cómo se hace? – le pregunté a Leo.
– ¿El qué? – contestó el.
– Una paja. – dije yo.
– No muy bien, la verdad. – respondió él, algo nervioso.
– Es muy fácil, yo empecé a hacérmelas después de pillar a Samu haciéndolo en su cuarto. – dijo Dani, mirándome pícaramente.
– ¿Cuándo ha sido eso? – le pregunté, ya que no sabía eso.
– Hace un par de meses, cuando te quedaste el fin de semana en casa. – me respondió.
– Serás cotilla. – le dije, dándole una colleja. – Bueno Leo, no te ralles, es la cosa más fácil del mundo. – le dije a mi vecino, girándome para hablar con él. – Cuando estés solo y estés caliente, te la coges y subes y bajas el pellejo hasta que sientes mucho gustito y te sale leche. – este asentía con la cabeza y me giré para mirar a mi hermano. – ¿A ti ya te sale?
– Un poco, pero no es muy espesa. – me contestó, mientras su mano subía y bajaba por su pene debajo del agua.
– ¿Nos hacemos una? – le dije a los chicos.
– ¿Ahora? – dijo Leo, algo cortado.
– Yo por mí sí, me va a explotar. – contestó Dani, que ya estaba en ello.
– Pero es que no sé muy bien cómo hacerlo. – dijo Leo, apenado.
Tomé la iniciativa y me puse de pie, girándome para que Leo pudiese ver bien cómo lo hacía. Puse una de mis manos en mi pene y me bajé un poco el prepucio.
– Lo único que tienes que hacer es cerrar la mano un poco mas arriba de la mitad y subir y bajar el pellejo, vas a ver que da mucho gustito. – hice lo que dije que tenía que hacer y comencé a pajearme suavemente. – Ponte de pie y prueba.
Este asintió con la cabeza y se incorporó a mi lado. Su rostro ahora era de curiosidad y excitación. Su rabo estaba completamente tieso y apuntaba al cielo. Imitó mis movimientos y con dos dedos se bajó un poco el prepucio, agarró su pene y torpemente empezó a masturbarse. Yo seguía pajeándome lentamente mientras observaba cómo se masturbaba Leo. No sabía por qué pero ver a mi hermano y a Leo desnudos me estaba excitando mucho, y ver cómo se pajeaban aún más.
– No sé si lo estoy haciendo bien, no siento mucho, la verdad. – dijo Leo al cabo de unos segundos.
– A ver, déjame ayudarte. – le contesté.
Di un par de pasos y me coloqué detras de Leo. Agarré su mano derecha con mi mano y la cerré sobre el la última parte de su rabo, subiendo y bajando la piel de forma lenta para ver si todo iba bien.
– Siento igual. – me dijo Leo.
Me acerqué más a él, pegando mi pecho a su espalda, que estaba mojada pero caliente, para poder echar un mejor vistazo. Retiré nuestras manos y con la mía bajé algo más el prepucio, dejando a la vista una cabecita rosada. Esa fue la primera vez en mi vida que toqué un pene que no fuese el mío, y lo cierto es que me excitó un poco. Cogí de nuevo su mano, la cerré sobre su pene y empecé a pajearlo suavemente. De la boca de Leo salió un suspiro y supe entonces que por fin sintió cómo es una buena paja. Podría haber parado y dejar que él siguiera, pero seguí pajeándolo con su propia mano mientras apretaba más y subía el ritmo de la paja. Levanté la vista y vi cómo mi hermano nos miraba mientras se pajeaba intensamente, suspirando fuerte. Mi pene daba brincos de la excitación y rozaba de vez en cuando la espalda baja de Leo, que cada ve estaba más caliente. Seguimos así por unos minutos, mientras que las gotas de sudor comenzaron a recorrer nuestros cuerpos y Leo jadeaba descontroladamente, apoyando su cabeza en mi hombro. Mi aliento cálido se estrellaba en el cuello de mi vecino y, de la excitación que tenía, di un pequeño paso hacia adelante y coloqué mi pene erecto entre las nalgas de Leo. Pude sentir cómo su pene daba un pequeño brinco y unos diez segundos después Leo anunció:
– Para, voy a mearme.
Yo me arrimé más aún, refregando mi rabo en su culo, aumenté la paja y me asomé sobre su hombro. Un segundo mas tarde, Leo gimió fuertemente y un rayo de líquido blanquecino salió disparado hacia el agua de su pene mientras que este palpitaba. Yo retiré mi mano para evitar mancharme y di un paso hacia atrás, para comenzar a pajearme frenéticamente. Leo se sentó en el agua, intentando recuperarse de su primer orgasmo y mientras Dani seguía pajeándose bajo el agua, con los ojos cerrados y mordiéndose el labio. Entre tanta excitación ya me quedaba poco para terminar cuando escuché decir a mi hermano «Me corro» y vi cómo sacaba la polla del agua y como un par chorros blancos salían de esta. Leo estaba atento a cómo mi hermano gemía mientras todo esto sucedía y también le hice saber que yo también estaba por correrme.
– Mira la leche de un hombre. – le dije.
Acto seguido, mi rabo empezó a palpitar y a soltar hasta tres largos chorros de lefa que acabaron en el mar.
Cansado, me dejé caer en el mar y me senté en la arena, intentando recuperar el aliento
– Joder, Tato, ¿siempre te corres tanto? – me preguntó mi hermano.
– No, no. Es que llevaba unos cuantos días sin hacerlo. – tragué saliba. – Solo me corro así cuando no me pajeo en días o cuando follo.
– Además, es más espesa que la nuestra, ¿no? – comentó Leo.
– Sí, cuando crezcais echaréis más y no tan líquida. – respondí.
Los dos asintieron con la cabeza. Estuvimos relajándonos un rato más y al rato volvimos a las toallas. Nos secamos un poco y, desnudo como estábamos, nos echamos a ver si veíamos alguna estrella fugaz. Cuando ya vimos dos o tres, decidimos que ya era hora de volver a casa, así que nos secamos y nos dirigimos al coche.
Quién me iba a decir que, a parte de ser la primera vez que veía a mi vecino desnudos y siendo hetero, no sería la última vez que tocaría su polla.
Hasta aquí la primera parte de esta historia. Si les ha gustado y quieren una continuación, no duden en hacérmelo saber en los comentarios o vía email ([email protected]) donde les contestaré cualquier duda o comentario. Gracias de antemano!
Como sigue?
que maravilla de relato… como sigue?
Como sigue?
Gran relato… me encanta como inicia esta historia.
Muy excitante y buena la descripción que haces de esos penes en desarrollo. Qué rico!
qué caliente tu historia, espero que sigas contando esas aventuras con tu hermano y el amigo
Uuff… Espero que nos sigas contando más de esta historia 🔥🔥