Mi vecino adolescente 8
Dani vuelve a casa de su hermano y las cosas no salen como esperaba con Leo. .
Mi vecino 8
(Dani)
El viaje en tren fue pesado y tedioso. Habían pasado tres días desde que le dieron el alta a Leo y me dirigía al piso de mi hermano con una maleta llena de ropa, listo para pasar el resto de las vacaciones con él. Mis padres me obligaron a quedarme en casa para estar al cuidado de mis primos, que vinieron de visita después de mucho tiempo sin verlos. No me malinterpretéis, adoro a mis primos y ellos a mí, pero mi mayor preocupación era Leo después de todo lo pasado. Intenté irme con mi hermano, peleándome con mis padres, pero no hubo manera. Aún así, estuve hablando con Leo con frecuencia por mensajes.
Nuestra relación siempre había sido muy cercana y estaba muy contento por tener tanta complicidad con él, aunque en los últimos días, todo había cambiado bastante. Aquellas pajas a mano cambiada me gustaron mucho, despertando algo raro en mí. Aún recuerdo mis labios sobre su cuello en la piscina, antes de que Leo me besara cuando nos corríamos a la vez. No le di mayor importancia en aquel entonces, pero después pasó lo del accidente y… sentí que se me caía el mundo encima cuando creí que se moriría en mis brazos. No sé por qué lo besé en el cuarto de baño del hospital, creo que simplemente me dejé llevar por la felicidad de saber que estaba bien y toda la tensión acumulada.
Aún así, no podía sacármelo de la cabeza. No sabía qué significaba, o no quería saberlo, pero sí sabía que me moría de ganas de verlo de nuevo. Cuando llegué a la estación, Samu me esperaba junto a Deku en el andén. Le di un fuerte abrazo y él se hizo cargo de mi maleta mientras yo cogía en brazos a Deku y lo achuchaba de camino al coche. Le pregunté por Leo y me dijo que estaba en su casa, sin darle mucha importancia. Me contó que el día anterior había ido a curarse la herida y que le dijeron que estaba avanzando bien. Aún así, noté algo raro mientras hablaba de él, como si hubiera pasado algo. Pronto me cambió de tema y me preguntó qué me apetecía comer y qué planes tenía para estos días.
Llegamos al bloque de pisos y Samu subió mi maleta mientras yo me encargaba de Deku. Cuando llegamos al rellano de su planta, le dije que iría a ver a Leo. Él asintió con la cabeza, me sonrió y cogió la correa de Deku antes de abrir la puerta de su piso y entrar en él. Yo, mientras, llamé al timbre de Leo, esperando que me abriese la puerta con su típica sonrisa, pero en su lugar, fue Carmen la que abrió.
- ¡Hola! – me saludó, dándome un ligero abrazo. – ¿Cómo estás, cariño?
- Muy bien, gracias. – le respondí con una sonrisa.
- Pasa, pasa. – me invitó a entrar.
Di un par de pasos y entré en el recibidor.
- ¿Qué tal el viaje? – me preguntó, cerrando la puerta tras nosotros.
- Bien, largo, como siempre. – di un vistazo alrededor, rastreando alguna señal de Leo.
- Leo está en su cuarto. – me dijo su madre, viendo que lo estaba buscando.
- ¿Está despierto?
- Sí, creo que sí. – respondió, como invitándome a ir a verlo mientras se dirigía a la cocina.
Crucé el salón y me dirigí hacia la puerta que daba a su cuarto. Llamé a la puerta, pero no encontré respuesta. Abrí lentamente la puerta y me encontré a Leo tumbado en la cama, con los auriculares puestos mientras miraba algo en su móvil. Giró la cabeza y sonrió levemente al verme acercarme a él, quitándose uno de los cascos. Aún llevaba ese apósito grande y blanco en el lateral del rostro y estaba vestido tan solo con un bañador, dejando al descubierto su torso, donde los moratones parecían ir difuminándose.
- Hey. – me saludó.
- ¿Qué tal, Michi? – le sonreí de vuelta, chocándole la mano cuando estuve a su lado.
- Pues nada nuevo, la verdad. – me respondió.
- ¿Cómo va esa herida, Ribéry? – le pregunté, sentándome a su lado.
- Bien, bien. Me pica bastante, pero al menos ya no duele tanto. – me contestó. – ¿Y tú qué tal?
- Pues, tú sabes, de canguro estos días. – le respondí.
- Sí, tu hermano me contó.
- ¿Vienes a casa a jugar un rato? – le dije, poniéndome en pie.
- Eh… Luego, a lo mejor. – me dijo, retirando la mirada. – No tengo muchas ganas de moverme.
- ¿Quieres que me quede contigo? – le pregunté, algo extrañado.
- Sí, claro. – me sonrió levemente.
- Tengo la Switch en la maleta, puedo traerla si quieres. – propuse.
Leo asintió y fui a casa de mi hermano a por la consola.
- Tato, voy a quedarme un rato en casa de Leo, ¿vale? – avisé a mi hermano, que estaba sentado con su portátil en la mesa alta del salón.
- Sí, vale. – me dijo, sin quitar la vista del ordenador. – Avísame si no vienes a comer.
- Okey. – le contesté antes de salir de nuevo del piso.
Enchufamos la consola a la televisión de su cuarto y nos pusimos a jugar al Smash Ultimate, picándonos por ver quién mataba de forma más humillante al otro. El ambiente se relajó bastante, cuando su madre me preguntó si me quería quedar a comer. Le dije que sí y le mandé un mensaje a mi hermano para decírselo. La comida fue genial, aunque Leo apenas comió. Poco rato después, Carmen se fue a trabajar y nos dejó solos. Nos sentamos en el sofá y pusimos un anime que habían estrenado hacía poco tiempo, haciendo maratón hasta que el sol ya estaba bajo y alguien llamó a la puerta.
Leo se dirigió hasta la entrada y la abrió. Samu estaba ahí, agarrando la correa de Deku mientras que este saltaba sobre las piernas de Leo, saludándolo.
- Hola. – dijo mi hermano.
- Hola. – contestó Leo algo tímido.
- Voy a sacar al perro, por si queríais venir. – continuó Samu.
- Sí, claro. – contesté, poniéndome en pie y estirándome.
- Bueno, vale. – dijo Leo, metiéndose dentro de nuevo. – Voy a cambiarme.
Se dirigió a su cuarto y cerró la puerta tras de sí. Me acerqué a la puerta y miré extrañado a mi hermano.
- ¿Qué le pasa a Leo contigo? – pregunté, notando su incomodidad con él.
- No lo sé, lleva así un par de días. – suspiró Samu, encogiéndose de hombros levemente.
Torcí el gesto y acaricié a Deku, que me lamió la mano. Cuando Leo salió de su cuarto, llevaba una camiseta blanca ancha y unos pantalones cortos, aunque fue la gorra roja que llevaba llevaba sobre su cabeza lo que me sorprendió, ya que no solía llevar nunca.
- ¿Y eso? – reí.
- No quiero que se me quede la marca de esto. – dijo, molesto, señalando el apósito sobre su ceja.
- Pero si es casi de noche. – repliqué, riéndome.
- Bueno, déjame. – respondió, dándome un pequeño empujón mientras sonreía, sacándome de la casa.
Caminamos lentamente por nuestra ruta habitual, paseando por un parque primero y por el paseo marítimo a la vuelta. Hablábamos tranquilamente, aunque Leo apenas intervino unas cuantas veces y parecía perdido en sus pensamientos. La brisa marina nos refrescaba cuando Samu recibió una llamada de teléfono. Después de descolgar, su rostro cambió al instante e intentó calmar a la persona que había al otro lado de la línea mientras se alejaba unos metros de nosotros. Un par de minutos después colgó y se acercó.
- Tomás ha pillado a su novia con otro. – dijo. – Está destrozado ahora mismo, voy a ir a su casa a verlo. – se dirigió a Leo. – Tienes las llaves de casa, ¿sí?
- Sí. – dijo, dándose un par de palmadas en el bolsillo derecho de su pantalón.
- Vale. – asintió. – La nevera está llena, coged lo que queráis. – me dio la correa de Deku. – No os olvidéis de echarle de comer. Nos vemos luego, ¿vale? Lo mismo llego tarde.
- Vale. – respondimos los dos al unísono
Samu se dio media vuelta y empezó a caminar en dirección contraria con paso firme. Nosotros seguimos caminando con tranquilidad y en silencio, viendo cómo Deku olisqueaba todo a su paso.
- ¿Qué te pasa? – le pregunté al cabo de un rato, sin rodeos.
- ¿A qué te refieres? – dijo Leo, intentando sonar natural.
- No sé, apenas has hablado y pareces tener la cabeza en otro sitio – expliqué.
- Imaginaciones tuyas. – contestó, mirando al suelo.
No dije nada más y me dirigí hasta un banco que miraba a la playa. Me senté en él y disfruté del sol anaranjado que estaba escondiéndose bajo el interminable mar. Leo se dejó caer a mi lado y acarició a Deku.
- Tío, sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad? – le dije, mirándole a los ojos.
- Sí, lo sé. – me respondió en un susurro.
Hubo un pequeño silencio en el que los dos mirábamos al horizonte.
- ¿Es por… lo que pasó en el hospital? – pregunté al final, sintiendo un pellizco en el estómago al pronunciar aquellas palabras.
- ¿El accidente? – dijo, extrañado.
- No, lo que… pasó en el baño. – aclaré.
Vi cómo Leo comprendió a lo que me refería y se comenzó a sonrojar.
- Sí, bueno… No. – se rascó la nuca. – No sé, es muy complicado. Estoy hecho un lío.
Asentí con la cabeza, entendiendo cómo se sentía.
- No hace falta que… tengas una respuesta ahora. Yo tampoco la tengo. – le dije.
De nuevo, se hizo un silencio en el que ambos parecíamos intentar averiguar cómo expresar lo que pensábamos.
- Eres mi mejor amigo, Michi. No quiero que las cosas cambien por… un estúpido beso. – confesé, intentando que mis palabras lo tranquilizaran.
Hubo una pausa, en la que Leo pareció sopesar mis palabras.
- Fue estúpido, ¿eh? – dijo Leo, girando la cabeza, claramente dolido.
- ¿Qué? No, no me refería a eso… – me apresuré a aclarar, sintiendo cómo la conversación se torcía. – Te veías tan triste después del accidente, no pude…
- Osea, que me besaste por pena. Lo estás arreglando. – me interrumpió, cruzando los brazos sobre su pecho y resoplando irónicamente.
- ¿Qué dices? – aquello me sentó peor de lo que esperaba. – Te recuerdo que fuiste tú quien me besó primero.
Mis palabras parecieron golpearlo como una bofetada. Sus ojos se llenaron de una mezcla de enojo, dolor y algo más, algo que no pude identificar.
- Me estabas comiendo el cuello mientras nos pajeábamos, perdona si me dejé llevar. – su tono era frío y serio. – No sé a qué juegas, Dani, pero no es divertido.
Sus palabras me dejaron helado, incapaz de procesar lo que acababa de decir. Antes de que pudiera responder, Leo se levantó de golpe. Sacó un manojo de llaves del bolsillo, separó una de ellas y la dejó caer sobre el banco con un ruido metálico.
- Nos vemos. – su voz sonó tensa, como si estuviera conteniendo algo más.
Lo vi darse la vuelta, y, viendo aquella actitud, algo dentro de mí se encendió. Una mezcla de ira y desesperación me empujó a levantarme y agarrarlo del brazo.
- Mira, no sé qué coño te pasa, pero no es justo que lo pagues así conmigo. – le espeté, con la voz temblando entre el enfado y la confusión.
- Suéltame. – me dijo, su tono bajo y cortante, como una advertencia.
- ¿Puedes hablar las cosas en vez de comportarte como un puto niño pequeño? – le pedí, lleno de frustración.
Intenté retenerlo, pero, con un tirón brusco, consiguió soltarse de mi mano. Sus ojos verdes brillaron mientras parecía querer añadir algo, pero no lo hizo. Sin decir más, se dio media vuelta y comenzó a alejarse con paso ligero.
Mi cabeza estaba que echaba humo, sin entender qué cojones acababa de pasar. No pude evitar girarme y darle una patada al respaldo del banco.
- ¡Joder! – exclamé, airado, sintiendo mi respiración alterada.
Deku comenzó a gimotear, como pidiendo que me calmase. Me dejé caer en el banco y lo acaricié en la cabeza, intentando tranquilizarme y reconfortarlo un poco. No entendía cómo habíamos llegado a este punto. Llevaba todo el día raro y solo quería saber qué le pasaba, pero no me esperaba que todo acabase así. “No sé a qué juegas, Dani, pero no es divertido” Apreté los dientes al recordar sus palabras. Ni siquiera sabía qué carajos significaba eso. Lo único que había hecho fue dejarme llevar, igual que él, pero resulta que el que estaba jugando era yo.
- Imbécil. – susurré, recogiendo la llave del banco.
Me puse en pie y me encaminé a casa lentamente, mascullando la conversación en mi cabeza, imaginando posibles respuestas. Cuando llegué al rellano, dudé si llamar a su puerta, intentar aclarar lo que había pasado, pero me pudo el orgullo. Metí la llave en la cerradura y me introduje en el piso de mi hermano. Me preparé algo de cenar y le di de comer a Deku, para después tirarme en el sofá y ponerme algo de fondo mientras miraba mi móvil. Ya era bastante tarde cuando escuché la puerta de entrada abrirse y cerrarse. Samu tiró las llaves al mueble de la entrada, pero falló y estas cayeron al suelo ruidosamente. Caminó hacia dentro con signos claros de estar completamente bebido, lo que en parte alegró mi mal humor.
- Vaya morado traes, ¿no? – le saludé, divertido.
- Tampoco te creas. – dijo, arrastrando su voz con una risita mientras se dejaba caer en el sofá y acariciaba a Deku, que estaba echado a mi lado.
- ¿Cómo está Tomás? – le pregunté.
- ¿Tomás? – rió para sus adentros. – Peor que yo.
- Me sorprende que hayas llegado a casa sin matarte por el camino. – le dije.
- Años de experiencia. – se llevó el dedo índice a la frente, como felicitándose a sí mismo. – ¿Y Leo?
- En su casa. – respondí apartando la mirada.
- ¿Y eso? – echó su cabeza en el respaldo del sofá.
- No sé. Es como tú dices, está raro. – mi voz salió con amargura.
Se hizo el silencio durante unos segundos, ambos intentando descifrar qué le ocurría.
- Bueno, ha pasado por mucho últimamente. Démosle algo de espacio. – suspiró Samu.
- No sabía que te volvías un sabio tibetano cuando te emborrachas. – bromeé ante la profundidad de sus palabras.
- Sí, suele pasar. – rió. – Por eso Tomás me pidió que bebiera con él, para iluminarle el camino ahora que ha descubierto lo zorra que era Jenny.
- Es que el nombre también… – dije yo, sarcástico.
Los dos soltamos una sonrisa y la conversación se tornó sobre Tomás y su novia, hasta que el sueño nos venció a ambos y decidimos irnos a dormir. Samu me ayudó a preparar el sofá para dormir en él, sacando los cojines y trayendo una almohada y una sábana. Le di la buenas noches mientras se metía en su habitación y no tardé en quedarme dormido.
Los ladridos de Deku me despertaron al día siguiente, ya que alguien llamaba a la puerta. Me puse mi camiseta y fui a abrir. Carmen estaba allí, mirando su reloj con aprensión.
- Buenos días, Dani. – me sonrió. – ¿Sería mucha molestia que tú o tu hermano se quede en casa pendiente de Leo? – pidió, juntando las manos.
- No, claro. – le respondí, refregándome los ojos. – ¿Está bien?
- Sí, sí. Venimos del médico, ha estado toda la noche con fiebre. – comentó. – Le han dicho que es normal, que tiene las defensas bajas, y le han mandado un antiinflamatorio más fuerte.
- Oh, entiendo. – contesté, sintiendo algo de alivio.
- Aún así, está muy cansado y está durmiendo ahora mismo, pero me da algo de apuro irme a trabajar y dejarlo solo. – me dijo, chasqueando la lengua.
- Sí, claro. Yo me quedo con él, mi hermano está durmiendo la mona. – asentí con la cabeza.
- Oish, eres un cielo. No sé qué haríamos sin vosotros. – me dijo, dándome un ligero abrazo.
- No hay problema, de verdad. – le sonreí.
- Ya le han curado la herida, así que no tiene que ir luego. – añadió. – Bueno, las pastillas están en la encimera y hay comida en el frigo. ¡Muchas gracias! – se despidió, encaminándose a las escaleras.
- No hay de qué. – resoplé para mí mismo, cerrando la puerta.
Seguía mosqueado con él y lo último que quería era ser su niñera. Cogí mi móvil, mis chanclas y mis auriculares y salí de casa para meterme en la de Leo. En silencio, me dirigí hasta su cuarto. Abrí con cuidado la puerta, intentando no hacer ruido. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por los rayos de sol que se colaban entre las cortinas. Leo yacía boca arriba en su cama, cubierto hasta el cuello por una sábana fina. Su respiración era tranquila y profunda, señal de que seguía dormido.
Me acerqué un poco a él y, para mi sorpresa, el apósito que solía cubrir su herida había desaparecido. En su lugar, una línea rosada y algo inflamada nacía casi a mitad de su ceja izquierda, dividiéndola, y se extendía en diagonal por su sien hasta acabar encima de su oreja, atravesando también algo de su pelo. Cada pocos milímetros, unos puntos negros se ocupaban de mantener los bordes unidos. La piel de alrededor tenía un color amoratado que comenzaba ceder al amarillo en algunos lugares, producto del hematoma que lentamente se desvanecía.
Fue entonces cuando entendí por qué Leo se había preocupado tanto al ver la herida por primera vez. Aunque no deformaba su rostro, era algo difícil de ignorar. A pesar de seguir molesto, se veía tan vulnerable que no pude evitar pasar una mano por su cabello castaño claro, en un gesto instintivo, como si intentara transmitirle fuerzas.
Suspiré, confuso otra vez por mis sentimientos. Me senté en la silla de su escritorio y apoyé los pies encima de este, poniéndome cómodo. Cogí mi teléfono, me puse los auriculares, le dije a mi hermano dónde estaba y empecé a ver una película en Netflix. Habría pasado una hora y pico cuando Leo comenzó a toser. Me quité los auriculares y me giré hacia él. Leo movió la cabeza ligeramente hasta encontrarme con la mirada.
- ¿Te traigo agua? – le pregunté con un tono serio.
- Sí, por favor. – dijo, con la voz queda.
Salí al pasillo y llené un vaso de agua en la cocina antes de volver a su cuarto. Leo ya se había incorporado sobre un codo y estiró el brazo para recibir el vaso.
- Gracias. – murmuró al tomarlo.
Emití un gruñido en respuesta, girándome para sentarme otra vez en la silla, evitando mirarlo. Escuché cómo bebía y luego dejaba el vaso en la mesita de noche. Pasaron varios segundos en silencio, hasta que su voz, baja y cargada de inseguridad, rompió la quietud.
- ¿Tanto asco te doy?
Lo miré de reojo, sorprendido por la pregunta.
- ¿Asco por qué? – inquirí, todavía sin girarme del todo.
- Porque… estoy deforme. – susurró, con apenas un hilo de voz.
- No estás deforme. – mi respuesta salió más directa de lo que yo quería, pero era sincera.
Leo no se dejó convencer.
- Entonces, ¿por qué no me miras a la cara? – insistió, esta vez con un dejo de tristeza.
Finalmente, me giré hacia él, y nuestros ojos se encontraron. Los suyos estaban enrojecidos, brillando con un cansancio que iba más allá de lo físico.
- No es por eso, Leo… – dije, sintiendo un pellizco en mi estómago. – Sigo enfadado por lo de ayer.
Su expresión cambió, y apretó los labios antes de apartar la mirada.
- Me dolió mucho lo que me dijiste, ¿sabes? – confesé, sintiendo la necesidad de hacerle saber cómo me sentía. – ¿De verdad crees que juego contigo?
Leo suspiró, dejándose caer de nuevo sobre la cama. Se cubrió el rostro con las manos antes de murmurar:
- No lo sé, Dani. Todo esto me supera. Estoy tan… confundido…
Lo observé en silencio. Había algo en la forma en que se tapaba el rostro, en la tensión de su cuerpo, que me desgarraba por dentro. Me acerqué lentamente y me senté en el borde de la cama, dejando algo de distancia entre nosotros.
- ¿Qué es lo que te supera? – pregunté con suavidad, intentando que se abriera.
Leo dejó caer las manos sobre el colchón y suspiró profundamente, como si intentara ordenar sus pensamientos.
- No sé, todo. – dijo finalmente, dejando caer las manos sobre la cama. – Creía que las cosas que hicimos antes de la fiesta, eran solo cosa de la calentura, pero… Desde que nos besamos en el hospital, no he podido parar de darle vueltas a todo.
- Leo… – quise decir algo, pero no supe qué.
- Es que, estoy hecho un lío. Siempre he tenido claro lo que me gusta, pero, últimamente… – hizo una pausa, su voz sonó llena de frustración. – Últimamente, no tengo ni idea.
Sus palabras cayeron sobre mí como gotas de una lluvia caliente. Aunque no quise admitirlo hasta entonces, me sentía tan identificado con lo que decía…
- Leo, creo… – mi voz temblaba un poco, pero sabía que debía decirlo. – Creo que entiendo cómo te sientes.
Me dirigió una mirada perpleja, como si buscara en mi cara indicios de que estaba bromeando. Pero decía la verdad.
- Yo tampoco sé cómo manejar lo que… ha pasado entre nosotros. – admití. – Te besé porque… Porque estaba tan contento de que estuvieses bien, de que siguieras vivo… – mis ojos comenzaron a empañarse. – Cuando creí que…, bueno, que te perdía, me di cuenta de lo mucho que me importas, Leo.
Una lágrima traicionera acabó desbordándose por mis ojos, cayendo sobre mi mejilla. Leo me miró con ternura y llevó su mano a mi rostro, limpiando aquella solitaria lágrima con sus dedos, dándome una suave caricia.
- Lo siento. – susurró, sus ojos llenos de culpa. – Siento todo lo que te dije ayer, de verdad.
- Yo también lo siento. – respondí. – No fue mi intención decir que el beso fuera estúpido, no lo pienso, pero… te notaba tan raro… me aterraba la idea de que las cosas entre nosotros cambiasen.
Leo asintió despacio, aceptando mis disculpas.
- Estos días, he estado intentando averiguar qué significa todo esto. – reconoció, mirando al techo. Tomó algo de aire y dio un largo suspiro. – Nunca pensé que me llegaría a gustar un chico, y menos…, mi mejor amigo.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, materializando el peso de lo que ambos estábamos sintiendo. Me quedé mirándolo, sin saber qué decir, porque en el fondo yo tampoco había esperado esto. No con él.
- Sí, me pasa lo mismo. – admití y me llevé el dedo anular a la boca, mordiéndome la uña. – Nunca me he sentido así. Me da un poco de… miedo.
Leo llevó su mano con cuidado a la mía, quitándomela de la boca, y recordé que él odiaba que me mordiera las uñas. La puso sobre su pecho, pero no la soltó, la sostuvo y le dio un suave apretón. Leo me observaba con una intensidad que me hizo desviar la mirada hacia otro lado.
- A mí también me asusta. – admitió en un susurro. – Y no es solo lo que siento, es todo lo que podría cambiar. Mis amigos… mi familia… ¿Qué pensarían si supieran que…?
Se calló de golpe, pero no necesitaba que terminara la frase. Yo lo entendía perfectamente, porque me pasaba lo mismo.
- Creo que lo más difícil, – continuó tras unos segundos. – es que ni siquiera sé si estoy preparado para algo así. Ni contigo…, ni con nadie.
Sentí un pinchazo en el pecho, pero respondí con más seguridad de la que esperaba.
- No tienes que estarlo – respondí, con más firmeza de la que esperaba, apretando su mano. – No quiero que te sientas presionado, Leo. Yo tampoco estoy listo.
Él soltó un suspiro largo, como si mis palabras aliviaran algo en su interior. Hubo un silencio en el que ninguno de los dos supimos qué más decir.
- Entonces, ¿qué hacemos? – pregunté con cautela.
- No lo sé. – respondió, parecía completamente honesto. – Supongo que… podríamos volver a lo de antes. Dejar que las cosas se den solas, si tienen que darse.
Asentí con la cabeza, aunque las palabras se escaparon de mi boca sin poder frenarlas.
- Pero… ¿Tú quieres que se den? – pregunté, mi voz temblando ante su respuesta.
- Dani… – soltó una pequeña risa. – Mira que eres idiota.
Llevó su mano hacia mi nuca y tiró de mí con decisión, acercando mi rostro al suyo. Nuestros labios se encontraron en un beso que no tenía nada que ver con los anteriores. No era fruto de la excitación ni del alivio, ni tampoco de la confusión. Era un roce tímido que parecía estar probando los límites de lo que ambos éramos capaces de manejar. Sentí su respiración cálida contra mi piel, y un escalofrío recorrió mi espalda. Su otra mano se deslizó lentamente hacia mi mejilla, afianzando el contacto entre nosotros.
Por instinto, posé una mano en su pecho, notando cómo su corazón latía con fuerza bajo su camiseta. Eso me dio el valor para profundizar el beso. Mi lengua rozó la suya, y lo escuché jadear contra mi boca, lo que encendió algo en mi interior. Leo respondió con la misma intensidad, tirando suavemente de mi cabello mientras nuestras respiraciones se aceleraban.
El beso escaló poco a poco, dejando atrás cualquier rastro de timidez. Me moví, dejando de estar sentado en el borde de la cama, para apoyar una rodilla entre sus piernas. Ahora estaba más cerca de él, casi encima, mientras sus dedos se deslizaban por mi espalda, presionándome contra su cuerpo. La calidez de sus manos traspasaba la fina tela de mi camiseta, y un hormigueo se expandió por todo mi cuerpo.
Leo rompió el beso por un segundo, respirando entrecortado. Posó su frente con cuidado sobre la mía, procurando no apoyar su herida, y cuando abrió los ojos, su mirada era intensa, cargada de emociones que no necesitaban palabras. Antes de que pudiera decir algo, me atrajo de nuevo hacia él, su boca buscando la mía con una urgencia que me dejó sin aliento.
Sus manos descendieron por mi espalda, deteniéndose justo en la cintura de mis pantalones, donde juguetearon con el borde de la tela. Sentí un calor creciente en mi abdomen que se me recorrió todo el cuerpo, pero no me aparté. Por el contrario, llevé mis manos hasta el filo de su camiseta, como pidiéndole permiso. Leo se separó un poco de mí y me sonrió con complicidad. Hizo fuerza para incorporarse un poco y, con más cuidado del que me hubiese gustado por su herida, subí su camiseta hasta quitársela.
Aproveché y me puse de rodillas sobre su regazo, apoyando mi trasero sobre su notable erección. Leo se mordió el labio y me quitó la camiseta también, dejándonos a ambos con el torso desnudo. Estábamos frente a frente, los dos sonriéndonos como bobos, sin saber qué decir, pero sabiendo que no hacía falta. Me incliné un poco más y volví a besarlo, haciendo que mi lengua se enroscase con la suya.
Unos segundos después, Leo llevó su mano a mi nuca y tiró despacio, inclinando mi cabeza hacia atrás. Sus labios se deslizaron lentamente por mi mandíbula, y bajaron hasta mi cuello, donde besó y lamió hasta llegar a mi clavícula, estrellando su cálido aliento en el proceso, y un suspiro escapó de mis labios cuando sentí sus dientes rozar suavemente mi piel. Mi mano, que había estado en su cintura, ascendió por su costado hasta su pecho, sintiendo el ritmo frenético de su respiración.
- Leo… – murmuré, desesperado. – Me voy a volver loco si no hago algo con esto.
Leo se separó un poco y le señalé con la mirada mi erección, que empujaba la tela de mis calzonas, marcándose notablemente.
- Sí, yo también. – su voz sonaba ahogada por tanto deseo mientras se dejaba caer sobre el colchón.
Lo miré curioso, sin saber qué tenía planeado, aunque no pude pensar mucho más, porque sus manos se posaron en mi trasero. Les dio un apretón y las empujó con fuerza hacia arriba, poniéndome de rodillas. Con un movimiento rápido, me bajó las calzonas y la ropa interior hasta la mitad de mis muslos. Lo vi sonreír de lado, pícaramente y agarró con firmeza mi rabo, que ya estaba lleno de líquido transparente en la punta. No pude evitar jadear un poco cuando comenzó a masturbarme. Leo me miraba intensamente mientras se mordía el labio y aumentaba el ritmo de la paja, embarrando sus dedos con mis fluidos. Sentí que la temperatura de mi cuerpo se elevaba cada vez más y las primeras gotas de sudor empezaron a recorrer mi frente.
Cerré los ojos, dejándome llevar por aquella placentera sensación, cuando sentí que colocaba su mano libre sobre mi nalga derecha. Dejé escapar un pequeño gemido y Leo, con más confianza, apretaba mi culo, clavando sus dedos sobre mi piel lampiña. A los pocos segundos, sentí que la excitación me superaba, haciendo que mi polla palpitase entre sus dedos y se lo dejé saber:
- Me queda poco. – mi voz sonaba asfixiada.
Lo que pasó después, ocurrió muy deprisa. Unos segundos después de decírselo, Leo bajó su cuerpo en la cama, haciendo que mi pelvis estuviese más cerca de su rostro. Puso sus dos manos sobre mi culo y tiró con fuerza hacia él, inclinando mi cuerpo hacia delante y haciéndome apoyar las manos en el colchón. Levantó un poco la cabeza y lo siguiente que sentí fueron sus labios rodeando con suavidad y calidez mi miembro, dándome la primera mamada en mi vida.
Su lengua se enroscaba sobre mi glande mientras Leo tragaba más y más centímetros de mi carne, hasta que le dio una arcada y se la sacó de la boca, tosiendo. Con su mano derecha, comenzó a pajearme mientras recuperaba el aliento. Un instante después, volvió a introducírsela en sus fauces mientras me masturbaba, chupando con avidez, mientras yo jadeaba como loco. No pasó mucho tiempo hasta que sentí que me venía.
- Leo, me corro. – gemí.
Sentí cómo mi cuerpo se tensaba cuando el orgasmo llegó, y Leo, en vez de sacar mi rabo de su boca, puso sus manos en mi culo de nuevo y apretó su cabeza contra mi pelvis. Sentí cómo polla se hinchaba y, cuando esta chocó con la campanilla de Leo, estallé de placer, vaciando mis huevos en su garganta mientras exclamaba resollando.
Leo comenzó a toser ahogadamente mientras intentaba tragarse mi leche, pero me corrí tan abundantemente que comenzó a escaparse por la comisura de sus labios. Me eché hacia atrás, sentándome en su vientre y dejándole recuperar el aliento mientras observaba su rostro colorado. Se limpió la boca con el dorso de su mano y sacó una sonrisa.
- Joder. – dijo, con la voz alterada. – Eso ha sido… brutal.
- Y que lo digas. – mi voz también estaba agitada.
Me moví y me tumbé en la cama, junto a él. Pasé mi brazo sobre mi frente, quitándome el sudor de la cara. Leo levantó un poco la cintura y se bajó las calzonas, dejando libre su polla. La tenía tan henchida que parecía que explotaría en cualquier momento y un hilo grueso de líquido preseminal caía por su prepucio hasta su pelvis, muestra de lo excitado que estaba.
- ¿Quieres que… te ayude? – le dije con tono provocador.
- ¿Tú qué crees? – me respondió, divertido.
Me incorporé un poco, listo para acercarme a su miembro, pero Leo me agarró del brazo.
- ¿Puedes hacerlo mientras… me besas? – me pidió, con algo de vergüenza.
No pude evitar que se me dibujara una sonrisa ante su ternura, y asentí con la cabeza. Me acomodé, haciendo que mi brazo se apoyase sobre su estómago, y llevé mi mano dominante a su miembro. Cuando mis dedos rodearon la piel incandescente de su verga, este dio un pequeño respingo. Comencé a bajar y subir la piel de su pene con facilidad gracias a lo lubricada que estaba y, cuando conseguí un ritmo constante, giré la cabeza. Leo tenía los ojos cerrados, disfrutando de la paja que le estaba haciendo, y cuando llevé mis labios a los suyos, suspiró profundamente por la nariz.
Su mano fue directamente hacia mi mejilla, pegando su rostro al mío con pasión, mientras nuestras lenguas se enroscaban y nuestras respiraciones agitadas se entremezclaban. En un momento, cuando lo pajeaba con fuerza, su lengua dejó de moverse y comenzó a respirar más entrecortadamente. Aproveché entonces para recorrer sus labios con mi lengua, lamiéndolos con fervor, y Leo comenzó a jadear.
Pocos segundos después, sentía que Leo estaba llegando al clímax. Tomó mi labio inferior entre sus dientes, apretando con una firmeza que me hizo jadear, no por dolor, sino por la intensidad del gesto. Su miembro comenzó a hincharse cada vez más en mi mano hasta que empezó a palpitar. Sus dientes apretaron aún más mi labio, haciéndome sollozar de dolor, y su cuerpo se tensó. Gimió ahogadamente mientras sentía su corrida escurrirse entre mis dedos y caer en mi brazo.
Leo soltó mi labio en cuanto me escuchó quejarme y abrió los ojos, mirándome con el rostro lleno de arrepentimiento. Me ardía el labio y, al llevarme la mano instintivamente, noté un leve rastro de sangre en mis dedos. Leo abrió los ojos, preocupado, y llevó su mano a mi boca. Se inclinó un poco para ver el interior de mi labio.
- ¡Lo siento! – exclamó al ver la pequeña herida. – No he podido… controlarme. – su voz temblaba, pero yo apenas podía evitar sonreír.
- Tranquilo, no pasa nada. – respondí, quitándole importancia, aunque todavía sentía el escozor.
- ¡Sí, que pasa! No quería hacerte daño. – dijo, su voz llena de culpa. – Encima, te va a dejar marca…
Miré a sus ojos verdes, que estaban llenos de remordimiento, y no pude evitar sonreír ante su ternura.
- Bueno, yo te hice un chupetón y tú esto. – le respondí suavemente. – Estamos en paz.
Su expresión se suavizó un poco, como más tranquila, y me sonrió de vuelta antes de darme un beso suave sobre mis magullados labios.
Hasta aquí esta parte de la historia, espero que les haya gustado tanto como me ha gustado a mí escribirla. Gracias a todos los que continúan leyendo esta serie de relatos, espero sus comentarios en la cajita o por email ([email protected]). Háganme saber si estarían interesados en más relatos en exclusividad y personalizados en Patreon. Saludos :))
Que si re reconcilien con Samu y que tu y Leo sean novios
Wow me encanta los amo