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Bisexual, Gays

Mi vecino adolescente 10

Después de sobrepasarse con su vecino, Samu intenta arreglar las cosas, convencer a Leo que todo fue un error y volver a recuperarlo. ¿Aceptará el muchacho?.
Mi vecino 10

 

(Samu)

 

 

El sonido de la puerta de casa cerrándose me indicó que Leo se había marchado mientras yo seguía llorando desconsoladamente sentado en el borde de la cama. No entendía cómo había sido capaz de hacer eso, simplemente no me entraba en la cabeza. El remordimiento y la culpa me carcomían por dentro mientras intentaba recomponerme, pero me resultaba difícil.

 

Todo estaba saliendo a pedir de boca. Por fin había podido aclarar las cosas con Leo, entender cómo se sentía conmigo y confesarle que… me gustaba. Había sido duro deducir que él y mi hermano estaban empezando algo, pero también tenía claro que Leo sentía algo por mí más allá de la amistad. Intenté aferrarme a esa posibilidad, demostrarle lo bien que podría sentirse conmigo, que no soy ningún niño. Habíamos llegado al punto donde tanto había soñado, lo tenía clavado, sintiendo su ano apretado cerrarse sobre la base de mi rabo, con mis huevos pegados a sus nalgas mientras nos besábamos.

 

Pero algo en mí cambió, no sé cómo. No fui capaz de parar, incluso cuando me pidió que lo hiciese con los ojos llenos de lágrimas. Tenía nublado el juicio y lo único en lo que podía pensar era en seguir, más rápido, más fuerte, hasta terminar. No sé en qué momento no vi lo mal que lo estaba pasando, aunque realmente sí lo sabía. Mi mano se puso instintivamente en su boca para callarlo, temeroso de que Dani despertara, mientras seguía empujando como un animal. Era como si otra persona se hubiese adueñado de mi cuerpo.

 

No fue hasta que estallé dentro de él que fui consciente de lo que acababa de hacer. La culpa y el miedo me recorrieron el desde la nuca hasta la planta de los pies, dejándome helado, mientras lo veía coger aire como si hubiese estado a punto de ahogarse. Pero fue el terror que había en sus ojos cuando me miró lo que realmente me consternó. No entendía cómo había sido capaz de hacerle algo así.

 

Intenté tranquilizarme, respirando entrecortadamente, pero cada vez de forma más controlada. Me levanté y fui al cuarto de baño para darme una ducha que me despejara la cabeza. Puse el agua a correr para que se calentara y, cuando estaba delante del espejo, vi algo raro en mi entrepierna. La zona estaba manchada de algo rojizo y se me heló la sangre. Fui de vuelta a mi cuarto con paso ligero y moví las sábanas. Tal y como temía, había un pequeño charco con algo de mi corrida, pero mezclada con sangre.

 

Me llevé las manos a la cabeza mientras se me encogía el corazón. Había sido incluso peor de lo que creía. Arranqué las sábanas y las tiré al suelo, sin ser capaz de observarlas de nuevo. Volví al cuarto de baño y me metí en la ducha. El agua estaba tan caliente que casi me quemaba, pero en parte no me importó, sentía que me lo merecía. Me quedé sentado en el suelo, sintiendo el agua caer por mi cuerpo, purgándome, relajando mis músculos tensos y llevándose algo de mi angustia.

 

Cuando al fin salí de la ducha, volví a mi cuarto. Llevé las sábanas hasta la lavadora y las puse a lavar para después poner un juego limpio sobre la cama. Odiaba estar en ese cuarto, era incapaz de tumbarme en esa cama. Fui al salón y vi a Dani durmiendo plácidamente en la misma postura en la que lo dejé antes de ir al balcón. Su rostro parecía angelical y mis manos acariciaron su pelo instintivamente.

 

Lo admito, en algún momento me sentí celoso de él. La complicidad que tenía con Leo me provocaba un sentimiento que me costaba digerir, aunque fue esta mañana, cuando lo vi en la cama con Leo, con el labio inferior mordido, cuando me di cuenta de que mis inseguridades no eran infundadas. Aquello me llenó de rabia y no me lo pensé dos veces en ponerle una pastilla para dormir en la bebida antes de ver la película para poder hablar por fin con Leo.

 

El remordimiento me abofeteó de nuevo al ver lo que había llegado a ser capaz de hacer para tener a Leo. Unos años atrás, habría sido capaz de coger en brazos a Dani y llevarlo hasta mi cama, pero ya no era un niño. Le di un par de palmaditas en la cara para despertarlo mientras lo llamaba suavemente, hasta que abrió los ojos.

 

¿Qué pasa? – me preguntó, extrañado, con los ojos entrecerrados.

Vamos a la cama. – le respondí en voz baja.

 

Dejó salir un pequeño gruñido en señal de disconformidad, así que tiré de él para ayudarlo a incorporarse. Se quejó un poco, pero al final acabó accediendo y caminó como un zombi hacia el cuarto, dejándose caer en la cama como un saco de patatas. Aquello me sacó una pequeña sonrisa y lo tapé con la sábana antes de darle un beso en la cabeza. Llevé una almohada y una manta hasta el sofá e intenté dormir. No voy a negar que me costó mucho, las imágenes de lo ocurrido me sobrevolaban por la mente, aunque, no sé cuánto tiempo después, conseguí dormirme.

 

Los días siguientes fueron algo duros. Leo me había pedido tiempo, y lo único que podía hacer era respetarlo. Dani, ajeno a todo, empezó a pasar más tiempo con él y, aunque me moría de celos, tragué saliva y los dejé estar. Esta vez no iba a ser egoísta. Leo necesitaba espacio, y si estar con mi hermano le ayudaba a sentirse mejor, yo no era nadie para impedírselo.

 

Dejé de estar en casa la mayor parte del tiempo. Salía desde la mañana y no regresaba hasta tarde, pasando la mayor parte del tiempo con Tomás o Paco. Empecé a fumar a diario, me ayudaba a despejar la mente, y las cervezas comenzaron a ser más frecuentes. Algunas noches dormí en casa de Tomás, cualquier cosa para evitar ver a Leo. No porque no quisiera, sino porque no podía. La idea de encontrarme con su mirada y ver en ella todo lo que le hice era demasiado. Siempre avisaba a Dani antes de volver a casa por si Leo estaba y quería irse, para que no tuviésemos que vernos.

 

Pasó una semana. Una semana de silencio en casa, de culpas acumuladas y noches sin dormir. Hasta que un día, a la hora de la siesta, Dani me acorraló en el salón. Yo acababa de entrar a casa, acaricié a Deku, que me saludaba con alegría y me intenté escabullir directo a mi cuarto, cuando su voz me detuvo.

 

¿Se puede saber qué te pasa? – me espetó con los brazos cruzados, ceño fruncido.

 

Tragué saliva. Dani no solía hablarme con ese tono.

 

No entiendo a qué te refieres. – mi voz sonó mucho más débil de lo que pretendía.

 

¡Venga ya, Tato! Apenas te he visto esta semana. Sales temprano, llegas tarde y bebido, y cuando estás aquí, te limitas a hacer la comida y meterte a tu cuarto. – reprochó. – Y Leo también está raro…

 

Mi corazón dio un vuelco al escuchar su nombre.

 

¿Qué… qué le pasa a Leo? – intenté sonar casual, pero el nudo en mi garganta me delataba.

 

Dani me miró fijamente, sospechando algo.

 

Está triste. No habla mucho y… no sé, parece como apagado. – entrecerró los ojos. – ¿Le has hecho algo?

 

El golpe fue directo al pecho. Me quedé petrificado, incapaz de responder. Dani esperaba algo, alguna explicación, pero no podía contarle la verdad.

 

No sé… no sé qué le pasa. – me escuché murmurar, pero ni yo me creía.

 

Dani chascó la lengua, molesto.

 

Si tú no me lo quieres decir, lo hablaré con él. – me fulminó con la mirada y salió de casa, dejando un silencio espeso en el salón.

 

Me desplomé en el sofá, con la cabeza entre las manos. Leo estaba peor de lo que creía, y yo me estaba escondiendo como un cobarde. No podía seguir así. Tenía que decirle algo, pedirle perdón… Aunque no sirviera de nada, aunque no me quisiera volver a ver. Pensé en dejarle escrita una carta, una donde pudiese hacerle saber lo que pensaba. Pasé mucho tiempo escribiendo esa carta. Cada palabra estaba pensada, escrita y reescrita. Tenía que decirle todo lo que sentía, sin excusas, sin mentiras. Mi corazón quedaba expuesto en aquel papel.

 

Leo,

Sé que no tienes ninguna razón para leer esto ni para escucharme, pero necesitaba decírtelo. No hay día que no me arrepienta de lo que hice. Me odio por haberte hecho daño de esa manera, por haber cruzado límites que nunca debí cruzar, por traicionar tu confianza. No voy a pedirte que me perdones porque no lo merezco. Lo único que quiero es que puedas estar bien, que puedas seguir adelante. Yo no volveré a acercarme a ti si eso es lo que quieres, pero si alguna vez necesitas hablar o necesitas algo, aquí estoy.

Te pido perdón, de verdad. No espero que me creas, pero todo lo que siento es real. Eres una de las personas más importantes en mi vida y lo que me llevó a hacer lo que hice no tiene justificación. Tú no tienes la culpa de nada.

Samu.

 

Al poco de terminar de escribir la carta, Dani volvió a casa. Se sentó en el sofá, airado, mirando su móvil mientras rascaba las orejas de Deku. Su semblante estaba muy serio, como enfadado, y no me hablaba. Decidí que las cosas no podían seguir así.

 

Dani. – le dije, acercándome a él. – Escucha… Lo siento por haber estado desaparecido esta semana.

 

Dani levantó la cabeza y clavó en mí una mirada entre curiosa e interrogante.

 

¿Qué es lo que ha pasado? – me preguntó, su tono de voz serio.

Nada, enano, solo que… la he cagado con Leo. – confesé.

¿Qué has hecho? – inquirió, levantando las cejas.

Le dije cosas que no debía. – intenté mentir de la mejor forma posible.

 

Dani pestañeó un par de veces seguidas, evaluando mis palabras.

 

¿Y por qué no le pides perdón? – me dijo, como si fuese lo más obvio del mundo.

Sí, eso haré. – le dije, como una promesa.

Pues no tardes, porque Leo está insoportable también. – se quejó, con frustración.

¿Os habéis peleado? – le pregunté, extrañado.

Sí.

 

Dani torció el gesto, claramente molesto, pero no dijo más. Aproveché que había vuelto a perderse en la pantalla de su móvil, doblé con cuidado la carta y fui directo a mi habitación. Me asomé a la ventana, en busca del coche de Carmen, pero no lo vi. Cuando trabajaba por la tarde, solía llegar sobre esta hora, antes de cenar, pero parecía que aún no lo había hecho. Salí de mi cuarto, escondiendo la carta tras mi espalda.

 

¿Está Leo en casa? – le pregunté a Dani, que seguía enfrascado en su teléfono.

Sí, me ha dicho que quería estar solo. – me dijo, como si esas palabras de Leo le hubiesen molestado.

Vale. – respondí.

 

Abrí la puerta de casa, crucé el umbral y sentí mi corazón acelerarse. Las manos me temblaban mientras empujaba la carta por debajo de la puerta, dejando una esquina visible desde fuera. Respiré hondo y llamé al timbre antes de volver a meterme en casa. Lo había hecho.

 

Miré por la mirilla de la puerta, casi aguantando la respiración, hasta que vi la puerta de casa de Leo abrirse. Este miró extrañado a ambos lados del pasillo, sin encontrar a nadie. Sus ojos se fijaron entonces en la carta que había bajo sus pies. Lentamente, se agachó y la recogió. Echó una mirada larga hacia la puerta tras la que lo observaba, como si supiese que estaba ahí, y luego se metió de nuevo en su piso y cerró la puerta detrás de él.

 

Respiré aliviado, sabiendo que al menos la había recogido y no la había roto delante de mis narices, teniendo la esperanza de que la leyese. Puede que no cambiase nada, pero al menos sabría cuánto lo siento y que me arrepentía de corazón.

 

Me dirigí a la cocina y preparé la cena. Dani y yo comimos en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos, con la tele de fondo. Cuando ambos terminamos, me sentí mal por cómo habían cambiado las cosas en casa por mi culpa. No pensé en cómo podría sentirse Dani en mi ausencia, en una ciudad donde solo nos tenía a Leo y a mí.

 

Peque… ¿te apetece que vayamos a comprar algunas chucherías y refrescos y veamos alguna peli? – le pregunté, intentando sonreírle.

Sí, me encantaría. – me contestó, como si fuese algo que necesitara.

 

Le acaricié el cabello y recogí la mesa mientras Dani le ponía el arnés a Deku. De camino al 24h donde iríamos a comprar, le sugerí a Dani ir a pescar en los próximos días, cosa que lo animó bastante y relajó el ambiente entre nosotros. Cuando llegamos a la tienda, le di diez euros y le dije que comprase lo que quisiera para los dos mientras yo me quedaba con Deku en la puerta. A los pocos minutos, mientras miraba mi teléfono, Dani apareció con una bolsa llena de paquetes de gusanitos, una cocacola grande y una bolsa a reventar de golosinas.

 

¿Te has gastado todo el dinero? – le pregunté, sorprendido.

Me has dicho lo que quisiera, ¿no? – me sonrió con picardía.

Bueno, pero no nos vamos a comer todo esto hoy, eh. – le di una collejita – Te va a entrar diabetes sino.

 

Dani soltó una risita y volvimos caminando tranquilamente a casa. Después de preparar dos boles con gusanitos y chucherías, nos llenamos dos vasos de refresco y estuvimos unos minutos buscando qué ver, hasta que al final encontramos una película llamada “Toc Toc”, que era algo antigua, pero de un actor que nos hacía mucha risa.

 

La película no decepcionó, era una risa constante, y me sentí muy a gusto de nuevo después de lo sucedido, como encontrando paz en ese momento que solía ser tan cotidiano. A mitad de esta, Dani cogió mi brazo y lo puso por encima de sus hombros, apoyándose en mi pecho. Fue un movimiento tan… nuestro, uno que Leo podría haber hecho sin ningún drama. Tuve que hacer un esfuerzo para que no se me saltasen las lágrimas. Aún así, ese gesto me llenó de una felicidad que no sentía desde hacía algún tiempo. Le di un beso en la cabeza a Dani, que olía a champú, y continuamos viendo la película.

 

Antes de que la película terminase, mi móvil vibró. Lo cogí, creyendo que sería Tomás, pero el corazón me dio un vuelco cuando vi el nombre de Leo en la barra de notificaciones.

 

“Mañana en el parque a las 6”

 

Su mensaje no decía nada más y mis dedos escribieron un “Vale” sin siquiera pensarlo. Aquello me tranquilizó y me llenó de nervios a partes iguales y la película pasó a un segundo plano, escuchando las risas de Dani como si estuviese en una habitación contigua.

 

Leo había leído la carta, estaba seguro de eso, pero… me aterraba lo que pudiese llegar a decirme. Al terminar la película, Dani me dio las gracias por todo y me dijo que iba a darse una ducha y a dormir después. Le dije que perfecto, que yo también me iría a dormir, aunque en realidad tardé bastante en hacerlo, pensando en todas las cosas que podrían salir mal al día siguiente.

El día siguiente se me hizo eterno hasta que llegó la hora de partir. Le dije a Dani que iría a dar un paseo con Deku y, por suerte, no quiso animarse a venir conmigo, así que no tuve que inventar ninguna excusa. Llegué al parque cinco minutos antes de la hora acordada y me senté en un banco que estaba situado en el centro del parque, donde se me podía ver desde casi cualquier parte. Estaba tirándole un palo a Deku para que me lo trajese, cuando escuché unos pasos acercándose desde mi espalda.

 

Cuando me giré, Leo estaba acercándose a mí. Llevaba unas calzonas negras y una camiseta de su equipo de fútbol y las manos en los bolsillos. Conforme se fue aproximando, pude fijarme en su herida, ahora sin puntos, que lucía rosada sobre su rostro. No había inflamación ya, y aunque la cicatriz era visible, no trastocaba en absoluto sus facciones. Seguía siendo el mismo Leo, con sus ojos verdes que parecían más brillantes bajo la luz del atardecer y su cabello despeinado que el viento se encargaba de revolver aún más. Seguía siendo un niño guapo.

 

Pero había algo distinto. Quizá era su expresión, más seria, o la forma en la que me miraba, con una mezcla de distancia y cautela que me encogía el estómago.

Deku, como si nada importase, salió disparado a su encuentro. El perro movía la cola con energía y saltó sobre Leo, que no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa mientras lo acariciaba. Fue apenas un instante, pero ese gesto genuino me hizo recordar por qué me dolía tanto todo aquello.

Gracias por la carta. – dijo, con voz tranquila pero firme.

 

Yo asentí, tragando saliva.

 

No sabía si la leerías… – murmuré, mirando a mis pies como un niño regañado.

La leí. – respondió simplemente.

 

Respiró hondo, clavando la mirada en el suelo por un instante, antes de volver a alzar los ojos hacia mí. El silencio se hizo de nuevo, sentía mi corazón latir a mil por hora en mi pecho. No sabía qué decir, qué hacer, solo estaba expectante a lo que Leo dijese.

¿Por qué? – preguntó finalmente, y su voz se quebró en la última sílaba. – ¿Por qué lo hiciste?

Sus ojos verdes me miraron con dolor, esperando realmente una respuesta que diese sentido a todo aquello. Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. Ni siquiera yo sabía darme una respuesta clara.

No lo sé. No tengo excusas. – admití con dificultad, mi voz saliendo en apenas un murmullo. – Estaba extasiado, y actué sin pensar. Fui un imbécil. Pero no ha pasado un solo día que no me arrepienta.

Leo dejó escapar una pequeña risa amarga y miró hacia otro lado.

¿Extasiado? – repitió con incredulidad. Hizo una pausa y tragó saliva, como si le costara encontrar las palabras adecuadas. – ¿Y yo qué? ¿No se te ocurrió pensar en mí? ¿En lo que me hiciste sentir?

 

Me quedé callado. No había respuesta correcta.

Me sentí… como si no valiera nada para ti. – continuó, su voz bajando hasta un susurro. – Como si todo lo que habíamos compartido no significara nada. Como si fuese una de esas chicas random que te llevas a casa después de una fiesta.

No es verdad. – dije rápidamente, alzando la voz un poco sin querer, desesperado porque me creyera. – Tú significas… tú siempre has significado mucho para mí. Solo que soy tan idiota que no supe cuidarlo. Que no supe cuidarte.

Leo apretó los labios, y vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas que luchaba por contener. Verlo así, roto por mi culpa, era como una patada en el pecho. El peso de su dolor me asfixiaba.

Lo siento. – empecé, mi voz temblorosa. – Sé que no basta con eso, pero de verdad lo siento. Nunca quise hacerte daño, Leo. Lo que pasó… lo que hice… fue un error. – tragué saliva, al borde de las lágrimas. – Un error que no puedo borrar, aunque daría lo que fuera por hacerlo.

Leo se quedó quieto, mirándome con los labios apretados. Durante unos segundos eternos, no dijo nada. Solo el viento nos acompañaba, y Deku, que ahora estaba tumbado cerca, parecía notarlo también, en silencio.

Confiaba en ti, Samu. – dijo finalmente, decepcionado. – Te dije que sí porque me prometiste que pararías si te lo pedía, pero no lo hiciste. Eso ha sido lo que más me ha dolido, y eso que me hiciste sangre. – su voz estaba llena de tristeza, reproche y rabia contenida.

 

Sus palabras me golpearon una por una, como si fuesen disparos en el pecho. No pude evitar que las lágrimas comenzaran a rodar por mis mejillas.

 

Lo sé. – murmuré, forzándome a mirarle. – Lo arruiné todo. Y no espero que me perdones… Pero de verdad estoy arrepentido, yo…, yo no soy así. No quiero perderte, Michi, eres muy importante para mí.

Leo bajó la mirada y se quedó en silencio. Por un momento pensé que se marcharía, pero en lugar de eso se agachó para acariciar a Deku, que seguía moviendo la cola con impaciencia.

¿Sabes qué es lo peor? – dijo de repente, con un tono más bajo, casi para sí mismo. – Que incluso después de todo esto…, todavía te echo de menos.

Leo me miró durante un largo momento. No dijo nada al principio, solo respiró hondo, como si sopesara cada palabra antes de pronunciarla.

No puedo fingir que no pasó. Pero… – dudó un segundo, mirando hacia el horizonte antes de volver a centrarse en mí. – Creo que estás arrepentido de verdad. Quiero creerlo. Sé que no eres así realmente, y también significas mucho para mí. Solo espero que no vuelva a pasar.

Mi corazón se detuvo un segundo y luego retomó el ritmo, frenético. Una pequeña chispa de esperanza se encendió en mi pecho. No era perdón, pero era algo.

No volverá a suceder. Jamás. – juré, negando con la cabeza firmemente. – Gracias. – susurré con la voz rota, sin saber qué más decir.

No me lo agradezcas todavía. – respondió con calma, aunque su voz seguía sonando herida. – Demuéstramelo. Eso es lo que importa ahora.

Me quedé en silencio, incapaz de responder, así que solo asentí con la cabeza, dispuesto a compensarlo. Lo vi llevarse una mano a la cara, frotándose los ojos con frustración, como si estuviera enfadado consigo mismo.

Solo… Abrázame, ¿sí? – susurró.

Aquello me pilló por sorpresa, pero fue lo que más me alegró de toda la conversación. Yo también necesitaba abrazarlo, transmitirle todo mi arrepentimiento. Me puse de pie sin dudarlo y di un par de pasos hacia él, rodeándolo con mis brazos y juntando su cuerpo con el mío. Leo apoyó su cabeza sobre mi pecho y me abrazó por la cintura. Aquello me terminó de romper y comencé a sollozar en silencio mientras acariciaba su pelo.

Lo siento tanto… – le dije en un susurro.

Eres un idiota. – me contestó en voz baja. – Pero lo sé.

Nos quedamos abrazados durante unos largos segundos y sentí toda la tensión acumulada desaparecer lentamente de mi cuerpo. Cuando al fin nos separamos, pude ver que Leo también tenía los ojos algo rojos. Pasé mi mano por su mejilla, en una caricia suave. Leo carraspeó su garganta y dio un paso hacia atrás.

Bueno, me voy a casa. – dijo, forzando un tono más natural.

Sí, yo también. – le contesté, enjugándome las lágrimas de mi rostro también. – ¿Quieres que… vayamos juntos?

Pareció pensárselo un par de segundos, pero al final asintió con la cabeza.

Vale, pero llevo yo a Deku.

Sí, vale. – le contesté, sonriendo.

Le di la correa y nos encaminamos fuera del parque. Fue un trayecto tranquilo y en silencio, pero no hacía falta hablar, todo estaba dicho. Cuando llegamos a nuestro portal, Leo me devolvió la correa y acarició a Deku en la cabeza.

Bueno. – dije, incorporándose. – Ya… nos vemos.

Sí. – respondí, sin saber qué hacer para no crear un ambiente extraño.

Se dio la vuelta y metió la llave en la cerradura de la puerta de su casa.

Por cierto… – dije antes de que se marchara. – Ya sabes que mi casa es tu casa. Si quieres venir en cualquier momento… Esté yo o no, sabes que puedes, ¿no?

Sí, lo sé, gracias. – me respondió, mirándome fijamente a los ojos.

Me encanta tenerte alrededor, Michi, voy a hacer todo lo posible para que podamos estar como antes, lo juro.

A mí también me gustaría volver a esos tiempos. Era muy feliz. – meció su cabeza suavemente, afirmando.

Y yo. – respondí, con una sonrisa triste.

Leo no dijo nada más, simplemente me saludó brevemente con la mano antes de desaparecer tras la puerta. Yo hice lo mismo y, al entrar en casa, me sentí con unos ánimos renovados. Había esperanza, tenía la oportunidad de enmendar mi error, y me prometí hacerlo.

 

Hasta aquí el capítulo de hoy, donde Samu y Leo tienen un nuevo empezar. Espero que les haya gustado el drama (XD). Les espero en los comentarios y en mi correo ( [email protected] ). Vuestra opinión es lo que me ayuda a seguir escribiendo, saludos 🙂

 

65 Lecturas/26 agosto, 2025/0 Comentarios/por bakoxeros
Etiquetas: adolescente, baño, celos, ducha, hermano, mayor, parque, vecino
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