Miguelito, el Pequeño Demente: Locuras Lechosas desde los 6 Años / 2
Locuras en el bus: Miguelito, el obsesionado con vergas lecheras corrompe a su acompañante prt 1.
Despierto con el suave golpeteo en mi puerta, la voz de mamá llamándome para asegurarse de que esté listo. De igual manera, va de habitación en habitación para despertar a mis dos hermanos. Hoy es un día especial, y la emoción ya flota en el aire.
Nos reunimos en la sala, y mamá nos recuerda la increíble noticia que recibimos hace una semana: papá ha ganado un viaje a Cancún, todos los gastos pagados. Las caras de asombro y alegría se reflejan en cada uno de nosotros.
«¡Vamos, chicos! A alistarse y a revisar esas maletas», nos anima mamá.
Corremos hacia nuestras habitaciones, y el sonido de cierres de maletas y risas llena la casa mientras nos apuramos para tener todo listo. Estamos a punto de embarcarnos en una aventura familiar hacia Cancún, y la anticipación se mezcla con la excitación mientras nos dirigimos a la estación de autobuses para comenzar esta inolvidable experiencia.
Disfrutamos de un delicioso desayuno preparado por mamá: tostadas de crema de cacahuate con plátano, aguacate y huevo revuelto, acompañadas de un jugo revitalizante de betabel que nos llena de energía. A pesar de mis seis años, aprecio mucho el cuidado que mi mamá pone en nuestra alimentación.
Con las maletas cargadas en el auto, partimos hacia la estación de autobuses. Mi hermano chatea molesto con su novia, lamentando no poder llevarla, mientras mi hermana Marisa parece inmersa en la música y conversaciones con su novio. Yo voy adelante con mamá, ansioso por llegar a la playa.
Al llegar a la estación, un señor nos espera en representación de la empresa de papá. Será responsable de cuidar nuestro auto mientras estamos de vacaciones. Mi papá lo saluda con gusto y charlan brevemente antes de que mi papá le entregue las llaves del auto, marchándose con él para resguardarlo. Los empleados del autobús aparecen para cargar nuestro equipaje, organizándolo para el viaje.
Nos dirigimos a la sala de espera, amplia y llena de sillas. Observo a los pasajeros que, al igual que nosotros, esperan ansiosos el abordaje de sus diferentes autobuses. La emoción crece mientras nos preparamos para embarcar en esta emocionante aventura familiar hacia Cancún.
Mis padres nos indican que esperemos mientras van por los boletos y documentan las maletas. Nos sentamos y mi hermana Marisa decide ir al baño, dejándome al cuidado de mi hermano Antonio, aunque sus 17 años no coinciden con la madurez que debería tener. Me mira con desdén, como si fuera una molestia, y me dice que lo espere mientras él también va al baño, aunque en realidad va a hablar con su novia por celular.
Sin embargo, eso no me preocupa demasiado, aunque quedarme solo me da un poco de miedo. Observo a los pasajeros, y mi atención se centra en una persona en particular. Un chico de aproximadamente 30 años, se acomoda frente a mí con una presencia imponente.
Su cabello castaño oscuro, largo y recogido en un moño, añade un toque de misterio a su apariencia. Una barba redonda enmarca su rostro, y sus ojos cafés oscuros, de mirada intensa, contrastan con su tez moreno claro. Viste con estilo, luciendo una camisa polo azul marino que resalta su complexión robusta. Pantalones de mezclilla negro y tenis grises complementan su atuendo, mientras camina con una postura varonil y una voz profunda que resuena en la estación.
Ese hombre de rostro serio, me vio solito a un niño de 6 añitos, con cara de extrañes seguramente preguntándose dónde estarían mis padres, me sonríe y a pesar de su seriedad cuando sonríe, su rostro se ilumina con una sonrisa amigable, creando un intrigante contraste. Su altura de 1.85 metros lo hace destacar entre la multitud. Mientras espero a que mi familia regrese con los boletos, no puedo evitar sentirme cautivado por este enigmático hombre que comparte el espacio de la estación de autobuses.
Sonrío ante el chico, mi cabello ondulado y mis mejillas rosadas contribuyen a un aspecto tierno. El chico, intrigado, me pregunta: “Hola, bebé, ¿dónde están tus papás? ¿Cómo te llamas?” Le respondo con entusiasmo que soy Miguelito y que estoy esperando a que regresen con los boletos.
Él asiente comprensivo y me aconseja que no me mueva de ahí, expresando su preocupación de que no me gustaría perderme. La interacción agrega un toque de calidez a la espera en la estación de autobuses, y mientras continúo aguardando a mi familia, mi atención se divide entre la emocionante travesía hacia Cancún y la curiosa conexión con este chico enigmático.
En medio de la espera, el chico continúa la amena conversación y me pregunta sobre mi edad y en qué grado de primaria estoy. Con una sonrisa, le respondo que tengo 6 años y que estoy en primer grado. A medida que fluye la charla, no puedo evitar compartirle mi entusiasmo, revelándole que me encantan los dinosaurios.
El chico escucha con atención, y la simpleza y alegría de mis respuestas parecen romper la barrera de su seriedad inicial.
De repente, mi hermano Antonio aparece, un tanto inseguro, y dirige una mirada de desconfianza al chico. Con voz más gruesa, me anuncia que ya ha llegado presentándose de manera un tanto descortés. La atmósfera cambia ligeramente, creando una tensión momentánea en el encuentro. El chico, sin embargo, mantiene su seriedad inicial.
Poco después, mis padres regresan con los boletos. Mi mamá, al notar la presencia del chico, le sonríe un tanto extrañada. El chico, en su defensa, entabla una conversación amigable, explicando que también está esperando el camión hacia Cancún, pero al verme solito, decidió acercarse para cuidarme pensando que estaba perdido. La explicación del chico suaviza las dudas y cambia la percepción. Mi hermano Antonio, notando la actitud amigable del chico, le sonríe de manera más cordial. Mi mamá, entre risas, comenta que se siente muy apenada ya que según me había dejado al cuidado de mis hermanos, mirando a Antonio desafiantemente y preguntándole dónde estaba Marisa.
Mi hermano, en un intento por justificarse, le dice a mi mamá que él me dejó al cuidado de Marisa mientras iba al baño, cuando en realidad fue al revés. Mi mamá, conteniendo el enojo, asiente y decide no entrar en una discusión en ese momento. El chico, notando la situación, discretamente vuelve a tomar asiento y saca su móvil, dando señales de finalizar la pequeña interacción con mi familia y conmigo, por supuesto. La situación se llena de un breve momento de tensión, pero el chico, manteniendo su seriedad, opta por retirarse discretamente.
Finalmente, llega Marisa y mi mamá le reprocha por dejarme solo. Marisa se defiende diciendo que dejó a Antonio para que me cuidara. Mi mamá, decidida a aclarar las cosas, me pregunta quién se fue primero, y respondo que fue Marisa. Mi hermano Antonio me lanza una mirada furiosa y le dice a mi mamá que yo no soy su responsabilidad y que también tenía que ir al baño. Mi mamá, con discreción, le da un pellizco en el brazo, y yo no pude evitar reír.
Mi mamá nos pide que nos comportemos, recordándonos que hacía mucho tiempo no teníamos vacaciones y que no las vamos a arruinar. Mi papá regresa del baño, y mi mamá opta por no contarle nada. Todos nos acomodamos, esperando el autobús y dejando atrás las pequeñas tensiones, listos para disfrutar de las tan ansiadas vacaciones en Cancún.
Después de unos 20 minutos, el altavoz anuncia la llegada de nuestro autobús. Los pasajeros se forman para entregar los boletos, y mientras subimos al autobús, noto que el chico va delante de nosotros. Al llegar a nuestros asientos, me doy cuenta de que el asiento de mi mamá está dispersado, y ella desea ir junto a mi papá.
Afortunadamente, el chico que conocimos anteriormente interviene, ofreciéndole a mi mamá cambiarle el asiento a otra persona para que pueda sentarse junto a mi papá. La situación se resuelve de manera amable, y mi mamá agradece la gentileza del chico, quien ahora ocupará el asiento junto a mí.
En la configuración del autobús, mis padres ocupaban las primeras filas, mientras mis hermanos se sentaban junto a ellos. Yo me acomodé en la última fila, cerca de los baños. Mientras el camión arrancaba, no pude evitar notar las piernas fornidas del chico que estaba sentado a mi lado. Su complexión robusta se evidenciaba, y con ese pantalón negro, resaltaba aún más su contorno. Aunque estábamos separados por un recarga vasos, comencé a sentirme algo nervioso pues no hace mucho había sucedido aquella gran noche con Max y al estar al lado de otro chico hacia que recordara todo sintiéndome extraño.
A pesar de su expresión seria, el chico vuelve a desplegar esa gran sonrisa. Sus labios húmedos y rosados sugieren una mordida en ellos, y con esa expresión me dice: “Oye, chaparro, ¿entonces te gustan los dinosaurios? ¿Cuál es tu dino favorito?”
Le respondo que el estegosaurio, por su fuerza y su cola. Él me comparte que su favorito es el tiranosaurio porque le gusta mucho la carne.
Luego, me pregunta qué si como verduras como los hervivoros, y yo le devuelvo la respuesta, a lo que él responde: “Ves, esto está equilibrado. Solo que yo no te comeré”, soltando una risa cómplice que rompe el hielo entre ambos nuevamente ya que era la primera vez que quién iba cuidándome era un completó desconocido.
Mientras el camión se alejaba de la ciudad, a ratos nos quedábamos callados. Aún sintiéndome un poco somnoliento, decidí cerrar los ojos parcialmente. Me recosté con mi cara hacia la ventana, a pesar de que estaba en el lugar del pasillo, podía ver el paisaje. El chico notó mi interés en mirar por la ventana y me preguntó si quería ver un poco más. Asentí con alegría y retiro el reposabrazos para que yo pudiese disfrutar mejor de la vista.
En el momento en que me apoyé en sus rodillas para ver mejor por la ventana, mi mano se resbaló, tocando accidentalmente su bulto. La situación se tornó incómoda de inmediato, y ambos nos quedamos en un breve silencio, conscientes de la situación. Intentando disimular, retiré mi mano rápidamente, mientras el chico, notando el malentendido, esbozó una sonrisa incómoda. Dentro de mi se activo esa sensación de excitación nuevamente, una excitación infantil en el que mi cerebro es más estimulado que mi pijita pues aún no podía tener erecciones pero mi mente se sentía tan bien con haber hecho eso y claro un pequeño choque eléctrico recorrió mis genitales. Mientras más quería ver más me costaba pues estaba estirado apoyado sobre la ventana con los pies apoyados en mi asiento. Después de unos minutos, el camión frenó bruscamente, provocando que cayera de sentón justo sobre el bulto del chico. Aunque él no pareció prestar atención, yo sí sentí aquel bulto esponjoso, siendo la primera vez que sentía un bulto sobre mis nalguitas redondas. Ese día yo vestía un pantalón tipo pijama de seda y unos tenis rojos, junto con una playera holgada debido al calor. La brusca frenada del camión hizo que cayera de sentón directamente sobre el bulto del chico. Dada la textura de mi ropa y la posición del incidente, pude sentir claramente aquel bulto.
El chico me tomó de las costillas y me levantó un poco, devolviéndome a mi asiento. Me preguntó:
“¿Estás bien? ¿No te lastimaste?”
Le respondí con una sonrisa, indicando que no me había lastimado y que, de hecho, encontré divertida la frenada brusca. Él sonrió ligeramente, mostrando una expresión un tanto más seria.
Mi mamá se levantó del camión para ir al baño y de paso verificar cómo estaba. La saludé y le comenté que ya tenía hambre. Me prometió unas sincronizadas y sonrió al hombre que hasta entonces no conocíamos su nombre. Aprovechando la oportunidad, mi mamá le preguntó, y él, un poco apenado, respondió que se llamaba Alejandro. Mi mamá le dijo “mucho gusto” y le preguntó cómo me había estado portando. Él, en tono de broma, respondió que bastante inquieto, y ambos rieron. Mi mamá entró al baño y, al salir, trajo algunas sincronizadas para mí y otras para Alejandro. Él agradecido lo aceptó y le comentó que no se preocupara, que estábamos echándonos la plática de los dinosaurios. Mi mamá regresó a su asiento, tranquila al saber que todo estaba bien.
Alejandro comió con prisa, explicándome que no tuvo la oportunidad de comprar o preparar algo, y esperaba llegar a la primera parada para conseguir algo para comer. Luego, me dijo que iba al baño, así que me moví lo más atrás posible para dejarle espacio. Mientras pasaba frente a mí, pude observar claramente ese bulto que ahora estaba a solo unos centímetros de distancia. Me preguntaba, será igual que aquella salchicha lechera de Max?
Mientras el estaba en el baño mi excitación me hizo acariciar el asiento de Alejandro, mi cuerpito se emocionaba además de que dejó un aroma muy rico, olía a perfume bastante varonil. Salió del baño y ví como iba subiendo su bragueta así que note un poco su ropa interior y me percate antes de que se cerrara que se iba humedeciendo un poco por la última gota de orina. Volvió a sentarse y nuevamente ví pasar ese bulto, en mi mente solo estaba pensando que podría hacer para tocarlo, yo estaba muy decidido y podía aprovechar que era un niño así que todo cuánto hiciera podría estar perdonado para un niño de mi edad. Se me ocurrió hacerle cosquillas en la rodilla y él dio un pequeño salto aún estando sentado a mi lado. Luego, me miró con sorpresa mientras su rodilla se apartaba. Yo le sonreí y le propuse jugar a las cosquillas.
Él contestó con voz algo nerviosa, diciendo: “Jeje, claro que sí, Miguelito”. Extendió su mano derecha y me hizo cosquillas en la rodilla, provocando que riera. En medio del bullicio en el camión, cada pasajero platicaba con su acompañante, así que mis risas se camuflajearon en el ambiente. Sentí su gran mano, con dedos un poco velludos en los nudillos, lo que agudizó mi intriga, ya que no recordaba que Max tuviera nudillos así, siendo él más joven.
En medio del juego de cosquillas, tuve la oportunidad de hacer mi jugada. Alejandro volteó hacia la ventana por un instante, y aproveché para tocar su bulto nuevamente. Al volver a mirar, su cuerpo dio un pequeño salto, mostrando sorpresa. Me respondió con voz juguetona, diciendo: “Épale Miguelito ahí no”.
Yo, con inocencia, le respondí: “¿No sientes cosquillas?” aunque en mi mente estaba saliendo como quería.
Después de un momento, volví a quedarme quieto y retomé la conversación sobre los dinosaurios. Cuando Alejandro cerró los ojos para recordar de qué dinosaurio le estaba hablando, aproveché la oportunidad y toqué su bulto nuevamente, esta vez con un apretón medio suave, no tan rápido como antes.
Alejandro volvió a verme pero está vez con cierto enfado aunque no dijo nada. En lugar de eso, me dio el nombre del dinosaurio que le pregunté. Para seguir con el juego, le hice más preguntas, esperando que se cerrará nuevamente sus ojos al intentar recordar, y me sorprendió ver qué lo hizo, esta vez volteo hacia la ventana. En ese momento, volví a apretar su bulto, y él en ves de apartar mi mano o regañarme abrió un poco más sus piernas, permitiendo que lo hiciera. La atmósfera del juego y la complicidad continuaban tejiendo un ambiente peculiar en nuestro viaje hacia Cancún.
Qué fortuna sería encontrarse un nene como Miguelito.