Mi zorra.
Bien dicen que todo hetero tiene un joto que lo pone a dudar y en mi caso se llama Gabriel..
Bien dicen que todo hetero tiene un joto que lo pone a dudar y en mi caso se llama Gabriel.
Él entro a trabajar al mismo sitio que yo y al instante destacó. Su naturaleza un tanto femenina su pulcritud, parlanchín hasta por los codos y que hacía reír a todo mundo empezó a llamar mi atención.
Poco a poco fuimos acercándonos. Cuando no había mucho trabajo nos poníamos a platicar. El resolvió muchas dudas que yo tenía con respecto a los homosexuales. Al final terminamos intercambiando números de celular.
Por las noches nuestras platicas continuaron y entre palabras en segundo sentido y albures todo se fue dando.
El sábado me sentía especialmente caliente y había estado llamando primero a mi novia pero la cabrona no me avisó de que saldría todo el fin de semana con su familia. Luego le llamé a algunas amigas pero por azares del destino ninguna pudo acompañarme.
Por un segundo lo pensé y mis dedos hicieron un mensaje que le envié a Gabriel. En pocos minutos él me contestó. No podía venir para conmigo pero abrió la invitación para que yo fuera a su casa.
Pues allá fui. Al casi otro lado de la ciudad, al llegar me recibió con cerveza en mano. Lo ví atareado sacando ropa de la lavadora, moviendo ese culo respingón de un lado al otro. Un diminuto shorts de mezclilla dejaba al descubierto un par de largas piernas blancas con poco vello.
La tarde fue cayendo y latas de cerveza se fueron quedando vacías en la basura. La plática amena tomo un rumbo un tanto sexual y cuando menos pude imaginar Gabriel estaba de rodillas abriendo mi pantalón.
Se llevó a la boca mi pene flácido y lo chupo con tal maestría que en pocos segundo se llenó de sangre alcanzando su máximo.
Lo tome de la cabeza con ambas manos para marcar el ritmo de la mamada. Sus labios húmedos y calientes me están dando el mejor momento. Mis ojos casi se volteaban por completo…
Sus manos se movían acariciando todo mi cuerpo y sin darme cuenta ya estaba desnudo en su cuarto acostado con las piernas bien abiertas y entre ellas aparte de mi pito, Gabriel igualmente desnudo. Me atrevo a más y lo besé. Su boca sabía dónde tocar para provocarme excitación.
Usando lubricante y saliva y con su ayuda abriendo se las nalgas lo fui penetrando. Cálido y suave, así se sentía por dentro. Lo probé en varias posiciones, lo golpeaba le escupía la boca y más pedía. Por varias horas estuvimos unidos, entregados al gozo. Gozo que nunca había probado y al cual me hice adicto.
Cuando el orgasmo llegó fue épico y delicioso. Mi cuerpo cubierto en sudor y besos mientras mi leche escurría de las entrañas de Gabriel. Nos quedamos dormidos muy, muy a gusto. En la mañana me desperté y ya me esperaba un copioso desayuno. Fui claro con Gabriel con lo que había pasado y el aceptó ser mi zorra.
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