Mis inicios con el señor fotógrafo 2
Esta vez mis primeros orales.
Mis inicios con el señor fotógrafo 2
En la primera parte de esta historia había narrado cómo fue mi primera masturbación, que muy amablemente el señor fotógrafo me había enseñado. Pues bien, cuando salí del negocio de don Sebas, llegué a mi casa y no había nadie en ella, yo estaba muy feliz con lo que acababa de aprender y lo primero que hice fue empelotarme del todo y darme una buena ducha y después de esto caminaba libre por mi casa acariciándome con una mano mi pequeña verguita que estaba toda paradita pidiendo más acción, mientras que con la otra me acariciaba las nalguitas y las tetillas donde sentía una deliciosa sensación, recorrí toda la casa sintiendo el delicioso placer de lo que me esperaba con mi nuevo conocimiento y por fin, en el patio de la casa, rodeado del florido y bien cuidado jardín de mi madre, no aguanté más y pude experimentar el gozo que me provocaban las nuevas sensaciones que recorrían todo mi infantil cuerpecito, empecé a temblar febrilmente mientras esas ricas corrientes me hacían convulsionar involuntariamente, puse mi mano en la puntica de mi adorado amiguito y por primera vez pude apreciar como ese viscoso y cálido líquido salía expulsado violentamente haciendo que mis nalguitas y todo mi cuerpo se tensionaran con fuerza, sin poder contener ese chorro de placer que escurría por mi manita. Cuando todo volvió a la normalidad, vi el charco que había dejado en el piso del patio y mi mano llena de aquel precioso elixir, fui nuevamente a la ducha, me lavé bien mi preciosa veguita, me vestí y después traté de secar el charco del patio, para que mi mamá no lo notara. Después me dediqué a hacer mis tareas escolares pensando siempre en mi amigo don Sebas y fantaseando de lo que haría el día siguiente. Tuve muy en cuenta las recomendaciones de don Sebas y ese día, aunque moría de ganas de volverme a masturbar, lo evité.
Al día siguiente le mentí a mi mamá diciéndole que me demoraría porque tenía unas tareas que hacer en la casa de un compañerito. Después de la escuela pasé por la fotografía y allí estaba como siempre y aunque miles de pensamientos nefastos pasaron por mi inquieta cabecita, de que todo el pueblo podría enterarse de lo sucedido, mi deseo por saber cosas nuevas fue mayor. Me saludó con mucha cordialidad y un poco de malicia
— Hola Adrián. ¿Cómo has estado? —
— Muy bien don Sebas ¿Y usted? —
— Muy bien y mucho mejor después de lo de ayer…— me dio con mucha picardía, me sentí avergonzado y bajé la cabeza
— No te avergüences por eso y menos conmigo, creo que ya nos tenemos confianza—
— Es que me da mucha vergüenza que usted me haya visto empelota—
— No sea bobito, más bien venga que tengo otras fotos que mostrarle— miré para todos lados cerciorándome de que nadie me viera entrar allí, lo seguí, me senté en su escritorio y me ofreció otro álbum, lo abrí y empecé a ver fotos de hombres desnudos, con unas vergas, para mí inocencia, muy grandes, todos estaban con su instrumento todo parado, pero no se paraban como la mía que se paraba hacia arriba, estas apuntaban hacia abajo y no tenían pelos, lo que me agradó muchísimo, mi pipí se había parado con las primeras fotos y don Sebas me ofreció que me desnudara y como el ya me había visto empelota, no tuve ningún reparo de hacerlo, seguí mirando las fotos con mi pipí todo paradito, acariciándomelo continuamente que sólo dejaba de hacerlo cuando pasaba las paginas del libro. Después de varias paginas con hombres empelota empecé a ver niños de mi edad y un poco más mayores, todos también empelotica y con sus verguitas todas duras y paraditas que estas sí apuntaban hacia arriba, me excitaba mucho verles las verguitas a estos niños, pero una cosa que me extrañó mucho fue que también disfrutara sobremanera verle a esos niños sus nalguitas redonditas y firmes
— Don Sebas ¿Usted cree que mis nalguitas son bonitas? — le dije poniéndome de pie y enseñándoselas
— Mi niño, usted tiene las nalguitas más lindas que yo haya visto— el comentario me agradó mucho y más me agradó cuando me las acarició delicadamente. Seguí viendo las fotos y en ellas estaba un niño que yo había visto, se trataba de un compañerito de la escuela que estaba en un grado igual al mío, era un niño algo solitario del que todos decían que era mariconcito y por esta razón casi nadie quería hablar con él, había varias fotos de este niño, todas empelotica, en la primera estaba de cuerpo entero, de espaldas mirando a la cámara enseñando sus infantiles, redondas y firmes nalguitas que hicieron que mi pipí se tensionara brevemente un poco más, en la segunda aparecía de frente, con su pipí todo paradito, con las manos en la cintura y mirando para un lado, en la siguiente estaba con el pipí en su mano y en la última un acercamiento a su pipí con lechita y su vientre y su pelvis también con lechita y aparte de excitarme más me alegré porque él también sabía hacerse la pajita y ya estaba en mi mente acercarme a él. No dije nada y terminé de ver las fotos
— Don Sebas ¿Usted no quiere quitarse la ropa también? — le pregunté sacando valor de mi deseo
— ¿Te gustaría verme empelota? —
— A mí si me gustaría verlo empelota, pero si no quiere…—
— No mi niño, yo si quiero, pero espérame un momento— entró a la casa y al momento volvió completamente desnudo, inclusive sin zapatos, con una hermosa verga suspendida entre sus firmes muslos adornada con unas bolas que caían perezosamente proporcionándome un maravilloso espectáculo, su pelvis completamente rasurada, no sabía por qué me entró un enorme deseo de metérmela en mi boca, pero esto no me pareció apropiado y me contuve. El hombre dio un giro sobre sí mismo dejándome ver unas nalgas firmes, redondas que provocaba acariciar
— ¿Te gusta lo que ves? —
— Si don Sebas— fue un sí rotundo, un sí con todas las ganas y si yo en ese momento hubiese sabido las maravillas que se pueden hacer con esa deliciosa golosina habría saltado sobre don Sebas. Volví a abrir el álbum en las fotos de los hombres y noté que la verga de don Sebas era mucho más delgada que las de estos caballeros y en lugar de indignarme, me gustó. Lo tomé de la mano y lo conduje hasta el patio trasero que inmediatamente me trajo el recuerdo de lo sucedido el día anterior
— Don Sebas: me voy a hacer la pajita para que usted me vea—
— No mi niño, todavía no. Voy a enseñarle algo nuevo— le idea me entusiasmó
— ¿Qué me va a enseñar don Sebas? —
— Ya lo verás, súbete ahí— me dio señalando la banca de madera de tal manera que su cara quedaba a la altura de mi pipí, se me acercó, tomó mis nalguitas con ambas manos y metió mi pipí en su boca y empezó a chupármelo, definitivamente esta era la mejor sensación que había experimentado en el transcurso de mi corta vida, sentir la suavidad y calidez de la boca del hombre en mi verguita y sus manos acariciando mis nalguitas, empezó a meterla y sacarla como haciéndome la pajita y tan excitado estaba
— Don Sebas, don Sebas… se me va a salir la lechita…— de inmediato el hombre se sacó mi verguita de su boca
— Todavía no, apenas acabaste de llegar— dando por terminada tan maravillosa sensación
— Don Sebas ¿Le puedo chupar su pipí? — le pregunté ya sin nada de pudor, el hombre se puso de pie frente a mí quedando su verga casi en mi cara, sólo tenía que bajar la cabeza para metérmela en mi boca, la miré detenidamente sin asustarme por ese único ojo que me miraba amenazadoramente, la tomé con mi delicada e inexperta mano, pasé mis dedos muy suavemente por aquel poderoso ariete, me maravillé de la dureza y suavidad de aquel trozo de intimidad de mi desnudo amigo, le tomé las bolas y jugueteé con ellas estrujándoselas, después tomé aquella maravilla con toda mi mano y la froté hacia abajo descorriéndole el forro haciendo que su brillante, sonrosada y suave cabezota asomara completamente haciendo que ese pequeño ojo se entrecerrara como si me mirara amenazándome con lo que podía hacerme, la boca se me hacía agua y metí por fin aquel delicioso manjar en mi infantil boca sintiendo con más intensidad el aroma a loción fina, mi lengua dio vueltas alrededor de aquella suave y deliciosa cabezota y con la puntica azoté ese ojo que me había mirado amenazante, traté de metérmelo completamente hasta donde me producía náuseas y la sensación me agradó, con mi manita en sus bolas, esa hermosa verga entraba y salía de mi boquita disfrutando cada milímetro de esa rica golosina, sin sacármelo de mi boca subí mi cabeza, lo miré y él me miró con una expresión mezcla de ternura y deseo mientras mis labios seguían recorriendo el sedoso tronco de este rico
— Niño, pero qué bien mamas— traté de agradecerle su comentario, pero tenía la cabeza de su poderoso ariete casi en mi garganta. Me tocó la cabeza con su mano
— Bueno, es suficiente por ahora. Ve a esa poceta y lávate bien lavado el culito que te voy a enseñar algo nuevo— dijo señalándome el lugar donde había una manguera conectada mientras que el se iba del lugar para que yo pudiera hacer lo que me pedía sin que él me viera, me deleité mirándole esas deliciosas nalguitas que movía provocativamente a cada paso que daba. Hice lo que él me pidió aprovechando una pasta de jabón fino y cuando terminé regresaba con una toalla en su mano mientras que su deliciosa verga balanceaba deliciosamente al ritmo de sus pasos, me sequé y me hizo parar sobre la banca de madera, me dijo que abriera bien mis piernitas y pusiera mis manos sobre el espaldar de la banca, sentí que sus manos se apoderaban de mis nalguitas y con sus pulgares me las abrió dejando expuesto mi inexperto y virginal culito, después sentí como su lengua jugueteaba con mi agujerito sacándome deliciosas sensaciones y aunque trató de metérmela, no le fue posible; tomó con su mano mi veguita que estaba toda paradita y mientras su boca se daba un festín con mi culito, con su mano me hacía lentamente la pajita. Después de un buen rato en esta actividad se retiró
— ¿Cómo te pareció? —
— Don Sebas, eso fue maravilloso. Yo no sabía que uno con el culito uno también podía pasarlo tan rico—
— Por ahí es por donde más se disfruta…— me dijo con malicia
— Enséñeme— le rogué
— Espera, paciencia que todo se va dando a su tiempo— no entendí cómo se podría gozar más pero tampoco insistí
— Ahora quiero que me des un regalo…— y dentro de mi inocencia sentí que yo no tenía nada que darle y me disculpé
— Yo soy un niño y no tengo nada que a usted le pueda gustar—
— Claro qué sí lo tienes, es algo que tal vez para ti no signifique nada, pero para mí es algo muy valioso, es algo que me daría una enorme satisfacción y que no puedes ir dejándolo por ahí botado— yo estaba muy intrigado sin saber de lo que hablaba— es algo que solo le puedes dar a personas que lo merezcan—
— Si yo tengo eso que usted tanto quiere, yo con mucho gusto se lo regalo, pero ¿Qué es? —
— Mi niño, es tu lechita— me extrañó mucho lo que me dijo
— Claro don Sebas, yo le doy mi lechita, pero ¿Para qué la quiere? —
— Pues para tomármela— dijo y yo me quedé asombrado y pensé que era repugnante
— Eso es de mucho alimento y me gusta mucho su sabor— con estas palabras mi percepción cambió un poco
— Ven yo te la saco— me dijo, él se sentó en la banca de madera y me indicó que me parara en ella a su lado, tomó mi delicado y pequeño pipí que ya no estaba en su plena rigidez y con su delicada mano y se lo metió en su boca y empezó a chupármelo delicadamente lo que hizo que recobrara su dureza y vigor mientras que con su mano me estrujaba delicadamente mis bolitas y en ocasiones su dedo se aventuraba a excursionar hasta el infantil y rugoso agujerillo de mi culito, lo que me provocaba un gran placer, presionaba allí como queriendo entrar, pero sin hacerlo y después de un corto tiempo empiezo a sentir esa deliciosa sensación de esas corrientes recorriendo todo mi delicado cuerpecito, apreté involuntariamente mis nalguitas con mucha fuerza, mi cuerpo se puso rígido y empezó a temblar y convulsionar, la piel se me erizaba de las delicias que estaba experimentando y sentí como chorros de ese viscoso y apetecido elixir salían de mi veguita que explotaba dentro de la boca de mi hermoso señor, mis ojos se abrieron desorbitadamente sin ver nada, la sensación duró toda una vida en la que perdí la noción del tiempo hasta que ya mi cuerpo no pudo resistir más y me relajé y me senté al lado de don Sebas que muy cariñosamente me haló hacia sí recostando mi cabecita en su muslo. Después de un tiempo de estar en silencio mientras yo recuperaba mi respiración, lo miré, le sonreí tímidamente, él a su vez me regaló una hermosa sonrisa y en sus labios pude ver aún unas gotas de mi lechita, me le acerqué, le di un tímido beso en esos labios carnosos, esa fue la primera ves que sentí el sabor de mi leche y no fue tan desagradable como pensaba, su sabor salobre me agradó. El hombre seguía con su hermosa verga toda parada cuando me estaba vistiendo para irme, me dio un tierno beso en mi frente y una suave palmada en mis nalguitas. Salí de allí cerciorándome de que nadie me viera y llegué a mi casa, mi madre me recibió con mucho cariño como siempre, después de almorzar me puse a hacer mis deberes escolares pensando cómo iba a hacer para hacerme otra pajita y tomarme mi lechita sin que mi mamá se diera cuenta, así que tuve que esperar hasta la noche y esperar a que ella se durmiera. Una vez en mi cama, empecé a tocarme y a disfrutar de mi pipicito todo paradito y cuando sentí roncar a mi mamá me hice la pajita, me tomé mi propia lechita y me quedé profundamente dormido hasta el día siguiente.
Si te gustó mi relato, me gustaría recibir tus comentarios en mi correo [email protected] Pronto continuaré con esta aventura
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!