MI VECINO CASADO, DE 30 AÑOS Y YO, SOLO DE 9
PARA MIGUEL, EL HOMBRE CASADO, MI PRECIOSO CULO LE GENERÓ UN PLACER SUBLIME.
Si bien como comenté en mi relato anterior, titulado CARLOS, DE 30 AÑOS Y YO, SOLO DE 8 (el cual sugiero que lean como para dar cierta continuidad a mis experiencias personales), existieron, existen y existirán personas como Carlos (el de mi primer relato), es decir, mayores que gustan de mantener relaciones sexuales con niños y buscan permanentemente la manera de llevar a cabo sus deseos, fantasías y necesidades de índole sexual, hay otros a quienes la ocasión se les presenta y simplemente, no la dejan pasar.
Esto mismo ocurrió cuando yo contaba con nueve años de edad y estaba ya “a punto caramelo”, porque el año anterior, había aprendido a chupar bien las pijas y había perdido mi virginidad anal, motivo por el cual, si bien continuaba manteniendo relaciones sexuales con mis pares, es decir, con los chicos del barrio y con mis compañeros de escuela, ya quería “jugar en las ligas mayores” y no me era fácil conseguir personas más mayores.
Cerca de mi casa, vivía un joven matrimonio compuesto por Miguel, que contaba entonces con unos 26 años de edad y su esposa, Mónica, de un par de años menor que él (los nombres son reales, porque de esto ya pasó mucho tiempo). Por aquel entonces, era muy común que los vecinos se visitasen entre sí, aunque más no fuera unos pocos minutos al día, ya sea por pasar frente a la casa, al hacer las compras y por cualquier otro motivo y tanto aquel matrimonio como mis padres, no era la excepción al respecto.
Miguel era un hombre muy apuesto y tenía un físico privilegiado, porque practicaba mucho deporte y actividad física, en cambio Mónica, su esposa, era más bien baja de estatura y rellenita, pero en todo caso, esas diferencias físicas entre ellos, no hacían mella para nada en su relación; eran un matrimonio amoroso, que se llevaba muy bien y solía vérselos siempre juntos.
Ese mismo año, Mónica quedó embarazada y como consecuencia de ello, a partir creo del séptimo mes de gestación (ello me lo dijo después Miguel, el esposo), las relaciones sexuales entre ellos disminuyeron casi a cero y fue allí donde comenzó todo para mí.
Si bien Miguel siempre fue de darme palmadas en el culo y de elogiar y halagar mi parte trasera, como todo el mundo lo hacía, nunca había pasado a mayores y solamente quedaba en ello, pero en esta ocasión, yo ya empezaba a notar que me vecino, comenzaba a mirarme con otros ojos y los toqueteos y manoseos, empezaban a ser más frecuentes y con mayor intensidad.
Una tarde, estaba Mónica en casa, charlando con mi madre, cuando de pronto me dijo:
-“Hay Marcos ¿No irías a casa a decirle a mi marido que estoy acá y que me voy a quedar un rato más?”
“Sí vecina. Voy enseguida” – Respondí y me dirigí raudamente a casa de Miguel, para darle el recado.
A mí llamado a la puerta, respondió:
“Vení Marcos. Estoy acá atrás, en el patio”.
El vecino estaba en el patio trasero de su casa y como hacía mucho calor, vestía solamente un diminuto traje de baño, aunque no tan diminuto, ajustado, ceñido y cavado, como los que yo solía llevar (y aquella vez no fue la excepción), pero se notaba y muy bien el bulto en su entrepierna. Estaba sentado en una reposera y tenía una lata de cerveza en su mano.
-“Hola vecino. Me dijo su esposa, que le avisara que está en mi casa y se va a quedar un rato más, charlando con mi mamá” – Le dije.
-“¡Gracias Marcos! ¡Que buen chico sos!” – Exclamó Miguel, dándome un palmadita en el culo y agregó:
-“¡Vení! ¡Sentate un rato acá! ¡Te voy a traer algo para tomar!”
El hombre se levantó, fue hasta dentro de la casa, volvió con una lata de gaseosa bien fría y después de ofrecérmela, me indicó que me sentase a su lado.
Yo, asentí de la manera en la que siempre lo hice y aún lo sigo haciendo, es decir, cruzando un par de miradas cómplices y una sonrisa socarrona, pero cuando estaba por sentarme, Miguel me dijo:
-“¿Te animás a subir al árbol y bajar unos duraznos de arriba? Los que están más maduros.”
Haciendo gala de mi agilidad, subí al árbol, pero mientras lo hacía, noté que mi pantaloncito no pudo contener en su totalidad a mi increíble “masa glútea” y mis “carnosos cachetes” quedaron prácticamente al aire y, así como había subido con suma facilidad, el tener las manos ocupadas con los duraznos, me dificultaba el descenso y fue allí, entonces, cuando Miguel se incorporó y acercándose al árbol, me dijo:
-“Yo te ayudo a bajar.”
Y me ayudó, pero cómo me ayudó; apoyó sus dos manos en mi culo y me iba sujetando mientras yo descendía, aunque al mismo tiempo me toqueteaba y me manoseaba ya de manera descarada, sobre todo porque, mi pasividad, mi sumisión y obviamente mi propio gusto por ello, se lo permitía seguir haciéndolo.
Una vez abajo del árbol, mi vecino aún no sacaba sus manos de mi culo, hasta que, sin dejar de tocarme, me dijo:
-“Marcos ¿Sabés lo que son las relaciones sexuales?”
Respondí afirmativamente con un ligero movimiento con la cabeza hacia adelante y entonces Miguel continuó:
-“Es normal que los novios y los matrimonios, mantengan relaciones sexuales, pero en mi caso, como mi señora está embarazada, no vamos a poder tener sexo durante un buen tiempo, inclusive después que nazca el bebé.”
Y continuó diciendo, ya en tono de pregunta:
-“¿Sabés que es la paja? ¿Sabés que es hacerse la paja?”
Volví a responder de la misma manera.
Toda esa conversación, de alto contenido erótico, se daba mientras mi vecino no dejaba un instante de tocarme el culo y yo ya había empezado a exteriorizar mi calentura, al mismo tiempo que notaba como crecía, cada vez más, la entrepierna de aquel hombre.
“Yo, como no puedo tener sexo con mi esposa, tengo que hacerme la paja, para satisfacer mis necesidades” – Dijo Miguel, ya tocándose él, también, aunque por encima de su pantaloncito y como se dio cuenta que yo no había experimentado incomodidad alguna, continuó diciendo:
-“Pero es mucho más lindo, cuando otra persona te hace la paja”
Para finalizar, ya con una propuesta concreta:
“¿Te animás a tocarme? ¿Te animás a hacerme la paja?”
Volví, nuevamente, a responder afirmativamente, de la misma manera y entonces mi vecino, sacó la pija de su pantaloncito, no sin dificultad, porque ya la tenía bien parada.
A primera vista, era mucho más grande, más larga y más gruesa que la de Carlos, el hombre que me había desvirgado el año anterior, pero era realmente hermosa.
Algo cansado, tal vez, de los “pitos” de los chicos de mi edad (aunque igualmente me gustaban y mucho), agarré inmediatamente esa preciosa verga con mis dos manos y comencé a hacerle una suave paja, hasta que empecé a morder mis labios, en un claro gesto de que ya querría, no solo tocar, sino probar y saborear aquella gran pija.
“¿Se la chupo vecino?” – Pregunté con voz muy, pero muy provocativa.
“¡Ah! ¡Bueno Marquitos! ¡Sos bien completo! ¿Eh?” – Exclamó Miguel y me puso su verga frente a mi cara.
Yo la tomé entre mis manos y comencé a lamer ese apetecible tronco, el glande y los huevos, hasta que me la introduce por completo en la boca y comencé a mamar.
Mi vecino estaba extasiado; probablemente, su esposa, no se la chupaba y si lo hacía, no sería tan bien, como la estaba chupando yo, apenas un chiquito de nueve años.
“¡Ahhhh! ¡Que lindo! ¡Cómo me la estás chupando! ¡Qué locura!” – Exhalaba Miguel entre gemidos y jadeos de placer.
“Mientras me la chupás, te voy a seguir tocando el hermoso culo que tenés ¡Que pedazo de culo!” – Dijo el hombre y llevó sus manos hasta mi alucinante parte trasera.
Además de las palmaditas, que solía darme con anterioridad, solamente había toqueteado y manoseado mis “carnosos, suaves, tiernos y aterciopelados cachetes”, pero en esta ocasión, empezó a hurgar con sus dedos en mi rosado y dilatado orificio anal, hasta que directamente, introdujo, primero un dedo y después dos, para decir con grato asombro:
“¡Epa Marcos! ¡Qué fácil entran los dedos! ¿No me digas que ya también te la metieron en el culo?”
Sin sacar siquiera la pija de mi boca, miré hacía arriba y esbocé una sonrisa, entonces, Miguel se corrió hacia atrás y me dijo:
“¡Date la vuelta! ¡Dale! ¡Dame ese culazo que tenés! ¡Voy a ver si te la puedo meter!”
Me di la vuelta y mi vecino me separó ligeramente las piernas, me inclinó levemente hacia adelante y comenzó su intento por penetrarme.
Si bien yo tenía el ano dilatado, porque me había introducido sus dedos, su pija era más gruesa y larga, así que no le resultó tan fácil penetrarme e inclusive lancé un par de gemidos de dolor, pero no fueron suficientes como para qué, ni él ni yo, desistiéramos del intento.
“¡Qué culo precioso! ¡Por favor! ¡Que locura de culo!” – Exclamaba Miguel mientras no dejaba de bombear.
“¿A vos te gusta Marcos? ¿Te gusta como te estoy cogiendo?” – Preguntó sin dejar de jadear de placer.
“¡Si vecino! ¡Me gusta mucho! ¡Siga cogiéndome! ¡Cójame más!” – Gritaba yo retorciéndome de gozo.
“¡Qué lindo putito!” – Gritó el hombre y si bien era la primera vez, que alguien se dirigía a mí, diciéndome “putito”, no lo tomé como una ofensa o un agravio, ni mucho menos, sino que, por el contrario, lo consideré también un elogio y un halago.
Durante un buen rato, estuvo Miguel cogiéndome (hoy me doy cuenta que ya se habría hecho varias pajas, porque de lo contrario, con la abstinencia sexual con su esposa, hubiese acabado al cabo de un par de bombazos), hasta que eyaculó dentro de mí, llenándome el culo de leche tibia.
Luego de limpiarme y de hacerme jurar y perjurar, que nunca diría nada a nadie, acerca de lo sucedido, nos despedimos, volviendo a cruzar un par de miradas cómplices y una sonrisa socarrona.
Aquella, fue la primera vez entre un hombre casado, Miguel, de 26 años y un chico de nueve, como yo, pero no seria la última, ni mucho menos; volví a ir varias veces a casa de mi vecino, inclusive mucho después que él retomase la relaciones sexuales con su esposa y haciendo mención a ella, Mónica, cierta vez se dio una situación por demás graciosa, ya que, ella, de visita en mi casa y días antes de tener a su bebé, volvió a decirme:
“Marquitos ¿Querés ir un rato a mi casa, así le hacés compañía a mi esposo? No me gusta que se quede solo tanto tiempo”.
Obviamente, yo, un chico tan servicial, fui raudamente al encuentro de su marido, después de todo, ella misma me lo había pedido.
“¡Hola vecino! ¡Me dijo su señora que le venga a hacer compañía!” – Le decía yo mientras me iba sacando el pantaloncito.
“¡Sí Marquitos! ¡Vení acá! ¡Traéme ese hermoso culazo que tenés!” – Exclamaba Miguel.
El resto, seguramente ya se lo imaginarán.
Soy marcoscomodoro
Me encantó tu relato marcos. Espero sigas escribiendo.
Muchas gracias. Tengo muchísimas experiencias personales, así que seguiré subiendo relatos, todos ciento por ciento reales.
Qué rico haber vivido eso, pero sobre todo que lo hayas disfrutado. Ojalá pronto podamos leer más de tus experiencias.
Gracias y creeme que sí, que lo disfruté muchísimo. Obvio que subiré más experiencias a lo largo de toda mi vida. Besos.
Desde el anterior y este, que ricura de relatos!
Muchas gracias. Estoy feliz de compartir mis experiencias sexuales.
Muy bueno