Mi vecino adolescente 11
Dani confronta a Leo, que está distante y tienen una gran discusión. ¿Serán capaces de arreglarlo? 😱.
Mi vecino 11
(Dani)
La última semana había sido un tostón. Mi hermano salía de casa temprano y llegaba de noche, borracho y directo a su cama. Y cuando estaba en casa, se limitaba a hacer la comida y a encerrarse en su habitación. Leo también estaba raro. Aunque nos habíamos reconciliado y confesado lo que sentíamos, las cosas entre nosotros avanzaban muy lento. Tan lento, que realmente no avanzaron. Seguíamos siendo como dos amigos, aunque lo notaba distante, como apagado. Cuando estábamos a solas, se dedicaba a responder a lo que le decía y a jugar conmigo a la consola.
Incluso, cuando al fin le quitaron los puntos porque su herida estaba avanzando muy bien, no se alegró apenas. Intentaba estar mucho con él, en parte porque sabía que le pasaba algo y no quería dejarlo solo, aunque la realidad era que no tenía nadie más con quien estar. Lejos de mi familia y amigos, solo tenía a Samu y Leo, pero el primero no aparecía por casa y el segundo era como si no estuviera, por lo que me sentía solo y atrapado.
Uno de esos días, cuando ya había pasado como una semana de que ambos estuviesen raros, decidí enfrentar a mi hermano para averiguar qué estaba pasando. Fue muy frustrante ver cómo se hacía el loco y me decía que no pasaba nada y que no sabía qué le pasaba a Leo, y salí de casa hecho una furia, dispuesto a sacarle la verdad a Leo.
Antes de llamar a su puerta, me senté en las escaleras e intenté relajarme. Cogí aire unas cuantas veces hasta sentir que ya estaba más tranquilo. Decidí que sería mejor actuar normal y luego preguntarle en vez de empezar a preguntarle nada más verlo. Toqué el timbre y Leo apareció unos segundos después tras la puerta.
Llevaba una camiseta negra holgada, un bañador rojo y estaba descalzo. En su rostro, el único indicio del accidente era aquella línea rosada y brillante que dividía su ceja y llegaba hasta encima de su oreja. Sus ojos verdosos me miraban somnolientos, como si se acabara de despertar.
– Hey. – lo saludé, forzando una sonrisa.
– Hola. – respondió él, con un leve bostezo, mientras apoyaba una mano en el marco de la puerta.
– ¿Estabas dormido? – le pregunté, intentando sonar casual mientras entraba.
– No, pero casi. – murmuró, cerrando la puerta tras de mí con un sonido sordo.
– Perdona. – dije. – Es que… discutí con mi hermano.
Leo bajó la mirada, incómodo, como si aquellas palabras le pesaran.
– Hum… – hizo un ruido vago antes de cambiar de tema. – ¿Jugamos al Fortnite? Hoy sale el mapa antiguo.
Encendió la tele del salón y agarró el mando, dándole la espalda a la conversación. “¿En serio?”, pensé, pero me contuve. Aquello solo hizo que confirmara mis sospechas. Algo había pasado entre estos dos y necesitaba saber el qué. Decidí seguir con mi plan.
– Sí, claro. – respondí, dejándome caer en el sofá
Nos fuimos turnando para jugar, una partida cada uno. Aún así, Leo apenas hablaba y se limitaba a contestarme cuando él jugaba y a mirar el móvil cuando yo lo hacía. Poco a poco, como una olla a presión, mi paciencia se fue acabando. Después de un buen rato hablándole sin que me contestara, dejé el mando en la mesa y me giré hacia él.
– ¿Me estás escuchando? – pregunté secamente, alzando un poco la voz.
– ¿Eh? Sí. – respondió, levantando la cabeza bruscamente, como si le hubieran dado un toque.
– Pues cualquiera lo diría, bro, porque parece que estoy hablando con la pared. – añadí, molesto.
– Perdona, estaba mirando una cosa. – respondió, encogiéndose de hombros, sin mucho entusiasmo.
Fruncí el ceño, apretando los puños sobre mis rodillas.
– Llevas días así, Leo. – le recriminé. – Cada día es lo mismo. Intento hablar contigo, hacer que esto funcione, pero no estás.
– Dani…
Leo intentó hablar, pero yo necesitaba sacar todo lo que había estado guardando esta última semana.
– No sé qué es lo que te pasa y, cada vez que te pregunto, me dices que nada, o cambias de tema. – seguí.
Sus orejas se enrojecieron y su expresión se endureció un poco.
– Dani, no lo entiendes… – murmuró, con un dejo de frustración en la voz.
– ¡Claro que no lo entiendo! – espeté, alzando un poco más la voz de lo que quería. – Porque no me dices nada, Leo. Soy tu amigo, o lo que sea que somos, pero no me cuentas qué te pasa.
Leo cerró los ojos un segundo y suspiró con fuerza.
– Es que, no puedo contártelo, ¿vale? – respondió con un tono seco, casi cortante.
Sus palabras me tomaron por sorpresa, pero en vez de calmarme, me hicieron sentir aún peor.
– ¿Y eso qué significa? – pregunté, con la voz más temblorosa de lo que me habría gustado. – ¿Por qué? ¿No confías en mí?
– No es eso… – repitió él, frotándose la cara con las manos, claramente frustrado.
– ¿Entonces, qué? – presioné, cada vez más enfadado. – Porque llevas días pasando de mí, como si yo no estuviera aquí. Hablándome lo justo, sin mirarme siquiera. ¡Joder, Leo, llevamos una semana sin darnos ni un beso!
Leo enrojeció de golpe y giró la cara hacia otro lado. Se quedó en silencio unos segundos que se sintieron eternos, hasta que finalmente habló, con un tono seco y más duro del que esperaba.
– ¿Y qué quieres que haga? – dijo, sin mirarme. – No voy a forzar nada, Dani. Dijimos que no lo haríamos.
– No te estoy pidiendo que fuerces nada. – respondí rápidamente, sintiendo cómo la rabia me subía por la garganta. – Pero al menos dime qué mierda te pasa.
– ¡Es que no es tan fácil, Dani! – explotó él de golpe, poniéndose de pie. Me sobresalté al verlo tan alterado. – Hay cosas que no quiero contarte, ¿vale? Porque no puedes ayudarme. Porque no quiero que lo hagas.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Lo miré, incrédulo, intentando procesar lo que acababa de decir.
– ¿No quieres que te ayude? – repetí en voz baja, sintiendo cómo la furia se mezclaba con algo más profundo, algo que dolía. – ¿De verdad me estás diciendo eso?
Leo apretó los labios, pero no dijo nada. Se cruzó de brazos y miró hacia la ventana, evitando mi mirada y negando suavemente con la cabeza. El silencio se alargó, tenso, insoportable.
– ¿Esto tiene que ver con mi hermano? – solté al final.
Leo me miró, y por la sombra en sus ojos, supe que había acertado.
– No quiero hablar de eso. – fue todo lo que dijo. Su voz era baja, como si no quisiera que nadie más pudiera oírlo.
– Leo… – empecé, pero me cortó.
– ¿Podemos dejarlo? – pidió, con un tono que parecía más una súplica que una orden. – Necesito que pares.
– ¿Que pare de qué? – pregunté, mi respiración agitada. – ¿De preguntar, de preocuparme, de venir?
– De todo, Dani. – su voz temblaba. – Necesito espacio para mí y, no puedo pensar, si estás constantemente aquí.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Me puse de pie, sintiendo el pecho arder de rabia y decepción.
– Eso no es justo, Leo. – le dije, intentando que mi voz no se rompiera. – Vine a pasar el verano para estar contigo y sabes que no tengo a nadie más aquí. Samu apenas aparece por casa y tú… tú estás ausente. ¿Cómo puedes reprocharme eso?
– Dani… – comenzó a decir. – Lo entiendo, pero… yo no te pedí que lo hicieras.
Sus palabras fueron como un puñal directo al corazón. Sin embargo, fue la ira la que inundó mi cuerpo. Solo sentí ganas de darle un puñetazo e insultarle. Agarré mi móvil de un tirón y me dirigí a la puerta, sintiendo cómo el nudo en la garganta se hacía más grande. Leo se quedó quieto, mirándome, de pie junto al sofá, con el gesto torcido.
– Dani, no quería que… – intentó decir.
– Eres un capullo, Leo. – le dije, mirándolo por última vez antes de abrir la puerta. – Que te vaya bien con tu «espacio».
Salí de su casa, cerrando la puerta con más fuerza de la que quería, aunque no me importó. Me metí en casa de mi hermano y me tiré en el sofá, mascullando la discusión con Leo. Mi hermano estaba en la mesa alta, con algunos papeles esparcidos por ella. Deku se tumbó a mi lado y comencé a rascarle las orejas, lo que me tranquilizó un poco. Me metí en Instagram para despejar la mente y al rato Samu se acercó para hablar conmigo.
Se disculpó por no haberme prestado atención últimamente y me confesó que la había cagado con Leo y que intentaría disculparse con él y yo le conté que nos habíamos peleado. Se metió en su cuarto durante unos minutos y al salir me preguntó si Leo estaba en casa. Le dije que sí y salió y entró en casa en cuestión de segundos. Aquello me extrañó y me llenó de curiosidad, pero había tenido bastante de Leo como para molestarme en preguntar.
Samu preparó la cena y nos la comimos en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos. Pero, para mi sorpresa, Samu me propuso plan de chucherías y películas y lo cierto es que no pudo apetecerme más. Pasear con él junto a Deku de camino a comprar los snacks y refrescos me devolvió algo de ánimo y escuchar que iríamos a pescar a la semana siguiente, como solíamos hacer, me llenó de alegría.
La película que elegimos me gustó mucho y me hizo reír hasta dolerme la barriga. A mitad de película, me eché sobre el pecho de mi hermano, lo que me reconfortó, sintiendo que por fin algo volvía a la normalidad. Cuando la peli terminó, me sentía bastante mejor que por la tarde, el sueño empezó a vencerme y ambos nos fuimos a dormir.
El día siguiente fue transcurriendo con normalidad, aunque notaba a Samu ansioso por algo. A mitad de la tarde, me dijo que iría a pasear a Deku, pero yo no tenía nada de ganas, hacía demasiado calor. En cambio, decidí ir a la piscina. Di un par de largos y, al acercarme al bordillo donde estaba el socorrista, este me habló.
– Hacía tiempo que no te veía por aquí. – me dijo con tono amigable.
Pedro, que así se llamaba, era un chico joven, de unos 19 años. Era alto y atlético, llevaba el pelo en un tipo de buzz cut corto, aunque apenas solía quitarse la gorra. Sus ojos eran una incógnita para mí, ya que nunca se quitaba las gafas de sol. Era muy enrollado y casi siempre nos dejaba hacer el cafre cuando era tarde y no había vecinos.
– Sí. – le contesté. – No sé si sabes que Leo se hizo una herida muy grande en la cara y no le dejan meterse en la piscina.
– Oh, entiendo, no tenía ni idea. – dijo, levantando las cejas.
– Pero pronto debería poder meterse, creo, hace unos días que le quitaron los puntos.
La piscina estaba tranquila, así que Pedro y yo estuvimos charlando durante un buen rato. Cuando, al fin empezó a oscurecerse y hacía algo más de fresco, salí del agua y me envolví en mi toalla. Me despedí de Pedro y volví a casa. Deku me recibió con alegría, como siempre, y pude notar que el ambiente en casa era distinto. Samu estaba jugando a la consola en el salón y su semblante parecía más relajado y alegre que estos últimos días.
– Hey, ¿qué pasa, coleguilla? – me saludó.
– Bien, estaba en la piscina. – le contesté, cruzando el salón para colgar la toalla en el balcón.
– He hecho las paces con Leo. – dijo de repente cuando volví a entrar. – Bueno, más o menos.
– Me alegro. – dije, intentando ocultar mi malestar con el tema Leo.
– ¿Estás bien? – me preguntó Samu, que me conocía a la perfección y no se le escapó aquel detalle.
– Sí. – le contesté. – Sigo enfadado con él, pero estoy bien.
– ¿Quieres contármelo? – me preguntó con tono confidente.
– No, no quiero hablar del tema. Prefiero humillarte al Fifa un rato. – le contesté, sentándome en el sofá y agarrando el otro mando de encima de la mesa.
– Oh, ¡qué más quisieras! – me dijo, dándome una colleja suave.
Me alegró que no insistiera y simplemente jugara conmigo. Le dediqué una sonrisa y centré mi atención en el juego. Aquella noche fue muy parecida a la anterior, los dos juntos, viendo algo en la tele, terminando las chucherías que sobraron el día anterior hasta quedarnos dormidos los dos en el sofá.
Cuando desperté al día siguiente, Samu aún me abrazaba por la espalda, respirando profundamente sobre mi nuca. Me moví con cuidado, intentando no despertarlo, pero Deku, al verme despierto, saltó sobre nosotros en el sofá.
– ¡Au! – se quejó Samu, ya que el perro le había arañado la pierna sin querer. – ¡Abajo, Deku!
Solté una risita mientras empujaba al cachorro para que bajase del sofá. le di un par de palmadas en la cabeza y fui a echarle algo de comida. Cuando me giré, Samu se estaba desperezando y no pude evitar fijarme en el bulto que se le notaba en las calzonas. Meneé la cabeza, quitándome aquel pensamiento de la cabeza, aunque no pude evitar que me creciera una erección. Fui hasta la nevera a coger algo de leche para preparar cereales para los dos, cuando Samu pasó a mi lado.
– Parece que alguien se ha levantado contento, ¿no? – me dijo, dándome un toque suave en la punta de mi rabo, que formaba una carpa en mis calzonas.
– ¡Ay! – me quejé, dando un saltito hacia atrás.
Ambos soltamos una carcajada y nos pusimos a desayunar. Me gustaba que nuestra complicidad siguiese ahí.
– Estaba pensando… – empezó a decir mientras se llevaba una cucharada a la boca. – ¿Te importa si salgo esta noche? Sé que te dije que pasaría más tiempo contigo, pero es el cumpleaños de Paco y vamos a celebrarlo yendo de discoteca.
– Sí, claro. – le contesté, sin darle demasiada importancia. – Pero me tienes que comprar una pizza.
– Jajaja, trato. – me respondió, dándome un apretón en el hombro. – ¿Te apetece que vayamos a jugar al pádel antes?
– No va a dar tiempo a encontrar a otra pareja, ¿no? – pregunté.
– Da igual, nos echamos un cruzado. – me respondió, encogiéndose de hombros. – Y luego nos refrescamos en la piscina.
Acepté el plan con alegría, con ganas de volver a la cancha después de tanto tiempo. Además, aquello me ayudaría a no pensar en Leo. Cuando al fin llegó la hora Dani me dijo que íbamos a llevar a Deku al campo de Tomás primero para que pudiese correr hasta el día siguiente. Tras un viaje rápido, que solo consistió en acercar al perro al enorme terreno del amigo de mi hermano, llegamos a las pistas, que estaban vacías.
Eran las cinco de la tarde y el sol apretaba con fuerza, pero aún así tenía ganas de jugar. Aunque yo entrenaba pádel, Samu sabía jugar también y compensaba la diferencia de técnica con una velocidad y fuerza que yo aún no tenía. Echamos un muy buen rato, hasta que los dos estuvimos con la lengua fuera y muertos de calor.
Habíamos metido los bañadores en la mochila junto a las toallas, para no tener que subir a casa. Como habían unos vestuarios junto a las pistas, decidimos cambiarnos allí. No pude evitar mirar la entrepierna de mi hermano cuando se bajó las calzonas y los calzoncillos antes de ponerse el bañador. Debió de darse cuenta de que me quedé algo embobado mirando su pene sudado, que colgaba junto a sus huevos depilados.
– ¿Qué te pasa? – me preguntó, riendo. – Si estás harto de verme en bolas.
Sentí como el rubor subía a mis mejillas y agaché la mirada, sin decir nada, dándome la vuelta para cambiarme. Samu aprovechó cuando me bajé las calzonas para darme una palmada fuerte en una de mis nalgas.
– ¡Au! – me quejé.
– ¡Qué asco! – exclamó, mirándose la mano. – ¡Tengo toda la mano mojada de tu culo sudoroso!
– Te lo mereces, por idiota. – me reí, subiendo el bañador por mi cintura.
Samu me miró, con picardía en los ojos. Se limpió su mano sobre mi camiseta y echó a correr fuera del vestuario.
– ¡Oye! Serás… – grité, cogiendo la maleta y saliendo a correr en su busca.
El camino a la piscina fue una carrera en la que no paré de reír. Para cuando llegué, Samu ya se había quitado los zapatos y estaba tirando su camiseta bajo una sombrilla. Me acerqué a él, pero fue a una de las duchas y, tras remojarse un poco, me hizo una burla y se tiró al agua. Meneé la cabeza y me mordí el labio, sin creerme lo infantil que podía ser a veces. Me dirigí a la sombrilla tranquilamente y dejé la mochila, mis zapatos y la camiseta al lado de sus cosas. Tras meterme en la ducha y quitarme todo el sudor, me metí en el agua.
Samu estaba saludando a Pedro, así que intenté pillarlo desprevenido. Buceé hasta acercarme a él, que estaba de espaldas y le agarré el paquete con fuerza. Escuché su grito ahogado bajo el agua y me quitó la mano rápidamente.
– Te vas a enterar. – me dijo, con las cejas levantadas.
– ¡Estamos en paz! – alegué, alejándome de él. – Ayúdame, Pedro, va a ahogarme.
– A mí no me metas, colega. – se rió él.
No pude huir muy lejos hasta que me alcanzó y me dio infinitas ahogadillas, hasta que le pedí clemencia entre risas. Después de soltarme y recuperar el aliento, nos relajamos durante un buen rato hasta que Samu le preguntó la hora a Pedro y este le dijo que eran las siete y media. Samu me dijo que iba a subir para empezar a cambiarse, ya que había quedado con sus amigos para cenar y hacer la previa juntos. Yo me quedé un rato más, hasta que me aburrí de estar solo.
Después de despedirme de Pedro, subí a casa, donde Samu ya estaba terminando de peinarse. Me cambié y me puse ropa seca mientras charlaba con mi hermano, pero después pasó algo que no entendí. Samu me dio un billete de veinte euros para que pidiera pizza a domicilio y se despidió de mí. Antes de salir por la puerta, echó un vistazo a su teléfono, se dio media vuelta y me echó una mirada ligera. Luego, sacó su cartera, dejó un billete de diez euros encima de la mesita del recibidor y se marchó.
No le di mayor importancia y me puse a ver una serie en Netflix, aunque estaba más pendiente al móvil que a otra cosa. Había pasado como una hora desde que Samu se fue, cuando escuché el sonido de la cerradura abriéndose. Imaginé que se habría dejado algo, pero me llevé una sorpresa cuando fue Leo el que entró por la puerta.
Al principio los dos nos quedamos en silencio, mirándonos de forma expectante.
– Hola. – saludó, como sondeando mi ánimo.
– Hola. – le respondí, secamente.
– ¿Podemos hablar? – me preguntó, con un tono contenido, como si temiera la respuesta.
Su rostro mostraba culpa y tristeza y yo me quedé callado unos segundos, dándole a entender que aún estaba molesto. Finalmente, solté un suspiro largo y asentí con la cabeza.
– Supongo que sí. – murmuré, haciéndole un gesto para que entrara del todo.
Leo cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia el salón, donde yo seguía sentado. Se quedó de pie unos instantes, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en el suelo, como si estuviera ensayando lo que iba a decir. Al final, tomó aire y habló:
– Siento lo que te dije el otro día. – su voz era baja, casi un susurro. – No quería que sonara así… y tampoco quería hacerte sentir mal.
– Pues lo lograste. – le corté, cruzándome de brazos.
Leo levantó la mirada hacia mí, con un gesto de arrepentimiento que pocas veces le había visto.
– Lo sé, Dani. Lo siento, de verdad. – insistió. – No he estado bien estos días… – hizo una pausa, buscando las palabras. – Y necesitaba estar solo, pero no supe cómo decírtelo sin que te sintieras mal.
Leo se pasó una mano por el pelo, nervioso.
– No sé cómo explicarlo bien. – dijo, con un deje de frustración. – Y sé que no es excusa para haberte tratado así, pero… necesitaba mi espacio.
Lo miré, aún dolido, pero algo en su tono me hizo bajar un poco la guardia. Parecía sincero.
– Leo, yo… – empecé, tratando de encontrar las palabras. – Sabía que algo te pasaba. Por eso intentaba estar contigo, hablarte… Pensé que estando a tu lado te sentirías mejor.
Leo asintió lentamente, desviando la mirada hacia la ventana.
– Lo sé. Y lo agradezco, Dani, de verdad. – respondió. – Pero…
– No me di cuenta de que te estaba agobiando, ¿no? – añadí yo, sorprendiéndome a mí mismo al decirlo en voz alta.
Leo volvió a mirarme, sus ojos verdes cargados de emoción, y casi aguantando la respiración.
– No quería que te sintieras así. – continué, mi voz ahora más suave. – No quería ser una carga para ti.
– No lo eres. – respondió él rápidamente, dando un paso hacia mí. – Nunca lo has sido. Solo que… no supe cómo manejar todo esto. No supe ver que tú también lo estabas pasando mal, y al final, la cagué.
Se hizo un silencio entre los dos, uno de esos silencios que se sienten pesados, pero necesarios. Yo bajé la mirada a mis manos y noté cómo el nudo en mi garganta comenzaba a aflojarse.
– Bueno…, nadie es perfecto. – murmuré, esbozando una sonrisa amarga. – A lo mejor fui yo el que no supo ver que necesitabas tu espacio.
– Dani…
Leo se acercó otro paso y se sentó a mi lado en el sofá. Lo noté más cerca, su hombro apenas rozando el mío. Hubo un momento de duda antes de que él hablara otra vez.
– No supe ver que lo hacías por mí. Siento todo lo que dije.
Levanté la cabeza y lo miré de frente. Sus ojos estaban sinceramente arrepentidos, y fue entonces cuando me di cuenta de que tampoco quería seguir enfadado.
– No pasa nada. – dije al final, dejando que mi voz saliera más suave de lo que esperaba. – Y… perdona si te agobié sin darme cuenta.
Leo negó con la cabeza y esbozó una pequeña sonrisa.
– Eres el único que siempre está ahí. – murmuró, casi para sí mismo. – Supongo que a veces no sé lo afortunado que soy.
Sentí un calor extraño en el pecho al escucharlo, pero lo que realmente me desarmó fue lo que hizo después. Leo se inclinó ligeramente hacia mí, rozando con cuidado mi mejilla con su mano.
– ¿Vas a seguir odiándome mucho rato? – bromeó en voz baja, con un tono dulce.
– No te odio. – respondí, mirándolo directamente a los ojos.
Por un momento, nos quedamos así, en silencio, nuestras miradas fijas en la del otro. Sentí cómo el corazón me latía con fuerza, y justo cuando iba a decir algo más, Leo acortó la distancia entre nosotros y me besó.
Fue un beso lento, suave, como si ambos estuviéramos asegurándonos de que aquello estaba bien, de que los dos lo queríamos. Mis manos se movieron casi por instinto y subieron hasta su cuello, acercándolo más a mí. Sentí cómo soltaba un suspiro contra mis labios, y por primera vez en toda la semana, todo parecía encajar de nuevo.
Sus manos subieron hasta enmarcar mi rostro, acariciando mis mejillas con una ternura que contrastaba con la forma en que su boca comenzaba a explorar la mía. Lo dejé hacer, entregándome al momento mientras mi corazón martilleaba en mi pecho. Era como si todo el aire se hubiera evaporado, como si solo él y yo existiéramos en el salón silencioso.
Un leve jadeo escapó de mis labios cuando Leo inclinó la cabeza, profundizando el beso. El calor entre nosotros se intensificó, y su cuerpo se acercó más al mío hasta que no quedó espacio entre los dos. Pude sentirlo: el calor de su pecho subiendo y bajando a un ritmo tan acelerado como el mío, su respiración chocando contra mi piel cuando se separó apenas un instante para mirarme. Sus ojos verdes brillaban, cargados de una intensidad que hizo que se me erizara la piel.
– Dani… – susurró mi nombre, con un tono ronco que me desarmó por completo.
Yo no contesté. No podía. En lugar de eso, fui yo quien tomó la iniciativa esta vez y volví a besarlo, aferrándome a los bordes de su camiseta como si necesitara anclarme a algo para no perder el control. Leo respondió al instante, su cuerpo inclinándose sobre el mío mientras me recostaba suavemente contra el sofá.
El beso continuó, lento pero cada vez más urgente, como si los dos estuviéramos probando los límites sin atrevernos a cruzarlos del todo. Su mano abandonó mi rostro para descender con cuidado hasta mi cuello, y el simple roce de sus dedos me provocó un hormigueo que se extendió por todo mi cuerpo.
Mis manos subieron hasta su espalda, deslizando las yemas de mis dedos por encima de la tela de su camiseta mientras él seguía besándome, más y más profundo. Sentía el peso de su cuerpo sobre el mío, no opresivo, sino cercano, cálido…
Su rostro se ladeó y bajó hasta mi cuello, estrellando su aliento sobre este mientras su boca besaba mi piel, haciendo que descargas de placer recorrieran mi cuerpo mientras mis manos acariciaban su espalda sobre la camiseta. De pronto, Leo se detuvo, separándose apenas unos centímetros de mí. Ambos estábamos jadeando, con las respiraciones entrecortadas y las mejillas encendidas. Durante unos segundos, solo nos miramos, compartiendo ese silencio cargado de todo lo que no nos atrevíamos a decir en voz alta.
Con un movimiento suave, tiré de su camiseta hacia arriba. Leo al entender lo que quería, se incorporó y, con un movimiento rápido, tiró su camiseta al suelo. Me sonrió pícaramente y yo levanté mis brazos para hacerle saber que quería que me quitase la camiseta también. Con su ayuda, yo también me quedé con el torso desnudo, y Leo me miró intensamente.
– Dime que pare si no quieres esto. – murmuró él, con la voz temblorosa pero llena de cuidado.
No podía responderle con palabras. En su lugar, pasé los brazos alrededor de su cuello y lo atraje hacia mí otra vez, dejando claro que no quería que se detuviera. Leo sonrió ligeramente contra mis labios antes de volver a besarme, esta vez con más hambre, más descaro. Cada movimiento era una descarga que me recorría de pies a cabeza. El roce de su piel caliente contra la mía, el peso reconfortante de su cuerpo, todo parecía avivar algo en mi interior. Dejé que mis manos exploraran su espalda, trazando el contorno de sus músculos mientras el beso se volvía cada vez más apasionado. Era como si toda la tensión que había estado acumulando durante la semana estuviera explotando de golpe.
Me separé apenas un instante, jadeante, y lo miré con intensidad antes de empujar suavemente su hombro. Leo se dejó caer a mi lado en el sofá, sorprendido, y antes de que pudiera decir nada, me coloqué sobre él. Sus ojos se abrieron un poco más, pero una sonrisa cargada de asombro y deseo curvó sus labios.
– Dani… – murmuró, pero no llegué a dejarlo terminar.
Lo besé de nuevo, más decidido aún. Sus manos subieron por mis costados, cálidas y suaves, mientras yo dejaba que mis labios vagaran de su boca a su mandíbula y luego bajaran hasta su cuello. Sentí cómo su respiración se aceleraba y su pecho subía y bajaba bajo el peso de mi cuerpo. Cerré los ojos, dejando que todo lo que sentía me guiara, sin pensar en nada más que en él, en nosotros.
– No sabes cuánto te he echado de menos. – confesé contra su piel, mi voz apenas un susurro.
Leo soltó un suspiro entrecortado y sus manos se aferraron un poco más a mi cintura, como si mis palabras hubieran hecho que se desmoronara un poco. Su cabeza se inclinó hacia atrás, dándome espacio para seguir besando su cuello, saboreando el cosquilleo que sentía cada vez que su piel rozaba mis labios.
Sus manos bajaron hasta mi cintura y se posaron sobre mis nalgas, apretándolas con fuerza mientras jadeaba y presionaba su erección contra mi cuerpo. Aquello me llenó de una excitación diferente. Volví a alzar la cabeza y lo miré. Leo me devolvió la mirada, su rostro encendido, su expresión vulnerable pero segura a la vez.
– Michi… – dije con vergüenza, sintiendo el rubor de mis mejillas. – Quiero chupártela.
Leo abrió los ojos, sorprendido ante mis palabras. Nunca lo había hecho, ni sentido la necesidad de hacerlo, pero me moría de ganas de llegar a ese punto con Leo.
– ¿Estás… seguro? – me preguntó, dubitativo.
– Sí. – le respondí, con confianza. – ¿Tú quieres?
Leo arqueó las cejas, sorprendido. Agarró mi mano derecha y la puso sobre su paquete. Cerré la mano un poco y noté su miembro totalmente tieso y caliente, casi a reventar.
– ¿Tú qué crees? – me dijo, riendo.
Me mordí el labio y me levanté del sofá. Con un solo movimiento, me bajé las calzonas y los calzoncillos, haciendo que mi pene rebotara contra mi abdomen, manchándolo de líquido y quedando completamente desnudo. Leo no perdía de vista mi rabo, mientras yo le arrancaba las calzonas, dejando su pene babeante al descubierto. Aunque ya lo había visto en más ocasiones, esta vez me parecía más apetecible que nunca.
Me coloqué entre sus piernas abiertas y eché un vistazo más de cerca. Su piel pálida y suave se estiraba por lo hinchado de su tronco, donde una vena sobresalía. Su glande rosado estaba semicubierto por el prepucio, que retenía un líquido espeso y transparente que parecía estar a punto de desbordarse.
Miré de vuelta a Leo, que clavaba mis ojos en mí con expectación, acariciando mis rodillas con sus manos, como tranquilizándome. Dirigí entonces mi mano derecha hacia su rabo, rodeándolo con los dedos. Sentí de inmediato la calidez y suavidad de su piel, mientras que Leo dejaba escapar un suspiro de sus labios. Comencé a mover mi mano suavemente, manchando mis dedos con su líquido preseminal, esparciéndolo por todo su miembro.
Yo me encontraba hipnotizado, absorto en el sonido característico de una buena paja y en los gemidos de Leo, que sufría pequeños espasmos en las piernas. Intenté llenarme de valor y, con algo de indecisión, finalmente agaché mi cabeza, buscando con mis labios la punta de su polla.
El primer contacto fue una mezcla abrumadora de texturas y sensaciones que no esperaba. La calidez de su piel contradecía la suavidad tensa que recorría mis labios. Noté la textura viscosa de su líquido preseminal, con un sabor atípico que no sabría cómo definir, pero que no me disgustó en absoluto. El olor de aquella zona también era distinto, como si la característica fragancia personal de Leo estuviese concentrada de forma potente, embriagando mis sentidos.
Al principio, todo fue torpeza y nervios. Apenas sabía qué hacer, y mis movimientos eran inseguros, casi dubitativos. Pero en cuanto escuché el primer gemido de Leo, bajo y ronco, algo en mí cambió. Sentí cómo mi pecho se llenaba de una mezcla de orgullo y curiosidad. Lo estaba haciendo bien. Él lo estaba disfrutando. Me concentré en pasar mi lengua sobre su glande y meter y sacar su rabo hinchado en mi boca, teniendo cuidado de no usar mis dientes.
La respiración de Leo se volvió más rápida, y cuando sus dedos se entrelazaron con mi cabello, una corriente de calor me recorrió el cuerpo. No era una presión, más bien una caricia, una especie de guía silenciosa que me hacía sentir cuidado y conectado con él.
Seguí con un buen ritmo, atreviéndome a ayudarme de mi mano, pajeándole mientras se la seguía chupando. Los músculos de las piernas de Leo se tensaron y comenzó a jadear, ahora de forma más audible. Su mano, que antes me acariciaba el cabello, ahora me guiaba en un ritmo más rápido que me dejaba sin aliento, pero que me llenaba de lujuria. Sus caderas comenzaron a moverse también, haciendo que entraran en mi boca cada vez más centímetros, provocándome alguna que otra arcada que aguantaba a duras penas.
– Dani… no me queda mucho. – me avisó, gimiendo con fuerza.
Intenté aguantar el ritmo, e incluso incrementarlo un poco, sintiendo su mano cerrarse sobre mi cabello, tirándome un poco del pelo. Pocos segundos después, Leo se tensó por completo, su respiración se detuvo por un instante, y luego dejó escapar un sonido grave, profundo, que resonó en mi pecho como un eco. Sentí a la vez su rabo hincharse en mi boca, palpitando en mi mano. Un tiro de su leche fue directo a mi paladar, y al separarme, el resto cayó sobre mi mejilla y mi barbilla.
Seguí meneando mi mano suavemente dejando caer de mi boca aquel líquido blanquecino y amargo sobre su pelvis, mientras lo sentía relajarse de golpe. Su cuerpo cedió contra el sofá mientras dejaba caer la cabeza hacia un lado, con los ojos cerrados y la expresión más serena que le había visto en días.
Me quedé ahí, sin moverme, respirando con fuerza y mirando cómo se recuperaba poco a poco. Solté su miembro, que estaba chorreante de babas y semen, sobre su pelvis.
– Eso ha sido impresionante. – dijo Leo en un susurro, su respiración aún alterada. – ¿Seguro que no lo has hecho antes? – bromeó.
– Sí, seguro. – me reí. – Lo mismo tengo un talento natural para esto. – seguí la broma.
– Pues pienso aprovecharme de ese talento más a menudo, que lo sepas. – contestó, levantando la cabeza un poco, sonriéndome pícaramente y guiñándome un ojo.
Solté una pequeña carcajada, aunque mi atención estaba ahora sobre mi propia erección. Al mirarla, vi un hilo espeso que caía desde la punta hasta el sofá, dejando un pequeño charco.
– Mierda. – dije, al darme cuenta.
– ¿Qué pasa? – preguntó Leo, curioso.
– He manchado el sofá. – contesté, pasando mi mano sobre la mancha para quitar todo el líquido posible.
– Querrás decir que yo he manchado el sofá. – intentó corregirme.
– No, he sido yo. – dije, algo avergonzado.
Leo se incorporó, sentándose en el sofá conmigo entre sus piernas.
– Guau. – dijo, asombrado. – Eso es mucho líquido, Dani.
– Sí… – me sonrojé. – Me ha gustado mucho. – dije, bajando la voz.
Leo se mordió el labio y arqueó las cejas ante mi ternura, lo que me provocó más vergüenza aún.
– Déjame devolverte el favor. – me sonrió.
Asentí con la cabeza con entusiasmo, recordando lo rico que se sintió la última vez que me lo hizo.
– Solo… Vamos a limpiarnos un poco primero, ¿sí? – le dije, sintiendo su leche escurriendo por mi cuello.
– Sí. – soltó una carcajada. – No sé quién está peor de los dos.
Me apoyé en el sofá y me puse en pie, ayudándole después a levantarse. Me di la vuelta para dirigirme al baño, pero Leo tiró de mi brazo y me hizo girarme de nuevo. Con un movimiento rápido, me dio un pico y me dedicó una gesto de complicidad antes de empezar a caminar hacia el baño. Aquello me sacó una sonrisa y lo seguí, viendo esas dos nalgas blancas y redondas mecerse con cada paso que daba.
Empezamos a lavarnos el cuerpo con toallitas, intentando quitarnos todo indicio de la corrida del cuerpo. También aproveché y limpié mi rabo, que estaba demasiado lleno de baba y amenazaba con derramarse de nuevo. Mientras Leo se lavaba las manos en el lavabo, me acerqué a él, apoyé mi cabeza sobre su hombro y lo rodeé por las cintura con mis brazos.
Mi pelvis se pegó a sus glúteos, sintiendo su piel suave contra mi miembro, que seguía erecto, ansioso por tener algo de acción. Por el espejo, vi una sonrisa pícara dibujarse en el rostro de Leo mientras se secaba las manos. Aquello solo me calentó más, por lo que empecé a besar su cuello mientras pegaba aún más su cuerpo contra el mío.
– Dani… – empezó a decir, medio jadeando de nuevo. – Se me va a caer el pito si no me das algo de tregua. – su tono era divertido.
– Es que me pones tanto… – confesé, lleno de excitación, lamiendo sus orejas.
– Lo sé…, pero déjame hacerlo a mí. – me pidió con tono suplicante.
Di un paso atrás y Leo se dio la vuelta. Su mirada intensa se clavó en la mía y, con un pequeño paso, comenzó a besarme suavemente. Mis manos fueron directas y sin preámbulos a su culo, sintiendo su piel suave y sin un pelo entre mis dedos. Leo, por su parte, rodeó con su mano mi rabo, haciendo que una descarga eléctrica me recorriese el cuerpo entero. Empezó a pajearme lentamente mientras nuestro beso se hacía cada vez más intenso, su lengua y la mía luchando por entrar en la boca del otro.
Comencé a jadear contra sus labios, disfrutando de todas aquellas sensaciones, cuando Leo separó su rostro del mío. Me cogió de la mano y me guió de nuevo hasta el salón. Cuando llegamos al sofá, me dio un pequeño empujón, dejándome caer en él. Me dedicó una mirada lasciva y, después de poner un cojín en el suelo, se puso de rodillas entre mis piernas abiertas.
Entendí la situación y resoplé con fuerzas, deseando sentir su lengua lamer mi rabo. Pero Leo tenía otros planes. Su boca fue directamente a chupar mis huevos, mientras que su mano derecha me empezaba a pajear. Aquella era una sensación nueva y, para mi sorpresa, fue de las cosas que más me pusieron. No pude evitar comenzar a gemir ahogadamente y mi mano fue involuntariamente a su cabeza, acariciando su cabello.
Leo siguió lamiendo con avidez mis huevos, metiéndoselos en la boca de vez en cuando, succionándolos sin llegar a hacerme daño. Sinceramente, me extrañó no haberme corrido de lo que me estaba gustando, pero seguí aguantando. Cuando Leo pareció tener bastante y mi escroto ya estaba completamente cubierto de su saliva, alzó un poco su cuerpo y devoró mi rabo de una sola vez. Sentí la punta de mi polla estrellarse contra su garganta a la vez que su nariz chocaba con mi pubis y un gran gemido sordo salió de mis labios.
Leo aguantó un par de segundos, hasta tener una arcada, y se la sacó de la boca. Cogió aire mientras me seguía pajeando y me miraba con una sonrisa de lado. Yo me mordía el labio y, con mi mano en su cabeza, lo empujé para que siguiera. Leo, ni corto ni perezoso, se metió mi rabo de nuevo en la boca y empezó a mamármela, succionando y enroscando su lengua en mi glande, haciéndome jadear como loco.
– ¿Puedo probar algo? – me dijo, al cabo de un rato.
– ¿El qué? – le dije, algo confuso.
– Quiero comerte el culo. – me dijo, directo.
Aquello me pilló por sorpresa, aunque estando tan caliente, no me pareció mala idea.
– Bueno, vale. – acepté. – Pero, solo chupar, ¿vale?
– Te lo prometo. – aseguró, asintiendo con la cabeza.
Me eché en el sofá y cerré los ojos, dejándome llevar por la situación. Sentí las manos de Leo colocarse detrás de mis rodillas y empujar hacia arriba, dejando mi trasero expuesto. Abrí los ojos y pude ver la cara de Leo, que parecía relamerse ante aquella vista. Sin aviso previo, hundió su rostro en mi culo y sentí su respiración cálida estrellarse contra mi raja.
Su lengua comenzó a lamer aquella zona erógena, despacio al principio. Destellos de placer me recorrían el cuerpo cada vez que rozaba mi ano, aunque estos fueron aún más intensos cuando su lengua comenzó a introducirse dentro de mi agujero. Sin quererlo, un gemido ahogado se escapó de mis labios, y Leo tomó esto como señal para hacerlo con más intensidad. Era una sensación muy distinta, pero igualmente placentera, y no dudé en comenzar a masturbarme violentamente.
Leo comenzó a meter y sacar su lengua de mi hoyito, llenándolo de saliva, abriéndolo, provocándome un placer indescriptible que se mezclaba con el de mi paja. No me molesté en ocultar mis gemidos, llenando la estancia de ellos, respirando agitadamente y con algunas gotas de sudor cayendo por mi frente, sintiendo que me correría en cualquier momento.
Fue cuando Leo empujó su cabeza hacia mí, metiendo su lengua aún más en mi interior, moviéndola en círculos, cuando mi límite se vió superado.
– Me corro. – dejé escapar con apenas un hilo de voz.
Leo no paró, incluso clavó su lengua un poco más, mientras sentía que mi rabo explotaba en el mejor orgasmo que había sentido nunca. Mi cuerpo se tensó y solté un último gemido fuerte y sordo, sintiendo mi esfínter apretarse contra la lengua de Leo. Perdí la cuenta de los trallazos de semen fueron a parar sobre mi pecho y cuello, llenándome el torso de leche.
Leo bajó mis piernas y se pasó el dorso de su mano sobre la boca, limpiando todas las babas que había sobre esta. Sus ojos se abrieron un poco al ver mi cuerpo lleno de mi corrida.
– Dios, ¿cómo puedes soltar tanta leche? – me preguntó, sorprendido.
– Ha sido… increíble. – me limité a decir.
Leo me sonrió y con su mano derecha cogió mi rabo, que ya estaba perdiendo fuerzas y se lo llevó a la boca. Su lengua relamió mi glande, esta vez provocándome una sensibilidad tan grande que no podía aguantarlo.
– Para, ¡para! – le dije, riendo, empujando su cara, intentando quitarlo.
Conseguí que se la sacara de la boca y ambos soltamos una pequeña risa. Con mis manos aún sobre sus mejillas, lo miré fijamente, sintiendo cómo mi respiración se volvía más pesada con cada segundo. Mi pulgar acarició su piel, y, casi sin pensarlo, di un pequeño tirón, invitándolo a moverse. Leo me sostuvo la mirada por un momento antes de entender lo que le pedía, y su cuerpo respondió sin dudar.
Con movimientos lentos, se levantó y se acomodó de rodillas sobre mi regazo, sus manos apoyándose en mis hombros mientras yo sentía el peso de su cuerpo contra el mío. El calor que irradiaba me envolvió por completo, y por un instante, no pude hacer más que observarlo. Su rostro estaba tan cerca que podía ver la intensidad en sus ojos y sentir su respiración mezclándose con la mía.
Cuando sus labios buscaron los míos, fue como si todo lo demás desapareciera. El beso fue profundo, lento, cargado de una emoción que me hacía temblar. Nuestros rostros se separaron unos segundos después y volví a perderme en la profundidad de sus ojos verdes.
– Me gustas mucho, Michi. – confesé en un susurro.
– Y tú a mí, Dani. – me respondió, sonriéndome cariñosamente.
Hasta aquí este capítulo, espero que hayan disfrutado leyéndolo tanto como yo escribiéndolo. Si tienen alguna sugerencia o comentario, los leo en la cajita o los respondo en mi email ( [email protected] ). Gracias por seguir la historia :))


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