Mis amigos y yo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cada uno de ellos tiene algo que me atrae, diferente de los demás. En Javier, creo que es su altura algo exagerada que me hace sentir un poco pequeño y vulnerable, y su voz tan masculina. Ignacio, tiene un rostro hermoso, algo infantil, de ojos claros y suave vellosidad, una simpatía y una sonrisa luminosa y una desbordante alegría de vivir. Norberto, cuerpo robusto, belleza rústica. Me encanta su cabellera lacia que lleva un poco larga y su bronceado perfecto. Julián no tiene ningún atractivo físico especial, aunque su aspecto es armónico. Los lentes no lo ayudan demasiado, pero es tan inteligente y serio que despierta mi curiosidad cada vez que hablamos. Pienso que guarda un interior muy rico, y que su belleza emana de su espiritualidad más que de su físico.
Como decía, estos chicos son mis amigos y, aunque nunca di a conocer mis inclinaciones sexuales hasta el momento en el que se inicia esta historia, creo que algo debían suponer, porque cuando ellos hablabann de chicas, yo me mandaba a guardar o decía alguna generalidad, como para contemporizar. Oficialmente me consideraban el poeta del grupo, romántico insufrible, al que debían tolerarle ciertas delicadezas, cierta reserva y misterio en cosas de polleras. En fin, que creo que ninguno comía vidrio, pero que me apreciaban sinceramente y eran tolerantes. De cualquier manera nuestro grupo no giraba en torno del sexo, aunque el tema fuese inevitable, sino sobre cuestiones de deportes y hobbies. Nos gustaba el montañismo, ir a bailar, el cine de contenido pero también a veces el de aventuras e, indudablemente, el de terror.
Mi idea era que en algún momento las cosas alcanzarían un punto en el que tal vez podríamos llegar a una relación más íntima y esperaba que mis fantasías se cumplieran con alguno de ellos, tal vez en alguna de nuestras excursiones, o en una noche de salida en la que las copas se nos fueran a la cabeza.
Así las cosas, una noche, después de bailar, decidimos ir a tomarnos unas cervezas a la costa del río, porque el calor era insoportable. No había mucha gente por allí. Uno o dos grupos y alguna pareja que paseaba por la playa. Nos acercamos a unos muchachos que cantaban y tocaban instrumentos de percusión. Dos de ellos eran africanos. Los otros eran de tez morena en su mayoría, unos seis en total. Bebimos juntos, cantamos alguna canción que conocíamos. Ignacio y Norberto se fueron a caminar por la costa; al ratito Julián se despidió porque tenía que levantarse temprano, y Javier decidió acompañarlo. Me preguntaron si los seguía. Les dije que esperaría a nuestros dos amigos y me volvería con ellos. Me sentía muy a gusto junto a esos muchachos un poco más grandes que nosotros. Ellos insistieron en que me quedara, que se fueran tranquilos, que si no volvían Ignacio y Norberto, me acompañarían hasta el centro de la ciudad. Así es que me quedé.
Siguió la música, con algunas pausas en las que charlaban, a veces en una lengua africana que no entendía muy bien, aunque comprendía por sus miradas que hablaban de cosas algo picantes. Yo los miraba y me encantaban. Me sonreían y me convidaban con una bebida suave, pero embriagadora. Me sentía muy a gusto, casi privilegiado porque esos muchachos mayores, esos hombres, toleraban y hasta parecían gustar de mi compañía. Y cuando sentí que un brazo oscuro se posaba sobre el hombro, no me importó. Nadie dijo nada, como si fuese lo más natural del mundo, un gesto amistoso.
Luego, él bajó su mano hasta mi cintura y me atrajo lentamente hacia sí. Yo apoyé mi cabeza en su hombro, porque sentía una hermosa laxitud, y me quedé embelesado escuchando la música y aspirando ese aroma especial que emanaba de su cuerpo robusto.
Vi como dos de ellos se besaban largamente y esto fue una señal de alerta para mí. Me incorporé un poco y Bernardo, que así se llamaba el que me tenía abrazado me dijo:
-¿Te molesta?
-No, para nada – dije yo, no sé si por cortesía o con sinceridad.
Él acercó su rostro al mío y besó mi mejilla. Me turbé y no sabía qué hacer. Su mano me estrechaba con mayor fuerza y repitió el beso, más cerca de mi boca. Y luego:
-¿Te molesta?
Yo no respondí pero lo miré y vi en su rostro una expresión de deseo que me inquietó al mismo tiempo que me atrajo fuertemente, al punto que entreabrí mi boca e involuntariamente me acerqué a él. Entonces me besó en los labios. Yo reaccioné y quise separarme, pero cuando giré la cabeza vi que era centro de todas las miradas del grupo, y quedé paralizado. Vi sus ojos atentos, una boca entreabierta, una sonrisa leve, sentí en mi cuello la boca de Bernardo y en mis piernas unas manos fuertes que me acariciaban; experimenté una excitación potente subiendo por mis venas. Me sentía perdido, un niño en manos de adultos desconocidos.
Alguno de aquellos hombres se incorporó y me pareció enorme. Mientras Bernardo volvió a apoderarse de mi boca y otras manos se apasionaban con mi cuerpo, ese hombre se acercó y se detuvo frente a mí. Vi sus piernas fuertes y rectas como dos columnas demasiado cercanas. Dos grandes pies les servían de basamento y unas manos toscas bajaron hasta mi cabeza y jugaron con mi pelo un momento. Levanté la vista y vi su rostro más arriba, de fuertes ángulos y piel lustrosa, la barba oscureciendo el mentón, con la boca entreabierta y en sus ojos penetrantes y oscuros una invitación o una orden, no podría definirlo. Sus manos tomaron mi cabeza y la acercaron lentamente a su pantalón, a su bragueta. Sentí su olor masculino. Mientras con una mano me sostenía por la barbilla, con la otra desprendió el cinto y bajó el cierre, luego la ropa, dejando al descubierto un miembro semierecto.
-Ahora vas a tocar la flauta, paloma.
Mientras ponía la punta junto a mis labios y empujaba suavemente.
Entreabrí la boca. Estaba estupefacto y temblaba de pies a cabeza de excitación y de miedo. Estaba literalmente en manos de aquellos hombres fuertes casi como había soñado estarlo en las de mis amigos. Sentí un impulso animal y me tragué aquel trozo palpitante que dio un respingo en mi boca. Hubo un murmullo general de aprobación.
-Chupala bien, cosita.
Otra vez la voz profunda de aquel macho que estaba comenzando a devorar. Mi única experiencia anterior con un compañerito de escuela nada tenía que ver con esta situación. En torno de mí se estrechaba el círculo. Me hicieron arrodillarme, mientras seguía pasando mi lengua y mis labios por ese tronco cada vez más potente. Mis manos se apoderaron de su nacimiento y jugaron con los testículos que me parecieron enormes, hinchados y calientes. Quise probarlos y volví a sentir expresiones de aprobación. Cuando retomé el pene, el macho comenzó a pujar en busca de mi garganta. Para entonces sentía otros penes tocando mis mejillas y quise mirarlos. Hacia arriba había unos rostros ávidos. Me apoderé de otro pene y me lo tragué. Otro de los hombres me quitó con cierta violencia de su amigo e introdujo con fuerza su glande chorreante de jugos, era el otro africano que comenzó a cogerme por la boca. Entre tanto alguien me había quitado la camisa y bajado los pantalones. Dedos traviesos jugaban entre mis nalgas buscando un filón abierto. Comencé a sentir gemidos y vi que algunos se masturbaban. Yo también expresaba con murmullos y gemidos las sensaciones nuevas y apremiantes que estaba viviendo.
El macho inicial volvió a la carga nuevamente y luego fue sustituido por Bernardo y por los otros, por turnos. Yo me sentía una perra en celo y ellos no escatimaban apelativos para excitarme y excitarse. Mientras seguía chupando vergas de a dos o de a una, mientras entretenía a otras con mis dos manos, otros hombres me abrieron de piernas y luego me obligaron a abandonar los juguetes y a apoyar las manos en el suelo. Estaba en cuatro patas, abierto el puente levadizo para que entrara el Caballo de Troya si lo quisiera. Era seguro que pronto tendría hombres invadiendo mi interior y cabalgando sobre mi grupa. Entonces, repentinamente, el que tenía entre los labios se separó y al levantar la vista me encontré con los rostros Norberto e Ignacio mirándome y preguntándome:
-¿Qué te hacen? … ¿Estás bien?
La pregunta me sonó absurda. Alrededor sentí como si una ola helada hubiera enfriado la noche.
-Sí, estoy bien –alcancé a articular.
Norberto e Ignacio se miraron sin saber qué hacer.
-¡Vamos muchachos, únanse al grupo! –dijo alguien.
-Nadie lo forzó.
-Le gustan los machos.
Mis amigos me miraron incrédulos, se agachadon junto a mi rostro.
-¿Te cojieron?
-No, todavía.
-Pero vos… ¿a vos te gusta?
No pude responder a aquél rostro dulce y hermoso.
-Pasó no más…
-¿Y vos te dejaste?
-…y…sí…
-¿Con todos ellos?
-No sé,… no son tantos…
-¡Jah! ¿No querés que nos sumemos nosotros también? –dijo sarcásticamente Norberto.
-Sí, quisiera… siempre soñé que serían ustedes.
Ellos se miraron un largo momento y volvieron a mirarme. Yo veía todo en cámara lenta. Su expresión había cambiado.
Norberto dijo, luego de un tenso silencio.
-Si ustedes nos permiten, muchachos, Estéban es nuestro amigo y creo que tenemos cierta prioridad. Hubo comentarios en el grupo, pero parecieron aceptar.
Entonces vi cómo Norberto le abría la bragueta a Ignacio y, mientras éste seguía desprendiéndose el cinto y bajándose los pantalones, él hacía otro tanto e iba a colocarse detrás de mí.
El grupo se había abierto respetuosamente pero pronto comenzaron a masturbarse cuando vieron que Ignacio me ofrecía su rubia polla ya completamente erecta. Yo le sonreí y me abalancé sobre ella. Cuando la tenía bien adentro, casi en la garganta, y sentía el suave perfume de mi amigo querido, sentí que un jinete poderoso montaba a mi grupa y lanzaba su caballo desbocado por el pasadizo oscuro hacia mis entrañas.
Fue una experiencia maravillosa. Los muchachos se turnaron en mis dos entradas y volví a apoderarme de otras pijas. Luego cedieron al apremio de los nuevos amigos quienes me alzaron en vilo y me depositaron lentamente sobre las pollas erectas de ambos africanos. Sentía cómo iban entrando y saliendo alternativamente y de pronto cómo las dos irrumpieron en mi interior sin piedad. Di un grito y me estremecí por completo. Entonces Norberto e Ignacio se acercaron y me besaron con una mezcla de piedad y pasión mientras los negros me poseían violentamente. De allí en más, fueron abrazos, caricias intensas, hombres bajando hacia mi boca y penetrándome, de espaldas al suelo, con las piernas en el aire; machos montándome en cuatro patas; dobles vergas en mi boca y en mi culo, y ríos de leche espesa corriendo por mi rostro, mis labios, mis nalgas, mi pecho…
Una orgía total y completa a la luz de la luna.
Lo último que recuerdo es el jadeo de alguien junto a mi rostro, sus sacudones cada vez más intensos y luego el deslizarnos hacia un semisueño sobre la arena tibia.
Mis amigos me ayudaron a vestirme y me acompañaron a casa sin hablar. Cuando me dejaron, Ignacio me acarició dulcemente y me dijo:
-¿Fuiste feliz de esta manera?
-Intensamente feliz, sobre todo porque ustedes fueron parte.
-No te entusiasmes, nene –dijo Norberto-. Ésta fue una noche loca para mí, y no creo que haya otra igual.
– Pero podemos intentarlo con los muchachos –agregó Ignacio-. ¡Andá, dále un beso, macho, que no es contagioso, y bien que lo besaste hasta cansarte esta noche!
Entonces Norberto me abrazó y me dijo:
-Sos la mejor puta que he conocido, y sos nuestra, Estebanillo. No lo olvides. –Y me besó largamente.
Ellos se fueron abrazados bajo la luz de la luna y yo me quedé solo, sin saber cómo contener todo lo que me había pasado.
Eso fue hace una semana. Ayer me habló Julián.
-Ya sé que tuviste una experiencia iniciática fuera de lo común. Si querés charlar, estoy disponible.
-Mirá, Julián, me da un poco de vergüenza todo esto. No sé qué pensarán ustedes de mí…
-Que por fin revelaste tu verdadera personalidad… y que está bien…
Un largo silencio.
-Y me dijeron los muchachos que en realidad nosotros estuvimos re mal con vos, porque la cosa tendría que haber sido con nosotros y no con esos tipos… aunque tal vez hayas salido ganando, porque…
Se cortó en seco. Y luego.
-¿Te gustó en serio?
-Fue perfecto. Sólo faltaban ustedes dos.
Otro silencio.
-Odio las multitudes, aunque con los muchachos es distinto –dijo.- Pero… si querés… ¿querés que charlemos? Esta noche no tengo nada programado y acá está Javier.
¿Podemos ir los dos? Después, si te sentís con ganas los llamamos a Ignacio y Norberto y comemos algo ¿Te parece?
M quedé esperándolos. Después les cuento.
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