Mi visitante distinguido
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Tenía días que había llegado a casa.
Trabajaría en mi ciudad y no tenía dónde quedarse.
Le ofrecí hospedaje.
Y de manera esporádica le invitaba un desayuno, un café.
Lo que se diera en su momento sin comprometerme propiamente en el aspecto de comida ya que casi no estoy en casa y no quise cargar de trabajo a la señora que trabaja conmigo para tener orden en casa.
Lo llamaremos como Yz.
Yz es blanco, alto.
No guapo pero tampoco feo.
Realmente no había reparado en el como potente amante.
Con mucho bello en el cuerpo.
Sonrisa alegre.
De buenos gustos.
Pero un día salimos a convivir.
Fuimos a un bar en el mismo pueblo.
Y al volver quisimos llevar un Six de cerveza Modelo para beber en la casa.
Yo estaba satisfecho.
Deshinibido.
Él estaba alegre.
Y me insinuaba ganas de sexo.
Había ciertos toqueteos.
Miradas en las que notas las ganas.
Y me fui al ataque.
Yz, ¿quisieras un contacto sexual entre tú y yo? Pregunté.
¿Qué tipo de contacto será? Inquirio.
El qué tú quieras, dije.
Pero yo siempre soy el macho.
Yo doy verga.
Nada de otras pendejadas, dijo el.
Perfecto así será, establecí yo.
Y me acerqué lentamente a su lado.
Toque sus gruesas piernas sobre la mezclilla del pantalón.
Subí mis manos y desabotone su camisa para quitársela.
Era sumamente varonil.
Peludo.
Con un abdomen fuerte.
Seguí acariciando y metí mis manos bajo el pantalón.
Su pene permanecía fláccido aún.
Desabroche el cinturón, seguí con los botones del pantalón y lo baje para que emergiera el rojo de un desgastado bikini.
Abajo ya despertaba una verga que se notaba grande.
Acaricie ese pene necesitado de cariños, sobre la ropa interior.
El se paro y se deshizo del pantalón.
Chupamela, me ordenó.
Así parado me lleve a la boca su jugoso pene, había tomado forma.
Grueso, largo, sin prepucio.
Con los enormes huevos peludos colgando.
Me di tiempo para saborear su grueso tronco, su glande, los huevos.
Fue un frenesí, un encanto permanecer allí.
Mientras sus manos posaban en mi cabeza guiando un ritmo cadencioso.
Sus gemidos inundaban la habitación.
Era genial este hombre.
No dejaba que metiera mis manos.
Solo usa tu rica boquita, decía entre gemidos.
Mis manos las tenía abrazándolo a él.
Posadas en sus fuertes nalgas mientras el metía y sacaba su vergota que en ratos me provocaban ganas de vomitar porque me llegaba la verga hasta la garganta.
El ruido se escuchaba fuerte.
El gemía fuerte.
Y después de chupar como una media hora me dijo: me vengo.
¿Te tragas mi leche?
Solo asentí con un movimiento de cabeza porque me tenía pegado a su tronco.
Y salieron Fuertes chorros a mi boca.
La leche se me escurría porque no pude tragarme su abundante venida.
Después dejó su tronco allí para que salieran las últimas gotas con sus manos en mi cabeza sin dejar que me mueva.
Su leche escurría por las comisuras de mi boca, por sus huevos.
La verga estaba babeante, en pie de guerra.
No decaía.
Pero quiso irse a limpiar al baño.
Me dejó allí y al salir el yo pase al baño a enjuagarme.
Al volver me dijo:
Será nuestro secreto.
Me encanto tu boquita.
Qué rico la mamas.
Tomamos la última cerveza que quedaba.
El ambiente olía a sexo.
Teníamos sudor.
Y al acabarse nos despedimos.
Recalcó que mi boquita era de él.
Y que a la otra no sólo probaría mi boquita.
Me tenía a su merced.
No imagine semejante verga que escondía y que ya había sido mío.
Mi visitante distinguido sería mi amante.
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